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Aryan - Notas para la comprensión de la predisposición psicótica en la pubertad y

adolescencia

El psicoanálisis ha reconocido sus límites en las trasformaciones de la vida pulsional y sus


expresiones en la vida familiar y comunitaria. También ha demostrado hasta qué punto puede
multiplicar los recursos que cada sujeto tiene para transformar su devenir.

En la psicosis, si bien la teoría psicoanalítica es una herramienta privilegiada para comprender la


dinámica de estos cuadros, el método resulta inoperante en pacientes psicóticos, donde la estructura
psicótica está ya sellada, tenga sintomatología productiva o no. Una vez establecida la
desorganización del pensamiento, en donde la ideación, el sentimiento y la motricidad han perdido
su armonía en el lenguaje articulado, las manifestaciones clínicas son irreductibles e irreversibles
ante el psicoanalísis. Sin embargo, no se niegan los beneficios compensatorios que estos pacientes
psicóticos pueden recibir para llevar a cabo su vida cotidiana, a veces bastante adaptada, si están en
contacto con un terapeuta con comprensión analítica, que favorezca distintas formas de restitución,
y que les permita desarrollos mediante los cuales puedan pasar de obvios delirios a “construcciones
de certezas”. Estas son construcciones que concuerdan con un saber institucionalizado por la
cultura, y ofrecen al sujeto compensación y equilibrio en la medida que lo liberan de la angustia y
culpa, siempre que no se le exija dar cuenta de sí mismo, ya que estas “construcciones de certezas”
no remiten a ninguna verdad subjetiva conjetural, es decir historizable.

Es sabido que la esquizofrenia y a veces los cuadros bipolares como se denomina actualmente la
enfermedad maníaco-depresiva, comienzan en la adolescencia. No es infrecuente observar intentos
de suicidio o suicidios llevados a cabo. En ocasiones se presentan actuaciones preocupantes que se
transforman y estabilizan posteriormente en una neurosis común. Todas son situaciones clínicas que
aluden a “lo psicótico”, pero son de evolución bien diferente. Una de las razones es que en la
adolescencia se ponen nuevamente en juego los pilares fundamentales de la vida psíquica; se
mueven aquellos clivajes estables que permitieron la entrada en la latencia.

Es de suma utilidad rastrear minuciosamente los pormenores de la experiencia puberal, ya que allí
se dan habitualmente momentos sensibles y vulnerables de defusión pulsional (Eros y Tánatos),
relativa inoperancia yoica y sobreexigencia cruel del Ideal, lo que se pone de manifiesto en una
disfuncionalidad de la percepción del propio cuerpo, la cual está en revisión y a la espera de ser
resignificada. La turbulencia psico-bio-sociológica que estas modificaciones temporarias ocasionan,
hace que tanto el contexto familiar y/o extra-familiar, de adultos y/o pares, como el contacto físico
y/o emocional, estén conmovidos y desajustados.

El joven al no poder resignificar y coherentizar su imagen corporal cambiante y desestabilizada,


hace interpretaciones contradictorias sobre lo que le acontece, y defensivamente trata de ocultar esto
al otro, en un intento de disminuir y controlar la angustia, lo que lo aleja de sí mismo y genera
malentendidos en su entorno. El analista debe inferir esta ocultación que el púber hace del
desconcierto que le genera su cuerpo, observando en especial la dismetría de sus movimientos, sus
desplazamientos, sus gestos, su atuendo, los piercing y tatuajes, y así podrá crear un espacio para el
intercambio, porque en todos estos elementos está su subjetividad. En este estado puberal el joven
no presenta las condiciones necesarias para el diálogo analítico. Es frecuente que estos jóvenes, que
están incapacitados para dar cuenta de sí mismos, plagados de malentendidos, difícilmente
abordables psicoanalíticamente, hayan tenido perturbaciones tempranas que conspiran contra la
necesidad de adquirir nuevas formas de comprensión. Se han visto sobreexigidos a dar respuesta a
sobrecargas de tensión, contradictorias o difíciles de categorizar y han fracasado una y otra vez en
sentirse valiosos y aceptados por el otro. Piera Aulagnier (1977) grafica con claridad esta situación
cuando postula su pictograma de rechazo que entorpecerá la fantasmatización.

En la experiencia puberal, la necesidad de adquirir nuevos soportes identificatorios corporales y


discursivos se impone con particular premura e intensidad. El sujeto se manifiesta sumamente
vulnerable en su autoestima al ver que no logra dar respuestas rápidas. Este fracaso reiterado
incrementa sus ansiedades paranoides. Pretende dar respuestas rápidas (acción y reacción) para
contrarrestar la humillación, la desconfianza y el perdido recurso de depender de la figura materna.

Al mismo tiempo, se presentan significaciones e interpretaciones, sumamente complicadas y


abigarradas, regidas por una ética privada que el púber hace de lo que él y el analista expresan. En
estas circunstancias los malentendidos se multiplican. Podremos allí pesquisar la tendencia a la
consolidación de la estructuración psicótica, la potencialidad psicótica al decir de P. Aulagnier
(1986).

P. Aulagnier (1977) y Laplanche (1989) consideran que la vertiente corporal de la pulsión es


esencial para la constitución del psiquismo temprano. El inconsciente está estructurado con
fantasmas, es decir, una puesta en escena del sujeto, del objeto y el deseo desplegado en un
argumento, que es un primer nivel de causalidad al interrogante que genera la ausencia del otro
primordial. Estas escenas, sus objetos, sus argumentos, están en función de la historia personal del
sujeto ligada a las modificaciones corporales, impregnadas de placer o de rechazo, cuya causa es
desconocida para el sujeto. Allí reposa el uso personal e idiosincrásico que tendrán las palabras. Las
significaciones básicas del sujeto derivan de la articulación entre la sensorialidad de las
experiencias tempranas con lo lingüístico de la representación de palabra. Es decir, el inconsciente
está estructurado como un lenguaje en donde la sonoridad de las palabras está indisociablemente
unida al efecto de placer inscripto en el cuerpo, como modificación libidinal. Por un lado las
experiencias corporales son puestas en palabras, pero la experiencia corporal es inconmensurable
con las palabras, no obstante las palabras son parte de la experiencia corporal.
Laplanche (1989), sostiene que lo biológico se hará presente como origen y como prototipo en la
constitución de la vida psíquica. Como origen porque la modificación corporal y su vivenciar
perceptivo son esenciales para el vivenciar del afecto.
Hay una primera realización concreta de la experiencia de un cuerpo dentro de otro cuerpo, el pecho
dentro de la boca que será la primera realización concreta, que funcionará como modelo abstracto
de la escena primaria. Laplanche considera que el lenguaje verbal desempeña un papel esencial bajo
la forma de representaciones de palabra, pero no están en la raíz ni en el origen del inconsciente. El
lenguaje verbal, es secundario..
Según el autor, durante la eclosión de la experiencia puberal, las angustias vinculadas a las
experiencias sensoriales y a los cambios de la fantasmática del cuerpo resultan traumáticas y
desorganizantes (A. Aryan, 2005). En estas representaciones se juega la forma y armonía físicas, así
como su funcionalidad (A. Aryan, 1985) son las que inauguran de una manera irrefutable todo lo
novedoso y desconocido que acontece, exigiendo una resignificación.
En psicosis, donde predomina la desorganización del lenguaje articulado, las órganoneurosis, que
denotan el fracaso de la fantasmatización del cuerpo en algún sector, y las traumatofilias donde está
distorsionado el sentido (valores e ideales) que el ideal del Yo le da a la realidad, aunque el Yo
conserve la concordancia con el discurso del conjunto.
Este enfoque permite complejizar y ampliar la afirmación de Freud en 1916, cuando expresa que
las neurosis narcisísticas no son analizables porque no hacen transferencia, para ser más precisos,
aquellos jóvenes que no se debe intentar analizar para evitar la iatrogenia y el riesgo de
desencadenar crisis psicóticas, de aquellos otros que sí pueden beneficiarse. En la transferencia se
dan dos elementos, a) la catexia libidinal de una imagen proyectada sobre el analista que el
psicótico lo hace en demasía y b) una demanda al saber del Otro que se apoya en un encuentro
sujeto-discurso (tanto con el propio como con el del Otro), encuentro que el psicótico no puede
hacer.
P. Aulagnier, (1977) en su intento de encontrar una vía de acceso a la relación del psicótico con la
experiencia analítica, ha repensado un modelo metapsicológico para comprender el psique-soma. A
lo que agrega un proceso originario a la metapsicología freudiana previo al proceso primario y
secundario y es así que postula una fase anterior a la existencia de la fantasía que permite acercarse
a la psicosis. Sostiene que las psicosis y las otras formaciones clínicas no son estructuras
permanentes y destinos ineludibles, sino potencialidades.
Para la autora, la psicosis no es exclusiva de un efecto de una carencia o de una represión que no se
ha producido. La tarea en la que el psicótico fracasa es la de construir, como todo sujeto una teoría
de sus orígenes que le dé la posibilidad de insertarse en una temporalidad que no lo condene a vivir
indefinidamente lo que vivió en el pasado.
Para el Yo, la esquizofrenia y la paranoia son dos formas de representar su relación con el mundo:
al verse enfrentado con ciertas condiciones de arbitrariedad no le permiten compartir con el discurso
social, una teoría sobre los orígenes.
Según P. Aulagnier (1986) la psicosis nunca es reductible a la proyección de una fantasía sobre una
realidad neutra. se requiere un potenciamiento entre la fantasía y lo que aparece en la escena de la
realidad para que se desencadene una psicosis. Además el Yo no es un destino pasivo del deseo de la
madre, la psicosis tampoco lo es. De allí surge la importancia que tiene en la teoría de Aulagnier el
concepto de remodelación de las escenas fantasmáticas propias del proceso primario y el trabajo de
interpretación y resignificación discursiva.
Una dificultad esencial para el analista es que, en el contacto con el psicótico se encuentra en una
relación de reciprocidad, donde la ausencia de una presuposición compartida hace que nuestro
discurso para él sea tan cuestionable y carente de poder de certeza como el suyo para nosotros.
Muchos analistas los consideran inanalizables, ya que distan mucho de comprender y poder tomar
en cuenta los propósitos terapéuticos de la relación analítica.
P. Aulagnier (1977) dice que es necesario abordar la paradoja de construir un modelo de una etapa
preexistente, en la que la psique no ha adquirido todavía el manejo del lenguaje.
El psicótico no demanda nada y esto implica un juicio de no existencia del analista, de esta manera
está configurada la situación analítica, hay un veredicto de no existencia del transcurrir de cada
sesión. El analista debe hablar para sentirse vivo, para poder seguir pensando, es una técnica de
sobrevivencia en una relación sentida como amenazante para la propia vida psíquica de cada uno de
los participantes, hablar es una prueba de vida para el analista. Esta forma de entender lo que pasa la
lleva a considerar que es un error hacer interpretaciones transferenciales, lo que no debe darse por
sentado, porque el psicótico no puede separar al analista de las palabras que emite.
Liberman, desde su esquema referencial, recalca que estos pacientes presentan una perturbación
básica en la época en que el desarrollo del pensamiento verbal es incipiente aún y, el niño tiene que
expresar sus necesidades por medio de movimientos corporales y de órdenes verbales como
“dame”, equivalentes de la acción. Durante la crianza, las respuestas parentales fueron inadecuadas
o inexistentes, ya que procedía de una figura narcisista (incapaz de realizar una reflexión previa que
permitiese el sentido de la expresión del niño), o bien, con una ausencia de respuestas (padre
emocionalmente alejado).

Antecedentes de la experiencia puberal

La pubertad/adolescencia es un proceso intersubjetivo donde referentes psicofísicos y


psicosociales se conjugan, tanto por necesidad que por placer de aprender las experiencias
emocionales. Es imprescindible para el puber el intercambio dialéctico tanto con su núcleo familiar
como social, para soportar sobre sí mismo y enunciar la definición de su posición sexual en lo
simbólico. Es la respuesta del otro lo que condiciona el daño psíquico, tanto en la infancia como en
la adolescencia.

Jerarquizamos en la comprensión clínica lo que aportó Aulagnier en sus conceptualizaciones de


sombra hablada (transgeneracional) y cuerpo imaginado por la madre, que en última instancia
remite al sepultamiento del propio complejo de Edipo en la pareja parental.

Aulagnier plantea que la madre del psicótico no es una mujer dominante, se trata de una mujer
que no comprende la Ley, lo que ocupa en vez de esta es su capricho. Será incapaz de insertar a su
hijo a cualquier cadena simbólica. Habla de su embarazo como algo meramente fisiológico, aquello
que más ausente esta es el "cuerpo imaginado".

La madre trata a su hijo después de nacer acorde a lo que previamente imaginó de él, impone el
"cuerpo imaginado" al bebé al nacer. Gracias a esto el infans adquiere el primer soporte
imaginario, es su "primer cuerpo unificado". Y la adquisición o no de este es fundamental para la
organización del psiquismo, y de esto podría venir un posible devenir psicótico. En la pubertad con
todos los cambios del cuerpo sexuado, se siente que "el cuerpo esta extraño", la fantasía de cómo
la madre esperó al hijo, la misma que le impuso y él asumió, le hará sentir angustia al sujeto
porque su "cuerpo está de formándose" (dismorfofobias) o incluso desorganizados y fragmentados
(delirios incipientes).

Creemos que en la pubertad se reintensifican los procesos de estructuración primaria y secundaria


adaptados a esa etapa vital, consistentes en nuevas exigencias sociales y donde están
simultáneamente presentes el pasado y el futuro en ausencia. Se pueden desencadenar cuadros
psicóticos no sólo por el despliegue de lo que ya estaba en los inicios, sino que también por nuevas
situaciones de encuentro/desencuentro presentadas con características similares a las primeras
etapas (originarias y primarias). Las fantasías que pueden interponerse entre el sujeto y una
realidad funcionan como una interpretación causal al deseo del otro, pero si esta fantasía primaria
no logra desplegarse, el púber, al tener lenguaje y no representación, se sentirá enfrentado a un
pictograma de sufrimiento y para poder sostenerse, recurre a un discurso con causalidades
delirantes, asignándose "nuevos orígenes" y un nuevo cuerpo.

Para resumir, las tres formas del funcionamiento psíquico: originario, primario y secundario, son
los intentos de representación psíquica de lo existente.

Se destaca el carácter placentero o displacentero de las experiencias, ya que el placer estimulará la


aprehensión de la experiencia(creación de representaciones, investimiento y ligaduras bajo la
égida de Eros) mientras que el displacer inducirá su rechazo y denegación (desinvestimiento/
Tánatos).

Material clínico

Claudio, de 20 años, empezó su tratamiento cuando era un púber de casi 14 años. Era retraido, un
tanto hosco desde el jardín de infantes y también en la familia, con la convicción de que la madre
prefería a su hermano mayor y que el padre era pasivo ante esta situación. Cursaba segundo año
de la secundaria donde había entrado bastante motivado, con la esperanza de tener un círculo
social nuevo, sin embargo, su concurrencia a clases era baja y no tenía amigos. De vez en cuando
se quejaba de forma explosiva de los padres o de los profesores, y describía situaciones en las que
decía que lo descalificaban, lo trataban con injusticia o era víctima de exigencias desmedidas.

En el tercer año del tratamiento confió lo que consideraba el comienzo de sus problemas: a los 13
años había sido expuesto a la burla de compañeros de clase, que se explicaba con causalidad
paranoide cuasi delirante y certeza apasionada. La primera sorpresa había sido cuando en la
escuela se preparaba una fiesta que parecía un primer encuentro erótico entre los chicos y las
chicas de su curso. La compañera más atractiva y codiciada del grupo lo elige para ir a la fiesta, en
el recreo, adelante de todos. Los varones empiezan a hacer chistes subidos de tono, insinuaciones
eróticas, burlas y desafíos. El cae en un estado de angustia, inquietud, desorientación porque no
sabe qué pensar, cómo entender la situación. ¿Es posible que ella lo haya elegido a él o fue una
conspiración para ponerlo en ridículo? Esa situación le había producido angustia desbordante y
una certeza apasionada que le impedía dormir. Al llegar finalmente a la fiesta, todos los
compañeros irrumpieron burlonamente “dando la bienvenida a la pareja”, por lo que, tuvo “la
evidencia”, “la certeza” de la complicidad de ella con los otros varones para burlarse de él. Muy
humillado y en pánico, había huido y se había aislado. Se había querido cambiar de colegio, pero
los padres no habían querido escuchar su pedido por considerarlo una más de sus extravagancias y
terquedad.

Lo anterior evidencia el peso que tienen por una parte el lenguaje necesario para articular el nuevo
cuerpo erógeno sexualmente madurado y, por otra, el interjuego con el medio circundante que
puede desencontrarse con ese lenguaje nuevo. La falta de figuración y representaciones adecuadas
para cubrir este vacío, pueden ser rápidamente suturadas con puntos de certeza incuestionables.
El temor mayor de estos jóvenes es de perder el control sobre sus sentimientos, pensamientos y
actos en sus intentos de desidentificación; a quedar atrapados en un círculo vicioso estéril de
rebeldía y proyección del sentimiento de vacío y desamparo, o sentirse pasivos y dependientes de
sus necesidades y de los demás. Por esto, su reacción ante toda situación de frustración, fracaso e
impotencia es de odio desmedido y desesperación y ataque a sí mismos, a su cuerpo con sus
nuevas necesidades o a los objetos externos, como forma de descarga vindicativa, así como de
autocastigo.

ANTECEDENTES INFANTILES QUE PROPICIAN LA POTENCIALIDAD PSICÓTICA.

La fantasía del cuerpo imaginado (que la madre impone a su hijo al nacer) permite el paso del
infans al Yo especular, lo que constituye un “narcisismo de vida” que a su vez permite que se
forme el Yo ideal (que sería una identificación con eso impuesto por la madre). Debido a esto los
primeros encuentros madre-hijo deben darse con placer, para que se constituyan pictogramas de
encuentro. Sin embargo, si hay ausencia de objeto o predomina el displacer en esta experiencia,
habrá perturbaciones en la zona representacional.

En la psicosis están distorsionados (o faltan) los elementos que dan cuenta de la propia existencia y
del placer asociado a esta. Esto genera un pictograma de rechazo (cada vez que el displacer sea
excesivo) provocando un vacío/agujero representacional. En este período (donde algunas “marcas”
no llegan a ser “representaciones”) pueden quedar heridas que el sujeto padecerá después,
aunque ignore la razón que las produjo. Entonces, el Yo intentará poner palabras a las experiencias
pictográficas de rechazo y como no va a poder hacerlo va a manifestar ese fracaso en
alucinaciones. En este nivel se establece la potencialidad psicótica, que puede expresarse
igualmente en adicciones, acciones compulsivas, enfermedades psicosomáticas o hipocondrías.
Además de negar/rechazar este pictograma de rechazo, predominará la escena primaria.

Al percibir la ausencia de la madre y su deseo, el infans debe abandonar el lugar que había
imaginado e intentar explicarse esto a sí mismo con otros elementos. Que el infans capte el placer
de la madre es esencial para que predomine Eros, pero las experiencias de rechazo no fomentan la
adecuada fusión pulsional entre Eros y Tánatos y la relación entre estos será más bien
ambivalente. En esta primera fantasía el deseo de la madre posee omnipotencia y el
placer/sufrimiento se asocian a su deseo. Si se suma el hecho de que el infans no representa estas
escenas en un intento de negar el rechazo de la madre, este “pictograma de rechazo” (necesidad
desesperante de negar el rechazo) tendrá potencialidad psicótica. Esto en la pubertad provoca la
dificultad de sentirse paralizado ante situaciones nuevas y no poder ensayar nuevas formas de
establecer vínculos.

Este displacer ocasiona la aparición de un tercer lugar señalado por el deseo de la madre mitigado.
Si se percibe placer que fluye de esa escena primaria, el infans se imaginará como producto de ese
placer y objeto de deseo de la pareja parental. Por otro lado, poder imaginarse como objeto de
deseo del padre constituye un polo de mirada donde se fantasea expectante/espectador del placer
parental. Que se constituya este polo de mirada permite que la persona posteriormente sea
espectadora de sus sueños, cosa que el psicótico es incapaz de hacer, desarrollando la función
compensatoria de los delirios (el sujeto queda metido en la representación y no sale de ahí). El
padre aporta un elemento ajeno al campo de la necesidad (que es lo que aporta la madre) y eso es
la capacidad de simbolización (que es poder poner distancia entre lo sensorial de la necesidad y,
por otro lado, el goce). Entonces, lo que a nivel corporal le recuerde al hijo el aporte del padre será
negado y anulado también. En el caso neurótico (“normal”) el vinculo paterno precipita un tercer
lugar que es el padre edípico de la madre (abuelo) y el futuro padre que será él mismo.
La fantasmatización asociada al discurso articulado será lo que armará el pensamiento del sujeto,
articulando temas como la castración, Edipo y la realidad. En este espacio psíquico se dará la
subjetividad estableciendo la causalidad y la lógica del discurso. Posteriormente, el pensamiento
surgirá como palabra pensada, porque pensar es crear y no simplemente repetir cosas. Esta
fantasmatización instaura prototipos de pensamiento, abriendo el camino al signo lingüístico. La
diferencia fundamental será que el funcionamiento primario se rige por el postulado de que la
fuente y causa de todo es el otro primordial y su deseo omnímodo (del placer o displacer, ausencia
o presencia) mientras que en el funcionamiento simbólico prima el discurso del conjunto. El niño
traduce en una teoría pensable y decible los temas pictóricos, haciendo la realidad apta para la
fantasía y que esta tenga causalidad. La teoría da un estatuto nuevo a las primeras
representaciones de cosa a un pensamiento, agregando a lo visible y oído una interpretación
causal.

Partiendo con la indiferenciación interior/exterior, el Yo se desprende de la exterioridad por medio


de la identificación y el sujeto quedará estructurado por el lenguaje y de ahí su dependencia con
la posición identificatoria que el discurso de los otros le asigna. El otro pasa a ser una subjetividad,
lo que permite hablar de un Yo-otro y no un Yo-ello indiferenciado. El Yo del niño se constituye a
partir de los primeros enunciados de la madre, en un orden temporal y simbólico, es una instancia
identificante, fantasmática y pulsional previa a la construcción definitiva discursiva.

La tarea fundamental del sujeto será investir el futuro a partir de un trabajo permanente de
historización. En la potencialidad psicótica no hay compromiso que permita que la persona se
reconozca como singular pero miembro de un conjunto. Por medio de la palabra el sujeto le da
significado a su historia (libidinal y temporal), se proyecta hacia el futuro y construye su pasado. A
veces el sujeto se niega pensar (con un deseo materno que le niega ese derecho) y aquí es donde
se debe hacer el pronóstico de potencialidad psicótica, indagando lo identificatorio en el sistema
parentesco y genealógico, cómo el sujeto define afecto y, por medio de esa enunciación, los
sentimientos y palabras con las cuales trasmite y auto comunica su sufrimiento. Cuando hay algo
que no se puede fantasmatizar con un aporte de interpretación causal a experiencia de fantasía
inconsciente, surge el delirio (que surge por la necesidad de certeza que sólo puede ofrecer lo
sensorial). El displacer se constituye en referencia a la escena primaria, y no se podrá pasar del
placer narcisista de ver a la tranquilidad de ver la causa del placer. Esto porque no hay placer, sino
displacer y sufrimiento y eso delimitará lo que se “debe hacer” o no con uno mismo y los otros.

HITOS CENTRALES DE LA EXPERIENCIA PUBERAL

Dos grandes ejes al entrar a la pubertad y reacomodamiento durante la adolescencia; la


experiencia de los cambios corporales y de la mirada del otro y la experiencia de los cambios del
pensar y del tipo de pensamientos. Cuando no existe certeza identificatoria, el púber por un
intento de desapegarse de los padres duda hasta de su filiación porque la exigencia desmedida de
su Ideal del Yo infantil, no logra desplazar estas figuras hacia nuevos ídolos exogámicos y se
encuentra con un vacío, por tanto no sabe a quién mirar ni por quién desear ser mirado (en
ocasiones llenan este agujero con delirios mesiánicos hasta encontrar nuevos soportes). No puede
transmitir con claridad sus afectos ni sus palabras al entorno ni autocomunicarse su sufrimiento,
alegría, odio, palabras en las que conformen su capital fantasmático. Este es otro punto de cruce
entre la potencialidad psicótica y la psicosis.
En lo referente a los cambios corporales, está por una parte, la tarea de significar todo lo físico-
fisiológico que produce la eclosión hormonal y las miradas y expectativas que convoca y, por otra,
debe ocurrir algo inédito en la subjetivación: debe soportar sobre sí mismo la definición de su
posición sexual, sea masculino o femenino y enlazarla a sus genitales, modo en que resuelve sus en
el campo del simbolismo. Este proceso exige la resignificación de todo lo infantil hasta entonces
estructurado en torno a los objetos primarios.

En la pubertad existe un desequilibrio porque al caducar los contenidos simbólicos infantiles del
Superyo/ Ideal del Yo, se desligan las pulsiones y aparece un “más allá del principio de placer” que
se presenta como repetición compulsiva: masturbación compulsiva, rituales. Se implanta nuevo
principio de realidad; el cuerpo sexualmente madurado y potente. Esto implica una reactualización
de las pulsiones incestuosas y parricidas. Aquí surge una paradoja y que resulta “traumática”: ligar
de nuevo las pulsionales, pero esta vez constituyendo una sexualidad no incestuosa acompañada
por sublimaciones. De no ser así se niega el cuerpo maduro.

Las distintas respuestas a esta paradoja son las patologías, desde las más leves hasta las más
graves, puede eclosionar en una potencialidad psicótica. Esta “ruptura” implica la desligazón y
cuestionamiento de las bases mismas de la certeza identificatoria. Cuando los duelos, tanto del
deseo incestuoso propio del sujeto como del cuerpo impúber se tornan imposibles, dejan al
adolescente paralizado y la ausencia de elaboración depresiva cierra la vía de nuevos
investimientos. La repetición de lo idéntico coloca al sujeto en situación de desorganización.

Lo que provoca que el simbolismo sea muy poco operante y que se ponga de manifiesto todo
aquello que aún estaba sin significar es la defusión pulsional, la inoperancia yoica para establecer
ligaduras y la inadecuación temporaria del Ideal del Yo/Superyo, generando confusiones entre lo
posible y lo imposible y entre lo prohibido y permitido. Si el cuerpo del niño no estaba
adecuadamente libidinizado por la falta de placer de la madre tanto durante el embarazo como en
la experiencia de la crianza, si por su desconexión narcisista no había sabido nominar los afectos de
su bebé, razón por la cual el niño no pudo constituir en su fantasía el polo de mirada de sí mismo y
fantasearse como producto del intercambio amoroso, el púber no estará en condiciones de
soportar la desidealización de la figura omnisciente de la madre primordial, ni de la pareja
parental. Pueden aparecer fantasías omnipotentes de autoengendramiento junto con una certeza
de que se ha venido al mundo con una misión especial.

Se produce un recrudecimiento relativo de lo tanático (relativo a la muerte) que implica una


búsqueda permanente del goce pulsional con inmediatez, lo que trata de compensar por medio
de la evacuación, el no sentirse unificado, sexuado y autónomo en la mirada de la madre, de
sentirse rechazado por ella.

Si la madre sigue insistiendo en adivinar los pensamientos del hijo, al igual que en la primera
infancia, el púber no podrá apropiarse de su pensamiento y privacidad. Pensará que tanto su
cuerpo como sus pensamientos son trasparentes a la mirada de la madre.

Todo esto hará imposible que el púber pueda pensar alguna causalidad de su origen que no sea
delirante. La psicosis es la consecuencia de su fracaso para interponer alguna fantasía como
interpretación causal entre él y una realidad que es causa de exceso de sufrimiento, como pueden
ser la reiterada inadecuación primero y la ausencia caprichosa e inexplicable de la madre después.
El delirio resulta como única posibilidad de hacer reinvestible la realidad. De aquí los delirios
místicos como origen o con la figura de padres superhéroes o extraterrestres como forma de darse
una explicación del propio origen que esté lo más alejado posible de los padres reales, en realidad
de la madre, fuente de experiencias de rechazo y odio.

A modo de conclusión podemos decir:

La psicosis delata un triple encuentro fallido correspondiente a cada uno de los registros:

1) entre la realidad y lo originario, en el que predomina el pictograma de rechazo.

2) entre los signos de realidad y la fantasía, donde se desmiente la puesta en escena del placer.

3) a nivel del Yo y el discurso identificante, se niega al Yo el derecho de pensar y encontrar un


punto de certeza en el lenguaje fundamental.

La predisposición psicótica constituida desde la infancia, hace que en ocasión de los nuevos
encuentros y vínculos, que deparan la pubertad y/o adolescencia, a veces no sea posible
establecer, por la persistencia de la repetición de modos de significación y reacción ante lo
enigmático, nuevas maneras de tramitar el triple encuentro antes mencionado, para que no resulte
fallido.

Segundo texto

Los aportes de Piera Aulagnier a la comprensión de la psicosis.

El yo, el proceso identificatorio y la historización.

El yo (je) tiene un lugar central, porque es como se accede a lo intrapsíquico y a la realidad externa.
Se constituye a través del proceso identificatorio en la relación con los otros, principalmente con
los primeros objetos. Piera -> El yo siempre está estructurado por el lenguaje.

Yo -> Conjunto de representaciones idéicas -> “saber del yo sobre el yo” que no puede existir más
que siendo su propio biógrafo, testimonio de acceso a lo simbólico ligando lo particular a una ley y
un orden que tengan la forma de la universalidad. Área que tiene como condición y como meta un
saber sobre el yo futuro y el futuro del yo, para los que liga causa y efecto, realidad y fantasía y
construir proyectos a través de imágenes ideales de sí mismo en el futuro. El yo no es solo pasivo
resultante del deseo del otro, sino que es activo de la propia autoconstrucción.

El yo se constituye a partir del discurso materno. Las identificaciones maternas generan


autoinvestiduras (Narcisismo del yo), para luego investir a otros significativos y a la cultura en que
habita. Está “condenado a investir” el propio cuerpo, los demás y el campo social. Conlleva un
sufrimiento inevitable por los límites de cuerpo, libertad de los otros que son distintas del propio
deseo y que son necesarias para vivir en sociedad. Tolerar ello es pasar por la castración simbólica
y no abrirse a la vida. Al no lograrlo gana el “Thánatos” -> “Deseo del no deseo” que es base de las
patologías.
El proceso identificatorio es resultado de la autoconstrucción permanente del yo por el yo (Proceso
de historización). Que el yo esté en las palabras, lo pone en un tiempo historizado. La temporalidad
y la historización se acceden en el mismo momento.

La historia del yo es la relación del sujeto con sus objetos. El yo necesita objetos que investir
narcisista y sexualmente al mismo tiempo, atravesado por la castración, siendo capaz de sostener
duda, manteniendo la esperanza de realización de proyectos futuros lo que depende de ser
catectizado por los otros con quienes comparte la vida. (Googlie y ser catectizado consiste en ser
investido, en este caso, por los otros).

Lo originario y el pictograma
Los conceptos de Freud del proceso primario y secundario bastan para comprender al neurótico e
interactuar bien con él, pero no con el psicótico. Esto lleva a Aulagnier a hacer un “replanteo del
modelo metapsicológico”:
El psicótico y nosotros nos encontramos en una relación de reciprocidad: la ausencia de una
presuposición compartida determina que para él nuestro discurso sea discutible, cuestionable y
carente de certeza como el suyo para nuestra escucha. Dos discursos se encuentran y cada uno se
revela ante otro donde surge una respuesta que no garantiza una tercera instancia (en donde se
pueden replantear ambos discursos radicalmente. Para que el encuentro con el psicótico sea positivo
hay que estar dispuesto a reconocer que ambos discursos son similares. La psicosis cuestiona el
patrimonio común de certeza que sedimentó en la primera fase de nuestra vida psíquica y que
constituye la condición necesaria para que nuestras preguntas tengan sentido ante nuestra propia
escucha y no nos proyecten al vértigo del vacío.”
La diferencia entre el psicótico y los neuróticos está en la relación del yo con el discurso. El yo de
discurso neurótico (sujeto supuesto saber (Lacan)), es una demanda realizada al saber del Otro, cuya
fuente se halla en el primer encuentro entre el sujeto y el discurso. Esto se da a través de los modos
de representación propios del proceso primario y secundario. En el discurso psicótico se postula un
tercer modo de representar, que esta ajeno a la imagen y la palabra, opera como un fondo
representativo constituido por imagen de cosa corporal, es lo originario de lo psicótico, en lugar de
imágenes y palabra usa pictogramas, que, aunque es una actividad común a todo sujeto, se eficacia
se comprende en la puesta a prueba del análisis en el registro de la psicosis. El encuentro del sujeto
con el medio da lugar a 3 producciones en donde se delimitan 3 espacios-funciones:
a) Lo originario y la producción pictográfica (conjunto de funciones sensoriales corporales)
b) Lo primario y la representación escénica (fantasía)
c) Lo secundario y la representación ideica (dar un sentido a esta escena por obra del Yo).
Toda experiencia da lugar a un pictograma, a una puesta en escena y sentido. A cada modo de
representación le corresponde un postulado, al originario es el de autoengendramiento, ya que hay
una fusión narcisista entre la zona sensorial y el objeto apto para completarla lleva a que la
representación se viva como una creación del sujeto. Para lo primario esta el postulado de la
existencia y poder del deseo del Otro y del secundario es que todo existente tiene una causa
inteligible que el discurso podrá conocer (1977 p. 27).
Pictograma: es una primera representación, reflejo de la unión boca-pecho, es representación de
afecto y afecto de representación, no se debe confundir con el inconsciente ni con el proceso
primario, une en una única imagen al que representa con las experiencias que le impone el propio
cuerpo y el mundo.
El afecto es de atracción o rechazo entre la zona erógena y el objeto complementario, esto
representa atracción y rechazo entre representante y representado, estas representaciones son la
ilustración pictográfica del amor y odio, que genera catectización, deseo de deseo y predomina el
Eros (deseo de destrucción), rechazo del deseo y Tánatos. Estas experiencias constituyen el
psiquismo naciente y construyen durante toda la vida representaciones pictográficas. Escribe Piera:
Lo originario es el depósito pictográfico donde actúan en un estado de defijación permanente, las
representaciones a través de las cuales se representa y se actualiza el conflicto irreductible que
enfrenta el Eros y Tánatos, el combate entre el deseo de fusión y el de aniquilación, la actividad de
representación como deseo de un placer de ser o como odio por tener que desear. Cuando el cuerpo
y el mundo se revelan como causa de sufrimiento, se produce una relación de odio: el deseo de
aniquilar aquello que lo representado testimonia y de reencontrar un antes en que nada perturba.
Los pictogramas luego del advenimiento del yo (tiempo simbólico) siguen funcionando como ese
fondo que el yo desconoce, son sentimientos indefinibles que el Yo no puede simbolizar pero que
aparecen en metáforas habituales que todo el mundo comprende como “sentir el cuerpo hecho
pedazos”. Fuera de la psicosis, en momentos en que la simbolización del yo vacila y con él la
identidad, se pierde la posibilidad de dar sentido inteligible al mundo, el pictograma es la vivencia
que puede ser percibida como lúcida u oscura (depende de la filosofía del sujeto). Esto ocurre
mayormente en la adolescencia. Cuando el Yo retoma su lugar considera tales fenómenos como
pasajeros imputables a algo exterior a la psique.
Los pictogramas tienen primacía en los momentos de crisis en la psicosis. La catatonia y ciertas
formas de angustia catastrófica, disminuye la actividad del proceso primario y secundario determina
un fondo representativo de displacer, hay vivencias de mutilación, rechazo y odio (percibidas como
generadas por si mismo). El sujeto se desespera y quiere darle sentido, pero el mundo es un cuerpo
que se autodevora, automutila y autorechaza. El ppictograma intenta expulsar del espacio psíquico
un objeto fuente de sufrimiento y lo hace con la zona corporal que lo une a él.
El sufrimiento en los primeros años de vida da paso a afectos de terror que impiden al yo del niño
acceder al proceso primario y encontrar el motivo de su sufrimiento en el deseo del Otro. Ante la
imposibilidad de dar cuenta de su dolor, lo atribuye a su propia psique, creerá que su vida es
sufrimiento y delirara. Esto es consecuencia de no acceder a la constitución del fantasma (hace
pensable el dolor como conflicto con el Otro). El analista debe posibilitar el acceso a la
historización, capaz de preservarlo del retiro libidinal y al estupor autodestructivo.

El Yo de el/la psicóticx

La psicosis no anula al Yo, éste es el constructor de los fenómenos delirantes pero también del
desarrollo normal. Está causada por circunstancias reales de la primera infancia que superaron su
posibilidad de metabolización; es resultante del esfuerzo permanente de un Yo herido por la lucha
contra una realidad horrorosa, y testimonio de las heridas sufridas en el intento de no ser
anulado.
Es un Yo que no tuvo la posibilidad de identificarse con objetos capaces de admitir sus deseos y
pensamientos, al cual se le impuso la aceptación de las creencias de los padres sobre bien /mal,
deseo/ ley, imposible/, es decir, se le obligo a identificarse con un Yo ajeno que lo excluía de
cualquier protagonismo (muchxs psicóticxs sienten ser títeres o robots). Estas exigencias y su
consecuente destino predefinido reducen la posibilidad de catectización de otros objetos
significativos. Sin embargo, sin la posibilidad de otros contactos, muchas veces tiene que aliarse
con ellos para sobrevivir; depende de quien lo quiere aniquilar. Esto lleva a una batalla
permanente: lucha (con su débil identidad) para acceder a un espacio que le permita cierto
protagonismo, con el temor permanente de ser arrasado por un perseguidor proyectado en el
exterior, o por su identificación con el mensaje anulatorio parental.

Este Yo fragmentado es portador de una historia fragmentada y llena de vacíos, que se manifiesta
en relatos confusos, incompletos y desarticulados. El psicoanálisis es “la historización de la
ontogénesis del deseo”, su tarea es buscar las causas de los blancos, las repeticiones y las
confusiones de tiempo y género, para acceder a un relato comprensible que dé acceso a una
historia coherente, con continuidad temporal, que permita vislumbrar cambios futuros mientras se
mantiene el eje identificatorio necesario para reconocerse.

Características de los padres de el/la psicóticx

La inserción de cada persona en lo humano depende del lugar que se le otorga en el mito familiar,
del discurso de los padres (nombre, atributos fantaseados). La madre neurótica, con “deseo de
hijo”, es aquella capaz de acceder a la represión de la propia sexualidad infantil y al discurso
cultural relativo a la función materna. Acompañada por un padre (sobre el que tiene sentimientos
+), puede representarse a el/la hijx, aún antes de nacer, con un cuerpo completo, autónomo y
sexuado, un “cuerpo imaginado”, al cual libidiniza. Este preludia la posibilidad de acceso a la fase
del espejo. Esta libidinización (primer don que la madre otorga a el/la hijx), garantiza su
reconocimiento como un nuevo ser y su inserción en el orden humano, lo que supone la capacidad
de imaginarlo padre o madre en un futuro. Para esto, la madre debe haber accedido a una
estructuración que dé cuenta de la sustitución gradual del deseo fusional de sus tiempos primeros,
pasando por el deseo edípico de un hijo del propio padre, al del compañero con el cual lo concibió.

Esta madre tiene una cierta adaptación a la realidad, pero también evidenciará vacíos y fallas de
inserción en el orden legal. Su narcisismo sostiene la fantasía de ser la única creadora y
sostenedora de el/la hijx, la única indispensable y capaz de completarlo. Piera habla aquí de “una
cierta perversión” que hace del cuerpo del hijo una desmentida parcial de la propia castración.
Tienen un discurso en el cual reina la certeza, se creen en posesión de la única verdad y la
imponen con una actitud sadomasoquista perversa. El/la niñx, aunque no comprende lo que se le
pretende inculcar, termina repitiéndolo en eco para satisfacerla.

Para la madre de el/la esquizofrénicx, el “deseo de maternidad” supone el deseo de revivir el


placer que ella, al nacer, dio a su propia madre, reeditando así la relación incestuosa arcaica y
quedando fijada a ella. No hay lugar para el padre, ha sido forcluído, y a el/la hijx le son negados su
unicidad y su origen, lo que implica negarle el acceso al proyecto y a la historia. Hay una falta de
esa fantasía de “cuerpo imaginado” y eso preludia el desconocimiento de la imagen especular.
En la paranoia, el conflicto central es el odio de la pareja; el padre es maligno, negativo, ocupa un
lugar destructivo y tiene poder para dañar (discurso de la madre). La madre es combativa y resalta
fallas éticas en las acciones paternas. Es defensora del hijo, pero esta defensa tiene algo de falso y
ambiguo que inquieta y confunde al niño, porque la insistencia en el rechazo del deseo paterno no
se acompaña de razones que la justifiquen, se somete a él más por deber que por placer. Al final,
induce al hijo a ligarse con ella para combatirlo. Esta problemática, que contiene ingredientes
persecutorios y masoquistas latentes, respondería a sentimientos de odio hacia sus propios padres
que incentivaron en exceso los deseos incestuosos para luego excluirla.

El padre también presenta a la madre como mala y peligrosa. Su deseo de procreación se


manifiesta en una pretendida equivalencia entre [el saber que él provee y el alimento materno].
Un saber presentado como “alimento del espíritu”, contrapuesto al que la madre ofrece, e
impuesto con una exigencia de dependencia absoluta; lleva a la creencia de que toda ley es mala y
que la ley paterna es siempre un abuso de poder.

La pareja erotiza el enfrentamiento conflictivo, que funciona como sustituto de la relación sexual.
De aquí que conflicto y deseo resulten sinónimos y el niño, que capta la violencia del clima
afectivo, se descubre engendrado por un conflicto de odio y se percibe como un ser desgarrado
por deseos antinómicos.

El pensamiento delirante primario

Los padres de lxs psicóticxs presentan fallas que influyen en el/la niñx desde la primera infancia.
Responden con argumentos falsos, contradictorios, con silencios acusatorios a los
cuestionamientos que el/la niñx hace en relación al origen. El yo de lxs niñxs trata de interpretar lo
que los padres le dicen y de demostrar su verdad, (aunque para él mismx sea falso). La idea
delirante del “robo del pensamiento”, que aparece con frecuencia en el esquizofrénico trasluce la
imposición parental a la que fue sometido el sujeto.

El pensamiento delirante primario es aquel enunciado que evidencie que el yo relaciona la


presencia de una “cosa” con un orden causal que contradice la lógica de acuerdo con la cual
funciona el discurso del conjunto. Este es elaborado por el yo para dar cuenta del origen de su
historia como sujeto y puede aparecer en la infancia como psicosis (condición necesaria pero no
suficiente), esquizofrénica si queda como interpretación única (decatectizando todo lo que lo
rodea), y paranoide si se sistematiza integrando elementos de la realidad; o puede quedar
enquistado, como potencialidad psicótica (posibles funcionamientos del Yo y sus posiciones
identificatorias una vez concluida la infancia).
El delirio

Podemos pensar la potencialidad psicótica como la cicatriz de heridas antiguas y profundas,


cicatrices que dejan siempre alguna marca y vacíos inexpresables que aflorarán en el lenguaje.

La psicosis no es la consecuencia de una estructuración psíquica que quedó detenida en su


desarrollo, sino el resultado de un esforzado trabajo del Yo en la tentativa de construir una historia
en la que tenga algún protagonismo.
Los núcleos traumáticos constituidos en la identificación primaria generan cicatrices yoicas que no
se evidencian en la primera infancia, pero que serán patológicas más tarde, si aparecen situaciones
que evocan aquellos núcleos y reabren las cicatrices.

Aulagnier define el delirio como una neo-construcción yoica que integra el discurso de los padres
en relación a la identidad del sujeto y los afectos que esa identificación generó en él. Es un intento
del resto yoico del psicótico de dar un sentido al sinsentido y a las contradicciones del discurso
parental y ocultar los sentimientos de odio. Para ello debe inventar un enunciado que dé cuenta y
fundamente su ser y su sentir; intentando que lo secundario sea apto para expresar lo primario.

Cada delirio es único, pero siempre da cuenta de una búsqueda de identidad, vinculada con el
sistema de parentesco. El lugar del padre que será el que éste se da, exige, o abandona,
descatectizando al hijo, aparecerá por lo regular más tarde. Sabemos que la madre del psicótico
anula al padre o lo presenta con un poder peligroso para el niño. Por eso se construyen un origen
extraño, elaborarán explicaciones bizarras acerca del funcionamiento del cuerpo y tendrán
frecuentemente ideas raras en relación a las leyes que rigen la realidad.

La potencialidad persecutoria se da siempre con un objeto del cual se depende, al que se le


atribuye un deseo de dar muerte, y el poder para lograrlo. Trágica paradoja: su vida depende de
quien desea aniquilarlo. Si se le pregunta por qué esos deseos destructivos se dirigen a él, dirá que
no lo sabe, que se lo culpa de un crimen que no cometió, que se ha descubierto una verdad que
debe permanecer oculta; que alguien lo ha decidido (en la esquizofrenia), o que él es un chivo
emisario (en la paranoia). Estos discursos suelen dar cuenta de la historia transgeneracional en la
que están las raíces de la patología que también dejó su huella en los padres. Dan cuenta también
del rechazo que el sujeto experimentó cuando llegó a vislumbrar algo que discrepaba con las
teorías parentales; particularmente la percepción de que la madre necesitaba de él tanto como él
de ella.

La distorsión que da lugar a la psicosis se produce en el estadio oral, que abarca desde el
nacimiento hasta el enfrentamiento del Yo con el ego especular. No hay acceso a la fase del espejo
porque para acceder a esta fase es necesario el asentimiento de la madre, que testimonia así su
libinización. Esta primera imagen constituye para Aulagnier el nacimiento del Yo ideal.

El psicótico no se reconoce en su ego especular y es que esta madre, en la que el deseo de


maternidad predomina sobre el deseo de hijo, no desea que el hijo advenga como un ser nuevo,
independiente de ella. El niño sólo es aceptado si encuentra su lugar en la dialéctica materna como
boca, excremento o pene. Todas las zonas actúan independientemente, sin unificarse en un cuerpo
completo. La máxima expresión de esto se da en la manía, en la que el paciente se siente
totalmente compensado; pero se trata de órganos aislados porque al carecer de eje yoico, en el
lugar del sujeto hay un vacío tapado por la omnipotencia del cuerpo despedazado, que no le
impide ser el que mejor se alimenta, evacua o tiene el sexo más satisfactorio. El Yo Ideal del
psicótico se sostiene en la medida que funciona como objeto parcial sostenido por el Otro o sus
representantes.

Los trastornos de la identidad están siempre presentes y se manifiestan clínicamente como vacíos,
que aparecen como trastornos de la memoria y pueden llegar a la pérdida total de la identidad. El
mandato sería aquí la prohibición del reconocimiento por parte del niño de que su quehacer
somato psíquico está regido por el deseo materno, deseo endogámico que la madre misma
necesita ignorar, por lo que vivenciará como “crímenes de pensamiento” todo lo que lo aluda
directa o indirectamente; y si el niño lo vislumbra, lo castigará con el silencio o acusándolo de
irracionalidad, obligándolo a someterse y anularlas percepciones prohibidas, generando así los
vacíos de la historia.

El deseo de maternidad aniquila la posibilidad de que la madre sea donadora de vida. Al admitir
del hijo solamente demanda y sometimiento, y aun anticipándose a la demanda, lo priva de toda
autonomía y del acceso al deseo.

 El análisis
Entrevistas preliminares son necesarias para establecer el diagnóstico y decidir el tratamiento.
Analista debe decidir si se siente en condiciones para trabajar con tal paciente, con plena conciencia
de la responsabilidad que significa hacerse cargo de una persona que, por su fragilidad, puede
desestructurarse ante cualquier vivencia de abandono. Una vez establecida la transferencia, la
derivación del paciente podría ser traumático.
Al hallarnos frente a una historia oscura y fragmentada, hay que entrevistar a su círculo cercano. Es
muy importante la anamnesis de la madre, porque hay una falla real en su discurso y en relación a
ésta se han generado fragilidades del Yo del paciente, es por esto que importa todo lo que diga del
embarazo y la primera infancia, así como sus teorías acerca de la patología del hijx.
Trabajo analítico consiste en construir una historia coherente a partir de un discurso delirante y del
ICC que habrá que descubrir. Se usa la transferencia, contratransferencia, recuerdos parciales del
paciente, nuestra intuición y los datos que hemos adquirido en el proceso.
El psicótico proyectará sus primeros objetos, pero, a diferencia del neurótico, necesita que desde el
principio se le haga ver que ocupa un lugar distinto al de los objetos originales, para que así pueda
percibir aquello que no se repite en el vínculo terapéutico. Si el paciente no accede a la diferencia,
el análisis se hace imposible. Esto se logra en un tiempo variable y si tarda, genera campos
analíticos difíciles y dolorosos para ambos miembros. Acá es esencial la serenidad y esperanza del
analista.
Para mantener la relación es indispensable la investidura privilegiada y permanente del analista,
porque cualquier desconexión podría romper el vínculo. Paciente necesita en todo momento de la
mirada y la actitud atenta y cálida del analista. Escucha catectizante es fundamental para que la
relación se profundice y entremos en detalles del pensamiento delirante, que nos permitirá hallar las
claves que faltan de la historia. Prueba de verdad está en lo vivido como un retorno de algo
vivenciado.
Transferencia del psicótico siempre es intensa, o se funde con el analista, forma parte de él y lo
introyecta como el Yo ideal al que sostiene en toda dimensión, haciendo lo que cree que el analista
propone; o se aleja, considerando que sólo será aceptado si coincide con el analista. Es difícil lograr
la distancia adecuada: si nos acercamos, teme a ser seducido, si nos alejamos, teme a ser
abandonado.
Analista debe saber transmitir que él sabe y comprende el sufrimiento del paciente. Principales
causas de este sufrimiento: imposición de una historia falsa llena de deformaciones y secretos;
anulación de la figura paterna por la acción materna y/o falencia del padre; exceso de violencia de
la madre con una represión mal instaurada; falta de reconocimiento de los afectos que no coincidían
con las teorías de los padres.
Sufrimiento no es procesable en palabra, sólo se percibe en el metamensaje, que puede aparecer con
una mirada vacía que no ve el exterior, sino una representación interior que lo deja atónito. Para
acercarse a estas representaciones, analista acude a imágenes de cuerpo automutilado; o de un
cuerpo que se diluye en otro; o de una amputación, el sexo o un seno.
Mirada pensante del analista puede hacerse palabra; hay que tratar de construir un discurso
compartido que de sentido a sus vivencias terroríficas para ir metabolizando la escisión mediante
representaciones ideicas capaces de ligar causas y efectos. Para contrarrestar la experiencia de
rechazo del paciente, el analista debe mostrarle que necesita de su presencia e idead, garantizando el
derecho a la demanda que no se le reconoció.
Psicótico siempre busca confirmar su identidad y por eso trata, en todos sus vínculos, de acceder a
la resolución de su conflicto identificatorio. Espera que el Otro le aporte un significado, una
confirmación de la legitimidad de algunas de sus percepciones, vivencias y pensamientos, que lo
ayuden a historiarse y a ordenar su historia confusa.
No hay que olvidar que la teoría misma de la psicosis está incompleta y llena de interrogantes, y el
analista debe ser consciente de la precariedad de su saber, no haciendo interpretaciones apresuradas,
que tolere el tiempo que necesite el paciente para comunicarse y estimulándolo para que mantenga
viva su presencia y participación.
El Yo psicótico necesita acceder a la continuidad temporal, significar su origen, revivir la relación
con sus objetos primarios, encontrar un sentido en lo que pensó y vivió. A partir del hallazgo y la
preservación del eje yoico, se hará posible el cambio del carácter y la condición de estar vivo. En un
segundo momento, podrá pensar en la sexualidad como un derecho y deseo legítimo.

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