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Más allá del principio de placer

Más allá del principio de placer es un texto que Freud escribe en el año 1920 y
que produce un giro muy importante en su obra ya que en él va a plantear que el
principio ordenador del aparato psíquico no estaría del todo regido por el principio de
placer, dado que hasta entonces sostenía que todo lo que guiaba al aparato psíquico era
la búsqueda de placer. Pero en la clínica se encuentra con ciertas situaciones y
fenómenos que no podían explicarse basándose en tal principio. En este texto el autor
comienza presentando ejemplos que contradicen sus teorías, de esta manera toma el
ejemplo clínico del sueño, diciendo que los sueños son siempre un complimiento de
deseo, es decir responderían al principio de placer. Sin embargo, Freud se ve confrontado
con esta afirmación porque en ese momento estaban apareciendo muchos casos de
neurosis traumáticas de guerra. El autor se interesa en los sueños de estos sujetos, los
que soñaban una y otra vez con la situación que les había resultado traumática, y nota
que los sujetos se despertaban de esos sueños con renovado terror. Lo particular que
se encuentra en esos sueños es que se repetía todas las noches la situación que el sujeto
más quería olvidar y es esto lo que, precisamente, iba en contra de la idea de que los
sueños son un cumplimiento de deseo. Frente a esto Freud señala dos cuestiones o
características de lo que sucedía, una era que si a consecuencia de la situación
traumática el sujeto había sido herido físicamente no contraería la neurosis, la condición
para que la contrajera parecía ser que el sujeto no hubiera tenido consecuencias físicas.
La otra condición para que se produzca la neurosis es que en el momento de la situación
traumática el sujeto no estuviera preparado, a esto se denomina factor sorpresa.

En el capítulo II de este mismo texto Freud diferencia terror, miedo y angustia


planteando que estos textos se usan equivocadamente como expresiones sinónimas pero
que se las puede distinguir muy bien en su relación con el peligro. Va a explicar que el
miedo es una reacción que se da frente a la presencia de un objeto concreto, es la
reacción frente a la aparición de algo que tiene nombre y que por lo tanto permite tomar
medidas de precaución. El miedo anticipa la aparición del objeto, tiene la función de
evitar el terror pero si súbitamente aparece el objeto la reacción ya no es el miedo sino
que es el terror. Por otro lado, la angustia es el miedo pero con la distinción de que uno
no sabe ante qué, es la espera o expectativa pero sin saber frente a qué, la angustia,
dice Freud, es un estado de espera, un intento de prevención de algo. Uno no puede
ponerle nombre, no puede pensar en un determinado objeto. Teniendo en cuenta el
fenómeno de los sueños que se repetían en las neurosis de guerra, es al sujeto que le
ocurrió una escena que no esperaba al que esta situación se le repite todas las noches
y el mismo sujeto no había tenido angustia porque no había tenido una espera a tal
situación, es así que la condición de la neurosis traumática es la falta de angustia.

Otro de los fenómenos que no se explica desde el principio de placer y que es


una de las razones que lo llevan a Freud a realizar un giro conceptual en su teoría es el
juego del FORT-DA. Lo que cuenta el autor es la historia de la mamá de un niño pequeño,
de aproximadamente año y medio el cual no hablaba sino que apenas producía unos
pocos sonidos, y que ella lo dejaba para realizar determinadas tareas como por ejemplo
ir a trabajar. La madre se quejaba de que su niño arrojaba todos sus objetos, y que al
arrojarlos emitía un sonido OO, esto era interpretado por Freud con la ayuda de su mama
como FORT, lo que en alemán significa se fue. Luego descubre que el juego constaba de
dos partes, el niño jugaba con un carretel, lo arrojaba de manera que desapareciera
dentro de la cuna pronunciando el sonido OO, que significaba FORT con la traducción de
se fue, luego tiraba del piolín y el carretel aparecía, ene se momento el niño pronunciaba
AA, lo que quería decir DA traduciéndolo como acá está. A todo esto Freud lo interpreta
teniendo en cuenta lo que estaba ocurriendo con el niño en ese momento, y era que su
mama estaba comenzando a seguir su propio deseo y por tal motivo lo dejaba algunas
horas al cuidado de otros para salir sola. De esta manera, el juego estaba representando
a la partida de la madre y a su retorno. Pero había un elemento que a Freud le llamaba
la atención, esto es que el niño la mayoría de las veces jugaba a la parte del juego que
estaba asociada a la partida de la madre, es decir que el niño repetía no la parte
agradable del juego sino la parte displacentera.

Lo mismo ocurría en el ámbito del análisis con la transferencia, este es otro de


los obstáculos clínicos con los que Freud se topa y que lo lleva a cuestionar la idea de
un aparato psíquico regido totalmente por el principio de placer. Freud acá plantea que
el sujeto repetía las actuaciones que tenían que ver con su propia historia personal pero
esta vez con el analista, lo interesante que el autor recorta también aquí es que el sujeto
no repite en la transferencia aquellas situaciones placenteras sino al contrario, repite las
peores formas de relación, las peores relaciones. Por lo tanto, el sujeto, también en este
caso, repite lo traumático, lo displacentero.

Otro ejemplo que llevo a Freud al cambio conceptual es el hecho de que mucha
gente se queja de que todo le sale mal, de que siempre fracasa en la vida, que una y
otra vez vuelven a fallar en lo mismo. A esto Freud lo conceptualiza y lo denomina
neurosis de destino. Plantea que el sujeto vuelve y vuelve a repetir aquella situación que
más desea evitar.

Teniendo en cuenta todos estos fenómenos, Freud se pregunta por qué alguien
repite una situación traumática o aquella parte displacentera de alguna determinada
situación, si eso va en contra de la idea de un aparato psíquico conducido por el principio
de placer y descubre lo que en el texto denomina compulsión a la repetición de
situaciones que no traen posibilidad alguna de obtener placer. Dicha compulsión a la
repetición es planteada como más original e independiente del principio de placer. Freud
plantea que a esta compulsión a repetir no se la puede explicar a partir del principio de
placer que hasta entonces gobernaba el aparato psíquico, por eso él se cuestiona desde
donde poder abordarla y en el capítulo IV intentará dar una base teórica a todos estos
ejemplos clínicos tratando de reformular la concepción que tiene del aparato psíquico.

En el capítulo IV comienza entonces a pensar al aparato psíquico como una esfera


que delimita un adentro y un afuera. Piensa al aparato como una vesícula que se altera
a recibir estímulos. La superficie recibe los estímulos del afuera y en ella se ubica al
sistema percepción-conciencia. Freud comienza a pensar a los problemas de esa vesícula
como los de cualquier ser vivo y uno de ellos es el hecho de cómo resistir sin morirse,
de qué manera resistir a los estímulos externos y adaptarse a ellos. La vesícula posee
en su superficie una barrera protectora de estímulos que sirve como filtro, como una
suerte de atenuante frente a los estímulos intramitables para el aparto; esta barrera
logra que los estímulos que llegan al aparato no alteren su funcionamiento normal, es
decir el funcionamiento que está regido por el principio de placer. Ahora bien, cuando la
barrera se rompe ingresan al aparato estímulos que superan la capacidad del mismo
para tramitarlos y esto es denominado por Freud como situación traumática. La forma
que tiene el sujeto de manejar esa situación es por la vía de la repetición. Una repetición
que intente ligar algo de ese exceso, el sujeto repite la situación como intento de
dominarla, de ligar el exceso de energía que ingresó al aparato. El aparato necesita que
la energía esté ligada, es decir que esté engarzada a representaciones, en huellas. El
aparato funciona si la energía puede estar encausada en representaciones, cuando la
energía es desbordante se intenta ligar algo del exceso por medio de la repetición. Por
ejemplo, en el juego del FORT-DA el niño trata de repetir la partida de la madre como
una suerte de intento por ligar algo de lo que para él fue la situación traumática. Cuando
una situación traumática ocurre es más urgente el intento de ligar, de dominar el exceso,
por lo tanto se deja de lado el principio de placer y aparece la compulsión de repetición,
y es por esta razón que se dice que la compulsión a repetir es más original y elementar
que dicho principio.

Sin embargo, todo esto se complica cuando los estímulos no provienen del
exterior sino del interior, esto es cuando se piensa en los estímulos pulsionales. Freud
plantea que la pulsión es el estímulo interno por excelencia y para esto no hay una
barrera protectora, por esto mismo dirá que la pulsión, como estímulo interno, es un
estímulo traumático, ya que funciona como algo que excede la posibilidad de tramitar
por parte del aparato. Por lo tanto, esto modifica todo lo dicho anteriormente, porque
ya no va a ser necesario atravesar una situación accidental externa para pensar en el
trauma. La situación traumática esencial será la de la pulsión, a la que nadie puede
escapar. Así, el trauma ya no es accidental y la concepción de trauma queda redefinida,
ahora la concepción de trauma es la del trauma como inherente al ser humano. De esta
manera el funcionamiento más allá del principio de placer no es exclusivo de quienes
hay sufrido un accidente y por eso precisamente se puede sostener la redefinición de lo
traumático pensado desde el costado interno.

A partir de todo lo expuesto hasta ahora, una de las consecuencias teóricas que
se desprende de la nueva conceptualización del aparato psíquico y de la redefinición del
trauma es redefinir también la clasificación de las pulsiones. En su primer dualismo
pulsional, Freud postulaba las pulsiones de autoconservación y las pulsiones sexuales,
ahora en su segundo dualismo pulsional incluirá a ambas en lo que denomina pulsiones
de vida contraponiéndolas a las pulsiones de muerte. Entonces se puede decir que la
repetición no es infructuosa ya que en ella algo es posible de ser ligado, sin embargo
algo siempre permanece sin poderse ligar. La repetición permite ligar algo de la pulsión
aunque siempre queda algo por fuera, que es imposible de pronunciar o de ser puesto
en palabras. Aquello que no puede ser encauzado, ligado y que queda como energía libre
es a lo que Freud denomina pulsión de muerte y actúa muda, se manifiesta en actitudes
destructivas y se contrapone a la pulsión de vida que es todo aquello que se logra
encausar, ligar y se puede expresar a través, por ejemplo, de sueños o de síntomas.
Esto destrona al principio de placer y pone en duda su universalidad y primacía.

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