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LA MAGIA Y EL SIGNIFICADO DE LA

PALABRA AMOR-AYUN EN LA LENGUA MAPUCHE

“Verdades Mapuches de alta magia para reencantar La Tierra de Chile”


Ziley Mora Penroz.
Ed. Kushe.

En la mayoría de las civilizaciones antiguas, y en las grandes culturas indígenas


precolombinas quedaron vestigios de un conocimiento superior que englobaba las leyes
fundamentales de la patria celeste de donde “bajaron” los hombres. Y esta “comunicación
estelar” quedó condensada en unos cuantos sonidos, en algunas “palabras de poder” que
evocan aún el vislumbre de una pasada grandeza. Y ayün, “amor”, es una típica palabra de
aquellas que podríamos designar como “palabras-universo”. Pues se da el caso, en
vocablos de nuestros ancestrales idiomas precolombinos así como en el alba de nuestras
viejas lenguas grecolatinas e indoeuropeas, de palabras que encierran nociones de tal
profundidad y amplitud que a la postre sus abigarrados y fecundos significados terminan por
coincidir con los límites de los vastos conceptos del todo universal. Pareciera ser que el
verdadero castigo a la humanidad, la sanción divina más trágica que se haya merecido el
hombre, fue aquella que se produjo en el instante en que un hombre, un espíritu encarnado,
repitió mecánicamente un sonido señalando con él una cosa a modo de un código arbitrario,
olvidándose de sí mismo y cegándose a la luz que emanaba de ese sonido mágico
articulado por una lengua humana. Cuando la palabra dejó de ser transparente a las infinitas
resonancias del mundo interno y a las infinitas comprensiones del cosmos, venidas “de
golpe” a la conciencia en el instante de enunciarlas, allí acaeció el degeneramiento de la
especie humana, allí se produjo el pecado original, y la confusión de Babel. Cuando se
perdió el habla consciente allí dejó de ser poderoso y creador el Verbo y allí el hombre
retrocedió un grado en su categoría evolutiva tornándose indigno de su nombre.

Todas las palabras y los significados que estructuran las nociones y conceptos de la lengua
mapuche surgen vinculados a los más sugestivos elementos de la Naturaleza e
“inesperadamente” asociados a realidades muy vívidas y concretas. En verdad, hablar en
mapudungún con relativa conciencia del significado, es hacer hablar a la sinfonía de los
elementos del agua, de la tierra, del cielo, del fuego, y es hacer hablar e intervenir en la
punta de la lengua todas las realidades del mundo intrapsíquico de los hablantes. Por lo
tanto, pronunciar una palabra indígena equivale a poner a danzar todas las cosas: todo
sonido articulado es una energía invocadora de movimiento, cuyas ondas centrífugas
terminarían por afectar hasta los bordes más lejanos del universo. Con mayor razón esto
ocurre si se trata de la palabra ayün (o aiñ): “amor”.

Digamos, en primer lugar, que el término ayün en mapudungún no tiene sinónimos al modo
como en el castellano le asignamos al amor, intercambiándolo por otros términos, como
“afecto”, “querer”, “aprecio”. Aquí amor - ayün - es exactamente lo que significa: amor (ya
veremos que es) y no otra cosa parecida, porque si es parecida tiene otro nombre no
intercambiable como sinónimo. Al respecto conviene citar la opinión autorizada del poeta
mapuche y profesor de mapudungún, Leonel Lienlaf, que nos sirva para recordar que si
estamos hablando del amor nos estamos refiriendo al “amor” y no a algo distinto:

“El mapudungún no necesita de sinónimos porque cada palabra es un mundo, cada palabra
es en sí misma un poema. Los sinónimos se han hecho para matar el idioma. Y con la

1
explicación (que hacen todos los sinónimos) no se entiende: no se puede entender con
explicaciones. El idioma puede ser más rico con más palabras pero no con más sinónimos”. 1

Por lo tanto, aquí no se explicará el significado de la palabra amor según la lengua


mapuche, porque si la explicásemos, estaríamos explicando algo muy distinto y sin la más
mínima capacidad de entendimiento de lo que estamos afirmando. Aquí sólo mostraremos
las raíces, las finas conexiones que un vocablo tiene con otros, sus afinidades mutuas, otras
pistas insinuantes, que nos van a ir revelando el sentido perdido que concurrió
ancestralmente en el nacimiento de la palabra.

Ayün o aiñ encierra tres nociones básicas en su raíz. Significa “belleza”, “un tipo especial de
luz”, y “transparencia”.

Está directamente entroncada con su matriz, el vocablo aywon (también ayon) que significa
a su vez “nacimiento de la luz” o, literalmente, “luz que mira” (el amor sería una clarividencia
lúcida y no un enceguecimiento pasional). También aywon, raíz directa de ayün, se traduce
en algunas zonas de la Araucanía, como “amanecida”, “sol naciente” y en otras, con esta
palabra se designa la cualidad transparente del vidrio y los cristales y, muy particularmente,
la superficie de los espejos. Sería el tipo de luz que se espejea en las aguas transparentes y
que tiene la virtud de devolver la imagen. Nótese, por tanto las primeras firmes y claras
estructuras que van a ir configurando la perdida noción de “amor”. Nos referimos a los
elementos implícitos subyacentes a estas viejas palabras del hombre americano. El amor
sería una forma de iluminación solar, una suerte de amanecida para el espíritu, una especie
de recuperación de la aurora interna, un estado de renacimiento esperanzador (como lo es
toda madrugada) en donde la claridad de las certezas traspasan la realidad y hacen
transparente la opacidad artificial de las cosas. El que ama, aquel que se ha enamorado, es
decir, aquel que ha dejado amanecer su sol interno despejando las sombras de su noche, ve
en el otro, y en las otras cosas, la maravilla de sus propias luces irradiantes, así como la
clara verdad de sí mismo vista y puesta delante de sí. Es aquel que contempla y aprende de
su propia naturaleza al verla espejeada en las superficies de los otros, que no hacen otra
cosa que hablarle de sí mismo para ubicarlo en el correcto lugar en su afán de perfección.
Además tal estado de auto observación a través del “sentimiento espejo”, conducirían al
amante a la total apertura, a una humilde sinceridad interna, a un estado de total
transparencia. Y esta transparencia lo moverá desde adentro a una verdadera entrega.
Finalmente tal entrega lo tornaría compacto e indestructible como el cristal. Porque ¿qué se
le podría arrebatar o matar a la esencia de un cristal aliado al poder del sol naciente?

Otra forma de ahondar en la entraña del significado, otra alternativa de iluminar la


comprensión de esta palabra prodigiosa, es optar e intentar esclarecer la noción opuesta
que niega lo que afirma como amor.

En mapudungún la negación del amor, el enunciado “no (hay) amor”, no (te) amo”, “no tengo
amor (para ti)” se transcribe como ñelay ayún.

Literalmente significa “murieron mis ojos para la visión de tu luz” siendo ésta una traducción
etimológica y no poética, pues ñe (o nge) es “ojo” y “lay (del verbo lan) “muerte”. Digamos
de paso que otro rasgo más que notable en esta lengua y cultura precolombina, es la
ausencia de la negación, la inexistencia del “no” en el abundante y preciso léxico mapuche.

1
Comunicación personal al autor, explicación entregada como observación a una clase de mapudungún
verificada en Temuco el 23 de octubre de 1969.
2
Subyace en este antecedente la noción del “todo puede ser posible”, dado que ni siquiera a
nivel del lenguaje se contempla o se concibe la negación de algo.

Todo tendría, en la base, un arranque optimista; hasta los mitos más deslumbrantes y
aparentemente inverosímiles aparecen así transidos de posibilidad real y de afirmatividad.
Piénsese, por ejemplo, en un niño que jamás escuchó un “no” de la boca de sus padres o un
“imposible”: jamás podría cuajar en él la duda que no fuera posible alcanzar la altura y
luminosidad de la Vía Láctea si él obedece la dura escuela del honor guerrero.

Porque en sus oídos, siempre llenos de may (“si”), el Gran Río de Estrellas son los fuegos
que encienden el amor incandescente del más grande y arcaico héroe de la raza. Ñelay
ayün, por otro lado, ni siquiera afirma “tengo muerta mi mirada a la perfección de la luz” o a
la “visión del amor y la belleza”, sino que simplemente deja la constancia que “(por ahora)
mis ojos están dormidos a la revelación de la luz”, pudiendo éstos, en un momento futuro,
dejar de estarlo, dado que dormirse puede ser un estado pasajero y temporal de la
conciencia. (Al respecto, piénsese en esta otra gran avenida de sabiduría que deviene
traducir la negación mapuche, el ñelay, como “dormir”, “inconsciencia”, “pérdida del alerta
vigílico”. El sueño es la imagen de la muerte, el dormir es una especie de “pequeña
muerte”).

En consecuencia, la forma más estrictamente literal para traducir la “tragedia espiritual y


afectiva de haber perdido o no tener amor y asumir en el lenguaje “yo no te amo” , no hay ya
más amor para ti” es, según las raíces señaladas: “mis ojos se durmieron (sufren el trance
pasivo de la muerte) para la visión de tu luz transparente”. Es tan profunda, honesta y
conmovedora esta fórmula que, si alguien, con plena conciencia de lo que afirma, luego de
enunciarla y en el instante de afirmarla, podría ya estar desdiciéndose y comenzaría ipso
facto a recuperar la misma capacidad de amor que dice haber perdido.

Porque el ñelay ayün, el morirse de sus ojos a la belleza luminosa que irradian todos los
seres, vulneraría a quien la dice, le llegaría como una autocrítica fría y dura, sería el latigazo
violento de una falsa impostura frente a lo real, le volvería el rostro como una molesta
sensación de no estar en sintonía con la verdad del universo; pues todos los seres del
cosmos brillan, irradian un tipo de luz; es decir, son “amables”. Todas las cosas son dignas
de amor al momento que ellas existen, y su ser último no es nada más que una forma de
condensación de energía radiante.

Dejamos constancia de la ausencia del “no” en la cultura mapuche. Por lo tanto, no podría
haber algo opuesto absolutamente a la realidad del amor. Es inconcebible pensar en un
antónimo, en un término opuesto al amor. Porque por más lejano a él, será siempre una
diferencia de grado pero no de naturaleza la distancia existente entre - por ejemplo - “amor”
y “odio”, entre “amor”: ayün y “no amor”: ñelay ayün.

Esta particularidad quedará claramente de manifiesto al revisar, el también enormemente


sugestivo y enriquecedor sentido de la semántica arcaica del término compuesto en
mapudungún, “ayiwiyengu”, que se deriva de ayün es, según su sentido literal, “se han
desprendido los dos de sí mismos”: ambos amantes - teniéndose y viéndose ante la luz
mutua que reflejan y espejean sus rostros - “se han quitado los egos y son uno”.

3
Según precisión de un especialista indígena en la lengua 2, la expresión indica que los
enamorados logran la unidad, configuran un nuevo ente, se quieren “independiente de sus
personalidades” que han quedado abandonadas para hacer posible ese milagro de la
unidad de dos esencias. Este elevado concepto del amor de pareja se ve mejor perfilado aun
revisando la noción opuesta y contraria al ayiwiyengu, noción que no es su antónimo como
ya hemos dicho, sino un tipo de amor degradado, ubicado en un nivel más abajo de calidad
y de “frecuencia vibratoria”. Se trata de la voz güllkun que tiene tres sugestivas posibilidades
de traducción literal: “amar (me) mucho a mi mismo”, “abarcarse mucho”, “abarcarme (yo)
más” y “enojarse”: porque “amo” me “enojo”. Es decir, estamos frente al típico y conocido
concepto de “amor occidental” que incluye los niveles emocionales y primarios de la
posesión, el egoísmo y los celos.

En el gülkun mapuche, a diferencia del ayün, se observa la típica falta de libertad y


grandeza interna para permitirle ser al amado (a), y el desvío del impulso amatorio que es
salida de sí mismo, donación “hacia afuera”, trocado en vuelta viciosa al propio ego: al haber
saturación dentro de un yo egoísta, al no existir “salida” se pierde la capacidad de recibir, no
dejándose espacios para ser “llenados”. Y allí todo movimiento de naturaleza irradiante se
torna lento, denso y gravemente oscuro.

Por eso gülkun no tiene ningún parentesco, ni fonético ni fonológico, con la transparente voz
ayün, dado que las nociones “luz de amanecida” y “belleza” están muy distantes de la
hipertrofia de opacidad de un ser que “engulle” y no genera energía, y, como decía el ya
citado especialista en mapudungún, el poeta Lienlaf; “ayün, en cambio, es hacerse más
chico”. Vale decir, mientras más despojados los amantes de sus corazas succionadoras,
mientras más desprendidos de sus seguridades externas y mezquinas, mientras más
pequeñas sus personalidades socializadas y condicionadas, mayor posibilidad de
generación de brillo, transparencia y crecimiento del foco interno y esencial del inche, el yo.

Diferencias de intensidad amatoria o de calidad en el amor es lo que existe, por lo tanto, en


los respectivos vocablos mapuches. No hay realidades de naturaleza opuesta y diversa
como las que se infieren espontáneamente en nuestra cultura entre “amor y odio”. El “odio”,
para el lenguaje y cultura mapuche, no es nada más que un punto alejado, o un polo
distante del mismo y único fenómeno de generación de luz, algo así como la diferencia entre
el ultravioleta y el infrarojo dada al interior de un mismo espectro de energía vibratoria. Es lo
que también ocurre con aywün, “sombra corporal”, íntimamente emparentada con aywon
“nacimiento de la luz”, “luz que mira”, raíz de nuestro ayün.

La “sombra del cuerpo” -ayün- es el primer peldaño para que un hombre ascienda y se
convierta, al final de sus existencias, en la “luz del espíritu”, ayün. Queda más nítido el
sentido de esta idea al revisar la palabra mapuche que ha devenido en “ocio”: güden. Güden
se descompone en gü “temor”, “miedo”, y en den, sufijo del vocablo küden, “hacer luz”; de
donde se infiere entonces un significado literal para güden: “temor a la luz”, es decir, una
forma de “ser sombra”. Y esto sería “odio” en mapudungún: una resistencia a producir luz,
una especie de “agujero negro” del alma que succiona y sepulta los rayos luminosos de sí
misma y de otras estrellas cercanas.

Pero lo más probable es que tal “hoyo negro” refractario a la luz no sea más que una etapa
-la última- antes que se convierta el sol en supernova, antes que “reviente” en luz y vuelva al
2
El escritor mapuche Leonel Lienlaf, profesor de mapudungún y autor de la obra: “Se ha despertado el ave de
mi corazón”, Ed. Universitaria, 1989.

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pick de su intensidad luminosa. ¿Qué estamos afirmando?. No otra cosa que además de un
desentrañar el perfil secreto y místico del concepto “amor” en la lengua mapuche, hemos
puesto de relieve una conclusión no pretendida al inicio del capítulo: una palabra también
nos ha puesto nada menos que en el nervio del concepto de Naturaleza de la cultura y
cosmovisión mapuche. La Naturaleza, para esta prodigiosa raza del viejo Chile, no es el
dialéctico mundo de Bien o Mal, de Dios y hombre, de espíritu y materia; no es el maniqueo
y dicotómico mundo de las oposiciones irreconciliables entre belleza y fealdad, entre
masculino y femenino, entre ángeles y demonios, entre piedras sordas y águilas de oro. No,
la Naturaleza es un sólo gran útero más allá de lo sagrado y lo profano, donde se incuban
transformaciones y germinaciones que son procesos, aspectos y momentos, aparentemente
diversos, pero idénticos y necesarios en su base única, como único es el substrato en que
se nutre el “amor” (ayün) y el “odio” (güden).

Adviértase, finalmente, que el significado vasto, profundo y pleno de la voz ayün, contrasta
con la pobreza semántica que nosotros, occidentales contemporáneos, damos a la trajinada
palabra “amor”. Hoy este vocablo no pasa más allá de ser definido como “sentimiento noble”
en una de sus mejores acepciones. Pero en términos comunes y frívolos, el amor hoy es un
producto afectivo de ciertos calculados aportes personales dados en transacción, dejando
constancia que amor, las más de las veces, se entiende como “hacer el amor”, es decir, un
intercambio hormonal a nivel de cuerpos y glándulas.

El mundo indígena mapuche del sur de Chile, en contraste, nos enseña que el amor dice
relación más bien con las cumbres iluminadas del espíritu que con el mero instinto químico
de los cuerpos, más con la pasión de ser y crecer “hacia el sol naciente” que un puro
sentimiento del corazón o una pura convulsión hormonal del sexo. Por supuesto, que esto
último también lo asume el concepto ayün, toda vez que las alas del espíritu surgen desde el
fuego de la carne y de la sangre, pero como un comienzo -unir los cuerpos es un instinto
hermoso pero fácil- no como la esencia final y última del amor donde el trabajo de “hacerse
luz” es lo difícil y lo sublime.

Por último, el ayün mapuche nos prepara para comprender la maravilla final y también
olvidada de nuestra voz amor, nos despierta para recuperar la magia perdida de nuestra
propia palabra grecolatina. Amor, según una tradicional etimología europea, significa “lo que
no conoce la muerte” (del prefijo “a”, “sin” y de la palabra latina mors: “muerte”). Por lo tanto,
el amar a alguien, el amar una verdad, una causa, una tierra, un ideal, es la ocasión por la
cual el espíritu puede iluminarse y ser capaz de vencer el agujero negro de la muerte. Y si
no es así, si no alcanzamos a entender esta conexión con nuestro lenguaje, que la
comprensión del ayün mapuche, al menos nos deja el hábito fugaz de una posibilidad
intemporal de amor a la belleza.

Anexo 1
En relación al contenido de este texto, le solicité a la Profesora María Isabel Lara (Poetiza
mapuche, Profesora de Ed. Básica con mención en Lenguaje, Máster en Didáctica de la
5
Lengua, Doctora en Ciencias de la Educación), que me diese su opinión. Reescribo su
respuesta dado lo interesante de su aporte.

“María, hace ya algunos años que trabajé este texto con alumnos de Tercero Medio
(Filosofía) junto al “Arte de Amar” de Erich Fromm. Ahora que estoy nuevamente haciendo
clases a un Tercero Medio pensé hacer lo mismo, mas cuando lo estaba preparando me
quedó la duda si este texto representa tal cual lo que dice.

Por ello, antes de realizar cualquier trabajo quisiera pedir tu opinión.

Saludos,

Rafael Mascayano M.”

“Hola, me da mucha alegría recibir su mensaje. Muy emotivo el documento, no lo conocía y


sin duda me da pasos para escribir. Las expresiones y conceptos están muy bien
empleados, pues se observa un análisis profundo de los significados, sin duda extraño y es
importante afirmar que la palabra "ayün o ayin" significa también "elegir", ser elegido,
elegida, las parejas suelen decirse "tañi ayün" “mi elegido (a)”, “la persona que yo elegí”.

El autor compara ayün y ayong (salida del sol). El concepto ayong significa también, volver a
mirar, a renacer, en este caso renacer en el amor, comenzar algo nuevo.

El concepto ngelay, lo define como nge (ojos) lay (muerte), expresan también el vacío. En el
mapudungun el "no" a secas no existe, todo tiene una razón de ser, no querer, no poder. En
este caso ngelay ayün, es la ausencia de la mirada.

¡Un afectuoso saludo!

María Isabel Lara Millapán


Máster en Investigación en Didáctica de la Lengua y Literatura; Doctora Didáctica de la
Lengua y Literatura Facultad de Ciencias de la Educación Universitat Autónoma de
Barcelona.”

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