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De Benedicto XV (1920)
{Motivo de la encíclica}
El Espíritu Santo no solo nos dejó las Sagradas Escrituras, sino que también suscitó e inspiro a
muchos santos y doctores para interpretarla y explicarla. Entre ellos encuentra el 1er lugar San
Jerónimo, el mayor doctor que Dios ha concedido a la Iglesia para explicar las S. E.
Afirma sin duda alguna que los libros de la S. E. fueron compuestos bajo la inspiración o
sugerencia, o incluso dictado del Espíritu Santo; mas aun fueron escritos y editados por El mismo;
sin poner en duda, que cada uno de sus autores humanos, según la naturaleza y el ingenio propio,
hayan colaborado con la inspiración de Dios. Además no solo afirma lo que es general a todos los
hagiógrafos, sino también, distingue cuidadosamente lo que es propio de cada uno de ellos (su
lengua, su forma de hablar, sus principales características personales, etc.).
Lo que los sagrados escritores dicen “son palabras de Dios y no suyas, y lo que por boca de ellos
dice lo habla Dios como por medio de un instrumento”.
Sobre la inspiración afirma que Dios con su gracia, aporta luz a la mente del escritor para proponer
a los hombres la verdad en nombre del mismo Dios, mueve además, su voluntad y lo empuja a
escribir; finalmente le asiste manera especial y continua hasta que acaba el libro.
En cualquier controversia que surgía siempre recurría a la Biblia, para refutar los errores.
Además enseñara que la divina inspiración y la suprema autoridad de los libros sagrados va
necesariamente unida a la inmunidad y ausencia de todo error y engaño. Es impiedad decir que la
Escritura miente o tan siquiera admitir en sus palabras un solo error verbal. Porque, como
afirmaba ya S.S. León XIII, el Espíritu Santo asistió de tal manera a los autores sagrados, a que
“concibieran rectamente, escribieran fielmente y expresaran adecuadamente con infalible verdad
todo y solo lo que Él mandara, de otra forma no seria autor de toda la S. E.”
Algunos erradamente, piensan que solo lo referente a la religión es inmune de error y de absoluta
verdad; y que ésto solamente es pretendido y enseñado por Dios en las Escrituras; las demás
cosas, que atañen a disciplinas profanas y están al servicio de la doctrina revelada como una
especia de vestidura externa de la verdad divina, son solo permitidas y se dejan a la debilidad del
escritor. Esto es un total error del cual muchos se valen, interpretando erróneamente lo que dijo
Leon XIII. Ya que este afirma claramente que la divina inspiración se extiende a todas las partes de
la Biblia, “seria sacrílego limitar la inspiración solo a algunas partes de la S. E., o conceder que el
autor sagrado se ha equivocado”. Esto vale tanto como para el campo de la física (fenómenos
naturales) y en el campo de la historia (dicen que escribieron no según la realidad sino según la
creencia de aquel tiempo).
San Jerónimo afirma que ciertas denominaciones del autor sagrado, eliminando todo peligro de
error, mantienen loa manera usual de hablar, ya que el uso es el árbitro y la norma del lenguaje.
En las palabras de Cristo “está escrito” y “conviene que se cumpla la escritura” hallamos el
argumento supremo sin excepción que pone fin a todas las controversias. Enseñaba, discutía y
aducía sentencias y ejemplos con cualquier parte de la Escritura, y así los aduce como argumentos
en los que hay que creer necesariamente. Y atestigua la verdad de los libros sagrados. (Mt. 5, 18-
19; Jn. 10,35, Lc. 24, 45ss). Por lo tanto seguir esta doctrina, la doctrina de Cristo para la
interpretación y enseñanza de la S.E.
“Ama las Escrituras santas y te amará la Sabiduría, ámala, y te guardará; hónrala, y te abrazará…”
El fruto de su amor fue la Vulgata.
La oración, la ayuda de Dios y las luces del Espíritu Santo, son la gran ayuda para leer y entender la
S.E. Además admitía la importancia de acudir a los mayores para aprender de ellos. Pero sobre
todo entregarse y someterse a la Madre Iglesia, en la persona del sumo Pontífice.
Son muchos los que desprecian la autoridad de Dios que revela y de la Iglesia que enseña. Seguir el
ejemplo del Santo, siendo obedientes al mandato de su Madre, y se mantengan con modestia
dentro de los limites establecidos por los Padres y aprobados por la Iglesia.
Primeramente acudir con piedad y humildad al estudio de la Biblia. Leer cotidianamente la palabra
divina.
Esto especialmente los consagrados, a los llamados por Dios a predicar su palabra. Quienes no
pueden ignorarla ni deben dejar de responder cuando se les pregunta algo sobre ella.
{Que el clero halle en la Escritura:}
a) El alimento de la vida espiritual. No solo leerla sino meditarla día y noche. (Para esto
acudir al estudio seguro del Pontificio Instituto Bíblico.)
b) El argumento para la defensa de los dogmas. Buscar en la S.E. los argumentos para
iluminar, confirmar y defender los dogmas de nuestra fe.
c) La fuente del ministerio de la palabra. Es su ppal. uso que hay que ejercitar santa y
fructuosamente. Por eso hay que leerla asiduamente para poder enseñar y predicar.
d) La materia de un estudio asiduo. En 1er lugar considerar las palabras de la Escritura en sí
mismas para que conste con certeza qué dijo el autor sagrado. Luego buscar la
significación y el sentido que encierran las palabras. Tener una recta estimación del
sentido literal: debemos ante todo dirigir nuestra atención a la interpretación literal o
histórica. Cualquier forma de interpretación se apoya en el sentido literal. Pero nos anima
a buscar más profundo, con “moderación”, escudriñar en la Escritura el sentido divino.
Se debe mantener “la verdad de la interpretación”, y “el deber del comentarista es exponer no lo
que él quisiera, sino lo que pensaba aquel a quien interpreta”. “En la exposición de las santas
Escrituras…(interesan) la erudición y la sencillez de la verdad”.