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San Atanasio (nacido haca 295 y muerto en 373) es uno de los escri-

tores -de los grandes escritores- de la Iglesia antigua que puede ser califi-
cado de "recuperado" para la liturgia como Padre.
En el sistema de lecturas anterior a la reforma del Vaticano II apa-
recía sólo un par de veces. Quizá eso tenga una explicación en la natu-
raleza misma de sus escritos, más polémicos que pastorales (incluso en
los de carácter más pastoral, como las cartas festivas, no podía dejar de
mezclar las preocupaciones de la controversia trinitaria y cristológica del
momento). Teólogo a la fuerza (pero gran pensador), la mayor parte de su
herencia literaria -importante- estuvo motivada por la polémica arriana.
Pero como sea que la Iglesia de hoy se muestra más interesada por
la teología antigua como fuente de espiritualidad, Atanasio se utiliza en la
actual Liturgia de las Horas más que Basilio y Gregorio Nacianceno, tanto
como Cirilo de Alejandría y Gregorio de Nisa. Y es natural que las lecturas se
saquen de sus obras apologético-teológicas, las más numerosas y considera-
bles, ya que Atanasio, mal predicador y mal escritor ascético (la famosa Vida
de san Antonio, sin embargo, es una mezcla del género biográfico con el ascé-
tico: leemos un fragmento el 17 de enero, día de san Antonio, tan querido

y visitado por el mismo Atanasio), no dejó obras exegéticas u homiléticas o


tratados sobre la vida espiritual, si exceptuamos un libro sobre la virginidad
y un Comentario a los Salmos, conservado fragmentariamente.
Leemos el conocido tratado Contra los arrianos el martes de la semana
VI (lectura que resume bien el pensamiento de Atanasio sobre el Logos)
y el jueves de la semana XXX (continuación de la lectura anterior), mien-
tras que el jueves y el viernes de la semana I leemos el tratado Contra los
paganos (lecturas que complementan el pensamiento del autor relativo al
Verbo de Dios y donde hallamos expuesta con gran precisión su ideología,
típicamente nicena).
No menos claras y precisas son las exposiciones que hace san Atana-
sio de su pensamiento cristológico (sobre la encarnación) y soteriológico
(la claridad y la precisión son muy características de nuestro escritor) en
los fragmentos que leemos del Discurso (sería mejor decir: libro, pues no
se trata de un discurso propiamente dicho) sobre la encarnación del Verbo, el
sábado XXIII y el 2 de mayo, o sea, el día de la memoria del santo, para el
que se escoge con acierto una página que condensa una de las ideas cen-
trales (de las más centrales) de la teología nicena, cuya defensa y desarrollo
fue la obra máxima de Atanasio. La Epístola a Epicteto, obispo de Corinto,
que leemos en el primero de enero, es un escrito que reacciona contra la
falsa cristología del obispo Apolinar de Laodicea.
La profundización, por parte de Atanasio, en la teología del Logos
tenía que conducirlo a una fundamentación de la pneumatología, es decir,
de la doctrina relativa al Espíritu Santo, igual al Padre y al Hijo. En ese
sentido las cuatro cartas a Serapión, obispo de Tmuis, son un documento
hlstórico de primer orden en la historia de la evolución del dogma católico.
Unos pasajes de la primera de dichas cartas se escogen para la solemnidad
de la Santísima Trinidad.
La Liturgia de las Horas utiliza dos veces las Cartas heortásticas o pas-
cuales del obispo Atanasio: el viernes de la semana IV de Cuaresma y
el domingo siguiente. Ya desde mediados del siglo m, por lo menos, los
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patriarcas alejandrinos solían comunicar a sus obispos sufragáneos, los de
Egipto, la fecha de la Pascua del año en curso y, por consiguiente, el día
que se tenía que empezar el ayuno preparatorio. Tales comunicaciones se
hacían por medio de cartas; eran ocasiones que el prelado de Alejandría
aprovechaba para hacer recomendaciones de índole muy diversa. Son ver-
daderas cartas pastorales, por medio de las ,cuales los obispos alejados de
la metrópoli recibían instrucciones e informaciones de todo tipo.
El día 17 de enero, para la memoria de san Antonio abad, leemos
-como ya dijimos- un fragmento de la Vida del santo anacoreta, escrita por
Atanasio. No hay documento mejor. Varias veces, el metropolitano alejan-
drino visitó al monje en la soledad. Es curioso ver con qué minuciosidad
una persona como el obispo Atanasio se ocupa de las cosas del anacoreta
y de sus intimidades. Atanasio consiguió que Antonio fuese a Alejandría
hacia el fin de su vida, para exhortar a los cristianos a mantener la fe de
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Nicea; el obispo alejandrino sabía que nadie como el santo solitario podía
influir en el pueblo cristiano. Nos equivocaríamos si leyésemos la Vida de
san Antonio escrita por Atanasio como un mero documento biográfico: es
algo más que eso. Fue una ocasión para Atanasio de expresar su manera
de pensar sobre el ascetismo cristiano. No es este el lugar para exponer la
gran influencia que tuvo, tanto en el mundo oriental como en el occidental,
la Vida de san Antonio, que sirvió de patrón y modelo para otras muchas
obras hagiográficas antiguas.-A. O.

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