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DELA
B andolera
Los bandidos colom bianos m ás famosos
del siglo XX
"Sa^grenegra- . Ch:spa¿ ". “T arzár”. "Desquite”. "Eiraín Goozáaez’.
C ostuSo ". " J a T G .raido . "Los Tiznados” .
CRONICAS DE LA VIDA
BANDOLERA
(Historia de los bandidos colombianos
más famosos del siglo XX)
PLANETA
Colección
DOCUMENTO
ISBN 958-614-245-6
Impreso en Colombia
Printed. in Colombia
Para Angélika y m is hijos
Aimary, Kira y Marvan
"Todavía en nuestros días todo el mundo seguramente teme
encontrarse con unos bandidos;pero en cuanto son víctimas
de castigos, todo el mundo les compadece. Y es porque el
pueblo, tan fino, tan burlón, que ríe con todos los escritos
publicados sin la censura de sus señores, hace su lectura
habitual de los pequeños poemas que cuentan con pasión la
vida de los bandidos más famosos. Lo que hay de heroico en
esas historias maravilla la fib ra artística que vive siempre
en las clases bajas, y, por otra parte, están tan cansados de
las alabanzas oficiales dadas a ciertas personas, que todo lo
que no es oficial en este aspecto va derecho a su corazón".
Introducción ................................................................................. 11
U n narcotraficante condecorado
con la C ruz de Boyacá ................... ........................................... 197
hacía tem blar; y avanzando en nuestro tiem po, el trem endo Angel
M aría C olm enares, cuya audacia estuvo a punto de co b ra r una
victoria suprem a sobre la m uerte.
La Provincia de Vélez se vio sujeta al arbitrio de estos hom
bres y los cam inos se obstruyeron con los residuos de las patrullas
oficiales em peñadas en u n a persecución grotesca e infecunda. El
pueblo los am aba, los tem ía o los auxiliaba; les ofrecía el am paro
y el refugio de sus cabañas y les ayudaba a eludir la persecución
que sólo se aplacó cuando la m uerte descendió sobre sus jefes
hasta entonces invulnerables, que ejercieron su heroísm o fuera de
la ley y, luego, elevaron su recuerdo sobre el pedestal de sus
hazañas. :
E sta circunstancia, unida a los efectos que lo ligaban a la
fam ilia, explican, tal vez, su apasionada adm iración p o r Efraín
G onzález, a quien conoció siendo un niño y quien según asegura
ba, era en estos tiem pos carentes de heroísm o, el único que
sintetizaba las m ás auténticas virtudes de su raza y perpetuaba, en
el tiem po y el espacio, la ciega religión del coraje.
CINCO MIL Y MAS AZOTES
(Las rom ánticas vidas de José del Carmen Tejeiro
y Antonio Jesús A riza)
"Concluida la Guerra de los M il Días — dijo el poeta Virgilio
Salinas— , en la Provincia de Vélez se desató un bandolerismo tan
espantoso que esto parecía la Cueva de A líB a b á o un reducto de la
Italia renacentista. Pero muchos de ellos no son dignos de mención.
Eran meros asesinos o cuatreros y yo para ellos no tengo memoria.
No valen la pena. Yo voy a hablarle de hombres como José del
Carmen Tejeiro y Antonio Jesús Ariza, quienes a lo largo de su
azarosa existencia fueron capaces de suscribir actos de valor, hom
bres que, como dice Borges, obedecían a la ciega religión del coraje.
Para m í eso es lo principal, sean del color que sean. Ya le dije que soy
conservador y como tal he sido godo raso y hasta chulavita, en el
peor de los casos. Es una fatalidad. A l cabo de los años lo he
comprendido. Pero el hecho de ser conservador no me impide ver
claro donde se encuentra el valor y ni reconocerlo en su fo rm a
prístina. Con este preámbulo, sobre el cual quiero que usted haga
hincapié más de una vez, vamos a entrar en materia, siguiendo a
O sorio Lizarazo, pues desde que ocurrieron los episodios han trans
currido m ás de cincuenta años y la memoria, por fiel, tiende a
olvidar los detalles. Cuando sea del caso, haré las correcciones
necesarias. Ya le he dicho que Osorio Lizarazo, cegado por la pasión
liberal, le dio un giro sectario a estas biografías. Manos, pues, a la
obra”.
28 Pedro Claver Téllez
“José del Carmen, a quien yo conocí desde niño, era por ese entonces
un adolescente, tendría diecisiete años, pero ya había adquirido
reputación de pendenciero, bebía aguardiente, jugaba a los dados y
criaba gallos de pelea. Poseía caballo y revólver, nada extaño por
aquí, y dicen, a mí no me consta, que ya conocía la dicha masculina
de tumbar mujeres en el pasto. Y eso„ según después se esclareció,
era lo que andaba haciendo ese día. El mismo me contó que esa tarde
tenía cita con Ana Francisca, una indiecita que trabajaba en lafinca
del mayor Cuevas y esa fue la causa de que andara rondando por
allí”.
Pero no hubo poder humano capaz de disuadir al mayor y una
patrulla de captura, presionada por éste, se presentó en la casa de
don Manuel Tejeiro para detener a José del Carmen. “ Dése preso
—le dijo el capitán Luis Bernal, quien comandaba la patrulla—,.,
tenemos todas las evidencias de que usted es un asaltante” . José
del Carmen, que en ese momento le daba de comer a unos gallos,
reviró. “ Soy inocente, capitán —dijo—. Es verdad que ese día yó
estuve por allí, pero detrás’de una mujer, no de las propiedades
ajenas” . De hada valieron las explicaciones y como el capitán
Bernal insistiera en detenerlo, José del Carmen rogó: “Un mo
mento, me despido de mi madre” . Y mientras don Manuel, su
padre, insistía en que era una equivocación y una arbitrariedad la
que estaban cometiendo, José del Carmen escapó por el solar de
la casa. "Se formó una turbamulta de mil demonios —dice el
poeta—. Había ese día no menos de cien liberales que protestaban y
otros tantos conservadores, amigos del mayor, que pedían a voz en
cuello a la policía que hicieran algo, lo persiguieran, lo detuvieran,
cualquier cosa. Pero la policía estaba como alelada, los civiles se
fueron a las manos, hubo choques violentos, disparos, una confusión
espantosa, casi una asonada. De manera que la patrulla, desespera
da, disparó a la multitud y no menos de diez personas cayeron
mortalmente heridas”. Pero José del Carmen Tejeiro huyó, se
lanzó a campo traviesa sobre las colinas y los valles de Vélez, que
después sería el teatro de sus hazañas, y se convirtió de un
momento a otro, para las autoridades y los conservadores, en un
prófugo, un bandido, un hombre fuera de la ley.
En los días siguientes, patrullas armadas al mando del capi
tán Bernal inspeccionaron todos los sitios de Vélez. Pero las
pesquisas resultaron infructuosas. Antes, por el contrario, susci-
30 Pedro Claver Téllez
nuevo lance, A ntonio Jesús tuvo que m ostrar una vez más el
cruento coraje de los doce años y éste episodio lo convirtió en un
hom bre fuera de la ley, en un prófugo semejante, salvadas las
distancias, a José del Carm en Tejeiro.
‘‘Conviene, desde ya, hacer una advertencia sobre estos dos
jóvenes bandidos— dijo en su m om ento el poeta Salinas— .Tejeiro
robó pero no era ladrón. Ariza mató pero no era un asesino. El
primero se vio compelido a robar para sobrevivir puesto que rio.
podía trabajar. Ariza mató pero en legítima defensa. Es fa m a que en
todos los altercados de su vida, fu e el último en sacar el revólver.
Volveremos sobre él porque hay un momento en que la vida de estos
dos hombres se entrecruza y se ahonda”.
—¿D ónde está Ariza? —preguntó el hom bre que com andaba
la patrulla, un m ayor tam bién de apellido Ariza.
— ¡Aquí estoy!
— ¡Entréguese!
— N o me entrego porque soy inocente y la justicia conserva
dora no tendrá com pasión de mí.
— ¡Entréguese! — repitió el m ayor.
—N o me tendrán vivo! El que de un paso dentro de la casa es
hom bre m uerto.
Y así fue. El m ayor ordenó tom arse la casa y de inm ediato tres
policías cayeron m uertos. Enfurecido, el m ayor ordenó que se
lanzaran todos a la casa de Ariza. Este volvió a disparar y otros
dos hom bres cayeron a l piso m uertos. A riza se replegó hacia el
40 Pedro Claver T é lle z.
justicia de San G il, donde había una cárcel m ucho m ás segura que
la de Vélez. Pero los dam nificados p o r las tropelías del bandido se
abstenían de h ablar, se fingían enferm os o se m archaban de la
ciudad, po r tem or a que cuando este saliera libre se cob rara una
venganza. Y, en esas condiciones, el expediente no m archaba
com o era de esperarse, razón por la cual todo el m undo se dio
cuenta que las inculpaciones de robo y de asesinato que se le
atribuían eran pura invención de la gente y quedaba claro que se
tratab a de un perseguido político más que de un crim inal.
que abrieran fuego sobre él. Así ocurrió. U n agente disparó sobre
Ariza que se refugio detrás de un árbol y desde allí ordenó a sus
hom bres que entraran en acción. M iguel, su herm ano, saltó a su
lado y le entregó un revólver. Y m ientras se cruzaban los prim eros
disparos, A ntonio Jesús com prendió que se le pretendía aplicar la
ley fuga y ju n to con Miguel ganó un lugar adecuado p ara la
defensa. Se replegaron, protegidos por los árboles, hacia la calle
de "L a Cantarrana" que era (y es) algo así com o un hito en la
historia de la población. ("P or allí entraron los Comuneros al
mando de Berbeo, por allí los ejércitos que libraron singulares
combates en la Guerra de los M il Días. ‘La Cantarrana’, callé de
auténticas leyendas, de amor y de sangre, calle digna de un romance
heroico"). Desde allí se defendían los herm anos Ariza. Pero, de
pronto, Miguel fue alcanzado p o r el fuego. Entonces, A ntonio
Jesús se lo echó al hom bro y andando hacia atrás, sin dejar de
disparar, continuó la retirada, protegido p o r el resto de sus
amigos que se habían replegado hacia la m itad de la cuadra. El
com bate enardeció a los civiles. A los conservadores p o r solidari
dad con el alcalde y la policía y a los liberales, que tra ta ro n de
m antenerse neutrales p o r algunos m inutos, por la vileza del p ro
cedim iento y entre todos se trabó el más intenso com bate de que
se tenía noticia en esa población. Pero A ntonio Jesús, aprove
chando el furor con que luchaban sus amigos, ganó la quebrada
de Las Flores, en el extrem ó de la calle y en el punto en que esta se
fundía con el cam ino real, sin ab an d o n ar p a ra n ad a a herm ano
Miguel que perdía m ucha sangre. “ Me m uero, h e rm a n o —le dijo
M iguel— ..D éjam e y escapa. Ya no tengo salvación” . A ntonio
Jesús descargó, p o r unos instantes, el cuerpo de su herm ano
detrás de un barranco p ara protegerlo, cargó de nuevo su arm a y
se disponía a hacer frente hasta el final, cuando sintió el tropel de
caballos y voces alentadoras.
— ¡Téngase, A ntonio Jesús! Aquí estamos!
E ra la cuadrilla. Lleno de júbilo, A ntonio Jesús, al frente de
sus hom bres, inició un violento contraataque que llevó a sus
enemigos hasta las puertas mismas de la alcaldía, donde se refu
giaron, pero dejando el descam pado lleno de cadáveres. El alcal
de escapó, mas no quiso perseguirlo porque la vida de su herm ano
estaba de p o r medió. Y, después de hacerle algunas curaciones, y
viendo que m om entáneam ente no se encontraba en peligró de
48 Pedro Claver Téllez
— ¡Sí! ....... „
El extraño me m iró con júbilo en el rostro.
— ¡Ah, el p a tró n Gonzalo! — exclamó— .Y o trabajé con él por
m uchos años y cargué en mis brazos a sus hijos. Es usted el m ayor ,
¿verdad?
— Sí, tengo dieciocho años.
— ¡Cóm o pasa el tiempo! U sted era un niño de meses cuando
lo tuve en mis brazos. E ra la época buena, cuando m andaba el
partido liberal y esta tierra bendita producía com ida hasta p ara
regalar. P or entonces nadie presentía lo que nos esperaba con el
correr de los años. M e alegra verlo, señor Téllez.
Recuperé mi tranquilidad. A hora, con más calm a, pude apfe-
ciar m ejor el sitio donde nos encontrábam os. Entonces com pren
dí que se tra tab a del rancho cam inero que poseía en A rrayanes mi
tía y que allí había pasado algunas horas en mis anteriores excur-
siones. Me volvió el alm a al cuerpo. ; -
— ¿Con quién tengo el h o n o r de tratar?
Él hom bre no p aró bolas a mi insinuación y anotó:
— ¡Siga m ás,p ara adentro! Venga conversam os.un rato . Va
p a ra San A ntonio, ¿verdad? .... •.
Le dije que sí y me acom odé al lado suyo, aú n de pie.
—N o se im paciente. C uando escampe lo llevaré en ancas
h asta las goteras del pueblo. T ranquilo. M ejor cuéntem e ¿qué es
de la vida d e í p a tró n Gonzalo?
— E stá m uy viejo. Vive en Bogotá con m i m adre y mis herm a
nos. , . . . . ;V
El h om bre suspiró:
— H ace, p o r lo m enos, diez años que no lo veo. N i a su señora
m adre, tam poco. ¿Todos bien de salud?
— ¡S í!— le dije secam ente. ; .n - . «
— ¡G racias á Dios! — prosiguió— . Los que pudieron ab ando
n ar a tiem po esta tierra p a ra irse a Bogotá, están hoy en día bien.
Pero uno p o r aquí...
Crónicas de la vida bandolera 75
Los recortes de prensa de la época, que dan cuenta de actos protagonizados por J a i r G ir a ld a
90 Pedro Claver Téllez
donar a su m ujer y a sus hijos, a los que había dejado una casa y
una finca cafetera, pro d u cto de sus trabajo de veinte años. Dicen
que m ató a un hom bre, pero nunca se lo pudieron com probar y
los fam iliares del m uerto, poseídos p o r la venganza, lo buscaban
para m atarlo. P o r eso y porque E fraín había decidido regresar a la
tierra que lo vio nacer, se vino adelante p a ra asegurar un sitio y
después de m ucho an d ar de un lado para otro, retornó a “El
Recreo”, hacienda que, al parecer, estaba destinada a m antener
los atados p a ra siem pre con lazos indisolubles.
El prim ero en visitarlo fue su com padre, el poeta Virgilio
Salinas, padrino de una de sus hijas, A na Elvia, quien aún ejercía el
cargo de secretario de la A lcaldía en Jesús M aría y había cobrado
fam a de letrado y sabelotodo. El poeta Virgilio Salinas era la
m em oria del pueblo. C onocía, íntim am ente, a la m ayor p a rte de
sus habitantes —sobre to d o a los viejos-^, y había m em orizado
en sesenta años de vida trashum ante, la historia de Jesús M aría,
desde su fundación a finales del siglo X V II. C onstituían su pasión
y su vicio secreto leer y acum ular cuanto libro, folleto o artícu lo d e
prensa se hubiera escrito sobre la Provincia de V élezy, de tanto
repasarlos, sabía de principio a fin capítulos enteros sobre íos m ás
extraños sucesos o docum entados estudios sobre aspectos que no
lograba entender en form a racional. Pero esto poco le im p o rtab a
y, en más de una ocasión, frente a políticos y letrados, ganó
discusiones y .apuestas que hicieron sonrojar a sus adversarios y
acrecentar su fam a de ilustrado. Sus afirm aciones de tipo ideoló
gico eran endebles, confusas y arbitrarias porque echando m ano
de su prodigiosa m em oria las reforzaba con una referencia, u n a
cita o u n a m áxim a que, en vez de arro jar luz sobre el m otivo de
discusión, term inaba p o r crear u n a aureola de im precisión, de
duda, de escepticism o. Su conversación era am pulosa, grandilo
cuente. T enía un diccionario de palabras de su creación o arbitrio,
u n a especie de código cifrado. A lgunas de ellas eran realm ente
castizas, pero pronunciadas a su m odo o ligeram ente deform adas
m ediante la adición o supresión de letras necesarias p a ra su cabal
com prensión. N adie m ejor que él p a ra entablar las relaciones y
efectuar los com prom isos que llevaron a Efraín G onzález a con
vertirse en el jefe de la resistencia contra el bandido liberal Carlos
Bernal y en el em blem a de su raza y su partido en la Provincia de
Vélez.
108 Pedro Claver Téllez
aquí? ¿Esos tres viejos nos dan guerra cinco h oras y nos tum ban
cuatro hom bres? ¿Qué clase de cabrones com ando yo a la h o ra de
la verdad? Sargento Tam ayo, tráigam e esos viejos de inm ediato” .
El sargento Tam ayo no dem oró. El capitán una vez que los
tuvo al frente, preguntó el nom bre a uno de ellos: “ M artín G onzá
lez, servidor” , le respondió. “ ¿Usted tiene un hijo que se llam a
E fraín G onzález?” . Y, el viejo, en tono m anso pero seguro, dijo:
“ Sí, mi capitán. A m ucho h o n o r” . El sargento Tam ayo le hurgó el
estóm ago con el cañón de la m etralleta. “¿D ónde está G onzá
lez?” , le espetó casi en la cara. “ N o sé —dijo el viejo— . N o pasó la
noche en la casa. Lo esperábam os p a ra m adrugar al pueblo” . El
capitán preguntó a la vieja: “ ¿Quién está adentro?” . “ N adie mi
cap itán ” , respondió la vieja, agachada. El capitán tenía los ojos
colorados. Fue preciso que el sargento Tam ayo le dijera, p a ra
calm arlo: “ Se acercan los refuerzos, mi capitán” . Y este echó
u n vistazo en la dirección que le indicaba el sargento. “ Está bien
— ordenó— . Llévenlos bajo el yarum o y am árrenlos hasta nueva
o rd en ” . Y avanzó en sentido contrario a los refuerzos que asom a
b a n en la vuelta del C am ino Real. E ra to d o un escuadrón, al
m ando del teniente H ernández, un hom bre alto y fornido, de
m irada im petuosa, que tenía orden de relevar al capitán. M iró
con desprecio a los viejos y después observó el objetivo: el caserón
estaba en silencio, quieto, en la m añana radiante, con las paredes
llenas de agujeros. “ A hí dentro hay alguien —dijo— . G onzález se
está haciendo el pendejo. Pretende engañam os” . El teniente im
p artió órdenes a su ayuda de cam po y a la suboficialidad. El
subteniente V illarreal asum ió la disposición de los m orteros y se
colocó frente a la operación. T rabajaban con celeridad. M inutos
después, cuando los cañones apuntaban hacia el objetivo, se le
ocurrió al teniente H ernández:
— Echem os a los viejos p o r delante.
El subteniente Villarreal avanzó rum bo al objetivo, detrás de
los viejos, secundado p o r tres suboficiales. A cincuenta m etros del
caserón pidió, a través del m egáfono, que se entregaran. N adie
respondió. Avanzó un poco m ás h asta el patio, en un acto de
tem eridad. A dolfo y M artín continuaban con las m anos en alto.
“ Entregúese, G onzález — gritó el subteniente V illarreal— . D e lo
contrario entrarem os disparando y no responderem os p o r la
116 Pedro Claver Téllez
Í
que en poco tiem po su h azaña se corLVÍrtió__en_Jevenda_v_no
faltaron quienes afirm ar on que tenía pacto con eLdiablo_v_era..un
frenético practicante de la m agia negra. G onzález asum ió los
hechos en form a real, pero no dejó de preocuparlo el haber
desem bocado inesperadam ente en aquel abism o y h asta llegó a
pensar que constituía un sím bolo de su irrem ediable destino.
T raum atizado p o r todos estos acontecim ientos, G onzález de
cidió a b a n d o n ar la vida que llevaba y hacerse m onje. N o un
monje com ún y corriente, sino un m onje a la fuerza, pues no
reunía las condiciones necesarias p ara ab ra z a rla s órdenes religio
sas. VPárece insólito pero en el fo ndo era un sacerd o teT rústiado.
Aprerídió a conocer, siendo niño, las cosas santas en la Basílica de
C hiquinquirá, donde, cada año, p o r época de la fiesta de su
p atrona, su m adre lo alzaba para que pudiera to car con sus
m anos las figuras de cera colocadas en el altar. D ondequiera que
veía un sacerdote se p o strab a a sus pies y le pedía la bendición.
Cuentan que tuvo por amigo un cura, cuyo recuerdo siempre vene
ró, que le enseñó a hablar con los pájaros y demás animales del cam
po. González ejerció, efectivamente, un inexplicable dominio sobre
los animales toda su vida. Fue, por lo demás, uno de los pocos niños
del vecindario de Jesús M aría que po r Semana Santa vio volar palo
mas que se convertían en ángeles o sapos con corbatín saltar entre
las hortalizas. Su deseo de en trar en un sem inario se vio frustrado,
no obstante, p o r falta de recursos económ icos y porque, puestos a
escudriñar el pasado y el presente de su fam ilia, encontraron que
varios de sus parientes llevaron u n a vida disipada y practicaban
extraños ritos que atribuyeron a m agia y brujería. Lo cierto es que
G onzález guardó un profundo rencor a su tío E m ilio, a quien
atribuía buena parte de su fracaso y de quien al cabo se vengór
ab andonándolo a su suerte, cuando estuvo a p u n to dé caer en una
celada tendida p o r el ejército en cercanías de C hiquinquirá.
C on el tiem po G onzález llevó h asta el fetichism o y j a idolatría
su afición p o r las cosas sagradas. Poseyó un variado surtido de
libros, escapularios, estam pas y m edallas de los santos de su
devqción que conservó h asta el m om ento de su m uerte.. Pocas
Como recompensa al particular o particulare
que entreguen o faciliten la captura de
T E O F IL O R O JAS
A CHISPAS-
f e ' m n i a c h m ríe Caldas $ 50.0(1;
Tnanúri m>T'l oh nía > 50.000
TOTAL $ 80.000
Y a quienes entreguen o faciliten la. captará de
TEOFILO ROJAS
'(‘sohf-rna.iM.oi tic Oiltírts ! sEO.m)íi
(a. Chispas)
por los largos y fríos pasillos, la mayor parte del día. La vida era
dura y llena de privaciones. Continuaban las viejas tradiciones de
penitencia y mortificación, pero acostumbrado como estaba a
dormir a la intemperie, a pasar hambre y sed, el cambio no
significó un sacrificio.
Se levantaba al alba, hacía oración, desayunaba parcamente y
después se dedicaba al estudio de textos sagrados y a leer la
historia de la comunidad. En las noches, se reunían alrededor de
una larga y desmantelada mesa para pasar un rato de esparcimien
to y consumir la mejor comida del día. Se contaban entonces las
más diversas historias, leyendas y consejas. No faltó quien dijera
que por aquellos desolados parajes vagaban desde tiempos inme-r
moríales ángeles de apariencia juvenil, sostenidos en largos caya
dos y que se escuchaban las voces pacientes y doctas de eremitas
llenos de sabiduría y santidad. Los malignos, por su parte, en
figura de animales, erraban en torno a los solitarios para distraer
los de sus rezos y meditaciones e inducirlos al pecado. No vacila
ron éstos en tomar la forma de bellas y rozagantes campesinas que
se acostaban al paso de los eremitas. Aseguraban, también, que
sobre las arenas rutilantes del Gachaneca —río que atraviesa la
región— aparecían copiados en la mañana los pasos de sátiros
afrentosos que en las noches se entregaban a desenfrenos y orgías
con las bacantes lujuriosas del trópico. La Candelaria era, según
los monjes, un campo de batalla donde las fuerzas del bien y del
mal libraban singulares combates. Era el mundo. Y ellos estaban
allí para lavar con sus sacrificios y meditaciones los pecados de la
humanidad.
No tardó Juanito en abandonar el encierro y salir por los
alrededores para conocer y servir a las gentes. Por los intrincados
caminos de Ráquira, Tinjacá, Sutamarchán y Villa de Leyva, lo
vieron pasar muchas veces, ausente y pensativo, tratando de
socorrer oportunamente a los necesitados. Alguien escribió que
"asistió a los enfermos, les llevó medicinas y hasta les aplicó
inyecciones que prescribían los facultativos, con el más edificante
espíritu de sencillez y candor”. Por la noche regresaba, comía
muy poco y después de la oración se refugiaba en su celda, donde
se flagelaba y torturaba hasta el desmayo.
í Mientras tanto- los periódicos y las autoridades especulaban
sobre su paradero. Le atribuían asaltos que no cometió y publica-
126 Pedro Claver Téllez
lesionado del ataque, razón por la cual había remido a sus hombres
para instruirlos. Y después de anunciarles que estaba mal herido,
completamente perdido porque buscar ayuda médica en un hospital
era caer en manos del Ejército, sacó un arma y se disparó un tiro en
la sien que le causó la muerte instantánea. Sin embargo, nadie vio el
cadáver del bandido ni se sabe dónde haya sido sepultado”.
bien con su más notorio distintivo físico y porque dicen que las
orejas, en esas proporciones, son orejas de sordo, cosa que no
ocurría con José W illiam Angel A ranguren de quien dicen poseía
la facultad de percibir el más mínimo ruido por distante que fuera
y arrancar, com o nadie, los más bellos arpegios a una guitarra.
“La gata" no sólo era el terror de los cafetales sino el rey del
ham pa (era el menos politizado de los bandoleros y, por supuesto,
el más inclinado a la delincuencia com ún) que entonces, debido al
intenso trajín de orden público, no era tan perseguida por la ley.
Esto le perm itía una gran ventaja. Sus especialidades eran el
asalto y el atraco a m ano arm ada. R obaban lo que se les presen
taba. Y entre sus habilidades figuraban la capacidad de riesgo y
astucia p ara asaltar cam iones de transporte de carga y buses
llenos de pasajeros. Pero fue po r esa época, 1957, que les dio po r
asaltar un extraño vehículo donde se m ovilizaba el pagador de la
C om pañía C olom biana de T abaco, en jurisdicción de El G uam o,
atraco en el que figuraba José W illiam Angel A ranguren, en ese
entonces apodado “E l Orejón”, y siete com pañeros de la misma
cuadrilla. D urante el asalto se presentó u n a grave encrucijada. El
pagador de C oltabaco, viendo la oportunidad, sacó su arm a de
dotación p ara defender la rem esa de dinero y fue herido de varios
disparos. Los disparos atrajeron la atención de m ucha gente y los
ham pones tuvieron que escapar apenas con una parte del botín.
Fueron perseguidos rápidam ente en autom óvil y se les cortó el
cam ino de la fuga. Los ocho ham pones fueron detenidos, sin
oponer resistencia, y conducidos de inm ediato a la cárcel de
Ibagué.
Un mes después, Angel A ranguren, alias “El orejón’’, fue
trasladado a la Penitenciaría C entral de La Picota, en Bogotá,
condenado a pagar dos años y medio de cárcel por asociación
p a ra delinquir, asalto a m ano arm ada y heridas de gravedad al
p agador del C oltabaco. La vida de la cárcel en La Picota no fue
tan d u ra y ab u rridora com o esperaba. En la cárcel conoció el
valor de las ideas y la im portancia de la lectura. C ayó en sus
m anos u n libro im portantísim o p ara un hom bre en su situación,
“ Las guerrillas del L lano” , de E duardo F ranco Isaza, y varios
ejem plares de revistas con discursos de Jorge Eliécer G aitán, cuyo
retrato presidía un espacio en la pared de la celda. Angel A rangu
ren se politizó p o r la sencilla razón de que las cárceles estaban
160 Pedro Claver Téllez
—Si sos tan verraco, com o dices, te voy a encom endar una
m isión — le propuso “Chispas”—•. U sted y otros dos van a hacer
un trabajito p o r mi cuenta. Necesito dinero.
L a orden fue breve, severa, term inante. Los tres debían tom ar
un vehículo h asta Lá L ínea, esconderse entre el m onte, esperar
que pasara el bus de las once, asaltarlo y ro b ar a los pasajeros el
dinero y las joyas.
—C on una condición —anotó " Chispas"— . N o quiero muertos.
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tropa esperó inútilm ente su regreso. “ C laro que tiene que estar
ayudado p o r el diablo” , afirm ó después un agente de la policía.
—N o olvides m i encargo.
— ¡Qué se me va a olvidar!
"Desquite” salió al cam ino real. Segundos después se topó
con el cam pesino del transistor y allí sostuvo el diálogo que
transcribíam os al comienzo de este relato. ¿Qué pasó con el
cam pesino? Lo que tenía que pasar...
P or el cam ino cayó en cuenta que había hecho trato con el
peligroso bandolero José W illiam Angel A ranguren, alias “Des
quite” y que p o r éste ofrecían una cuantiosa suma. B astaba sólo
con “ so p lar” dónde se encontraba para hacerse m erecedor a la
recom pensa. El cam pesino, cuyo nom bre nunca se conoció, po r
obvias razones, desechó cualquier o tra preocupación, inclusive
las de tipo sentim ental, y se fue derechito al cuartel de la Policía de
Venadillo. Poco tiem po más tarde, a la cabeza de una patrulla,
sirvió de guía, recontando los pasos, sobre el refugio de “Desqui
t e Lo encontraron dorm ido, p orque “Desquite”, agotado por el
ham bre y m uchas noches de insom nio y de parranda, se había
tendido bajo el yarum o y se durm ió com o un niño. E staba recos
tado contra el yarum o, con el som brero echado sobre los ojos.
Serían las tres de la tarde cuando lo despertó el bullicio de la tro p a
que lo tenía rodeado. D espués oyó que le gritaban a través del
megáfono:
— ¡Ríndase! ¡Está rodeado!
“Desquite” se levantó el som brero lentam ente y vio que un
civil, el hom bre del transistor, lo señalaba diciendo:
— ¡Es él, sí, es él!
Entonces se puso de pie y subió las m anos com o se lo exigían a
través del m egáfono. Se quedó viendo, estupefacto, al cam pesino,
m ientras parpadeaba, com o si estuviera recordando una pesadilla
y apenas atinó a decir:
—¿Y el transistor? ¿Y las pilas que le encargué?
U na descarga cerrada fue la respuesta. H oras después, ese
mism o día, cayó la tro p a sobre El Ensenillo y allí sorprendió a
“Veneno” y a M auna. Los dos fueron dados de baja al o poner
resistencia. H oras más tarde, un soldado m ató, cuando escapaba,
al últim o de los com pinches, “Peligro”.
196 Pedro Claver Téllez
La vida cam bió entonces p o r com pleto para él. Iba y venía
entre M iam i y A rm enia con mucha regularidad. Se hizo conocido
a lo largo del itinerario y todo parecía indicar que las cosas
m archaban a las mil m aravillas. Y, efectivamente, le iba bien. El
negocio fue estupendo y producía dividendos redondos que iba
invertiendo en A rm enia. A grandó la casa fam iliar y m ontó un
negocio de pinturas, artículos decorativos y electrodom ésticos.
U n día tuvo una nueva sorpresa. Su libro en inglés había sido
leído p o r la Interpolóla cual estaba interesada en co n tratar sus
servicios. N o lo pensó dos veces y se lanzó a la nueva aventura que
le deparaba la vida.
Inicialm ente Buitrago Salazar cum plió entrenam ientos de ri
gor y una severa instrucción. La Interpol estaba interesada en
colocar un hom bre com o él en el corazón m ism o del entram ado
de la m afia en Am érica Latina. Y el epicentro era Bolivia. Fue
destacado a La Paz y allí debió conocer m uchas cosas que le
abrieron los ojos.
En Bolivia oyó h ablar de R oberto Suárez G óm ez (el fam oso
RSG), poderoso capo de la mafia internacional. Se adentró en el
conocimiento; de su organización y oyó hablar de su am bición de
dinero y poder. Supo que tenía don de m ando y que nunca se
había dejado caer en la tram pa. Que m anejaba su organización al
dedillo y se daba el lujo de com prom eter en su apetito desaforado
de poder a las fuerzas militares. Suárez G óm ez poseía una flotilla
de aviones, helicópteros y avionetas y suficientes misiles para
am edrentar a cualquiera. Se le habían m edido m uchos agentes
secretos y fuerzas del orden, saliendo com pletam ente derrotados.
El día que el cronista lo conoció, en A rm enia, gozaba de un
permiso no rem unerado y se había colocado al frente de los
negocios que crecían con los días. Patrocinaba en ese entonces
varios equipos de fútbol, ciclismo y basquetbol. E ra un hom bre
realm ente popular, salía a la calle; sobreprotegido y se m ovía y
actuaba de una m anera enigmática. C om partim os varias horas de
diálogo en su oficina, en la parte posterior del alm acén de pintu
ras, donde tenía todo a la m ano y acostum braba pasar largo
tiem po en retiro y m editación. Buitrago Salazar estaba escribien
do el segundo tom o de sus m em orias y grababa en un inmenso
aparato algunos de los episodios que después trasladaba al papel.
206 Pedro Claver Téllez
1. Buitrago Salazar fue encarcelado meses después. Desde entonces rio sé qué
será dé su vida,.
ITINERARIO DE LA
MUERTE TIZNADA
(P anoram a de la guerra sucia en el M agdalena M edio)
Santa H elena del O pón es uno de los m unicipios m ás jóvenes
de Santander, entre los que dan la cara al M agdalena M edio. N o
está em plazado en un área adyacente al río, ni depende de éste
cóm o arteria fluvial. P o r el c ontrarió, su superficie está com pren
dida p o r suelos de lad era aptos p ara una gran variedad de culti
vos y de pastos y sé com unica m ás fácilm ente con la zona meri
dional del país. E ra tina región predom inántem ente boscosa,
pero las sucesivas oleadas colonizadoras fueron arrasando los
m ontes y hoy en día son tierras de rendim iento decreciente.
Buena parte de sus habitantes son colonos con títulos de propie
dad p o r cerca de cincuenta a ñ o s, inicialm ente dedicados a la
agricultura pero que, a través de los años, debido al rendim iento
decreciente de la tierra y a la falta de vías de com unicación
secundarias que facilitaran la venta de sus productos, se convir
tieron en ganaderos, única actividad m edianam ente productiva.
Esto en casos excepcionales p orque lo que ocurrió allí con la
tenencia de la tierra explica el conflicto social y las crudas etapas
de violencia de los últim os quince a ñ o s. ,
Otro anotó:
—Trabajamos al mando de los Barrera y los Murcia. Y por
ese hecho los Castellanos, los Espitia y la totalidad de los plante-
ros nos sindican de delitos que no hemos cometido.
—Venimos especialmente a entregarles este documento don
de están señalados los delitos cometidos por ellos contra nuestros
amigos y seguidores. Tienen una banda de guaqueros asesinos a
sueldo. ¿Entiende?
El hombre me mostró los colmillos y la caverna de su boca en
medio de ia sombra.
—¿Por qué lleva armas? —le pregunté.
El hombre sonrió con bríos. Soltó una carcajada maliciosa.
—Sin armas por aquí se lo comen a uno vivo y uno tiene que
defender la vida. Es lo único que tenemos. Pero bueno, eso es
todo, sólo queríamos entregarles ese papelito. Hasta luego y
buena suerte.
—¿A dónde van?
—Por allá abajo, a guaquiar —y señaló en dirección a La
Culebrera.
Estoy seguro que, por lo menos, durante cinco minutos ha
bíamos tenido al frente al famoso “Colmillo” y parte de su gente.
Oscureció del todo y caminamos de nuevo hacia el campamento.
Cuando nos íbamos a acostar escuchamos varias explosiones y
disparos aislados por los lados de la mina. Cuando preguntamos
al ingeniero Soto de qué se trataba, dijo:
—Son los guaqueros que vienen a sepultarse entre los socavo
nes. Esta es la hora en que aprovechan el trabajo que nosotros
explotamos en el día. Parecen micos escalando estos precipicios y
topos que se sepultan entre los socavones. Esto es cosa de nunca
acabar.
—Pero escucho también disparos aislados.
—Claro —dijo el ingeniero—, no hay otra manera de correr
los. Sólo a plomo se arreglan estas cosas por aquí. Esto, como le
digo, es cosa de nunca acabar.