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Staff
Moderadora
CrisCras

Traductoras
Marie.Ang Laura Delilah CrisCras
Val_17 Kath1517 yuvi.andrade
NicoleM Mae Ivana
Beatrix Mire Sandry
Miry GPE rihano becky_abc2
Valentine Rose Vane Farrow Beluu
Victoria MaJo Villa Julie
Eliana.Cipriano Jadasa

Correctoras
Victoria. Sandry Janira
Miry GPE Laurita PI Jadasa
Daliam Beatrix itxi
Vane Farrow Marie.Ang Val_17

Lectura final
Vane Farrow Julie
Marie.Ang florbarbero
Diseño
Mae
Índice
Sinopsis Capítulo 12
Dedicatoria Capítulo 13
Agradecimientos Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
Capítulo 10 The Curse of Tenth Grave
Capítulo 11 Sobre el autor
Sinopsis
En un pequeño pueblo de Nueva York, vive Jane Doe, una chica sin
memoria de quién es o de dónde procede. Así que, cuando está trabajando en
una cafetería y lentamente comienza a darse cuenta de que puede ver gente
muerta, se siente más que un poco desconcertada. Más extrañas aún son las
personas que entran en su vida. Parecen saber cosas acerca de ella. Cosas que
esconden con mentiras y verdades a medias. Pronto, siente algo mucho más
oscuro. Una fuerza que quiere hacerle daño, está segura de ello. Su gracia
salvadora viene en la forma de una nueva amiga en la que siente que puede
confiar, y el cocinero, un hombre devastadoramente atractivo cuya sonrisa quita
la respiración y cuyo toque es abrasador. Él permanece cerca, y ella casi se
siente segura con él alrededor.
Pero nadie puede escapar de su pasado, y cuántas más mentiras giran a
su alrededor—incluso de sus nuevos amigos de confianza—más desorientada
llega a estar, hasta que se enfrenta con un hombre que clama haber sido
enviado para matarla. Afortunadamente, ella tiene un Rottweiler. Pero eso no la
ayuda en su búsqueda para encontrar su identidad y recuperar lo que ha
perdido. Eso tomará todo su coraje y un toque del poder que siente fluir como
electricidad a través de sus venas. Casi siente pena por él. El demonio en
vaqueros azules. El encantador cocinero que miente con cada respiración que
toma. Ella llegará al fondo de lo que él sabe aunque la mate. O él. De cualquier
manera.
Charley Davidson #9
Dedicatoria
Para Lorelei,
Cuyos títulos oficiales incluyen pero no se encuentran limitados a:
La Duquesa del Diálogo
La Emperatriz de la Entonación
La Virtuosa de la Voz
La Sirena del Habla
La Ninja de la Narracción
SuperMujer
La Baronesa de Bardo
La Femme Fatale de la Ficción
La Encantadora de la Elocución
Labios Calientes*

¡Gracias por prestar tu inmenso talento a esta serie!


Agradecimientos
Un espacial agradecimiento a las siguientes personas, sin las cuales este
libro habría apestado. En serio. En varios niveles agonizantes.
Gracias para:
Alexandra Machinist, cuyas iniciales en realidad estuvieron ahí Aso-
inspiradoramente Maravillosas.
Jennifer Enderlin por ser tal increíble editor y porrista.
Anna Boatman por el apoyo y entusiasmo muy apreciado.
India Cooper por las maravillosas ediciones.
Sr. Jones, el innegable amor de mi vida, y las hermosas criaturas
llamadas Jerrdan y Casey, alias los Poderosos, Poderosos Chicos Jones.
El resto de mi familia. Incluso esos que no me proclaman.
La fabulosa gente en Heroes and Heartbreakers.
Sarah Wendell por el brillante nombre de banda, y a todos en Smart
Bitches, Trashy Books.
Dana and Netters, quienes hacen todo por los libros excepto, escribirlos.
Quentin Lynn por responder mis 17,835 preguntas sobre cómo llevar un
restaurant.
Margie Lawson por la intervención dirigida, específicamente, mi
adicción al ‚como‛, el cual es un asunto completamente separado a mi adicción
al ‚culo‛. Y por Bobert. Estoy eternamente agradecida por Bobert.
Six Chicks and a Pocket Rooster. ¡La major semana!
Marika Gailman: Traductora Extraordinaria. Merci!
Theresa Rogers por las notas. Por las frases Jeopardy! Por el hombro y la
camaradería.
Kit por tu increíble visión y tu voluntad para responder mis múltiples
llamadas a la acción.
Jowanna y Rhianna por los betas.
Robyn Peterman y Donna McDonald por ser asombrosos y dejarme
escribir con ustedes.
Todos en LERA, el capítulo NM de RWA.
Mis preciosas hermanas Ruby.
¡Las Grimlets! ¡Por ser Grimlets!
Y, como siempre, gracias a TI, querido y maravilloso e increíble lector,
por amar a Charley y a Reyes tanto como yo.
XOX! ~D~
1 Traducido por Marie.Ang
Corregido por Victoria.

Recuerda, nunca es demasiado tarde para darle una oportunidad al


LSD
(Camiseta)

Me paré junto a la cabina y vertí café en una taza beige que tenía escritas
las palabras FIRELIGHT GRILL, preguntándome si debería decirle a mi cliente,
el Sr. Pettigrew, sobre la stripper muerta sentada a su lado. No era algo habitual
que una stripper muerta acosara a uno de mis regulares, pero decirle al Sr. P
sobre ella podría no ser una buena idea. Podía reaccionar de la forma en que yo
lo hice la primera vez que vi a un difunto caminando, hace poco más de un
mes. Grité como una niña de doce años y me encerré en el baño.
Por siete horas.
Admiraba al pícaro hombre mayor, un decorado veterano de guerra y
detective retirado de la policía de Nueva York. Había visto más acción que la
mayoría. Y con eso, más atrocidad. Más depravación, desesperación y
degradación. Era duro hasta las uñas, un héroe de la vida real, y no podía
imaginar cualquier situación en la que el Sr. P gritaría como una niña de doce
años y se encerrara en un baño.
Por siete horas.
En mi defensa, el primer tipo muerto que vi cayó a su muerte en un sitio
de construcción en Kalamazoo. Gracias a una caída de treinta metros y una
infortunada ubicación de barras de acero, tuve otra cosa que agregar a mi
colección de ‚cosas que nunca podré olvidar‛. El lado positivo, cariño.
Saqué tres sobres de leche en polvo del bolsillo de mi delantal en donde
los guardaba, mayormente porque mantener la leche en polvo en los bolsillos
de los vaqueros nunca terminaba bien. Los puse en la mesa junto a él.
—Gracias, Janey. —Me dio un pícaro guiño y modificó su café, un elixir
que cada día amaba más que al aire. Y las papas fritas. Y la higiene, pero solo
cuando despertaba tarde y tenía que enfrentar la desgarradora decisión de, o
preparar una taza de la propia clave de la vida, o tomar una ducha.
Suficientemente extraño, ganaba el café. Cada. Vez.
El Sr. P era regular, y me agradaban los regulares. Cada vez que uno
entraba a la cafetería, me sentía un poco menos perdida, un poco menos rota,
como si la familia viniera a visitar. Tan jodido como sonaba, ellos eran todo lo
que tenía.
Hace poco más de un mes, desperté en un callejón, empapada hasta la
médula con una lluvia congelante despellejándome la cara y sin recuerdos de
quien era. O en dónde me encontraba. O mi edad. No tenía nada excepto lo que
llevaba puesto, un blanco y gran diamante en mi dedo anular, y un dolor de
cabeza cegador. El dolor desapareció bastante rápido. Afortunadamente la ropa
y el anillo de bodas no. Pero, y si estaba casada, ¿en dónde se encontraba mi
esposo? ¿Por qué no había venido por mí?
He estado esperando desde ese primer día. Lo llamé Día Uno. He estado
esperando cuatro semanas, tres días, diecisiete horas, y doce minutos.
Esperando a que me encuentre. Que alguien me encuentre.
Seguramente, tenía familia. Quiero decir, todos tienen familia, ¿no? O, al
menos, amigos. Sin embargo, parecería que no tenía ninguno. Nadie en Sleepy
Hollow —ni en todo el estado de New York— sabía quién era yo.
Pero eso no me detuvo a hundir mis andrajosas uñas mordidas y
aferrarme al conocimiento de que casi todo el mundo en el planeta tenía a
alguien, y mi alguien se encontraba ahí afuera. En alguna parte. Buscándome.
Registrando la galaxia día y noche.
Esa era mi esperanza. Ser encontrada. Ser conocida. Las grietas en la
coraza que me mantenía en una pieza estaban fragmentándose, sangrando,
arrastrándose y rompiéndose en la frágil superficie. No sabía cuánto más
aguantaría. Cuánto más hasta que la presión dentro de mí explotara. Hasta que
se despedazara y catapultara los pedazos de mi psique al espacio; a los rincones
más lejanos del universo. Hasta que me desvaneciera.
Podía pasar.
Los doctores me dijeron que tenía amnesia.
¿Cierto?
Aparentemente esa mierda es real. ¿Quién lo diría?
Mientras esperaba a que el Sr. P escaneara el menú que se sabía de
memoria, miré por las ventanas de cristal laminado de la cafetería a los dos
mundos ante mí. Me di cuenta muy pronto, después de despertar, que podía
ver cosas que otro no. Gente muerta, sí, pero también su reino. Su dimensión. Y
su dimensión definía la palabra loco-loco.
La mayoría de la gente solo veía el mundo tangible. El mundo en el que
el viento no pasaba a través de ellos sino que los bombardeaba, su helado
agarre solo metafóricamente cortando a través de sus huesos, porque sus
cuerpos físicos no los dejarían penetrar tanto.
Pero había otro mundo alrededor de todos nosotros. Uno intangible en
donde el viento no nos rodeaba sino que nos traspasaba como el abrasador
humo a través del aire que se hacía visible solo por un rayo de luz.
En este día en particular, el pronóstico tangible era parcialmente nublado
con un ochenta por ciento de probabilidades de precipitación. El pronóstico
intangible, sin embargo, tenía furiosas e hinchadas nubes con un ciento por
ciento de posibilidades de tormentas con truenos y relámpagos y fieros
tornados girando en una interminable danza sobre el paisaje.
Y los colores. Los colores eran deslumbrantes. Naranjos, rojos y
púrpuras, de los que no eran encontrados en el mundo tangible, brillaban a mi
alrededor, ondulando y derritiéndose en uno solo con cada reacción del
caprichoso clima, como si batallaran por la dominancia. Las sombras no eran
grises ahí, sino azul y lavanda con toques de cobre y dorado. El agua no era
azul, sino jaspeadas tonalidades de orquídea, violeta, esmeralda y turquesa.
Las nubes se partían unas cuadras más allá, y un brillante rayo de luz le
daba la bienvenida a otra alma, abrazando al afortunado espíritu que había
alcanzado la fecha de expiración de su forma corpórea.
Eso sucedía con bastante frecuencia, incluso en una ciudad del tamaño
de Sleepy Hollow. Lo que sucedía con menos frecuencia, gracias a Dios, era lo
opuesto. Cuando el suelo se agrietaba y partía para revelar un abismo
cavernoso, para entregar un alma menos afortunada —una menos digna— a la
oscuridad.
Pero no solo cualquier oscuridad. Un vacío interminable y cegador mil
veces más negro que la noche más oscura y un millón de veces más profundo.
Y los doctores juraban que no existía nada mal en mí. No podían ver lo
que yo sí. Sentir lo que yo sí. Incluso en mi estado de absoluta amnesia, sabía
que el mundo ante mí era irreal. Sobrenatural. Innatural. Y sabía que no tenía
que contarlo. La auto-preservación era un motivo poderoso.
O tenía algún tipo de percepción extrasensorial o me drogué un montón
con LSD en mi juventud.
—Es un muñeco —dijo la stripper, su sensual voz arrastrándome de
regreso del fiero mundo encolerizado a mi alrededor.
Inclinó su voluptuoso cuerpo hacia él. Quería señalar el hecho de que él
era lo suficientemente mayor para ser su padre. Solo podía esperar que no lo
fuera.
—Su nombre es Bernard —dijo, pasando un dedo por el costado del
rostro de él, un delgado tirante deslizándose por su hombro arañado.
En realidad, no tenía idea de lo que ella hacía para vivir, pero por cómo
se veía, o era una stripper o una prostituta. Se untó la suficiente sombra azul
para pintar el Edificio Chrysler, y su pequeño vestido negro revelaba más
curvas que Slinky1. Solo me inclinaba por stripper porque la parte frontal de su
vestido era sostenida con velcro.
Tenía una cosa por el velcro.
Tristemente, no podía hablarle en frente del Sr. P, lo que era infortunado.
Quería saber quién la había matado.
Sabía cómo murió. Fue estrangulada. Manchas negras y púrpuras
circundaban su cuello, y los capilares en sus ojos se hallaban reventados,
tornando sus cuencas a un rojo brillante. No era su mejor apariencia. Pero me
encontraba curiosa por la situación. Cómo evolucionó. Si vio al atacante. Si lo
conocía. Claramente, tenía una vena mórbida, pero sentía este tirón en mis
entrañas por ayudarla.
De nuevo, ella estaba muerta. Como un palo tieso. En invierno. ¿Qué
podía hacer?
Mi lema desde el Día Uno era mantener mi cabeza gacha y mi nariz
limpia. No era de mi incumbencia. No quería conocer cómo murieron. A quién
dejaron atrás. Cuan solos se sentían. Porque la mayoría de los difuntos eran
como avispas. No los molestaba. Ellos no me molestaban. Y así era como me
gustaba.
Pero a veces sentía el tirón, una reacción brusca que doblaba las rodillas,
cuando veía a un difunto. Un deseo visceral de hacer lo que pudiera por ellos.
Era instintivo, profundo y horriblemente molesto, así que alcancé lentamente
una taza de café y miré a otro lado.
—Bernard —repitió—. ¿No es ese el nombre más dulce? —Su mirada
aterrizó en mí ante la pregunta.
Le di el más leve atisbo de asentimiento mientras el Sr. P decía—:
Supongo que tendré lo usual, Janey.

1 Slinky: personaje de Toy Story, que es un perro con cuerpo de muelle espiral.
Siempre tenía lo usual para el desayuno. Dos huevos, tocino, papas al
horno, y tostadas de trigo entero.
—Lo tienes, cariño. —Tomé el menú y caminé hacia la estación de
servicio, en donde empujé la orden del Sr. P, aunque Sumi, la cocinera
principal, se encontraba a un metro y medio de mí, de pie al otro lado de la
ventana corrediza, luciendo ligeramente molesta porque no le dijera
simplemente la orden ya que se encontraba a un metro y medio de mí, de pie al
otro lado de la ventana corrediza, luciendo ligeramente molesta.
Pero existía un protocolo en el lugar. Una estricta serie de directrices que
tenía que seguir. Mi jefe, una descarada pelirroja llamada Dixie, era solo apenas
menos procedimental que un brigadier general.
La stripper soltó una risita ante algo que el Sr. P leyó en su teléfono.
Terminé la orden, así podía moverme a otras vejaciones.
Vejaciones como el LSD, Slinkys, y capilares. ¿Cómo era que podía
recordar palabras como capilares y brigadier y, demonios, vejaciones y no recordar
mi propio nombre? No tenía sentido. Había revisado el alfabeto, devanándome
el cerebro en busca de un candidato, pero ya me quedaba sin letras. Después de
la S, solo quedaban siete.
Busqué mi taza de café y la recogí en donde la dejé.
¿Sheila? No.
¿Shelby? No.
¿Sherry? Ni siquiera cerca.
Nada se sentía bien. Nada encajaba. Simplemente sabía que, si escuchaba
mi nombre, mi nombre real, lo reconocería instantáneamente y todos mis
recuerdos vendrían flotando de regreso en una brillante ola ondeante de
rememoraciones. Tanto como la ola ondeante en mi vida residiera en mi
estómago. Daba vueltas cada vez que cierto regular entraba. Un regular alto y
oscuro con cabello negro azabache y un aura a juego.
El sonido de la voz de mi compañera de trabajo me trajo de nuevo al
presente.
—¿Perdida de nuevo en tus pensamientos, dulzura? —Caminó hasta
quedar de pie a mi lado y me dio un ligero empujón en la cadera. Lo hizo.
Cookie había empezado a trabajar en la cafetería dos días después que
yo. Tomó el turno de la mañana conmigo. Empezó a las siete de la mañana.
Para las siete con dos minutos, éramos amigas. Mayormente porque teníamos
mucho en común. Ambas fuimos recientemente trasplantadas. Ambas sin
amigos. Ambas nuevas en el negocio de los restaurantes y no acostumbradas a
tener gente gritándonos porque su comida se encontraba demasiado caliente o
su café demasiado frío.
De acuerdo, lo del café frío lo entendía.
Miré alrededor de mi sección para asegurarme que no había abandonado
a ninguno de mis clientes en su hora de necesidad. Los dos dichos clientes —
tres si incluíamos a los muertos— parecían bastante contentos. Especialmente la
stripper. La gente del almuerzo llegaría pronto.
—Lo siento —dije, ocupándome con la limpieza del mostrador—. ¿Qué
dijiste? —Frunció el ceño juguetonamente antes de meter una botella de
kétchup en su delantal y agarrar dos platos de la ventana corrediza. Su grueso
cabello negro había sido jalado y tironeado a una obra maestra de puntas que
solo fingía desorden, pero su ropa era todo otro asunto. A menos que le
gustaran los colores brillantes lo suficiente para cegar a sus clientes. No había
forma de decirlo.
—No tienes nada por lo que disculparte —dijo con su severa voz de
mami. Lo cual tenía sentido. Era madre, aunque todavía no conocía a su hija. Se
quedó con el ex de Cookie mientras ella y su nuevo esposo, Robert, se
acomodaban en su nuevo nido—. Hablamos de esto, ¿recuerdas? ¿Toda la cosa
de disculparse?
—Cierto. Lo s… —me detuve a mitad de la disculpa, antes de poder
completar el pensamiento e invocar su ira.
De todas formas, su ceño se volvió semi curioso. Un ‚lo siento‛ m{s que
saliera de mí y se pondría muy molesta.
Empujó su generosa cadera contra la mía y le llevó el almuerzo a sus
clientes. Como yo, ella tenía dos clientes vivos y uno muerto, ya que el hombre
difunto en la cabina de la esquina se encontraba técnicamente en su sección.
Le haría un poco de bien. Cookie no podía ver gente muerta como yo. De
lo que recopilé en las recientes semanas, nadie podía ver gente muerta como yo.
Parecía como si fuera mi súper poder. Ver gente muerta y al mundo extraño en
el que vivían. Tanto como fueran los súper poderes, si un hombre vengativo se
tomara una pseudoefedrina de veinticuatro horas y empuñara un sable llamado
Erección Matutina de Thor, y alguna vez nos atacaba, estaríamos jodidos. De
todas las formas posibles.
Tomé la orden del Sr. P mientras miraba a Cookie rellenar los vasos de
agua de sus clientes. Deben haber sido nuevos para el mundo de Cookie
Kowalski-Davidson. No era la servidora más agraciada. El hecho se convirtió
excesivamente evidente cuando la mujer estiró la mano hacia el brazo de
Cookie para agarrar una papa frita del plato de su galán. Gran error. El
movimiento sorprendió a Cookie, y un segundo más tarde una pared de agua
fría saltó del jarrón hacia el regazo del tipo.
Cuando el líquido helado aterrizó, él se puso de pie de un salto y salió
disparado de la cabina. —Santa mierda —dijo, con la voz quebrada, la
repentina helada en su ramita y bayas quitándole la respiración.
La mirada horrorizada en el rostro de Cookie valía el precio de admisión.
—Lo siento tanto —dijo, tratando de corregir la situación secando el gran punto
mojado en su entrepierna.
Repitió sus disculpas, frenética mientras vertía toda su energía en secar
las regiones nobles del hombre. O era eso o estaba sirviendo cosas fuera del
menú.
La mujer frente a él empezó a reír, ocultándose detrás de una servilleta
con timidez al principio, luego más abiertamente cuando vio la expresión
conmocionada de su novio. Sus risitas se convirtieron en profundas carcajadas.
Cayó a través del asiento de la cabina, sacudiendo sus hombros mientras
miraba a Cookie velar por las necesidades de su novio.
Sip, eran nuevos. La mayoría de nuestros clientes aprendieron con
prontitud a no hacer ningún movimiento rápido alrededor de Cookie. Por
supuesto, la mayoría tampoco se reía cuando una mesera trataba de servirle así
a su cita del almuerzo. Me agradaba.
Después de varios dolorosamente divertidos momentos en los cuales mi
perdida amiga cambió su técnica de frotar suavemente a derechamente fregar,
Cookie se dio cuenta de que le sacaba brillo al conjunto erector del cliente.
Se congeló, su cara a centímetros de las partes vitales del hombre antes
de enderezarse, ofreció a la pareja una disculpa final, y regresó al área de
preparación, con su espalda tiesa como una tabla, su cara roja como un tomate.
Usé toda mi energía para contener la risa que amenazaba con estallar de
mi pecho como un bebé alien, pero por dentro yacía en posición fetal, llorando
y adolorida por los espasmos que atacaban mi cuerpo. Sorbí cuando se acercó.
Me aclaré la garganta. Le ofrecí mis condolencias.
—Sabes, si tienes que seguir comprándole las comidas a los clientes, vas
a terminar pagándole a la cafetería por trabajar aquí en vez de viceversa.
Ofreció una sonrisa hecha de acero revestido. —Estoy bien consciente de
eso, gracias. —Para sufrir su mortificación sola, llamó a Sumi, haciéndole saber
que se tomaría un descanso, entonces se dirigió a la parte trasera.
Adoraba a esa mujer. Era divertida, abierta y absolutamente genuina. Y,
por alguna desafortunada razón, se preocupaba por mí. Profundamente.
Mi única cliente mujer, una rubia elegante en mal estado con un bolso
tan grande como para dormir, pagó y se fue. Cerca de dos minutos más tarde, el
Sr. P deambuló a la caja registradora, boleto en mano, su rostro infundido de un
suave rosa, sus ojos aguados con diversión. Cookie había entretenido a todo el
lugar. La stripper lo siguió. Rebuscó algunos billetes, sacudiendo la cabeza,
todavía entretenido con las payasadas de Cookie. La stripper tomó ventaja del
momento para explicar.
—Salvó mi vida —dijo desde su lado. Envolvió su brazo en el de él, pero
cada vez que se movía, su miembro incorpóreo se deslizaba a través de él.
Entrelazó su brazo de nuevo y continuó—. Cerca de un año atr{s. Yo… tuve
una noche difícil. —Se pasó la punta de los dedos por su mejilla derecha,
dándome la impresión de que su noche difícil involucraba al menos un golpe en
el rostro.
Mis emociones dieron un giro. Mi pecho se tensó. Luché contra la
preocupación subiendo a la superficie. La domé. La ignoré lo mejor que pude.
—Fui bastante maltratada —dijo, ajena a mi desinterés—. Él vino al
hospital para tomar mi declaración. Un detective. Un detective había venido a
verme. A hacerme preguntas. Imaginé que sería afortunada en conseguir la
vigilancia de un oficial, considerando… considerando mi estilo de vida.
—Aquí tienes, cariño —dijo el Sr. P, pasándome veinte. Dobló el resto de
sus billetes y los guardó en su bolsillo mientras yo presionaba unos botones en
la caja registradora, luego empezaba a sacar su cambio.
—Fue la forma en que me habló. Como si yo fuera alguien. Como si
importara, ¿sabes?
Cerré los ojos y tragué saliva. Lo sabía. Me había vuelto agudamente
consciente de los matices del comportamiento humano y el efecto que tenía en
aquellos a su alrededor. El más pequeño acto de amabilidad era mucho en mi
mundo. Y ahí estaba yo. Ignorándola.
—Me limpié después de eso. Conseguí un trabajo de verdad.
Probablemente había sido ignorada toda su vida.
Se rió para sí con suavidad. —No un trabajo real como el tuyo. Empecé a
desnudarme. El lugar era un bar, pero me sacó de las calles, y las propinas eran
bastante buenas. Finalmente podía poner a mi hijo en una escuela privada. Una
escuela privada barata, pero sin embargo, una escuela privada. Este hombre
solo… —se detuvo y lo miró con esa expresión amorosa que tenía desde que
apareció—. Me trató muy bien.
Mi respiración se atascó, y tragué saliva de nuevo. Cuando intenté
pasarle al Sr. P su cambio, él sacudió la cabeza.
—Quédatelo, cariño.
Parpadeé hacia él. —Tuviste un café y comiste dos bocados de tu
desayuno —dije, sorprendida.
—La mejor taza que he tenido en toda la mañana. Y fueron dos grandes
bocados.
—Me diste veinte.
—El billete más pequeño que tenía —dijo a la defensiva, mintiendo entre
dientes.
Apreté la boca. —Vi varios de a uno en ese montón tuyo.
—No puedo darte esos. Voy a un club de stripper más tarde. —Cuando
me reí, él se inclinó y preguntó—: ¿Quieres venir conmigo? Matarías ahí.
—Oh, cariño, él tiene razón —dijo la stripper, asintiendo con completa
seriedad.
Dejé que mi sonrisa se esparciera por mi rostro. —Creo que me quedaré
con lo de servir mesas.
—Te queda —dijo, con su sonrisa infecciosa.
—¿Te veo mañana?
—Sí, así será. Si no es antes.
Empezó a ir a la salida, pero la stripper se quedó detrás de él. —¿Ves a lo
que me refiero?
Ya que nadie prestaba atención, finalmente le hablé. O, bueno, susurré.
—Sí.
—Mi hijo está con su abuela ahora, pero adivina a dónde va a la escuela.
—¿Dónde? —pregunté, intrigada.
—A esa escuela privada, gracias al Detective Bernard Pettigrew.
Mi mandíbula cayó un poco. —¿Él está pagando por la escuela de tu
hijo?
Asintió; gratitud brillaba en sus ojos. —Nadie lo sabe. Mi mamá ni
siquiera lo sabe. Pero él paga la escuela de mi hijo.
La tensión alrededor de mi corazón se incrementó aún más cuando ella
entrelazó sus dedos y se apresuró detrás de él, con sus tacones repiqueteando
silenciosamente en el suelo de baldosas.
La observé irse, dándole al Sr. P una última mirada antes de que doblara
en la esquina, preguntándome por milésima vez si debería decirle sobre el
demonio acurrucado contra su pecho.
2 Traducido por Val_17
Corregido por Miry GPE

Alex, me quedaré con La Vida Menos Traumática por $400


dólares.
(Concursante de Jeopardy!)

La criatura dentro del Sr. P era gruesa, brillante y oscura, con dientes
afilados y garras que podrían rasgar en dos un pecho en un microsegundo. Un
persistente reconocimiento cosquilleaba en la parte trasera de mi cuello. Había
visto algo similar antes, pero no sabía lo que era. En realidad no. Solo decía que
era un demonio por falta de una mejor explicación. ¿Qué más entraría en un
cuerpo humano y se quedaría ahí? ¿Como si esperara ser despertado? ¿Como si
esperara su llamado a la acción? ¿Y qué pasaría con el Sr. P cuando se produjera
esa llamada? Mi única referencia era el hecho de que sabía, probablemente a
partir de películas o literatura, que los demonios podían poseer a las personas.
El Sr. P no parecía particularmente poseído. Por otra parte, ¿cómo lo
sabría? Tal vez los demonios eran muy inteligentes y sabían cómo comportarse
en el mundo humano. Pero el que se hallaba dentro del Sr. P parecía estar
durmiendo. Yacía enroscado alrededor de su corazón, su ondulante columna
flexionándose de vez en cuando, como si se estirara. Y yo pensaba que las
lombrices eran horrorosas.
Comprobé a los clientes de Cookie, explicando que cada vez que un
cliente era acosado en el Firelight Grill, el almuerzo iba por parte de la casa,
luego fui a ver cómo estaba ella. Pero no antes de una última exploración de la
zona exterior. Las nubes ondulantes del otro mundo, como llamaba a la
segunda dimensión, se veían turbias y agitadas. Una tormenta se acercaba, una
parecida a la de la noche en que desperté, toda feroz y salvaje, pero eso no era
lo que buscaba.
Tan patética como sonaba, buscaba a alto, moreno y mortal. Otra fuerza
que era feroz y salvaje. Él venía cada mañana para el desayuno, al igual que
todos los días para el almuerzo. Y, al parecer, también para la cena. Cada vez
que llegaba a la cafetería en la tarde —porque no tenía vida— él también se
encontraba allí. Un auténtico hombre de tres-comidas-al-día.
De hecho, teníamos a varias personas de tres-comidas-al-día, y teníamos
a algunos muertos curiosos en el grupo, pero al cliente habitual que tanto temía
y salivaba por ver, se llamaba Reyes Farrow. Solo sabía eso debido a que Cookie
pasó su tarjeta un día y me asomé para ver el nombre. Donde otros exudaban
agresión, decepción e inseguridad, él literalmente goteaba confianza, sexo y
poder. Mayormente sexo.
Sin embargo, la admiración no fue mi reacción inmediata por él. La
primera vez que lo vi y me di cuenta de que era algo más, algo oscuro,
poderoso y casi tan humano como una cesta de fruta, luché contra el impulso de
hacer una cruz con mis dedos y decir—: Creo que estás en la dirección
equivocada, amigo. Buscas la Avenida 666 Camino al Infierno. Es un poco más
al sur.
Por suerte, no lo hice, porque en el instante siguiente, cuando mi mirada
vagó por sus delgadas caderas, sobre sus anchos hombros y aterrizó en su
rostro, estuve impactada por su inusual belleza. Entonces fui toda—: Creo que
estás en la dirección equivocada, amigo. Estás buscando Howard Street 1707. Se
encuentra a dos cuadras de aquí. La llave está bajo la piedra. La ropa es
opcional.
Por suerte, tampoco hice eso. Intentaba no revelar mi dirección, por regla
general. Pero él tenía una habilidad, una conducta salvaje que retorcía mi
interior en cualquier momento que se encontraba cerca. Mantuve mi distancia.
Sobre todo porque lo envolvía un fuego y una oscuridad alarmante. Del tipo
que enviaba pequeños escalofríos de inquietud a través de mi cuerpo. Del tipo
que me impedía acercarme demasiado por temor a ser quemada viva.
Por supuesto, ayudaba que nunca se sentara en mi sección. Jamás. Tal
vez era una buena cosa, pero empezaba a tener un complejo.
Sin embargo, no fue esa mañana, y ese hecho me tenía un poco más
deprimida de lo normal. Atormentar a Cookie me levantaría el ánimo. Siempre
lo hacía.
Divisé a Kevin, uno de nuestros camareros, a través de la ventana de
pedidos y le pregunté si podía mantener un ojo en mis cosas mientras me
tomaba cinco minutos. Hizo un gesto para aceptar, con la boca llena de los
increíbles panqueques de plátano de Sumi, luego volvió a su teléfono.
Agarrando mi chaqueta al salir, encontré a Cookie en el callejón detrás de
la cafetería, muy cerca del lugar donde desperté. Firelight Grill se encontraba en
una esquina de la Avenida Beekman, en un viejo edificio de ladrillo con
incrustaciones oscuras intrincadamente colocadas para crear arcos magníficos y
esculturas, para el absoluto deleite de los turistas. Tenía un ambiente muy de la
época victoriana.
Justo al lado había una tienda de antigüedades, con un negocio de
tintorería más allá de eso. Una furgoneta blanca de reparto retrocedía hacia la
tintorería, y Cookie estaba ocupada mirando a los hombres mientras
transportaban las cajas.
—Hola —dije, caminando para pararme a su lado.
Sonrió y enlazó un brazo en el mío para acercarme. Nuestras
respiraciones se empañaban en el aire frío. Nos acurrucamos, temblando
mientras escaneaba la zona por el disturbio que sentí al momento en que salí.
Un puñado de inquietud recorría el aire que nos rodeaba. Una fuerte
discordancia emocional. Dolor.
Al principio, pensé que venía de Cookie. Gracias a Dios que no era así.
Esa pareja claramente no se ofendía. Sin necesidad de preocuparse demasiado
por el incidente. Pero ahora tenía curiosidad acerca del origen.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó Cookie.
Me volví a enfocar en lo más parecido a una familia que tenía. —Estoy
más preocupada por ti.
Se rió entre dientes. —Supongo que si esa es la peor cosa que haré hoy,
será un buen día.
—Estoy de acuerdo. Por el lado positivo, después de la forma en que
miraste a ese cliente, veo una prometedora carrera en una esquina para ti.
Tienes la habilidad, chica. Tenemos que trabajar con lo que Dios nos dio.
Ignorando por completo lo que dije, me dirigió una brillante mirada. —
¿Y?
Era casi como si ella estuviera acostumbrada a las bromas inapropiadas
de clasificación X. Qué extraño. Pateé una roca con la punta de mi bota. Eran mi
primera adquisición con mi primer cheque de pago, y rápidamente descubrí
otra verdad sobre mí misma. Tenía una cosa por las botas.
—Estoy bien —dije con un encogimiento de hombros evasivo. Cuando
estrechó los ojos para encerrarme en su mirada, añadí—: Lo prometo. Todo está
bien con el mundo. En serio, al menos necesitas considerar vender tu cuerpo
por fines lucrativos. Yo puedo ser tu proxeneta. Sería una malditamente
increíble proxeneta.
Aunque no me creyó del todo —la cosa de ‚estoy bien‛, no la cosa del
proxeneta— lo dejó pasar. O fingió hacerlo. Rezumaba preocupación. Después
de todo lo que le ocurrió, seguía preocupada por mí. Podía notarlo. No, podía
sentir su preocupación, su deseo de que yo estuviera bien y feliz. Y lo agradecía.
De verdad lo hacía, pero había momentos en que también podía sentir la
decepción inundándola. Infiltrándose en nuestras conversaciones. Un
microsegundo más tarde cambiaba de tema. Sin embargo, sabía que se
preocupaba genuinamente por mí.
Por otra parte, mucha gente se preocupaba por mí. Desde el momento en
que me desperté hace un mes en el callejón detrás de la cafetería sin ningún
recuerdo de cómo llegué allí, muchos de los habitantes de Sleepy Hollow,
Nueva York, se unieron para ayudarme. A una completa extraña. Algunos
dejaron ropa mientras me encontraba en el hospital. Algunos me dieron tarjetas
de regalo para esta tienda o aquella.
La efusión de buena voluntad se desvaneció después de un par de
semanas —un hecho por el cual también agradecía— pero la gente seguía
deteniéndose para comprobarme. Para ver cómo estaba. Para averiguar las
últimas noticias. ¿Los policías tenían alguna pista? ¿Recordaba algo? ¿Alguien
me reclamó?
No, no y no.
Al igual que con Cookie, sentía su preocupación, pero sentía algo más de
ellos que no sentía de Cookie, ni de varios otros de mis clientes habituales: una
curiosidad monstruosa. Un deseo abrasador de saber quién era yo. Si realmente
perdí la memoria. Si lo fingía.
Los doctores no encontraron nada malo en mí. Según ellos, me hallaba
perfectamente bien. Perfectamente normal. ¿Pero normal? ¿En serio? ¿Qué
pensarían de mi capacidad de ver una dimensión sobrenatural? ¿Eso estaba
bien? ¿Eso era normal?
Pero tal vez tenían razón. Tal vez lo único malo en mí era psicológico. Si
no podía recordar nada de mi vida pre-despertar en el callejón, ¿era yo?
¿Bloqueaba mis propios recuerdos? Si era así, ¿qué demonios me pasó que fue
tan horrible? ¿Qué me hizo no querer recordar mi propio pasado? ¿Mi propio
nombre? ¿Y de verdad quería saberlo?
Sí, supongo que sí. La lucha, el constante tira y afloja, la atracción de
querer saber era más fuerte que la dicha de la ignorancia. Mientras tanto, había
gente como Cookie que se quedaba a mi lado y me mantenía semi-cuerda.
Había escépticos, por supuesto. No todo el mundo creía que tenía
amnesia retrógrada, y lo sabía. Sentía la duda filtrarse del cliente ocasional.
Sentía la hemorragia de incredulidad de un transeúnte al azar, y con ella,
repulsión.
Para la mayoría, sin embargo, era solo una pequeña sospecha. Se
preguntaban si fingía, pero por qué. Y tenían razón. ¿Por qué? ¿Por qué fingiría
algo tan horrible y agonizante como la amnesia? ¿Por atención? ¿Por dinero?
Había maneras más fáciles de conseguir atención, y el dinero apestaba. Ahora
tenía una deuda de tropecientos dólares gracias a los hospitales, médicos y
pruebas interminables.
Así que mis quince minutos resultaron costosos. Vivía de una jarra de
propinas a otra. Nunca podría pagar todas las cuentas que acumulé, no a menos
que consiguiera ese gran contrato literario que quería. Al menos, esa era una
teoría que daba vueltas. Según algunos escépticos más agresivos, tenía un
enfoque que conduciría a una enorme recompensa. Lamentablemente, no lo
tenía. Pero su duda, su certeza de que lo fingía, apestaba un poco. Por lo que
sabía, nunca fingía.
Pero eso me llevó a mi segundo súper-poder. Podía sentir cosas. Era
impresionante.
No. ¡Era más allá de increíble!
Si un asesino en serie desquiciado que utilizaba la parte superior de las
pantimedias para estrangular morenas me atacaba alguna vez, sería capaz de
sentir lo mucho que me quería muerta.
De acuerdo, no era tan malo. Tenía sus ventajas. Por ejemplo, sabía
cuando alguien me mentía. Lo sabía al extremo de: apostaría mi vida por ello.
Sin importar lo buenos que fueran. Sin importar qué trucos adoptaran para
ocultar su engaño, lo sabía. Así que era eso.
Pero junto con la ventaja llegaba el inconveniente. También sentía otras
cosas. Cosas de otro mundo. A veces sentía que era vigilada. Perseguida. Sentía
la mirada fría de un acosador que no podía ver. El cálido aliento de un fanático
depredador en la parte trasera de mi cuello. El toque abrasador de la boca de un
extraño rozando la mía. Por supuesto, solo sentía esas cosas después de mi
séptima taza de café antes del mediodía. Para el momento en que las caras de
mis clientes comenzaban a difuminarse, cambiaba al descafeinado.
—¿Ya estás lo bastante fría? —le pregunté justo cuando Dixie, la
propietaria de la cafetería y mi salvadora —en un sentido no religioso— asomó
la cabeza por la puerta. Su cabello era muy parecido al de Cookie, solo que de
un brillante color rojo casi neón. Aunque todavía tenía que confirmar mis
sospechas, me sentía bastante segura de que brillaba en la oscuridad. Hacía que
su piel pálida luciera vibrante y juvenil a pesar de que tenía que estar a fines de
los cuarenta años.
Alzó las cejas hacia nosotras. —¿Ustedes dos, planean atender mesas
hoy?
Cookie respiró hondo, preparándose para enfrentar la música.
Seguramente música disco. La música disco parecía más penitencial que otros
tipos de música. Excepto tal vez por el thrash metal.
Decidí practicar para mi nueva vocación en la vida mientras dábamos la
vuelta para entrar. Susurrando en voz baja, dije—: ¿Dónde está mi dinero,
perra?
—No voy a ser prostituta.
Bajé los ojos con inocencia. —Solo practicaba. Ya sabes, en caso de que
cambies de opinión.
—No lo haré.
—Maldición. —Caminé con tristeza a su lado, con todas mis esperanzas
y sueños de ser una proxeneta estrellándose contra las crueles rocas de la
realidad. Y una puta poco dispuesta.
Entonces el dolor me golpeó de nuevo. Una oleada de dolor. Flotaba de
algún lugar cercano, pero no podía encontrar la ubicación. Me giré en un
círculo, pero no vi a nadie.
—¿Estás bien, cariño? —me preguntó Cookie, tomando mi brazo. Y una
vez más la preocupación que sentía brotó en su interior. No lo entendía muy
bien. Por qué sentía con tanta fuerza cuando se trataba de mí. Por qué era tan
cariñosa.
—Siempre eres tan amable conmigo —dije. En voz alta. Un poco
sorprendida por ese hecho.
Me apretó la mano. —Somos mejores amigas, ¿recuerdas? Por supuesto
que soy amable contigo. De lo contrario, sería la mejor amiga más apestosa de la
historia.
Me reí en voz baja para el espectáculo, pero hablaba en serio cuando dijo
que éramos mejores amigas. Con cada fibra de su ser. Y esa persistente
sospecha regresó más fuerte que nunca. Nos conocíamos desde hace un mes.
Maldición. Claramente ella era una de esas necesitadas chicas psicóticas que
hervían conejos en las cocinas de sus enemigas.
Oh, bueno. Disfrutaría de su amistad mientras durara. Pero mentalmente
borré a los conejitos de mi lista de compras.
Cuando volvimos a entrar en la cafetería, teníamos a varios nuevos
clientes. Solo estuvimos afuera por, como, treinta segundos. Era extraño lo
rápido que se acumulaban.
Acababa de colgar mi abrigo cuando Dixie me llamó. —Tenemos un par
de entregas. Solo espera las papas fritas para una.
Llevaba una sonrisa que se extendía desde el lóbulo de su oreja con
múltiples aretes hasta el otro.
—Te ves animada.
—He tenido una mañana muy productiva. —Su rostro enrojeció y un
entusiasmo la atravesó mientras empacaba una de las órdenes.
—Obviamente. Me preguntaba a dónde fuiste. —Ella salió toda la
mañana. Ahora quería saber por qué.
—Contraté a un nuevo cocinero —dijo, con sus ojos brillando—.
Comienza mañana. Primer turno.
—¿Qué? —La cabecita de Sumi apareció por la ventana de pedidos, que
la enmarcaba casi a la perfección, excepto que era demasiado pequeña por lo
que no podíamos ver bien la mitad inferior de su rostro—. Yo soy la cocinera
del primer turno. No me puedes hacer esto. —Agitó una espátula—. ¡Te voy a
demandar! —Sus bonitas cejas se deslizaron ferozmente sobre sus ojos en forma
de almendra, en tanto su ira aumentaba.
Nunca bajé la guardia alrededor de Sumi. El hecho de que ella era
verticalmente desafiada no significaba nada. Podía patear mi culo en un
instante. Esa mujer tenía mal genio. Y era rápida. Ágil. Horriblemente buena
con los cuchillos.
—Oh, cállate —dijo Dixie, claramente no tan encariñada a sus facultades
como yo con las mías—. Él va a ser m{s un… —dobló la parte superior de la
bolsa y engrapó un recibo—… no lo sé, un cocinero especializado.
—Genial —dije, más interesada en nuestra clientela. Uno de nuestros
hombres de tres-comidas-al-día apareció justo a tiempo, pero a las once en
punto llegó nuestro equipo del segundo turno, y ahora mi sección quedó
oficialmente dividida a la mitad.
Francie y Erin ya se atareaban tomando órdenes.
Solo tenía un cliente en mi sección hasta el momento. Le eché un vistazo.
Era uno de ellos. Uno de los tres. Venían todos los días con precisión. Mañana,
tarde y noche. Cookie y yo comenzamos a referirnos a ellos como los Tres
Mosqueteros, a falta de una mejor descripción. Aunque eso implicaría una
amistad entre ellos, y por lo que sabía, ni siquiera se hablaban.
El primero, un guapo hombre de aspecto ex-militar con fantásticos
bíceps, siempre se sentaba en mi sección. En la misma cabina cuando era
posible, pero siempre en mi sección. Llevaba una chaqueta de color caqui que
complementaba su piel caoba y el pelo negro muy corto. Sus ojos eran de color
grisáceos. Penetrantes. Capaces de cosas asombrosas.
Garrett se acomodó en su cabina habitual, luego me miró, me ofreció un
atisbo de sonrisa, abrió una copia del último libro de Steve Berry, y comenzó a
leer.
—Parece que estás drogada, cariño.
Me incliné hacia Cookie, y ambas nos tomamos un momento para
admirar la vista.
—Él luce como si tuviera grandes abdominales —dije, sumida en mis
pensamientos—. ¿No luce como si tuviera grandes abdominales?
Dejó escapar una respiración lenta a través de sus dientes, y observamos
por el puro placer de mirar, de la manera en que verías un amanecer o la
primera taza de café del día.
—Ciertamente lo hace —dijo al fin.
Agarré la jarra y me dirigí hacia él.
Como si fuera una señal, Mosquetero Número Dos entró. Un pícaro
llamado Osh. Era joven, tal vez diecinueve o veinte años, con el pelo largo hasta
los hombros del color de la tinta iluminada por el sol, a pesar de que se
encontraba perpetuamente protegido por un encantador sombrero de copa. Se
inclinó hacia mí antes de sacárselo y encontrar un asiento. Nunca se sentaba en
el mismo lugar dos veces; decidió tomar un asiento en el mostrador y coquetear
un poco con Francie.
Difícilmente podía culparlo. Francie era una linda pelirroja que le
gustaba pintarse las uñas y tomarse selfies. También me tomaría selfies, si tuviera
a alguien a quien enviárselas. Solía mandárselas a Cookie, pero tuvo que
pedirme que me detuviera cuando se pusieron un poco subidas de tono para su
gusto. Es probable que fuera lo mejor.
Osh le mostró una de sus sonrisas deslumbrantes a Francie, haciendo que
casi dejara caer los platos que acababa de tomar de la ventana de pedidos. La
pequeña mierda.
La primera vez que entró, pidió un refresco oscuro. Cuando Cookie le
preguntó cuál y enumeró los que teníamos, negó con la cabeza y dijo—:
Cualquier refresco oscuro funcionará.
A partir de ese momento, los mezclamos para él, dándole una gran
variedad de refrescos, incluso entre recargas, un juego que parecía disfrutar.
Aunque no tanto como poner nerviosas a las camareras.
Francie se rió y pasó a su lado con la orden. Al menos ella era semi
agradable conmigo. Erin, por otro lado, me odiaba con una pasión ardiente. De
acuerdo con los chismes, ella pedía los turnos extra, pero cuando esta servidora
apareció, congelada y desamparada, la generosidad de Dixie se convirtió en una
dificultad para Erin y su marido. Básicamente le quité toda esperanza de que
tuviera turnos extras, y con ello, toda esperanza de amistad.
Los brillantes ojos de Garrett me mantuvieron cautiva mientras caminaba
hacia él, los chispeantes fragmentos de plata encima de la profundidad de color
gris de sus iris. Eran c{lidos, genuinos y… bienvenidos. Me liberé de su mirada
y le ofrecí mi mejor sonrisa de un dólar con noventa y nueve centavos.
—¿Otra cosa además de café, cariño? —pregunté mientras servía una
taza sin preguntar. Él siempre quería café. Caliente y negro. Había algo
fascinante sobre un hombre que bebía su café caliente y negro.
Acercó a la taza. —Solo agua. ¿Cómo estás hoy, Janey?
—Fantástica como siempre. ¿Qué hay de ti?
—No me puedo quejar.
Un hombre al que no reconocí habló desde la siguiente cabina. Podía
sentir la impaciencia flotando a su alrededor. —Oye, cariño —dijo, levantando
la cabeza para llamar mi atención—. ¿Podemos conseguir algo de eso por aquí?
¿O es mucho pedir?
Una chispa de ira estalló en mi cliente actual, pero en el exterior, la
expresión de Garrett permaneció impasible. No mostraba ningún indicio ni de
la más mínima preocupación.
Definitivamente militar. Probablemente operaciones especiales.
—Claro que sí —dije. La sonrisa con los labios apretados que le ofrecí al
imbécil y su amigo escondía mis dientes apretados. Serví dos tazas mientras me
miraban de reojo, captando cada curva que tenía para ofrecer—. Les traeré
algunos menús.
Técnicamente, se encontraban en la sección de Cookie, pero no quería
que ella tuviera que hacerles frente. Tuvo un día bastante difícil. Cuando
empezó a acercarse, sacudí la cabeza y asentí hacia otra pareja en su sección,
que parecían preparados para ordenar.
—Solo quiero una hamburguesa con queso y papas fritas, mejillas dulces
—dijo el primero—. Pediremos lo mismo.
Al parecer, todo lo que podía hacer el amigo del tipo era mirar
lascivamente.
—Casi cruda —continuó—. Y nada de comida de conejo.
—Entendido —dije.
—¿Vas a escribir eso?
—Creo que puedo recordarlo. Tengo una memoria excelente. —
Irónicamente, la tenía. Cuando se trataba de órdenes, de todos modos.
—Si te equivocas, Hershel no va a estar feliz.
Solo podía asumir que su amigo era Hershel. Era eso o se refería a sí
mismo en tercera persona, lo cual lo haría aún más imbécil. Pero el nombre
bordado en su camiseta manchada de aceite decía: Mark.
La camiseta de su amigo tenía el mismo logotipo y decía: Hershel.
Trabajaban en la misma empresa de camiones. Los camioneros por lo general
eran mucho más amables, pero cada barril tenía sus manzanas podridas. A
juzgar por las manchas de aceite oscuro que compartían y el denso olor a
gasolina que los rodeaba, probablemente eran mecánicos.
Retrocedí hacia Garrett. —¿Qué pedirás, cariño?
Él hervía por debajo de su exterior de revista GQ pero aun así me
agradeció con una sonrisa. —Voy a pedir el especial.
—Buena elección.
Tomé su menú, haciendo mi mejor esfuerzo para demostrarle que no me
sentía tan afectada por los camioneros. No pude dejar de notar el cuchillo
enfundado en su cinturón. No sabía a qué se dedicaba exactamente, pero sabía
que tenía algo que ver con la ley. No un policía, en sí, pero algo similar.
Sin embargo, lo último que quería eran problemas. Nadie necesitaba
arriesgar su seguridad por mí. Nadie tenía que defender mi honor. Con toda
honestidad, no estaba segura de que tuviera alguno. Me olvidé de mi vida por
una razón. ¿Y si esa razón era mala? ¿Y si era impensable? ¿Nefasta? ¿Maligna?
Una oleada de náuseas me invadió. Me apresuré a la estación de servicio
a escribir sus órdenes, pero una sensación familiar, una que solo podía describir
como un ataque de pánico, ya me golpeaba directo en el intestino. Tuve ataques
similares de vez en cuando desde el Día Uno. Era la sensación de pérdida, una
pérdida total y devastadora, la que los provocaba. Se apretaba alrededor de mi
pecho hasta que mis pulmones ardían. Quemaba mis ojos hasta que quedaba
ciega.
Temblando incontrolablemente, hundí las uñas en el mostrador,
resistiendo mi peso contra él, raspando y arañando el velo negro que mantenía
mi pasado oculto. Algo se hallaba detrás de la cortina. Algo a lo que tenía que
llegar.
Una sensación de urgencia se extendió como la pólvora. Lo olvidé. Dejé
algo atrás. Mi más preciada posesión, solo que no tenía idea de lo que era.
Mis dientes rechinaban y mis párpados se cerraron mientras luchaba por
atravesar el velo, la determinación y la desesperación empujándome a recordar.
Conduciéndome hacia adelante.
La habitación giraba, y pude escuchar mi propio corazón bombeando
con fuerza en mis costillas, mi propia sangre inundando mis venas hasta que
incluso los bordes de mi mente se oscurecieron y cerraron.
—¿Estás bien, cariño?
Sorprendida, levanté mis párpados para ver a Cookie; mis cejas
fruncidas, mi respiración saliendo en ráfagas cortas y rápidas. Sentí la humedad
del ataque pegada mi piel y mis palmas húmedas se deslizaron del mostrador.
—¡Charley!
Cinco.
—Ven aquí —dijo, arrastrándome a la bodega en la parte trasera.
No me perdí el hecho de que me llamó Charley. Lo hizo antes. Cuatro
veces, en realidad. O era una expresión de cariño de dónde era, o me llamaba
accidentalmente por el nombre de otra persona que conocía. Probablemente su
perro.
Me sentó en el catre en el cual dormí durante más de una semana antes
de encontrar un apartamento que me pudiera permitir. Este era mi segundo
hogar lejos de casa. Dondequiera que fuera ese último hogar.
Humedeció una toalla y la presionó contra mi frente, sobre mis mejillas,
boca y por mi cuello. —Estás bien —dijo ella, su tono tranquilizador, su voz tan
familiar.
Los giros se detuvieron, y mi ritmo cardíaco se desaceleró a una
velocidad normal. Un ritmo normal.
—Vas a estar bien. —Humedeció la toalla de nuevo para enfriarla, y
luego la colocó en mi nuca—. No has tenido uno de esos desde hace un tiempo.
Asentí.
—¿Puedes decirme qué lo comenzó?
—No lo sé —dije, con voz ronca. Entonces la miré. Quería que lo
entendiera, que fuera completamente consciente de donde se metía—. No creo
que yo sea una persona muy buena, Cook.
Se arrodilló frente a mí. —Por supuesto que lo eres. ¿Por qué dirías eso?
—Creo que estoy siendo castigada.
—¿Castigada? —Mi declaración la sorprendió—. ¿Castigada por qué?
—He olvidado algo.
Puso una mano reconfortante en mi hombro. —¿Quieres decir, además
de toda tu vida hasta hace un mes?
—Sí. Quiero decir, no. No, esto es algo… algo mucho m{s importante.
Siento que me fui a un viaje largo y dejé mi posesión más preciada atrás. La
abandoné. —Las lágrimas picaban en las esquinas de mis ojos, la evidencia se
deslizaba por mis pestañas y por una mejilla.
—Oh, cariño. —Me dio un abrazo. El suave calor de su cuerpo era un
respiro bienvenido del mundo horrible a mi alrededor—. Tienes amnesia. Nada
de lo que hiciste pudo haberla causado. —Se sentó con el brazo extendido—.
Recuerdas lo que dijeron los médicos, ¿verdad?
—No. Yo… tengo amnesia.
Después de castigarme con una boca fruncida, la cual me enseñaría una
lección, dijo—: Recuerdas exactamente lo que dijeron. Esto podría haber sido
causado por un gran número de cosas. Solo tienes que darle tiempo. Esto no
pasó por algo que hiciste.
Ella posiblemente no podía entender cuánto se equivocaba, pero no era
su culpa. Lo que hice recaía en mí. Tendría que averiguarlo y arreglar las cosas.
Tenía que hacerlo.
3 Traducido por NicoleM & Beatrix
Corregido por Daliam

No puedes hacer que alguien te ame.


Solo puedes acosarlos y esperar lo mejor.
(Meme de Internet)

La puerta del almacén se abrió y Erin se hallaba de pie al otro lado, su


aura un tono rojizo oscuro. No es que necesitara ver su aura para saber que
estaba enojada. Me golpeó como una ola de calor.
—Ambas tienen clientes.
—Lo siento —dije, levantándome de manera vacilante, pero se fue antes
de que pronunciara toda la palabra. Ayudé a Cookie a pararse, luego fui hasta
el fregadero y me eché agua en la cara antes de ver la hora en el reloj.
—Debería llegar en cualquier momento —dijo Cookie, lavándose.
Me giré hacia ella.
—¿Quién? —Cuando me dio una sonrisa simpática, dije—: De todos
modos, no importa. Nunca se sienta en mi sección. Siempre se sienta en la tuya.
O en la de Francie. —Apaciguando los celos que se resistían en mi interior. No
tenía derecho a estar celosa. No era como si alguna vez me hablara. O mirara.
O, demonios, reconociera mi existencia en absoluto.
—Quizás es simplemente tímido —dijo Cookie—. Tal vez le gustas tanto
que tiene miedo de dar el primer paso.
Solté un bufido, descartando la idea por completo. No me pareció que
fuera del tipo tímido.
—En fin, ¿cómo sabes que es a quien estoy esperando?
—Cariño, cada mujer en la cafetería lo está esperando.
Mi piel se sonrojó de nuevo. Francie estaba tan caliente por él, su
adrenalina se elevaba diez veces cada vez que entrada. Su aura se ponía roja
también. Un rosado rojizo. Y por una razón muy diferente.
—Cierto. Pero está tan enojado todo el tiempo.
—¿Enojado? —Me arregló el peinado, volviendo a amarrar los mechones
que se habían escapado de mi pinza—. ¿Qué te hace pensar eso?
—Me mira con furia.
—Así mira a todos.
Eso también era cierto, y me puso feliz en el interior.
—Por cierto, su segundo nombre es Alexander. —Lo dijo como si se
tratara de una prueba de algún tipo. Como si esperara alguna reacción de mi
parte.
Y chico, consiguió una. No pude reprender las señales de sorpresa si
hubiese tenido una pistola ametralladora nueve milímetros a mi disposición. O
un lanzacohetes.
Reyes Alexander Farrow. Me gustó.
—¿Cómo sabes su segundo nombre?
—Vi su licencia de conducir.
Su respuesta me tomó por sorpresa, y me estremecí. No porque logró ver
la licencia de Reyes Farrow, un hecho por el cual me encontraba un poco celosa.
Me estremecí porque acababa de mentirme. ¿Por qué mentiría acerca de algo
tan común? ¿Qué importaba el cómo se enteró del segundo nombre de Reyes?
—¿Crees que es extraño la cantidad de chicos atractivos que entran a este
lugar? —preguntó, cambiando el tema como siempre hacía cuando estaba
siendo menor al cien por ciento. Casi como si supiera que podía sentir su
engaño y pensó que el desviarse del tema lo atenuaría.
O eso, o mi conciencia culpable sacaba lo mejor de mí. Era un error espiar
a la gente, y leer sus emociones era el equivalente a espiar. Pero se encontraban
simplemente ahí. Las emociones de las personas. Frente a mí. Era imposible no
leerlas.
—¿Extraño? Quizá. Pero ¿un montón de chicos atractivos entrando así?
Oh sí. Y mucho más.
Se rió y me escoltó fuera.
—Tienes un excelente punto.
Antes de entrar a la cafetería, Dixie me hizo señas para que me detuviera.
—¿Puedes hacerte cargo de esto, Janey? —preguntó, dejando una orden
para llevar en mis manos. El boleto tenía el nombre de Vandenberg escrito—.
Erin hizo la otra orden para la señora Udesky.
—Eh, está bien. —Ni idea quién era la señora Udesky.
—Te cubriré. —Me llevó hasta la salida, con su mirada deambulando
hacia Garrett hasta que perdió todo el control sobre la sonrisa que intentaba
suprimir.
—Pero solo para que sepas —dije en advertencia—, el acoso es un delito.
Me miró boquiabierta.
—No lo estoy acosando, sino esperando. Y si nuestra conversación llega
a cambiar hacia el ámbito romántico, ¿quién soy yo para discutir? —Le dio otra
mirada lujuriosa—. Las cosas que puedo hacerle a ese hombre si tuviera la
oportunidad.
Me reí y fui hacia la salida delantera.
—Hola, dulzura —dijo Osh desde detrás del mostrador, su coqueta
sonrisa contagiosa. Su cabello colgaba como una masa brillante hasta sus
hombros, el corte despuntado, el color tan negro que casi parecía azul en
contraste con su perfecta piel pálida. Me preguntaba lo que era. Sobre todo
porque no tenía alma. El color que lo rodeaba, aunque sin alma no era
realmente un aura, era una versión más ahumada del bronce único de su iris.
Me pareció fascinante. Lo encontré fascinante. Tanto es así, que me
detuve y lo miré fijamente por varios incómodos segundos. Incómodo para mí,
de todos modos. Debido a la juguetona sonrisa, tuve la sensación de que se
encontraba acostumbrado a ese tipo de atención cautivadora. La palabra clave
era cautiva.
—Hola a ti —dije.
Su expresión se derribaba peligrosamente a la vulgaridad, atenuándose
solamente por la apreciación brillando en sus ojos. Tan apuesto como el chico
era, solo pretendía ser arrogante. No lo era. Más bien lo contrario, de hecho.
Averigüé bastante temprano que había dos clases de seres en este
mundo: los que pertenecían y esos que no. Por ejemplo Garrett, estaba en la
primera. Era un ser humano hasta la médula. Al igual que el Sr. P, lo cual traía
la pregunta de por qué el demonio se hallaba en su interior. Osh, sin embargo,
era una historia diferente.
Tenía una intensidad que contradecía su apariencia juvenil, una actitud
despreocupada. Solo era parte humano. El resto era todo tipo de bestias, ambas
partes manteniéndose unidas con una energía de otro mundo, de ahí el color
que lo rodeaba. No era un alma como la de un ser humano, sino una poderosa,
como si su fuerza de vida se originó a partir de algo que fuese la necesidad
humana. En otras palabras, me pregunté si sobrevivía con la comida que
ordenaba todos los días en la cafetería o si tenía otra forma de sustento.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó, su mirada un poco demasiado lobuna.
Me incliné hacia él.
—Soy lo suficiente mayor para ser tu... hermana muy mayor.
En realidad no tenía ni idea de qué edad tenía. Los médicos me pusieron
en algún lugar entre los veinticinco y los veintinueve. Lo suficiente cerca por
ahora. Querían hacer más pruebas, involucrar más partes del cuerpo y no solo
mi cerebro enfermo. No los dejaría. Por una cosa, cada prueba drenaba más
dinero de lo que hacía en un año. Estaban preocupados de que hubiese sido
atacada de alguna manera. Les aseguré que no. No tenía moretones. Ningún
rasguño aparte de los que sufrí después de despertar en ese callejón.
Se pasó una mano por el pelo, revelando los ángulos atractivos de su
rostro casi demasiado perfecto, entonces lo dejó caer de nuevo a su lugar antes
de también inclinarse.
—Me encantan las mujeres mayores.
Tenía la sensación de que sabía mucho más de lo que podía sugerir su
edad. Y que bromeaba tanto como yo. Podía probarlo. Ver hasta dónde llegaría
la pequeña mierda. Pero los clientes comenzaban a acumularse y tenía un
sándwich, en realidad varios, que entregar.
Rompió el hechizo con un movimiento de cabeza, se rió en voz baja,
luego se sentó y, con un suspiro triste, dijo—: Todas las buenas cosas deben
llegar a su fin.
Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, la puerta se abrió, la
habitación se silenció, y supe quién había llegado a almorzar. Con la precisión
de un soldado de la infantería alemana, siempre en formación, siempre
apareciendo al último, entró Reyes Farrow, completando así el trío de
mosqueteros, y el mundo a mi alrededor se cayó.
Al igual que todo el sentido de lógica.
Reyes Farrow era un enigma. Era su propia fuente de energía.
Ahogándose en una oscuridad continúa. Bautizado en fuego. Lamiendo por su
piel, el calor irradiando en oleadas ardientes.
Antes de darme cuenta de que el calor venía de él, pensé que había
entrado en la menopausia temprana. Seguía teniendo calores de la nada. Pero
entonces lo vi por primera vez, vi el fuego que lo bañaba, que se precipitaba
sobre su piel en brillos naranjas y amarillos, que creaba el humo ondulante. Lo
vestía como un manto. Caía en cascada sobre sus anchos hombros, sus brazos
sinuosos, y por su espalda hasta el suelo a sus pies.
Incluso con la oscuridad que lo rodeaba, el malestar que sentía cada vez
que entraba, le daba la bienvenida a sus visitas. Las anhelaba de la manera en
que un adicto anhelaba la heroína. A menudo volvía por la noche, coordinando
mi cena con la suya. Una chica tenía que comer, después de todo. Me decía que
volvía a la cafetería debido a la familiaridad del lugar. El hogar. Pero si fuera
honesta, algo que rara vez trataba de ser, era debido a él.
Al igual que Osh, solo era parte humano. La otra parte, la cuestionable,
seguía siendo un misterio. Era como nada que alguna vez hubiese encontrado.
No entre la gente de Sleepy Hollow, de todos modos. Su presencia hacía que el
aire crujiera con electricidad, sobre todo debido a toda la ovulación espontanea
que ocurría cuando entraba.
Casi me había detenido por completo. Saliendo de mi estupor, me
apresuré a pasar por delante de él. Cuanto más me acercaba, más veía, tanto
físicamente como de otro mundo. Las moléculas de su composición parecían
más densas que las de un humano, su ADN de alguna manera enrollaba más.
Emanaba una especie rara de poder, como si pudiera dirigir los mares y las
estrellas por igual. Como si pudiera doblar el universo a su voluntad.
Miré más allá de las llamas que lo envolvían desde sus caderas delgadas
que se ajustaban hasta sus anchos hombros. Sus brazos, amarrados con
músculos y tendones. Sus bíceps parejos. Sombras ondulaban sobre ellos con el
más mínimo esfuerzo mientras los encuentros entre la carne y el tendón
cambiaban.
Mi mirada se elevó hasta el fuerte conjunto de su mandíbula, para
siempre oscurecida con un día de crecimiento, pero solo un día vale la pena. Su
boca era una de sus logros más espectaculares. Tenía la plenitud suave de la
pasión, como si acabara de hacer el amor. Como si acabara de satisfacer los
deseos más profundos de alguna mujer suertuda. Continué el escrutinio hasta
la línea recta de su nariz, ni muy delgada ni muy amplia con una inclinación en
la punta.
¿Pero el aspecto más sorprendente de todo el encuentro? Sus ojos. A
menudo llevaba gafas oscuras que ocultaban una de sus mejores características.
Cuando no lo hacía, el efecto era impresionante. Tenía manchas de oro en sus
profundos iris marrón que brillaban bajo unas imposiblemente largas pestañas.
Completando su boca esculpida y el duro conjunto de su mandíbula a la
perfección.
No es que estuviera obsesionada con su apariencia ni nada.
Caminar tan cerca de él era comparable a estar al alcance de la
mandíbula del jaguar. Era estimulante y aterrador. No tenía ni idea de lo que
era exactamente, pero no era material de citas, no importaba cuán bien se
enrollaran sus moléculas.
Afortunadamente, rara vez me miraba. Las miraditas de reojo con las que
me honraba en su mayoría se hallaban llenas de ira y una especie furiosa de
resentimiento. Todavía tenía que descubrir de qué se trataba todo esto, porque
a pesar de sus ceños mordaces, se encontraba interesado en mí. Sentí que
emanaba de él cuando nuestros ojos se encontraron. Como ahora.
Era un evento un tanto raro, y me tomó por sorpresa. Nuestras miradas
se encontraron por un breve segundo mientras pasé por su lado. Su cercanía se
apoderó de mis pulmones. Enviando diminutos escalofríos por mi espina
dorsal. Me quemó la piel. Y su interés se disparó directamente a mis partes más
rosas.
Nuestras mangas se rozaron cuando me apresuré a pasar, e intenté no
dejar que el hecho de que se sentó, una vez más, en la sección de Francie me
molestara. Nunca había sentido esa espina de interés cuando la miró. O a
cualquiera, para el caso, incluyendo a los hombres, gracias a Dios.
Pero, ¿por qué la hostilidad? ¿Por qué las miradas mordaces y la ira
furiosa? ¿Qué le había hecho? Era probable que no tanto como me gustaría.
De nuevo, la confusión en lo que se refería al señor pantalones enfadados
se apoderó de mí. Salí huyendo por la puerta principal y me dirigí hacia la
tienda del señor Vandenberg, luchando contra el deseo de mirar hacia atrás.
Aire frío me envolvió. Fue una refrescante bienvenida luego de ser
quemada viva. Pero en mi prisa por pasarlo, olvidé mi abrigo. Sin embargo
valió la pena. Casi nos habíamos tocado. Mi hombro casi rozó el suyo, y me di
cuenta de que tampoco llevaba chaqueta.
Esta vez, la ira se disparó a través de mí. ¿Qué pensaba? Tenían que
haber menos de un grado. O por encima. De cualquier manera, estaba
malditamente frío. Pero llegó en una camiseta color anaranjado medio oxidado,
una que encajaba a la perfección en todo su ancho pecho y se ajustaba hasta
acentuar su delgado estómago, y pantalones, colgando sueltos de sus caderas,
pero lo suficientemente apretados para mostrar la definición exquisita de su
culo bien formado.
Otra cosa que descubrí antes de mí: Me gustaban los traseros.
Se moriría, sobre todo porque tenía el pelo ligeramente húmedo.
Acababa de ducharse, con su aroma limpio y terroso como un rayo en una
tormenta.
Abaniqué el frío aire sobre mi cara, saludando al dueño de una tienda al
otro lado de la calle, entonces casi tropezando cuando llegué a la tienda de
antigüedades del señor Vandenberg. Agarré el mango y dejé que el dolor que
sentí, el mismo que sentí antes, me bañara. La sensación no era una bienvenida.
Apretó mi estómago. Hizo girar mi cabeza. Debilitó mis rodillas. Y eso venía
desde el interior de la tienda.
Me asomé a la ventana, levantando una mano para protegerme del sol,
para asegurarme de que la costa estuviera despejada. Lo parecía. El señor V se
encontraba parado en la registradora, con los hombros tensos, su mirada a
kilómetros de distancia. Detrás se hallaba sentado un hombre al que no
reconocí. Hojeaba una revista, con los pies apoyados en el mostrador, alias, la
pista número uno de que algo andaba mal.
Ese mostrador tenía más de cien años de antigüedad. El señor V lo
trataba como si fuera de la familia. En general, era muy particular acerca de la
comida y la bebida en su tienda, pero nada, absolutamente nada comestible
estaba permitido en ese mostrador. Y allí se encontraba un hombre grosero con
botas embarradas en la parte superior de este.
Apreté el mango y luché contra el impulso de dar la vuelta y correr. No
era de mi incumbencia. Cualquier cosa que el señor V estuviera tramando no
era de mi incumbencia. No podía involucrarme en los problemas de otros
simplemente porque podía sentirlos. O los efectos de ellos. Incluso si me
involucraba, ¿qué podía hacer? Ni siquiera sabía mi propio nombre. ¿Cómo
podía ayudar a otros cuando no podía ayudarme?
No podía. Involucrarme de cualquier manera estaba fuera de la cuestión.
Entregaría los sándwiches y eso sería todo.
Levanté una barrera alrededor de mi corazón, abrí la puerta y entré con
tanta indiferencia como pude.
Cuando levantó la mirada, el peso de la tensión del señor Vandenberg,
de su agonizante dolor emocional, me golpeó como una pared de ladrillos. Me
rasgó. Me golpeó hasta que casi me doblé.
Apreté la mandíbula y forcé a un pie a moverse delante del otro.
—Hola, señor V —dije, con voz ronca.
—Hola, Janey. ¿Cuánto te debo?
No pude evitarlo. Tenía que probarlo. Luego de un rápido estudio al
hombre sentado detrás, dejé la bolsa sobre el mostrador. El mostrador sobre el
cual no se permitía ningún tipo de comida.
El señor V no dijo nada. Tampoco hizo algo aparte de abrir la
registradora. Su respuesta normal habría sido quitar la bolsa a toda prisa del
mostrador por temor a que este se manchara de aceite. En cambio, el bruto se
levantó y abrió la bolsa para hurgar en ella. Sacó un sándwich, luego la cerró de
nuevo, ni siquiera mirándome.
—¿Janey? —preguntó el señor V.
—Lo siento, veintisiete.
Asintió y sumergió unos temblorosos dedos en la caja.
Otro hombre entró desde un cuarto trasero, viéndome y casi dando la
vuelta. El bruto le gritó.
—¿Qué te dije? —preguntó. En persa, su grueso acento del Oriente
Medio.
Siete. El persa era el séptimo idioma que sabía, contando el inglés.
Cuando turistas de todo el mundo llegaban a la cafetería, escuchaba sus
conversaciones y cada vez los entendía. Todavía tenía que escuchar un idioma
que no sabía, pero no recordaba nada de mi pasado. ¿Cómo eso era siquiera
posible?
El otro hombre vestía un mono, las rodillas y los codos sucios como si
hubiese estado cavando, y tenía un hacha en la mano. Me miró desde debajo de
las gruesas cejas que se anudaban en sospecha, sus rasgos muy delgados duros
en condiciones con poca luz.
—Hemos terminado —dijo el hombre, su persa haciendo alusión a una
educación del norte de Irak—. Necesitaremos el cortador de plasma esta noche.
—Dijo las palabras cortador de plasma en inglés, y la mirada del bruto se dirigió
rápidamente hacia mí para ver si prestaba atención. Ya había aprovechado la
oportunidad de interesarme en un collar antiguo que el señor V tenía en una
vitrina junto a la caja registradora. Suspiré con nostalgia.
Apaciguándose, le arrojó la bolsa a su compañero y movió la cabeza en
una orden silenciosa para que se fuera. El bruto, quien no era tan alto como
fornido, luego volvió su atención a su propio sándwich.
El señor Vandenberg me entregó dos billetes de veinte, intentando
controlar sus dedos temblorosos. Era uno de eso tipos de mediana edad quienes
parecían más viejos, más que nada debido a que era delgado, con poco cabello y
este canoso. El hecho de que llevaba gafas de montura metálica obsoletas y una
pajarita tampoco ayudaban. Vivía por todas las cosas nostálgicas.
—Guarda el cambio —dijo, con su mirada repentinamente suplicante.
Quería que saliera de allí y rápido.
—Gracias.
Más voces llegaron desde la trastienda. Eran ahogadas, así que tuve
dificultad para descubrir lo que decían. Todo lo que entendí fue algo acerca de
una viga de soporte. ¿Necesitaba ser fortalecida? Reforzada. Necesitaba ser
reforzada. Otro habló acerca de un tubo de metal. Parecía que había algo que
bloqueaba una ruta.
El bruto tomó nota de mi persistente presencia. No tuve más remedio
que irme. Justo cuando me di vuelta, otra mujer entró. La había esperado en la
cafetería. Una peluquera a tiempo parcial y entrometida a tiempo completo con
más agallas que juicio.
La adrenalina del señor V se disparó por las nubes.
—Esto es hermoso —dije, señalando el collar para poder quedarme un
poco más.
—Hola, William.
—Buenos días, Ellen. Tengo tu lámpara guardada y lista para retirarla. —
Le lanzó una rápida mirada al bruto como si pidiera permiso, luego arrastró los
pies hasta un estante en la parte trasera para conseguir la caja.
—Estoy tan emocionada —dijo ella, ajena. O no—. Se va a ver genial en
mi vestíbulo. Oh, Natalie perdió su cita en la peluquería. Espero que todo esté
bien. —Estaba buscando. Debe haber estado quedándose sin un escándalo.
—Oh, sí, lo siento. —El señor V regresó al mostrador con una caja—.
Tuvimos una emergencia familiar. Ella y los chicos tuvieron que ir donde mi
mamá por unos días.
Mentira.
—Oh, Dios. —La intriga la atrajo más cerca como la melodía de un
chisme fresco deslizándose en sus oídos—. Espero que todo esté bien.
Otra mentira.
—Sí. Sí. —Se acomodó las gafas en el puente de su nariz—. Está bien. Mi
madre se cayó y se lastimó la cadera, así que Natalie se va a quedar con ella esta
semana.
Tomó la caja, su aguda mirada inspeccionándolo. ¿Ella sabía que mentía?
Una sonrisa calculadora se amplió en su rostro.
—Bueno, dale un gran saludo cuando hables con ella y dile a tu madre
que se mejore pronto. Estaré esperando más de ese fabuloso guiso de calabacín
en breve.
Forzó una risa suave, pero sentí temor irradiando de él. Un temor que
era tan autentico, tan desesperado, que vació el aire de la habitación.
Sin haberse ganado ningún terriblemente digno chisme, la peluquera
hizo un gesto descarado de despedida y se fue con su lámpara. El señor V se
aclaró la garganta cuando se dio cuenta de que seguía esperando. Metiendo la
mano en el bolsillo, dejó varias monedas en el suelo, pero las ignoró para
hurgar en los pequeños billetes que había soltado.
—Janey, lo siento, ¿cuál es el daño?
Me tomó un momento darme cuenta de que se encontraba tan
angustiado que intentaba pagarme de nuevo.
—Eran veintisiete.
Esperé un momento mientras contaba los billetes y otra buena propina
antes de añadir—: Pero ya me pagó.
Cuando su mirada azul se elevó por sobre el borde color oro de sus
gafas, se sonrojó. —Lo hice, ¿no?
Le di un simpático asentimiento.
—Lo siento. —Volvió a meter los billetes en su bolsillo—. ¿Quieres ver
algo?
No creí que ‚¿La trastienda?‛ saliera bien. Mi única duda en ese
momento, además de la que involucraba las letras Q-D, girando en torno a la
cantidad de inglés que sabía el bruto. No podía arriesgarme a hablar con el
señor V en caso de que el hombre fuese tan fluido en mi lengua nativa como yo
en la suya, y no sabía lo suficiente acerca de la situación para tratar de señalar al
ansioso dueño de la tienta.
—Nada que me pueda permitir —dije con una sonrisa burlona—. Que
tenga un buen día.
Se quitó las gafas y comenzó a limpiarlas.
—Sí. Por supuesto. Tú también.
El bruto se había comido la mitad de su sándwich y estaba pegado a la
revista una vez más, pero dudaba seriamente que tuviera algún interés en la
copia de Antigüedades y Bellas Artes del señor V.
Tenía cero intención en involucrarme cuando entré. Para el momento en
que me fui, tenía cero intención de dejarlo solo. El señor V se encontraba en tal
estado de angustia, que me impresionó que pudiera hablar. Pero, ¿cuánto
tiempo más sería capaz de mantener la farsa? Se agrietaba centímetro a
centímetro. Lo que sea que sus nuevos amigos estuvieran haciendo, había por lo
menos cuatro involucrados. Esa bolsa contenía cuatro sándwiches, ninguno de
los cuales el señor V podía comer. Era alérgico a los huevos, sin embargo,
ordenó específicamente mayonesa en los cuatro.
Abrí la puerta y escuché el alegre sonido del timbre, tan en desacuerdo
con el clima interior. Esta vez, el aire helado solamente sirvió como un
recordatorio de que no me encontraba vestida apara la congeladora tundra.
Pero una imagen llamó mi atención justo cuando me iba. Se hallaba en un
instante, destinada a mostrarse en uno de los marcos antiguos que estaban a la
venta. Tenía una firma con la escritura de un niño que decía: Al a venta: Marco
$50. Padres &49.96 OBO.
Dejé que la puerta se cerrara detrás de mí y luché contra un escalofrío.
Para mostrar el cuadro, el señor V había puesto una foto de él y su familia.
Conocía esa familia; simplemente no sabía que pertenecerían al señor V.
Entraron en la cafetería un par de veces hace una semana. Su esposa, Natalie,
era preciosa. Parecía una isleña con un color exótico y espeso cabello negro. Sus
hijos eran una combinación de rubios, los ojos azules del señor V y el rico color
oscuro de su esposa.
Sus nombres eran Joseph y Jasmine. Joseph tenía alrededor de diez, y
Jasmine unos pocos años menos, seis o siete, tal vez. Los recordaba tan
vívidamente desde nuestro primer encuentro, en parte debido a la combinación
de pelo oscuro en ambos y ojos azules cristalinos.
—Eres brillante —me dijo Jasmine mientras tomaba su orden.
—Bueno, gracias.
—¿Eres un ángel?
Joseph le dio un codazo sin dejar de mirar a su teléfono.
Me reí en voz baja. —Normalmente no.
—Lo siento —dijo Natalie—. Jasmine piensa que puede ver el aura.
—Guau. —Me volví hacia ella—. Eso es una habilidad genial.
—No tienes un aura —dijo, en temor—. Tú eres una.
—Oh, eso es tan dulce. Gracias. —Le guiñé un ojo y le pregunté a Joseph
lo que quería beber.
—Café. Negro.
Sabiendo que no podía tener más de diez, miré a su madre para
asegurarme.
Ella se encogió de hombros. —Es su único vicio —explicó.
A su edad, eso espero. Cuando le serví una taza, sacó una barra de
chocolate del bolsillo de su abrigo y dejó caer un pedazo en el café.
—¿Su único vicio? —le pregunté a Natalie.
Ella sonrió. —¿Eso cuenta cómo dos?
Desde aquel primer encuentro, llevé automáticamente a Joseph una taza
de café y añadí la advertencia de ‚beber con responsabilidad‛. Él se reía detrás
de la taza o me daba un pulgar hacia arriba mientras que Jasmine me estudiaba,
inclinando la cabeza hacia un lado y otro, en busca de mis alas. Me enamoré de
ellos.
Me recosté contra la pared de ladrillo del edificio. ¿Estaban involucrados
de alguna manera? ¿Estaban en problemas? Una vez que el frío llegó a ser
demasiado —unos nueve segundos más tarde— me marché del edificio y me
dirigí hacia atrás, jugando con los cien escenarios que podrían explicar los
sucesos extraños en la tienda del señor V. Los hombres cavaban cerca de la
pared oeste. La única cosa al lado de la tienda era un negocio de tintorería. ¿Por
qué un grupo del Medio Oriente construía un túnel en un negocio de tintorería?
Me detuve y miré hacia atrás a la lavandería. Todo parecía normal.
Parecía, pues, como un negocio de tintorería. ¿Qué podría convencer a un
grupo de lo que parecía ser hombres perfectamente sanos a hacer túnel en él?
Miré más allá de la lavandería. El siguiente edificio se encontraba
vacante, y había una bodega más allá de eso. Era una tienda muy popular. A los
turistas les encantaba el vino. ¿A quién engañaba? Me encantaba el vino.
¿Quién no ama el vino?
Viendo como los hombres arriesgaban mucho para hacer un túnel en un
negocio de lavandería en medio del día, cuando podrían ser vistos y/o
escuchados, tenía que ser algo bastante espectacular en ese edificio. Pero mi
mente giraba con mil preguntas.
¿Por qué cavar durante el día? ¿Por qué no esperar hasta la noche? ¿El
ruido, tal vez? ¿Las luces? La actividad inusual podría llamar la atención no
deseada más rápidamente que si el señor V acabara de pasar a estar haciendo
reformas. Pero ¿por qué no utilizar el edificio vacío de túnel en vez de tomar
esencialmente a un hombre de rehén? ¿Tal vez eran los más cercanos después
de la tienda del señor V? Eso tampoco tenía sentido. Una vez que se hallaban en
el edificio, podían ir a cualquier parte que quisieran. Por otra parte, ¿por qué un
túnel? ¿Por qué no forzar la entrada?
Ningunas de las situaciones tenía sentido. No es que importara. Lo único
que importaba era lograr que el señor V volviera a salvo a su familia. Si
estuviera siendo retenido como rehén…
Me detuve en la entrada de la cafetería y consideré la magnitud del
miedo que había sentido que irradiaba de él. Una cosa era temer por su vida,
pero ¿podría estar toda la familia del señor V en riesgo? ¿Se hallaban su esposa
e hijos secuestrados, también?
Tuve que reportar mis sospechas, pero ¿que si un policía empezaba a
hurgar y hacía que maten al señor V? ¿O peor aún, a toda su familia? La
situación exigía delicadeza. Una caballería al galope al rescate con luces
intermitentes y disparando no era la respuesta. Lamentablemente, sabía que no
lo era.
Una ráfaga de aire ártico me instó por dentro. Entré en el rugido suave
de una casa llena, y mi mirada al instante se disparó a Reyes. Estaba de
espaldas a mí. Probablemente algo bueno ya que no podía pensar con claridad
cuando miraba su cara. O sus hombros. O su grueso pelo despeinado.
Saqué el dinero que me dio el señor V y me dirigí hacia el registro para
llamar. El dulce señor V y su encantadora familia. ¿A quién podía ir con esto?
Necesitaba a alguien en lo alto de la ley, como un detective o incluso el jefe de
policía. Llegué a conocer a un par de policías, pero de nuevo, la situación exigía
guantes de seda, no los guantes de boxeo, y los policías que conocí hasta el
momento no me inspiraban ese tipo de confianza.
Pero eso me llevó a un problema número dos: ¿Qué le diría a la persona
que fui a ver? ¿Que vi a estos chicos de Medio Oriente y tengo un mal
presentimiento? ¿Tan racista?
Eché un vistazo a Garrett mientras caminaba y consideré preguntarle.
Hizo algo como de policía, aunque no estaba segura de qué. Tampoco era el
señor Pettigrew. Era un ex detective. Tal vez podría hablar con él, pero de
nuevo, ¿qué iba a decirle? ¿Y cuánto podía contar con él con ese demonio
acechando en sus entrañas?
Vi a Cookie mirándome con una enorme sonrisa en su rostro. Una
sonrisa agradecida. Una muy grande. Paré mientras caminaba hacia mí. Abrió
los brazos, y medio esperaba que me plantara un gran beso húmedo. En
cambio, le plantó uno a su marido, eso tenía más sentido. Entró justo detrás de
mí.
—Hola, Janey —dijo cuándo Cookie dejó de abordarlo. ¿No estaban allí
las leyes contra el Departamento de policía de Albuquerque no aptas para
menores de 18 años?
Robert, o Bobert como me gustaba llamarlo, pero eso era culpa de
Cookie, tenía ojos cálidos y una encantadora sonrisa, completada con un bigote.
Parecía que le gustaba casi tanto como a Cookie. Ellos siempre me invitaban a
cenar o al cine. Al principio, me encontraba con su entusiasmo un poco
intimidante. Pero una vez que llegué a conocerlos, y me di cuenta que no eran
personas promiscuas, me encontraba agradecida por ello. Eran una fuerza
sólida en mi vida anti gravitatoria. Un cable que me mantenía atada a la tierra.
—Hola, Bobert. ¿Cómo lo llevas?
—Un poco a diestro y siniestro. ¿Tú?
Él me dio un abrazo de oso gigante, tragándome en sus brazos. Era
maravilloso a pesar de nuestra conversación acerca de la trayectoria de sus
partes viriles. Algunos podrían haberlo visto cómo extraño.
Yo tenía una cosa por lo extraño.
—Lo mismo —le dije cuando me soltó—. Tu esposa trató de atender a
otro cliente hoy.
Echó un vistazo a Cookie, con una expresión simpática. Tenía las mejillas
sonrojadas con un suave rosa.
Solo habían estado casados un par de meses y eran los recién casados
más lindos en el planeta. Me hallaba segura de ello. Especialmente Bobert. Para
ser tan viejo, tan anciano y decrépito, prácticamente en sus últimos coletazos,
por hallar el amor donde menos lo esperaba, en una rave en el Mohave. Al
menos eso fue lo que me dijo Cookie. Sin embargo había estado mintiendo
cuando lo dijo. Si ella mintió acerca de conocer a su futuro esposo en una rave,
tenía que creer que la verdad sonaría peor. La verdad debería apestar.
Probablemente se reunieron en un club de striptease. O un sacrificio humano. O
una carrera de tractores.
Bobert tomó una mesa cerca de la estación de bebidas, mientras que
Cookie y yo decidimos hacer lo que nos pagaban por hacer. Extraño cómo se
esperaba eso de nosotras.
Retomé la orden del señor V, sintiéndome mucho mejor acerca de toda la
situación. Una solución se me ocurrió al momento que entraba y salía del frío.
Bobert. Podía preguntar a qué se dedicaba Bobert. Cookie dijo que era un
detective de alguna clase en Nuevo México. No sabía a lo que llamaban
detectives en los países de América Latina, pero él hablaba inglés muy bien.
Seguramente sabría a quién yo podía hablarle. Con quién debería hablar.
Y él no tenía ningún vínculo aquí. No iba a enviar a la caballería y
arriesgar la vida del señor Vandenberg. Podría preguntarle quien en el
departamento sería el que tomara mis preocupaciones en serio y mantuviera la
investigación bajo el radar.
Bobert normalmente permanecía durante la mayor parte de una hora. Se
quedaba hasta que Cookie tenía un descanso y podía comer con él. Era tan
dulce. Esperaba que para entonces, la cafetería se hubiera vaciado un poco y
pudiera hablar con él en semi-privado.
No podría decidir si debía incluir a Cookie. Él podría ser el tipo de
agente que mantenía sus vidas profesionales y personales completamente
separadas. Puede que no quiera a Cookie involucrada en cualquiera de sus
investigaciones por su propia seguridad. Así que iba a tratar de acercarme antes
de que Cookie tomara su descanso.
Miré hacia Reyes. Se hallaba sentado en una cabina, comiendo un
emparedado y leyendo en su teléfono. Él hacía lo mismo unos cinco segundos
después. Cinco segundos después de eso, tomó otro bocado, y luego comenzó a
leer de nuevo. Aproximadamente cinco segundos m{s tarde…
Francie se le acercó con el plato de postre que utilizaba para tentar a los
clientes desprevenidos a pedir un poco más de lo que podían llenar con
seguridad en sus estómagos y preguntándole si veía algo que le gustaba.
Ella no hablaba del postre. Se desabrochó los dos primeros botones de su
blusa y se inclinó para darle una mejor vista.
Yo podía haber hecho eso. Tenía fantásticas tetas.
Pero Francie se inclinaba más de lo habitual, cada vez más desesperada.
Era triste.
Fue aún más triste cuando Reyes lo notó, haciéndome casi tirar un plato
de espaguetis en el regazo de un cliente.
Después de la pausa que hizo poniéndonos a Francie y a mí tan
impacientes, dijo—: Estoy bien, por ahora.
La decepción se apoderó de Francie. El triunfo se disparó a través de mí.
Triunfo mezclado con una dulce euforia. Rara vez le oí hablar. Su voz era como
estar bañado en caramelo caliente. No era atractiva para algunos. Pero sí
escalofriantemente atractivo para mí.
—¿Qué piensas de eso? —me preguntó Dixie, señalando hacia el emisor
de mi futura orden de restricción.
—¿Quién? —le pregunté, toda inocente y cobarde—. ¿Oh, Reyes?
—Ajá —dijo ella, rellenando el té helado de mi cliente.
—Parece... agradable.
Una sonrisa tan malvada como mis fantasías más oscuras se extendió por
su cara. —También lo creo.
Picara descarada. Dixie hizo un recorrido, a menudo gravitando hacia
cualquiera, Garrett o Reyes, lo que explicaría por qué estaba haciendo las
rondas. Rara vez limpiaba mesas.
Comencé a tomar órdenes, comenzando con una mesa de unas treinta y
pico. Todas mujeres. Todas vestidas de punta en blanco. Todas con ensaladas y
limonadas. Pobrecitas. Tomé las órdenes de otras dos mesas y dos cabinas.
Terminé mi camino de regreso a la estación del servidor para poner sus
órdenes y encontré a mi amiga más antigua y más querida. Cookie se hallaba
ocupada anotando los pedidos, también, con sus uñas cliqueando en la pantalla.
En cuanto las horas punta pasaron, era un cambio extraordinario. Y parecían
estar recibiendo cambios extraordinarios todos los días. Pensé en diciembre
como algo muy lejos de la temporada turística. Aparentemente no.
—¿Soy yo, o hay una gran cantidad de mujeres en esta lista? —preguntó
Cookie, cerrando su orden.
Recorrí la zona y estuve de acuerdo. Había una gran cantidad de clientes,
en general, y todos ellos parecían enfocados exclusivamente en un cliente. Las
mesas de mujeres. Un par de mesas de hombres. Incluso un hombre de
negocios sentado solo fingiendo no estar interesado, alto, oscuro y delicioso. No
podía culpar a ninguno de ellos, pero sí a la competencia.
No es que estuviera compitiendo. Reyes era malo. Y me odiaba. Yo
nunca consideraría la idea de una conexión entre nosotros. De él siguiéndome
al almacén, presionando su cuerpo contra el mío, tirando de mi falda y mis
bragas hacia abajo para que pudiera enterrarse dentro de mí.
Nop. Todo esto era más que una... una advertencia por algo que no
quería pasar. Era como una pantera en la naturaleza. Hermoso a la vista.
Demasiado peligroso para acercarse.
Cookie dejo de hacer Dios sabía qué. Puse las órdenes. Erin, la mesera
que despreciaba el hecho de que me atrevía a respirar aire, y Francie, la mesera
que pretendía no despreciar el hecho de que me atrevía a respirar aire, pero que
yo sospechaba opinaba como Erin, corrió junto a mí para esto o aquello, y el
equipo del almuerzo se comportó como una máquina bien engrasada. Una
máquina bien engrasada con un pequeño tintineo: una pieza suelta llamada
Cookie. Aparte del ataque de hipo ocasional, sin embargo, funcionamos como
un equipo de mecánicos en Indianapolis 500 a pesar de nuestras diferencias.
Cookie se acercó para tomar un par de platos de la repisa.
—¿Ves eso? —le pregunté, señalando a Reyes.
Un fuego aterciopelado lamió sobre su piel, con fascinantes olas
ondeantes. Eso no era nada nuevo. El fuego que dejó sobre la mesa lo era.
Mientras revisaba su teléfono con una mano, la otra descansaba ausente junto a
su plato, dibujando con sus dedos algo perezosamente sobre la superficie lisa.
Su toque dejó un rastro de llamas suaves en su estela, como si estuviera
encendiendo la madera bajo su mano.
Nadie más que yo parecía darse cuenta. Aun así, tenía que estar segura
de que no todos estábamos a punto de ser quemados vivos. Tal vez era un
pirómano mágico. Un pirómano sobrenatural.
En el momento que Cookie se volvió para una echar una mirada, con los
brazos llenos de platos, él se había movido y llevado su mano hacia abajo. Sin
embargo, la mesa todavía tenía fuego por donde había estado.
—De hecho sí —dijo ella, con su tono apreciativo.
—¿En serio? —le pregunté, sorprendida.
Las llamas se apagaron lentamente, dejando rastros de humo a la deriva
hacia el cielo.
Sonrió. —Cariño, estoy casada. No muerta. ¿Cómo podría una mujer no
ver eso?
Recogí el café en la cesta, recordando que necesitaba un filtro, vertiendo
el granulado de vuelta, y empecé de nuevo. —Cierto. Pero, ¿ves algo fuera de lo
normal? Cualquier cosa, no sé, ¿caliente?
—Cariño, eso es la definición de caliente.
—No. Bueno, sí, pero ¿ves algo inusual?
—¿Te refieres a la forma en que se encuentra? —preguntó, con su
creciente voz ronca—. Sus piernas siempre ligeramente separadas con una
mano apoyada en el muslo. ¿Cómo puede un hombre hacer algo tan mundano
como sentarse tan condenadamente sexy?
Claramente no vio el fuego.
Antes de que saliera otra vez, preguntó—: ¿Está mal que cada vez que
viene, quiero subirme a horcajadas sobre él?
—Solo si actúas en consecuencia a tus deseos. En frente de tu marido.
Se rió entre dientes, apenas evitó un choque con Erin, y luego llevó a sus
clientes su almuerzo.
Pero ella tenía razón. Mucha razón. El tipo define el eufemismo escrito
con guión estar-más-bueno-que-el-pan, y yo tenía que superarlo de una jodida
vez. Salir con él sería como jugar a girar la botella en un reactor nuclear.
Debería haber estado usando una señal de peligro biológico, porque yo no iba a
tocar eso. No tenía intención de ir a ninguna parte cerca de él. Cien por ciento
fuera de los límites. Asiiií que no iba a suceder.
Agarré la jarra de agua para ver si necesitaba una recarga, lo que no
cumplía con mi decisión de alejarme, pero para esto me pagaban. Tenía un
trabajo que hacer, maldita sea. Y yo vivía en un constante estado de negación.
En realidad, las razones de mi enfoque eran tres. Una, quería verle más
de cerca en la mesa. ¿De verdad quemaba? Dos, quería poner a prueba una
teoría que había tenido durante mucho tiempo. Cada vez que entraba en la
cafetería, toda la zona parecía ponerse más cálida. Tenía sentido, por lo que
hizo con el fuego y todo, ¿pero era él realmente era el que causaba mis sofocos?
Era demasiado joven para la menopausia, así que crucé mis dedos para eso. Y
tres, ¿qué tanto podría acercarme? Si él realmente estaba caliente y me tocaba,
¿iba a arder como la mesa? ¿Podría prenderme fuego, en el sentido no
metafórico? ¿Quemaría al tacto tanto como su presencia?
Caminé hacia él con pasos decididos pero los reduje a medida que me
acercaba. Cookie dejó lo que se encontraba haciendo para verme, con sorpresa
evidente en su rostro. Francie tuvo una reacción similar cuando me vio en
dirección a su cliente. No es que fuera tan inusual. Cada uno de nosotros
veíamos a todos los clientes, según fuera necesario, y este era sin duda una
necesidad. El pobre hombre se hallaba en llamas, por el amor de Dios. Si
alguien necesita agua...
Seis metros. Ahora estaba a unos seis metros, y me acercaba rápido. Al
parecer. El calor que sentía cada vez se incrementaba exponencialmente con
cada paso que daba hasta que se hizo casi insoportable al momento que me
puse de pie al lado de su mesa. De pie junto a él era como estar demasiado cerca
de un horno de fuego ardiendo. Su calor irradiado en olas al rojo vivo.
—¿Quieres que rellene esto para ti? —le pregunté, con mi voz solo un
poco tambaleante.
No me miró de inmediato. Pero pareció sentir mi acercamiento. Su
mirada chispeante aterrizó en mis extremidades inferiores mientras me
acercaba, pero él no se movió entonces y no se movía ahora. Lo que se movía
era el fuego que siempre le envainaba. Chispeó a la vida. Perfecto.
Consumiéndole por completo hasta que sus músculos se contrajeron por debajo
de él. Su mandíbula se tensó. Sus antebrazos se endurecieron a la densidad del
acero templado como si estuviera luchando contra algo dentro de él. Como si
estuviera luchando por el control.
Di un paso minúsculo hacia atrás. Después de unos segundos, el fuego se
apagó al suave resplandor de su cotidiana armadura.
Esperé un momento más, un momento que parecía extenderse para
siempre, antes de tomar la indirecta. Realmente me odiaba. Sus emociones eran
tan densas, tan sobrecargadas, que yo no podía distinguir a nadie en particular,
pero estaba segura que en el medio de todo se extendía una especie de odio.
Vergüenza se disparó a través de mí, y recé por que apareciera un
sumidero debajo de mis pies. En el lado positivo, nadie sabía quién era yo.
Incluyéndome. Podría salir de la ciudad en cualquier momento y todo esto sería
olvidado.
Tendría que cambiar mi nombre. Janey Doerr, porque Jane Doe fue la
semana pasada, por lo que se convertiría en nada más que un recuerdo. Y no
tenía muchos de esos. Me vendría bien un poco más.
Avergonzada, empecé a caminar lejos, pero luego, lenta y
metódicamente, levantó sus pestañas. Su mirada pasó por mi cuerpo, dejando
rastros de calor en todas partes que tocaba hasta que se encontró con la mía. El
efecto de ese encuentro era como ser golpeado por un tren de carga, ya que su
presencia era tan poderosa. Tan cruda.
Asintió, el movimiento apenas fue perceptible, y casi había olvidado la
pregunta. El frío vertedor en mis manos me lo recordó. Tragué saliva. Rompí mi
enfoque. Me incliné hacia adelante para rellenar su agua.
Él supervisó todos mis movimientos, me estudió con la intensidad de un
jaguar hambriento, y de repente me sentí como la presa. Como si hubiese caído
por el truco más viejo del libro y fui atraída a una trampa por el más mortal de
los depredadores.
Mi mano comenzó a temblar. Avergonzada, una vez más, la retiré de
nuevo y traté de ignorar el calor extendiéndose por mis mejillas.
Entonces me di cuenta que toda la cafetería se quedó tranquila. Miré a mi
alrededor para darme cuenta de que nos habíamos convertido de alguna
manera en el centro de atención. El centro de atención me puso aún más
nerviosa, y la jarra se deslizó de mis manos. No fue muy lejos. Reyes la atrapó;
su movimiento fue demasiado rápido para que mi mente lo comprendiera.
La sostuvo para mí, esperó hasta que la agarré fuertemente. Una vez que
lo hice, se puso de pie. Di un paso atrás, pero todavía tenía que estirar el cuello.
Se alzaba sobre mí en la mejor y más aterradora forma posible.
Y entonces dijo las primeras palabras que me dirigió. Su profunda voz
rica disolvió mis huesos. Casi respondí con ‚Por supuesto que voy a tener
relaciones sexuales contigo antes de que me sacrifiques a tus dioses‛. Entonces
me di cuenta de que me preguntó dónde se encontraba el baño.
Me aclaré la garganta y señalé. —Por ese pasillo, hacia la derecha.
Eso podría haber sido vergonzoso. Su mirada me tragó un momento
más, con una expresión casi ilegible si no fuera por el más leve indicio de
tristeza. O tal vez... ¿decepción? Antes de que pudiera captar la emoción
exactamente, me rodeó y se dirigió a la parte posterior.
Llené mis pulmones al fin. Con aire fresco esta vez, dándome cuenta en
ese momento cómo su presencia me quemó por dentro y por fuera. Hablando
acerca de las cosas que llegan de golpe en la noche. Metafórica y literalmente.
También me di cuenta de que los espectadores ya no prestaban atención. Cada
cabeza se giró hacia Reyes mientras pasaba caminando.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó Cookie a mi lado.
Pero algo que vi en mi visión periférica llevó mi mirada de nuevo a la
mesa. Allí, marcado en la madera, era una palabra escrita en una lengua céltica
antigua. Un lenguaje que ya no se utilizaba. Era una palabra que se refería a la
gente y la cultura de los Países Bajos. En una traducción literal de hoy en día,
sin embargo, había escrito la palabra holandesa.
4 Traducido por Miry GPE
Corregido por Vane Farrow

Ser adulto significa nunca tener que mostrar tu trabajo sobre problemas de
matemáticas.
(Camiseta)

Cookie echó un vistazo a la mesa y de nuevo a mí. —¿Qué pasa, cariño?


Ella no podía verlo. Quemó la madera, pero no en el mundo tangible.
¿Cómo era eso incluso posible?
Otra comprensión me llegó. Conocía una lengua celta, una muerta, y solo
había una explicación posible. Me giré hacia Cookie con mis ojos muy abiertos.
—Creo que sé lo que soy.
—¿En serio?
—Cookie, soy una erudita.
Se rió entre dientes. —¿Lo eres?
—Lo soy. —Me siguió de regreso al área de preparación—. Soy
inteligente. Pero no solo inteligente. —Tomé un sorbo de mi café antes de
explicar—: Soy, como, estúpidamente inteligente. Probablemente soy un
prodigio de algún tipo.
—¿Lo crees? —preguntó, quitando el plato de Osh de la encimera.
—¿Qué clase de prodigio? —preguntó Osh.
Aún me recuperaba de las posibilidades de todo eso. Y el hecho de que
Reyes hablara conmigo. —No lo sé, pero soy extrañamente inteligente. Sé
algunas cosas.
—¿Cómo tu nombre? —bromeó él.
Mi rostro hizo algo inexpresivo. —Bien, no sé mi nombre, pero sé otras
cosas.
—Estoy segura de que las sabes —dijo Cookie como si hablara con una
niña. Me alegré de que estuviera limpiando la encimera; de lo contrario
probablemente me habría acariciado la cabeza.
—Lo digo en serio, creo que soy una erudita que podría ser astrónoma. O
matemática. O esa tipa que inventó Friendbook.
Cookie me entregó un plato para entrega inmediata mientras equilibraba
los otros tres en el brazo izquierdo. Se volvía muy buena. —Estoy bastante
segura de que no eres la tipa que inventó Friendbook.
—¿Cómo lo sabes?
—Tiene cabello corto y rizado de color rojo.
—Y —agregó Osh mientras Cookie y yo rodeábamos la encimera—, una
polla.
—Osh —regañé, buscando alrededor por niños. Por suerte el único en
toda la cafetería se hallaba fuera del alcance del oído.
—Está bien —dijo, todo sonrisa—. Puedes tener la mía, si quieres.
Rodé los ojos. La pequeña mierda. Entregamos la orden de Cookie.
Cuando regresamos, Lewis, otro de nuestros ayudantes, inclinaba la cabeza por
la ventana de entregas, llamándome con un psst. Un psst muy fuerte. No estoy
segura de a quien pensaba que engañaba.
La cafetería empezaba a despejarse, y miré hacia atrás para asegurarme
de que Bobert seguía alrededor. Quería atraparlo antes de que se marchara. Era
todo un amor. Siempre comprobando a Cookie. Esperando a que las cosas se
calmaran para que pudieran comer juntos. Recogiéndola del trabajo para que
no tuviera que caminar. Eso, o era un idiota controlador. Era difícil decirlo en
este momento.
Lewis, un cliente de primera para esas tiendas de ropa para hombres
grandes y altos, sacudió la cabeza para instarme a acercarme. Se hallaba en sus
veinte años, con saludable piel oliva, cabello castaño bien recortado y ojos del
tono del musgo húmedo. El efecto era bastante impresionante, pero muchas
chicas, incluida la chica por la que suspiraba, nunca veían más allá de su amplia
cintura. Por otra parte, tocaba el bajo en una banda de metal llamada ‚Algo Así
Como Un Amigo‛. No podía imaginar que tuviera muchos problemas con el
sexo opuesto. Sin embargo, su corazón se encontraba puesto en la chica que no
sabía que existía: Francie.
—¿Todo está listo para mañana? —le pregunté. Podía sentir las reservas
que tenía, tan claramente como sentía la corriente entrando por la puerta trasera
abierta.
Lionel, el cocinero, probablemente la dejó abierta de nuevo. Sumi lo
apuñalaría en el rostro un día de estos.
—Sí. Pero, es decir, ¿estás segura de esto?
—Positivo. Hasta que Francie te vea con otra luz, no te dará la hora del
día.
Aún no parecía convencido. ¡Y fue su idea!
Está bien, fue mi idea, pero él contribuyó.
—Amigo, mira, tu primo viene durante el rato tranquilo por la tarde,
pretende robarme, te lanzas, lo bloqueas y él sale corriendo sin que nadie se
entere. ¿Qué podría salir mal?
Levantó un hombro no muy convencido.
—No digo que obtendrás a la chica, Lewis, pero hasta que no hagas algo
para llamar su atención, nunca te dará la hora del día.
Aunque preferiría que Lewis encontrara a alguien que lo viera por quién
era, el pobre idiota se encontraba enamorado de Francie. Era una chica con
cabello rojo y largo hasta los hombros y una adorable nariz de pug, pero tenía la
arrogancia que coincidía con su aspecto. Estaba segura de que maduraría algún
día, pero en este momento, solo veía el tamaño de Lewis. No lo maravilloso que
era. O talentoso. O gallardamente guapo.
Una vez más, ¿quién era yo para discutir? Me sentía atraída por la
encarnación del mal. Nuestros libidos no siempre tomaban el camino más
seguro. Y si era completamente honesta conmigo misma, de nuevo, algo raro,
quería los ojos de Francie tan lejos de Reyes como pudiera conseguir. No es que
su falta de interés pudiera darme la oportunidad de una bola de nieve, pero en
mi cerebro deformado, el mismo cerebro que me gritaba que corriera en la
dirección opuesta cada vez que Reyes se encontraba cerca, haría que mis
probabilidades aumentaran para que él me notara. El corazón no era el órgano
más lógico. El bazo, como sea...
Lo que Lewis no sabía era que, mientras me hallaba de acuerdo con su
plan para ganar a Francie, en secreto ponía estímulos, algo así como esos
anuncios que utilizan mensajes subliminales para llegar a los consumidores
para comprar sus productos. Solo que no era tan sutil.
—Entonces, escuché que Shayla estuvo en tu concierto este fin de
semana.
—¿En serio? —dijo con aire ausente—. No la vi.
Una de nuestras camareras del tercer turno, una pequeña criatura,
parecida a un elfo, llamada Shayla, quien aparentaba unos catorce, pero en
realidad tenía casi veintiún, se hallaba tan enamorada de Lewis como él lo
estaba de Francie. No, ella estaba más enamorada. Lewis simplemente se
encontraba encaprichado. Shayla realmente se preocupaba por él, tanto así, que
quería que él obtuviera lo que quería, alias Francie. Sabía que él tenía una cosa
por ella, y en vez de coquetear o pedirle salir a Lewis, dio un paso atrás y le dio
a Francie cada oportunidad posible para que viera el maravilloso hombre frente
a ella.
Ese era verdadero amor. Así que lo que yo tenía por Reyes no era tanto
amor verdadero como, bueno, obsesión completamente delirante. Lo cual, por
extraño que parezca, funcionaba para mí.
Erin corrió a nuestro lado con una bandeja llena de bebidas,
recordándome que probablemente debería volver al trabajo. O no. Todo el
mundo en mi sección comía felizmente. ¿Quién era yo para interrumpirlos?
Cuando recién se nos ocurrió El Plan, como lo llamábamos, fue en
respuesta directa a una cierta pelirroja enamorándose perdidamente de un
cierto cliente de cabello negro como cuervo, sobrenatural. Su enamoramiento
por Reyes dejó a Lewis miserable.
—¿A quién engaño, Janey? —dijo una tarde, confiando en mí,
confiándome su secreto más preciado.
Como el destino lo quiso, gracias a una picadura de araña y una foto sin
cabeza que se volvió viral, de un hombre que se bajó los pantalones en un
concierto de Chevelle, sabía su secreto más preciado, y no tenía nada que ver
con Francie. El hombre en la foto se conoció como la Anaconda, y sabía que era
Lewis porque, de nuevo gracias a una picadura de araña y el miedo de Lewis a
perder su pierna después de que encontró una en la parte interna de su muslo,
vi el tatuaje del cráneo en su cadera. Era exactamente igual que el del infame
Anaconda, hasta las palabras EL COLOR ES UNA MENTIRA debajo de los
cráneos.
A la mayoría de los chicos les encantaría que una foto de su pequeño
amigo se volviera viral, pero sospechaba que la falta de voluntad de Lewis para
dar un paso al frente, a ser el centro de atención, tenía que ver con el profundo
respeto por su madre. Era un buen tipo. Quién, por alguna razón, se bajó los
pantalones en un concierto de Chevelle.
Los niños de estos días.
—Ella nunca saldrá conmigo —dijo, ahogando sus penas, y una dona
glaseada, en una taza de café—. No cuando hay hombres como ese en la tierra.
—Señaló a Reyes con una inclinación de cabeza.
—Tienes razón —dije. Cuando me miró boquiabierto, añadí—: Oye,
estoy de tu lado. Es solo que, el hombre es monstruosamente caliente. —
Miramos a Reyes de nuevo, mi mirada un poco más extensa que la de Lewis—.
Ella tiene que notarte. Realmente notarte.
Mi mente trabajaba duro, y me encontraba ocupada mordisqueando mi
labio inferior cuando me golpeó. El Plan. Fue como un relámpago, y yo era
como una barra de metal montada en la parte superior de una estructura
elevada, unida eléctricamente con un conductor de cable de interfaz con el
suelo y con seguridad conducía el rayo a la tierra. Emocionada, me giré hacia él,
pero mi expresión lo hizo detenerse.
—¿Qué? —preguntó, con sospecha en su voz.
—Tienes que salvarla.
—¿De qué? Ese tipo me pateará el trasero.
—De Reyes no. ¿Te lo puedes imaginar? —Accidentalmente solté un
bufido cuando me reí; la idea era tan absurda.
Me miró con apenas un toque de diversión en sus ojos verdes como el
musgo.
Me puse seria. —Lo siento, pero podrías salvarla de, no sé, un ladrón o
algo así.
Se volvió dudoso. —Suena un poco peligroso. ¿Y exactamente dónde
encontraremos a un ladrón?
—No, un ladrón real no. ¿Tienes algún amigo que pueda representar un
ladrón? Y necesitamos un arma.
—¿Un arma? Mira, Janey, aprecio el sentimiento…
—Tienes razón —dije, desanimada—. Quiero decir, algún día ella notará
lo maravilloso que eres, ¿cierto? ¿Tal vez en veinte años? Porque las chicas
como ella siempre aprecian a los chicos buenos. Después de que han tomado un
baño en el lado malo de la piscina. Una y otra vez. Durante varias décadas.
En algún lugar muy dentro, sabía que la descripción desfavorable de la
mujer que acababa de darle se aplicaba a mí más que nada, pero tomé una por
el equipo. Este era Lewis. Se merecía una oportunidad para la felicidad.
Dejó escapar un suspiro de resignación. —Está bien. Vamos a hacer esto.
Y así nació El Plan. Su primo pretendería robar el lugar, alias su
servidora, mientras Francie observaba horrorizada. Lewis nos salvaría al darle
un puñetazo, ellos tal vez deberían practicar ese movimiento, luego su primo
huiría antes de que los policías llegaran.
Lamentablemente, no seríamos capaces de identificar al ladrón. Todo
pasaría tan rápido, Francie no tendría la oportunidad de asustarse demasiado,
pero una vez que viera a Lewis en acción, una vez que viera lo maravilloso que
era, tendría que enamorarse de él. O por lo menos, darse cuenta de que estaba
vivo.
—Tu primo sabe qué hacer, ¿cierto? —le pregunté.
Asintió.
—Entonces se llevará a cabo mañana. Apestará si Francie se reporta
enferma. —Cuando me lanzó una mirada de horror, deseché el pensamiento
ondeando la mano—. No lo hará. No te preocupes. Esa mujer es tan saludable
como un caballo. —Y no se atrevería a perder la oportunidad de ver a Reyes.
Hablando de él, habían pasado varios minutos desde que fue al baño, y
aún no salía. Le di a Lewis un pulgar arriba y me dirigí a ese lado, fingiendo mi
propia necesidad de hacer pipí. Cuando entré al pasillo, escuché voces
procedentes del interior del baño de hombres.
Noté que Garrett no se hallaba en su mesa. Tal vez era con él con quien
hablaba Reyes. Sus voces eran apagadas, pero podía sentir la fuerte emoción
que salía de dentro. Cómo una emoción de fuerza torrencial.
Me mordí el labio inferior y me acerqué.
—Gemma dijo que no la presionáramos —dijo una voz masculina. La
pared tembló con un ruido sordo, y me sobresaltó, pero no me hallaba
dispuesta a renunciar a mi asiento de primera fila. Me acerqué aún más.
—El único al que presiono es a ti. —Eso vino de Reyes. Reconocería esa
voz suculenta como el borbón en cualquier lugar.
Y la otra era definitivamente la de Garrett. No tenía idea de que se
conocieran entre sí. Nunca se hablaban. Nunca se dijeron hola. Nunca se dijeron
uno al otro perra, lo que solían hacer los hombres.
Garrett dijo algo más, pero su voz sonaba extrañamente tensa, así que no
lo entendí.
—¿Qué pasa? —dijo otra voz masculina a mi lado. Justo a mi lado.
Me giré y salté con un chillido humillante antes de ofrecerle a Osh mi
mejor mirada. Era buena, también. Muy buena, pensé en ponerle nombre. Pero
eso podía parecer extraño.
—Osh, ¿qué diablos?
Esa sonrisa de Cheshire se formó en su rostro. Miró más allá de mí hacia
la puerta. —¿Qué haces?
Luché contra la urgencia de seguir su mirada. —Nada.
—¿Escuchas a escondidas? —preguntó, mientras repetía lo que dije. Se
acercó. Tan cerca que no tenía opción más que retroceder. Seguí retrocediendo
hasta que golpeé la puerta, pero me mantuve firme a partir de ahí. Levanté la
barbilla y lo reté a obligarme a ir más allá. No. Pasaría. A menos que uno de
ellos abriera la puerta.
—¿Algo interesante? —preguntó.
No nací ayer. No quería que escuchara lo que sucedía en ese baño, y me
volvió muy curiosa en cuanto a por qué podía ser eso. —No es tan interesante
como esto —respondí.
—¿Sí? —Arqueó una ceja, y antes de que supiera lo que hacía, levantó un
brazo por encima de mi hombro, se inclinó y golpeó con su palma la puerta.
Se abrió al instante, y trastabillé, sí, justo hacia los brazos de Reyes.
Mortificación absoluta se apoderó de mí. Me alejé de él, lejos del calor
abrasador de su toque, la feroz fuerza de él. Rodeando a Osh, salí corriendo del
baño, de regreso a la estación, preguntándome una cosa y solo una cosa: ¿Cómo
es que se conocían uno al otro, y de qué discutían?
Está bien, esas eran dos cosas. Tal vez no era matemática después de
todo.
5 Traducido por Valentine Rose
Corregido por Miry GPE

No creo que alguna vez pueda complementar a alguien.


Pero volver loco a alguien suena más probable.
(Meme de Internet)

Los hombres salieron un par de minutos después de mí. Garrett pagó y


se fue, su enojo dejándome jadeando, pero Osh y Reyes se quedaron. Osh se
adueñó de la cabina de Garrett, mientras Reyes volvió a la suya. No se miraron.
No hablaron. Pero, de repente, tuve la sensación que era un acto.
Sin embargo, ¿qué acto? ¿Por qué me importaría si se conocían?
A menos que…
Entrecerré los ojos y los miré a través de las rendijas amenazantes
creadas por mis párpados. Tal vez en realidad era la hija de un billonario y
planeaban secuestrarme para pedir rescate. Dos de tres posibles secuestradores
eran mitad humanos. Probablemente tenían éticas muy malas.
—Vive en el Hotel Hometown.
Me giré hacia Francie, luego agarré un paño húmedo para limpiar la
estación de preparación.
Juntó los labios, divertida, su pálida piel luminosa bajo su voluminoso
cabello rojo, y me siguió. Sostenía un teléfono y pasaba foto tras foto a medida
que hablaba. —Reyes. Vive en el Hometown. ¿Sabes de cuál hablo, ese hotel en
la calle Howard? Está a un par de cuadras.
Lo sabía. Pasaba junto al hotel al menos dos veces al día desde y hacia el
trabajo. Se encontraba justo bajando por la calle de mi apartamento. No era
exactamente cinco estrellas, pero, ¿qué me importaba? Él era un hombre fornido
con un ceño amenazante. Estará bien.
Sabía que no debía preguntar. Sabía que era lo que quería, pero me ganó
mi curiosidad. —¿Cómo sabes dónde se queda?
Sonrió y se inclinó hacia mí como si hubiésemos sida amigas desde la
escuela elemental. —¿Cómo crees? —Las implicaciones eran evidentemente
notorias, y aun así no estaba segura si le creía. Parecía un poquito desesperada
esperando mi reacción. Cuando no obtuvo ninguna, agregó—: Su habitación
tiene una alfombra azul marina y su cubrecama es azul con dorado. Es bastante
masculino.
Esta vez hice una mueca. Lo que lo empeoró fue que se dio cuenta.
Erin justo se acercó, su largo cabello rubio en un moño desordenado. No
quería estar tan cerca de mí, pero, al parecer, el teléfono que tenía Francie en sus
manos era suyo.
—Es tan linda, Erin —dijo Francie, observando más fotos—. ¿No es una
preciosura?
Más para el disgusto de Erin, Francie me estiró el teléfono para
mostrarme. Sabía que hace poco tuvo un bebé, pero eso era todo.
Me incliné para mirar el teléfono y una sacudida de impresión me
atravesó. Jadeé y me tapé la boca con la mano antes de darme cuenta. Estaban
gastándome una broma, y caí redondita como un borracho con vértigo.
Pero no se estaban riendo. Es más, Erin se encontraba lista para sacarme
los ojos. Incluso Francie estaba en shock. El ceño fruncido en su rostro podría
fregar un inodoro.
Erin le arrebató el teléfono a Francie y se fue rápidamente. Francie me
miró fríamente antes de inclinarse y decir en voz baja—: Eres una perra.
La miré completamente confundida. Mi corazón seguía latiendo con
rapidez. No entendía. Lo que me mostraron no era una foto de un bebé, sino
una de una anciana descompuesta, su boca sin dientes abierta como si estuviera
gritándole a la cámara, sus ojos completamente blancos, casi brillando.
¿Qué demonios?
Y lo peor fue el hecho que mi teatro llamó la atención del mismísimo
señor Reyes Farrow. Me observó por debajo de sus pestañas, sus cejas
frunciéndose con preocupación.
—Oye —dijo Lewis a través de la ventanilla—, ¿qué pasó?
Avergonzada por milésima vez aquel día, tomé la cafetera. —No tengo ni
idea —respondí entre dientes justo antes de irme de prisa. Era la tendencia,
después de todo.
Luego de llenarle la taza a varios clientes, me encaminé hacia el marido
de Cookie. Por desgracia, tendría que lidiar con Mark y Hershel en el camino.
Seguían allí.
—¿Puedo traerles algo más? —les pregunté.
—No me molestaría que me traigas tu culito —respondió Mark.
—¿En serio? ¿De verdad hay gente como tú en este mundo?
—Oh, cielo, soy de verdad.
Resalté mi cadera y coloqué mi mano en ella. —Es increíble. Digo, he
escuchado historias, pero simplemente creí que eran una leyenda urbana. Ya
sabes de cuál hablo, esa donde la pareja está besándose en el bosque y escuchan
un sonido, y el chico va a revisar, la chica se queda sola y escucha un goteo, ve y
se da cuenta que es la sangre de su novio goteando de una rama por encima de
su cabeza, grita, vuelve al auto y se va y, cuando llega a casa, la policía
encuentra un gancho con sangre en el pomo de la puerta. —¿Cómo mierda
podía recordar mierda así y no podía recordar mi propio nombre? No tenía
ningún sentido.
Mi monólogo ni le perturbó. —Acertarse por completo.
De todo lo que dije, salió con eso. —¿Puedo tomarte una foto? Tengo que
postearlo en uno de esos sitios donde tienen fotos de ovnis y pie grande. De lo
contrario, nadie me creerá.
—¿Terminaste de ser una listilla? —me preguntó. Era una pregunta
válida.
Lo pensé. Negué con la cabeza. —Probablemente no. ¿Les sirvo más
café?
Refunfuñó.
Les llené las tazas y fingí no notar el olor a alcohol que les salía. Debieron
traer sus provisiones. En Firelight Grill no servían alcohol.
Al parecer, Mark dio por hecho que su trabajo cívico era hacerme pasar
un mal rato. Una chica solamente podía aceptar ataques de odio llenos con
insinuaciones sexuales hasta cierto punto. Dudaba que Dixie apreciaría una
demanda por arrojarle café por la cabeza a uno de sus clientes.
Tras desearles buen día, me dirigí hacia el marido de Cookie, Bobert. El
nombre real de Bobert era Robert, pero la primera vez que vino a la cafetería,
Cookie se puso muy nerviosa mientras lo señalaba. No sabía por qué.
—Se llama Bob… ert —había dicho, alejándose de mí.
—¿Tu marido se llama Bobert?
Volteó, riéndose en voz baja. Con nerviosismo. —Robert. Quise decir
Robert, aunque muchas personas en el trabajo lo llamaban Bob. Yo no. Todavía
no. Nop, simplemente es el viejo Robert para mí. Excepto en casa. A veces en
casa lo llamo Bob.
Fue una larga explicación, pero no alivió la decepción que sentí al no
conocer a alguien llamado Bobert. —¿Puedo decirle Bobert?
Una nerviosa risa salió de sus labios. —Puedes decirle como te plazca.
Tengo la sensación que lo tendrás en la palma de tu mano en poquito tiempo.
¿Por qué diría eso? Decidí preguntarle. —¿Por qué dices eso?
—Porque tú, Janey Doerr, eres un encanto.
Me paré derecha. Un encanto. Lo aceptaría.
—Es probable que lo llames Budín, y no tendría ningún problema. Va a
adorarte.
Alcé la barbilla, orgullosa. —¿De verdad? ¿Piensas que me adorará? —
Luego de ladear la cabeza observándolo sentarse en una cabina, agregué—:
Digo, es atractivo.
Su dulce expresión se esfumó en el aire. —No creo que lo suyo funcione.
—Ah, claro, teniendo en cuenta que están casados y todo eso.
—Sí, así es.
La gente casada era tan posesiva.
Eso fue ya un poquito más de un mes, y tuvo razón. Nos hicimos amigos
al instante que nos conocimos.
—¿Podemos hablar un minuto? —le pregunté. Como siempre, tenía su
corto cabello castaño peinado hacia abajo, y mantenía su bigote abundante y
bien arreglado. No podía decidir si era el resultado de los ochenta o
simplemente nerd.
Y, justo como predijo Cookie, se encariñó conmigo casi igual que ella. Me
imaginé que sentía lastima por la amnésica del mismo modo que sientes lástima
de las atracciones de carnavales. Pero cual sea la razón, parecía que le agradaba
de verdad. Eso escaseaba hoy en día.
—Por favor. —Dobló el periódico que leía y me indicó que tomara
asiento.
—Gracias. —Luego de colocar la garrafa en la mesa contigua, me senté
frente a él.
—¿Qué ocurre, calabacita?
Casi solté una risita; el término de cariño era un respiro de bienvenida de
la exasperante clientela. —Como que tengo un problema, y no estoy muy
segura de a quién contarle. Espero que tú puedas encarrilarme por la dirección
correcta.
—Oh. —Enderezó lo hombros—. ¿Qué tipo de problema? ¿Estás bien?
¿Pasó algo?
—No. No, estoy bien. —Su preocupación me provocaba sentirme cálida y
blanda por dentro—. Es algo más legal, y no estaba segura que querrías que
involucrara a Cookie, así que…
—¿Algo más legal en qué sentido?
No sabía hasta qué punto contarle. No quería poner en peligro al señor
Vandenberg ni a su familia. Pero pensándolo bien ya estaban en peligro. En
grave peligro por lo que puedo decir. —Vale. Digamos que, hipotéticamente,
supiera que quizás un hombre estuviese siendo retenido contra su voluntad.
Junto con su familia entera.
Su pulso se aceleró, pero solo apenas. Lo más probable es que lo haya
visto todo. Quizá siempre lidiaba con amnésicos haciendo acusaciones así de
absurdas. —¿Conoces a alguien así? —preguntó, un intenso borde en su tono de
voz.
—¿Qué? Pff. No. Quizá. Obvio que no. No. Por supuesto que no. —
Suspiré profundamente—. Puede que sí.
—Entonces tienes que reportarlo con la policía.
—Lo sé. De verdad que sí. Es que… me preocupa que, si acudo a la
policía y vienen con las sirenas sonando, lastimen a mi amigo. O incluso si
despachan a un oficial para revistar, los secuestradores se asusten y lo maten.
Maten a toda su familia.
Asintió, comenzando a entender mi punto. Inundada de alivio, esperé
mientras Bobert sacaba una libreta y una lapicera. Una vez detective, siempre
detective.
Por desgracia, Cookie se acercó. —¿Y de qué hablan ustedes dos? —
preguntó al tiempo que entraba en la cabina y se sentaba al lado de su marido.
Le dio un rápido besito en la mejilla.
Cuando vacilé, a Bobert le tomó un segundo darse cuenta de la razón. —
Oh, no hay problema, cariño. Cookie siempre nos ayuda con casos.
—¿Nos?
—¿Casos? —preguntó Cookie, sorprendida—. ¿Tenemos un caso? —
Bobert le dio un apretón en los hombros, e intercambiaron una mirada
significativa. Muy significativa. Cookie asintió luego de un instante. Se aclaró la
garganta. Y comenzó de nuevo—. Sí. Sí, sí ayudo con casos. En realidad, es más
como un pasatiempo.
Bobert también asintió, y, por su cuenta, agregó—: Sí, un pasatiempo.
Esperé a que elaboraran más sus respuestas, pero simplemente se me
quedaron mirando, sonriendo forzadamente. A veces lo hacían.
—¿Y quiénes conforman ese ‚nos‛?
Cookie miró a su esposo con la ceja enarcada. —Pues, es… a…
—El Departamento de Policías de Albuquerque —interrumpió Bobert,
con el alivio recorriéndolo. Para ser detective, no era el mejor mentiroso que he
conocido.
—¿Cookie ayuda al Departamento de Policías de Albuquerque con
casos?
La mirada de Bobert no titubeó. —Sí. Así es.
—Sí, es verdad —continuó ella. Le dio una palmadita a Bobert en la
mano. Miró por la ventana—. En efecto.
Extrañamente, no mentían. Tan solo no me contaban todo. Tuve la
sensación, como siempre con estos dos, que dejaban de lado las mejores partes.
Digo, ¿en qué servía Cookie? ¿En qué podría ayudarle a la policía?
Entonces me di cuenta, y toda mi percepción de ella cambio en un
instante.
¡Cookie era psíquica!
Era la única explicación. Vale, puede que no la única, pero tenía mucho
sentido. Y sin duda parecía síquica. ¿Sabría lo que yo sabía? Les conté a Bobert
y a Cookie del hombre hipotético y su hipotética familia. Ni se lo creyó. Maldita
sea ella y sus habilidades psíquicas. Tendría que tener cuidado con lo que decía
estando con ella.
¡No!
Tendría que tener cuidado con lo que pensaba estando con ella.
Demonios, iba a ser difícil.
—¿Qué te hace creer que el hombre está secuestrado? —preguntó Bobert.
No sabía hasta qué punto contarle. Seguía siendo un oficial. ¿Al final él
acudiría a la policía? No podía arriesgarme, no hasta que supiera más.
—En realidad no lo sé. Es solo una corazonada —contesté, avergonzada
de no poder colaborar. Pero no quería terminar en una celda acolchada cuando
mencione que podía sentir el dolor del señor V.; que podía sentir su miedo—.
No tengo nada concreto. Todavía.
—¿Sabes dónde están reteniendo a la familia?
Esa era la pregunta del millón de dólares y lo próximo a atender en mi
lista. Cookie y yo terminábamos a las tres. Planeé en descubrir dónde vivía el
señor Vandenberg y revisar su casa. Estilo incógnito, por supuesto. Si la familia
se hallaba allí, podría a ir con quien me sugiriera Bobert y contarle todo lo que
sabía. Podría contarles seguramente si había un secuestro o no.
—Tampoco lo sé —le contesté—. ¿Puedes investigar con quién podría
hablar? ¿Alguien que trate esto con discreción?
Soltó un tedioso suspiro y se echó hacia atrás. —Será difícil dirigirse a las
autoridades sin una explicación creíble que explique cómo sabes la información.
Créeme. Ya he pasado por esto.
No lo dudaba. ¿Cómo podría contarle al resto de las visiones psíquicas
de su esposa? Tendría que inventar razones, tales como que un anónimo le
envió la información o algo igual de patético.
Me pregunté si así fue cómo se conocieron. Quizá Cookie entró a la
oficina de Bobert con un reporte, las lágrimas brillando como el hielo más fino
en sus ojos azulados, y le pedía a ruegos ayuda. Él le tomó el pelo. La llamó
dama chiflada. Le dijo que se largara y nunca más volviera, pero la gran
luchadora no podía salir de su mente. Se enamoró de ese pijama de gatos, con
todo. Veinticuatro horas y tres botellas de brillo después, daba golpecitos con
sus nudillos en cada puerta que encontraba, buscando al bombón que robó su
corazón, prometiendo que esposaría a la muñeca si era lo último que haría.
Podría pasar.
—Pensé en llamar de forma anónima, pero…
—… Pero lo primero que harían sería enviar un oficial —terminó Bobert
por mí.
Me encontraba más que emocionada de que entendiera. Diablos, me
emocionaba que incluso me escuchara.
—Déjame ver qué puedo descubrir —dijo—. Tengo unos contactos en el
área, pero no en este pueblo en particular.
Asentí y me puse de pie. —Muchas gracias. De verdad lo aprecio.
Pero me detuvo mirándome seriamente. O un poco serio. —Tan solo no
hagas nada estúpido hasta que verifique.
—¿Estúpido como qué? —pregunté, con expresión completamente
inocente.
—Como lo que estás pensando en este momento.
Era totalmente escalofriante. Era como si me conociera o algo. —Nunca
lo haría.
Agarré la garrafa y comencé a dirigirme al área de líquidos. Cookie le dio
un piquito a Bobert y me siguió.
—Creo que el cliente en la trece requiere otra taza —dijo, agregando un
guiño.
Me giré. Asimilé la inquietante atractiva silueta de Reyes Farrow. Intenté
fingir que no vendería voluntariamente órganos no esenciales a cambio por una
noche con él.
—Ve a hablar con él —dijo, instándome a ir donde él.
Agarré un plato y un tazón de una mesa a la pasada. Me los quitó y
limpió el resto de la mesa, quitándome mi excusa de ir a la cocina en vez de
dirigirme a cierta inquietante bola de fuego.
—No puedo hablar con él —susurré.
—Estoy segura de que puedes.
¿Cómo podía contarle a Cookie lo que veía? La oscuridad que lo
envolvía. El eterno fuego que lo bañaba.
—Simplemente pregúntale cómo está.
—Será mejor que no —dije, quitándome la idea—. Además, voy a
casarme con Denzel Washington. Anoche vi una de sus películas. No hay
palabras.
—Es medio repentino. ¿Le has dicho a Denzel?
—No.
Se enderezó con su carga. —¿Le has dicho a la esposa de Denzel?
—No. Pero por él mi cama tiene su nombre.
—Pues, ahí tienes. Están prácticamente comprometidos.
—¿Nos estás evitando, cariño? —Detrás de mí, Mark me agarró del codo
desde su asiento. Sus dedos se aferraron a mis tendones más fuerte de lo
necesario para atraer mi atención.
Intenté salir de su agarre. Sin embargo, en vez de salir, derramé café por
el borde de la garrafa. Salió salpicando el suelo y mis botas. Mis nuevas botas
de gamuza con un cierre al lado.
Un muro de calor se estrelló contra mi espalda, pero al principio
simplemente me quedé parada, impactada. Impactada que cualquiera pudiera
agarrarme porque se le plazca. Impactada que alguien lo haría porque sentía
que tenía el derecho. Ignorando el calor que se arremolinaba a mi alrededor de
forma furiosa, alcé mis pestañas y primero me centré en la gran mano que
seguía con su firme agarre en mi brazo, luego en el idiota al que estaba unida.
El mecánico se reía de mí por derramar café. Ambos. Y una chispa de enojo
floreció a la vida en mi interior.
Peculiarmente, la naturaleza escogió ese mismo instante para honrarnos
con un terremoto. Nunca he presenciado un terremoto, no es que supiera de
uno, de modo que la novedad debió haberme sacado de mi estado de shock.
No fue así.
El enojo me envolvió como electricidad incluso mientras el terremoto
aumentaba de grado. Un par de clientes gritaron. Por mi visión periférica, vi
como algunos agarraban los bordes de las mesas mientras otros se escondían
debajo de las mismas. Los platos repiquetearon. Una taza cayó y se rompió.
Una mujer gritó por ayuda. Pero aun así mi ira aumentó.
Los ojos de Mark estaban abiertos como platillos. Soltó mi brazo y
también agarró la mesa. Hershel siguió su ejemplo, pero repentina y
sorpresivamente deseaba quebrarles el cuello.
Escuché una suave voz a la distancia. Sentí un suave toque.
—Charley —dijo.
Seis.
—Cielo, ¿te encuentras bien?
La ignoré. Cookie. Colocó su mano en mi hombro. No ayudó.
Prácticamente podía oír sus cuellos quebrándose, tenía tantas ganas que
ocurriera. Podía sentir los crujidos agudos al tiempo que sus vertebras se
separaban.
Sus cabezas giraron a la par en sus hombros justo cuando un rayo brilló
frente a mí. Sorprendida, eché un vistazo por la ventana, incapaz de distinguir
si provino de este mundo o del otro. Pero el aleteo de alas era en su mayoría del
otro mundo.
Las alas eran gigantes. Enormes, abarcando al menos un metro en cada
lado. Asombrosamente blancas en los bordes, y un suave gris por debajo. Y no
pertenecían a un pájaro. Aletearon, y una brillante silueta volteó para
enfrentarme; su imagen era un borrón debido a los vientos del otro mundo.
Vino hacia mí a toda velocidad como si fuera a taclearme. Jadeé, y todo se
oscureció.
Otra vez escuché a Cookie mientras parpadeaba, intentando ajustar mi
visión.
—Janey —repitió, apretando suavemente mi hombro—, ¿te encuentras
bien?
Bajé la vista. Había soltado la garrafa, pero no se rompió. Risas y
suspiros de alivio revoloteaban a mi alrededor.
—Terminó —dijo alguien. Una mujer—. Oh, Dios.
En efecto, un rápido vistazo me confirmó que el terremoto terminó. Otro
vistazo, uno más profundo, me indicó que el ser con alas ya no estaba.
—Nunca he presenciado un terremoto. —Conocía esa voz. Lewis.
—Yo tampoco. —Erin—. Tengo que llamar a casa. —Aunque sentí alivio
de parte de todo el mundo, sentí un temor brotar en su interior. Temor por su
bebé.
—¿Estás bien? —Lewin otra vez.
—Estoy… estoy bien. Creo. —Giré a tiempo para ver a Francie revisar su
cabello.
Ahí fue cuando vi la oscuridad a mi lado. Reyes se encontraba a mi otro
lado, y me di cuenta que tenía agarrada fuertemente la mano de Mark. El
hombre soltó un grito, con su rostro aplastado contra la mesa, un retrato de
dolor.
Hershel se puso de pie de inmediato como si fuera a desafiar a Reyes,
pero una mirada del ser sobrenatural, una mirada brillando con bastante rabia,
le convenció que mejor se fuera. Hershel agachó la barbilla y se fue sin mirar
atrás.
Reyes sacó a Mark de la cabina a rastras, y luego lo soltó. El hombre no
necesitó más estímulo. Se apresuró de salir por la puerta, con el rabo entre las
piernas, y lo único que pude pensar fue ‚Todavía no paga‛.
—¿Están todos bien? —preguntó Dixie, sin aire y preocupada.
Trabajadores y clientes asintieron, con su shock aún evidente.
Claramente no teníamos clientes de California en el grupo.
—Ella se encuentra bien —dijo Erin, al fin el alivio inundando sus
células. Tenía un teléfono presionado contra una oreja y una mano presionada
en su pecho, su sonrisa un radiante rayo de luz—. Hannah está bien. Ni siquiera
lo sintieron en casa.
Justo entonces noté que Cookie botó los platos que tomó, pero se
encontraba más preocupada por mí. Seguía teniendo una mano en mi hombro
como si me sujetara.
Dixie abrazó a Erin, y luego dijo—: Supongo que tenemos que limpiar
algunos desastres.
Unas sirenas sonaron a la distancia, y la gente comenzó a salir de las
tiendas del frente. Lucían anonadados mientras inspeccionaban el panorama.
Preguntándose cosas. Abrazándose.
Bobert se apresuró a ir con Cookie y la abrazó antes de girarse para ver
cómo me encontraba yo, pero mi atención seguía en el hombre que estaba de
pie tan cerca. Tan sorpresiva y peligrosamente cerca.
Reyes todavía no se movía. Una vez más, sus emociones se hallaban tan
estrechamente comprimidas, que me dificultó un poco darme cuenta en qué
pensaba, pero sí sentí su preocupación detrás de la dura expresión que me
dedicaba. Luego su mirada se trasladó hacia donde estuvo el ser del otro
mundo, y me quedé estupefacta.
¿Él también lo vio?
Surgió el fuego que siempre lo envolvía, el calor feroz. Trepó por mi piel
y provocó las más explicitas sensaciones. Todo pensamiento del ser se esfumó
cuando un bucle de deseo se enrolló en mi interior.
Cuando volvió a girarse hacia mí, su expresión seguía siendo dura como
roca. Me mordió por dentro, tirando de mi agitada médula. Sus bruñidos iris se
dirigieron a mi boca, y luego dio un minúsculo paso hacia adelante. Si Bobert
no hubiese interrumpido, lo habría atacado ahí mismo.
Sí, cerca de mí era un lugar peligroso para que estuviera Reyes.
—Calabacita, ¿estás bien?
Aparté la vista del objeto de mis más humillantes fantasías y me
entregué al abrazo de Bobert. Cookie se nos unió para un trío. ¡Anotación!
—Eso fue una locura —dije, de repente dándome cuenta que acabábamos
de sobrevivir a un terremoto.
—Sí, lo fue.
Me alejé. —¿Presenciaron un terremoto antes?
Intercambiaron miradas, un poco evasivas, y luego Bobert dijo—: Sí, de
algún modo.
Cookie asintió. —Un par. Ya sabes, pequeños temblores de vez en
cuando. Nada preocupante.
—Pues, a la mierda. —Tomé la garrafa y fui a por la cafetera—. Yo, por
mi parte, nunca me mudaré a California.
Erin y Cookie barrieron tazas rotas a medida que varios clientes salían
para evaluar los daños. Camiones de bomberos se detuvieron, pero no parecía
haber ningún incendio. Francie le cobró a un par de clientes, luego fue a ayudar
a Dixie con un montón de archivadores que se cayeron en su oficina.
Saliéndome del cálido circulo creado por la presencia de Reyes, fui a la
cocina para ver si ocupaban ayuda con algo. Una mujer difunta se interpuso en
mi camino, deteniéndome en seco. La cima de su cabeza apenas alcanzaba mi
barbilla. Tenía un sencillo vestido azul y un suéter gris. Su blanco cabello se
hallaba mayormente escondido por una pañoleta de flores, y profundos surcos
alineaban sus suaves ojos cafés. Eché un vistazo por encima del hombro para
ver si Reyes también la veía. No dio indicio alguno de que la veía. Su
inquebrantable enfoque seguía puesto en mí, de modo que no podía hablar con
ella allí.
—Eres la luz —dijo. ¡En portugués! Sabía otro idioma. ¿Cuáles eran las
probabilidades?
Asentí hacia los baños y tenía toda intención de dirigirme hacia allá con
la esperanza que me siguiera. En vez de eso, dio un paso hacia adelante como si
fuera a atravesarme. No tuve la oportunidad de decirle que no podría hacerlo.
Era sólida como los difuntos y ellos lo eran para mí. O lo fueron hasta ese
momento, pues en lugar de estrellarse conmigo y rebotar, pasó a través de mí.
Eso era nuevo.
Asumí que sería como cuando un difunto pasaba a través de cualquier
otra persona. Simplemente me atravesaría como si no me encontrara allí. Pero
no pasó eso. Cuando dio un paso hacia adelante, algo mágico pasó. Vi una luz
trag{rsela justo antes que desapareciera. Y luego vi… todo.
Su infancia. Su muerte. Vi todo. Sentí todo. Al mismo tiempo. Todas las
emociones. Todos los sufrimientos y triunfos. Todas las alegrías y penas. Me
golpearon como un maremoto.
El aire desapareció. El mundo se desvaneció. Y, literalmente, la vida de
Ana pasó ante mis ojos.
Provenía de Barrancos, una pequeña aldea que se extendía en el borde
entre Portugal y España, donde tenían su propio idioma, el barranqueño. De
hecho, sabía cinco idiomas, pese a que creció siendo muy pobre.
Su madre era costurera, y Ana siguió sus pasos. Así fue cómo conoció a
su esposo, un famoso cavaleiro, un torero jinete, Benito Matias. Una noche fue
apuñalado en una disputa en un bar de la pequeña aldea. Cuando encontraron
que la clínica estaba cerrada, sus amigos lo llevaron hasta ella, rogándole que lo
suturara así su padre no se enteraría.
Ella lo hizo, y fue al recuerdo de él que tenía que me ahogó. Que me
intoxicó. Él era lo más hermoso que nunca vio. Y a juzgar por la forma que él la
miraba aquella noche, Benito sintió lo mismo. Se enamoraron, y se encontró en
medio de una historia de Cenicienta de la vida real.
Él la llevó hasta la hacienda de su familia, donde ella terminó diseñando
todas las vestimentas de la madre de él al igual que con las prendas del resto de
la familia. Se volvió famosa por su propio esfuerzo. Tuvieron tres hijos y una
hija. Luego una oleada de sufrimiento me golpeó en lo más profundo. Me quitó
el aire de los pulmones. Perdieron a su hijo menor por la fiebre escarlatina. La
agonía de aquella pérdida me rasgó en dos, de algún modo las heridas seguían
frescas, como si el concepto del tiempo no tuviera sentido en este lugar.
Flotábamos en el espacio durante sueños y realidad, entre recuerdos y
emociones. Le pena me sofocó. Se aferró a mi corazón hasta que nos fuimos del
sufrimiento para dar paso a tiempos de algarabía.
Sus otros tres hijos crecieron sanos y felices. Hubieron malos ratos, por
supuesto, pero su amor por Benito nunca titubeó. Por eso no pudo cruzar
cuando murió de cáncer de mama hace tres años. Esperaba al amor de su vida,
Benito. Este murió minutos antes de que ella me atravesara.
Y luego entendí. Yo era el portal de algo, y Ana lo sabía. Ella literalmente
me atravesó para ir donde Benito —donde toda su familia— la esperaba.
¿Cómo podía ser posible algo así?
Cuando el mundo volvió a materializarse a mi alrededor, daba vueltas
mucho más rápido que antes. El piso se ladeaba, yendo como cohete hacia mí, y
perdí el equilibrio. O bien teníamos otro terremoto o me hallaba a punto de caer
y aterrizar de cara.
Un microsegundo antes de que jugara hockey de amígdalas con un
cuadrado de linóleo agrietado, unos brazos de acero rodearon mi cintura y
evitaron la caída. El fuego se acercó rápidamente. El calor me envolvió. Incapaz
de dejar que el mundo dejara de dar vueltas a vertiginosas velocidades, mi
cabeza se apoyó contra un amplio hombro. La oscuridad comenzó a instalarse a
mi alrededor, y desde una distancia, escuché la profunda voz de mi salvador
decir una palabra—: Holandesa.
6 Traducido por Victoria
Corregido por Daliam

He visto cosas.
Cosas horribles.
Cosas como tazas de café vacías.
(Camiseta)

Voces. Voces enojadas. Eso fue lo primero que oí cuando nadé hasta el
borde brillante de la conciencia. Una voz pertenecía al alto, oscuro y mortal.
Reconocería ese suave tenor en cualquier lugar. Sorprendente ya que solo lo
había escuchado un par de veces. No podía reconocer la del otro, pero parecía
familiar.
—Ella podría haber destruido toda la cuadra… —dijo la voz masculina
que no reconocí.
—Ella podría haber destruido todo el planeta —repuso Reyes.
—…Pero no lo hizo —continuó el otro. ¿Osh, tal vez?—. Esto no cambia
nada. Mantenemos el plan.
Otra persona habló entonces. Otro hombre, pero más joven. Hispano. —
Aye, Dios mío. —Angel. Él fue el primer difunto al que en realidad le había
hablado después del Día Uno, y solo hablé con él porque no me dejaría en paz
hasta que lo hiciera. Me encontraba en negación en ese momento, y pretender
que no existía me mantenía en mi lugar feliz. Pero él insistía una y otra vez
sobre cómo podría darme la mejor noche de mi vida y juraba que una vez que
me enfriara, el sexo nunca envejecía.
Seriamente. Él tenía trece años. Me lo dijo. Yo le dije que tenía unas muy
fuertes arcadas. Fingió haberse ofendido, pero siguió seduciéndome cada vez
que podía. Me pregunté si los exorcistas cobraban por hora. Si ahorraba mis
propinas...
—Ustedes dos son como porristas —dijo—, luchando por el mariscal de
campo.
Hubo un silencio que sospechaba se hallaba lleno de miradas antes de
Angel continuara.
—Mira, lo entiendo. Tienen miedo de que ella ascienda. Asustados de
que vuelva a sus sentidos y deje tu trasero.
Escuché un forcejeo, entonces un firme—: ¿Cuál es tu punto? —de Reyes.
Cuando Angel volvió a hablar, su voz era un poco más alta que antes. —
No lo entiendes, pendejo. Tal vez ella solo quiere ser normal por un tiempo.
Otra pausa.
Angel tosió y Reyes preguntó—: ¿Qué quieres decir?
—Tal vez, no lo sé... Tal vez solo necesita un descanso de toda la mierda.
Esta ha controlado su vida desde el día en que nació.
—El chico tiene un punto —puede o no haber dicho Osh. Todavía no
estaba segura.
—Maldición, tengo un punto. Uno muy afilado, cabrón.
En general, fue un sueño inusual. La mayoría de mis sueños estaban
llenos de tonterías y preguntas como qué color de guadaña iría mejor con mi
suéter. Ni idea. Pero éste no tenía imágenes. Solo oscuridad. Y voces. Y una
mano en mi brazo. Pero no fue hasta que sentí la lengua deslizarse hacia arriba
por mi cara que la comprensión se hundió
¡Me había desmayado! Mis párpados se abrieron, y la humillación se
disparó a través de mí. Yo era semejante idiota. No solo me había desmayado;
lo hice en los brazos de Reyes Farrow. Gemí y pasé una mano sobre mis ojos.
Sin decir lo que pensaba de mí ahora.
Artemis, la Rottweiler muerta que había conocido después de despertar
en el callejón, se quejó y se puso más cerca, casi empujándome de la cama. Le di
un abrazo rápido, luego reemplacé mi mano.
—Hola, cariño —dijo una voz masculina, pero no era una voz que quería
oír particularmente.
Artemis gruñó. Yo solo sabía su nombre porque su cuello tenía una
etiqueta, pero ella se había quedado conmigo en las buenas y en las malas.
Parcialmente delgada. Ella también tenía una afinidad por las duchas, pero solo
mientras yo me encontraba tomando una, y por cocinar, pero solo mientras me
hallaba en la cocina. Podría materializarse en cualquier lugar, incluso en el
mostrador donde preparaba la comida, que no era tan malo como parecía. Se
encontraba muerta, después de todo. ¿Qué tan llena de gérmenes podría estar?
Abrí mis párpados uno a la vez y me centré en mis dedos. El oficial Ian
Jeffries se hallaba sentado en la cama junto a mí en su uniforme de policía, su
pelo rubio corto como militar, su mandíbula recién afeitada.
Él había sido el oficial que respondió esa primera noche cuando me
desperté en el callejón y entré en la cafetería sin recuerdos. Desde entonces,
asumió la tarea de ver cómo estoy casi a diario. A veces varias veces al día.
Era dulce en su mayor parte y muy bonito, pero tenía una sensación
extraña de él, una posesión, como si sintiera que tenía derechos sobre mí
porque me había ayudado esa primera noche. Había ido conmigo al hospital y
se quedó cuando un detective me interrogó. Cuando Dixie se presentó y me
ofreció un lugar para quedarme y un trabajo hasta que tuviera mi cabeza bien
puesta —sus palabras—, él había insistido en llevarme de nuevo a la cafetería, a
lo que se convertiría en mi alojamiento para las próximas dos semanas.
Miré a mi alrededor. Había vivido en este almacén hasta que encontré un
apartamento. Por suerte, Dixie tenía conexiones y convenció a mi propietario
actual que era una buena tipa —una vez más, sus palabras— y que debería
alquilarme a pesar de mi falta de historial de crédito. O cualquier historial, en
todo caso.
Tenía la esperanza de ver a Reyes y con quien había estado discutiendo.
En vez de eso, tenía a Ian. Traté de no irritarme por su uso demasiado familiar
de la expresión coloquial. No era nada suyo, pero molestia no era mi mejor
aspecto.
—Escuché que tuviste una buena caída. —Él dibujó pequeños círculos en
mi brazo con el pulgar. Círculos diminutos y posesivos que enviaron escalofríos
subiendo por mi espina dorsal. No quería parecer desagradecida por todo lo
que había hecho, pero él era un policía. Que respondió a una llamada. ¿No era
ese, como, su trabajo?
Bajé mi mano. —Apenas recuerdo lo que pasó —dije con voz ronca.
Literalmente. De repente agradecí que Reyes no estuviera escuchando.
Y yo había mentido. Recordaba todo lo relacionado con Ana y su vida,
pero era demasiado para procesar en el momento. Demasiado imposible.
Demasiado increíble.
—Me alegro de que estés bien. Te llevaré a casa cuando estés lista.
Me acomodé en mis codos como una excusa para sacar su mano de
encima. Artemis tomó eso como su señal para atacarme. Aire salió de mis
pulmones, y luego otra vez cuando ella usó mi estómago como una plataforma
de lanzamiento a cosas más grandes y mejores, desapareciendo en el otro
mundo.
—Eso está bien —le dije, mi voz tensa mientras luchaba con un gemido
de agonía—. Todavía tengo mucho trabajo que hacer.
Se rió entre dientes. —Creo que Dixie te dejará libre por esta vez.
No quería hablarle del otro trabajo al que todavía tenía que llegar que no
tenía nada que ver con Dixie o con la cafetería.
Afortunadamente, Cookie entró con una botella de agua y una toalla.
—Estás despierta —dijo, con evidente alivio mientras ella dejaba escapar
un suspiro que había estado conteniendo.
—Así es.
Le dio a Ian una mirada dura, indicándole que se fuera. —Necesita
descansar —dijo, y aunque no lo necesitaba, no me encontraba dispuesta a
discutir.
En el momento en que ella movió la toalla, animándole a salir, un
aumento de la ira salió disparado de él. Esto hizo que mi propia ira ascendiera
por reflejo.
—Estoy bien, Ian.
—Voy a esperar por ti aquí.
—Ya tiene quien la lleve —dijo Cookie. A ella en serio, no le gustaba el
tipo. Eso me daba risa.
Pero otro aumento de la ira me mantuvo en el borde, y esta vez fui yo la
que le dirigió una mirada molesta. Se encontraba a punto de discutir cuando
recibió una llamada en el móvil en su hombro. Me dio una breve inclinación de
cabeza, y luego se fue.
—Ese hombre —dijo Cookie mientras sacaba una caja y se sentaba a mi
lado. Me puso la toalla en la cabeza. Se sentía celestial. Después, metió la botella
de agua en mi mano y me miró dando golpecitos con los pies hasta que me bebí
al menos la mitad.
—Estás deshidratada —dijo, y tenía razón. En serio necesitaba reducirme
a diez tazas de café al día.
—¿Qué hora es? —le pregunté.
—Son casi las cuatro y media.
Me levanté rápidamente. —He estado fuera durante horas.
Me dio unas palmaditas en el hombro, entonces tomó mi mano en la
suya. —Íbamos a llamar a una ambulancia…
—No —le dije con más agresividad de lo que quería decir. Tomé otro
sorbo de agua y me obligué a calmarme—. No, está todo bien. Gracias por eso.
Tengo bastantes facturas para que me dure toda la vida.
—No me preocuparía por eso, cariño.
Es evidente que no había visto la montaña de papel cada vez mayor en
mi apartamento.
—¿Puedes decirme qué pasó?
Para mi sorpresa, quería decirle. Quería confiar en ella, pero no podía
estar segura de que no me comprometería.
¿Y cómo podría explicar las cosas que vi? ¿Las cosas que experimenté?
La verdad era que, a pesar de que sólo la había conocido durante un mes,
amaba a Cookie. Mucho. Mucho, muchísimo. No quería manchar su opinión de
mí. No quería que me mirara con algo más que admiración. O confusión,
dependiendo.
—Estoy bien. Solo tuve un mareo.
—Bueno. Pero, ¿estás bien? ¿Con todo? No hemos hablado de tu…
situación en un tiempo. Tal vez, ya sabes, el estrés…
Ah. ¿Me encontraba bien con ser la chica local con amnesia? —Creo que
estoy bien. Quiero decir, veo a todo el mundo que entra en la cafetería para ver
si hay algún parecido, pero estoy tratando con ello.
Asintió; su simpatía era genuina. —¿Has pensado en la terapia?
—Sí, lo he hecho. Y tan pronto como venda el riñón que puse en eBay,
seré capaz de pagarla.
—Ellos tienen programas.
—¿De verdad? Esas cosas son geniales. Vi un programa de zombi
anoche, y esta noche voy a ver a éste acerca de una chica rubia que controla los
dragones. Y hay un sexy tipo bajito que está borracho todo el tiempo.
—No es ese tipo de programas. —Me amonestó con una mirada
fulminante. Casi funcionó—. Hay clínicas.
Me corrí hacia atrás y me apoyé contra la pared. No sabía mucho, pero
sabía que si le dijera a un consejero sobre mis interacciones con la gente muerta,
me encerraría y botaría el código de acceso. Yo simplemente no me hallaba
preparada para una vida de habitaciones acolchadas y de pudines.
—No creo que la terapia sea la respuesta.
—No podría estar más de acuerdo. —Se movió con entusiasmo—.
Necesitas hipnosis.
Parpadeé. Entrecerré los ojos. Arrugué las cejas.
—Piensa en ello. Podrías aprender sobre tu vida actual y las del pasado.
—Existe eso.
—Estoy bastante segura de que era Cleopatra en una vida pasada.
Hablaba en serio. Traté de no reír.
—O una vendedora de aspiradoras. Mis arcos se caían.
No pregunté. —No estoy segura de que esté lista para una celda
acolchada. —El pudín, sin embargo….
—De ninguna manera. ¿Qué podrías decir que convencería a un
terapeuta de que necesitas ser encerrada?
Si ella supiera.
—No, de verdad —continuó—. Puedes decirme lo que sea. Lo sabes,
¿verdad?
Me levanté, y me ayudó a ponerme de pie. Después de tener la certeza de
que no iba a caerme, dije—: ¿Puedo preguntarte algo en vez de eso?
—¡Por supuesto! —Me siguió afuera.
La cafetería se hallaba notoriamente brillante en comparación con el
almacén. Reyes se había ido, como la mayoría de nuestros clientes. La multitud
para la cena no comenzaría a aparecer durante otra hora. Y por suerte Ian
también se había ido. Un dolor de cabeza menos con el que tenía que tratar.
Llamé a Frazier, uno de los cocineros del tercer turno, y pedí dos
bocadillos para llevar. Cookie se había acostumbrado a mi pedido y no lo
cuestionaba. El sol se asomaba bajo por el cielo nublado en preparación para la
inevitable puesta de sol y el aire exterior se veía congelado. Mi camino a casa
iba a apestar.
Me volví hacia Cookie. Ahora era un momento tan bueno como
cualquier otro para preguntarle sobre algo que había sido insignificante en mí,
pero tenía que sorprenderla. Que obtener su verdadera reacción antes de que
ella tratara de encubrirlo.
Cogí una bolsa de comida para llevar y la abrí, mientras solté, en un
ambiente informal—: ¿Quién es Charley?
Cookie me miró boquiabierta un minuto mientras yo leí toda su reacción.
Cuando no dijo nada, decidí explicarme. —Me has llamado Charley al
menos seis veces últimamente.
Al principio, pensé que en realidad podría conocerme, pero Charley no
encajaba mejor que cualquier otro nombre que había intentado. Por no
mencionar el hecho de que no lucía para nada como una Charley.
—Lo… Lo siento —dijo—. Eso solo se me sale de vez en cuando, porque
es como llamo a Robert en casa. Estoy tan acostumbrada a decirlo.
Esa era una mentira descarada. Y el misterio se profundizó. —¿Llamas a
tu marido Charley?
—Sí. —Asintió para dar énfasis—. Sí, lo hago. Porque ese es su nombre.
Charles Robert Davidson. —Tiró la toalla que había estado llevando y se quitó
el delantal—. Todo el mundo en casa lo llama Charley. Así que todavía le llamo
así la mayor parte del tiempo.
—Pensé que habías dicho que todo el mundo en casa lo llamaba Bob.
Parpadeó. Hizo lo posible para recuperarse. —Sí, lo hacían. Lo llamaban
Charley... Bob.
Tosí para evitar que salga una risita. —¿Charley Bob?
—Charley Bob.
En el segundo en que lo dijo, Bobert entró, su sincronización impecable.
Una oleada de pánico se apoderó de Cookie, pero se recuperó y la saludó
un poco demasiado entusiasmada. —Hola, ¡Charley Bob!
Desaceleró, con su ceño fruncido mientras se acercaba. —Hola, Cookie
Butt.
Se rió en voz alta y agitó una mano desdeñosa. —No es su apodo
favorito. Pero tengo que burlarme de él de vez en cuando para recordarle su
pasado.
Él se acercó y le dio un rápido apretón antes de posar su atención en mí.
—¿Estás bien, calabacita?
La gente me preguntaba eso demasiado a menudo. —Estoy bien —le dije
mientras me daba un abrazo. Aspiré el aroma de su colonia de farmacia y el
más mínimo indicio de un cigarro barato. Olía maravilloso.
Era extraño que cuando Cookie y Bobert me decían cosas como cariño y
calabacita, quería ahogarme en sus abrazos. Pero cuando Ian hacía lo mismo, mi
piel se estremecía. Es evidente que mi piel trataba de decirme algo. O eso, o era
un capo de la metanfetamina y tenía una aversión natural a los policías.
Aunque no lo creo. Tenía los dientes fantásticos.
Cookies rió de nuevo. Sin ninguna razón. —Le estaba diciendo a Janey
que tu apodo en casa era Charley Bob y que te llamaba Charley veces. En casa.
Cuando estamos solos.
Él extendió el brazo. —Ah.
—Así que, ¿puedo llamarte Charley Bob? —le pregunté, siempre tan
llena de esperanza.
—No. —Se sentó en una cabina cerca de la estación. Cookie se deslizó en
su lado y me senté frente a ellos, completamente sin ser invitada. Porque así es
como funciono.
—Está bien, tengo que ser honesta. Hago esta cosa y… —No me
encontraba segura de cómo decirles, así que decidí saltar los cómos e ir
directamente a los qués—. Me doy cuenta cuando alguien no está siendo
completamente sincero. Y sé que tu nombre no es realmente Charley Bob.
Gracias a Dios, porque maldita sea.
Totalmente atrapada, Cookie rodeó con su brazo el de Bobert y suspiró.
—Lo siento. No quería tocar el tema. Es muy doloroso.
De acuerdo, no me estaba mintiendo esa vez.
—Es solo que... Recientemente he perdido a mi mejor amiga y su nombre
era Charley y sigo llamándote Charley, y está mal. Me... Me disculpo.
Bobert le cubrió la mano con la suya y la apretó.
Me encogí y oré para que un huracán monstruoso rompiera el vidrio y
me cortara en pedazos diminutos. —Cookie, lo siento muchísimo.
—Está bien —dijo, apresurándose para consolarme.
—No, no lo está. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué sucedió?
Después de una rápida mirada a su marido, dijo—: Realmente no
sabemos muy bien qué pasó. La perdimos hace unas semanas.
—¿Ella murió?
—No, simplemente... desapareció. Pero esperamos que encuentre su
camino de regreso a nosotros. —Cada palabra que dijo fue la verdad, y me sentí
como excremento de perro después de que un corredor lo pisara y lo moliera en
la tierra. Apestaba.
La campana sonó. Frazier había terminado mis sándwiches, y tenía
trabajo que hacer.
—Cook, no sé qué decir.
—Janey —dijo, tomando mi mano en las suyas—, no te atrevas a sentirte
mal. Debería habértelo dicho.
—No. No era de mi incumbencia. No debería haberte obligado a
sacártelo.
—Te llevaremos hasta casa, calabacita —dijo Bobert. Una tristeza se
había apoderado de los dos, y de repente mi analogía de excremento de perro
parecía demasiado alegre.
—De acuerdo. Tengo que hacer un par de cosas antes de irme.
El interés de Bobert se despertó. —No irás a hacer lo que dijiste que no
harías, ¿verdad?
—De ninguna manera. Hablando de eso, ¿has encontrado algo?
—Me voy a reunir con un chico esta noche. Él está con el FBI local.
¿El FBI? Guau.
—Sólo tienes mantenerte fuera de problemas hasta entonces, ¿capisce?
—Lo tengo. Si hay algo que pueda hacer, es mantenerme fuera de
problemas.
Me apresuré para obtener los sándwiches, pagados con mis propinas, y
luego me dirigí a la puerta principal y justo hacia los problemas.

La puerta del señor Vandenberg se hallaba cerrada con llave, y el signo


se había cambiado a CERRADO unos minutos antes de lo normal. Ahuequé mi
mano y me asomé por la puerta de vidrio. La tienda se hallaba vacía, y todas las
luces estaban apagadas. La alarma y un sentido de temor enfermizo se
levantaron dentro de mí. ¿Y si terminaron con él? ¿Qué si ya no lo necesitaban a
él o su familia más? ¿Le matarían?
No tuve elección. Iba a tener que meter a Ian en esto. Decirle lo que
estaba pasando. Puede que no crea en los porqués o cómos, pero tendría que
informar de ello a sus superiores. Consideré mucho el hecho de que ellos no
podían rescatarlo sin saber el paradero de la familia del Sr. V primero. Si ellos
estaban cautivos y alguien avisaba a sus captores...
Me estremecí con el pensamiento y dirigí mi atención inmediata a la
tintorería de al lado… y me confundí m{s que nunca. Si los hombres en la
tienda del señor V cavaban en esa dirección, tal vez no tenía nada que ver con el
negocio. Tal vez había un tesoro escondido bajo la tienda. Era un lugar de
antigüedades, después de todo. Podría tener el botín de un pirata debajo de
ella. ¿Porque por qué en el planeta Tierra iba alguien a cavar un túnel en una
tintorería? ¿Qué podrían esperar ganar? ¿Un esmoquin? ¿Un vestido de fiesta,
tal vez? ¿Cortinas?
Decidí ir. Me haría pasar como un cliente y lo revisaría. Me haría una
idea del lugar.
En el momento en que entré los cuatro metros a la entrada de la tienda,
ya estaba temblando. La chaqueta que tenía, la única que poseía, era una del
ejército, y aunque hacía bastante calor la mayoría de los días, hoy no era la
mayoría de días. El viento arrastró a través de los poros de la tela y me cortó
como cuchillas de afeitar, cortando la médula de mis huesos. El aire húmedo
era denso, y la amenaza de una lluvia helada se alzaba cerca.
Tendría que darme prisa si planeaba llegar a casa antes de que me
congelara hasta la muerte, pero lo más importante, a tiempo para tomar
prestado el coche de Mable. Era mi vecina, y ella no había tenido una licencia
real en más de una década, pero había mantenido el coche de su marido para
conducir a la iglesia dos veces por semana. Por desgracia, se iba a la cama
temprano, y una vez que la mujer estaba dormida, no había forma de
despertarla.
Después de comprobar las horas de la tintorería, abrí la puerta. Ninguna
campana sonó para anunciar mi visita, así que reconocí el lugar mientras tenía
la oportunidad. Parecía completamente legítimo. Por otra parte, eso parecía ese
Louis Vuitton que le compré a un hombre llamado Scooter en el
estacionamiento de Walmart. Por no hablar del Rolex.
Ropas cubiertas de plástico colgaban en un perchero automatizado
detrás de la recepción. No muchas, pero lo suficiente como para lucir creíble.
Una caja registradora con billetes apilados junto a ella se hallaba en el escritorio
junto con una taza de lapiceros. Una licencia de negocio enmarcada colgaba en
la pared a mi derecha, y un hombre enorme yacía en una silla roja acolchada a
mi izquierda.
Salté cuando lo noté, preguntándome por qué no fue la primera cosa que
noté cuando entré. Tenía bíceps del tamaño de mi cintura.
Dobló un documento que estaba leyendo y se puso de pie. Sus músculos
eran tan grandes, que no podía dejar caer los brazos a los lados, y me pregunté
cómo diablos se limpiaba después de hacer del número dos. Eso estuvo mal por
mi parte, pero aun así...
Él caminó alrededor de la mesa y me inmovilizó con un conjunto de fríos
ojos grises. Nos quedamos en silencio incómodo como, por, siempre. El pelo
oscuro que estaba corto por toda la cabeza remataba con un aspecto bastante
amenazador, sobre todo porque se hallaba mirándome desde debajo de ello.
Justo cuando estaba a punto de hablar, preguntó en un acento ruso—:
¿Por qué estás aquí?
Una extraña manera de saludar a un cliente potencial. Si su actitud no
cambiaba enseguida, le daría a este lugar una crítica negativa en Yelp.
—N… Necesito una lavada.
Una mujer se acercó entonces, mayor que el hombre y mucho más bajita,
aunque no menos robusta. —¿Por qué estás aquí? —me preguntó en el mismo
acento.
¿Qué demonios? Miré a mi alrededor de nuevo solo para asegurarme de
que había llegado a un negocio real. Sí. Tenían un cartel y todo. Me volví hacia
ella.
—Necesito una lavada.
—¿Vat? —preguntó ella, espantando al hombre a un lado. Pero yo no
había pensado tan lejos. Necesitaba algo para lavar y rápido, pero la única cosa
que podía quitarme sin hacer que Schwarzenegger creyera que estaba
desesperada por un hombre era mi abrigo. Mi abrigo cálido y de felpa que una
señora agradable sin hogar me dio cuando le ofrecí un baile erótico.
No fue tan malo como parecía. Me encontraba averiguando por un
segundo trabajo y necesitaba una opinión.
Un viento frío corrió por mi espalda mientras dos hombres entraron.
Estaban de pie detrás de mí, hablando en voz baja entre sí. Me atreví a echar
una mirada por encima del hombro. Llevaban caros trajes negros, y uno llevaba
un maletín de cuero y un boleto. Él le asintió a su compañero, y luego le habló a
la mujer, su tono brusco, y yo luchaba por alejar mis ojos de echar un vistazo
alrededor.
Él habló en ruso. ¡Ruso! Y entendí cada palabra, que era básicamente—:
¿Por qué está ella aquí?
Me quedé atónita. Ocho. Sabía ocho idiomas. Era una maldita genio. No
podía esperar para decirle a Cookie. En serio, ¿quién hablaba ocho idiomas? De
repente me pregunté si conocía más. Tal vez sabía islandés o el árabe o el
swahili.
Me volví hacia el hombre y le pregunté—: ¿Hablas swahili?
Me miró. Lo tomé como un no y miré a la mujer otra vez.
—Préstame —dijo, chasqueando los dedos hacia mí.
Con un profundo suspiro, me quité la chaqueta y se la di. Ella la tomó y
la miró por encima y luego preguntó—: ¿Necesitas un arreglo?
Definitivamente necesitaba un arreglo. Mi chaqueta, no tanto. Los
hombres detrás de mí estaban cada vez más cerca, mostrando su impaciencia,
tratando de intimidarme. Lamentablemente, no tuvieron que esforzarse mucho.
Me encontraba dispuesta salir corriendo de allí.
En cambio, me acerqué al mostrador, dando a entender que mi espacio
personal estaba siendo invadido.
Cuando se mantuvieron atrás, dije—: Ningún arreglo. Solo una limpieza.
—¿Alguna mancha? —Seguía estudiando la capa, pero yo empezaba a
preguntarme si ella no hablaba de mí.
—Ninguna mancha. —No las visibles, al menos.
—Hoy —dijo, arrancando un boleto y metiéndolo en mi mano.
—¿Hoy? —Me quedé impresionada. Ya era tarde.
—Dos días2 —dijo más fuerte, levantando dos dedos.
—Correcto. Está bien, gracias. —Me volví para salir, pero fui bloqueada
por los chicos de Wall Street—. Disculpen.
El de delante se movió ligeramente hacia un lado, dándome suficiente
espacio para un paso apretado. Volvió a hablarle en ruso a su amigo, y casi le
digo exactamente cómo podrían ser las insolentes estadounidenses.
¡El frío!
Una ráfaga congelante me dio una bofetada en la cara cuando salí. No
solo fría. No solo frígida. Una ráfaga bajo cero de viento de granizo infundido
raspó a través de mi piel expuesta. Tenía un suéter grueso en casa que tendría
que mantenerme hasta que pudiera conseguir mi abrigo otra vez. Si pudiera
llegar tan lejos.
Crucé los brazos sobre mi pecho, metiendo la bolsa de bocadillos bajo el
brazo, y luego corrí por la acera. Solo vivía a dos cuadras, pero con este tiempo,
serían unas largas dos cuadras. Y todo había sido en vano. Ahora no tenía ni mi
abrigo ni respuestas. Me pregunté por enésima vez por qué alguien haría un
túnel en una tintorería.
Justo cuando doblé la esquina para ir al norte hacia mi apartamento, vi a
los dos hombres rusos entrar en su coche, un auto blindado negro elegante que
debía costar más que todas mis facturas de hospital combinadas.
Pero eso no fue lo que me llamó la atención. Ellos no llevaban nada de
ropa. Habían tenido un boleto cuando entraron, pero no habían salido con nada

2 La mujer dice Two day (dos días), pero ella le entiende Today (hoy).
de ropa. Aún más interesante fue el hecho de que el maletín desapareció. Tal
vez el negocio de la tintorería era mucho menos legítimo que las aventuras
empresariales de Scooter.
7 Traducido por Eliana.Cipriano
Corregido por Sandry

Tengo suficiente dinero para vivir cómodamente durante el resto de mi


vida.
Si muero el próximo jueves.
(Camiseta)

El sol se puso completamente mientras caminaba a casa,


abandonándome como todos los demás en mi vida. Si eso no era suficiente, no
había avanzado ni media cuadra antes de que el cielo se abriera y arrojara
cubetas de agua helada sobre mi cabeza. Así es como realmente se sintió.
Cuando dejó de llover por una fracción de segundo, vi copos de nieve cayendo
a la deriva como si no tuvieran una sola preocupación en el mundo, y luego la
lluvia de aguanieve comenzó otra vez.
Para el momento en que llegué a la calle Howard, me había vuelto azul y
perdido toda sensibilidad en mis extremidades, y mi voz adquirió mente
propia. Extraños sonidos quejumbrosos salían de mi garganta sin ton ni son.
Cada vez que un estremecimiento se apoderaba de mí, silbaba algunas
murmuraciones que sonaban como palabrotas pero que carecían de verdadera
convicción para ser una blasfemia.
Mi pelo colgaba en gruesos mechones alrededor de mi rostro y hombros,
partes de él convirtiéndose en hielo. Me di cuenta de que ahora mi camiseta
revelaba más de mi cuerpo de lo que escondía, y este no era el mejor vecindario
para estar enseñando mis mercancías.
Podía ver mi apartamento, o al menos una pequeña punta de él, mientras
forzaba un pie delante del otro. El viento se burló de mí. Se mofó. Y de repente
supe cómo se sentían los salmones cuando nadaban contra la corriente.
Noté que estaba pasando ante el motel Hometown. En el cual Reyes
Farrow se alojaba. Mirando por encima, vi filas de deterioradas puertas azules
y un sucio exterior blanco. Incluso después de todo este tiempo, no sabía lo que
Reyes conducía, por lo que los autos estacionados delante no me dieron
ninguna pista sobre cuál era su habitación. Era lo mejor. Si supiera cuál era su
habitación, estaría tentada a golpear su puerta y suplicar que me llevara, y
dudaba que le atrajeran las ratas ahogadas.
Pero mi suerte parecía volverse mejor y mejor. La puerta de una de las
habitaciones a mi derecha se abrió, derramando luz sobre la acera frente mí.
Observé mientras Reyes Farrow daba un paso bajo el marco de la puerta. Debía
de haber tenido la calefacción al máximo, porque una calidez del cielo se
deslizó sobre mí como una manta. La puerta se hallaba a veinte pasos de
distancia, así que era eso o su calor podía penetrar incluso este clima torrencial.
No es que me importara en ese momento.
Ya que la luz brillaba detrás de Reyes, no podía distinguir sus rasgos. No
lo necesitaba. La dureza en su voz lo decía todo. —¿Qué estás haciendo?
Reduje mi ritmo pero no me detuve. No fue una pregunta de
preocupación sino una que demostraba su completa fe en mi incompetencia.
¿Qué demonios le había hecho yo a este tipo?
—Yendo a casa —dije, luchando contra el impulso de envolverme los
brazos a mí alrededor con cada fibra de mí ser. La ropa mojada se aferraba a mi
piel, dejando poco a la imaginación, estaba segura, la delgada tela lentamente
convirtiéndose en hielo. Pero el calor que ahora me saturaba me hizo querer
llorar. Habría vendido mi alma por más.
La luz proyectaba un suave resplandor sobre las colinas y valles que
componían sus expuestos antebrazos. A diferencia de los rusos, sin embargo,
los de Reyes eran suaves. Sinuosos. Fluidos. Las sombras que descansaban en
los espacios negativos cambiaban con cada movimiento que hacía como si una
magnífica pintura hubiera sido traída a la vida. La niebla sobrenatural que caía
en cascadas sobre sus hombros como una capa y se reunía a sus pies ondeaba a
su alrededor, y el fuego que lamía a través de su piel brillaba de un suave color
ámbar en la poca luz. Me pregunté por milésima vez qué era. Una cosa sabía
con certeza: él no era completamente humano. También me pregunté si él lo
sabía.
Tomó un trago de un vaso de whisky, manteniendo su brillante mirada
atrapada en mí como si estuviera guiada por láser. Era la única cosa en su rostro
que podía diferenciar claramente, sus oscuros ojos centelleando bajo gruesas
pestañas. La luz creó un arcoíris en sus irises mientras él me observaba con lo
que solo puedo asumir era burla.
Bajó el vaso a su lado, el hielo tintineando—palabra silenciosa: hielo—y
enganchó un pulgar en el bolsillo de sus vaqueros. —¿Dónde está tu abrigo? —
Él llevaba una camisa blanca de botones con las mangas enrolladas, solo que los
botones no estaban abrochados. La camisa colgaba abierta. El frío no parecía
molestarlo. Eso me irritó.
—¿Dónde está el tuyo? —contrarresté.
Me ignoró. Mantuvo su penetrante mirada fija en su blanco, su
semblante tan atrayente que me detuve. Como si él me lo hubiera ordenado.
Como si él lo hubiera querido.
Frustrada, dije con un profundo suspiro mientras una ráfaga de viento
enviaba un escalofrío estremecedor a través de mí—: Está lavándose. —Tensé
los brazos, doblé las manos en puños, rogué que él no pudiera ver cuánto frío
tenía. O cuán azul era.
—¿Por qué?
Fruncí el ceño hacia él. —¿Por qué, qué?
—¿Por qué está tu abrigo lavándose?
—No estoy totalmente segura.
—Entra aquí —dijo, liberando su agarre. Se dio la vuelta e ingresó al
interior.
Me puse rígida. O lo intenté. Tenía bastante seguridad de que ahora
temblaba visiblemente, y solo era en parte debido al frío. Ese chico no tenía ni
idea de lo que pedía. Si él no me odiara tanto y si no fuera un maldito ser
sobrenatural, yo estaría sobre él como lo negro sobre las tostadas de Cookie.
Esa mujer no podía hacer tostadas.
Dejé ir mis reflexiones cuando él se dio la vuelta para verme sobre la
extensión de un poderoso hombro. Cuando arqueó una ceja bien formada.
Cuando puso en marcha su rayo tractor y tiró hasta que mis pies comenzaron a
llevarme hacia adelante. Maldita sea. Era un alien. Debería haberlo sabido. Un
malvado arrójame-contra-la-pared-y-fóllame alien. Alias, de la peor clase.
Entré a la sencilla habitación de motel y casi llegué al orgasmo. Era tan
cálido que dolía. De una forma de dolor-tan-bueno. Mi piel congelada no sabía
qué pensar. Cómo reaccionar. De qué color ser. Se estremecía como si tuviera
alfileres dándole pinchazos, o quizás agujas de tatuaje. Estaba bastante segura
de que sabía cómo se sentía hacerse un tatuaje. Yo tenía uno. Una pequeña niña
ángel de la muerte en mi omóplato izquierdo. Solo que no recordaba haberlo
obtenido. Quizás era de ahí donde los sueños de guadañas venían.
Reyes salió del baño y me entregó una toalla antes de dar un paso
alrededor mío para cerrar la puerta hacia mi única salida. Quería estar asustada.
Quería estar muy asustada, pero no podía conseguirlo, el calor se sentía tan
bien.
Caminó hacia una pequeña cocina, me sirvió una taza de café, y lo
preparó sin preguntarme cómo lo tomaba. No es que me importara. Mi
respuesta hubiera sido: ''De cualquier modo en que pueda obtenerlo. ‘‘
Mi respuesta pavloviana saltó ante el olor, ante sonido de la cuchara
tintineando contra la taza de cerámica, ante el ondulante vapor sobre los bordes
y tuve que tragarme mi entusiasmo. Había puesto los sándwiches sobre una
mesa desvencijada y me secaba el pelo con la toalla cuando me entregó la taza y
me hizo un gesto para que me sentara. Él se sentó del otro lado, luego extendió
sus largas piernas y las cruzó por los tobillos, sus botas de motociclista
haciendo un sonido sordo.
Toda la cosa era tan casual, tan cotidiana, que se sentía extrañamente
reconfortante. No estoy segura de qué esperaba, pero cotidiano no se encontraba
en la lista. Tristemente, orgías clandestinas y sacrificios humanos sí.
—Gracias —dije, tomando un sorbo. Luego, intenté no gemir. No tenía ni
idea de si lo logré, me encontraba muy perdida en el momento.
Él envolvió fuertes dedos alrededor de su vaso y lo examinó, pero solo
por un segundo antes de volver su atención a mí.
Me aclaré la garganta, y luego pregunté—: ¿Hace cuánto que te estás
quedando en un motel?
—Pocas semanas.
Asentí. Tomé otro sorbo. —¿Te gusta?
—Es una cama.
Asentí otra vez y miré alrededor, sobre todo para evitar que mi
caprichosa mirada se bloqueara en su pecho. Tenía ropa doblada sobre una
tercera silla en una esquina, ropa que le había visto usar a menudo, simple
aunque exquisitamente entallada. La luz del baño se hallaba encendida, y vi
algunos artículos de aseo masculinos, pero nada extravagantes. Y la cama se
veía como si hubiera sido hecha antes de que alguien se acostara en ella. Antes
de que Reyes se acostara en ella.
—¿Cuánto tiempo planeas quedarte?
—El tiempo que sea necesario.
—¿El tiempo que sea necesario para qué? —¿Era alguna clase de
empleado? ¿Tal vez un trabajador de la construcción o un asesino profesional?
—Mi negocio.
—Oh. —Claramente no tenía intención de explicarse detalladamente—.
¿Qué piensas de la ciudad? ¿Te gusta?
Esa vez, pensó su respuesta más a fondo. Cuando habló, fue con una
intensidad singular. —Me gustan algunas de las personas en ella.
Me iluminé. —A mí también. Amo a Cookie, la mujer con la que trabajo,
y a su esposo, Bobert. —Cuando alzó una ceja en cuestionamiento, modifiqué el
nombre—. Robert, en realidad. Solo yo lo llamo Bobert. Y me gusta Dixie, mi
jefa. Ella es genial.
—¿Y el policía?
Su pregunta me sorprendió. —¿El policía?
Dejó caer su mirada nuevamente al vaso. —Tu novio.
—¿Ian? —pregunté, desconcertada—. Él no es mi novio.
—Siempre estás con él.
Mis ojos rodaron por propia voluntad. —No, él siempre está conmigo.
Gran diferencia.
—Entonces, dile que se pierda.
¿Quién era él para decirme qué hacer? Me puse de pie, completamente
molesta. —Se lo diré cuando esté bien y lista. ¿Qué te importa, de todos modos?
Tú tienes multitudes de mujeres arrojándose a ti. ¿Le has dicho a alguna de ellas
que se perdiera?
—¿Multitudes? —preguntó, viéndome mientras yo tomaba los
sándwiches y me dirigía a la puerta
—¿Y por qué me invitaste aquí cuando estás en una relación?
—¿Estoy en una relación?
Me volteé. Como si no lo supiera. —Estás viendo a Francie.
—No estoy viendo a nadie. ¿Y quién diablos es Francie?
—¿La mesera en la cafetería? ¿La hermosa pelirroja con piernas tan
largas como la línea L? —Cuando siguió frunciendo el ceño, agregué—:
¿Siempre te sientas en su sección? ¿Ella te sirve café y ríe cada vez que la miras?
Sacudió la cabeza. —Ni idea.
Aunque debía estar mintiendo, su respuesta me hizo más feliz de lo que
debería haberlo hecho. Entonces, la realidad se hundió. —Espera, ella me dijo
dónde vives. Ella insinuó que te había visitado. Más de una vez. Incluso
describió la alfombra.
—Entonces, ella está haciendo allanamiento de morada. —Tomó otro
trago—. ¿Te molestaría si ella me hubiera visitado?
Resoplé. —Ni siquiera. —Había planeado una salida tormentosa, pero mi
curiosidad tomó lo mejor de mí. Me paseé hasta su mesa de noche. Pasé los
dedos por un Rolex. Debía haber conocido a Scooter, también, aunque el suyo
se veía más auténtico que el mío—. Entonces, ¿por qué estás viviendo en un
motel?
Sentí una ligera furia salir de él.
—Yo… veía a alguien.
Un suave jadeo escapó de mí. Sin idea de por qué me sorprendería eso.
—¿Veías?
—Ella me dejó. Sin decir adiós. Ninguna nota. Nada. Solo se desvaneció
en el aire. No tenía a dónde más ir.
Me senté en el borde de la cama. —Lo siento, Reyes. ¿Cuándo sucedió?
—Hace un tiempo. Lo superaré. No tengo opción. Ella ha olvidado todo
sobre mí.
—Lo dudo seriamente. —Ninguna mujer en su sano juicio podría olvidar
a Reyes Farrow. De eso estaba segura.
Alcé la vista al termostato. Se leía doce, pero debía hacer por lo menos
veintitrés grados en la habitación. Mis huesos finalmente comenzaban a
descongelarse. —Creo que tu termostato está roto.
No respondió. Ni siquiera lo miró, y mientras que amaba la atención que
arrojaba sobre mí, yo tenía lugares en los que estar y personas que salvar.
Dedos cruzados.
—Bueno, gracias por dejarme calentarme. —Me puse de pie e intenté
entregarle la toalla. Él también se puso de pie, pero no la cogió, así que la
coloqué sobre el respaldo de la silla en la que estuve sentada—. Debo irme a
casa.
—Te llevaré.
—Es una cuadra.
—Hacen diez grados bajo cero.
—Estaré bien.
—Te congelarás.
No me atrevía a permitirle llevarme a casa. Podría atacar. Lo sabía tan
seguramente como sabía que el sol saldría al amanecer. Estando aquí en su
presencia ya era suficientemente malo. Pero meterme en un auto con él, uno
cálido con música suave e iluminación ambiental del tablero, y sería una
desahuciada. Una desahuciada con un antecedente criminal una vez que Reyes
hubiera presentado cargos contra mí por asalto.
Era hora de irse. Puse mi mano en el pomo de la puerta y luego me
volteé para decir adiós. Se encontraba justo detrás de mí.
Era tan inimaginablemente cálido. Nunca había sentido nada como eso.
Calor fluyó sobre mí, saturó mi empapada camiseta, penetró cada poro de mi
cuerpo.
Comencé a abrir la puerta, pero él se estiró sobre mí y la cerró. Antes de
que pudiera cuestionarlo, me cogió la bolsa de sándwiches y cubrió mis
hombros con una chaqueta. Una chaqueta de cuero grueso que pesaba más que
yo. Me tragó. Me envolvió en él. Su calor. Su esencia.
—No puedo llevarme tu chaqueta.
—Tengo otra —dijo, girándome para que lo enfrentara así podía
abrochármela mientras yo deslizaba mis brazos por las mangas. Observé
mientras sus largos dedos tiraban de un lado y la sujetaba. Los músculos en sus
antebrazos se juntaron y flexionaron con el esfuerzo. Como lo hicieron los de su
pecho y estómago. Tomó cada pizca de autocontrol que tenía no estirarme y
deslizar las puntas de mis dedos sobre ellos. Hizo lo mismo con el otro lado, y
me di cuenta de que la chaqueta era ajustable.
Desafortunadamente, no ayudó mucho. Aún me tragaba, y ya no tenía
hombros o manos, pero eso también estaba bien. La longitud resguardaba a mis
dedos de convertirse en paletas heladas con sabor a carne. Él dobló los puños,
pero solo una vez. Aún colgaban más allá de las puntas de mis dedos.
Luego de un momento, me di cuenta de que se había detenido y que me
miraba. Levanté la vista hacia las brillantes profundidades de sus irises caoba.
Una suave línea se había formado entre sus cejas mientras me estudiaba, y noté
por milésima vez que no podía leerlo. No como podía con la mayoría de la
gente. Sentí la emoción turbulenta dentro de él, pero se encontraba revuelta,
caótica, una mezcla de deseo, preocupación y arrepentimiento.
Su vista cayó a mi boca, y me pregunté cuántos tragos había bebido. Así
que pregunté.
—¿Cuántas bebidas has tomado?
—No las suficientes —dijo, su voz profunda como el océano.
—¿No las suficientes para olvidarla? —¿Para olvidar a la mujer que aún
lo perseguía? Los celos que se dispararon en mí no hicieron nada por aumentar
mi autoestima.
—No hay suficiente alcohol en el planeta para hacer que la olvide.
Eso picó. Él se encontraba claramente prendado de su ex, y yo me
encontraba ahí de pie como una colegiala con la esperanza de ser invitada al
baile. Una colegiala tonta.
La humillación quemó bajo mi piel. —Por favor, discúlpame —dije,
tomando la bolsa y abriendo la puerta de un tirón. Me apresuré al aire frío otra
vez. La chaqueta ayudaba, pero no importaba de cualquier modo. Corrí tan
rápido como pude sin deslizarme sobre el hielo, la vergüenza y un devastador
sentimiento de pérdida conduciéndome hacia adelante.
No noté hasta que desbloqueé la puerta de mi apartamento y me apoyé
contra ella, jadeando, que tenía las mejillas cubiertas de lágrimas congeladas.
Era tan idiota. Y mi corazón dolía. Mucho. Cada latido enviaba un gran dolor a
través de mi cuerpo. Estaba teniendo un ataque al corazón. O, más
probablemente, mi corazón se había roto.
De cualquier forma, me di cuenta de mi error—mi atención no se
encontraba donde debería haber estado—cuando un hombre se acercó a mi lado
y me agarró del brazo.
8 Traducido por Laura Delilah
Corregido por Laurita PI

Mucha gente está viva porque


perdí mucho pelo para salirme con la mía.
(Meme de internet)

Mi corazón se tambaleó y se alojó en alguna parte en mi esófago cuando


traté de dar un golpe de karate al intruso. Por desgracia, no sabía karate. Y él
era muy versado en escape y evasión. Con facilidad evitó mi golpe y esquivó el
siguiente.
—Soy yo —dijo él, agarrando mi brazo otra vez.
Me sacudí de su agarre. —¿Qué diablos, Ian?
—¿Dónde has estado?
Lo miré boquiabierta. ¿Entró a mi apartamento y me estaba
interrogando? —¿Cómo entraste aquí?
Balanceó una llave delante de mi cara, con sus ojos azules llorosos más
que de costumbre. Estuvo bebiendo. —Estaba preocupado por ti. —Como si eso
explicaría la llave que tenía.
—¿Cómo obtuviste una llave de mi apartamento? —pregunté,
caminando hacia la cocina del tamaño de una caja de galleta y colocando la
bolsa en el mostrador, bien fastidiada conmigo misma. Olvidé darle a James su
sándwich, tan congelado y hecho puré como estaba.
James era un hombre sin hogar que vivía en un galpón abandonado,
parcialmente derrumbado cruzando la calle. En realidad, nunca lo había visto.
Lo había oído. Siempre cantaba mientras caminaba a casa desde el trabajo, y por
fin me detuve a hablar con él un día. Nunca salió de su cubículo de cajas y
mantas, pero sí me dijo que su nombre era James y que era del planeta
Avellana. Antes de eso, no había tenido ni idea que existía un planeta llamado
Avellana, pero totalmente quería mudarme allí. La avellana sabía bien en el
café. Malditamente amaba la ciencia.
—Hice una en caso de emergencia —dijo.
Limpié mi cara furiosamente. Esto había ido demasiado lejos. Era
momento de terminarlo. Inmediatamente después de que me diera un aventón
a la cafetería. Debería pedirle prestado el coche a Mabel, en realidad ese había
sido mi plan, pero no estaba en la calle. Al parecer, su sobrino lo pidió prestado
otra vez. Ese niño era tan inconveniente.
—Estaba preocupado por ti —continuó Ian—. Te desmayaste en el
trabajo. Podrías tener una contusión.
—No la tengo. Alguien me atrapó antes de que golpeara el piso.
Emoción lo atravesó. —¿Quién?
—Un chico. No lo conoces. Espera, ¿cómo te metiste en mi apartamento
otra vez?
Cuando suspendió la llave una segunda vez, la agarré de su mano.
—¿Qué rayos? —preguntó, tratando de agarrarla de vuelta, pero curvé
mi puño y lo pegué a mi espalda. Si la quería, iba a tener que pelear conmigo
por ella y no me importaba tragarla, aunque el aro podría presentar un
problema. Además, en lo particular, no apreciaba el pensamiento de otra visita
a la sala de emergencias. Eso implicaría algunas explicaciones.
—No puedes hacer copias de llaves de la gente, Ian. Estoy bastante
segura de que es ilegal.
—No cuando están saliendo.
Le di una mirada de advertencia cuando me quité la chaqueta de Reyes y
entré al baño. Quería a un Reyes caliente y abrasador, pero tendría que ser una
ducha caliente y abrasadora. Sin embargo, no podía incluso tener eso con Ian
aquí. —Ian, nosotros no estamos saliendo. Ya hablamos de esto.
—Entonces, ¿cómo lo llamas?
Me siguió. Al baño. Increíble.
—Salimos a comer —argumentó—. Vamos al cine. Vemos televisión
juntos.
Cuando me miré en el espejo, quería llorar. Realmente estaba azul. Mis
labios eran una sombra particularmente bonita de violeta, servirían para un
suéter o una bebida deportiva. Y mi pelo se parecía a una peluca incinerada.
Me pasé los dedos a través de él y me encogí. Reyes me había visto así.
No pude haber lucido peor si hubiera tenido escamas y una lengua bífida.
—¿Cómo le llamas a eso?
—Pasar el rato —dije, sacando el pequeño secador de viaje que encontré
en la tienda de caridad. Valió la pena cada centavo de esos dos dólares y, por
desgracia, no mucho más. Llevaría por siempre el secar mi pelo, así que me
concentré en las raíces. Le grité a Ian sobre el sonido de la secadora. —Eso es lo
que los amigos hacen, Ian. Pasan el rato. —Sin embargo, no por mucho tiempo,
si tuviera algo que decir al respecto. Esto francamente se volvió espeluznante.
Reconsideré decirle a Ian sobre el señor Vandenberg. No parecía el más
estable de los hombres. Tal vez Bobert vendría y podría hablar con el FBI
mañana. Hasta entonces, el señor V y su familia se encontraban en peligro de
muerte. Necesitaba llegar a la cafetería y comprobar si él retornó a la tienda. Si
esos hombres lo acompañaban. Tal vez consiguieron lo que buscaban y se
fueron, pero lo dudaba. Traté de elaborar un plan. Si solo pudiera deslizar una
nota al señor V de alguna manera. Tendría que pensar en eso.
—¿Vamos a cenar? —preguntó Ian sobre el zumbido del secador,
descartando la conversación que mantuvimos.
—Si quieres comer en la cafetería, vamos.
Se marchitó. —Quería llevarte a algún lugar agradable.
—No estoy vestida para un lugar agradable. Parezco una paleta azul con
pelo.
Una sonrisa se deslizó a través de su cara. Intentaba hacer las paces. —
Me gustan las paletas.
No funcionó. Lamentablemente, si Reyes lo hubiese dicho, me hubiera
derretido en un charco bastante azul. Ian no le dio a mi interior la misma
chispa.
—Fuera —dije una vez tuve mis raíces bastante secas y el resto de mi
pelo en una cola de caballo. Señalé la puerta, ordenándole mi compañía no
deseada que se fuera. Tenía que cambiarme si iba a ir a algún lado, y lo último
que quería hacer era darle a Ian otra razón para pensar que existía más entre
nosotros de lo que había por cambiarme delante de él. Sería el equivalente de
arrojar gasolina sobre fuego.
Se retiró, sus movimientos lentos evidenciaban su renuencia. ¿Qué
pensaba? ¿Qué me lanzaría por la ventana? Miré hacia ella. Era demasiado
pequeña. Nunca lo haría.
—Encenderé el coche —dijo.
Le di un pulgar hacia arriba, luego, cerré la puerta y me desplomé contra
ella. El Efecto Reyes todavía gritaba a través de mí, pulsante a lo largo de mis
terminaciones nerviosas, despertando mi apetito por más. Pero no importaba.
Tenía que mis poner mis hormonas bajo control. Él amaba a alguien más, y no
existía nada que pudiera hacer al respecto. Absolutamente nada.
Me cambié de ropa, luego me puse la chaqueta de Reyes, respirándolo
mientras lo hacía. Antes de salir, di un rápido adiós a Irma.
—¡Mantén el fuerte, Irm!
En realidad, no tenía idea de cuál era su nombre. Se encontraba allí
cuando alquilé el apartamento, asomando su nariz en una esquina, nunca
moviéndose, nunca hablando, sus dedos de los pies a varias pulgadas desde el
piso. Llevaba un caftán floreado brillante y collares hippies a pesar de su
pequeña estatura y edad avanzada. Ella era lo suficientemente mayor como
para el pelo azul, así que suponía que rondaba por lo menos los setenta.
Casi no alquilo el apartamento cuando la vi allí, pero en verdad
necesitaba salir de ese almacén, y esto fue lo único que me pude permitir. Una
vez me acostumbré, no podía imaginar el apartamento sin ella.
Como era usual, no obtuve una respuesta de Irma. Ian se encontraba en
su coche en ralentí cuando enfrenté el frío una vez más. Al menos, por fin, paró
de llover. Levanté el dedo índice para decirle que me diera un minuto, luego
corrí al lado y golpeé suavemente en la ventana de Mable. No quería
despertarla si ya estaba dormida, pero gritó para que entrara.
—Hola, cariño —dije, arrastrando un sándwich congelado y húmedo de
la bolsa de papel.
Mable ya estaba en su pijama y bata, alistándose para la noche. —¿Has
visto mi cepillo? —me preguntó—. ¿El marrón?
Me reí entre dientes. —No últimamente. Traje tu favorito, pero está como
aplastado. Y congelado.
—Oh, cariño, aplastado y congelado son mi segundo nombre.
Ayer su segundo nombre era supositorio. Larga historia.
Se apresuró, su cara la imagen de regocijo. Seguramente podía asar el
sándwich para que se secara un poco. Para hacerlo crujiente.
—¿Puedo pedir prestado el coche cuando Stan lo devuelva?
—Lo puedes pedir prestado ahora. Él no lo tiene. La pequeña mierda lo
destrozó la otra noche.
Alarmada, le pregunté—: ¿Él está bien?
—Está bien. Fue un pequeño choque. Apenas un rasguño a la izquierda.
Nada de qué hablarle al gobernador.
Esa mujer amaba escribirle al gobernador. —Eso es bueno. Así que, ¿no
se encuentra en el taller?
—Nop. Está en mi patio. No va a tomarlo más hasta que pague por el
daño.
—Dios te bendiga. Estos niños de hoy día. —No mencioné el hecho de
que Stan y yo éramos muy cercanos en edad.
—Pero puedes tomarlo en cualquier momento, mejillas dulces.
—Gracias —dije corriendo alrededor de su mostrador para darle un
apretón.
Luchó contra mí con un movimiento amenazante de su espátula, pero
cedió y me dejó darle un abrazo rápido.
—La llave se encuentra en el gancho.
Agarré la llave de su Fiesta, deseando haber conocido sobre la situación
del coche previamente. Pude haber evitado otra noche con el policía más
votado para ser incluido en licencia administrativa, pendiente a una evaluación
psicológica. Era un premio real. Bueno, la vigilancia podría comenzar más
tarde. Sería mejor si lo hiciera, de hecho. Podría checar la casa del señor V
después de la hora de dormir cuando todos se acostaran.
Corrí afuera, levanté mi dedo otra vez a un Ian ‚aun m{s agitado‛ y corrí
a través de la calle, casi reventando mi trasero sobre el hielo una vez. Vi un
resplandor suave que venía del interior del refugio. Debió conseguir aceite para
su lámpara.
Escogí mi camino cuidadosamente a través de la maleza hacia la
estructura caída. —¿James? —llamé.
A él no le gustaba a acercarse demasiado, así que puse la bolsa a las
afueras de lo que solía ser la puerta del cobertizo.
—Estoy dejando tu sándwich aquí. Pido disculpas por el estado.
Después de un momento, oí un gruñido y luego un bocinazo.
¡Un bocinazo!
Ian me tocó la bocina. Me giré y lo miré, aunque dudaba de que me
pudiera ver. No me tocarían la bocina. Esa fue absolutamente la gota que colmó
el vaso. Esto terminaba esta noche.
Pude haber roto nuestra amistad justo allí y tomar el coche de Mable,
pero quería explicarle por qué no podíamos vernos más. Y quería hacerlo en un
lugar público. No confiaba en él. Pensando hacia atrás, en realidad, nunca
confié en él. Incluso esa primera noche.
Conducimos hasta la cafetería, lo que llevó dos minutos, en silencio
absoluto. Él sabía que lo del bocinazo me había puesto al borde, por lo que
sabiamente mantuvo su boca cerrada. Sus emociones, sin embargo, rugían
detrás de su rostro pétreo, y hablaron volúmenes. Estaba enojado. Conmigo.
Por estar enojada con él. Al menos esa era mi suposición. Tenía el descaro. De
repente, no podía esperar a que nuestra relación llegara a su fin.
Pero me equivocaba. Una vez que parqueamos en la cafetería, apagó el
motor y me enfrentó. —¿De quién es esa chaqueta?
¿Apenas lo notaba? No muy bueno.
—Es de un amigo.
—¿Qué amigo? No tienes amigos.
—Bien, vete a la mierda —dije, dando la vuelta para salir.
Agarró mi brazo por segunda vez esa noche. Hice un movimiento
sinuoso y tiré fuera de su control. Por segunda vez esa noche.
—Mira, Ian, toda esta cosa de amistad que hemos estado haciendo
realmente no está funcionando para mí.
—¿De veras?
—De veras. Me encantaría que seamos amigos, pero no sabes dónde
dibujar la línea. No veo otra opción más que terminar nuestra amistad por
completo.
La calma que manifestó debería haber sido una señal. Un indicador de lo
que era realmente capaz. Sentí ira inflamarse caliente y rápido en su interior,
pero en el exterior, era una imagen de reserva amable, la forma en que una
monja puede estar delante de un barril de cerveza.
—Lo siento —dijo, su tono suave como si le hablara a un niño—. Solo
vayamos a cenar, ¿está bien? Entonces, podemos hablarlo.
—No hay nada que hablar.
Bajó la cabeza, y vi el brillo de humedad reuniéndose entre sus pestañas.
Pero en ninguna parte en sus emociones recogí si acaso una pizca de
remordimiento. —Soy tan malo en esto. Lo sé. Y lo siento, Janey. No quiero
perderte como amiga.
Alabado sea el Señor. Por lo menos, al fin, volvíamos a ser amigos y nada
más. Podría vivir con eso. Tal vez.
—Así que, somos amigos, ¿correcto?
Puso una expresión esperanzadora. —Correcto.
—¿Nada más?
—Nada más. Solo... Bueno, eres muy especial para mí y simplemente me
preocupo por ti.
Tuve que admitir, era un buen actor, pero una frialdad lo había envuelto.
Descansaba una mano en las llaves en la ignición esperando mi respuesta. No
tuve más remedio que actuar.
Le sonreí y tomando ese paso extra que siempre impresiona a los
directores, lancé mis brazos alrededor de su cuello. Su enojo se disipó, aunque
no totalmente, y me devolvió el abrazo.
Cuando me aparté, dije—: Vamos a comer, ¿sí?
Por la simple fracción de un microsegundo, redujo sus párpados en
sospecha.
No le di una oportunidad a cuestionar mi cambio repentino de estado de
ánimo por mucho tiempo. Salí del coche con un coqueto—: Estoy muerta de
hambre.
Me siguió a paso lento, por lo que envolví un brazo en el suyo,
enviándole mil diferentes señales mezcladas. Pero su tranquilidad era apenas
mi prioridad. Sólo quería estar cerca de personas. Personas que podrían llamar
a la policía si fuera necesario.
Definitivamente necesitaba un teléfono.

Asegurándome de sentarme donde pudiera ver el callejón, corrí hacia


una cabina. Ian intentó sentarse junto a mí. Después de dispararle una mirada
de advertencia sobre las normas de amistad, se trasladó al otro lado.
Shayla, una criatura pequeña como hada, que definía la frase sobre ser
muy linda, nos trajo unos menús. —¿No pueden conseguir suficiente de
nosotros? —preguntó ella, burlándose.
—Es el excelente servicio.
Soltó una risita, tomó nuestros pedidos de bebida y fue a atender otra
mesa. Casi esperaba encontrarme a Reyes. Tal vez no podíamos tener una
relación, pero podía condenadamente bien mirarlo cuando se presentara para
ser visto. No era tanto acosarlo como apreciarlo. Como arte. Y porno.
Apenas nos habíamos sentado cuando una camioneta se detuvo detrás
de la tienda de antigüedades del señor V. Tenía la esperanza de ver más de la
furgoneta que Cookie y yo vimos esa mañana detrás de la tintorería. Noté algún
tiempo más tarde que las furgonetas raramente llevaban cajas fuera del negocio.
¿No era su trabajo llevar cajas de suministros dentro? Así que ¿qué habían
estado llevando?
Atormenté mi cerebro tratando de recordar cuál era la compañía de
suministros a la que perteneció la camioneta, pero quería venir.
Almacén de Suministro de Limpiador.
Parpadeé sorprendida. Vino a mi cabeza de la nada en el momento que
dejé de intentar recordarla. Vi las letras verdes en la furgoneta blanca claras
como un rayo de sol, una comodidad que tuvimos muy poco últimamente.
Me levanté de un salto, agarré un lápiz de la caja registradora y escribí el
nombre. Más tarde verificaría la empresa. Para ver que tan legítimos eran. Por
ahora, me centré en el carro, un Chevy rojo de cuatro puertas que no reconocí.
Dos hombres salieron y dejaron la puerta trasera abajo. Tenían algún tipo de
equipo en la parte posterior. Me recosté, pero era demasiado oscuro para ver.
También, un conjunto de dedos comenzó a chasquear en mi cara.
Mi ira se disparó a un récord histórico mientras le fruncía el ceño a Ian.
Frunció el ceño, su paciencia también parecía delgada. Su audacia
alcanzaba nuevos niveles de estupidez por segundo. ¿Por qué siquiera lo
toleraba? Porque cuando aparecí por primera vez, no tenía a nadie y fue
agradable.
—¿Estás aún en la tierra? —preguntó.
Le di una réplica. Lo tenía en un lugar público. Podría acabar esto de una
vez pero primero tenía que conocer el contenido de la camioneta antes de que lo
llevaran dentro.
Aun así, sus sentimientos ya no me preocupaban. —Pídeme una
quesadilla.
—¿Qué? ¿Adónde vas?
—Volveré —dije en mi mejor voz de Arnold, la exasperación en el fondo
de mi mente preocupada ante cómo podía recordar una línea de una película y,
otra vez, no mi nombre.
Me apresuré a la salida del callejón y escapé por la puerta, tratando de
pegarme a las sombras y siempre muy agradecida por la chaqueta de Reyes.
Afortunadamente, hubo una leve discrepancia en la longitud de los dos
edificios. Estaban conectados, pero la tienda de antigüedades era un par de
metros más larga, lo que me dio la barrera perfecta para ocultarme detrás.
Me recosté contra el ladrillo. Los dos hombres descargaban un pedazo de
equipo, algunos bolsos de lona negra y un par de cajas planas que parecían
muy pesadas. Pusieron todo eso en el suelo y entraron.
El señor V no los acompañaba, y no sabía cómo sentirme sobre eso.
Una voz masculina habló detrás de mí—: ¿Qué haces?
Era apenas lo bastante fuerte como para conseguir la atención de los
hombres. Se detuvo y exploró el área mientras apretaba un dedo sobre la boca
de Garrett Swopes. Era cálido bajo mis manos heladas, su rastrojo áspero y más
que un poco sexy.
Retiré mi dedo de su boca, lo reposicioné sobre la mía, luego me incliné
hacia atrás para ver si los hombres nos notaron. Se encontraban ocupados
sacando cajas de la tienda.
—¿Qué es eso? —le susurré a Garrett.
Se inclinó sobre mí, le dio al área un vistazo, entonces susurró—:
Cortador de plasma.
Fruncí el ceño. —¿Por qué necesitarían cortar plasma?
Sonrió. —¿Quieres decirme qué estás haciendo?
—No.
—¿Tiene esto algo que ver con el estado actual de cautiverio del
comerciante?
Me tensé. —¿Lo sabes? —le pregunté, sorprendida y aliviada de que no
era la única.
Retrocedió. —Vi a los hombres en su tienda hoy cuando pasé por ahí.
Añade el hecho de que él lucía realmente incómodo...
—¿Cierto? También los vi —le dije, solo parcialmente mintiendo.
—¿Qué crees que deberíamos hacer al respecto?
—Yo... —Yo no sabía. ¿Y si algo le sucedió al señor Vandenberg debido a
algo que hice? ¿Algo que dije? Había estado nervioso esa mañana, impaciente
para que me fuera. Bajé mi cabeza—. Nada.
Empecé a caminar a la puerta trasera a la cafetería.
—¿Nada? —preguntó. Se recostó contra el ladrillo y jugueteó con una
roca que recogió, su aliento se empañaba en el aire helado—. ¿Estás segura?
—Sí, estoy segura. ¿Por qué?
—No sé. No parece ser tu naturaleza hacer nada. Sentarte y dejar que la
gente sufra.
Hice una mueca ante la implicación, pero el señor Vandenberg no se
encontraba allí. Lo hubiera sentido. Si delataba a los hombres que lo tenían
cautivo, ¿qué le harían?
—¿Qué pasa si alguien se lastima porque me involucré? ¿Qué pasa si se
pone peor para el señor V el que reporte comportamientos sospechosos? Creo
que tienen a su familia.
—Tienes razón. Es razonamiento sólido, si alguna vez lo hubiera
escuchado. Pero si ese es realmente el caso, ¿por qué estás aquí?
Empujé el hielo bajo mis pies con la punta de mis botas. —Simplemente,
no sé, curiosidad, supongo. Reuniendo información para entregarla a las
autoridades. Si encuentro donde mantienen al señor V y a su familia, la policía
puede rescatarlos antes de que los secuestradores incluso sepan qué sucede. —
Cuando solo asintió, le pregunté—: ¿Tienes una idea mejor? ¿Una que no mate
al señor V o a su familia? Me gustan mucho sus hijos.
Me miró por un largo momento, luego dijo—: Creo que tu novio se está
preguntando por ti. —Asintió hacia la puerta de atrás, donde estaba Ian, su
figura, una silueta contra la luz suave saliendo a raudales.
—¿Qué haces aquí?
Las sombras de la cara de Garrett formaron una suave sonrisa. —
Haciendo pis.
—Le decía a Garrett que tenemos un baño en el interior —dije, tratando
de cubrirlo.
Ian caminó para unirse a nosotros, atónito. —¿Saliste mientras un
hombre orinaba para ofrecerle el uso de tus instalaciones?
—No fue as…
—Y la micción púbica es ilegal.
Joder. Ian era un policía. Tendía a olvidar esa pepita de diversión.
Niveló una mirada dura en Garrett, un hombre que estaba encontrando
más intrigante por el momento, luego se acercó un paso, esperando una
respuesta.
—Sí, bueno, caminaba a casa cuando el impulso vino. —No estaba
ayudando. Especialmente cuando emparejó la postura de Ian y avanzó un paso.
El desafío crepitó en el aire que nos rodeaba, la tensión combustible.
—En realidad, no estaba orinando —dije, exasperándome otra vez. Puse
una mano en el brazo de Ian para distender la situación—. En un minuto
entraré.
En vez de apaciguarlo, sin embargo, lo enfureció. —No actúes con
condescendencia —dijo a través de dientes apretados, girando sobre mí esta
vez. Su ira agitó los vellitos en mi cara.
Garrett dio un paso casual hacia atrás y se inclinó contra el ladrillo otra
vez, donde se paró evaluando la situación, gracias a Dios. No sabía de lo que
era capaz Ian, no del todo, pero solo podía imaginar lo que le sucedería a
Garrett si hubiera agredido a un policía.
No tuve más elección que traer a Ian al redil. Explicar nuestras acciones.
—Mira, Ian, creo… es decir, algo puede estar pasando al lado.
Lo alejé de Garrett para darnos la ilusión de privacidad.
—¿Cómo lo conoces? —preguntó, ignorándome por completo.
—¿Qué? Ian, intento reportar un crimen.
—Pareces conocerlo muy bien.
—¿Siquiera me est{s escuchando? Creo que algo est{ pasando… —bajé
mi voz aún más—, en la tienda del señor Vandenberg.
Frustrado, por fin preguntó—: ¿Qué?
—Hay hombres allí. Tienen cortadores de plasma.
Sus ojos se ensancharon, burlándose de mí. —No cortadores de plasma.
—Y hoy, el señor Vandenberg parecía en verdad molesto. Algo estaba
mal.
—Evidentemente, algo estaba mal. Su esposa se llevó a los niños y lo
dejó. Está por toda la ciudad.
Mierda, ese chica chismosa trabajó rápido. No discutiría con él. Su mente
estaba intrigada, y todo lo que le importaba era mi conversación con Garrett.
—¿De dónde lo conoces? ¿Trabajo?
Me alegré. —Sí. Le entrego comida a veces. Y hoy, parecía…
—No Vandenberg —dijo, su tono tan brillantemente afilado como el
cuchillo de un cocinero—. Ese tipo. Swopes. —Me detuve, tomando nota de la
vehemencia en su voz. Y el hecho de que él lo llamó Swopes en vez de Garrett,
un nombre que no usé. ¿Investigó a Garrett? ¿Por qué lo haría? De cualquier
manera, mi paciencia se había prácticamente disipado.
—¿Sabes qué? Voy a ayudar a cerrar. Tal vez deberías ir a casa.
Fue a agarrar mi brazo y me alejé de su alcance.
—Esto está terminado —susurré, añadiendo un poco de mi propia
vehemencia.
—Estás molesta —dijo, de repente tratando de distender la situación.
—¿De que entres en mi apartamento? ¿De que me ordenes? ¿De que no
tomes ‚Solo quiero ser amigos‛ en serio? Noooo —dije, mi tono con sarcasmo.
—¿Estás realmente diciendo que terminamos?
—Ian, nunca empezamos.
—Voy a darte un tiempo para pensar en ello.
Quería levantar mis brazos en exasperación. —No necesito tiempo, Ian.
Necesito que te vayas.
—No sabes qué necesitas.
Esta vez, la ira que estalló alrededor fue la mía. Sentí un destello de calor
bañarme mientras él continuaba.
—Estuve allí para ti cuando no tenías a nadie.
—Y estoy agradecida, Ian, pero eres un policía. Era tu trabajo. No
significa que te debo mi vida.
Su ceño relucía. —¿No?
—¿Qué mierda se supone que significa eso?
Se alejó de mí, le dio a Garrett un último vistazo para evaluarlo y anduvo
a zancadas hacia la cafetería, cerrando de golpe la puerta detrás de él.
—Así que —dijo Garrett—, ¿las cosas están bien entre ustedes dos?
Parecen realmente felices.
—Gracias por no intentar defenderme. —Y conseguir que te arrestaran
en el proceso.
—De alguna manera dudo que necesitaras mi ayuda.
Muy dulce de su parte.
—Las chicas locas son generalmente bastante difíciles.
O no.
—¿Qué vas a hacer con él?
—¿Ian? ¿Qué quieres decir?
—¿Realmente no crees que ese es el final?
—Bueno, sí, más o menos. Es decir, le dije que lo era.
—Debido a que funciona tan bien con psicópatas.
Tenía un punto. Recibí vibraciones contradictorias de él desde el Día
Uno. Era un mentiroso habitual, tenía problemas de ira terrible y, por periodos,
llevaba la misma camisa durante días. Definitivamente tenía problemas
mentales. Por otra parte, estaba de pie en un callejón oscuro con alguien que
apenas conocía. Exasperada, me di la vuelta alejándome de él y vi a un niño
parado al final del callejón.
—¿Ese es Osh? —le pregunté a Garrett.
El niño se encontraba de pie con las manos en sus bolsillos, su
respiración empañándose a su alrededor, así que era difícil ver su cara, pero
¿cuántos adolescentes llevaban sombreros de copa? Miró sobre su hombro hacia
nosotros, entonces así de rápidamente volvió a la calle.
—Luce como él —dijo.
Entonces, un coche se detuvo. Osh se inclinó y habló con el conductor
antes de que se alejara otra vez.
Alarmada, le pregunté—: ¿Vende drogas?
—No, creo que es un prostituto.
Me quedé boquiabierta. Coloqué una mano sobre mi corazón. Él era tan
joven. Y absolutamente impresionante. Tenía toda su vida delante. ¿Por qué?
—Está bien —dijo Garrett—. Ha sido una puta durante mucho tiempo.
Mi corazón se quebrantó hasta que me di cuenta de que se reía
suavemente.
Lo miré. —¿Te burlas de mí?
—Para nada. Es un mujeriego. Pregúntale.
Después de cruzar mis brazos, dije—: Es sólo un bebé.
—Bebé, mi trasero.
—¿Qué tan bien lo conoces?
—Apenas lo conocí hoy.
—Bien, me doy por vencida. Me dirijo a comer. ¿Tienes hambre?
Antes de que respondiera, miraba por la calle a donde se encontraba
Osh. En mi visión periférica vi a Osh apuntar con su sombrero como un
caballero fino, luego se fue.
—Mejor no —dijo Garrett—. Tengo un trabajo que hacer.
—Tu pérdida —me burlé, pero él me dio una expresión seria.
—Es cierto.
9 Traducido por Kath1517
Corregido por Sandry

Sin café, sólo soy un niño de dos años muy alto.


(Camiseta)

Cuando caminé de regreso a la cafetería, la cálida cafetería, Shayla se


encontraba colocando los platos en nuestra mesa. O, bueno, mi mesa, ya que
Ian había sido invitado a irse.
Ella alzó la mirada nerviosamente. —Mmm, tu cita…
—Se fue —terminé por ella—. Le pedí que lo hiciera.
—Oh, perfecto, entonces.
Fue por ese instante que me di cuenta dónde se originó todo el calor.
Reyes se hallaba sentado en una mesa a un par de metros de distancia,
estudiando el menú. Desaceleré el paso, de repente consciente de cada cabello
fuera de lugar. Sólo podía esperar que mis labios no se hubieran puesto azules
de nuevo.
Fui rápidamente a mi cabina mientras Shayla me traía algo de salsa
extra— me conocía tan bien—con su pulsera médica brillando en la luz
fluorescente.
—Demonios, chica —dije, admirándola—. Sacaste a relucir tu brazalete
médico. Eso es genial.
Se rio y lo sacudió para que así los diamantes falsos capturaran tanta luz
como fuera posible. —Mi padre lo hizo para mí.
—Suena como alguien fantástico.
—Lo es —dijo, antes de alejarse.
Miré a Reyes periódicamente mientras comía, un hombre que nunca
podría tener y que todavía ansiaba con tanta fuerza que me asustaba.
Llevaba la camisa que había tenido puesta antes, abotonada, y sin
chaqueta. El hecho provocó un suave fluido de alerta. ¿Me mintió cuando dijo
que tenía otra? De ninguna manera me iba a quedar con su única chaqueta.
Me limpié las manos, entonces caminé hacia su mesa. Me fui del motel
más que abruptamente y sentí que le debía una disculpa. Al menos, esa era la
excusa que iba a dar por mi intromisión.
Se había echado un toque de una colonia muy cara, y esta flotó hacia mi
cuando me acerqué más. A pesar de que solo llevaba los botones inferiores
abrochados, no parecía tener frío en absoluto. De hecho, se había enrollado las
mangas. Comenzaba a darme cuenta de que él era su propio horno. Generando
su propio calor.
Me vio caminar hacia allí. Estuvo mirándome desde el momento en que
dejé mi mesa, su mirada brillando bajo la sombra de sus pestañas.
Cuando me detuve delante de él, alzó la cabeza. —Señorita Doerr —dijo,
haciendo que el nombre sonara como una bebida mezclada.
—Señor Farrow. Quería disculparme por mí…
—No, no es así —interrumpió, el más leve indicio de una sonrisa tirando
de la esquina de su boca.
—Bien. —Saqué una silla y me senté frente a él—. ¿Está es su única
chaqueta?
—No —dijo. No mentía, pero eso no quería decir que tuviera otra
chaqueta con él. Podía estar donde su ex o algo.
—¿Simplemente decidiste no usar una esta noche? ¿En una de las noches
más frías del año? —No respondió, así que continué—. ¿Necesitas tu chaqueta
de regreso? —Comencé a quitármela, pero levantó una mano.
—Quédatela. Se ve mucho mejor en ti.
Claramente nunca se miró un espejo. Nunca. —Me traga.
—Yo también te tragaría, si pudiera.
Una combinación de euforia y desconcierto se sacudieron dentro de mí, y
agaché la cabeza, avergonzada. —Si la necesitas de regreso, ¿me prometes que
me lo harás saber? Debería tener la mía en un par de días. —De nuevo no
respondió, así que lo alenté con—: ¿Lo prometes?
Coloqué una mano sobre la mesa. Él se estiró y tocó con las yemas de sus
dedos los míos. El contacto fue como una corriente eléctrica, y mi pulso tropezó
con su propio ritmo.
—Con el corazón.
Aparté mi mano, confundida. Evidentemente todavía estaba colgado por
su ex. Habló directamente sobre eso. Pero sentía un interés genuino por mí
también. Sólo que no sabía cómo manejarlo. Si debería alejarme hasta que él se
recuperara de su reciente ruptura o no. La última cosa que quería era ser la
chica de rebote. Esas relaciones jamás duraban.
Además, pensé mientras le ofrecía un rápido gesto con la mano hasta de
levantarme para irme, que podría ya tener un esposo. ¿Qué pensaría él de mí?
—¿Puedo conseguirte algo más, Janey? —preguntó Shayla.
La cafetería había comenzado a llenarse de mujeres. Que extraño que eso
sucediera cada vez que Reyes aparecía. Shayla parecía ser la única inmune a sus
encantos, y tenía la total seguridad de que sabía la razón. Las otras dos meseras
tenían las cosas bajo control, así que le pedí a Shayla que se sentara conmigo un
minuto.
Mañana era un gran día. Quería darle a Shayla tanta oportunidad de
pelear como Lewis, el camarero, le estaba dando a Francie. Si todo salía como lo
planeé, el primo de Lewis iba a fingir robarnos. Lewis lo noquearía, y Francie
iba a enamorarse. Pero tenía una sensación de que Shayla se merecía su amor
mucho más que Francie. Ella lo vio cuando Francie no lo hizo. Lo sentía cada
vez que lo miraba.
—Puedo sentarme un segundo —dijo, metiéndose en la cabina al lado
contrario de mí.
—¿Entonces, qué piensas de Lewis?
La había atrapado con la guardia baja. Se llevó las yemas de sus dedos a
la boca y se mordió una uña. —Creo que es bastante genial —dijo detrás de su
dedo índice.
—También yo.
Una esquina de su boca se levantó mientras pensaba en el hombre del
que había estado enamorada probablemente desde hace un tiempo. —Fue tan
amable conmigo en la escuela.
—¿Fueron a la escuela juntos?
Asintió, su entusiasmo era contagioso. —Oh, sí. Era muy listo. Y era un
poco friki, pero no como un completo nerd.
—Sí, la camiseta de Star Trek que lleva lo dice todo.
—¿Verdad? Es roja. ¿Entiendes?
Cuando fruncí el ceño, dijo—: Es como si estuviera tentando al destino.
¿Sabes? Como si estuviera diciendo, ‚Voy a usar una camiseta roja. Muéstrame
lo que tienes, universo.‛
—¿La camiseta roja dice todo eso? Impresionante.
Asintió, el más leve indicio de un hoyuelo apareciendo en su mejilla
derecha. —La mayoría de las personas no lo entienden, pero en la escuela, era el
chico listo que no actuaba como uno. Era amable con todo el mundo.
Podía ver eso en Lewis. Lo que no podía ver era por qué Shayla no dijo
nada. Nunca ni siquiera intentó coquetear con él. —¿Por qué no le dices cómo te
sientes?
Sus ojos se abrieron como platillos. —No podría hacer eso. Digo… él
no… él no es…
—¿Qué hay de esto? —dije, deteniéndola antes de que tuviera un ataque
de pánico—. ¿Qué tal si dices hola? Ya sabes, tal vez comenzar una
conversación sobre su banda.
Se derritió un poco ante la mención de la banda de Lewis, Something
Like a Dude.
—A todos los chicos les gusta hablar de ellos mismos. Será genial.
Me encontraba haciendo esto porque tenía la sensación de que incluso
una artimaña heroica como salvar la vida de Francie no iba a apartar su
atención de Reyes. No por mucho, de todos modos. Shayla podría estar ahí para
recoger los pedazos de su corazón roto.
—Al menos, piénsalo. —Asintió con un movimiento de cabeza.
Terminé mi quesadilla y decidí que había esperado lo suficiente.
Necesitaba vigilar, encontrar donde retenían a la familia del señor Vandenberg,
y de alguna forma, ayudarlos. Mis pasos fueron ligeros mientras caminaba a
casa, pero eso no evitó que un auto me siguiera. Era de un negro brillante y
elegante. Pretendí no notarlo y seguí caminando. Eventualmente el auto se
detuvo, y prácticamente corrí el resto de camino a casa.
Ya que tenía las llaves de Ford Fiesta 1990 de Mable, corrí directamente a
su patio trasero y lo encendí. Era horrible, pero me llevó del punto A al punto
B. Y afortunadamente, el calefactor funcionaba bastante bien.
Busqué la dirección del señor V en internet y conduje a Philipse Manor.
Vivía en una zona más lujosa de la ciudad que yo. Prácticamente cualquier
parte de la ciudad era más lujosa que la mía, pero la suya era súper lujosa.
Definitivamente tenía dinero. Me pregunté porque los hombres no tomaban
simplemente su dinero y se iban. Tal vez no era así de simple. Tal vez tenía
todos sus ingresos atados a fondos de cobertura, fondos de matorrales y fondos
de coles bienales.
Era demasiado mala para dar consejos de inversión.
Pasé al lado de la casa de los Vandenbergs, estacioné a casi medio
kilómetro, comencé a caminar hacia la casa, volví a regresar al auto, conduje
hasta que estuve a un cuarto de un kilómetro, luego volví a bajarme. El viento
helado azotó a mí alrededor y deslizó en cualquier abertura en mi ropa que
pudo encontrar. ¿En dónde se encontraba un horno sobrenatural cuando lo
necesitaba?
Después de arriesgar mi vida escalando una cerca de hierro con cosas
puntiagudas en la parte superior, corrí hacia la casa oscura. Todas las cortinas
estaban cerradas, pero no parecía como si alguna luz estuviera encendida
dentro. Cerré mis ojos y me concentré. Me extendí. Pero no sentí emoción
alguna de ningún tipo. Mi pulso se aceleró. Si no se encontraban en esta casa,
los secuestradores podrían tener a los Vandenbergs en cualquiera lado.
–¿Qué tal, chiquita?
Salté ante el sonido de la voz de Ángel detrás de mí y consideré
exorcizarlo. Pero primero tenía que preguntarle sobre la conversación que
escuché hoy.
—¿Este tipo te la está poniendo difícil? —preguntó.
—¿Qué tipo? —Me giré hacia donde él asintió. Un anciano fallecido se
hallaba de pie a menos de sesenta centímetros de mí, tratando de pincharme
con un palo. Uno incorpóreo. ¿Había muerto con eso en sus manos? Sus manos
temblaban, así que seguía fallando, lo que funcionaba para mí.
—Estoy investigando algo. ¿Puedes ir dentro de esa casa y ver si hay
alguien adentro?
—Por ti, mi amor, lo que sea. Y luego podemos besarnos.
—Amigo, tienes como doce años. ¿En serio?
Enderezó su espalda, levantándose por completo. Todo su metro
cincuenta y poco. —Primero que todo, morí cuando tenía trece. Pero eso fue
hace años. Soy bastante mayor ahora, como, no sé, cuarenta o algo.
—Creo que pasaré de todos modos.
Sacudió su cabeza, luego desapareció después de arrojar un rápido—: No
sabes lo que te estás perdiendo.
Un escalofrió me atravesó. No me importaba hace cuantos años hubiera
muerto. El niño tenía trece. Fin de la historia. Sentí un suave pinchazo en mi
caja torácica y moví el palo hacia un lado.
Como treinta segundos después, Ángel apareció de nuevo. —Ningún
cuerpo caliente a la vista. ¿Qué está pasando?
Comencé a contestar, luego le pregunté, sólo por si acaso—: Por cuerpos
calientes, no estas insinuando que hay algunos fríos ahí, ¿verdad?
—¿Gente muerta?
Tragué con fuerza y asentí.
—No. No hay muertos tampoco. Pero hay un gato bastante enfadado.
—¡Oh, no! —Aparté otro pinchazo y me giré hacia mi atacante con una
mirada exasperada.
Levantó su palo y trató de pincharme el ojo. ¿Qué demonios?
Después de apartarlo de nuevo y alejarme de la versión anciana de
Charles Darwin como si intentara identificar las nuevas especies, le pregunté a
Ángel—: ¿Crees que tiene hambre?
—No tengo ni idea —dijo, riéndose—. ¿Quieres que vaya y le pregunte?
Mis ojos se abrieron con sorpresa. —¿Puedes hablar con gatos?
—Demonios no, no puedo hablar con gatos. ¿Qué diablos? —Sus cejas se
fruncieron justo bajo la bandana que usaba, fingiendo estar insultado si la risa
brillando en sus ojos fuera una indicación. Lo hacía ver incluso más bonito.
Incluso más joven.
Pero si me faltó el respeto. De ninguna forma iba a aceptar esa actitud de
un incompetente niño sin sistema esquelético.
—Mira, media pinta —le dije, curvando mis dedos congelados en su
sucia camiseta. Lo atraje más cerca hasta que quedamos nariz con nariz—. No
sé cómo funciona esta mierda, así que deja de comportarte como una pequeña
perra, vuelve ahí dentro y búscame una forma de entrar para poder salvar al
gato. —Lo empujé. Ciertamente, no muy fuerte.
Una lenta sonrisa de Cheshire se deslizó a lo largo de su apuesto rostro.
—Demonios, chica. Tienes un par del tamaño de un Cadillac. Y aquí yo
pensando que eras toda tímida, dulce e inofensiva.
Cuando apreté los dientes y fui de nuevo por su camiseta, levantó las
manos en rendición.
—Ya voy. Ya voy.
Despareció justo cuando las puntas de mis dedos tocaron su camisa.
Tuvo suerte. Esa vez.
Mientras Ángel buscaba una forma de entrar, revisé el exterior, lo que
era ridículo en la oscuridad. Apenas podía ver más allá del otro mundo para
poner dos pies en frente de mí, mucho menos encontrar una forma de entrar a
una mansión cerrada. En especial con Darwin pinchándome cada cinco
segundos.
—En serio, amigo. Tienes que parar.
—¡Lo tengo!
Salté y me di la vuelta. Ángel se encontraba de pie atrás de mí.
—Hay una puerta para perros. Una grande. Puedes apretujarte por ella.
— Luchó contra otra sonrisa. Una sospechosa.
—Muy bien, ¿cuál es la trampa?
—Sin trampa. Sólo que no creo que vayas a caber con la ropa puesta.
Probablemente sea mejor si te la quitas. —Cuando lo miré sin expresión,
añadió—: No querrás que se ensucien.
—No. Va. A. Pasar.
Caminamos hasta la parte trasera de la casa, y me enseñó la puerta del
perro. Afortunadamente, tenía razón. Era para un perro de raza grande. De
verdad podría entrar si me retorcía mucho. Eso debería ponerlo feliz.
Me quité la chaqueta de Reyes y lo lamenté de inmediato. El aire frígido
me tragó como un océano de hielo, y engullí una bocanada de aire helado. Lo
que de verdad no ayudó. Me puse en cuatro y empujé por la puerta de plástico.
—De verdad necesito una linterna.
—Ni idea de por qué. Eres como un maldito sol.
Pero estaba ocupada tratando de pasar mis hombros por el marco de la
puerta. Los pasé, luego mis costillas, luego mi trasero. Cuando sentí algo en esa
área en general, dije—: Ángel, será mejor que eso fuera el fallecido Darwin
pinchándome el trasero.
—Lo es —dijo, conteniendo una risita—. Lo juro.
Rodé los ojos y lancé mi trasero a través de la repentinamente pequeña
abertura. Dolió. El marco raspó a lo largo de mis piernas. De seguro iba a
conseguir un moretón.
—Bien —dije, recostándome de espalda para recuperar el aire—. ¿Dónde
está el gato?
Pero no tuvo que responder. El gato asomó su cabeza por la esquina,
luego me tocó el cabello con su pata.
—Hola, gatito —dije un microsegundo antes de que se lanzara hacia mí.
Sus garras como agujas alcanzaron mi cara. Grité y sostuve los restos
destrozados. El gato aprovechó la oportunidad para maullar y frotarse contra
mí.
—¿Estas bromeando? —pregunté entre mis dientes apretados.
Ronroneó con más fuerza y lanzó un ronco maullido cada tanto, girando
en delicados círculos. Era esponjoso. Gris. Letal.
Miré mi mano. Estaba cubierta de sangre. O, bueno, un dedo tenía un
poco de sangre en la punta. De cualquiera forma, mi cara ardía como el
demonio.
Fruncí el ceño. —Lo gatos son el diablo. Sólo para tu información.
—¿Vas a jugar con el gato toda la noche o vas ayudarme a encontrar
comida?
—Ya estoy ayudando. —Me puse de pie y me limpié un poco, luego
comencé a revisar en los armarios.
Estábamos en la cocina. Ya que Ángel no podía abrir puertas de
armarios, él simplemente caminaba a través de ellos, buscando mientras lo
hacía. Decidimos separarnos. Ángel revisó arriba y yo busqué abajo.
Le dije en voz alta—: Probablemente deberíamos buscar pistas sobre el
paradero de los Vandenbergs mientras estamos aquí, también. Tal vez están
siendo retenidos en un motel o algo y los secuestradores buscaron uno en la
guía telefónica. ¿Ves alguna guía de teléfonos abierta?
—No creo que otras personas procesen la información de la misma forma
que tú. Los tipos malos no mirarían una guía telefónica para encontrar un
motel.
Detuve mi búsqueda. —¿Por qué no?
—Tenían un cortador de plasma. Claramente planearon esta mierda. No
van a estar buscando un motel a último minuto. Un motel donde un ama de
llaves podría entrar en cualquier momento o donde los Vandenbergs pudieran
enviar una señal de SOS golpeando la pared o algo.
—Tienes razón. Demasiado público. ¿Tuviste suerte?
—O ellos jamás alimentan al gato, o se quedaron sin comida para gatos.
—Maravilloso. Tendré que conseguir algo.
—¿Sabes por lo que tengo curiosidad? —preguntó.
—¿Por qué no puedes conseguir una cita?
Resopló. —No. Bueno, más o menos, ¿pero no tienes curiosidad sobre el
perro?
Me puse de puntillas para ver lo que la parte superior de los armarios del
cuarto de la lavandería tenían para ofrecer. —¿Qué perro?
—El perro que viene con la puerta.
Me quedé quieta. ¿Por qué no pensé en esas cosas? Era de mente tan
cerrada. No tenía la capacidad para enfocarme en nada que no fuera el aquí y el
ahora.
—¿Viste un perro? —pregunté, mirando alrededor con cuidado.
—No. ¿A dónde va esto?
Encontró una puerta en la parte de atrás del armario de suministros.
Entré al armario. —Qué extraño lugar para una puerta.
—Es un sótano.
—Genial.
—¡Espera! —gritó, pero ya había abierto la puerta.
El hedor me golpeó primero, el olor acre casi me hizo caer de rodillas. Me
cubrí la boca y tropecé hacia atrás antes de darme cuenta lo que estaba oliendo:
muerte. Picó en mi nariz, y luché contra el reflejo de una arcada cuando una
aterradora sensación de miedo me bañó.
—No —susurré. Mi visión se puso borrosa al instante—. Por favor, no.
—¡Janey, espera! —dijo Ángel, pero volé por las escaleras de madera
hacia abajo.
Una luz fluorescente debió haber estado conectada a un sensor de
movimiento, porque parpadeó encendiéndose automáticamente, y vi una masa
de hermoso pelaje negro y marrón. Los Vandenbergs tenían un pastor alemán,
y sus secuestradores lo habían matado. Se hallaba extendido en el suelo de
cemento con sólo un poco de sangre a su lado.
Golpeé las manos sobre mi boca. Era asombroso. Magnifico. El último
protector. Y pagó el último precio. Estiré una mano para acariciarlo. Estaba
demasiado quieto. Demasiado calmado.
Me dejé caer de rodillas y pasé los dedos a través de su grueso pelaje.
Acaricié sus orejas. Me incliné sobre la hermosa bestia y susurré—: Lo
intentaste, ¿verdad, chico? Te prometo que los encontraré.
—Janey —dijo Ángel. Envolvió un brazo alrededor de mi hombro y
tiraba de mí con gentileza—. Tenemos que irnos.
Asentí, le di al hermoso perro una última caricia, luego me puse de pie.
Supe ahora que los secuestradores de los Vandenbergs iban muy en serio y que
la familia se encontraba en verdadero peligro. No tenía más opción que decirle
a la policía lo que sabía. Pero si me atrapaban en la casa, el peligro en que los
Vandenbergs estaban se perdería en el hecho de que hice allanamiento de
morada.
—Bien —dije, limpiándome la cara—. Voy a llamar al 911, tomaré al gato
y huiré. Los policías se aparecerán y encontraran al perro. Sabrán que algo está
mal.
—Buen plan, pero tal vez deberías agarrar al gato primero.
Cierto. Tomé al gato, recibí un par de golpes por el equipo, luego le
pregunté a Ángel si vio un teléfono.
Miró alrededor. —No.
—Maravilloso. —Buscamos en la casa de nuevo, esta vez buscando un
teléfono, sin suerte—. No deben tener un teléfono fijo. Pensé que todas estas
mansiones venían con línea fija.
El gato dio otro golpe cuando Ángel dijo—: Tendrás que ir a un teléfono
público y llamar para hacer una denuncia anónima.
—Buena idea. Sólo tengo un problema.
—¿Sólo uno? —preguntó, pasando los dedos por la nariz del gato.
El gato lo golpeó, y estuve sorprendida. De verdad lo vio. Tal vez no
estaba loca después de todo.
—¿Cómo voy a hacer que el gato pase por la puerta del perro?
Se giró para examinar la situación. —Tendrás que pasar al gato primero.
—¿Y si huye?
—Amiga, es un gato. Puede cazar la mierda de esta ciudad.
—Eso no ayuda. Oh, espera. —Agarré una galleta del frasco sobre el
mostrador de la cocina—. Esto lo mantendrá ocupado.
Después de tentar al gato con la galleta, la arrojé por la puerta del perro,
y luego empujé al gato a través de ella. Sufrí un par de laceraciones casi falales
en el proceso—maldito gato—pero pareció funcionar. El gato se quedó en su
sitio mientras comenzaba a moverme a través de la puerta detrás de él.
—Sabes —dijo Ángel, parándose sobre mí—, podrías simplemente haber
abierto la puerta.
—Mierda. —Me devolví dentro, abrí la puerta, luego corrí por mi vida.
O, bueno, por el auto de Marble. El gato no estaba nada feliz de ser maltratado,
pero no había nada que pudiera hacer al respecto en el momento más que hacer
mi mejor esfuerzo por evitar sus garras. Teníamos que apresurarnos. Más que
nada porque la alarma se activó al segundo en que abrí la puerta.
Pasamos corriendo al fallecido Darwin, y me sentí mal. Como si
estuviera abandonándolo. Así que agarré su brazo y traté de guiarlo al auto.
Cuando se negó a ceder, tiré de él.
—Janey, en serio, tenemos que irnos.
—¡Charles! —le grité en la cara. Conseguí su atención. Sería una locura si
de verdad ese fuera su nombre. O si de verdad fuera Charles Darwin. Señalé el
auto—. ¡Muévete!
Él corrió a zancadas detrás de nosotros. Ángel ayudó a Charles mientras
intentaba entrar en el auto sosteniendo una volátil bola de pelos con cuchillas
por garras.
Finalmente, entré y lo lancé al asiento trasero. Siseó. Literalmente.
Después de que Ángel metiera a Charles dentro del auto, encendí el motor y
aceleré por la calle. Como dos cuadras más adelante, di una vuelta en U,
entonces estacioné para ver a los policías. Afortunadamente, salimos volando
de ahí antes de que llegaran.
Ángel tocó mi hombro y señaló.
—Mierda. —Me fui sin Charles—. No debe saber cómo funciona esto.
¿Puedes ir por él?
—¿Y si los policías vienen? —preguntó.
—Eres invisible.
—Cierto. —Desapareció, luego volvió a aparecer junto a Charles y lo
arrastró de regreso al auto. Después de luchar para meterlo dentro, preguntó—:
¿Y qué vas a hacer con él?
—¿El gato?
—El tipo muerto.
—No estoy segura. Sólo me sentí, no lo sé, obligada de alguna manera.
—Interesante —dijo, mirando por el parabrisas.
Charles, quien ahora se encontraba en el asiento trasero directamente
detrás de mí, me pinchó la nuca.
—¿Qué es interesante?
—¿Qué?
—¿Qué es interesante?
—Tú.
—¿Cómo?
—¿Qué?
Me tomaba completamente el pelo. —¿Que cómo soy interesante?
—Bueno, ahora mismo, no lo eres. Pero si ambos nos desnud{ramos…
Charles me pinchó de nuevo. Me di vuelta, y se lanzó a mis ojos de
nuevo.
Esquivé la rama, luego lo fulminé. —Arrancaré esa rama fantasma de sus
manos, señor. No me haga ir hasta allá atrás.
Y cuando me pinchó la tercera vez, hice eso. Se la quité, la rompí a la
mitad y la tiré por la ventana.
Charles me miró boquiabierto—como, por siempre—antes de
recuperarse y comenzar a pincharme con su dedo. Apreté mi agarre en el
volante y recé por paciencia. Ángel tenía razón. No tenía ni idea de qué hacer
con él. Con ninguno de ellos. Afortunadamente, el gato se hallaba ocupado
arañando el reloj de pulsera de Charles.
—¿No deberían ya estar aquí? —preguntó Ángel.
—Sí, deberían. —Comencé a preocuparme. Me preocupé aún más
cuando, treinta minutos después, nada de policías.
—Espera —dijo Ángel. Desapareció y volvió a aparecer—. La alarma está
apagada.
—¿Qué demonios? ¿No tienen que revisar?
—No si llamaron primero.
Dejé mi cabeza caer sobre el respaldo. —Lo hicieron. Deben haber
llamado a su número. No tuvo más opción que decirle a la compañía que fue un
accidente. Pero eso quiere decir que probablemente el señor V todavía está vivo.
—¿Todavía vas a llamar a la policía?
—No. Los secuestradores deben estar al borde ahora. Cualquier cosa
podría hacerlos actuar. Podría convencerlos de cortar los cabos sueltos—y las
gargantas de los Vandenbergs—y huir.
Charles finalmente dejó de pincharme la cabeza con su dedo. Se había
graduado en frenología, examinando cada centímetro de mi cabeza tocando.
—¿Qué vas a hacer?
Me giré hacia Ángel, agradecida que aunque los difuntos fueran sólidos
para mí, aún podía ver a través de ellos en gran parte. Charles ahora estudiaba
la forma de las cuencas de mis ojos y el tamaño de mis fosas nasales.
—Conduciremos por ahí.
—Oh, claro que sí —dijo—. Navegaremos. Nos relajaremos un poco.
Echaremos un vistazo a las nenas.
—¿La gente todavía dice nena? —pregunté, poniendo en marcha el auto.
—¿Qué? ¿No lo hacen?
—Voy a conducir por la ciudad y, bueno, tratar de sentirlo. ¿Es eso
estúpido?
—Sólo porque está casado y probablemente no esté de humor para ser
acariciado en este momento.
—Sus emociones. Eran muy poderosas hoy, tal vez seré capaz de
percibirlas.
—¿Estás segura de que está bien conducir con Charles pegado a tu cara?
—Probablemente no.

Condujimos por horas. Después de que nos detuvimos por comida para
gato y una botella de agua, eso fue todo. Para el momento en que estacionamos
en mi apartamento, el gato estaba roncando, habíamos perdido a Charles en
algún lado alrededor de North Washington, y Ángel me contaba la vez que casi
llegó a tercera base con Lucinda Baca. Y aunque sus historias eran fascinantes,
me sentía cansada, decepcionada y preocupada. No había sentido nada.
Anduve por cada calle desde Sleepy Hollow y Tarrytown en vano.
Estacioné el auto en el patio de Mable, acuné al gato en mis brazos, y
caminé hasta el frente de mi casa.
—Quería casarme con ella —dijo Ángel, y regresé de golpe a su historia.
Su declaración trajo al centro todo lo que perdió.
—Lo siento, Ángel. ¿Cómo moriste?
Una triste sonrisa cruzó su cara. —Es una larga historia. ¿Tal vez
mañana?
—Vale.
Dio un paso atrás, y había aprendido que cuando hacia eso, se
encontraba a punto de desvanecerse. Lo detuve con una mano en su brazo. —
Gracias. Por toda tu ayuda esta noche. No sé qué habría hecho.
—Habrías estado bien. Siempre estás bien.
—Claramente no me conoces muy bien —dije, con una suave sonrisa.
Lo dejé irse, pero antes de desaparecer, se inclinó y me besó la mejilla.
Luego dio un paso hacia atrás de nuevo, y justo antes de desvanecerse, dijo—:
Te conozco mejor que nadie.
Un suave jadeo lanzó aire frío sobre mis dientes y hacia mis pulmones.
Tuve ganas de agarrarlo, pero fallé. Lo dijo con demasiada seguridad. ¿Me
conocía? ¿Sabía quién era? Si sólo pudiera de alguna manera invocarlo de
nuevo pensando en él. Sólo Dios sabía cuándo lo vería de nuevo. Era tan
esporádico como la psoriasis.
Me giré para abrir la puerta, pero algo parecía fuera de lugar. Miré
dentro y descubrí una luz encendida en el dormitorio. Una luz que sabía que no
se hallaba encendida cuando dejé mi apartamento, porque se había quemado
hace dos días.
10 Traducido por Miry GPE & Mae
Corregido por Beatrix

Signos de que bebes demasiado café:


No sudas. Filtras.
(Meme de internet)

Después de dormir en el auto de Mable—y anhelando a Denzel


ferozmente—me reporté a trabajar a la mañana siguiente luciendo como algo en
lo que vomitó el gato, medio comido y sin embargo, aún vivo. Por desgracia, no
me importaba. Finalmente enfrenté mi apartamento esa mañana empuñando a
Satana, el gato de los Vandenbergs—lo llamé así basada en su personalidad—y
un villano llamado Leroy.
Quien sea que estuviera en mi apartamento hacía tiempo se había ido,
pero para cuando junté el coraje para entrar, ya era demasiado tarde para tomar
una ducha. No es que realmente durmiera en el auto. Me encontraba
temblando, preocupada y mi mente no paró, ni siquiera por unos segundos. Si
no podía encontrar al señor Vandenberg y a su familia, no tendría más remedio
que ir a la policía. Tenían protocolos que pondrían en peligro a la familia, pero
no había nada que yo pudiera hacer al respecto. Tenía grandes esperanzas de
que Bobert sería capaz de ayudarme.
Caminé hasta Cookie, apretando la chaqueta de Reyes más fuerte a mi
alrededor. La misma chaqueta que me impidió morir congelada. También
Satana proporcionó una gran cantidad de calor corporal.
—¿Bobert averiguó algo? —le pregunté a Cookie.
Me echó una mirada, luego se dirigió a la cafetera. No tuve el corazón
para decirle que ya había tenido un poco del elixir oscuro. Cuando no pude
dormir, conduje a una tienda local y compré café para mantener el calor. Doce
veces. Así que me sentía bastante exultante por el día. Aparte del hecho de que
desarrollé un tic en el ojo izquierdo y arrastraba las ‚S‛ siempre un poco, todo
estaba bien. Encontraría a los Vandenbergs y luego iría a la policía.
Pero el fresco aroma de café recién hecho actuó como uno de esos imanes
que recogen los autos en los depósitos de chatarra. Se atascó a mi rostro y me
atrajo hacia sí. Incapaz de resistirme, seguí a Cookie a la cafetera antes de
quitarme la chaqueta, la cálida que olía a Reyes, que se sentía como él, que me
abrazó cuando él no pudo. Después de inhalar tanto de él como pude, la puse
sobre mi brazo y tomé la taza que Cookie me ofreció.
—¿Intentaste utilizar la máquina de expreso de nuevo? —le pregunté,
señalando las hermosas manchas marrones en su blusa.
—Sí. Me odia.
—Te lo dije, es como una Uzi. Cortos y controlados estallidos. De lo
contrario, se pone quisquillosa.
—Lo sé. Lo sé. ¿Pudiste dormir algo anoche? —preguntó.
—¿Qué te hace preguntarlo? —Cuando sólo elevó una linda ceja, cedí—:
No, pero pude pensar en un montón de cosas. Y quemé muchas calorías. —El
temblar hacía eso.
—Eso es un plus ¿Qué se te ocurrió? —Cogió su propia taza mientras
Dixie, después de darme una rápida mirada una vez más, fue a abrir las puertas
delanteras. Debía lucir pero de lo que pensaba. Traté de domar mi cabello,
luego decidí ir con mi estrella de rock interior.
—Descubrí cómo curar el hambre del mundo y viajar en el tiempo.
—Es bueno saberlo.
—El único problema es que necesitamos encontrar un carguero espacial,
una pequeña cantidad de plutonio, y un agujero de gusano.
—¿Para el viaje en el tiempo?
—Oh, no, eso es para el hambre en el mundo. La cosa del viaje en el
tiempo es mucho más fácil. Sólo necesito un inversionista multimillonario con
moral relajada.
—¿No lo necesitamos todos?
—¿Recuerdas la familia sobre la que te hablé?
—¿A la que podrían haber tomado como rehén?
—Sí. Bueno, ellos no están en su casa. Y no tengo idea de dónde más
buscar.
Me miró boquiabierta. —¿Fuiste a su casa?
—Ajá.
—¿Sola?
—Obvio. —Tomé otro sorbo—. Así que, ¿Bobert?
—Nada todavía. El chico con el que se suponía debía reunirse recibió
otra llamada anoche.
Maldición. Tal vez sólo debería llamar al FBI y dejar una denuncia
anónima. Esperaba explicar la situación, pero si alguien sabía por lo que estaba
pasando, sería Cookie.
Me acerqué más y bajé la voz. —¿Qué haces cuando la policía no, ya
sabes, te toma en serio?
Parpadeó, confundida.
—Ya sabes, cuando ves algo y lo reportas —añadí con unas comillas en el
aire para dar énfasis. Sólo una, por la taza y todo, pero creo que entendió mi
punto.
Dixie aplaudió para estimularnos a la vida. El sonido agudo se precipitó
sobre mis terminaciones nerviosas—las mismas terminaciones nerviosas que
fueron marinadas en cafeína—y tuve que cerrar los ojos.
—Despierten, damas. Este será un muy buen día.
—¿Está sonriendo? —preguntó Cookie.
Miré hacia ella. —Creo que sí.
—Nunca sonríe tan temprano.
—Nadie sonríe tan temprano. Es ilegal en diecisiete estados.
Dixie se apresuró hacia nosotras entonces, su sonrisa demasiado amplia
y demasiado brillante para que fuera completamente humana. Maldición. Ella
era un extraterrestre. Era la única explicación lógica.
—Tengo buenas noticias. —Parpadeó. Esperando a que mordiéramos el
anzuelo. Cuando en su lugar tomamos otro trago, nuestros movimientos
totalmente sincronizados, agitó las manos, desechando nuestra imprudencia—.
Tenemos un nuevo cocinero. Él se unirá a Sumi esta mañana.
—¿No nos dijiste esto ayer y Sumi estaba algo menos que emocionada?
—pregunté, pero antes de que pudiera responderme, el hombre al que menos
esperaba ver tan temprano, entró en la cafetería, su andar tan depredador como
siempre.
Jadeé, y lo observé unos impresionantes segundos en los cuales el tiempo
se ralentizó como si hubiera sido sumergido en miel. Abracé su chaqueta contra
mí. Probablemente la quería de regreso. Me pregunté cuán extraño se vería si
luchaba por ella. No tenía miedo a jalar el cabello.
—Reyes —dijo Dixie con algo de demasiada alegría. ¿Ella sabía de la
chaqueta?—. Le he dicho a las chicas, y todo el mundo está muy emocionado.
—Espera —dije, boquiabierta—. ¿Él es el cocinero?
Dixie asintió mientras Reyes caminaba acercándose más, su mirada
clavada en mí como un misil guiado.
Noté a Cookie por el rabillo del ojo. Pero no era su comportamiento lo
que captó mi atención. Fue su absoluta falta de sorpresa. ¡Ella lo sabía!
Quería mirarla boquiabierta también, pero decidí no quitar la mirada del
ser sobrenatural de pie demasiado cerca para mi paz mental.
—No estoy segura de si conoces a todos —continuó Dixie—. Ellas son
Cookie y Janey. Y en la cocina tenemos a Sumi y Kevin, nuestro camarero del
primer turno. —Ella me dio un codazo—. Reyes es un excelente cocinero. Creo
que quedarás impresionada.
Cuando un silencio tan incómodo como el cabello de los ochenta cayó
sobre el lugar, comprendí que Dixie esperaba una respuesta.
Tartamudeé y dije—: Seguro que lo estaré.
—Linda chaqueta —dijo Reyes antes de dirigirse a la cocina.
—¿Puedes creerlo? —preguntó Dixie.
—Nop.
—La mitad de la ciudad está enamorada de él. Él será genial para el
negocio.
Miré por la ventana de entrega. Sumi, la chef tan ruda que me podía
matar con un palillo de dientes, estaba tan afectada por Reyes como el resto de
nosotros. ¿Qué demonios?
Miré a Dixie. —¿Estás segura de esto?
Me honró con una sonrisa de Gran Cañón. —Definitivamente. —Luego,
guiñó y se inclinó—. El chico puede cocinar.
—Esto sólo parece erróneo —le dije a Cookie cuando Dixie se fue—. En
todo tipo de niveles. Quiero decir, ¿qué sabemos realmente de él? Podría ser un
asesino en serie o un traficante de drogas o un… ?
—¿Supermodelo? —preguntó Cookie.
Ella tenía un punto.
—Pero —dije, mirándola con un ceño—. ¿Hay algo que quieras decirme?
Sus párpados se abrieron ampliamente, y su mirada se lanzó hacia la
izquierda, como si tratara de pensar en algo. —No lo creo.
—Sabías acerca de esto —acusé, mi voz... acusadora.
—¿Qué? —preguntó, dejando caer su mandíbula. Cuando apreté los
labios como la Dama de Iglesia, cedió. La Dama de Iglesia tenía ese efecto en la
gente.
—Está bien, lo sabía. —Cedió bajo mi duro escrutinio, tratando de lucir
arrepentida. No funcionó.
Me encontraba atónita. —¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Dixie me lo dijo ayer mientras estabas desmayada en el catre.
Mentía. Parcialmente, de todos modos. Pero no podía decir sobre qué
partes me mentía.
—Oh.
Muy pronto, sin embargo, eso no importaba. Nos volvimos a ver el
espectáculo. Reyes se colocó un delantal por sobre su cabeza, envolvió los lazos
alrededor de su cintura, y los dobló en un nudo ordenado. Los músculos de sus
antebrazos se flexionaron con cada movimiento. Sus bíceps se contrajeron y
retrajeron con el minúsculo esfuerzo. ¿Cómo podía cualquier hombre verse tan
bien poniéndose la ropa como al quitársela?
Juntamos nuestras cabezas y admiramos la vista hasta que él se giró
hacia nosotras. En ese momento, saltamos a hacer la tarea a mano. Esa tarea
consistía en Cookie agarrando una toalla y pulir la tapa de un salero, y la mía
en enderezar servilletas. Uff, apestábamos en la improvisación. Pero de repente
no me importaba mucho sobre cómo Cookie sabía, si no en sobre cómo todo
llegó a ser. Es decir, ¿Reyes? ¿Aquí? ¿En la cafetería? ¿Toda la mañana cada
mañana?
Esta sería mi mayor fantasía hecha realidad o mi peor pesadilla.
Pasamos nuestro día haciendo lo de siempre. Incluso hasta trabajamos
un poco. El señor P entró con una desnudista a la cola y un demonio en el
intestino como un embrión del mal. Usualmente trataba de ignorar la cosa
dentro de él, pero se movía. Se giró. Sólo un poco. Solo lo suficiente para hacer
que me preocupara sobre lo que pasaría después de que terminara su período
de gestación. ¿Dañaría al señor P? ¿Había algo que pudiera hacer para
ayudarlo?
Una cosa que hice anoche mientras temblaba con esa quinta taza de café,
fue llegar a un plan sobre Erin. Era la única que podía ver a la Espeluznante
Dama Descomponiéndose en la imagen de su hija, por lo que tal vez podría
averiguar si la mujer era una amenaza real o si simplemente le gusta arruinar
fotografías. Podría ser una total coincidencia. Pero el hecho de que dos bebés
anteriores de Erin murieron repentinamente, puso un grano de duda en mi
mente. No, más como un general de brigada de duda.
Primero, necesitaba conseguir el teléfono de Erin y revisar todas sus
fotografías, así que eso estaba en mi lista de tareas por hacer del día. Pero no
podía hacerlo hasta que ella llegara a las once. Mi segundo plan era entregarle
un mensaje al señor V si se presentaba a trabajar.
Un hombre muerto, el mismo que aparecía cada mañana alrededor de
esta hora, apareció en una cabina en la sección de Cookie. Siempre se sentaba en
esa misma cabina a la misma hora. Me pregunté sobre él. Tenía cabello rubio
encanecido y rostro amable, pero nunca me hablaba. Ni siquiera miraba hacia
mí. Imaginé que trabajaba en su mierda. Yo podía entender eso.
—Cookie, tenemos una orden de desayuno para el señor Vandenberg de
al lado —dijo Dixie—. ¿Quieres entregarla?
¿Ya? Eso era muy temprano para que el señor V ordenara algo. Ni
siquiera abría hasta las diez.
Me lancé hacia adelante, levantando la mano. —¡Yo la entrego! —dije.
Entré en pánico y grité con mucho más entusiasmado de lo que planeaba.
Reyes detuvo lo que hacía—es decir, voltear los huevos más sexys que he
visto—y dirigió una mirada curiosa hacia mí.
Me aclaré la garganta. —Lo siento, yo puedo entregarla. Necesito
preguntarle algo al señor V sobre... una lámpara.
Dixie tomó nota de la cantidad de clientes que tenía.
—Yo me encargo de tu sección —dijo Cookie—. Sé lo mucho que la
lámpara significa para ti.
Podría haberla besado, podría haber ido completamente chica con chica,
estaba tan enamorada de ella en ese momento. Pero mantuve mi deseo bajo
control. —Gracias, Cook. Regreso en un minuto.
Después de colocarme la chaqueta de Reyes, tomé la orden para llevar,
luego salí, prometiendo solo mirar hacia atrás una vez. Lo hice. Miré por
encima de mi hombro. Reyes aún me miraba desde debajo de sus pestañas, todo
misterioso. Un estremecimiento de emoción recorrió mi columna vertebral.
Ni siquiera llevaba la mitad del camino hacia la tienda del señor V
cuando lo sentí. El estrés. La ansiedad. El miedo absoluto. Esto apestaba, y no
sabía qué hacer.
Me paré en la entrada principal, reuniendo el coraje para seguir adelante
con mi plan. Después de un momento, plasmé mi mejor sonrisa, y luego entré
como si fuera la dueña del lugar.
El hombre que vigilaba al señor V ayer, fue puesto en el turno de la
mañana de nuevo hoy. Me miró, y podía sentir una oleada de absoluto
desprecio irradiando de él. Ya sea que mi cabello se encontraba mucho peor de
lo que pensaba o me consideraba una atea. Probablemente un poco de ambos.
—Hola, señor V —dije, mientras mostraba mi mejor sonrisa de ‚no tengo
ni idea de que es retenido contra su voluntad‛.
Se ajustó las gafas. —Buenos días, Janey.
—Traigo su orden. Si solo pudiera firmar esto. —Empujé el recibo hacia
él.
—¿Firmar? —preguntó, pareciendo confundido. Lo cual era
comprensible, porque siempre pagaba en efectivo.
Yo también estaba confundida, porque escuché un gruñido. Un bajo y
grave gruñido viniendo del otro lado del escritorio.
La vacilación del señor V llamó la atención del odia-ateos. Me hallaba
bastante segura de que era el presidente del Club Odia-Ateos y Costura. Se
levantó y se acercó a nosotros, fingiendo interés en la bolsa de comida que traje
para echar un vistazo al recibo. El cual era sólo un recibo. No era una total
novata. Todos mis movimientos debían parecer perfectamente legítimos. La
vida de personas se encontraba en juego.
Para el momento en que se acercó al señor V, el gruñido explotó en
ladridos feroces y rugidos que helaban la sangre. Sin embargo, los dos hombres
parecían ajenos.
—Oh —dije, hablando más fuerte para hacerme escuchar por encima de
los ladridos—, lo siento, ¿no iba a hacer el cargo hoy?
Cuando los dos hombres me miraron como si tuviera dos cabezas, quedé
fascinada con un pequeño tintero antiguo que se vería muy bien en mi repisa. Si
tuviera una.
El señor V siguió el juego, probablemente para evitar más atención no
deseada. —Hoy no.
—Oh, está bien entonces. Serán veinticuatro con cincuenta.
Tan casualmente como pude, dejé que mi mirada vagara por la parte
trasera de la tienda. Debían tener otro hombre trabajando. Ordenaron cuatro
comidas esta vez, pero ninguno llegó a la parte delantera.
El perro se calmó un poco cuando el presidente tomó la bolsa de comida
y la llevó al escritorio pequeño del señor V y empezó buscar en ella. Aproveché
la oportunidad para hacer lo que realmente vine a hacer.
Deslicé una nota de debajo de mi palma izquierda—en la que se leía
‚¿Est{ todo bien?‛—mientras mantenía mi derecha golpeteando con las uñas
con impaciencia, visible para el intruso.
El señor V hizo una pausa. El miedo se disparó dentro de él tan rápido
que me mareó. Echó una mirada furtiva por encima del hombro, y luego se
volvió a centrar en contar el dinero. Después de un momento, me dio una
mirada suplicante acompañada de una rápida sacudida de la cabeza. No decía
que no a mi pregunta. Me suplicaba dejar el asunto.
Pero no podía. No aún. Giré la nota y contuve la respiración. Tuve que
darle crédito al señor V de no perder la compostura por completo. Y, en el
proceso, posiblemente conseguir que nos asesinaran a ambos.
La segunda nota le preguntaba si tenían a su familia. Pensé que iba a
romperse, sus emociones eran tan frágiles. Como cáscaras de huevo en la jaula
de un elefante.
—Veintitrés, veinticuatro, y cincuenta centavos —dijo—. Oh, y cuatro
dólares para ti, cariño.
Cuando miró de nuevo hacia mí, asintió con la cabeza, el movimiento tan
rápido y sutil, que casi me lo perdí.
Me quedé cabizbaja, incluso más insegura sobre qué hacer. Cómo
ayudarlo. Tenían a su familia. Si hubiera sido el único en peligro, creía con
certeza que me permitiría llamar a las tropas. Tristemente, ese no era el caso.
Manteniendo mis movimientos fuera de la vista de su captor, le di un apretón
rápido en la mano. Antes de que pudiera liberarlo, me apretó la mano para
llamar mi atención y luego sacudió la cabeza de nuevo, suplicando, una vez
más, no hacer nada.
Presioné mis labios, le ofrecí el mismo movimiento de cabeza rápido y
brusco que me dio, diciéndole que entendí. El perro gimió detrás del mostrador,
y luego sentí una lengua fría y húmeda probar mis dedos. No respondí. En ese
momento, comprendí que el perro debía estar muerto como Artemis.
—Que tenga un buen día —dije, casi saltando fuera de la tienda. Pero le
eché un vistazo al perro, ahora sentado frente a la mesa, y una triste sensación
de euforia se apoderó de mí. Era el pastor alemán. El de anoche. Si todos los
perros, o todos los animales para el caso, tenían espíritus que podrían quedarse
atrás cuando morían, ¿por qué las calles no se hallaban llenas de fantasmas de
animales? Veía a por lo menos cinco muertos todos los días, pero aparte de
Artemis, el pastor alemán era el único otro animal que había visto. Tal vez era
porque el perro murió tratando de proteger a sus propietarios. Tal vez se quedó
por su propia voluntad, no dispuesto a eludir su deber a causa de un pequeño
asunto como la muerte.
¿Y si él cruzaba al otro lado, estaba ahí un paraíso para ellos? ¿Y cómo
luciría un paraíso para perros?
Demasiadas preguntas sin respuesta. Mi cerebro se sobrecalentó con
ellas. Salí de la tienda con un sabor agridulce en la boca, incluso más
confundida acerca de cómo proceder. ¿Me atrevería a hablar con el hombre con
el que Bobert preparaba un encuentro? Ya se lo dije a Ian. Hice sonar la alarma
de la casa de los Vandenbergs. ¿Los puse en aún más peligro?
Conclusión: Tenía que encontrar a su familia, y tenía un plan.
Desafortunadamente, tendría que esperar hasta esa noche. El señor V tenía
varias fotos familiares, y todas fueron tomadas en la misma cabaña sin importar
la edad que tenían sus hijos cuando fueron tomadas. Él tenía una cabaña o
conocía a alguien con una. Tal vez sus captores la descubrieron y eran
mantenidos como rehenes ahí. Tenía perfecto sentido. Sin vecinos. Lugar
aislado. Bien camuflado con una gran cantidad de árboles y arbustos alrededor.
Y fácil de vigilar. Verían a cualquiera acercarse por el camino desde kilómetros.
La mayor parte de las hojas ya habían caído, y aunque no era oficialmente
invierno, realmente seguro que se sentía como si lo fuera.
Después de eso, el día progresó casi normalmente. Si una gran cantidad
de mujeres con amor en su mirada era una indicación de normal. Estábamos
inundados. Estuvo inundado desde que abrimos. Reyes podría ser bueno para
los negocios, pero era malo para mis juanetes. O lo habría sido si tuviera
juanetes. Él era condenadamente suertudo de que no los tuviera.
—Sumi —dije, tratando para llamar su atención.
Necesitaba las órdenes de la cabina siete pronto. Estaba llena de risitas
preadolescentes, y necesitaba sacarlas. Cada vez que veían en dirección a la
estrella de rock, estallaban en un ataque de risa y discutían la expresión de él
hasta en la posición de las cejas. La inclinación de su boca. La implicación de
sus miradas. ¿Le gustaba el cine? ¿Jugaba videojuegos? ¿Ellas le gustaban?
Uh, le gustarían si fuera un abusador de menores.
Quería decirlo, pero no me atreví a romper sus latientes pequeños
corazones. Sobre todo porque estuve haciendo lo mismo durante toda la
mañana. Enviando rápidas miradas. Analizando cada movimiento.
Preguntándome si le gusto.
Necesitaba cortar de raíz una difícil situación. Reyes no necesitaba ser
investigado porque una niña declarándole su amor fuera tomada de manera
equivocada por un entrometido. Si algo podía ir cuesta abajo rápidamente, era
ser sospechoso de pedofilia. Nunca terminaba bien.
Después de que Sumi salió de su última fantasía y apartó la mirada de
Reyes, asintió y me pasó los platos que necesitaba
Me apresuré con ellos, llené un par de copas, y luego fui a la bodega por
más kétchup, donde me encontré cara a cara con una difunta. Una difunta
agitada.
—¿Dónde has estado? —preguntó, caminando hacia mí, sus zancadas
eran enojadas y agresivas.
—Atrás —dije, mi voz fue un silbido suave mientras hacía una cruz con
los dedos índice. No quería una repetición del fiasco de ayer.
—Oh, detente. —Apartó de una palmada mis manos, su largo pelo rojo
se movió silenciosamente—. Rocket está realmente molesto contigo.
Sólo podía asumir que Rocket era un chico. —¿Lo… siento? Espera. —Me
lancé hacia adelante y la agarré de los hombros—. ¿Sabes quién soy?
—Obvio. Me llevó una eternidad encontrar tu culo suelto. ¿Qué diablos
pasa con tu luz? Está, como, por todas partes. Y Rocket se está volviendo loco.
En serio. Como si el mundo estuviera a punto de terminar. Algo sobre ángeles y
lo molesto que están. Contigo, naturalmente. Y está la cosa de este dios. Tienes
que volver allí y calmarlo.
—¿Volver? ¿Volver a dónde? ¿De dónde soy?
—Oh. Mi. Dios. ¿Puedes detenerte?
Me encontraba a un microsegundo de agitarla hasta que sus dientes
temblaran cuando una espesa negrura ondulante ascendió detrás de ella.
Tropecé hacia atrás. Surgió de la tierra como una niebla malvada. Debido a que
sólo la niebla malvada podría ser así de amenazante.
—Oye —dijo la mujer, mirando a su alrededor, tan sorprendida como
yo—. ¿Pero qué… ?
Antes de que pudiera decir otra palabra, la oscuridad cubrió su boca. Sus
ojos se redondearon, y me miró como si pidiera ayuda.
Di un paso vacilante hacia adelante, pero el humo negro se la tragó antes
de que pudiera hacer nada. Por otra parte, ¿qué habría hecho? ¿Qué podría
haber hecho? Cuando el humo ondulante se disipó, ella se había ido.
—¡No! —Corrí hacia adelante, buscándola en todas partes. En el cubo de
la fregona. Detrás de los estantes de almacenamiento. Bajo la mostaza.
¿Qué demonios pasó? ¿Y por qué me ardía la piel como si hubiera sido
quemada por algo poderoso? ¿Algo enojado? Fuera lo que fuera, quería
silenciar a esa pobre mujer que probablemente no dañó a nadie en toda su vida.
Sólo para evitar que me dijera quien era. De dónde era.
Me hundí en una caja. ¿Algo me mantenía aquí? ¿Estaba atrapada? ¿Una
prisionera?
En el momento en que volví al comedor, mi sección había explotado. Erin
y Francie aparecieron, y Dixie incluso hizo que Shayla viniera temprano. Lewis
se encontraba allí, también, para ayudar a limpiar las mesas, y Thiago, el
cocinero del segundo turno, se ponía el delantal.
—¿Qué pasa con ella? —me preguntó Cookie mientras pasaba.
Todavía tratando de procesar la niebla malvada. Me giré hacia Reyes. Él
era la única persona presente que tenía humo negro cayendo en cascada de sus
hombros como una capa.
Cookies pasó corriendo de nuevo y dijo—: La rubia, a las diez.
Eché un vistazo a la mesa diez al recoger un pedido de la ventana de
salida. Reyes se encontraba en la cocina, completamente ajeno a la niebla
malvada en la bodega. Por lo menos, parecía estarlo.
—¿Qué pasa con ella? —grité.
La próxima vez que Cookie y yo pasamos como barcos en la noche, se
detuvo el tiempo suficiente para decir—: Puedo ver una semejanza.
Solté un bufido, sonando muy parecida a una sirena en un barco que
pasaba en la noche. —Por favor. No se parece en nada a mí. Y rara vez ando por
ahí con un palo en el culo.
—Ella no tiene un palo en su culo. —Le dio una mirada y luego dijo—:
No uno grande.
Me acerqué cuando la rubia puso su Louis Vuitton en el asiento a su
lado. Probablemente le no compró la suya a Scooter.
—Bienvenida a Firelight.
La mujer me miró, con los ojos brillando, y sentí un fuerte sentido de
expectativa venir de ella. La esperanza brotó en mi interior. ¿Podría Cookie
tener razón?
—Hola —dijo, dejando una sonrisa tímida suavizar su rostro—. Soy
Gemma.
—Soy Janey.
Las dos parecíamos esperar algo, y me di cuenta que no me podía
conocer. ¿No diría algo si lo hiciera?
—Seré tu mesera. ¿Puedo darte algo para beber?
—Estoy aquí de vacaciones.
—Oh, bien. Bienvenida a Sleepy Hollow.
—Acabo de llegar. Tuve que limpiar mi agenda.
—Está bien, entonces. —Esta conversación se inclinaba rápidamente
hacia lo extraño e inexplicable—. ¿Eres fanática de la historia?
—¿La historia? —preguntó, moviendo sus pestañas con rímel sobre irises
azules.
—¿Washington Irving? ¿‚La leyenda de Sleepy Hollow‛? —Los míos no
estaban ni siquiera cerca del azul. Eran más de un ámbar dorado.
—Oh. —Se echó a reír y se aclaró la garganta—. Sí. La historia. Gran
fanática. Absolutamente. —Me miró de nuevo, su mirada oceánica llena de
expectativas y... algo más. Algo cálido—. ¿Y tú?
—Me encanta —dije, sin tener idea de si alguna vez realmente la leí o
solo vi películas sobre el tema. Puede ser que necesitara hacer un viaje a la
biblioteca—. ¿Nos conocemos? —le pregunté.
—No estoy segura. Me pareces familiar.
Me senté frente a ella sin ser invitada. —¿De verdad? ¿Me conoces?
Se inclinó hacia delante, con un aire expectante. —No lo sé. ¿Me conoces?
Entrecerré los ojos y pensé tan fuerte como pude. Traté de atravesar el
velo que retenía las últimas décadas de mi vida, pero no pude penetrarlo.
Después de un valiente esfuerzo, negué, frustrada.
—Lo siento. Tengo… —Casi le dije acerca de la amnesia, pero aprendí a
no decírselo a los clientes. Era como si de repente no confiaran en que supiera la
diferencia entre un huevo y una hamburguesa. Me puse de pie, porque creía
saber de dónde probablemente me conocía. Las noticias. Era familiar debido a
la cobertura de noticias cuando desperté por primera vez—. Me pareces
familiar, también. Debes tener una de esas caras. ¿Puedo darte algo para beber?
Pareció marchitarse un poco. —Por supuesto. ¿Té helado?
—Lo tienes.
Caminé hasta la estación de bebidas para llenar un vaso de hielo cuando
oí un pssst alto. Sólo una persona me llamaba así. Me reí y miré por la ventana a
Lewis.
Él miró por encima de su hombro, y luego dijo—: Tengo que hablar
contigo acerca de hoy.
Oh, mierda santa. Casi me olvido. Hoy era el gran día. Y era un mal
momento. Estábamos demasiado ocupados para fingir un robo.
—La número cuatro necesita recarga —dijo Erin, su voz llena de burla.
Esa mujer me odiaba.
—¡Gracias! —La honré con una sonrisa asesina y atrevido movimiento de
pelo, preguntándome cómo iba a tomar su teléfono. Podría no tener idea de lo
que hacía en mi vida pasada, pero me sentía bastante segura al asumir que no
era una carterista.
Cookie y yo atravesamos la fiebre del almuerzo, relativamente indemnes.
Me las arreglé para conseguir una amenaza de muerte de una de las pre-
adolescentes risueñas cuando notó a Reyes mirándome, por lo que fue una
primera vez. Cookie tuvo que comprarle a otro hombre su cena cuando la acusó
de tratar de vender sus mercancías.
¿Quién sabía que un simple ‚¿Le gustaría llevar un poco de mi pastel de
crema de mantequilla a casa?‛ podría ser tomado de manera metafórica? Ella
hizo un pastel. Era mantecoso. Estaba orgullosa.
A las dos menos cuarto, toqué fondo. O, bueno, mi nivel de energía lo
hizo. Una noche sin dormir en un auto helado servía poco para mi autoestima o
mi tono de piel. Afortunadamente, a Reyes no parecía importarle. Al menos, no
sentía rechazo hacia mí.
Bobert había entrado, pero nos encontrábamos demasiado ocupados para
hablar. Tendría que tratar de atraparlo después y explicar toda la situación. Me
encontraba tan ocupada, era irreal. Por el momento, teníamos sólo quince
minutos para el final de nuestros turnos. Planeaba pasar ese tiempo robando e
invadiendo la privacidad de alguien. Por desgracia, eso significaba
aventurarme en la bodega de nuevo.
Pasé junto a Reyes, que finalmente tomaba un descanso. La cafetería no
se encontraba muerta, pero la prisa había terminado por fin. Giré la perilla de la
bodega, con una caja de condimentos del chico de entrega que me dio una
excusa para ir allí. No es que la necesitara. Si alguien se enteraba de lo del
teléfono, podría declararme inocente. Diría que la mostaza me obligó a hacerlo.
En el la bodega. Con un candelero. Era tan emocionante, y sin embargo no
podía recordar haberlo hecho.
Conteniendo el aliento, busqué el ondulante humo. No quería ser
aspirada a alguna dimensión alternativa donde las arañas eran del tamaño de
elefantes. Al no ver humo de cualquier tipo, corrí dentro y cerré la puerta. Su
bolso colgaba de un gancho en su casillero. Que nunca cerraba. Rebusqué en él
hasta que encontré su teléfono. Un golpe sonó en la puerta. Hice una pausa.
Esperé. Me oriné un poco. Cuando nadie entró, lo encendí y di gracias al cielo
de que no lo tuviera bloqueado.
Encontrar sus fotos fue fácil. Se encontraban dentro de un icono titulado
FOTOS. Pasé foto tras foto, cada cual más horrible que la anterior. La mujer
fallecida se encontraba en cada una. Jodidamente espeluznante. Sus ojos
blancos brillaban, y su grito desdentado mostraba una lengua gris y encías
ensangrentadas.
Presioné el botón para poner fin a la agonía. Vi suficiente. Pero ¿por qué
la mujer los seguía? Por lo que entendí, los bebés de Erin fallecieron en dos
casas diferentes. Uno en la casa de su madre, y uno en la casa donde ella y su
esposo vivían antes de comprar la que tenían ahora. Se mudaron de cada una
de ellas tras las muertes desgarradoras.
Simplemente no podía imaginar lo que vivieron. Cómo sobrevivieron.
La habitación empezó a girar ante el pensamiento. La pérdida sin sentido
de vida provocaba una sensación familiar, por segunda vez en días, y antes de
que pudiera detenerlo, el pánico me recorrió. Me robó el aliento. Rasgó mi
garganta.
Miré mis manos. A mis brazos. Se encontraban vacíos. No debían estarlo.
Podía sentir el peso de ese vacío como una piedra en el estómago. Me hundió
por debajo de la superficie. Sofocante. Tuve algo una vez, pero olvidé donde lo
dejé.
Lo olvidé. Lo olvidé. Lo olvidé.
Era tan pequeña. Tan frágil. Sin embargo, tenía tal poder, esta pequeña
cosa que prometí proteger. Era como un solo átomo que algún día se dividiría y
provocaría una reacción nuclear. Incendiaría el mundo. Liberaría a la
enfermedad mental. Encendería el fuego de la revolución como nada que la
raza humana hubiera visto. Y yo la extravié. La perdí.
Busqué en el suelo de linóleo. Tenía que estar en alguna parte. No podía
haber ido muy lejos.
No. Espera. Era un sueño. Simplemente soñaba de nuevo. Parpadeé.
Traté de concentrarme en el presente. Intenté conseguir un agarre firme en mi
sentido del tiempo y lugar.
Cuando finalmente volví a la superficie, me sacudí incontrolablemente.
Las náuseas se apoderaron de mí, y la bilis quemó la parte posterior de mi
garganta. Traté de tragar pero me atraganté, doblándome, mientras se
acumulaba mi cuerpo.
—¿Janey?
Negué en mi agonía ante el sonido de la voz de Cookie.
—Mierda —dije mientras corría y se arrodillaba a mi lado.
—¿Qué pasó? —preguntó, frenética.
—Nada. Se me cayó una botella de mostaza.
—Oh, cariño. —Me envolvió en sus brazos, y recordé que era psíquica.
Probablemente me vio venir a un kilómetro de distancia. Por suerte, no corrió
en la dirección opuesta.
—Estoy bien. Gracias.
Cuando salimos, Francie se sentaba al otro lado de Reyes en la cabina
que tomaron. Ella hacía su mayor esfuerzo por coquetear, pero él parecía
preocupado. Su cabeza hacia abajo. Su boca una línea firme. Hasta que entré.
—¿Qué pasa? —preguntó, con voz áspera.
Su pregunta me sorprendió, pero su tono me sorprendió más. —Nada.
¿Por qué?
Francie miró entre nosotros, tratando de reunir la mayor cantidad de
información posible, para evaluar si era una amenaza real o no.
—Bueno, de todos modos —dijo, al parecer llegando a una conclusión—,
me llama Roja. ¿Correcto? Como si tuviera el derecho de llamarme Roja. Es
natural, por cierto.
Él no me quitó los ojos de encima, y quise fundirme en él.
—¿No te parece? —preguntó Francie, pero no tenía ni idea de que
dirección tomó en sus emocionantes cuentos de Francie en el país de las
Maravillas. Entonces, me di cuenta de que no me hablaba mí. Tristemente, a
quien le hablaba la ignoraba por completo.
Se mordió el labio inferior y se levantó. —Será mejor que vuelva al
trabajo.
Me sentí mal por ella. O lo hice antes de que tratara de convertirme en
estatua de sal con su mirada cáustica. Santa y maldita mierda. Ahora ambos me
odiaban.
Al menos, a Cookie todavía le agradaba.
—Te odio —dijo Cookie mientras revisaba su teléfono—. Solo para que lo
sepas.
Por el amor de Dios. —¿Qué hice? —pregunté, apartando mi mirada de
Reyes y siguiéndola a la registradora del frente.
—Esto. —Extendió uno de cien—. Alguien dejó una propina de cien
dólares sobre tu mesa.
—De ninguna manera. —Me iluminé, se lo arrebaté de las manos, luego
lo levanté a la luz para asegurarme de que era real. Debido a mi suerte—... Soy
rica. Puedo conseguir un teléfono.
—Me puedes llevar a ver una película —respondió ella.
—De acuerdo.
—O a esa mansión que quieres ver.
—Oooo —dije, sonriendo de oreja a oreja—. La mansión Rockefeller. Me
muero por verla.
—Deberíamos ir hoy. Justo después de nuestras pedicuras.
—¿Nos haremos pedicura?
—Lo haremos ahora.
Me reí cuando cambiamos nuestras propinas, de metal, por dinero real,
de papel. Cookie terminó antes que yo. Sobre todo porque no pude evitar que
mi mirada recalcitrante vagara en dirección a Reyes cada pocos segundos.
—Debes invitarlo —dijo Cookie.
—¿A hacernos la pedicura?
Ella se rio. —A los hombres les gusta eso, también, ¿verdad?
—Entonces, ¿por qué no invitas a Bobert?
—Buen punto. Tengo que tomar mi chaqueta.
Y yo tenía que llegar la de Reyes, pero primero tenía que terminar de
contar mis propinas. Era tan mala en contar.
Me encontraba de pie allí preguntándome si conté diez de veinticinco o
sólo nueve cuando un hombre entró en la cafetería, se dirigió directamente a
mí, y metió una pistola en mi costado.
Oh, por el amor de los pasteles de cangrejo. Me olvidé que haríamos esto
hoy.
—Ábrelo. Ahora. —Embistió la pistola en mis costillas de nuevo un poco
agresivamente.
Miré por encima de mi hombro. Dijimos que se vería real. No que se
sentiría real. Me incliné y le susurré—: Calma. Tenemos que esperar a que Lewis
llegue aquí.
Miré por encima del mar de mesas a donde Lewis limpiaba una mesa
cercana. Entonces, miré a mí alrededor para buscar a Francie. Ella salía del
almacén y se dirigía a nosotros. Le di a Lewis un secreto pulgar hacia arriba,
que era básicamente un pulgar hacia arriba con el arco de una ceja entusiasta.
Este era. El gran día de Lewis. Pero sacudió la cabeza hacia mí.
¿Daba marcha atrás? ¿Ahora?
—No voy a decirlo de nuevo, perra. Abre el puto cajón.
Lewis se veía sorprendido. Y confundido. Y más que un poco
preocupado. Mierda, era bueno.
Trató de decirme algo. —Él no es... yo no...
No tenía idea de lo que decía, pero sabía que tenía que renunciar a su
sueño de ser una estrella de rock y convertirse en un actor, porque era
totalmente convincente.
Tal vez demasiado convincente.
Cuando Lewis se quedó congelado en el lugar y su primo me empujó un
poco más fuerte de lo necesario en la registradora, me di cuenta de que algo
salió horriblemente mal. O bien el hombre que sostenía un arma en mi espalda
no era el primo de Lewis o el primo de Lewis era un imbécil fingiendo una
escena de robo. Me inclinaba hacia la primera. Y me pregunté cómo me dejaba
convencer de estas cosas. Aunque no podía recordar ninguna circunstancia
particular en la que apestara en una situación ridícula, el escenario parecía
extrañamente familiar para mí. Como un viejo suéter o un par favorito de
pantalones.
Empecé a sentir pánico. Mientras la adrenalina inundaba mi sistema
nervioso, una calma se apoderó de la cara de Lewis. Una determinación. Un
desprecio por su vida. Y mi vida, para el caso.
Se levantó, apretó los dientes a extra firme, y se dirigió directamente
hacia nosotros, sus movimientos eran seguros. Estables. Calculadores. Y me di
cuenta de que había salteado sus sesos y se los comió con un buen Chianti.
—¡Quédate atrás! —gritó el hombre cuando notó a Lewis. Lo apuntó con
su pistola.
Francie gritó al darse cuenta de lo que sucedía. Shayla tapó su boca en
estado de shock. Pero Lewis siguió caminando, incluso con el arma
apuntándolo directamente. Justo en el corazón.
Existía la valentía, y luego ser suicida.
—¡Date prisa! —me gritó, manteniendo el arma apuntando en la enorme
criatura, como un oso viniendo por él.
Tenía que hacer algo antes de que Lewis fuera asesinado, pero ¿qué?
Oh espera. Le daría el dinero y él se iría. Bueno. Podría hacer eso.
Tomé mi llave y abrí la registradora. Dixie había sido robada más de una
vez, por lo que insistía en usar una registradora que requería una llave para
entrar en el cajón de efectivo.
El hombre me agarró del pelo y empujó mi cara hacia la caja. Ahora,
alardeaba.
—Pon el dinero en una bolsa —dijo.
No teníamos bolsas en la registradora, así que opté por una caja de
comida para llevar. No pareció importarle. Tomé efectivo en puñados y lo metí
en la caja de cartón. La adrenalina recorriendo mi cuerpo me causaba sofocos.
Sentí una línea de sudor recorrer mi labio superior y debajo de mis ojos. Más
aún cuando oí las sirenas en la distancia.
Alguien ya había llamado a la policía, y mi primera preocupación eran el
Sr. V y su familia. ¿Qué pasaba si sus captores pensaban que las autoridades
venían por ellos? ¿Qué iban a hacer?
Me encontraba sólo a la mitad de terminar—los billetes grandes estaban
escondidos debajo del efectivo—y Lewis se acercaba a milisegundos.
—Sigue, perra —le dijo el ladrón.
La determinación absoluta en la expresión de Lewis me hizo gemir en
voz alta. Aceleré, apresurándome para conseguir que el ladrón saliera de la
cafetera.
Justo cuando terminé y cerré la caja de comida para llevar, el arma se
disparó con un golpe ensordecedor, y mi vida pasó ante mis ojos.
11 Traducido por Mire
Corregido por Miry GPE

Fui dejada caer de bebé.


En una piscina de genialidad e incredibilidad.
(Camiseta)

O, bueno, el último mes de mi vida pasó ante mis ojos. Estaba lleno de
remordimientos y malas decisiones. Por ejemplo, totalmente debí haber comido
ese York Peppermint Patty que cayó en el piso de mi apartamento. La regla de
los tres segundos solo se aplicaba cuando otras personas se encontraban
alrededor. Nadie hubiera sabido que se quedó allí durante al menos un minuto
antes de que me diera cuenta.
No. No. Yo lo habría sabido. Yo habría tenido que vivir conmigo misma
y…
Parpadeé. Entrecerré los ojos. Parpadeé de nuevo. Nadie se movía. Nadie
se hallaba gritando o agachándose para escapar de los disparos. De hecho,
nadie hacía casi nada. Exploré la cafetería, los rostros congelados que nadaban a
mí alrededor. Todo el mundo parecía maniquíes colocados en una exposición
de arte en la experiencia americana. Mis oídos resonaban, probablemente por la
explosión, pero sonaba como si estuviera bajo el agua.
Luego, en un momento de claridad absoluta, mi mandíbula cayó hasta
mis rodillas. Detuve el tiempo.
¡Realmente era una viajera del tiempo!
Cerré los ojos. Esto me sacudió tan fuerte.
Mis párpados se abrieron de nuevo cuando todas las implicaciones de tal
regalo desfilaron por mi mente. Me pregunté de qué periodo de tiempo era en
realidad. No podía ser de hace mucho tiempo. No decía cosas como vuesa y
vuesarced, y supe cómo utilizar una cafetera desde el Día Uno como si
estuviera arraigado en mi ADN.
Pero era definitivamente una viajera del tiempo. Incluso conocía el
idioma. Mecánica cuántica. Hiperespacio. Condensador de flujo.
Infierno.
Sí.
Es por eso que nadie me conocía. ¡Probablemente todavía no nacía!
Me contoneé para salir del asimiento del ladrón. Finalmente
consiguiendo una buena mirada de él, tomé nota de todos los aspectos que
pude de su cara. Quería ser capaz de describirlo a un dibujante en caso de
surgir la necesidad.
La punta de la pistola tenía una ráfaga ardiente de polvo explotando
fuera de esta. Y un par de centímetros lejos, una bala flotaba en el aire. Parecía
surrealista. Enigmático. Incomprensible.
Caminé alrededor para examinar su trayectoria. Se dirigía directamente
hacia el corazón de Lewis. Dudaba que su primo realmente le disparara, pero
las probabilidades de un verdadero robo ocurriendo durante el mismo día que
planeamos uno falso eran astronómicas. Enigmático. Incomprensible.
Claramente el destino nos hacía una broma.
Por desgracia, no me hallaba del todo segura de qué hacer con algo de
esto. No era como si pudiera detener una bala. Pero tal vez no tenía que hacerlo.
Miré más allá de Lewis. Nadie saldría herido si la bala simplemente seguía su
camino. Podría romper la ventana y terminar en el callejón en algún lugar, pero
mejor eso que las otras alternativas.
Está bien. Esto podría funcionar. Todo lo que tenía que hacer era mover a
Lewis fuera del camino. Me acerqué a su lado, coloqué mis manos en su brazo
fornido, y empujé. No se movió. Al parecer, las cosas se encontraban atrapadas
cuando detenía el tiempo. Cuando lo doblaba a mi voluntad.
Clavé los tacones de mis botas hasta el tobillo y lo intenté de nuevo. Se
movió. No muy lejos. Tal vez un centímetro. Pero lo suficiente para hacerme
saber que podía. Empujé una y otra vez, con todas mis fuerzas hasta que le di la
vuelta y lo empujé fuera del camino de la bala a toda velocidad. Ahora se
paraba en un ángulo de cuarenta y cinco grados al suelo, lo que sería incómodo
cuando reiniciara el tiempo. Sin duda se caería. Podría vivir con eso.
Espera. Me detuve mientras otro enigma me golpeó. ¿Cómo reestablecía
el tiempo? ¿Y si no podía? ¿Y si me quedaba atrapada aquí? ¿Por siempre?
¿Perdida en un bucle de tiempo ineludible hasta que envejezca y muera?
Necesitaba ver Volver Al Futuro para conseguir consejos, pero ni siquiera podía
hacer eso. El pánico comenzó a instaurarse, y tuve que tomar respiraciones
profundas y calmantes.
Seguramente, si lo detuve, podía reestablecerlo de nuevo. ¿Qué tan difícil
podría ser? Pero antes de que intentara tal hazaña, tenía que hacer algo al
respecto con el ladrón mientras podía. Una idea me golpeó al instante. Me quité
el delantal. El material se puso rígido. Todavía era maleable, pero una vez fuera
de mí, se puso como una pieza flexible de plástico. Desafiaba la ley de la
gravedad y cualquier otra ley que pudiera ocurrírseme.
Me apresuré hacia el ladrón, lo amoldé a su cara, y lo até alrededor de su
cabeza. Sería suficiente para confundirlo cuando el tiempo regresara. Para
sacarlo de su juego. Moví el arma de sus dedos y la empujé hacia el suelo, junto
a Lewis.
Entonces retrocedí para examinar mi obra. Froté mis manos por un
trabajo bien hecho antes de revisar a los demás en las inmediaciones.
Los pocos clientes que teníamos se veían aterrorizados. Fueron
capturados a medio grito o a mitad de agacharse, tratando de resguardarse.
Cookie parecía más confundida que temerosa. Ella ingresaba una orden cuando
se desató el infierno.
Por extraño que parezca, Erin se quedó como una princesa guerrera. Su
mandíbula sobresaliendo. Sus piernas ligeramente separadas. Sus manos
apretadas en puños a los costados. Era como si tuviera toda la intención de
patear el culo del chico. Sentí una extraña sensación de admiración crecer en mí.
Una camaradería. Y de repente, quería ser su amiga. No como amigas que se
trenzan el cabello, pero sin duda más que enemigas mortales. Cualquiera que
pudiera hacer frente a peligros así merecía un vistazo más de cerca.
Shayla, la pequeña ninfa del bosque, se quedó en la estación de trabajo,
su cara la definición de sorpresa, una mano lanzada sobre su boca mientras
miraba con horror. Gritaba. El amor de su vida se encontraba en peligro.
También hubiera gritado.
Hablando de él...
Me acerqué a Reyes. Todavía se hallaba sentado en la cabina, sus rasgos
oscuramente hermosos llenos de ira, sus ricos ojos marrones brillando con esta.
Ahora era mi oportunidad. Me senté en el borde del banco junto a él.
Metí un rizo rebelde detrás de su oreja. Pasé las yemas de mis dedos sobre su
mejilla sombreada y mandíbula. Entonces, me incliné y presioné el beso más
pequeño en su boca plena.
—Te he amado por mil años —dije, porque parecía cierto. Desde el
centro de mi ser. Me encontraba tan atraída a él que dolía. Solo podía rezar que
superara a su ex algún día.
No. Eso estaba mal. Si debía rezar por cualquier cosa, sería por su
felicidad, no importaba con quién terminara. Si él la amaba, si fue dedicado a su
ex, entonces merecía tenerla. Con la condición de que ella también lo amara, por
supuesto.
A lo lejos, oí un estruendo bajo. Me giré hacia este. La tierra comenzó a
temblar bajo mis pies. Sonaba como un tren. Un tren de alta velocidad que tenía
toda la intención de estrellarse en la cafetería. Después de una revisión rápida
para asegurarme de que no había trenes a pesar del estruendo cada vez más y
más fuerte, me giré otra vez hacia Reyes. Él se había ido.
Sorprendida, me caí de la banca y aterricé en mi culo. Nadie más se
movió, ni un centímetro, pero Reyes se había desvanecido.
El sonido se hizo más fuerte. Podía sentir el profundo estruendo en mi
pecho. Una fracción de segundo antes de que el tren se estrellara contra mí, y el
tiempo—sí, era el tiempo rugiendo alrededor de mí—se recuperó en su lugar, vi
las alas existiendo de nuevo. En un revoloteo de suaves plumas blancas y
negras en la parte de abajo, un hombre apareció. Un hombre imponente con el
cabello oscuro, una expresión súper enojada en su rostro, y una espada en la
mano.
Retrocedí mientras caminaba hacia mí, la misma determinación que vi en
el rostro de Lewis en su expresión. Levantó la espada cuando se acercó, y un
grito salió de mi garganta.
Levanté una mano como para bloquear el golpe, la certeza de que todo lo
que iba a lograr era la pérdida de esa mano. Pero fue un reflejo. Una respuesta
automática a alguien cortándome en dos.
Un latido del corazón antes de que la balanceara, el humo apareció de
nuevo. El mismo humo que vi antes en la bodega. Se onduló y arremolinó
alrededor del ser. El ángel. Tenía que ser un ángel.
El ángel se detuvo, bajó primero la espada, y luego su cabeza. Mantuvo
un ojo cauteloso sobre el humo. Apretó su agarre en la empuñadura. Entonces,
para mi sorpresa, habló.
El lenguaje tenía vocales fuertes y consonantes suaves. Era antiguo,
elegante y sin contaminar.
—Muéstrate —dijo, y de alguna manera el hecho de que sabía un
lenguaje celestial se perdió en toda la otra mierda sucediendo.
La niebla negra ignoró la orden y continuó creciendo hasta que oscureció
mi visión del ángel por completo. Pero oí el sonido metálico de las espadas
incluso sobre el tren rugiente. Antes de que pudiera entender lo que sucedía, el
tren se estrelló contra mí. El tiempo se estrelló contra mí. Sentí como si hubiera
saltado de un alto acantilado y caía de bruces en el agua helada, la fuerza tan
discordante. Me quitó el aliento, pero en el último segundo, recordé que tenía
que estar con el ladrón.
Me puse de pie y corrí a través del despertar del tiempo. El movimiento
que empezó lento se desarrolló rápidamente hasta que, justo cuando me deslicé
en el lugar al lado del ladrón, se recuperó por completo.
La bala zumbó a través del cristal. No lo hizo añicos, pero la cafetería
ahora tendría un agujero de buen tamaño para cubrir.
Ante la imposibilidad de conseguir el equilibrio, Lewis tropezó y cayó
hacia atrás contra el duro suelo, pero mientras lo hacía, su mirada se fijó en la
pistola que apareció por arte de magia a su lado. Se abalanzó sobre ella y cerró
el puño alrededor de la empuñadura.
El hombre a mi lado luchó para sacarse la barrera en su rostro. En un
movimiento casi cómico, lo arrancó, y luego buscó frenéticamente el arma. Un
arma que ahora era sostenida hacia él.
—¡Al suelo! —gritó Lewis, y todos en la cafetería se dejaron caer al suelo.
Todo el mundo, menos el ladrón. Se quedó atónito, incapaz de entender lo que
acababa de suceder.
Retrocedí mientras Lewis avanzaba.
—Ponte jodidamente de rodillas —dijo, su tono repentinamente
amenazante.
Shayla corrió hacia nosotros, pero se detuvo en seco para que Lewis
hiciera lo suyo. Dejado con pocas opciones, el ladrón levantó las manos y
lentamente cayó de rodillas con incredulidad.
Los únicos que no cayeron al suelo fueron Erin, Shayla y Reyes.
¡Reyes!
Se hallaba justo donde lo dejé. La misma expresión dura en su rostro. El
mismo temperamento agrio. Sus músculos se tensaron mientras lo estudiaba. Su
mandíbula se apretó. Sus manos se cerraron en puños. Cuando bajó el brazo y
lo presionó a su lado, la comprensión me golpeó. Se encontraba herido. Una
mancha de color rojo oscuro se extendía sobre su caja torácica para empapar la
camisa que llevaba puesta.
Di un grito ahogado y me dirigí hacia él, pero su expresión se endureció
aún más. Se levantó del asiento y se dirigió a la puerta trasera. Quería correr
tras él, para revisarlo, pero no podía dejar que Lewis tomara al tipo malo solo.
Las sirenas se hicieron más fuertes, y me preparé para lo que estaba por
venir. Policías. Equipos de noticias. Curiosos en cada forma y tamaño. El centro
de atención no era un lugar en el que me gustaba estar, así que lentamente me
dejé caer en una silla y quise hacerme invisible. Dejaría que Lewis absorbiera
los rayos brillantes y me mantendría para mí misma tanto como fuera posible.
Dos horas más tarde, los policías habían tomado nuestras declaraciones,
detenido al tipo malo, y tanto felicitado como amonestado a Lewis por su
valentía-raya-terquedad. Él habría muerto si no hubiera detenido el tiempo.
¿O habría sido yo?
¿Tenía algo que ver con lo que pasó? Claramente existía algo más en
Reyes de lo que se veía. Incluso mi parte sobrenatural se inclinaba en eso.
Se las arregló para eludir a la policía. Nadie pudo decir con certeza que
se hallaba en la cafetería, excepto Francie y yo. Y ella no habló. Tuve que darle
sus puntos brownie por eso. No muchos. Tal vez, como, tres.
Cookie y yo nos sentamos juntas a través de la mayor parte de los
interrogatorios, junto con Bobert, quien llegó corriendo después del hecho.
Cookie se encontraba conmocionada. No hay duda de eso. Y sin embargo,
manejaba todo mucho mejor de lo que pensé que haría. Parecía más
preocupada por mí que de sí misma. Ahora que lo pienso, al segundo que
Bobert descubrió que ella se hallaba bien, también parecía más preocupado por
mí.
Quería preguntarle sobre el contacto del FBI, pero no me atreví a tocar el
tema frente a una sala llena de policías. Ian estaba entre ellos. Sin embargo, no
me dijo una palabra, así que allí realmente se hallaba un rayo de luz dentro de
cada nube oscura. Me asombré.
El caos que siguió al incidente rivalizaba con la de una visita
improvisada del presidente. Las calles se encontraban bloqueadas. Coches eran
buscados. Ni idea de por qué. Equipos de noticias se establecieron alrededor del
perímetro. Y todo el mundo dentro de un radio de ocho kilómetros fue
interrogado hasta la saciedad.
—Tenemos que ir a esa cosa de casa.
Me volví hacia Cookie. —¿Esa cosa de casa?
—La mansión. Pero solo si todavía estás dentro.
Ella trataba de alejar mi mente de todo. Para distraerme de que no me
sintiera deprimida y comenzara una ronda de tratamiento auto-mutilación. —
Vamos, entonces. Nos haremos la pedicura —le dije a Bobert con una voz
insinuante y lírica—. Estoy bastante segura de que quieres unírtenos.
—Estoy bastante seguro de que no —dijo, igualando mi voz cantarina. Se
inclinó y tomó mi mano—. Pero si necesitas algo, Janey... —Dejó la oferta
colgando en el aire y una hoja de papel situada en mi palma. Después de darle a
esa mano un apretón rápido, se puso de pie y se estiró—. Usted chicas,
diviértanse.
Lo vimos irse, y puse mi cabeza en el hombro de Cookie. —Me gusta.
—También a mí —dijo.
La voz de Francie interrumpió mis meditaciones. —¡Reyes! ¿Est{s…?
¿Todo está…?
Caminó por delante de ella, ignorando a un Ian ceñudo, y se dirigió
directamente hacia mí. Al menos, no fulminaba con la mirada. —¿Estás bien?
—Estaré de regreso —le dije a Cookie antes de sostener el borde de su
camisa y alejarlo de la aglomeración en medio de los ceños fruncidos de Ian
Jeffries. Cuando estuvimos en una zona relativamente libre de polis, levanté mi
mano a su lado. El lado que estuvo empapado en sangre.
Me permitió poner la mano sobre este, a duras penas, solo lo suficiente
para hacerle saber a lo que me referiría en mi siguiente pregunta. No se movió,
pero me miraba con la intensidad de una cobra.
—Yo debería preguntarte eso. ¿Estás bien? Y Reyes, ¿qué diablos pasó
hoy?
—Tú y tu amigo frustraron un intento de robo.
—¿Y eso es todo?
—Eso es lo que vi. —Se cernió sobre mí. Se duchó y, por la sensación de
ello, envolvió su herida.
Pensé en lo que le dije cuando el tiempo seguía detenido. Avergonzada,
bajé la cabeza para empujar un pedazo de zócalo suelto. —¿No viste otra cosa?
O, tal vez, ¿escuchaste algo más?
—¿Cómo qué?
Todavía tenía mi mano en su costado, cuidadosa de no presionar.
Extendió la mano y enganchó un dedo en la presilla en mis vaqueros. Se sentía
tan natural, tan pleno, el estar allí con él. De hablar con él como si lo hiciéramos
todos los días. Como si lo hubiéramos hecho todos los días durante años. Ni
siquiera el calor de la furia de Ian podía penetrar el calidez que obtenía de
Reyes.
Se acercó más. Lo vi avanzar un centímetro y me le acerqué tres.
—¿Qué debí escuchar? —repitió.
—Nada. Es... tonto. —Miré hacia él, suplicando—. Pero vi la sangre. —
Rocé mi pulgar sobre sus vendajes—. ¿Qué pasó? —¿Podría haber luchado
contra el ángel? ¿Cómo sería eso siquiera posible? No era como si tuviera una
espada colgando de su cinturón. Pero se hacía cada vez más difícil negar el
hecho de que se hallaba envuelto en la oscuridad. Caía encima de él. Agrupada
a sus pies. Y lucía exactamente igual que el humo negro que tomó a la mujer del
depósito. Que detuvo al ángel de cortarme en trozos pequeños.
Tenía tantas preguntas. Posiblemente lo más importante de todo, ¿por
qué demonios un ángel, un ser celestial, intentó matarme? Eso estuvo mal en
muchos niveles.
—Por favor, dime qué pasó.
Una sonrisa tiró de la comisura de su boca. —Tú primero.
Dejé caer mi mano y di un paso atrás. No podía. Todavía existía una
posibilidad de que estuviera tan loca como una cabra, y no tenía ninguna
intención de pasar el resto de mi vida encerrada en el manicomio de un
hospital. O, posiblemente peor, consumiendo un combinado de medicamentos
psicológicos a diario.
Soltó la presilla, entonces puso sus dedos debajo de mi barbilla para
inclinar mi cara hacia la suya. Pero no dijo nada. Solo examinaba. Estudiaba.
Pasó su pulgar por encima de mi boca. Causó temblores de hambre para
estremecerse a través de mí.
—Reyes…
—Esta es una escena del crimen —dijo Ian, su mano apoyada en su arma.
Volví a mis sentidos. Reyes dejó caer su mano, pero no miró a Ian, casi
como si supiera que eso lo enfurecería más. Reyes podría haber discutido.
Insultado. Atacarlo físicamente. Ninguna de esas cosas sería más indigno para
un hombre como Ian que ser ignorado.
Y chico, funcionó. La ira de Ian salió disparada de él como un rayo.
Reyes o bien no sabía, o no le importaba.
—Si no eres parte de esta investigación, tienes que irte.
Francie también nos miraba. Bueno, casi todo el mundo nos miraba en
este momento, incluyendo a Dixie. Ella estaba en el banco cuando todo se fue
abajo y volvió con una gran cantidad de luces intermitentes y unidades
policiales. Eso tenía que ser un poco desconcertante.
—Oficial, él trabaja aquí —dijo Dixie—. Yo le pedí que viniera a
ayudarme con algunas cajas de atrás.
Ian dio un paso más cerca de Reyes. —Entonces, ayuda.
—Gracias —dijo Dixie, tirando de la camisa de Reyes.
Reyes me guiñó un ojo, y luego obedeció a la mujer agobiada. Se
encontraba realmente preocupada por él, a pesar de que él no lo estuviera.
Todavía me hallaba recuperándome del guiño cuando Ian se acercó a mi
lado. Me dirigió una mirada de cachorro. Una expectante. Me dio la sensación
de que pensaba que caería en sus brazos con alivio de que la terrible experiencia
hubiera terminado. Que vino en su día libre para verme. Que yo ahora estaba
incluso más en deuda con él y no podía negar el hecho de que le debía la vida
sin importar lo loco que era.
—Discúlpame —le dije, un borde afilado en mi voz.
Divisé a Francie y quería saber si algo funcionó. Si no se enamoró de
Lewis ahora, uno de los hombres más valientes que conocía—y uno de los
únicos hombres que conocía—entonces simplemente no estaba allí. No podías
forzar a otra persona a gustarte. Nadie podía. Tomé a Ian como un buen
ejemplo de ello. Pero si no veía lo que se hallaba frente a ella, no lo merecía de
todos modos.
—¿Qué piensas de Lewis? —le pregunté a Francie.
Se encontraba apoyada contra el mostrador de bebidas, escribiendo un
texto en su teléfono.
—Bastante valiente, ¿verdad?
—Por favor —dijo—. Sé lo que estás haciendo. Esto no cambia nada. —
Me ofreció su mejor sonrisa. Era muy bonita. Justo antes de que me dejara allí
de pie, susurró—: El juego empieza, perra.
Oh-oh. Tenía la sensación de que acabábamos de convertirnos en
enemigas. Oh, bien. Cada chica necesitaba un equilibrio armonioso entre el bien
y el mal en su vida. De lo contrario, nos tomaríamos todo por sentado. Y si
pensaba que iba a arrebatar a Reyes de mis pequeñas calientes manos, el juego
más que definitivamente empezaba. No podía luchar contra un fantasma, un
amor perdido que rondaba a Reyes noche y día, pero podía luchar contra una
pelirroja que se preocupaba más por su cabello que por el medio ambiente,
ventaja de diez centímetros o no.
Hablando de valiente, traté con Erin a continuación. Todavía teníamos
que hablar del debacle de la imagen, pero sacudió toda esa cosa del hombre
agitando una pistola. Pensé que iba a derribarlo por un minuto. Puede que no
hemos estado en buenos términos, pero nada une a la gente como la tragedia.
Me acerqué a ella, con una sonrisa tímida en mi cara.
—Ni lo intentes —dijo antes que pronunciara una sílaba. Se dio la vuelta
y se alejó rodando los ojos.
Dejé que un suspiro escapara de mis labios. Tal vez eran dos tragedias.
Me preguntaba cómo lo llevaba Lewis y lo encontré en el depósito,
sentado en el catre, con una furiosa hada Shayla atendiendo su codo hinchado.
Aterrizó sobre él cuando cayó.
—Espero que tu brazo se caiga —dijo ella, su lado luchador emergiendo
bajo toda la presión.
La mirada que Lewis le dio me hizo creer que todas las cosas eran
posibles. Se enamoró de la peor manera. Me quedé aturdida. ¿Tomó algo como
esto para que él la viera? ¿Quién lo hubiera pensado?
Solo podía esperar que no fuera demasiado tarde. Ella parecía muy
enojada.
Las lágrimas llenaron sus ojos azules cristalinos, ojos tan claros que casi
parecían transparentes. Añadido a esto una pequeña nariz pecosa y una boca en
forma de arco, y tenías una hermosa hada. Era unos sesenta centímetros más
baja que él, pero eso haría de su convivencia en pareja todo más lindo. Veía
buenas cosas viniendo de esto.
—¿Quieres que mi brazo se caiga? —preguntó, haciendo una mueca
cuando le dio un golpe con una bolsa de hielo.
O no.
—¿Por qué? No sería capaz de tocar más. Something Like a Dude me
necesita.
Se dio la vuelta y se alejó de él, una chispa brillante de ira iluminando la
habitación. Para mí, al menos.
Cuando caminó de nuevo hacia él, golpeó su brazo con un puño del
tamaño de una muñeca.
—Auch —dijo él, frotándose el lugar a pesar de que no podía haberlo
herido tanto. Mientras se hallaba confundido, también se encontraba
desesperadamente intrigado.
Ella lo golpeó de nuevo. Entonces de nuevo, sus golpes apenas haciendo
contacto. Todo era para el espectáculo, una salida para filtrar su ira. Sus
sentimientos de impotencia.
Él levantó una mano para detenerla y en su propia defensa dijo—: Pude
haber muerto hoy.
Equivocado. Las lágrimas se deslizaron más allá de sus doradas pestañas
y sobre sus mejillas pecosas. Manoteó su mano y lo golpeó de nuevo, su
frustración palpable.
En un movimiento que lo sorprendió incluso a él, se inclinó y la atrajo
toscamente hacia sus brazos. Ella luchó contra él al principio, luego hundió su
cara en su pecho y lo abrazó. Sus hombros se sacudieron suavemente, y él besó
la parte superior de su cabeza.
Me alejé, reacia a empañar este hermoso momento con chocar puños y
gritos de éxito sin importar lo mucho que quería celebrar esta pequeña victoria.
Lo tomaría. Las victorias eran buenas sin importar cuán pequeñas eran.
Dixie realmente puso a Reyes a trabajar. Se encontraba ocupado
reorganizando su oficina, la desvergonzada, y yo me preocupaba por su herida.
Por su oscuridad. Y por el beso que le di. ¿Realmente se encontraba congelado
en el tiempo como todo el mundo? ¿Fue solo un acto? Moriría si lo fue. Me
arrastraría bajo la mesa y marchitaría. Profesé mi amor. Dije que lo había amado
durante mil años. ¿Cuán increíblemente patético era eso?
Totalmente necesitaba un día de chicas. Cookie lo entendería. Era una
psíquica, después de todo. Seguramente podría decirle sobre mis... dones.
Seguramente podría ayudarme a asesorarme sobre qué hacer con el señor V.
Con su familia. Con Reyes.
Quiero decir, sabía lo que quería hacer con Reyes, pero tal vez ella sabría
lo que él era.
Por favor, no seas malvado. Por favor, no seas malvado. Por favor, no
seas malvado.
Afortunadamente, los policías no tomaron mi dinero de propinas como
evidencia. Saqué las ganancias de mi día para ver cuánto podía gastar y cuánto
necesitaba guardar—ese teléfono no iba a comprarse solo—y encontré los cien
ubicado entre los billetes más pequeños. Lo saqué, planeando romperlo, pero
me di cuenta que estaba escrito en el otro lado. Alguien escribió a través de este
con lápiz, tan ligero que apenas podía leerlo, por lo que lo levanté al sol
filtrándose en la ventana de nuevo.
Allí, escrito en francés, estaban las palabras Je t'ai aimée pendant mille et
un. —R.
Me quedé quieta. Lo leí de nuevo. Y otra vez. Je t'ai aimée pendant mille et
un. —R.
Te he amado por mil y un años. —R.
Me di la vuelta, corrí de vuelta a la oficina de Dixie, pero él se había ido.
12 Traducido por Marie.Ang
Corregido por Sandry

Señales que indican que has bebido demasiado café:


Tus ojos se quedan abiertos cuando estornudas.
(Meme de internet)

Cookie y yo conseguimos pedicuras y mocha lattes muy grandes. Sin


embargo, por su cuenta. Insistió. No estaba segura de que yo alguna vez
hubiera tenido una, pero sabía condenadamente bien que una pedicura se
convertiría en una de mis rutinas semanales. El teléfono podría tener que
esperar. Aparentemente, estaba hecha para ser mimada.
Después de que mis uñas de los pies se tornaran de un bonito color
mocha, lo que bizarramente hacía juego con los ojos de Reyes, condujimos a la
mansión Rockefeller. Estuvimos hablando sobre ir ahí por dos semanas, pero la
mansión solo abría ciertas veces durante el año. Afortunadamente, Cookie nos
puso en una lista, y cuando los cuidadores daban un tour especial a un grupo
de tercer grado, llamaron y nos invitaron a unírnosles.
Cookie se encontraba un poco preocupada por los niños, pero eran de
tercer grado. Le aseguré de que podía encargarme de ellos si era necesario. Y
tenía la seguridad de que podía. Mientras no se unieran contra nosotras,
estábamos bien.
La mansión en sí misma, un Punto de Referencia Histórico Nacional, era
absolutamente sorprendente. Los Rockefelles habían completado la
construcción del Kykuit—‚puesto de observación‛ en holandés—en 1913.
Asentada al norte de Sleepy Hollow, era una extensa mansión de piedra de
cuarenta habitaciones con hermosa arquitectura e increíbles jardines. Cada
cuarto al que entrábamos me arrancaba un pequeño gemido de éxtasis.
Afortunadamente, los niños eran geniales. Además de unas pocas
miradas extrañas, y un niño informándome de que sabía cómo satisfacer a una
mujer—¿En serio? ¿Esa mierda empezaba en tercer grado?—pasamos un rato
maravilloso mirando todo el mobiliario y obras de arte.
—Tengo que empezar a guardar mis propinas —le dije a Cookie—.
Quiero esto. —Levanté mis brazos e indiqué mis alrededores con el entusiasmo
de la inspiración.
—¿Quieres este baño? —me preguntó. Nos encontrábamos en el cuarto
de baño en ese momento—. Conozco a un buen decorador. Él puede hacer que
tu cuarto de baño luzca como este.
—No. Lo quiero todo. Algún día.
—¿Si? Esto arrasaría, pero no estoy segura de que de verdad sea tu estilo.
—¿Por qué no? ¿Crees que no tengo suficiente sangre azul?
Arrugó la nariz ante la idea. —Creo que no tienes suficiente espíritu
competitivo. O suficiente arrogancia. Escuché que John D. Rockefeller Jr. lo
construyó solo porque su hermano construyó un inmueble de doscientas
cuarenta habitaciones cerca.
—Oh. Podría haber estado de acuerdo contigo si no fuera por la
pedicura.
Se rio entre dientes mientras se espolvoreaba la nariz. —¿La pedicura?
—Sí. Me has arruinado, y me introdujiste a las cosas más finas de la vida.
Necesito ser mimada. Que alguien me haga las uñas. Que me masajeen los pies.
—Creo que conozco a alguien que te masajearía los pies gratis.
Una pequeña emoción me subió por la columna al pensarlo. —No lo sé,
Cook. Creo que está bastante enganchado por su ex.
—Lo sé, pero está tan interesado en ti, que es irreal. Seguro que puedes
verlo.
—Seguro que puedo, pero eso no lo hace estar menos enganchado de su
ex. —Me incliné más cerca del espejo, preguntándome de dónde vinieron los
círculos oscuros. Probablemente producto de mi noche en un auto. Con un gato.
Y una chaqueta de Reyes. Entonces, no era así de malo—. Espero que ella sea
una perra total. De esa manera, él puede superarla más rápido.
Sacudió la cabeza y cerró su polvera. —De acuerdo, soy tan sexy que voy
a salir ahora.
—A fumar.
—Aw… —Chocamos los cinco, ignorando a la chica lavándose las manos
y que llevaba suficiente maquillaje para ir a un club con nosotras.
—¿Estás segura de que estos niños son de tercer grado? —le pregunté a
Cookie.
—Eso es lo que me dijeron.
—Está bien. Sólo lo comprobaba.
—Entonces, ¿ahora qué? Estoy famélica.
Terminamos nuestro recorrido y salimos. —Comida buena —dije,
haciendo mi mejor personificación de un Neanderthal—. Sólo necesito hacer
pipí. Saldré en un segundo.
—Vale. Quiero sacarle una foto a una mesa que vi en el gran salón. ¿Te
encuentro afuera?
—Estaré ahí a tiempo.
Cookie se fue, y entré a uno de los dos cubículos que instalaron para
acomodar a los turistas. No podía imaginar que los Rockefellers necesitaran
cubículos.
Cuando me puse de pie para subirme los vaqueros, algo me dio un
empujoncito. Caí sobre el inodoro con un chillido y alcé la mirada para
encontrarme con la boca de un caballo. Jadeé cuando empujó más dentro del
cubículo y me olisqueó el cuello. Era de un hermoso marrón con grandes ojos
café y pestañas tan largas como mis meñiques.
—Oh, dios mío —dije, dándole palmaditas en la nariz y abrazándolo—.
¿No eres una bonita —Miré por la rendija en un lado de la puerta—chica? Sí, lo
eres.
Relinchó y movió la cabeza. —Sí, lo eres. Voy a acariciarte y a mimarte y
a llevarte a casa. Tengo una bola de pelos vibrando con energía que le
encantaría conocerte.
Me di cuenta en ese momento que había una chica en el cubículo de al
lado.
—Misty —dijo, hablando suavemente mientras yo besaba la nariz del
caballo—, creo que la señora en el cubículo de al lado le está hablando a su
vagina.
Aspiré aire con horror. —¿Escuchaste eso? Te llamó vagina. Eso está tan
mal. Tan, tan mal.
Asintió de nuevo en acuerdo, resoplando una ráfaga de aire aunque
disgustado. Era absolutamente adorable. Y era mi primer caballo muerto.
—De acuerdo, tengo que subirme los pantalones ahora. —Ponerse de pie
en un pequeño cubículo con un caballo ocupando la mayoría del espacio era
más fácil decirlo que hacerlo. Al final, conseguí subirme los vaqueros y abrir la
puerta, en donde me encontré cara a cara con, lo que se supone que era, un
jinete sin cabeza.
Mi mirada se disparó más allá de las botas de montar negras, pantalones
negros, y una ondeante capa negra hacia el rostro del jinete. O donde debería
haber estado el rostro. El espacio sobre el cuello en donde uno usualmente
encuentra una cabeza estaba vacío.
Grité y me caí hacia atrás. El caballo se encabritó, luego retrocedió unos
preciosos pasos. Era suficiente para mí para apresurarme a pasar y correr por
mi vida. Corrí a través de la tienda de regalos y salí por la puerta principal,
preguntándole a nadie en particular—: ¿Me estás tomando el pelo? ¿Me estás
jodidamente tomando el pelo?
El jinete sin cabeza no me siguió, gracias a Dios. Reduje la velocidad de
mis pasos mientras descendía por las escaleras exteriores y me obligaba a
calmarme. Mirando hacia atrás cada pocos segundos, fui al auto, un híbrido
cobrizo, para esperar a Cookie.
—Ahí estás —dijo cuándo me encontró—. En serio necesitas un teléfono.
Pensé que todavía estabas adentro.
—No. —Cambié de peso de un pie al otro esperando a que desbloqueara
las puertas. Cuando lo hizo, prácticamente me zambullí en el interior.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó cuándo se subió.
—Sí.
De verdad necesitaba darse prisa.
—De acuerdo. Oh, ¿escuchaste un grito?
—No. ¿Alguien gritó? Eso es raro.
—Sí, lo es. —Su tono se encontraba lleno de sospecha.
—Digo que vayamos a un lugar lejos para comer. Como Manhattan.
Tras una risita, encendió el auto y retrocedió. —Eso nos llevaría un rato.
¿Qué hay de ir a algún lugar en Tarrytown?
—De acuerdo.
Hablamos todo el camino hacia el restaurante, el que era un pintoresco
agujero pequeño en la pared con increíble comida. Lo descubrimos por
accidente un día mientras andábamos comprando chanclas. En la nieve.
—Entonces —me dijo, poniéndose más seria—, ¿vas a decirme lo que
sucedió ahí?
Quería pasar la tarde con ella, decirle todos mis secretos sucios, pero
¿cómo podía hacerle eso? ¿Cómo podía presentar el mundo que veía a alguien
que no podía y luego esperar que esa persona no fuese cambiada? ¿No fuese
afectada? No es que me creyera.
Incluso con todo eso, empezaba a sospechar unas pocas cosas. Me tragué
toda la historia sobre su amiga Charley y cómo desapareció, pero todavía sentía
que me ocultaba algo. Como si supiera más de lo que dejaba ver. Y si mis
sospechas eran ciertas, estaba a punto de conseguir un montón de respuestas.
Existía una forma garantizada de conseguir esas respuestas: la amenaza
de violencia física.
—Te diré qué —dije, optando primero por la negociación. Si eso no
funcionaba, entonces la violencia—. Te diré todo si eres recíproca.
La ansiedad subió en su interior, pero la pasó con una brillante sonrisa y
dijo—: ¿A qué te refieres?
Me incliné para acercarme. —Sabes algo. Sobre mí. Puedo decirlo.
—¿Qué? —Alisó la servilleta sobre la mesa—. No sé de lo que estás
hablando.
—Creo que sí. —Levanté mi cuchillo de mantequilla—. Perra, te cortaré
—dije con los dientes apretados.
Jadeó. Se llevó una mano al pecho. Su pecho subió. —No, por favor. Juro
que no sé nada.
Maldición. Solté un lento suspiro de decepción. —Ni siquiera estás
asustada.
—Sí que lo estoy —me aseguró con un asentimiento.
—Oh, Dios mío, no es así. —Dejé el cuchillo en la mesa—. Ni siquiera
estás remotamente asustada.
Dudó. Me mordió el labio inferior. —Seguro que sí.
—Eres, como, la peor actriz.
Bajó la cabeza con vergüenza. —Sí. Soy horrible. Siempre lo fui. Una vez
me abuchearon para que saliera del escenario.
—¿Broadway?
—Jardín Infantil.
—Dios. Eso es… duro.
—No, fue malo. Mi agente tuvo que dejarme ir.
—¿Tenías un agente? ¿En el jardín infantil?
—Sí, bueno, ella no estaba en el jardín infantil. Era mi mamá. Fue una
agente talentosa en Hollywood durante años.
—¿Tu madre fue una agente talentosa?
—Sí.
—¿Y te dejó ir?
—Sí. No personalmente, sólo profesionalmente.
—Cook, lo siento tanto.
—No, confía en mí. —Le dio una palmadita a mi mano para apaciguar
mis dudas—. Fue para mejor.
—Pero, ¿por qué no estás asustada? Podría ser una asesina en serie.
—Estoy bastante segura de que no eres una asesina en serie.
—No lo sabes. Diablos, ni siquiera yo lo sé.
—Lo sé.
Y eso me trajo de nuevo a mi punto. Me incliné más cerca, dejando que
se extendieran varios segundos de tensión alrededor de nosotras, entonces
pregunté—: ¿Sabes quién soy?
Apretó los labios, un reflejo involuntario, luego los relajó. —Sí —dijo, su
tono resignado, y un picor de electricidad subió por mi columna—. Eres mi
mejor amiga.
No mentía, pero eso no fue lo que pregunté.
—¿Cuál es mi nombre?
Con la suavidad de una cierva besando a su cervatillo, tomó mi mano. —
Hoy, eres Janey Doerr. Pero no puedo decir quién serás mañana. Quién serás la
semana que viene. Puedo decirte que, sin importar quién eres o en quien te
conviertas, siempre te amaré.
De nuevo, estaba diciendo la verdad. Me decaí bajo el peso de la
esperanza perdida.
—Cariño, ¿piensas que sé quién eres? ¿Quién realmente eres?
Levanté un hombro porque ya no tenía la energía para levantar ambos.
—¿Sí?
—Sé que eres amable. Sé que era una buena persona y que sin importar
quién fuiste en tu pasado, sin importar en quién te convertirás, eres increíble.
Eres especial, Janey. Dios no hace a alguien como tú sin una razón. Estás aquí
por un propósito. Un maravilloso y hermoso propósito, y algún día recordarás
lo que es.
Mantuve los ojos bajos mientras la incomodidad calentaba mis mejillas.
Sospeché de esta increíble persona, la única persona en mi vida en la que de
verdad confiaba, y la acusé de engaño. Se dio tan libremente, y yo me escondí,
escapé y hundí la cabeza cada vez que me encontraba con alguien en necesidad.
Dios mío, apestaba. Tragué saliva y la miré de nuevo.
—Lo siento, Cook.
Apretó mi mano. —¿Por qué?
—Por interrogarte así. Pensé…
—¿Pensaste qué, cariño?
—Es estúpido.
—Janey, nada que puedas decir me sorprendería.
Bajé la voz a un susurro de nuevo. —Está bien, voy a soltarlo. ¿Eres
psíquica?
La conmoción en su rostro me dijo bastante que fui en una dirección que
nunca pensó. Si era una psíquica, ¿no vería todo lo que venía? Quizás no
funcionaba de esa forma.
Tomó un sorbo de su moscato, se ahogó un poco, luego dijo—: Corazón,
¿por qué piensas que soy una psíquica?
—Porque trabajas con la policía pero no tienes la habilidad perceptible
que explicaría por qué.
Luchó contra una sonrisa. La sonrisa ganó. —Umh, gracias.
—No, no me refiero a eso de una mala manera. Es sólo que, nada te
sorprende. Es como si supieras cosas. Las ves venir.
—O no soy tan fácil de sorprender.
—Pero sí lo eres. He notado que las cosas te sorprenden todo el tiempo.
—¿Cómo qué?
—Como la vez que ese hombre te ofreció un dólar con cincuenta por un
encuentro amoroso. Te sorprendiste.
—No me sorprendí. Me sentía insultada. ¿Un dólar con cincuenta? ¿En
serio?
—Buen punto. Pero cada vez que derramas agua en los regazos de los
hombres, estás sorprendida.
—Cierto.
—Sin embargo, cuando un tipo intenta robar el lugar y dispara un arma,
estás tan calmada como un paciente anestesiado.
—Oh. Eso. Bueno… —Tuvo que pensar en ello—. Simplemente tengo un
alto… umbral de peligro.
Y así era. —Entonces, ¿es eso? ¿De verdad no eres psíquica?
Dobló las manos sobre las mías. —De verdad no soy psíquica. Ayudo a
la policía, mayormente a Robert, con búsqueda de información.
—Oh. —Era mi turno de estar sorprendida—. Eres una consultora de
búsqueda de información.
—Sí. Aunque desearía ser psíquica.
Sus emociones cambiaron en un instante y se volvieron confusas. —¿Por
qué?
—Podría ayudar a mi amiga perdida si lo fuera. Y… —Me golpeó con su
mirada severa—… sabría m{s de ti. No me cuentas nada. Incluso cuando est{s
herida. Siento que no confías en mí.
Eso picó. —Lo siento. Mi vida está realmente jodida.
—Oh, no eres tú, ¿soy yo? ¿Ese tipo de cosa? Y por supuesto que está
jodida. Despertaste en un callejón con amnesia retrógrada. Pero si te abrieras a
alguien, si le contaras a alguien por lo que estás atravesando, ayudaría.
Quería contarle. Quería confiar en alguien. Pero al mismo tiempo, ¿la
perdería? ¿Pensaría que estoy loca y me botaría como a una mala cita? —Cook
—dije, removiéndome en el asiento—. Soy diferente.
—¿Diferente, cómo?
—No lo sé. Es sólo, hay algunas cosas en este mundo de las que no
quieres saber.
—Seguro que sí.
—No, no quieres.
Se inclinó hacia mí, una sonrisa en su bonita cara. —Pruébame. —
Cuando aún dudaba, dijo—: Charley, sabes que puedes decirme lo que sea. Sé
que sólo hemos sido amigas por un mes, pero eres la mejor amiga que jamás he
tenido.
¿Podía? ¿Me atrevería? Quizás si empezaba con algo pequeño. —De
acuerdo, ¿sabes que algunas personas pueden escuchar cosas que otro no?
¿Como si tuviera excelente audición?
Asintió.
—Y sabes que algunas personas pueden ver cosas que otros no. ¿Al igual
que cuando una persona puede tener una visión 20/20 mientras que otra tiene
50/80?
—Sí —dijo, arrastrando la palabra como si estuviera tratando de
descubrir a donde iba.
—Bueno, yo puedo ver y escuchar cosas que otros no pueden.
—Oh. Está bien. ¿Entonces tienes una muy buena visión nocturna?
—Algo así. No exactamente. —Me senté hacia atrás cuando el camarero
nos trajo la comida. Después de que se fue, tomé un bocado, rodé los ojos en
éxtasis, luego continué—: Puedo ver otras cosas.
—Espera —dijo, tomando un sorbo de agua para bajar la comida—, ¿tú
eres psíquica? ¿Es eso lo que me estás diciéndome?
Enderecé los hombros, pensando. —Bueno, quizás, de una manera.
—Vaya. ¿Qué tipo de cosas ves?
Y ahí llegamos. —Veo, ya sabes, cosas como gente muerta.
Asintió, fascinada pero ni un poquito sorprendida. O no me creía, o era
de más mente abierta de lo que esperaba. Apreté los labios. —No estás ni un
poquito sorprendida. O no me crees, o eres de más mente abierta de lo que
esperaba.
—Mente abierta —confirmó—. Janey, podré no ser psíquica, pero es
divertido que salgas con estas cosas. Tengo una prima que lo es, bueno, está
m{s loca que una cabra, pero también ve cosas. Es auténtica, y… —Bajó la
cabeza cuando un sonrojo de vergüenza se filtró en su cara—. Y nadie le creyó.
Nadie estuvo ahí para ella. Incluso después de que nos advirtió de un destino
inminente y sus predicciones vinieron, sus padres la pusieron en una
institución. Pr{cticamente creció ahí. Y ahora… ahora no tiene habilidades
sociales. Nadie con quien pueda hablar. Es horrible.
—No tenía idea. Lo siento tanto, Cook.
—No, está bien. Gracias, pero mi punto es que, nunca dudaré de un
talento verdadero de nuevo. Si puedes ver gente muerta, puedes ver gente
muerta.
—¿De verdad me crees?
—Con todo mi corazón.
El peso que andaba acarreando se desvaneció en un instante. Me creía.
Podía sentirlo en sus huesos. Sorpresivamente, las lágrimas picaban en el fondo
de mis ojos. No tenía idea de lo mucho que quería hablar con alguien sobre
todo esto hasta este momento.
—Oh, cariño —dijo, sus propios ojos con lágrimas. Me jaló en un
incómodo abrazo sobre la mesa—. Ahora que esta muralla la derribamos,
cuéntame todo.
Parpadeé en su dirección. —¿Todo?
—Todo.
Así que lo hice. Le conté que sentía las emociones de otros. Que veía otro
mundo más allá del nuestro. Un mundo volátil en donde las criaturas
sobrenaturales realmente existían. No le conté sobre Reyes. Ni siquiera de Osh.
Sentía que esa era su historia para contar. No la mía. Pero sí le conté sobre el
demonio en el señor P y el ángel que trató de matarme. El humo envolvente.
Pareció enfocarse en un aspecto específico de mi historia. —¿Otro
mundo? ¿Como si lo vieras dentro del nuestro?
—Sí.
—¿Y está a nuestro alrededor?
Asentí.
—Vaya. —Se echó hacia atrás en su silla, la frente surcada al pensar—.
Eso es nuevo.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, ya sabes, en general. No es algo que escuches todos los días. —
Tras un momento de contemplación, preguntó—: ¿Algo más?
—Sí. Sé, como, ocho idiomas.
—De ninguna manera.
—Y —continué—, puedo detener el tiempo. —Eso podría haber sido
presionar, pero parecía llevarlo bien—. Y —continué de nuevo—,
aparentemente los difuntos pueden pasar a través de mí.
—Bueno, sí, sus fantasmas.
—No, me refiero a pasar a través de mí a través de mí. Como los pollos
que cruzaron el camino.
—Para llegar al otro lado —dijo—. Janey, ¿sabes lo que significa esto?
Resoplé. —Absolutamente sé lo que significa. Permanecer tan lejos de la
gente muerta como me sea posible.
—Bueno, eso no es lo que iba a decir.
—Eso es porque nunca has tenido a una persona muerta jugueteando a
través de tu cerebro.
—Cierto. No que lo sepa, al menos.
—Es algo que no quiera que jamás jamás jamás vuelva a pasar.
—Entendible.
—¿Cómo es que estás aceptando todo esto?
—Lo haces sonar tan fascinante.
—¿Incluso la cosa del jinete sin cabeza?
El rostro de Cookie se suavizó más. —Incluso la cosa del jinete sin
cabeza, aunque dudo que dormiré algo esta noche.
—Lo siento.
—No. Estoy bien. Soy una chica grande. Tengo bragas de chica grande.
Me las pondré y estaré bien.
—No lo entiendo. Oh, lo dices metafóricamente —dije cuando lo
comprendí.
—¿Sabes cómo le dicen a esto?
—¿Manzanatinis?
—Pastel de manzana.
Me reí suavemente. —Incluso mejor.
13 Traducido por rihano & Vane Farrow
Corregido por Marie.Ang

Un hombre disléxico se tropieza con un sujetador…


(Camiseta)

Cookie me dejó en mi apartamento. Tuve que alimentar a la bola de


pelos antes de regresar a la cafetería para utilizar el ordenador de Dixie. Los
únicos productos electrónicos que tenía eran un viejo televisor que pesaba tanto
como yo y un reproductor de DVD que se ponía demasiado caliente después de
unos cuarenta y cinco minutos, momento en el cual tenía que parar la película
para dejar que se enfriara. Lamentablemente, ni tenía Internet.
Entré en mi apartamento y fui atacada inmediatamente por un gato gris
peludo y un precioso, aunque fallecido, Rottweiler. Se estaban llevando a las
mil maravillas. ¿Quién sabía que los gatos podían ver a los difuntos?
Después de colgar la chaqueta de Reyes y subir el termostato, le ofrecí a
Irma un saludo en vano, fui a la cocina y serví leche de cabra en un platillo para
la descendencia felina de Satana. Tal como sabía tantas otras cosas en mi vida,
sabía que no tenía que darle su leche regular, comprada en la tienda. Como
sabía cómo funcionaba un reproductor de DVD. Encender una secadora de
ropa. Cocinar macarrones con queso. Cosas de todos los días eran una segunda
naturaleza. Mi vida, sin embargo, no lo era. No tenía sentido.
Estaba en la T ahora, así que pasé a través de algunas mientras Satana
comía.
¿Tamara? No.
¿Tasha? No.
¿Teresa? No.
Seguí a través de tantas T como podía pensar mientras Artemis tiraba del
muumuu3 de Irma y yo limpiaba la cocina. Necesitaba un buen fregado. Por
otra parte, también yo. Pero cuando entré en el baño, me detuve en seco.
Algo no estaba bien. Alguien había estado allí.
Anoche, mientras me congelaba en el asiento trasero del Fiesta de Mable,
me había dado cuenta de que mi arrendador podría haber sido el que entró y
cambió la bombilla. Así que podría ser explicado fácilmente. Pero esta vez, mis
cosas fueron trasladadas al baño. Siempre mantenía mi pasta de dientes en el
cajón de mi derecha, pero se encontraba en el mostrador. El frasco de perfume
que tenía, el que mantenía en la esquina derecha, ahora estaba junto al lavabo.
Pequeñas cosas que tendían a ponerme en el borde. Tomé una profunda
respiración y traté de encontrar una explicación factible. No podría haber sido
Ian. Había tomado la llave. Por otra parte, ¿quién sabía cuántas hizo? O tal vez
tenía una herramienta para abrir cerraduras. Los policías a veces lo hacían. Aun
así, mi casero podría haber entrado y trabajado en el fregadero. Este había
estado drenando lentamente. ¿Trabajó en él y tuvo que mover mis cosas en el
proceso?
Traté de no preocuparme demasiado. Podría haber cualquier número de
razones para que mis cosas estuvieran fuera de lugar. Demonios, incluso Satana
podría haber saltado y… ¿qué? ¿Se roció un poco de perfume? ¿Cepilló sus
dientes? Lo siguiente sería que estaría usando mi hilo dental. Admítelo,
probablemente no era ella.
De cualquier manera, suficiente de preocuparse. Suficiente de jugar a la
víctima asustada de un acosador potencial. Sólo tenía que ser inteligente.
Prestar atención a mi entorno. Quedarme en las áreas bien iluminadas.
Contratar a un guardaespaldas durante todo el día. Tendría que buscar en las
páginas amarillas por un servicio de guardaespaldas con descuento.
Me di una ducha con la puerta del baño cerrada y una silla metida bajo la
manija. Se sentía maravillosa. La ducha. No la silla. Artemis persiguió los
chorros de agua. Satana maulló y se quejó por estar encerrada dentro después
de que fuera la que insistió en venir. Además olió cada objeto en la habitación
durante dos minutos antes de pasar al siguiente.
Me cuestioné acerca de llamar al número que Bobert había colocado en
mi palma. Tendría que hacerlo desde la cafetería, pero iba a volver de todos
modos. ¿Debía correr el riesgo? ¿Tenía derecho a hacerlo? Evidentemente, el Sr.
V no quería que me involucrara, pero él estaba en peligro. La frustración corría
a través de mí.

3 Vestido que usan las mujeres hawaianas.


Después de ponerme ropa limpia, comprobé todas las ventanas para
asegurarme de que se encontraban cerradas, tomé la chaqueta de Reyes, y me
dirigí hacia la puerta.
—Volveré pronto —le dije a Artemis y Satana—. No molesten a Irma. Lo
digo en serio. Ustedes dos jueguen bonito.
Le pasé la bolsa con sobras que había traído a casa desde el restaurante a
James, luego regresé a la casa de Mable. No tenía planeado pedirle prestado el
coche de nuevo, pero hacía tanto frío y me sentía tan cansada después de pasar
horas en él la noche anterior que cambié de opinión.
Desafortunadamente, ella ya estaba en la cama. Aún tenía una llave para
el coche, pero nunca lo tomaría sin su permiso.
—Bueno —le dije a la niña que me había estado siguiendo desde que
Cookie y yo dejamos la mansión Rockefeller. Tenía una maraña de pelo rubio
colgando por la espalda y llevaba pijamas con Tarta de Fresa en ellas—. Creo
que caminaremos.
Acunaba una muñeca contra su pecho y acariciaba su cabeza calva, sus
ojos muy abiertos mientras me estudiaba. Me imaginé que hablaría cuando
estuviera lista. Lamentablemente, no le tomó mucho tiempo prepararse.
—Jessica dijo que perdiste tus canicas. —Se mantuvo a un metro y medio
detrás, como si fuera a darme un gran rodeo.
Miré por encima de mi hombro. —Ella dijo eso, ¿verdad?
—Sí. Pero he buscado por todas partes. No puedo encontrarlas.
—Maldición. Gracias por intentarlo —dije con una risilla. Mi aliento se
condensó alrededor mío en la fría noche. Me aseguré de caminar en el lado
donde las farolas se encontraban y mantuve una estrecha vigilancia sobre el
tránsito. El lujoso coche negro que pensé que me estuvo siguiendo el día
anterior estaba estacionado justo adelante. Como la niña, di un gran rodeo.
Mientras pasaba, sin embargo, me di cuenta de que era un Rolls.
¿Por qué un impecable Rolls-Royce estaría estacionado en esta área?
—Está bien —dijo la niña—. Jessica me dijo que tengo que pensar en los
demás, también. Así que, lo hago. Pienso en cuan tonto son o lo feo que son sus
zapatos o cómo no se cepillan los dientes lo suficiente. ¿Puedo cepillar tu pelo?
—Tal vez más tarde. —No tenía el corazón para decirle que
probablemente no podría sostener un cepillo, estando muerta y todo eso—.
¿Dónde está Jessica ahora?
—En la casa de Rocket.
¿Rocket? Me detuve y me di la vuelta, mi cavidad torácica rebosante de
esperanza. —¿Es Jessica así de alta y con pelo rojo?
—Mm-hm.
Mi visitante del almacén. El que fue tragado por el humo negro que
podría o no haber sido Reyes Farrow. Ella había sido la única que parecía saber
quién era yo. Si Reyes la hizo callar antes de que pudiera decirme algo, entonces
él tendría mucho que explicar.
—¿Está bien?
—Supongo. ¿A dónde vas?
—Regreso a trabajar un poco. ¿Puedes ir a buscarla?
—No. Ella no va a venir aquí nunca más.
Me acerqué. —¿Por qué no?
Dio un paso atrás. —Él le dijo que no lo hiciera.
—¿Quién lo hizo? ¿Reyes?
Su nariz se arrugó. —Uf, no. Creo que ya no debes darle de comer a ese
hombre. Él vive en una caja y apesta.
—Está bien, bueno, en primer lugar, eso no es muy agradable.
—Su olor no es muy agradable.
—Y en segundo lugar, ¿quién le dijo que no viniera aquí?
Me miró parpadeando como si tratara de entender la pregunta, así que lo
intenté de nuevo.
—¿Te acuerdas de quién le dijo eso? ¿Te dijo ella?
Solo se quedó mirando hacia adelante, su expresión repentinamente en
blanco.
—¿Estás teniendo una convulsión? —pregunté, sin llegar a ninguna
explicación mejor.
Su mirada se deslizó por delante de mí, sus ojos cada vez más grandes a
cada segundo.
Una fuerte dosis de miedo se deslizó por mi columna vertebral. —¿Hay
algo detrás de mí?
Asintió, moviendo la cabeza y dio otro paso atrás.
—¿Tiene alas y una espada?
Sacudió su cabeza.
—Oh, entonces, ¿cuán malo puede ser? —Me volví para ver y me
tambaleé, tropezando con mis propios pies y aterrizando sobre mi culo al lado
de la niña. El jinete sin cabeza estaba mirándome. O lo habría hecho si tuviera
una cabeza.
El caballo se encabritó sobre sus patas traseras. Su relincho resonó a lo
largo de las casas, y aunque no fue bonito, me tambalee hasta ponerme de pie y
salí corriendo. Pensé en parar en el motel y golpear la puerta de Reyes, pero sus
ventanas estaban a oscuras. Así que corrí todo el camino a la cafetería, el sonido
de los cascos siguiendo cerca detrás.
Cuando llegué a la cafetería, mis pulmones ardían y mis piernas se
encontraban débiles, encontré a Reyes en la cocina. Estaban a punto de cerrar
por la noche. Siempre y cuando llegara allí antes de que cerraran, Dixie me
dejaría quedarme todo el tiempo que necesitara. No tuvimos que usar la llave
para bloquear la puerta de atrás cuando nos fuimos. Pero él había trabajado esa
mañana. ¿Por qué estaba allí ahora?
—Hola, —dije, apoyándome contra el marco de la puerta. Mayormente
porque así no me caería.
Se detuvo y me dio una mirada rápida antes de decir—: Hola, regresaste.
—Sacó una de las unidades de refrigeración que estaba en el congelador y
trabajaba en este. Las herramientas decoraban cada superficie disponible—.
¿Qué pasa?
Una fina capa de sudor cubría mi cara. Así que era genial. Algún día lo
encontraría cuando me viera normal y no con falta de sueño o sudorosa o al
borde del desmayo. Lamentablemente, hoy no era ese día.
—Nada. Iba a utilizar la computadora de Dixie por un rato. ¿Qué pasa
contigo?
Levantó un hombro. —Me aburro fácilmente, así que me ofrecí a hacer
algún trabajo de mantenimiento.
—Eso es gracioso. Yo me distraigo fácilmente. —Y ahora, iba a tratar de
hacer algo del trabajo, mientras que el hombre probablemente más votado para
causar orgasmos espontáneos se encontraba acechando cerca.
Soltó una sonrisa tan suave como el whisky envejecido, suavizando sus
rasgos.
Quería preguntarle: ‚Así que, ¿me diste ese billete de cien dólares? Y si
es así, ¿me escuchaste hoy cuando dije que te amaba? Y si lo hiciste, ¿cómo
escribes una respuesta en un billete que conseguí antes de derramar mis
entrañas?‛ Lo que salió fue—: ¿Quieres un café?
Sus ojos brillaron en la luz baja mientras se fijaba en cada centímetro de
mí. Sobre todo mis tetas. —Por supuesto.
—Voy a hacer una jarra nueva.
Brenda era la única ayudante que quedaba, y se hallaba trapeando la
cafetería. No la conocía tan bien, pero siempre fue muy amable conmigo.
—Hola, Brenda —dije mientras llenaba la olla con agua.
—Oh, hola, Janey. Gran camiseta.
¿Camiseta? Bajé la mirada y casi gemí en voz alta. Me había olvidado que
me puse una camiseta que decía SALVA A UNA VIRGEN. ¡HÁZMELO EN SU
LUGAR! No es de extrañar que él estuviera mirando mis tetas. Esta camiseta
fue otra compra de Scooter. Ese hombre me mató ese día.
Con la humillación calentando mi cara, fui a la oficina de Dixie y cerré la
puerta. Había hecho mi decisión sobre el Sr. V. Tenía que tratar al menos.
Tantear esta conexión de Bobert y ver lo que él podía hacer. Qué tipo de
garantías podría ofrecer.
Marqué el número y esperé.
Una mujer contestó. —Agente Carson. —No esperaba a una mujer. En
realidad, no esperaba que alguien contestara. Era tarde. Me imaginé que iría
directo al buzón de voz.
Me entró pánico y colgué. Cualquier cosa que le dijera podría poner
potencialmente a la familia del Sr. V en más peligro aún. Pero el teléfono sonó
unos treinta segundos después de que colgué. ¿Regresaba la llamada? ¿Siquiera
era legal? Hija de puta.
Me aclaré la voz y cogí el receptor. —Firelight Grill.
—Sí, esta es la agente especial Carson del FBI, y acabo de recibir una
llamada de este número.
—Oh, bien. Una chica entró, utilizó el teléfono, y luego salió corriendo.
Fue raro. Pero gracias por llamar.
—¿Eres Janey? —preguntó.
Maldición. —No.
—Eso es extraño. Suenas como Janey.
—¿En serio? —¿Cuáles serían las probabilidades de que Janey fuera mi
verdadero nombre? De algún modo esto estaba afianzándose en mí.
Ella se rio entre dientes. —Suenas muy parecida a una Janey. He estado
esperando tu llamada.
Dejé escapar un largo suspiro. —Mira, no creo que esto sea una buena
idea. No quiero que nadie salga herido.
—Por ley, tienes que reportar lo que sabes, sobre todo si la vida de
alguien está en peligro. Podría hacer que te arresten, ve cómo te sientes al
respecto entonces.
Me quedé boquiabierta ante ella. O, bueno, ante los Beatles con cabeza
movible que Dixie tenía sobre su escritorio. —¿Me estás amenazando?
—Nunca hago amenazas, Janey. Hago promesas.
Esto era irreal. —Así que, ¿realmente me harías arrestar?
—Si lo que el Detective Davidson me dijo es verdad, entonces sí lo haría.
—¿Qué demonios te dijo? Casi no dije nada.
—Él… llenó los espacios en blanco.
—Genial. —Iba a llamarlo Charley Bob—. Antes de decir algo, quiero
que sepas que el Sr. V prácticamente me rogó que no tratara de conseguir
ayuda. Su familia está en verdadero peligro. Sus captores mataron a su perro.
Ellos hablan en serio.
—¿Sr. V? ¿Eso es un nombre o una inicial?
Me marchité ante la derrota. —Es una inicial.
—¿Y tú crees que él y su familia están en peligro, por qué?
Aquí vamos. —Fue sólo una corazonada al principio. Había hombres
cavando un túnel en su tienda.
—¿Un túnel hacia dónde?
—La tintorería. Mira, ese no es el punto. El punto es que ellos montan
guardia y observan todos sus movimientos. Y su familia no ha sido vista desde
hace días. Y tienen un cortador de plasma.
—¿Cómo sabes que su familia no ha sido vista desde hace días?
Y así fue como siguió la conversación. Yo tratando de explicar mis dudas
sin sonar como una enferma mental, y la agente Carson sondeando por más.
—Sucede que soy muy buena amiga con el jefe del FBI en tu área —dijo
al fin—. Volaré esta noche. Voy a tratar de mantenerte fuera de esto a menos
que no tenga opción. ¿Hay una manera de contactar contigo?
—No, a menos que tengas una lata con una cuerda atada muy larga.
—¿Te puedo llamar a este número?
—Por supuesto. Trabajo en el turno de la mañana, pero si no estoy aquí,
puedes dejar un mensaje.
—Está bien.
—La discreción es clave —le dije, mi voz suplicante—. Si los captores de
los Vandenberg sospechan algo…
—Entiendo.
Para el momento en que colgamos, un enorme peso había sido levantado
de mis hombros. La agente Carson realmente parecía entender la situación. Y
era inteligente. Me di cuenta por sus preguntas y respuestas sin restricciones.
No sé de dónde venía, pero el hecho de que estuviera volando aquí significaba
mucho.
Lo que esto no quería decir que, sin embargo, yo no pudiera todavía
tratar de averiguar dónde estaban siendo retenidos los Vandenberg. Encendí la
computadora de Dixie e hice una búsqueda. Varios artículos aparecieron sobre
el Sr. V y su tienda. Encontré una imagen en la que había sido etiquetado de
una fiesta de cumpleaños que tuvieron para su hijo. No pude encontrar una
foto que hiciera referencia específicamente a la cabaña, aunque una los mostró
pescando en una zona que parecía que podría estar cerca.
Hice cada búsqueda en la que podía pensar con cada combinación de
palabras que me podrían señalar la dirección correcta. Finalmente encontré el
informe de un asesor del condado de alguna propiedad que el Sr. V poseía,
pero esta era su casa. Nada acerca de una cabaña.
Una cosa que averigüé fue quienes eran los amigos más cercanos de los
Vandenberg. Si en el peor de los casos—y si realmente no se ponía mucho
peor—podía acercarme a uno de ellos, tal vez coquetear con un conocido, para
ver si ellos me podían decir algo acerca de la propiedad montañera. No estaba
por encima de coquetear.
Hablando de ello, decidí hacer una búsqueda más. A pesar de que era
casi las once, oí sonidos de repiqueteo procedentes de la cocina. Reyes todavía
estaba allí. Mi corazón había estado corriendo desde que lo vi más temprano.
Con cada momento que pasaba, sabiendo que éramos los únicos dos en el lugar,
este se aceleró un poco más.
Escribí el nombre Reyes Farrow y luego me senté durante una hora más,
leyendo artículo tras artículo, recibiendo un golpe emocional de cada uno.
Estuvo en la cárcel por diez años por un crimen que no cometió. Auxilió
durante un motín en la cárcel, ayudando a los empleados que habrían perdido
la vida en el escape. Había conseguido varios títulos mientras estaba dentro,
incluyendo una maestría en ciencias de la computación. Y había comprado un
bar y asados en Albuquerque, Nuevo México, después de que finalmente fue
puesto en libertad, porque el hombre por el que fue declarado culpable de
asesinato fue encontrado muy vivo.
Había incluso un par de fotos de él. Algunas de cuando era más joven.
Una del día que fue declarado culpable por asesinato en primer grado. Su cara
era de piedra. Su expresión en blanco, como si hubiera esperado que ellos lo
encontraran culpable, que pensaran lo peor de alguien como él, a pesar de que
no había hecho nada malo.
Puse una mano sobre mi boca, el dolor que sentía era abrumador. Un
nudo se formó en mi garganta mientras seguía buscando. Rápidamente me di
cuenta de que fue de algún modo una celebridad en la cárcel y fuera. Mientras
se encontraba encarcelado, hombres y mujeres de todo el país, de todo el
mundo, crearon lo que sólo podría ser referido como sitios de fanáticos acerca
de él. Uno parecía ser más popular que el resto, sin embargo. La mujer que lo
había creado, Elaine Oak, afirmó haber realizado entrevistas personales con él.
Su blog revelaba que poco a poco formaron una relación hasta que, alrededor
de un año antes de que él saliera, se casaron.
Cerré los ojos. ¿Esta mujer había profesado su amor casi hasta el punto
de la adoración y luego, cuando él salió de la cárcel, lo dejó? ¿Ella había roto su
corazón? Tal vez no era capaz de lidiar con la cosa real. Con él detrás de las
rejas, su relación era esporádica. Probablemente divertida y emocionante. Pero
tal vez tener un marido a tiempo completo no era para lo que ella había
firmado, así que lo dejó.
Lo abandonó, justo como el sistema judicial. Ella no había hecho otro
comentario por más de un año. Uno de sus últimos mensajes incluía una copia
de su certificado de matrimonio. Incluso después de todo este tiempo, él
todavía estaba luchando para olvidarla.
Mi corazón dolía por él, pero lo luché. Batallé con la simpatía
amenazando con superar las dudas que todavía estaban aferrándose. Tenía
demasiadas preguntas. Demasiadas preocupaciones. Nada de su historia
explicaba por qué detuvo a esa mujer en el almacén para que me dijera quien
era yo. Ella me había conocido. Estaba a punto de decirme exactamente quién
era. Exactamente de dónde venía. ¿Por qué la detendría? ¿Qué tendría que
ganar? ¿Y por qué me había llamado Holandesa cuando me desmayé ayer? ¿Ese
era mi nombre? ¿Él me conocía?
Borré el historial y apagué el ordenador. Si Dixie quería saber más acerca
de él, tendría que hacer una búsqueda por sí misma. Así que, él había estado
aquí, en la tierra, justo como cualquier otro ser humano. Pero no era como
cualquier otro ser humano, y ya era hora de averiguar por qué. Sólo necesitaba
un poco de cloroformo y unas bridas.
Como no podía averiguar dónde conseguir cloroformo o bridas a esta
hora de la noche, decidí ir en otra dirección. Parecía bastante dispuesto a una
relación física a pesar de estar enamorado de su ex. Simplemente tenía que
seducirlo. O pretender seducirlo. Sin duda podía distraerlo el tiempo suficiente
para incapacitarlo.
Me dirigí a la cocina y me detuve. Se hallaba sobre su espalda, la mitad
debajo del fregadero, sus esbeltas caderas tan tentadoras, con las piernas
dobladas en las rodillas y un poco separadas.
Buen y misericordioso Señor. Las cosas que podía hacer con un poco de
arcilla y algo de tiempo libre. Y había hecho un trabajo exquisito con este
espécimen en particular. Ya apenas podía mirar a Reyes y no sentir un fuerte
tirón en mis fibras sensibles.
Se levantó, solo un poco, de debajo del fregadero. Se quedó quieto. Me
estudió. Podía sentir curiosidad irradiando de él. Dejó que su mirada cayera a
mi pecho, pero sólo por un momento.
—Todavía estás aquí —le dije, recordando de pronto qué camiseta había
decidido usar. Era casi la única cosa que tenía limpia.
Se puso de pie, el movimiento sin esfuerzo, una encantadora sonrisa
iluminando su hermoso rostro. —Así como tú.
Me moví a un lado cuando extendió la mano para alcanzar una
herramienta porque me encontraba bloqueándolo. Su calor me envolvió y bajé
la vista, intentando ignorar mi propio calor reuniéndose en lugares que no tenía
derecho a reunirse, agrupándose ilegalmente.
Decidí hacerme útil y casar las salsas de tomate, un término que
encontraba hilarante. —¿Por qué sigues aquí? —le pregunté cuando se volvió
para examinar su trabajo. Llevaba una camiseta negra estirada de forma ceñida
para acomodar sus anchos hombros, y los pantalones vaqueros que se ajustaban
perfectamente sobre sus caderas y la curvatura de su culo sextastico. Los
vendajes alrededor de su abdomen dejaban una línea suave a través de su
cintura, y me pregunté cuánto había sido herido. También me preguntaba
cuánto había sido herido, punto.
—Todavía estoy aquí porque tú estás —dijo el asunto con total
naturalidad.
Maravilloso. Ahora me sentía culpable. —No necesito una niñera.
—Eso es bueno, porque ninguna niñera viva debería tener los
pensamientos que tengo sobre ti.
Su admisión agitó algo muy dentro de mí. Me encontraba bastante
segura de que era un área poco explorada justo directo de mi bazo llamada
lujuria delirante.
—Estabas casado —dije, la empatía y los celos luchando por la
dominación del mundo.
Sorprendido, se dio la vuelta. —Estaba, sí.
Estar cerca de él era como estar parada junto a un jaguar. Bueno, un
jaguar hecho de fuego. Cada movimiento que hacía era poderoso. Exótico.
Hipnotizante. O yo estaba ovulando. Era un cara o cruz.
—Siento mucho que no funcionara. Ella parecía tan enamorada de ti.
Casi como que te adoraba. ¿Y entonces ella, qué? ¿Lo terminó? No tiene ningún
sentido.
Sus párpados se redujeron a rendijas brillantes, como si no tuviera idea
de quién hablaba. —¿De quién estás hablando?
Di en el clavo.
—Tu ex-esposa. Elaine Oak. —Cuando no respondió, añadí—: Y siento
lo de... sobre todo lo demás, también.
Dio un paso más cerca. —¿Todo lo demás?
—Sí, ya sabes, como... la cárcel.
Una ola de calor abrasador se estrelló contra mí, y cerró la distancia entre
nosotros. —¿Dónde estás consiguiendo tu información?
Mis defensas se levantaron. —Sé lo que es Google. Puedo usar una
computadora.
Bajó la cabeza, la mandíbula tensándose contra la fuerza de su mordida.
Quería explicar. Entendía. —Los artículos dijeron que estuviste allí por
un crimen que no cometiste. Que tu condena había sido revocada. Ellos no
estaban equivocados.
La siguiente expresión con la que me honró fue la decepción. Pero sentí
algo más irradiando. Dolor. ¿Lo lastimé? Sin duda, un hombre de su
experiencia no podría ser tan fácilmente herido. —Entonces, desde ya —dijo, su
voz peligrosamente baja—, averigua lo que puedas acerca de mí a través de
Internet. Porque todo en Internet es real. Excepto las abducciones alienígenas.
Son pura mierda.
Se apartó de mí y se sentó en el suelo para continuar lo que fuera que los
hombres hacían debajo de los fregaderos.
Conciencia de él palpitaba a través de mí, pulsaba como un ser vivo, latía
con una combinación de miedo y deseo. Estaba tan fuera de los límites que era
irreal. Necesitaba interrogarlo, no darle placer. Y sin embargo, todo lo que
quería hacer era probar esos límites. Presionarlos. Presionarlo.
Quería jugar. Explorar. Pero eso requeriría que quisiera hacer lo mismo a
cambio. Por alguna razón, no quería darle tanto control. No ahora. No sobre mí.
¿Habría una manera de mantenerlo a distancia, mientras que, por falta
de una mejor frase, tenía mi oportunidad con él? ¿Me lo permitiría? ¿Querría
que lo hiciera? ¿O rechazaría mis avances? A juzgar de lo que tomaba como su
máximo interés, pensaba que no, pero uno nunca sabía. Los hombres eran raros.
Especialmente los hombres hechos de acero templado, fuego y oscuridad
perpetua. O los hombres con penes. Cualquiera de los dos.
Dejé que las salsas de tomate practicaran el cunnilingus prácticamente
sin supervisión mientras ideaba un plan. Era simplemente demasiado grande,
demasiado poderoso para que yo lo superara. Para atarlo. Dudaba incluso que
el sexo lo distraería mucho. No, tenía que incorporar las restricciones. Los
hombres amaban esa mierda. Además, sólo quería verlo atado.
Me senté a su lado y lo miré trabajar. Se puso rígido, detuvo sus
esfuerzos para torcer la cosa redonda sobre la otra cosa redonda.
—¿Te puedo preguntar algo?
Volvió lentamente a su trabajo. —Preferiría que me preguntes a mí que a
Google.
Solté un bufido. —Por favor. No me has dicho ni la mitad de lo que
aprendí en internet, y lo sabes.
No discutió. —¿Qué querías preguntar?
—En primer lugar, tienes que prometer que lo harás.
Se agachó bajo el marco de la puerta del gabinete y se sentó, con una
mano apoyada en una rodilla. Nos encontrábamos a solo centímetros el uno del
otro. —No confío en ti.
Su admisión me sorprendió. Parpadeé hacia él. Intenté averiguar por qué
no confiaría en mí, de todas las personas. Él era el poderoso, después de todo.
—¿No te ofendas, pero qué en la tierra podría pedirte que sería una gran
dificultad?
Su mirada se posó en mi boca antes de hacer su camino a mis ojos de
nuevo. —Podrías pedir el mundo, y luego ¿dónde se ubicaría la civilización
cuando lo conquistara y lo pusiera a tus pies?
Me quedé quieta. Estaba mortalmente serio, y me di cuenta que había
subestimado enormemente su poder. Era un ser sobrenatural, sí, pero era más
que eso. Mucho más. Respiré su emoción y me di cuenta que lo había hecho.
Había conquistado una civilización. Posiblemente más de una. Su confianza no
se derivaba de la presunción. No era arrogante. De ninguna manera. Era...
experimentado.
Ese conocimiento envió otro estremecimiento a través de mí, pero no de
repulsión, como debería haber sido. Como tendría cualquier persona normal.
Envió un escalofrío de asombro balanceándose a través de mis venas, y mi plan
se solidificó en ese mismo momento.
Lo miré con una nueva determinación, pero todavía necesitaba una
garantía. —¿Si prometo no pedir el mundo, entonces harás lo que te pido?
Le tomó un momento, pero finalmente aceptó con un gesto brusco de la
cabeza. Al parecer, tomaba muy en serio sus promesas. Me gustaba eso.
Era el momento. Mis nervios saltaron a la vida, y casi me acobardé. Dos
cosas me hicieron seguir adelante. Me hallaba desesperada por respuestas y, de
nuevo, tenía muchas ganas de verlo atado.
Me mordí el labio inferior un momento. Me miraba.
Inhalando profundamente como estímulo, le dije—: Me preguntaba si, tal
vez, ya sabes, si no estabas haciendo nada en el momento y yo te gustaba, como
en te gustaba de verdad, si podrías considerar dejarme atarte y tener mi
oportunidad contigo. Durante quince minutos.
¡Dios mío! Era buena en esta mierda. Debería haber sido una abogada.
Cuando sólo me miró, aparté la vista e intenté forzar el calor que se
deslizó hasta mi cuello y cara hacia abajo. Humillada no era mi mejor
apariencia.
—Pero entiendo si no quieres. Es algo repentino.
Me puse de pie y me encontraba a un paso del umbral cuando un brazo
salió disparado para bloquear mi camino. Ni siquiera lo escuché moverse.
Se paró a mi espalda, su respiración agitaba el cabello que metí detrás de
mi oreja, que se hallaba probablemente tan roja como el resto de mí.
—¿Qué pasa después de quince minutos? —preguntó.
Una oleada de adrenalina entrelazó mi espina dorsal. El fuego suave que
bañaba su piel se acercó para lamer la mía. Para acariciar. Para castigar sólo un
poco. Miré por un momento como rozaba mi piel expuesta. Las llamas lamían
como un animal sediento, extendiéndose más allá de su alcance.
Reyes se quedó parado esperando una respuesta. Como siempre, sentí
muchas cosas de él, pero el deseo encabezaba la lista. Era como un punto rojo
vivo de luz cegadora en un mar de oscuridad absoluta. Y sin embargo, no hizo
ningún movimiento. No llegó a mí. No me tocó.
Tal vez no quería asustarme. Cualquiera que fuera la razón, me alegré
por ello. Sólo habría rechazado sus avances. No es que no los quisiera. Lo
deseaba tanto como él me deseaba, pero no acababa de confiar en él, más de lo
que él confiaba en mí. No con todo de mí. No con control sobre mí.
Y definitivamente no confiaba en él con mi corazón.
Pero si sólo jugábamos... Seguramente no había nada malo en jugar.
Me volví hacia él, pero mantuve la cabeza hacia abajo, temerosa de que si
observaba las profundidades chispeantes de sus ojos, estaría perdida.
Tenía una mano apoyada en el marco de la puerta. Apoyó la otra en la
encimera a mi lado, encerrándome. —¿Qué sucede después de quince minutos?
—preguntó de nuevo, su voz suave y llena de desafíos. Tiraba algo profundo y
primigenio. Luché con mi reacción a él. Aplastándola. Forzado mis huesos a
mantenerse sólidos.
Estiré el cuello para mirarlo, pero no me permitió acomodarme
moviéndose hacia atrás. Se mantuvo firme en su posición, y yo me mantuve en
la mía. —Nada —le dije, confiada y embriagada con anticipación—. Estarás
completamente cansado para entonces.
La pequeña sonrisa incrédula que levantó una esquina de su boca llena
provocó que cada nervio de mi cuerpo saltara a la vida. Simplemente me había
presentado un reto que no podía rechazar.
—No soy pubescente, querida. Estoy bastante seguro de que puedo
durar más de quince minutos.
—Y no soy una colegiala con risitas. Estoy bastante segura de que no
puedes.
Sus rasgos se oscurecieron con el desafío que le lancé, la anticipación
como chispas de electricidad en el aire.
Señalé con la cabeza hacia una silla en la esquina más allá de la encimera
de preparación. —Eso funcionará. Pero tengo una condición más.
Tomándose su tiempo, miró a la silla por encima del hombro, luego se
volvió hacia mí, arqueó una ceja en cuestión.
—No me puedes tocar.
—Durante quince minutos.
—Correcto. Durante quince minutos —le dije, rezando para que el
interrogatorio no durara más de cinco. Después de eso, podía salir corriendo de
allí. Después de un beso, por supuesto. Tenía que alimentar la fantasía.
Probablemente sólo le tomaría unos minutos liberarse, y yo me habría ido hace
mucho para entonces. Podría enfrentar su ira mañana. Mientras que algunos
podrían considerar mi plan cruel e inusual, él lo empezó. Estaba reteniendo
información sobre mi identidad. Tenía derecho a obtener esa información por
cualquier medio posible.
Agarré la silla y la puse en el centro de la cocina. Si Dixie venía
a comprobar las cosas, esto podría ser realmente incómodo. —Está bien,
siéntate.
Dudó unos segundos antes de tomar el asiento que ofrecí, sus
movimientos rígidos evidenciando su renuencia. —¿Ya está avanzando el reloj?
—No. Voy a… —Miré a mi alrededor y encontré un reloj de cocina en la
plataforma sobre la parrilla—. Voy a programar el temporizador.
Corrí a la oficina y tomé el cinturón del abrigo de repuesto de Dixie, una
gabardina que mantenía allí para emergencias. Corriendo de nuevo como si me
preocupara que hubiera cambiado de opinión, me apresuré a través de la puerta
giratoria para encontrarlo aún sentado. Dejó caer las manos a los lados y se
agarró al respaldo de la silla.
Me acerqué, mi acercamiento cauteloso, y junté sus muñecas gruesas
detrás de su espalda. Entrelazando la correa de tela alrededor de ellas, até tan
fuerte como me atreví. Quería que sus manos recibieran un suministro regular
de sangre, pero quería más sobrevivir a la noche. Mi mirada recorrió cada
centímetro de él mientras trabajaba. Sus músculos se contrajeron. Ondas de luz
y sombra recorrían sus brazos. Su respiración, lenta y metódica, levantó sus
anchos hombros muy ligeramente.
Cuando estaba segura de que se encontraba bien atado, me acerqué a la
parrilla, tomé el temporizador de la plataforma, y lo programé para quince
minutos. Entonces di un paso hacia adelante. Me miró, su apreciación se llenó
de curiosidad dudosa.
Me senté a horcajadas sobre él y hundí mis dedos en su cabello grueso.
Era más suave de lo que pensé que sería. Sedoso. Apreté mi agarre e incliné su
cabeza hacia atrás.
Sus respiraciones empezaron a volverse más rápidas mientras sangre
corría por sus venas, estimulada por la anticipación.
Presioné mi cuerpo en el suyo, incliné mis caderas, sentí su erección a
través de mis vaqueros. Su forma sólida era como alimento, como si hubiera
estado muriendo de hambre hasta la muerte y no lo sabía. Mi energía saltó con
necesidad. Al igual que el fuego que se elevó sobre él, esa necesidad se acercó
para arrullar. Para acariciar. Para enardecer.
Cuando hablé, mi voz era ronca. Distante. Ya me hallaba en el lugar en el
que había querido estar durante mucho tiempo: en la cima del mundo con
Reyes Farrow sucumbiendo a mi voluntad. Pero hacer lo que me encontraba a
punto de hacer era casi imperdonable, y dudaba de que alguien como la
entidad oscura debajo de mí era del tipo que perdonaba.
—Tengo que hacer esto ahora. Una vez que haya terminado, nunca me
hablarás de nuevo.
—¿Y por qué no te hablaría?
—Debido a que estás a punto de ser un hombre muy enojado.
—Estoy a punto de ser un montón de cosas, amor. Enojado no es una de
ellas. —No era una amenaza. Era una promesa.
Pero sabía mejor. Estaba equivocado.
Incliné mi cabeza a la suya mientras todavía podía, cerniendo mi boca
sobre la suya, nuestros labios apenas a un centímetro de distancia. Entonces lo
besé. Su boca era como el resto de su cuerpo: extremadamente caliente. La abrió
para mí de inmediato, y empujé mi lengua dentro. Mis manos se cerraron en
puños, enredándose en su cabello aún más, agarrándolo fuertemente al tiempo
que su lengua rozaba sobre mis dientes.
Un calor se enrolló dentro de mí. Se agrupó en mi abdomen. Tensó mi
piel hasta que se sintió demasiado pequeña para mi cuerpo.
Después de lo que podría ser la única acción que tendré durante décadas,
rompí el beso para examinarlo. Para evaluar su estado emocional. Era tan
asombrosamente guapo, que perdí preciosos segundos simplemente mirándolo.
Me devolvió la mirada. Ligeramente borracho, me miraba con su intensidad
como jaguar, a punto de atacar.
Iba a querer saltar aún más en un momento, pero por una razón muy
diferente.
Incliné mi cabeza hacia atrás, tomé un sorbo de aire fresco, entonces le
pregunté—: ¿Quién eres?
—Quienquiera que quieras que sea —respondió sin dudarlo.
Esto no sería fácil. —No —dije, poco a poco alejándome de él—. ¿Qué
clase de ser eres? Porque malditamente seguro que no eres humano.
Se quedó quieto, pero no tardó mucho en darse cuenta de lo que estaba
haciendo. Una vez que lo entendió, el fuego que bailaba sobre su piel se hizo
más brillante. Más caliente. Bajó la cabeza. Me observó por debajo de sus
pestañas oscuras mientras el depredador en él se hizo cargo. Sólo podía rezar
para que mis nudos resistieran.
Cuando no dijo nada, pasé a la fase dos. Encontré el cuchillo más grande
que pude, me atreví a entrar en su círculo de alcance en caso de que se liberara,
y lo acerqué a su garganta. No tenía forma de saber que en realidad nunca lo
lastimaría, pero todavía tenía que convencerlo que con mucho gusto lo haría.
Deslicé el borde afilado debajo de su barbilla y levanté su rostro al mío.
—¿Quién eres?
La ira brilló brillante y caliente en sus ojos.
—Está bien —le dije—. ¿Quién soy?
—Estás perdiendo un tiempo precioso, Holandesa. —Miró el
temporizador—. En doce minutos estas restricciones se irán de una u otra
forma.
—Detuviste a esa mujer de decirme quién era yo. De alguna manera, eres
el humo. Sale de ti en oleadas. Tú eres fuego y oscuridad y anochecer.
—Once.
—Y hoy me escuchaste. Cuando se congeló el tiempo, todavía me oías.
Detuviste a ese ángel de matarme. ¿Por qué un ángel, un ser celestial, querría
verme muerta?
—Diez.
—Puedo ver cosas que otros no pueden. Sé una docena de idiomas.
Puedo hablar con los muertos.
—Holandesa —dijo con los dientes apretados.
—Y me sigues llamando Holandesa. ¿Ese es mi nombre?
—Nueve.
No estaba funcionando. No se lo tragó. Ni por un minuto. O era eso, o no
se preocupaba por su propia seguridad. Tal vez estaría más preocupado por la
mía.
Volviéndome más desesperada a cada el segundo, di un paso atrás y
sostuve el cuchillo a mi garganta.
Luchó contra las restricciones, pero até el cinturón para que no pudiera
levantarse. No sin gran dificultad.
Y de repente, no me importaba. Casi di la bienvenida a la excusa de
unirme a los difuntos. No les iba tan mal. A menos que hubiera sido una
persona horrible en mi vida anterior, o iría arriba o me quedaría. Estaba bien
con cualquiera. Y conseguiría respuestas esta noche si me mataba.
—Tendrás dos minutos para desatar tus restricciones y llevarme a un
hospital. Última oportunidad. —Apreté el borde dentado en mi garganta. Me
estremecí cuando rompió la piel. Esto apestaría en todo tipo de niveles—.
¿Quién soy?
—Ocho.
Cerré los ojos, tomé una respiración lenta y regular, apreté mi agarre, y
lancé el cuchillo a través de mi garganta.
14 Traducido por MaJo Villa
Corregido por Janira

Negación, ira, negociación, depresión, aceptación...


Las cinco etapas del despertar.
(Pegatina de parachoques)

Antes de que lograra meter siquiera unos centímetros, me encontraba


sujeta contra la unidad de refrigeración, mi vía fue aérea cortada por un agarre
de acero. Aunque no por un humano. El humo me rodeaba, y no podía ver
nada, pero pude sentir la mano alrededor de mi cuello, el cuerpo presionado
contra el mío.
Entonces el humo se disipó y Reyes Farrow se materializó. Tenía una
mano, la que sostenía el cuchillo, clavado en mi costado. Su otra mano se
encontraba ocupada asegurándose de que nunca respirara de nuevo.
Con el rostro a un mero centímetro del mío, pude ver el interior de las
increíbles profundidades de sus ojos. Mezclado con el marrón borbón profundo
se hallaban manchas doradas y verdes. Brillaban, y el viejo dicho "todo lo que
brilla no es oro" me vino a la mente. Solo porque algo brillara no significaba que
fuera bueno. Y Reyes definía esa la línea entre los dos.
Apretó la mandíbula. Pude ver los músculos de su mandíbula
flexionados al tiempo que los hacía funcionar. Pero mayormente me encontraba
teniendo dificultades para ver más allá del humo.
¿Quién podía hacer eso? ¿Qué en esta dimensión o en la siguiente era
capaz de desmaterializarse en otro estado de la materia?
Con un empujón definitivo de frustración, Reyes me soltó. Caí de
rodillas y tosía con tanta fuerza que casi vomité. Yo todavía tenía el cuchillo. Lo
apreté, a pesar de que claramente no me haría ningún bien.
Me dio la espalda, y tomé la oportunidad para ponerme de pie luchando
y correr. Golpeé las puertas de vaivén del pasillo y no miré hacia atrás. Pudo
haberme atrapado. Fácilmente. Sin embargo, no lo hizo. O no le importaba lo
que yo hiciera, a quién pudiera contarle sobre él, o tenía miedo de que de
verdad me hiciera daño. Me inclinaba hacia lo último.

A la mañana siguiente me desperté adolorida y exhausta. ¿Cómo llegué


siquiera a dormir después de lo que vi? Lo imposible. Lo inconcebible. A pesar
de que me encontraba bastante segura de que la física no era mi fuerte, sabía
que Reyes desafió las leyes de... todo. De la naturaleza. De la ciencia. Del
hombre. ¿Eso significaba que todo lo que sabía sobre el mundo a nuestro
alrededor era una mentira?
Mi mente giraba con todas las posibilidades. Con todas las implicaciones.
Cuando me arrastré hacia la ducha, traté de no pensar en ello.
Fallé.
Ya que corrí a casa sin Reyes, no tenía la chaqueta para ir andando a
trabajar. Como con muchas cosas en la vida, la superposición fue la respuesta.
Me coloqué una camiseta y luego una de botones, a continuación, un suéter
fino, y como la cereza de mi pastel de capas, encontré el suéter más grande y
voluminoso en mi, ciertamente, escaso armario y me lo puse.
Si esto no funcionaba, nada lo haría.
Agarré mi bolsa, le dije adiós a la gente, y salí a un mundo de hielo
brillante. Y allí en mi porche, colgando de un gancho que una vez sostuvo un
carillón de viento, se encontraba la chaqueta de Reyes. Me la trajo. La abracé
con fuerza a mí alrededor. No podía estar tan loco si se preocupaba lo suficiente
como para dejar su chaqueta.
Con la respiración visible, me apresuré a bajar por las escaleras, casi
saltándome el último escalón, entonces corrí por mi patio y fui hacia la cafetería.
Mable se asomó por la tela metálica de la puerta y me saludó con la
mano.
—¡Buenos días, Mable!
Parecía diferente. Molesta, tal vez. Su saludo no fue tanto como un
saludo sino más bien como un dispositivo para llamar mi atención. Miré a mí
alrededor, y luego subí por sus escalones.
—¿Todo se encuentra bien? —pregunté.
Asintió, y luego hizo un gesto para que entrara. Mable caminaba sobre la
delgada línea entre ser un ama de casa desordenada y una acaparadora. Pilas
de correo y revistas se encontraban en cada superficie disponible. Contenedores
de plástico con artículos que guardaba para un nieto o para un primo, se
alineaban en las paredes. Y una colección de muñecas antiguas se hallaba en un
aparador de cristal del que no se quitaba el polvo en probablemente doce años.
No era asquerosa, simplemente desordenada. Y un poco sucia.
Esperé a que se colocara los dientes, entonces la cuestioné con una ceja
arqueada.
—Laringitis —susurró, con un ligero jadeo en la voz.
—Oh, lo siento.
Desestimó con un gesto mi preocupación. —No me duele ni un poco.
Solamente tenía que contarte la última notica. ¿Conoces a Jeremiah Kubrick? Es
el ex suegro de Dixie. ¿El que vive en la calle cerca de la casa Denton?
—Lo siento —dije con un encogimiento de hombros. No tenía ni idea de
cuál era la casa de Denton.
—Bueno, esta mañana nos estábamos enviando mensajes de texto —me
tragué mi sorpresa porque que ella y un hombre de edad se enviaran mensajes
de texto—, y le gusta mantener un ojo en el barrio. Tiene un telescopio y todo.
Como sea, dijo que ayer por la noche vio a alguien en tu casa.
Dejé que mi sorpresa brillara durante ese momento.
—Y la noche anterior. Pero tampoco te encontrabas en casa en ese
momento, por lo que pensó que deberías saberlo.
—¿Consiguió ver quién era? —pregunté entre dientes, los cuales se
habían pegado con cemento.
—Claro que lo hizo. Ese muchacho de los Jeffries. El que se convirtió en
policía.
Lo sabía. Debió haber hecho más de una llave. —Soy muy estúpida.
—Ciertamente no lo eres. —Le dio a mi hombro un golpe castigador—.
Ese muchacho se descarriló desde el día que su madre lo trajo al mundo. La
policía debió haber estado desesperada por contratar a gente como él.
—Muchas gracias por decirme. —Empezaba a salir cuando asimilé la
implicación más profunda—. Entonces ¿este Jeremiah observaba mi casa con un
telescopio?
—No —dijo, riendo—. Simplemente veía si te encontrabas en casa. Ya
sabes, para tratar de atraparte caminando en ropa interior.
Un grito horrorizado salió de mí involuntariamente. —¿Es un mirón?
—¡Por supuesto que no! Un mirón se cuela alrededor de las casas y ve
por las ventanas. Jeremiah ve por las ventanas a distancia.
No sabía si reírme o presentar cargos. No es que en realidad lo hubiera
hecho. Presentar cargos. Ahora sabía quién entraba a mi casa a la fuerza, y tenía
un testigo presencial. Jeremiah Kubrick me dio la prueba que necesitaba para
reportar a Ian a sus superiores.
Sin embargo, tenía que tener cuidado. Claramente era inestable. Lo mejor
que podía esperar era presentar cargos formales en su contra por allanamiento
de morada. Pero existía una posibilidad de que solamente pudiera perder su
trabajo. Entonces tendría a un hombre aún más enojado e inestable con una
licencia para cargarse mi culo.
—Gracias, Mable. Sabía que alguien irrumpía en mi casa. Simplemente
no sabía quién.
—Bueno, ahora lo sabes. Y Jeremiah tiene fotos.
—Imposible. —Luché contra la urgencia de hacer un gesto de victoria—.
Esas ayudarán. ¿Puedo obtener una copia?
—Por supuesto.
—Gracias, Mable. Tengo que ir a trabajar, pero…
Cuando me detuve en medio de la oración, preguntó—: ¿Qué va mal?
—¿Tiene fotos?
—Sí.
—¿Tiene… tiene fotos de mí?
Se rio. —¿De dónde crees que salió su nuevo fondo de pantalla? Por
cierto, te ves bien con ese sujetador bronce y de ropa interior a juego. Es su
favorito.
Eso estaba tan mal. Tan, tan mal. Es hora de invertir en persianas. Pero
primero, Ian.
Furiosa hasta lo más profundo de mi alma, me fui sin siquiera
preguntarle si podía traerle algo.
Cómo se atreve Ian. Qué descaro. Me sentía completamente violada, y
nunca me había tocado. Bueno, lo hizo, pero no de esa manera.
Bobert solía ser detective. Me podría asesorar sobre cómo proceder.
Presentar una queja es una cosa. Llenar una queja en contra de un hombre loco
que también que era policía era completamente otra cosa.
Me dirigí a trabajar sin sentir el frío, me encontraba tan enojada. Además
tenía un montón de ropa, un hecho que se hizo sumamente evidente cuando
tuve que sacarme todas las capas de ropa en la despensa.
Cuando entré por primera vez por la puerta trasera, me encontré con el
aroma de los cielos. Literalmente. Una palabra me golpeó. Una palabra que
puede que haya o no adorado en mi vida anterior. Una palabra que significaba
la diferencia entre una vida llena de sentido y alegría y una vida abrumada con
depresión y pensamientos suicidas.
Chile.
Después de haberme quitado la mayor parte de la ropa, comencé a
caminar hacia la estación de preparación para que el café empezara a
prepararse. Cookie todavía no llegaba, o ya estaría hecho.
Al pasar, Reyes salió de la cocina y acomodó su peso contra la jamba de
la puerta, su cuerpo delgado sostenía la puerta de vaivén hacia atrás.
Me puse rígida y lo miré solo porque habría sido más incómodo el no
hacerlo.
Se limpió las manos con una toalla. —¿Hoy te sientes suicida? —
preguntó, sus ojos brillaron con ira.
—Tal vez. —En serio, tenía las mejores respuestas ingeniosas.
—Al menos puedo recordar mi nombre.
Inhalé, horrorizada de que usara la amnesia retrógrada para anotarse un
punto tan barato. Me acerqué más. —¿Oh si? Por lo menos soy humana. —
Probablemente debería haber tomado nota de lo que nos rodeaba antes de decir
algo así, pero no parecía importarle.
Estábamos en el medio de una batalla de miradas fijas fidedigna cuando
extendió el brazo hacia la cocina y me entregó un plato. —Feliz Navidad.
Hizo huevos y enchiladas, tanto con chile rojo como verde. Con estilo de
Navidad. Mi boca se inundó tan rápido, que casi babeaba.
—Gracias —dije, sintiéndome avergonzada.
—Ah, y esto, también. —Metió la mano de nuevo y me entregó un
cuchillo de carne.
Fruncí el ceño. No necesitaba un cuchillo para comer enchiladas.
—En caso de que quieras terminar lo que empezaste ayer por la noche.
—Es perfecto —dije, agarrando el cuchillo de su mano. Otra respuesta
ruda para los libros de récords.
En realidad, sí quería terminar lo que empecé la noche anterior. De la
peor manera posible.
Me encontraba enamorada. No me di cuenta de cuánto hasta hace treinta
segundos. Lo supe en el minuto en que mis ojos se posaron sobre Reyes. Incluso
enojado, herido y volátil, licuaba mis huesos y le infundía a mi corazón calidez,
vida y una sensación de seguridad. Era como un santuario. Como un refugio de
una tormenta. Sabía, más allá de lo conocido y lo desconocido, más allá del
futuro y el pasado, que podía contar con este ser, con este hombre, para que
estuviera allí para mí.
Todo era una rutina. Me desperté en ese callejón sabiendo cómo hablar.
Cómo caminar. Cómo buscar en Internet. Y me desperté enamorada. Se
encontraba arraigado a mi ADN. Amaba a Reyes Farrow. Lo ansiaba, y no
existía nada que pudiera hacer al respecto.
Esto iba más allá del hecho de que hubiera salvado mi vida. Por otra
parte, lo hizo. No podía ser malvado. Ese ángel tenía toda la intención de
desmembrarme. Reyes, los detalles todavía eran un poco borrosos, luchó con él.
De alguna manera luchó contra un ser celestial. Por mí. Incluso fue herido en el
proceso.
Pero los ángeles tampoco eran malvados. Tal vez no era tan simple como
el bien y el mal. Tal vez existía un número infinito de grises en el medio.
No importaba. Nada más importaba. Lo que era. De dónde provenía.
Cómo jodidamente se convirtió en humo, porque ¡vaya! Era el mío, fuego,
humo, y todo. Lo reclamé en ese mismo momento.
—Lo siento, llego tar…
Cookie entró apresuradamente como un tornado congelado, pero se
detuvo en seco cuando nos vio a Reyes y a mí. Se aclaró la garganta y se dirigió
a la despensa para quitarse las capas de ropa.
Agarré mi regalo y seguí yendo a la estación de bebidas para empezar a
hacer el café, pero no antes de probar un bocado. Cuando Cookie se acercó,
gemí en voz alta y tomé otro bocado.
—¿Eso es lo que creo que es?
—Si crees que son unas auténticas enchiladas, entonces sí.
—Sentí un olorcillo cuando entré, pero pensé que soñaba.
—Aquí tienes. —Reyes también le entregó un plato a Cookie a través de
la ventana por donde se pasa la comida.
Ésta contuvo una respiración levemente y agarró el plato como si fuera
un tesoro delicado. Y así, la mañana transcurrió con nosotras dos probando la
comida de Reyes, cuando no estaba mirando, por supuesto, y atendiendo las
mesas. Pero solo porque nos despedirían si no lo hiciéramos.
El señor P y la desnudista muerta entraron. Ordenó lo de costumbre.
Garrett entró. Ordenó lo de costumbre. Osh entró. Ordenó del menú, así como
de costumbre. Y una gran cantidad de mujeres llenaron todos los demás
asientos que teníamos. Las palabras hora punta mañanera fueron adquiriendo un
nuevo significado. Reyes puede que haya sido bueno para los negocios, pero yo
tenía ampollas por tratar de correr más rápido que el jinete sin cabeza ayer por
la noche y luego por correr todo el camino a casa después del incidente de
Reyes. Y ahora palpitaban como los incendios de mil soles. Aun así, como dijo
Dixie, el amigo podía cocinar. Podía perdonarle un par de ampollas si eso
significaba un suministro constante de Chile y otras cosas más.
Cuando Bobert entró, le pregunté si podía investigar al señor Ian Jeffries.
Seguramente yo no era su primer amor. Si acosó a otras mujeres, habría un
registro de algún tipo, aunque nunca hubiera sido acusado formalmente.
También le hablé de la llamada telefónica que recibí de la agente del FBI.
—Es muy buena en su trabajo —me dijo—. Dijo que regresaría conmigo
si encontraban cualquier cosa.
—Bobert, ¿Y si los puse en más peligro?
—Janey. —Cubrió mi mano con la suya—. Hiciste lo correcto. El hecho
de que te hayas dado cuenta de lo que pasaba puede salvarles la vida.
Asentí sin estar muy convencida.
A las once, Francie y Erin llegaron y cenaron las, ahora famosas,
enchiladas. La cara de Francie se puso roja, y su nariz chorreo por la siguiente
media hora, pero continuó comiendo. Mayormente para impresionar a Reyes.
Pero eran las once y el momento de la llamada de teléfono habitual del
señor V pasó. Esperé por su orden, pero ninguna llegó.
—Me voy a descansar —le dije a Cookie, quien se encontraba
descansando, sentada con Bobert. Ambos lucían como si acabaran tener sexo,
pero solamente eran las enchiladas.
Me envolví en la chaqueta de Reyes y me dirigí hacia la puerta principal
a la tienda del señor V. Ni siquiera había caminado la mitad del camino cuando
me di cuenta de un cartel en la puerta. No. Esto no podía ser bueno.
Prácticamente corriendo el resto del camino, leí el letrero. CERRADO POR
ENFERMEDAD.
Me lancé contra la ventana de vidrio y me llevé una mano sobre los ojos.
El interior se encontraba oscuro. Y vacío. Di un paso hacia atrás y miré a la
tienda de lavado en seco de al lado. Si los hombres hubieran hecho un túnel
para entrar y robarles algo, ¿no habría allí policías e investigadores? Su letrero
de abierto parpadeó, y una mujer salió sosteniendo la mano de un niño
pequeño, un cobertor plástico para vestidos le cubría el brazo. Así que
funcionaba con normalidad.
Un plan se formó en mi mente. Caminé hacia la calle y estudié los
edificios. Si me encontraba en lo correcto, podría haber una forma de entrar en
la tienda del señor V que no implicara abrir cerraduras, para lo que me
encontraba bastante segura fallaría, o romper ventanas, para lo que me
encontraba bastante segura; también fallaría. No la parte de romper ventanas;
sino la parte sigilosa, que no me capturaran.
Me apresuré a volver a la cafetería. La multitud del almuerzo llegaría
pronto. No tenía mucho tiempo. Y necesitaba ayuda.
Odiaba alejar a Cookie del amor de su vida, pero las vidas de las
personas estaban en juego. Con un gesto casi imperceptible, le hice señas para
que me encontrara en la despensa.
Me miró de soslayo.
Hice un gesto de nuevo, esta vez con un notable asentimiento.
Negó y se encogió de hombros.
Apreté los dientes y señalé directamente hacia la despensa.
—Cariño —dijo Bobert, tratando de no reírse entre dientes—, si no te
reúnes con ella en la despensa cuanto antes, estará propensa a tener un derrame
cerebral.
Probablemente debería haber tratado de ser discreta en algún lugar que
no fuera justo al lado de su reservado.
Después de darle un eterno beso de despedida a Bobert y demasiada
demostración pública de afecto, Cookie me siguió a mi segundo hogar. —¿Qué
es tan secreto que no puedes decirme delante de Robert?
—Necesito tu ayuda para allanar una morada.
—Está bien, pero no estoy segura de lo mucho que pueda ayudar. Soy
buena rompiendo cosas. Entrando, no tanto. Especialmente si involucra una
azotea y una cuerda. Simplemente no.
—Solamente necesito que estés atenta por si viene alguien.
—Oh. Puedo hacer eso. —Entramos en la despensa y cerramos la puerta
detrás de nosotras—. ¿Esto me va a estresar?
—Probablemente. Y puede que necesite tu teléfono.
—No estoy segura de poder manejar más estrés en mi vida en este
momento.
Empujé un estante con mi peso corporal hasta que estuvo más cerca de la
esquina paralela a la tienda del señor V. Había un panel de acceso al sistema de
calefacción y refrigeración allí. Si me encontraba en lo cierto, las tiendas alguna
vez compartieron el sistema.
—Disparates. Eres como el té. Cuanto más caliente esté el agua y todo
eso. ¿Qué pasa?
4

—No lo sé. Es todo. Ciudad nueva. Nueva casa.


—¿Nueva amiga que ve gente muerta? —Mientras Cookie sostenía los
estantes para que no se movieran, subí y levanté el panel de acceso.
—De ningún modo. Eres una de las mejores partes.
—Gracias. ¿Puedo ver tu teléfono?
Me lo entregó. —Esto es por lo que es loco. Todo es genial. Mi marido es
genial. Mi casa es genial. Me encanta la zona. Lo digo en serio, esta ciudad es
hermosa.
—Estoy de acuerdo. —Encendí la linterna. El panel daba acceso para el
cableado y el sistema de rociadores. El techo más bajo solo se componía
maderas de dos por cuatro y panales de yeso. Me impulsé para subir. Más o
menos. Mayormente apilé cajas en el estante superior y me hice una escalera—.
Pero todo cambio, incluso uno bueno, pone tensión en nuestros cuerpos y
mentes.
—Cierto. Espera, ¿por qué estás haciendo esto otra vez?
—El señor V se encuentra enfermo. —Recorrí toda la longitud de los
edificios con la linterna y encontré lo que parecía un recorte en los ladrillos
divisorios a unos cuatro metros de distancia.
—No creo que deberíamos estar tomando ventaja de su enfermedad para
irrumpir en su tienda.
—Es él.
—¿Qué es?
—Sobre quien le conté a Bobert. El que era rehén.
—Janey ¿de verdad? —preguntó alarmada—. ¿Y estás irrumpiendo en su
tienda porque…?

4Se refiere a la frase de Eleanor Roosevelt: ‚Una mujer es como una bolsa de té, nunca
sabes que tan fuerte es hasta que est{ en agua caliente‛
—Tengo que ver exactamente lo que hacen. —Con solo unos sesenta
centímetros de espacio, navegar por el espacio que inducía claustrofobia me
resultaba difícil—. Además, tengo que averiguar en dónde se halla su cabina.
¿Tú sabes?
—No tengo ni idea de lo que hacen, pero me siento muy mal por el señor
Vandenberg.
Coloqué una rodilla en un tablón, luego una mano sobre otro,
arrastrándome hacia adelante a paso de tortuga. Mi descanso iba a terminar
antes de que llegara a la mitad del camino.
—No, quiero decir ¿sabes en dónde se encuentra su cabina?
—Oh, no. Pero Robert puede buscarla.
Oh, sí. No pensé en eso. Llegué a la entrada. Por desgracia, era del
tamaño de una tarjeta de crédito. Alejé algunas telarañas, y luego me deslicé
por ahí. Fue difícil pasar el trasero por ahí. Me tomó un poco de tiempo y
mucho retorcerme lograr atravesarlo. El techo del señor V era exactamente igual
que el de la cafetería. Su panel de acceso se encontraba más cerca de la entrada,
gracias a Dios.
Los tonos apagados de la voz de Cookie flotaron hacia mí, pero no
respondí. En parte debido a que no podía entenderla, y también a que no quería
tener que gritar lo suficientemente alto para ser escuchada. Por lo que pude ver,
la entrada se encontraba en algún lugar por encima de la oficina de Dixie.
Dudaba que ésta apreciara que me arrastrara sobre su ático.
Me arrastré con los brazos hasta el panel de acceso del señor V,
ignorando el dolor en mis rodillas y en mi caja torácica en donde me hallaba
acostada a través de los tablones. ¿Quién sabía los bordes un tablón de dos por
cuatro podrían ser tan dolorosos? Hacer palanca al panel resultó ser más difícil
de lo previsto, pero finalmente metí las uñas por debajo y levanté una esquina
lentamente.
Todavía se encontraba oscuro en el interior de la tienda, así que levanté
el panel y lo dejé a un lado. Luego, con el sigilo de un ninja borracho, bajé por el
agujero. Lamentablemente, el señor V no tenía ningún estante
convenientemente situado debajo del panel por el que pudiera bajar, así que
tuve que saltar a varios metros por encima del suelo. Al segundo que mis pies
tocaron el suelo, levanté la mirada y me pregunté cómo iba a regresar.
Me preocuparía de eso tan pronto como descubriera exactamente qué
estuvieron haciendo los captores. Usando la linterna de Cookie, empecé a
caminar por antigüedades de todo tamaño y naturaleza. Había demasiadas
cosas frágiles. Nunca me encontraría cómoda trabajando en una tienda que
tenía tantas cosas que se podían romper.
El cortador de plasma se encontraba al lado del escritorio del señor V. Se
hallaba conectado a un cable de extensión, así que o ya lo habían usado o
planeaban hacerlo pronto.
Finalmente encontré la puerta hacia la habitación de atrás, contuve la
respiración, y la abrí. Si colocaron algún tipo de guardia para vigilar su obra, se
hallaba muerto. Podía vivir con eso. Afortunadamente, solamente era yo y un
enorme agujero.
Todo el piso fue arrancado. Completamente. Era una habitación
pequeña, más como un armario en realidad, pero aun así. Sentí que
consiguieron llevarse algunas cosas. El agujero negro acechando más allá del
piso maltrecho era mi principal preocupación. Más espacios pequeños.
Excelente.
Me coloqué sobre mis manos y mis rodillas, y hacía brillar la luz en el
túnel cuando oí un gruñido. Un gruñido bajo y profundo justo detrás de mi
oreja izquierda.
Me volví lentamente y me encontré cara a cara con un conjunto de
dientes gruñéndome. El pastor alemán de Vandenberg. Gruñó y me ladró. Era
la cosa más linda.
—Hola, bonito —le dije. Era hermoso—. ¿No eres la cosa más bonita?
A pesar de los gruñidos, levanté la mano para acariciarlo. Gimió al
instante y me lamió el rostro en lugar de rasgármelo. Jugamos un poco, y
entonces le pregunté—: ¿Sabes lo que han estado haciendo aquí?
Ladró, luego ofreció un gemido de disculpa.
—Está bien. No es tu culpa. Averigüémoslo juntos, ¿de acuerdo?
Volvió a ladrar, tomé el teléfono de Cookie y bajé con todo por el
agujero.
15 Traducido por Vane Farrow
Corregido por Jadasa

No entiendo el tipo específico de tu locura,


pero admiro tu compromiso con ella.
(Camiseta)

Apenas lo suficientemente ancho para un hombre de buen tamaño, el


túnel se extendía solo por unos trece metros, luego se detenía bajo otro agujero
de conejo. Tal como pensé, hacían un túnel en el negocio de la tintorería.
Extendí la mano y sentí la suave textura fría del metal. El cortador de
plasma. Iban a utilizarlo para hacer su camino adentro. Dos preguntas vinieron
a mi mente inmediatamente: ¿Por qué necesitaría un piso de metal una
tintorería? y ¿Qué podrían estar ocultando allí?
¿Era algún tipo de bóveda? Si es así, tenía que ser enorme. Al igual que la
de un banco. O quizás era una habitación de pánico. O un antiguo refugio
antiaéreo, aunque el metal resplandecía de un brillante plateado. No podría
haber sido muy viejo.
GS, a falta de un nombre mejor, gimió de nuevo cuando empecé a
retroceder. Se abrió camino a través de la tierra, y luego saltó a la tienda. No
salté, pero me empujé utilizando la fuerza bruta que Dios me dio. Y el marco de
la puerta. Mis uñas nunca serían las mismas.
Con GS buscamos en el escritorio del señor V por alguna pista de dónde
podría estar la cabina y no encontramos nada. Miré todas las fotografías de
nuevo, esta vez examinándolas más de cerca, recordando a los hijos
maravillosos del señor V mientras buscaba un número de casa o una placa con
el nombre de la calle. De nuevo, nada. Desgraciadamente, no conocía la zona lo
suficientemente bien como para que cualquiera de ellas se viera familiar. Para lo
que sabía, esas fotos podrían haber sido tomadas en Nepal.
Renuncié, sacando una de las fotos de su marco, pasé los dedos por las
caras traviesas de los niños, luego la doblé y coloqué en mi bolsillo trasero.
Entonces me di la vuelta para el siguiente desafío. Cómo llegar de nuevo al
panel de acceso. La respuesta se presentó por medio de una escalera altísima,
del tipo que parecía que se derrumbaría en cualquier momento.
Después de colocarla bajo el panel, subí de la forma en que imaginé que
subiría a mi ejecución: lentamente y de mala gana.
Cuando llegué a la cima, agarré la apertura y no tenía más remedio que
saltar tan fuerte como podía. La escalera seguramente se caería, pero no tenía
alternativa. Simplemente no era lo suficientemente fuerte como para estirarme
desde esa distancia.
—Adiós, cariño —le dije a GS.
Ladró y desapareció a través de un viejo cofre en la pared frente a mí.
Con una oración final, me empujé fuera de la escalera tan fuerte como
pude y me estiré con todo lo que tenía. Lamentablemente, todo lo que tenía no
sería suficiente. Escuché que la escalera se estrellaba con un sinnúmero de cosas
frágiles. El señor V iba a asesinarme. Ahora tenía antigüedades que pagar junto
con mis facturas de hospital. Nunca tendría un teléfono. Y mis brazos
comenzaban a temblar.
Cuando escuché un ladrido por encima de mi cabeza, levanté la mirada
para ver a GS de pie junto a mí, la cola moviéndose como si estuviéramos
jugando un juego. Pero mis brazos cedían. Pateé para intentar balancearme, sin
ningún resultado. Entonces GS agarró mi camisa del hombro y tiró.
Funcionaba. Poco a poco subí hasta que tuve suficiente ventaja para
hacerlo por mí misma. ¿Por qué demonios hacía la gente techos a miles de
metros de altura?
Me arrastré hacia atrás lo más rápido que pude, sin caer por el techo,
pero mis brazos temblando no ayudaban. Tampoco el deseo de GS de jugar a
saltar sobre la humana. Básicamente, la siguiente cadena de eventos fue el
resultado de una combinación de varios factores claves, la principal una
repentina y devastadora falta de fuerza. A pesar de ir cuidadosamente, caí a
través del techo. Lo sé. Tampoco nunca lo vi venir.
Y estuve tan cerca.
Una parte de mí aterrizó sobre los estantes que había arrastrado y la otra,
concretamente mi trasero, no lo hizo. Ejecuté esta cosa genial de voltereta, lo
supe porque el techo se encontraba allí, luego no, entonces si otra vez y caí de
bruces al suelo de linóleo.
—¡Janey! —gritó Cookie y corrió hacia mí—. Oh, Dios mío ¿estás bien?
—Me levantó del piso y me ayudó a ponerme de pie.
—Yo… Yo creo que sí. —Parpadeé e intenté llenar mis pulmones con
aire. Se negaron a tomar más de un cuarto de tanque. Por ahora tendría que
servir.
Me sacudió, y luego nos volvimos en unísono hacia el enorme agujero en
el techo.
—¿Piensas que Dixie se dará cuenta de eso? —le pregunté a Cookie.
Realmente no era tan grande. Y se hallaba justo junto al panel de acceso
original. Ahora Dixie podría tener dos.
—Podemos cubrirlo —dijo Cookie, entrando en pánico.
—Eso necesitara un montón de masilla.
—No, con los estantes.
—Oh, está bien. —Empujamos los estantes más hasta que estuvieron
directamente bajo el agujero.
—Está bien —dije, evaluando nuestro trabajo—. Mientras todo el mundo
se ubique aquí mismo, en este mismo lugar, no serán capaces de verlo.
—Esto apesta —dijo Cookie, repentinamente abatida.
—No te preocupes, cariño. Pagaré por ello. A Dixie no le importará.
—Espera, quizás Robert puede arreglarlo. Podemos ofrecer sus servicios
a cambio de que nos mantenga en nuestros puestos de trabajo.
—Cook, no vas a asumir la culpa de nada de lo que pasó aquí. Todo esto
es por mi culpa.
—Déjame al menos intentarlo. Le enviaré un mensaje para ver si todavía
está aquí. Puede venir a echar un vistazo. ¿Tenías mi teléfono?
Palmeé mis bolsillos delanteros. Vacíos. Mis ojos se agrandaron, y el
temor disparó láseres por mi columna vertebral. ¿Lo puse en alguna parte? No
podía recordar.
—¡Janey! —dijo.
Esto no estaba ocurriendo.
—Oh, Janey, no. No, no, no. No dejaste mi teléfono en la tienda del señor
V donde cualquier terrorista podría encontrarlo.
—Cook, nunca dije que eran terroristas —dije mientras palmeaba los
bolsillos traseros. Mis dedos tocaron algo cuadrado, y casi caí al suelo de alivio.
Pero hoy ya había hecho eso, con una vez era suficientemente para mí. Sonreí.
—Oh, gracias a Dios —dijo Cookie.
Lo saqué y se lo entregué, fingiendo no darme cuenta de la pantalla rota.
—Oh —dijo.
—Apuesto a que un poco de cinta de embalaje arreglará esto.
Difícilmente podrás notarlo.
Intentó evitar que una risita escapara y terminó resoplando en el proceso.
—Lo lamento, Cook.
—Janey, ¿crees que me importa?
—Sí.
—Bueno, tienes razón, pero no a costa de tu seguridad. Amortiguó tu
caída.
—Esa fue mi cara.
—¿Fue algo que valió la pena el esfuerzo?
Le conté a Cookie lo que encontré mientras nos dirigíamos a la puerta y
la abrí ante un mar de cabezas.
Dixie se hallaba al otro lado. Junto con Reyes, Bobert, Garrett, Lewis y
Sumi, aunque solo pude ver la cima de su cabeza. Todos se encontraban
apretados en el pequeño pasillo como lata con sardinas. También Osh, pero un
poco atrás con su sonrisa característica. Sería la sardina listilla.
—¿Podrían ustedes dos ser más ruidosas? —preguntó Dixie.
—Podríamos intentarlo —dije, mis cejas arqueándose con
preocupación—. Esto fue mi culpa. Cookie no tuvo nada que ver con eso.
Cookie se hallaba detrás de mí, mordiendo su labio inferior. —Sí, tuve
que ver. Fue mi idea.
—No lo fue.
—Completamente lo fue.
La miré. —Cook…
—¿Qué en la tierra verde de Dios? —Dixie vio el techo. Ella entró.
—Solo se cayó —dijo Cookie—. Fue una locura.
Dixie se volvió hacia… ¿Reyes? Una expresión acusadora en su rostro.
Una expectante.
Él asintió, y ella se iluminó. Como brillante superficie del sol. —Sin daño,
no hay falta —dijo, escoltándonos afuera—. Eso pasa todo el tiempo. Lo
arreglaremos en poco tiempo. Herb Wassermann. Mejor empleado de
mantenimiento en la ciudad.
Con Cookie intercambiamos miradas confusas.
Espera. No, no lo hicimos. Yo intercambié una mirada confundida.
Cookie no parecía sorprendida en lo más mínimo. Aliviada, pero no
sorprendida.
—Extraño cómo eso pasa —le dijo a Dixie.
Dixie asintió. —Los daños por la inundación con la tormenta del 22.
¿Al igual que en 1922?
—¿Quieres decir 82? —preguntó Bobert.
—Sí. —Dixie se rió entre dientes—. Lo lamento. Mis décadas se mezclan
todo el tiempo. Vuelvan al trabajo, chicas. El lugar está esperando.
Prácticamente nos empujó a la cafetería. Todos los demás o volvieron a
trabajar o se volvieron a sentar. Fuimos miradas a fondo por Erin y Francie. Al
parecer se estuvieron haciendo cargo de la multitud en el almuerzo y no
parecían muy contentas al respecto.
Mientras, guardé en el depósito las llaves que tomé y volví a trabajar.
Dixie tenía razón. El lugar se hallaba, sin duda, esperando.
Mi primera parada fue en una mesa con una mujer blanca.
Probablemente se hallaba aquí para la cena y el espectáculo. Si Reyes aprendía a
desnudarse, estaríamos establecidos de por vida.
—Hola, cariño. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?
Me miró, el toque mínimo de reconocimiento parpadeando en su rostro,
pero solo por un segundo. Aprendí a no hacerme ilusiones. Todo el mundo que
veía en las noticias pensaba que me resultaba familiar.
—Hola —dijo, dándome un rápido asentimiento. Tenía un corte tipo bob
corto, cabello castaño y un rostro bonito ovalado, pero el traje poderoso azul
marino lo decía todo. Era alguien importante. O podía haber hecho aviones de
papel para ganarse la vida. No importaba. Con ese traje puesto, podría
convencer a cualquiera de cualquier cosa.
—Me encanta el traje —dije—. ¿Puedo traerte algo de beber?
Me ofreció una media sonrisa agradecida, pero lo que sentía de ella era
más como... ¿alivio? —Me encantaría agua por ahora. Y café.
—Una chica tras mi propio corazón.
Antes de que me fuera de la mesa, la rubia que conocí un día antes entró.
O más bien, tropezó y se sentó en la mesa frente a mi cliente. Solo podía esperar
que se conocieran.
—Hola de nuevo —dijo la rubia. Su cabello se encontraba un poco salvaje
y sus mejillas rosadas brillantes—. Algo de mal tiempo, ¿eh?
—Sí, así es. ¿Estás teniendo unas buenas vacaciones?
—Esta es Kit —dijo, en lugar de una respuesta.
Extendí mi mano con una sonrisa. —Hola, Kit.
—Soy Gemma.
—Lo recuerdo. —Claramente Gemma tenía problemas—. ¿Puedo
ofrecerte algo de beber?
—Claro. —Cuando me quedé mirándola, saltó como si la hubiera
asustado—. Ah, cierto, sí. Ummmm... —Miró el menú—. Qué tal un... —
Tamborileó sus dedos—. Oh, no lo sé... —Se mordió el labio. Era una gran
decisión—. ¿Café?
—Una gran elección —dije, aferrándome al café y corriendo con él antes
de que cambiara de opinión.
Prácticamente podía sentir el calor de la mirada de Reyes sobre mí. Pero
mejor sobre mí que sobre Francie. Ese era mi lema.
El ajetreo del almuerzo era aún peor que ayer, y era solo el segundo día
de Reyes. Pensé en exigirle a Dixie que contratara más ayuda, pero puesto que
había caído justo a través de su techo, decidí no hacer demandas por el
momento.
Reyes me miraba, pero me aseguré de comer. Francie coqueteaba y me
aseguré de notarlo. Erin me frunció el ceño y, bueno, me frunció el ceño un
poco más. Cookie solo agredió a un cliente, y no fue tan cargado sexualmente
como lo era normalmente. ¿Y Lewis? Lewis estaba enamorado. Shayla no
llegaba hasta las cinco, pero lo veía contando los minutos. Mi corazón quería
estallar pequeños corazones fuera de su ventrículo izquierdo por ambos.
Faltando apenas treinta minutos para irme, me dirigí a la cocina para ver
cómo se hallaba Lewis, pero antes de que pudiera hablar con él, Reyes levantó
la mirada y dijo—: Han pasado casi siete horas y todavía estás viva. Estoy
impresionado. Pensé que habrías abandonado toda esperanza por ahora.
Dejé escapar un fuerte suspiro, me volví sobre mis talones, y me fui. Pero
no muy lejos. En realidad, fui a la oficina de Dixie. Ella se hallaba fuera
haciendo un recado bancario/echando un polvo, tenía la certeza de que
practicaba el pasatiempo popular referido como un deleite por la tarde con un
novio al que mantenía escondido en algún lugar, así que tomé de nuevo el
cinturón de su gabardina de tela.
Lo hice una bola, lo escondí en la parte trasera de mis pantalones, y fui
en busca de una víctima. Irrumpí en la cocina tan rápido, que la puerta rebotó
hacia atrás y casi se estrelló contra mi cara. No lo hizo. La agarré, pero por
poquito.
Reyes arqueó una ceja. Me dirigí hacia él y lo empujé, haciendo que
retroceda hasta que estuvimos entre la encimera de preparación y la unidad del
vestidor. Nos permitía un poco de privacidad. Continué empujando hasta que
lo tuve contra la pared. Sus iris oscuros brillaron con interés. Especialmente
cuando saqué el cinturón, junté sus muñecas delante de él, y lo até.
Rizos de calor se deslizaron por debajo de mi ropa cuando me miró, y me
pregunté si lo hacía a propósito. ¿Cuánto control tenía sobre el calor que emitía,
la energía que irradiaba?
No era mucho más alto que yo, menos de una cabeza, pero agarré el
taburete de Sumi y lo puse a sus pies. Ahora nos encontrábamos cara a cara, y
sus ojos particularmente fascinantes contenían humor e intriga.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello y lo besé. Me dejó. Comenzó
dulce y sensual, pero rápidamente se volvió un beso más apasionado de lo que
soñé posible. Luego, sus brazos se encontraban libres y alrededor de mí. De
alguna manera se las arregló para revertir nuestras posiciones por lo que mi
espalda se encontraba contra la pared en lugar de la suya, y todavía me
mantenía sobre el taburete.
Llevó una mano a mi mentón y lo levantó, exponiendo mi cuello para
que pudiera colocar besos abrasadoramente calientes sobre él. Jadeé e incliné
más mi cabeza para darle mayor acceso. Un arco de calor siguió su camino, y
estiré su cabello en mis puños, acercándolo más, rogándole que no se detuviera.
—Lo siento, Holandesa —dijo, haciendo exactamente lo contrario.
Mi cuerpo gritó en señal de protesta.
—Por esto.
Pensé que pedía disculpas por detenerse. Pero se disculpaba por los
moretones casi traslúcidos que dejó en mi garganta. Eran apenas visibles, pero
pasó los dedos por los que podía ver. Causó que las sensaciones más increíbles
corrieran por mi espalda y se lanzaran entre mis piernas.
Volví a concentrarme en él. En su boca llena. En su mandíbula tensa. En
su expresión seria.
—Te reclamo —dije sonando tonta, pero no me importó. Después que
pasé mis dedos sobre su boca, dije—: Eres mío.
—Siempre lo fui. Pero ¿qué pasa con tus tendencias suicidas?
—Ninguna de esas otras cosas importa en este momento. —Apreté mis
brazos alrededor de su cuello.
Movió una mano a mi cintura. Apoyó la otra en mi caja torácica. —Lo es
si actuabas en serio. Lo cual hiciste.
—Locura temporal. Ahora se ha ido.
—¿Esa es una promesa?
—¿No se supone que ‚Lo juro y si no que me muera‛ sería una
respuesta adecuada?
Me acercó más. —Solo si quieres que te ate la próxima vez.
La idea sonaba más atractiva de lo que pensé. —Está bien, entonces te lo
prometo.
Dixie entró, y me tensé como si hubiera sido atrapada besándome con el
mariscal de campo durante el receso.
—¿De qué me perdí esta vez? —preguntó.
—Ella lo ató —dijo Sumi con voz triste. Y tenía una pequeña salpicadura
de baba en la comisura de la boca.
—Janey, ¿podrías dejar de atar a mi cocinero y volver a trabajar?
Después de ofrecerle una disculpa susurrada a Reyes, salté por delante
de él y salí por la puerta, murmurando otra disculpa a la mujer que firmaba mis
cheques de pago a lo largo del camino. Valían los cincuenta y seis dólares.
Para el momento en que salí del trabajo, mi cuerpo zumbaba de emoción.
Reyes era mío. Mío, todo mío. Hice un ligero giro de cadera y corrí para
conseguir su chaqueta. Aunque hubiera matado por pasar la tarde con él, había
otro lugar rogando para que irrumpiera adentro. Y tenía las llaves.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté antes de salir. Oficialmente, también
estaba fuera de horario, pero parecía disfrutar un montón de cocinar. Y
mantenerse ocupado en general.
—Posole —dijo, dándome una sonrisa torcida que disolvió mis rodillas.
Sus manos se hallaban ocupadas picando cosas, por lo que me levanté
sobre los dedos de mis pies y le susurré al oído—: ¿Estás intentando ganar mi
corazón a través de mi estómago?
—¿Está funcionando?
—Diablos, sí. —Entonces puse mi boca en ángulo recto sobre la suya.
Salté y me di la vuelta cuando un plato se rompió detrás de mí. Francie
se hallaba allí de pie, boquiabierta en estado de shock. Avergonzada, se dio la
vuelta y salió corriendo.
—Mierda —dije—. Iré a hablar con ella.
—¿Sobre qué? —preguntó, y el hecho de que estuviera realmente
confundido me hizo caer por el agujero del conejo de loca-por-Reyes solo un
poco más.
—¿Sabes lo que le haces a la gente?
Levantó un hombro poderoso. —Supongo. Pero ¿qué vas a decirle que
hará que se sienta mejor?
Tenía razón.
—No tengo ni idea, pero tengo que intentarlo.
Su expresión se convirtió en una de asombro. —Sigues siendo ta…
—¿Qué? —pregunté cuando no continuó.
—Eres muy atenta, incluso cuando las personas no se preocupan por ti.
—Evidentemente no sabes casi nada sobre mí. Compré un Rolex de este
tipo llamado Scooter en el estacionamiento de Walmart y era una falsificación.
Ya ni siquiera me agrada. En serio.
Un hoyuelo apareció en su mejilla derecha mientras intentaba luchar
contra una sonrisa. —¿Pero si estuviera en problemas y necesitara tu ayuda con
algo?
—Oh, bueno, podría ayudarlo. Pero solo si me daba un reembolso. Dos
dólares son dos dólares.
Soltó una risa entrecortada que era en parte desconcierto y en parte
admiración.
Lo haría.

—Lo lamento, Francie —dije, entrando en el almacén—. No quería


simplemente presumir eso en frente de ti. No pensaba.
Se burló. —Como si me importara. —Terminó de aplicarse brillo de
labios y empezó a salir por la puerta—. Si quisiera, podría conseguir una cita
con un chico diferente cada noche de la semana.
Quería decir: ‚¿Si querías verte como una zorra?‛ Lo que dije fue—: Lo
sé. No quise decirlo de esa manera. —Pero Francie ya se hallaba fuera de la
puerta.
Sentí el ardor que se disparó a través de ella cuando nos vio. No era lo
que quería para ella.
Erin se paró a unos pocos metros de distancia. —Eres un rayito de sol,
¿no es así?
—Puedo serlo —dije, a la defensiva—. ¿Y qué demonios, Erin? Tomé un
par de turnos extra que pediste. No es como si pudieras trabajar ambos turnos
durante todos los días.
—¿Es por eso que piensas que apenas puedo soportar verte? —
preguntó.
—En realidad sí.
—Eres tan despistada.
Se dio la vuelta para irse, así que me apresuré a decir—: Entonces, ¿qué?
—Me acerqué—. ¿Qué hice?
Después de soltar un suspiro de fastidio, dijo—: Cuando era pequeña,
fui a una mujer que lee las palmas que se encontraba en la feria estatal.
Una alarma sonó en mi cabeza con las palabras lee las palmas.
—Me dijo que tendría tres hijas y las tres morirían antes de que tuvieran
un año de edad.
La alarma sonó más fuerte.
—La primera moriría cuando toda la tierra se volviera agua. Hailey
murió después de una gran inundación hace cinco años. —Dio un paso más
cerca de mí—. La segunda moriría después de un ataque al corazón de mi
madre. Carrie murió dos días después de que mi madre tuvo un ataque al
corazón.
—Erin, eso no quiere decir….
—La tercera moriría después de que una chica sin pasado apareciera. ¡Sin
pasado! Pensé, todo el mundo tiene un pasado. Sin duda, podemos tener un
bebé ahora. Pero no. Llegó una mujer sin. Maldito. Pasado.
Se dio la vuelta y se alejó. Me quedé en estado de shock, intentando
respirar el aire que había desocupado la habitación. Esto apestaba en todos los
niveles imaginables.
Tenía que averiguar lo que sucedía, y tenía que hacerlo ahora. Entonces
planeé cazar a esa perra que lee las palmas y preguntarle cómo vivía con ella
misma, diciéndole cosas así a una niña. ¿Quién hace eso?
Agarré un par de sándwiches, saludé al señor P y a la desnudista, que
vino para un almuerzo tardío, luego me dirigí a casa. Y, naturalmente, el
hombre y su fiel corcel me siguieron. Fingí no notar el animal de mil kilos, o el
chico sin cabeza encima de él. Sobre todo porque tenía demasiadas ampollas
como para correr de nuevo.
—Puedo hacer esto toda la eternidad —dijo. En un español perfecto—.
Seguirte alrededor. Joder con tu cabeza. Hablando de eso, ¿sabías que hay un
tipo con un telescopio que te observa?
¿Cómo diablos hablaba? Y su vocabulario era mucho más moderno de lo
que hubiera esperado. Si era realmente el hombre de la historia del señor
Irving, se ajustó muy bien a la vida moderna.
—No estoy bromeando. Toda. La. Eternidad.
Finalmente me detuve, pero me negué a darme la vuelta. A reconocerlo.
—Mira, estoy segura de que tu historia es trágica, pero no sé dónde está tu
cabeza.
Se echó a reír. —Creo que tengo eso cubierto. ¿Me mirarías a la cara?
Con la renuencia de un catador de alimentos de un rey odiado por todos,
me volví hacia él, pero lo más lejos que vi fueron sus botas de montar negras.
—Levanta la vista.
Levanté la mirada a sus pantalones negros.
—Un poco más arriba.
Finalmente me centré en donde su cabeza debería haber estado. O donde
uno esperaría que la cabeza estuviera. El hombre hablándome se hallaba en
realidad en el abrigo.
—Es un disfraz —dije. No pensé en eso.
—Exacto.
—Entonces ¿no quieres que encuentre tu cabeza perdida?
—En serio, podría hacer mucho con eso. ¿Has siquiera conocido a un
hombre?
—Ah, cierto, lo siento. Pero entonces ¿por qué me estás siguiendo?
—En primer lugar, porque eres quién eres y…
—Espera, ¿sabes quién soy?
Eso lo hizo trastabillar. —No. Realmente no. Solo sé que puedes ver a la
gente como yo.
—Yo, sí puedo. —Me acerqué y acaricié a su caballo antes de reiniciar mi
viaje a la casa de James—. ¿Y en segundo lugar?
—En segundo lugar, necesito un favor.
El chico sin cabeza me siguió y explicó mientras íbamos, así que para
cuando llegamos al palacio de cartón de James, sabía que su nombre era Henry,
que fue un actor recreando una escena de ‚La leyenda de Sleepy Hollow‛ para
Halloween hace un par de años, y que él y el caballo, Gale Force, murieron
cuando el puente por el que cabalgaban se derrumbó. Terminaron cayendo en
el agua congelada, y Henry no pudo quitarse el disfraz. La caída rompió el
cuello de Gale en el impacto. Henry se ahogó. Fue un accidente trágico. Nada
más.
—Eso es horrible —dije, por extraño que parezca un poco más triste por
el caballo que el chico. Lo acaricié de nuevo.
—Necesito un favor.
—Lo intentaré.
—Mi mejor amigo diseñó el traje, y se culpó por mi muerte desde
entonces.
—Oh, no, no podría haber sabido.
—Lo sé. Solo quiero que sepa que está bien. Que estoy bien.
No puedo simplemente aparecer y decirle que su mejor amigo se
encontraba bien; probablemente no iría muy bien. —¿Qué si le escribo una
carta? —le pregunté.
—Honestamente, no me importa cómo lo hagas. No está pasándolo bien.
Tiene que saber que no lo culpo.
—Creo que puedo hacer eso. —Gale Force relinchó y me empujó con su
nariz cuando dejé acariciar su cuello. Me reí y pregunté—: ¿Algo más?
—Oh, sí, solo una cosa más. Mantente alejada de ese policía que estás
viendo.
—¿Qué? —le pregunté, sorprendida—. ¿Por qué?
—No me gusta. Nunca lo ha hecho.
Sonaba confiado. —No estoy viendo a Ian. Así que no tienes que
preocuparte.
—Sí —dijo con una burla—. Eso es lo que dijo la última chica.
—¿Qué última chica?
Gale Force retrocedió. Jadeé y retrocedí. Era tan hermosa.
—Tamala Dreyer —gritó mientras se giraba y se impulsaba hacia
adelante—. ¡Búscala!
—¡Espera! ¿Por qué me dejaste huir de ti ayer? ¿Por qué no dijiste nada?
—Amiga, soy el jinete sin cabeza. Vivo para esa mierda.
Tomaba demasiado en serio su trabajo. Pero lo lograba así. Mientras
galopaban por una calle lateral, y el manto negro ondeaba detrás de él, se veía
sin cabeza y espeluznante como siempre.
16 Traducido por Jadasa
Corregido por Itxi

El café me ha dado expectativas poco realistas de mi productividad.


(Camiseta)

Se me cayó un sándwich en la caja de James y escuché por un rato su


versión de No temas a la muerter antes de agarrar el otro sándwich para Mable.
Ella tenía que contarme lo último acerca de su sobrino-nieto, y de repente me
sentí feliz ya que no tuviera ningún problema con las drogas. Él tendría que
gastar un montón de dinero si iba a cubrir el tatuaje de una vagina que se puso
en el cuello durante una borrachera de tres días. El lado positivo, ahora se
hallaba en rehabilitación y se sentía muy estúpido.
Pedí prestado el coche y conduje hasta la casa de Erin. Sabía que su
marido tenía horarios similares, por lo que después de llamar, agarré la llave
que robé y abrí la puerta. La casa era pequeña, pero limpia y ordenada. Empecé
en la sala de estar, y por supuesto, casi todas las fotografías eran de la
espeluznante anciana. Sus ojos eran de sólido blanco, y su boca desdentada se
encontraba abierta en un grito o una risa, no podía decirlo con seguridad. Sin
embargo, parecía enojada.
Las únicas fotografías en las que no aparecía la anciana eran de Erin, su
esposo y de otros miembros de la familia. Una, más vieja, de una joven con un
coqueto flequillo y luces láser que se disparaban detrás de ella, tenía que ser su
madre. Los años ochenta fueron una época de miedo. Otra de una joven con
unas gafas cuyo marco tenía forma de ojo de gato y un peinado bouffant, podría
haber sido su abuela. O tal vez una querida tía abuela. Pero en su mayor parte,
los Clark vivían en, lo que yo consideraría, una casa del horror. Todas las
fotografías eran perturbadoras en nuevos niveles y en aumento.
Entonces me di cuenta de que no todas podían ser del bebé Hannah.
Algunas podrían ser de los primeros hijos de Erin. ¿Era alguien o algo que
frecuentaba a Erin? ¿Era un fantasma interesado en sus hijos por alguna razón?
Y si es así, ¿por cuál razón? ¿Qué ganaría ese fantasma matando a los niños?
Ojala esto de ver a gente muerta hubiera venido con algún tipo de
manual. O un esquema. Un gráfico habría estado bien. Puede que tenga que ir a
la biblioteca y buscar Cincuenta razones por las que los fantasmas matan. O Cómo
saber en diez sencillos pasos si tienes un espíritu burlón.
Espíritu burlón. ¿Podría ser eso? ¿No eran diferentes como a la gente
muerta común? Me devané mi amnésico cerebro. Honestamente, ¿qué sabía
acerca de espíritus burlones? Estaban enojados. Sabía eso. A menudo se apegan
a un lugar, objeto o persona. Vivían, por decirlo de algún modo, para asustar
muchísimo a la gente.
Pero si ese era el caso, también Henry sin cabeza entra en esa definición.
Espera, no entraba. No estaba enfadado. No usaba su poder para el mal.
Tenía un sentido del humor malvado, pero eso no lo hacía un tipo malo. Esta
mujer, la mujer interesada en Erin y su familia, era mala.
Si al menos era mínimamente honesta, habría admitido que no tenía ni
idea de si un fantasma en realidad podía matar. Parecía un error en el gran
esquema de las cosas. Pero era la única explicación. Aparte de lo obvio que
cualquier persona pensaría: los hijos de Erin murieron por el Síndrome de
Muerte Súbita Infantil. Así de simple, lo que yo consideraba una de las pérdidas
más trágicas. No tenía sentido casi ninguno de los acontecimientos negativos
que le ocurrían a un niño. Todo, desde los niños con cáncer a los abusados o
abandonados. La simple idea destrozaba mi corazón. Y la idea de que Erin
perdiera otro hijo me apretaba como un tornillo.
¿Por qué? ¿El niño realmente tenía que pagar por los pecados del padre?
Y si es así, ¿qué mierda? ¿Por qué mi hijo debería pagar por mis errores?
Jamás tendría hijos. Estarían condenados.
Una voz masculina habló detrás de mí, y la adrenalina se vertió en mi
sistema haciéndome saltar tan alto casi me golpee un poco.
—Oye —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
Por reflejo, agarré el atizador de la chimenea y me di la vuelta hacia él,
apuntando como una espada. —¡Quédate atrás! Lo digo en serio.
Se quedó de pie justo fuera de la cocina, vestido solo con una toalla y
sosteniendo una… sartén. ¿De verdad? ¿Toda una cocina a su disposición y
elige una sartén? Reconozco que era de hierro. Mataría si se utilizaba
correctamente, pero no creía que este tipo fuera un asesino.
—Estás en mi casa —dijo sosteniendo la sartén con ambas manos,
exactamente, de la misma manera que yo el atizador. Honestamente no sabía
quién se encontraba más asustado. Pero él tenía razón. Yo era la intrusa, él era
el invadido.
—¿Quién eres tú? —preguntó mientras daba cautelosamente un paso
hacia atrás. Miró a un lado y vio algo.
Todos mis sueños de vivir una vida libre de barras y comida chatarra se
esfumaron cuando me di cuenta de que iba por su teléfono.
—¡Espera! —grité antes de que lo agarrara—. ¡Creo que tu casa está
embrujada!
De todos modos agarró el teléfono, pero no hizo nada con él. Aún no.
Todavía había esperanza. Aparté una mano del atizador y la levanté en
señal de rendición. —Sé cómo va a sonar esto, pero creo que tu bebé está en
peligro.
—Eso es lo que mi esposa sigue diciendo. ¿La conoces?
—Me contó que tus primeros dos hijos murieron antes de que
cumplieran un año.
Bajó la sartén. —Sí, pero no eran míos. Ella y su ex se divorciaron
después de que murió su segundo hijo.
Eso tenía sentido. No muchas parejas permanecían juntas después de
perder a un hijo.
—Y ahora ella sigue y sigue hablando sobre esta perra en el trabajo y
cómo cree que Hannah también morirá, no importa qué tan a salvo estemos.
—Sí. Odio ser la portadora de malas noticias, pero yo soy la perra.
Sus músculos se tensaron.
—¿Te contó sobre quien lee las palmas?
Asintió. —Sé que suena loco, pero creo que estoy empezando a creerle. O
eso, o es como esos cultos en los que les lavan el cerebro a sus miembros para
hacerles creer que los alienígenas van llevarlos a su planeta de origen.
—¿De verdad? ¿Qué pasa con eso? —Me devané los sesos tratando de
recordar su nombre.
—Eso todavía no explica lo que estás haciendo en mi casa. A menos que,
como dijo Erin, estás aquí para matar a nuestro bebé. —Su mano apretó de
nuevo la sartén, y comenzó a apretar botones en su teléfono.
—¿Qué? ¿Dijo que intentaría matar a su bebé?
—No con esas palabras, pero dijo que el solo hecho de que estés aquí la
ha puesto en peligro.
Finalmente recordé. —Estoy aquí para tratar de salvarla, Billy. Para
intentar averiguar lo que está pasando.
—Mmm. —Levantó el dedo índice que me hizo detenerme, luego se
desplazó en su teléfono. Escuché la música de fondo en mi mente hasta que
dijo—: Sí, me gustaría informar sobre un robo.
Me quedé boquiabierta. —¡Billy! —susurré, corriendo hacia él. El
uniforme de prisión de color naranja no se veía bien en mí—. Solo dame una
oportunidad. Puedo ver lo que otros no. Puedo ver a una mujer en las
fotografías de tu hija. Una anciana con ojos blancos y…
—No importa —dijo en el teléfono—. Pensé que alguien forzó la entrada
en la casa del frente, pero simplemente dejaron una nota. —Toda su actitud
cambió en un instante, y de mirarme con el ceño fruncido paso a mirarme
boquiabierto, solo que de manera muy adorable. En serio, el chico podría haber
sido un supermodelo—. Sí. No, sí, lo entiendo. Estaré atento. Lo siento por eso.
Dijo terminando la llamada y bajando su teléfono.
—¿También la has visto? —pregunté—. ¿En las fotografías?
—No. En la casa.
Joder. Tenía razón. Se hallaba aquí.
—Está bien, dime exactamente qué viste.
Se puso un poco pálido y tuvo que sentarse. Regresamos a la sala y nos
sentamos en el sofá muy usado, pero terriblemente cómodo. Probablemente era
de segunda mano. Claramente no podían permitirse mucho. Su decoración era
escasa, pero graciosamente acomodada.
Trabajaban mucho para lo que tenían, y los admiraba a ambos.
—Entonces, me levanté una noche hace una semana para ver a Hannah.
Solo este raro impulso en mi interior.
Me preguntaba si también podía estar un poco loco.
—Me encontraba medio dormido, pero cuando llegué a la habitación de
Hannah, podía haber jurado que vi a alguien de pie sobre ella. Una anciana. Le
pregunté qué hacía en la habitación de mi hija, y ella… —se detuvo como para
recomponerse—. Giró y se acercó a mí. Me caí hacia atrás, pero cuando miré de
nuevo, desapareció.
—Eso es horrible. —Quería compartir. Quería contarle sobre ser
perseguido por el jinete sin cabeza y cómo este cliente en el trabajo tenía un
demonio escondido en su interior, pero ahora no era el momento de terapia de
grupo—. ¿Qué hiciste?
—Corrí junto a Hannah y la tomé en brazos. Pensé… me preocupaba que
le hubiera hecho algo. Para el momento en que Erin se despertó, decidí que lo
soñé todo.
—Me alegra que Hannah estuviera bien.
—Pero cuando mencionaste la parte sobre sus ojos… los ojos de esta
mujer eran blancos. Eso es todo lo que vi, y no he dormido bien desde entonces.
Mientras me encontraba realmente contenta de no ser esposada, todavía
me sentía desconcertada. ¿Y si la mujer realmente perseguía a Erin? ¿Y si
realmente asesinaba a los bebés? ¿Entonces qué? ¿Podría realmente contratar a
un exorcista? ¿Si es así, cómo? Por lo que entendí, la iglesia católica tiende a
darle largas a estas cosas. Hannah ahora se hallaba en peligro. Especialmente
desde que yo, también conocida como la chica sin pasado, me presenté.
—¿Dónde está el bebé ahora? —pregunté.
—Con la tía de Erin.
Asentí y me acerqué a las fotografías que se encontraban sobre la repisa
de la chimenea.
—¿Todas son de Hannah?
Se puso de pie. —No, estas dos son de sus dos primeros bebés, Hailey y
Carrie.
Todo lo que veía era a la anciana espeluznante. Era como una película de
terror en pausa.
—¿Qué es exactamente lo que ves? —preguntó.
—En todas las fotografías de los niños, solo veo a la anciana. En las otras,
sin embargo, los veo a ustedes y a otros miembros de la familia.
—¿Estás segura?
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a, ¿cómo lo sabes? Puedes ver más allá de la mujer,
¿verdad?
—Es cierto.
—Está bien, entonces señala aquellas en las que se ven a la anciana.
Señalé la primera. Él asintió. La segunda. Asintió de nuevo. La tercera, y
así sucesivamente. Erin se integraba tanto en la familia, era encantador. Nos
dirigimos a las fotografías en la pared. Las dispuso ingeniosamente y todo
enmarcado en blanco.
Allí, solo dos fotos eran de los bebés. Empecé de nuevo y señalé a la más
cercana.
Billy frunció el ceño. —¿La ves en esta foto?
Cuando asentí, negó con la cabeza. —Esta es la tía abuela de Erin,
Novalee. Murió a los treinta o cuarenta años.
Sorprendida, señalé otra foto. De nuevo sacudió la cabeza. —Esta
también es Novalee.
—Todo lo que veo es la chica fantasma loca. ¿Por qué Erin tiene
fotografías de parientes que nunca conoció?
—Ella es así —dijo—. Le encantan las fotos viejas, antigüedades y esas
cosas. Y la historia de Novalee es trágica. Simplemente creo que siempre sintió
una conexión con ella a pesar de que nunca se conocieron. Todos sus parientes
mayores dicen que Erin se parece a ella.
—¿Cómo es que la historia de Novalee es trágica? —pregunté
suspicazmente.
—Por lo que entiendo, era una loca. Certificable. Iniciaba incendios.
Destruía cualquier papel con imágenes sin ninguna razón. Pasó casi toda su
vida en una institución.
Lamentablemente, eso podía significar cualquier número de
enfermedades mentales debilitantes. O incluso podría haber sido el resultado
de una lesión durante su infancia o de una enfermedad.
—¿Sabes qué? —dijo, dirigiéndose al pasillo—. Puede que haya algo
aquí. —Bajó la escalera del ático y comenzó a subir cuando se acordó que
llevaba una toalla—. Tal vez debería ponerme unos pantalones primero.
—Tal vez —dije, riendo.
Era una pena. Se veía muy bien en esa toalla. Necesitaba conseguirle a
Reyes una toalla. Todo el mundo necesita una toalla. No me vería demasiado
desesperada.
Billy fue a cambiarse, así que examinaba las fotografías a lo largo de las
paredes de allí. Erin tenía una increíble capacidad para decorar combinando
tanto las viejas como las nuevas. Algunas de sus reliquias se veían tan frágiles.
Tan delicadas.
Me encontré con un dibujo y me detuve. Era muy antiguo, de principios
de los 1900 a juzgar por el vestido que usaba la mujer. Pero era ella.
—¡Billy!
Salió corriendo al mismo tiempo que se colocaba una camiseta. —
¿Encontraste algo?
—¿Esta es ella? —pregunté—. Porque esta mujer podría ser la gemela de
Erin.
Entrecerró los ojos. —Oh, sí, creo que es. —Agarró el dibujo de la pared y
miró el dorso—. Sí. Erin etiquetó todas las imágenes. Esta es de 1910. Novalee
Smeets.
Analicé el dibujo, pero era demasiado joven en ella. No podía decir si esa
era la señora loca o no.
—Puedes verla en esta, ¿verdad?
—Puedo. ¿Qué ibas a mostrarme del ático?
—Oh, cuando Erin era una niña, solía dibujar mucho. Creo que copió
muchas de las viejas fotos que tenía. Puede haber dibujado otra de Novalee.
—¿Dibujó otra de Novalee de cuando se hizo mayor?
—Vamos a averiguar.
Empecé a subir las escaleras, y la situación parecía inquietantemente
familiar. Tuve flashbacks. —Me acabo de caer a través de un techo. No me
caeré, ¿verdad?
—No, está bien arreglado.
—Está bien.
Después de reacomodar un poco, Billy encontró una caja con los viejos
dibujos de Erin. Era una artista increíble. Practicó hiperrealismo. Sus dibujos
parecían tan reales que podrían haber sido fotografías.
—¿Erin todavía dibuja?
—Lamentablemente no. Quiero decir, mira estos. Podríamos ser ricos —
bromeó—. Dejó de hacerlo después de que murió su primer bebé.
—Es alucinante.
Observamos minuciosamente cada dibujo, revisamos nombres, y
buscamos otras fotografías que usó como referencia.
—Aquí hay una —dijo, levantándola—. El original está abajo.
Pude ver por qué utilizó esa fotografía. Erin se concentró principalmente
en la cara y dejó que los otros detalles se desvanecieran. La mujer en ella era
vieja con arrugas a lo largo de su piel, y ojos que no miraban directamente.
Miraban al vacío, entonces me di cuenta de por qué.
—Este es un retrato de difunto —le dije.
—Guau, ¿murió en ese momento?
—No, difunto como en duelo. Novalee ya murió cuando fue tomada esta
foto.
Se tambaleó hacia atrás, como si de pronto sintiera miedo de tocarla.
Luché contra el impulso de perseguirle con ella mientras gritaba: ‚¡Piojos
muertos! Piojos Muertos!‛ A veces mis pensamientos se descarriaban
demasiado.
—Bueno, misterio resuelto.
Se quedó mirando fijamente un momento y luego preguntó—: ¿Esta es
ella? ¿La mujer que vi?
—A menos que haya dos fantasmas pasando el rato aquí, es ella.
—¿Qué demonios? Quiero decir, ¿trata de matar a Hannah?
Mordí una uña pensando. —No estoy segura.
—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo la detenemos?
—No tengo ni idea. —Me miró boquiabierto, por lo que me expliqué—.
La veo, como tú me ves a mí, pero no sé qué hacer con ella. No soy exactamente
una experta, pero tengo conexiones.
—¿Qué tipo de conexiones? —preguntó, frunciendo el ceño en sospecha.
—Del tipo, eh, no corpóreo. Le preguntaré.
Miró fijamente de nuevo, luego reaccionó y miró mi mano. —Sabes,
ahora puedes bajar eso.
Miré el atizador que aún sostenía. Lo subí conmigo al desván. —Oh,
tienes razón. Lo lamento. —Después de que lo dejé en el suelo a mi lado, dije—:
Mira, Erin y yo exactamente… no nos llevamos bien. Si pudieras, tal vez, ¿no
mencionarle que irrumpí y entré?
—No te preocupes por ella. Es un gatito.
Para él, quizás. Quiso matarme con un fierro.
—De todas maneras, ¿cómo llegaste aquí?
Saqué las llaves de mi bolsillo. —Las robé de su bolso.
—Lindo.
—Está bien, voy a investigar un poco, revisarlo con mis conexiones, y
volveré en el momento en que sepa algo.
Conduje de vuelta a la cafetería. Reyes se fue, y dejó desatendido el
pozole. Hombre loco.
Recogí un cuenco y fui a alejar a Dixie de su computadora.
—Estoy jugando strip poker5 en línea —dijo ella, fingiendo que se
enfadaba.
Conociéndola mejor, la saqué de la silla con mi trasero.
—Bien. De todas formas tenía que ir a casa.
—Lo sé.
—¿Oh sí? ¿Cómo?
—¿Ese timbre especial que utilizas cada vez que llega un mensaje de
texto de tu amante secreto? Sonó hace tres minutos.
Me miró boquiabierta durante la mayor parte de un minuto, luego cedió
y dejó que la excesiva emoción la atravesara.
—Oh, por cierto, tu ex suegro me está tomando fotos en ropa interior.
—¿De verdad? Él es bueno. También deberías sacarte algunas desnuda
mientras estás en ello.
—Lo haré. Que se diviertan. —La despedí y entré en Google.
Antes de que fuera a todo el espíritu burlón, decidí averiguar sobre el
nombre que me dio Henry sin cabeza: Tamala Dreyer.
La búsqueda obtuvo docenas de éxitos acerca de una chica que murió en
circunstancias sospechosas. Su muerte finalmente se catalogó como un suicidio,
pero sus amigos y familiares no estuvieron de acuerdo y abiertamente acusaron
a su novio de la secundaria de matarla; quién, según ellos, la acosaba tras una
fea ruptura. Un artículo tenía consigo una fotografía de la familia doliente. En el
fondo se encontraba Henry.
El artículo lo nombraba como un primo segundo. Él fue quien más
protestó, jurando que fue asesinada por el acosador. Y entonces él lo nombró.
Le gritó. Lo desafió.
“No tengo nada que ocultar, y no me quedaré tranquilo con la fuerza de policía
incompetente.”
Auch. Eso no podría haber ayudado a su causa.

5
Strip poker: es una variación del juego de cartas póquer en el que los jugadores se quitan
prendas de ropa cuando pierden sus apuestas.
“Tamala fue asesinada por Ian Jeffries.”
Guau. El tipo tenía coraje. Me preguntaba qué podía haber hecho con su
vida si no hubiera terminado tan joven. Pronto, busqué en cada centímetro de
internet información sobre el señor Ian Jeffries. Un par de años más tarde, hubo
otro suicidio sospechoso de una mujer con la que él afirmaba estar saliendo.
Cuando Henry se enteró que Ian era una persona de interés, pero que no
confirmaban nada, protestó de nuevo, y la mierda proverbial golpeó el
ventilador.
Leí más. Un amigo cercano a la fallecida dice que la mujer nunca aceptó la
propuesta del Oficial Jeffries. “Él no aceptaría un no por respuesta.” Ian afirmaba ser el
prometido de la mujer, pero su familia lo negaba con vehemencia.
¿Y la pregunta del millón de dólares? ¿La muerte de Henry en realidad
fue solo un accidente?
¿Y la pregunta de los diez millones de dólares? ¿Ian planeaba un destino
similar para mí?
Analicé todos los hechos. Ian fue una persona de interés en las muertes
por suicidio de dos mujeres. Yo era una mujer. Tenía acceso a mi casa. Sabía mi
rutina y el hecho de que no tenía teléfono. Ninguna manera de pedir ayuda. Es
tiempo de cambiar las cerraduras y conseguir un teléfono de una vez por todas.
Realmente no necesitaba uno, ya que no conocía a nadie en el planeta cuando
me desperté.
Llamé a mi casero inmediatamente, le dije que alguien entraba en mi
casa, y le pedí un cambio de cerradura completo. Él se quejó un poco, pero dijo
que podía hacerlo en un par de días. Así que, mientras no me convierta en
suicida en los próximos dos días, todo debería estar bien con el mundo. Mañana
podría pedirle prestado el coche a Mable y ver si conseguía un teléfono. Con
suerte, funcionaría.
Recordé el billete de cien dólares. De ninguna manera iba a gastar eso.
Seguramente ganaría lo suficiente para un teléfono TracFone barato, y si no otra
cosa.
Con eso, abrí una nueva pestaña en Google y busqué espíritus burlones
sin ningún resultado. En realidad, demasiado éxito. Había cientos de miles de
visitas, y cuanto más leía, más me convencía de que estaba loca. Veía cosas.
¡Pero espera! ¡Hay más!
Billy también la vio.
Bueno. Me sentí mejor. De lo que averigüé, los espíritus burlones eran las
entidades a las que se consideran responsables de las alteraciones físicas, como
objetos que se movían y ruidos fuertes. Pero no pude encontrar nada sobre un
espíritu burlón que realmente matara a la gente. Nada legítimo. Había un
montón de ficción, pero necesitaba respuestas reales.
Luego encontré otro dato interesante. Un investigador cree que
definitivamente podrían adherirse a personas u objetos y obsesionarse con ellos.
Sabía eso, pero era agradable tener confirmación.
Erin salió del trabajo hace algún tiempo, así que odiaba hacerlo, pero
tenía que llamar a Billy. Él me dio su número antes de irme para que pudiera
hacerle saber sobre lo que averiguaba.
—Hola, soy yo —dije, susurrando. No sé por qué.
—Oh, hola, Tommy —dijo. Entonces gritó, presumiblemente a Erin—. Es
Tommy. Del trabajo.
—Soy muy consciente de dónde conoces a Tommy, cariño. —Se rió, pero
era el sonido del bebé en el fondo que llevó al ataque.
Los bordes de mi visión se pusieron borrosos y sentí una gran tristeza,
llegando a mis pulmones. Tuve que sentarme para recuperar el aliento. Para
tratar de llenar el vacío que me ahogaba.
—¿Estás ahí? —preguntó.
—Sí. Sí, estoy aquí. —Cerré los ojos. Concentrándome.
—Por lo tanto, conseguí más información acerca de la historia de Erin.
Acerca de su tía abuela.
Alarmada, pregunté—: No le contaste, ¿verdad?
—¿Acerca de nosotros? No, bebé, estamos bien. —Su voz sonaba
divertida, y la situación también me pareció irónica. Si hubiera una lista de
razones para hablar con un hombre a escondidas, exorcizar a un espíritu burlón
no habría estado primero en la lista—. Así que, ¿qué llevas puesto?
Su broma ayudó. Llené mis pulmones, confundida por los ataques de
pánico que tenía. Solo otro día en la vida, supuse. —¿Qué averiguaste, Romeo?
—Preparada para enloquecer.
Reboté alrededor y giré la cabeza a los lados como un boxeador
profesional. —Está bien, totalmente preparada.
—La tía abuela de Erin mató a su propia hija, luego pasó el resto de su
vida en un manicomio, diciéndole a todo el que quisiera escucharle que la
muñeca era su hija fallecida. ¿Cómo es eso de raro?
—Le daría un 9.8. —La idea de una madre asesinando a su propio hijo
me inquietaba mucho más de lo que quería. Sabía que sucedía. Es solo que
prefería no saberlo—. Está bien, ¿Erin tiene algo de Novalee? ¿Tal vez una pieza
de joyería o una manta? ¿Cualquier cosa?
—Además de esas fotos, no estoy seguro. Espera. Ahora que me contó la
historia, me preguntaba si esa muñeca en el ático era suya.
—¿Qué muñeca?
—Hay una muñeca realmente espeluznante en el ático. Ahora que lo
pienso, se ve como la de la foto.
—No había una en el dibujo.
—No está en el dibujo, pero sí en la fotografía que Erin utilizó para el
dibujo.
Me animé. —¿Y Erin la tiene? ¿A qué se parece?
—Ya sabes, una de esas viejas muñecas que parece muerta. Su cara tiene
grietas y sus ojos son blancos.
—Billy, ¿puede tomarla?
—Supongo. Creo que todavía está en el ático. ¿Por qué?
—Necesito que la saques de la casa.
—¿Y qué con eso?
—No estoy segura. Por ahora, solo tráemela. Estoy en la cafetería.
—Lo intentaré. No estoy seguro de cómo lo haré sin que Erin se dé
cuenta.
—Ya pensarás en algo.
—¿Es la muñeca? —preguntó, como si de repente todo tuviera sentido—.
Janey, la tía de Erin Noreen le dio esa muñeca la primera vez que ella se quedó
embarazada. Noreen había intentado tener hijos durante años, pero varias veces
sufrió abortos. Luego, cuando finalmente logró llegar a término el embarazo, su
bebé falleció dos semanas después mientras dormía.
—Al igual que los de Erin.
—Exactamente.
Ese hecho no hizo más que reforzar mi creencia de que esto, de alguna
manera, se conectaba con esa muñeca. —Billy, saca esa muñeca de la casa.
Ahora. Te esperaré aquí.
—Estaré allí tan pronto como pueda.
Terminamos la llamada, y empecé una nueva búsqueda en Google. Lo
bueno es que era gratis. Esta vez busqué cómo destruir un objeto poseído. Por
lo que pude ver, necesitaría agua bendita, el corazón de un dragón, y los
recortes de uñas de un santo canonizado.
17 Traducido por CrisCras & yuvi.andrade
Corregido por Marie.Ang

Ahhh, Viernes…
Mi segunda palabra favorita con F6.
(Camiseta)

Un rato después, Billy llamó a la puerta de la oficina.


—Entra —dije como pensando que tenía derecho a hacerlo.
Entró con una bolsa marrón de papel. —Se encuentra aquí dentro. ¿Crees
que esto la detendrá?
La tomé. La abrí. Me estremecí. —Espero que sí. ¿Qué dijo Erin?
—Nada. Le dije que iba a reunirme con mi amante. Me dijo que me
asegurara de llevar ropa interior limpia, porque manipularía lo frenos y sería
incómodo si los técnicos médicos de emergencias tenían que cortarme unos
calzoncillos sucios.
—Planea de antemano. Me gusta eso.
Asintió, de repente nervioso. —¿Qué pasa si esto no funciona?
—Entonces, seguiremos buscando. No me rendiré, Billy.
—Gracias. No puedo imaginar por qué Erin te odia tanto.
—Resulta sorprendente, ¿verdad?
Billy se marchó, y me permití reconocer el calor que había comenzado a
asociar con todo lo relacionado a Reyes Farrow. Encajé el cuenco que había
usado para confiscar una muestra de su pozole contra mi costado y me apresuré
hacia el fregadero de la cocina.
Lo enjuagué, escondiendo la evidencia, luego me volví hacia él. —Estás
aquí de nuevo.

6 En el original, viernes inicia con F (Friday).


—Estás aquí de nuevo —dijo. Se apoyaba contra la mesa de preparación,
observándome.
Me encontraba ocupada pensando, Dios mío, ese hombre define la palabra
“candente”, cuando preguntó—: ¿Qué te pareció?
Con un resoplido, dije—: Era malditamente impresionante. En serio.
Como para hacerte perder la cabeza. ¿De qué hablamos?
El humor profundizó los hoyuelos que lucía siempre que quería que
cualquier mujer en un radio de quince metros se derritiera en un tembloroso
charco de gelatina de chica. Sus hoyuelos eran simplemente demasiado sexy,
demasiado deliciosos, como para no tener un motivo ulterior.
—El pozole —dijo.
—¿Qué? No tomé nada de tu pozole. Tengo mi propio pozole en casa.
Como, un litro.
—Ah. ¿Entonces, ese rastro de chile rojo en tu blusa?
Jadeé y comprobé el frente de mi camisa.
Se le escapó una carcajada resoplada. —Pillada.
Después de cerrar mis párpados, dije—: Para que quede constancia,
estaba increíble. Deberías convertirte en un chef. O comprar un restaurante.
Serías un éxito. Y solo en parte porque atraes a multitudes de mujeres
ovulando.
Se puso serio y dejó caer la mirada. —No es mi intención.
Quise decirlo como un cumplido. Aparentemente no era uno. —Lo
siento.
—No lo hagas. No te pega.
Sin tener ni idea de qué quería decir con eso, volví a mis pensamientos
anteriores de todas las palabras del idioma inglés que él definía. Hermoso.
Atrayente. Provocativo. Cautivador. Encantador. Sensual. Oscuro. Triste. Y en alguna
parte allí, como siempre, surgió la palabra malo. Tenía la sensación de que
cuando Reyes Farrow quería serlo, podía ser muy, pero que muy malo.
Me di cuenta que me estaba dejando observarlo. Dándome un momento,
por decirlo así. Dejé caer la mirada y pregunté—: ¿Quieres ir por la segunda
ronda?
Sentí la tensión en el aire estrecharse como la cuerda de un arco siendo
estirada entre nosotros.
—¿Con las mismas reglas? —añadí.
—¿Y qué reglas son esas, de nuevo?
—¿Puedo tenerte? ¿Durante quince minutos? —La humillación me
atravesó. Estaba un poquito enojado la última vez que hicimos esto. Me estaría
bien merecido si dijera que no.
—Cierto —dijo suavemente—. Ahora recuerdo. No puedo tocarte
durante quince minutos.
—Sí.
Se encontraba enfrente de mí. Sentí su calor, pero no podía animarme a
mirarlo. —¿Y qué sucede después de quince minutos?
La arrogancia que usé en mi ventaja la última vez me había abandonado.
No tenía ninguna respuesta inteligente. Ninguna promesa de lo que podía
hacerle en esos quince minutos. Solo sabía que lo deseaba. Simple y llanamente.
—Después de quince minutos, todas las apuestas quedan cerradas.
—¿Y puedo tocarte?
Una calidez cayó sobre mí. La perspectiva de que me tocara me causó
tanto emoción como ansiedad. El mero pensamiento me hacía sentir vulnerable.
Expuesta. A su merced. Pero un trato era un trato.
—Sí.
—¿Y ningún pensamiento de pasarte un cuchillo por la garganta
mientras me encuentro atado?
Lo miré al fin. —Como si me hiciera algún bien.
—Exactamente.
Extendió la mano por detrás de él, quitándose el delantal y arrancó su
correa. —Si hacemos esto, ¿terminarás lo que empezaste?
Preguntó mientras sostenía la correa hacia mí, dándome permiso para
atarlo. Por alguna razón, el pensamiento de él atado me dio un poco de
confianza, incluso aunque sabía que no haría absolutamente nada para
detenerlo si quería salir.
—¿Y si no lo hago? —pregunté. Yo no me burlaba de la gente. Estaba
bastante segura de eso, pero si algo sucedía… quería una garantía de algún tipo
de que no se convertiría en el chico malo que sabía que podía ser.
—Como dije antes, Holandesa, no soy un pubescente. Sobreviviré si
quieres parar, pero solo apenas. Podría necesitar resurrección cardiopulmonar.
Dejé salir una suave risa.
Me mostró esos hoyuelos de nuevo, luego fue a buscar la silla,
deslizándola hasta el centro de la habitación. Se sentó y cruzó las muñecas a su
espalda, un desafío brillando en sus ojos. La amplitud de sus hombros se hizo
mucho más evidente en esa posición, y tuve que absorber su forma durante un
momento antes de caminar hasta su espalda.
Me arrodillé y envolví la correa sobre sus muñecas. Dejó que sus dedos
se deslizaran sobre mis manos mientras lo ataba. El movimiento, tan pequeño y
aparentemente sin importancia, envío pequeños estremecimientos que
ascendieron por mis brazos. Cuando terminé, me incliné y besé sus palmas. Sus
largos dedos se deslizaron por mi mejilla y cuello.
Cuando me levanté, caminé hasta el cronómetro, lo programé, luego me
volví de nuevo hacia él. —Solo tengo quince minutos —expliqué al tiempo que
me quitaba las botas, vaqueros y ropa interior. Tenía que ahorrar cada segundo
que pudiera.
El suéter que llevaba colgaba por debajo de mis caderas, así que en
realidad él no podía ver nada, pero soltó un gruñido bajo y dejó caer hacia atrás
la cabeza como si ahora se arrepintiera de encontrarse atado.
Me monté a ahorcajadas sobre él como la última vez y enterré los dedos
en su pelo. Se centró en mí, su brillante mirada afilada, sus músculos lisos se
endurecieron. Lo besé, suavemente esta vez, el acto sin prisas e intoxicante.
Cuando se abrió para mí, sabía como nubes de tormenta y lluvia. Me asenté
sobre él, y absorbió una fría respiración de aire entre nuestras bocas. Su
erección me provocaba y tentaba, y me presioné contra él con un poco más de
fuerza. Un gemido susurrado escapó de él, e inclinó las caderas hacia mí. La
fricción causó una sacudida de electricidad. Me aferré a sus hombros, y él lo
hizo otra vez, frotando mi clítoris, haciendo estallar un fuego profundamente en
mi interior.
Incapaz de mantener bajo control durante más tiempo el torbellino de
excitación, extendí la mano entre nuestras caderas y tiré de su camiseta para
revelar las formas de su estómago, antes de regresar a su cara. Su fuego se había
vuelto más brillante, pero me centré. Vi pasado ello. Me concentré en el hombre
detrás del infierno.
Retrocediendo, acaricié la suave piel de su pecho con mi boca. Pasé mis
dientes por encima de un pezón. Hice revolotear mi lengua y succioné.
La correa crujió contra la tensión de su agarre, pero mantuvo su palabra.
Permaneció atado a la silla, pero sentí la furiosa lucha en su interior. El aumento
de la temperatura. La tensión del músculo.
Dejé caer la camisa y volví mi atención hacia sus vaqueros.
Cada movimiento que hacía causaba un aumento de adrenalina en su
interior. Eso, a su vez, causaba exactamente la misma reacción en mí. Cada
punto de contacto, cada matiz de deseo enviaba una oleada de deseo directo a
mi núcleo.
Después de que le desabroché los pantalones, los empujé por sus
caderas. Se apartó de la silla por mí, y los bajé lentamente para revelar su
erección, hinchada y rígida. Decir que estaba impresionada habría sido un
eufemismo. Empujé sus pantalones pasadas sus rodillas y me encajé entre ellas.
Quería saborearlo. Acariciar con mis dientes a lo largo de su longitud. Tragar su
excitación hasta que necesitara agarrarlo tan fuerte que no tuviera más opción
que venirse en mi boca.
Pero no lo hice. Lo quería dentro de mí incluso más, y me quedaba sin
tiempo.
En cambio, me incliné hacia delante y pasé mi lengua desde la base de su
polla hasta la punta. Se puso rígido, sus músculos tensos con la consistencia del
mármol. Cuando me arrastré sobre su regazo, tomé su erección en mi mano y
deslicé toda su longitud dentro de mí en un suave esfuerzo, su gemido acarició
mis sentidos. Me empujó más alto.
Envolví los brazos alrededor de su cuello, agarré puñados de su pelo, y
me moví. Lentamente al principio. Meciendo mis caderas ligeramente.
Avivando las brasas dentro de mí, dándoles tiempo para encenderse. Luego,
más rápido. Dejando que la presión dentro de mi abdomen creciera con cada
estocada. Con cada penetración.
Entonces lo sentí. El primer temblor del orgasmo. Solo un pequeño
temblor, una chispa en las regiones inferiores más profundas de mi cuerpo
como la cabeza de un alfiler de energía al rojo vivo.
Él también lo sintió. Pude decirlo cuando se quedó inmóvil. Cuando
cerró los ojos. Cuando apretó la mandíbula.
Creció con la velocidad de un rayo. Se extendió. Se acumuló en mi
abdomen como lava fundida hasta que la presión explotó y se derramó sobre
mí con la sensación más dulce conocida por la raza humana.
La correa se rompió, pero Reyes mantuvo su palabra. Envolvió las manos
alrededor de la parte de atrás de la silla, sus nudillos blancos mientras su
propio orgasmo se disparaba a través de él. Gimió mientras el pinchazo se
apoderó de él. Se sacudió mientras los últimos restos latían a través de él.
Lo sostuve contra mí con tanta fuerza que temí que podría ahogarse,
pero no parecía importarle. Entonces, me di cuenta de que había oído un agudo
crujido. Había roto la silla. La silla de metal. Eso iba a ser difícil de explicar.
El cronómetro sonó, y él dejó caer el respaldo de la silla y envolvió los
brazos a mi alrededor. Me sorprendió al principio. Su agarre era fuerte pero
tierno, sus respiraciones ásperas y roncas. Sostuve su cabeza contra mi pecho
durante mucho rato, y no quería dejarlo ir. No quería dejarlo ir nunca.
Si no fuera porque Sumi entró furtivamente por la olla de cocción lenta
mientras nos sentábamos entrelazados en la silla rota, para luego marcharse sin
hacer un ruido, fingiendo que no nos vio, podría no haberlo hecho nunca. Pero
ambos comenzamos a reírnos cuando se marchó, y había llegado el momento
de que lo dejara respirar otra vez. Me bajé de encima de él, recogí mis cosas y
me dirigí al baño para limpiarme mientras él tiraba de sus vaqueros por encima
de sus caderas.
Después de agarrar su chaqueta, esperé mientras apagaba las luces de la
cocina. Salimos por la puerta trasera, asegurándola detrás de nosotros.
—Supongo que te veré mañana —dije mientras me acompañaba al auto
de Mable. Deslizó sus dedos en los míos y caminamos como novios del
instituto, de la mano.
Él tenía lo que me di cuenta era su camión negro aparcado al otro lado de
la calle, o me habría ofrecido a llevarlo.
—¿Por qué no querías que te tocara? —preguntó con voz sincera.
Incluso aunque era vergonzoso, le dije la verdad. —En parte porque eso
te daría demasiado control sobre mí.
Asintió, en lo más mínimo ofendido. —¿Y la otra parte?
—Porque no me merezco tu toque.
—¿Qué quieres decir?
Lo desestimé con una risa. —No importa. No sé.
—Por favor, dímelo.
Incluso más avergonzada, restregué el pie por el cemento. —Creo que
soy una mala persona. —Cuando comenzó a discutir, dije—: Sé que esto va a
sonar loco, pero puedo decir cuando una persona es mala solo con mirarlos. No
sé por qué y no entiendo cómo y no espero que me creas, pero puedo decir
cuándo una persona es mala. Y confía en mí cuando digo que soy una mala
persona.
—Te equivocas.
—Sabes que no lo hago. Tú también tienes buen instinto. Tienes que
sentir el tipo de persona que soy. ¿Por qué más me encontraría aquí? ¿Por qué
más lo olvidaría todo si no fuera porque he hecho algo muy malo?
Cuando llegamos al auto de Mable, me volvió hacia él. —Te equivocas.
Estaba a punto de discutir otra vez, pero agachó la cabeza y me besó. Era
suave y no exigía nada, y caí otra muesca.
Escuché gritar en la distancia. Agudo. Enojado. El tono se enfocó hasta
que estuvo justo en mi rostro. Me encontraba de regreso en mi apartamento y
había saltado en Denzel al minuto en que llegué a casa. ¿Entonces estaba
soñando? ¿Teniendo otra pesadilla? Abrí los párpados para ver a una anciana
mujer en mi rostro, una anciana en descomposición, sus firmes ojos blancos, su
boca abierta mientras me gritaba.
—¿Dónde está mi bebé? —preguntaba una y otra vez.
Enderezándome bruscamente, luché para alejarme de ella y me caí de la
cama. El cajón de madera que servía de mesa de noche se estrelló contra mi
hombro. Antes de que pudiera levantarme, una taza de café pasó zumbando
más allá de mi cabeza y se destrozó contra la pared a mi derecha.
Gateé para mantenerme apartada de los desechos voladores. Mi
apartamento había explotado, y en el epicentro se hallaba una dama muy
enojada y poderosa.
El baño parecía el lugar más seguro. Me arrastré hacia allí y traté de
cerrar la puerta de una patada. En su lugar, corté mi pie con fragmentos de
cristal roto. Alcé la mirada para ver miles de piezas de cristal roto colgando en
el aire a mi alrededor.
Ella había hecho añicos el espejo, y la poca luz de luna se reflejaba en
cada pedazo que se cernía. Al segundo que los dejó caer, me precipité fuera del
baño. Llovieron en el piso con pequeños tintineos musicales.
Ya que estaba usando a Denzel como un ariete y apuntándolo
directamente a mi cabeza, gateé hasta la sala. Mi cama se estrelló contra la
pared, sacudiendo toda la casa. Me puse de pie y comencé a ir a la puerta,
ocupada rezando para que el señor Kubrick no estuviera tomando fotos cuando
un vaso pasó volando más allá de mí. Se deslizó a través de la cabeza de Irma y
se estrelló contra la pared del lado opuesto. Piezas de él golpearon a Satana, que
estuvo escondiéndose a los pies de Irma. Ella siseó y se apartó.
Ira explotó dentro de mí. La repelí, y miré a la mujer que destruía mis
posesiones más preciadas, como el vaso. Era mi único vaso real.
Miré a Irma. —Quédate ahí. Lo tengo. —Entonces estuve delante de ella.
Agarré la garganta de la mujer a medio grito. Apenas podía entenderla de todos
modos. Todo lo que sabía que era que quería a su bebé.
—Primero que todo —dije, señalando la dirección por la que Satana
había corrido—, esa es mi gata. —Intentó cegarme con sus uñas, así que agarré
su mano con la mía libre y la acerqué más—. Segundo, no soy tan fácil de matar
como un niño, pero sigue intentándolo. Veremos cuántos bebes matas después
de esta noche.
Se calmó al instante y parpadeó. —¿Qué?
Parpadeé de vuelta.
—¿Por qué te mataría? —preguntó, su voz repentinamente suave.
Confundida—. ¿Por qué mataría a un bebé?
Parpadeé de nuevo. —¿Porque eso es lo que haces?
—¡Nunca lo he hecho! —dijo, horrorizada. Apartó mis manos de un
manotazo.
Las dejé caer y retrocedí.
—Nunca haría algo así. He tratado de detenerlo cada vez.
Un temor del peso del planeta se arrastró sobre mí. —¿Quién, Novalee?
Ella presionó sus labios. —El hombre que mató a mi hija. El que me
encerró en un manicomio por el resto de mi vida cuando traté de decirle a la
gente lo que había hecho. Mi esposo, Delbert Smeets.
Un espeluznante silencio se instaló en la habitación. Los ojos vacíos de
Novalee se humedecieron mientras recordaba.
—Él mató a mi preciosa Rose y les dijo a todos que yo lo había hecho.
—¿Y ellos simplemente le creyeron?
—Era el Alcalde —dijo, sin emoción—. Nadie cuestionaba al Alcalde.
Tenía media ciudad en su bolsillo.
Me dejé caer en una silla de comedor desvencijada, maldiciendo cuando
pisé un Lego. Ni idea. —Novalee, no sé qué decir. Pensamos que fuiste tú.
—No. —Ella se sentó en la otra silla de comedor.
Si sólo tuviera un comedor. O una mesa de comedor, si vamos al caso.
Como fuera, simplemente nos sentamos en las sillas, mirándonos.
—Nunca lastimaría a un niño.
—¿Y a una mujer adulta? —pregunté, indicando mi pobre apartamento
con un asentimiento. ¿Qué iba a decirle a mi casero?
—No. Nunca. Sólo estaba tratando de asustarte.
—Bueno, funcionó. Santo metal oxidado, Batman.
La sonrisa que mostró parecía tan racional. Tan… cuerda. Si no fuera por
sus firmes ojos blancos y ese toque de descomposición.
—¿Aún quieres tu muñeca?
Bajó su cabeza. Retorció sus manos en su regazo. —No es mi bebé, ¿o sí?
Sacudí mi cabeza.
—Ellos me dijeron por años que era ella, y comencé a creerles.
—Lo siento mucho, Novalee. Pero necesito saberlo, ¿tu esposo mató a los
dos primeros hijos de Erin?
Bajó más su cabeza. —Sí. Traté de detenerlo.
—Pero, ¿por qué? —pregunté, entristecida y asqueada.
—Mi hermana. Era la única que permaneció junto a mí después de lo que
pasó. Trató de liberarme. Trató de convencer a las autoridades de que Delbert
había matado a nuestra hija. Trató de que la gente se presentara con todas las
atrocidades que les había hecho. Porque lo desafió, porque se atrevió a alzarse
contra él, juró matar a sus hijas también. Y a todas las hijas de su hijo. Y así lo
hizo. Ha estado haciéndolo desde entonces. Sólo a las chicas y sólo hasta que
llegan a un año. Si sobreviven ese tiempo, las deja en paz.
—Maldición. Realmente odiaba a las chicas.
—Era un hombre malo.
—No necesitas convencerme de eso. ¿Has estado tratando de detenerlo?
—Sí. —Sus hombros se desplomaron, como si estuviera agotada por el
esfuerzo—. He tenido éxito tres veces en todos estos años. Con la madre de Erin
y su hermana gemela, y luego con la misma Erin.
—¿Qué hay de la tía de Erin? Tuvo un bebé…
—Sí. Fue Delbert. No pude contenerlo por más tiempo. Se está haciendo
más fuerte. —Levantó sus ojos esperanzados hacia mí—. Tienes que detenerlo.
De una vez por todas.
Esto era mucho más de para lo que había firmado. Sacudí mi cabeza. —
Novalee, no sé cómo. Ni siquiera puedo imaginarlo.
—Pero tienes que hacerlo —dijo, entrando en pánico.
Tenía razón. Tenía que intentarlo. ¿Qué valía mi vida si ni siquiera
intentaba salvar a un niño en peligro? —De acuerdo. Lo intentaré. ¿Cómo lo
detengo?
—¿No sabes?
—No tengo la más mínima idea.
Sonrió dulcemente. —Sólo tienes que verlo. —Entonces se inclinó hacia
adelante y puso sus frías manos, suaves con la edad, en cada lado de mi
rostro—. Tu luz hará el resto.
—¿Mi luz? Como, ¿mi linterna? Puede que necesite ponerle nuevas
baterías, entonces.
Palmeó mi mejilla y se puso de pie como para irse.
Seguí su ejemplo. Señalando la muñeca que ahora yacía en el suelo junto
a Irma, dije—: Se la regresaré a Erin.
—Gracias. —Por un momento sólo la miró, y pensé que iba a llorar. Tal
vez no debía haberle dicho que no era su bebé. A veces la ignorancia era
felicidad. Esnifó, y volvió a enfocarse en mí—. Pero debes apresurarte. Puedo
frenarlo, pero no por mucho tiempo, y casi está allí.
Alarma fluyó a través de mí. Sin preguntarle nada más, agarré la
muñeca, luego las llaves del auto de Mable, y corrí.
Para cuando llegué a la casa de Erin y Billy, estaba temblando
incontrolablemente. Probablemente porque estaba usando una camiseta que
decía ‚ESTOY BASTANTE SEGURA DE QUE MI ANGEL GUARDIAN SE
DROGA‛ y un par de pantalones quirúrgicos que había llevado a casa del
hospital, y la temperatura estaba en algún lugar entre santa-mierda y hay-frío
grados por debajo. Había arrancado del patio trasero de Mable, arriesgándome
a que ella reportara su auto como robado, pero no tenía tiempo de explicar. O,
aparentemente, tomar una chaqueta. No me di cuenta de lo gravemente que mis
pies estaban cortados hasta que seguían deslizándose del acelerador, así que la
pérdida de sangre podría haber sido un factor contribuyente a mi temblor
convulsivo también.
Derrapé para detenerme en frente de su bien cuidada casa y corrí hacia la
puerta.
—¡Billy! —grité, golpeando tan fuerte como podía—. ¡Erin! ¡Abran! ¡De
prisa!
Después de aproximadamente dos minutos de perturbar la paz a la hora
más irritante posible, me las había arreglado para conseguir que todo el barrio
encendieran las luces de su porche, excepto Erin y Billy.
—¡Billy! —grité, empujando todo mi peso contra la puerta. Si no podía
hacer que ellos vinieran a mí, tal vez yo podría ir a ellos. Pero la puerta era de
algún tipo de súper madera. Mientras más fuerte empujaba, más atascada se
ponía, hasta que finalmente, como una luz brillante bajando del cielo, la luz de
su porche parpadeó al encenderse.
Erin entreabrió la puerta tanto como una cadena de cerradura le
permitía, sus cejas fruncidas de sueño y furia. —¿Qué demonios, Janey? —
preguntó, su voz gruesa y atontada.
—Abre la puerta —dije.
—Jódete.
Una vez más, no tenía tiempo de explicar. —Lo siento por esto.
Inhalé un profundo aliento y tiré todo el peso de mi cuerpo contra la
puerta. La cadena se rompió, y Erin tropezó hacia atrás con un grito.
—¡Erin! —dijo Billy, viniendo con rapidez para ayudar a su esposa.
Le tiré la muñeca. —No es la muñeca. Estaba equivocada —dije, mientras
salía disparada más allá de él y subía las escaleras.
—¡Janey! —gritó Erin. Se apresuró por las escaleras detrás de mí, pero
pronto perdí el rastro de sus movimientos. Al minuto que crucé el umbral hacia
la habitación de su hija, me detuve en seco.
Delbert estaba allí, y tenía a Novalee por la garganta, sus carnosas manos
asfixiándola. Se hundió lentamente hasta el suelo. ¿Él realmente podía
lastimarla? Ya estaba muerta.
Ella miró hacia mí. Al menos, pensé que lo hacía. Sin iris, era difícil
decirlo.
Síp, definitivamente estaba mirándome, y parecía en absoluto demasiado
feliz de verme. Entonces, me di cuenta de por qué. Estaba manteniéndolo
distraído, y yo estaba fisgoneando.
—Billy, saca a tu hija de la casa —ordené.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó Erin, exigiendo una
explicación. Desafortunadamente, Delbert había perdido interés en asfixiar a su
esposa hasta la muerte y se giró para verme.
Billy, Dios lo bendiga, no vaciló. Corrió a buscar a Hannah y la tomó en
brazos. —¿Dónde la llevo?
Erin se quedó paralizada y más que un poco confundida. —¿Qué está
sucediendo? —le preguntó, alarma elevando su voz una octava. Corrió para
unirse a Billy mientras él agarraba la pañalera de Hannah.
Honestamente, no tenía idea de dónde debería llevarla, pero
seguramente un lugar con piso sagrado mantendría lejos al mal.
—A una iglesia —dije—. O a un cementerio. A cualquier lugar con suelo
consagrado.
Él asintió y meció a Hannah cuando comenzó a llorar.
Sus llantos atraparon la total atención del Alcalde. Sus ojos brillaban con
apetito.
—¡Ahora! —le grité, y luego a Billy—. ¡Sácalas!
De nuevo, él no dudó. Se aferró a la mano de Erin y corrió escaleras abajo
con ellas dos.
Ira llameó a la vida alrededor de Delber como electricidad cuando se
fueron. La tomé. Lo desvié de su camino. Lo absorbí y moldeé a mi voluntad.
Sin embargo, él era fuerte,. Y había olvidado mi linterna. Me pregunté si
cualquier luz serviría.
Busqué un interruptor y me di cuenta de que Erin había regresado. —
Erin, ¿qué demonios? Vete.
Sacudió su cabeza. —No. Billy está llevando a Hannah a salvo. Necesito
ver el final de esto. —Ella sabía. De alguna forma sabía que había algo
sobrenatural frustrando su vida.
No sabía qué podía ver ella, pero me encontraba bastante segura de que
el temblor que sacudió la casa dejaría una impresión.
Novalee encontró su posición y retrocedió, sus brazos cruzados y una
satisfecha expresión en su rostro. Quería decirle sobre la linterna, pero Delbert
se estaba enojando más y debilitando por el momento.
Su energía, mala o no, se sentía maravillosa. Parpadeé con sorpresa. Era
como una droga. Como heroína o éxtasis o café a las tres de la mañana. Avancé
más, incapaz de tener suficiente, como si estuviera repentinamente sedienta. Lo
bebí. Revelada ante el subidón que me daba. Lo inhalé hasta que estuvo
completamente drenado de energía.
Novalee puso sus esperanzadas manos sobre su pecho. Delbert gruñó. Y
la casa se sacudió hasta sus cimientos.
Pronto, Delbert estuvo sosteniendo sus brazos sobre sus ojos. Entornó los
ojos como bloqueando la luz.
—Mataré a tu hija también —dijo en un intento desesperado por detener
lo que sea que le estaba sucediendo.
Envolví una mano en la solapa de su polvorienta chaqueta y lo jalé más
cerca. —No tengo una hija.
—Me aseguraré y le diré eso cuando robe el aire de sus pulmones.
Aunque sabía que sus amenazas eran huecas, las paredes se sacudieron
aún más fuerte. Fotos cayeron y se estrellaron contra el suelo. Erin gritó, pero se
mantuvo firme. No podía decir que yo habría hecho lo mismo en su posición.
Delbert comenzó a convulsionar. Su piel se agrietó y sangró oscuridad.
Su cabeza se echó bruscamente hacia atrás y su columna se encorvó.
—Abajo, chico —dije, dando una orden que no entendí totalmente.
Pero una sombra apareció debajo de él. Creció, extendiéndose en todas
las direcciones bajo su cuerpo sin alma, hasta que él se derritió en ella, sus ojos
como platillos, y la oscuridad se lo llevó. Quería ser malo. Podría hacerlo allá
abajo.
Al momento en que el sombrío portal se cerró, todo se detuvo y un
silencio se estableció alrededor de nosotros. Novalee cayó de rodillas y lloró.
Eric estaba en shock.
Buscó su teléfono y llamó a su esposo. Escuchamos sirenas en la
distancia. No le contó lo que había sucedido. Sólo le dijo que trajera a Hannah a
casa. Era seguro.
—Eso es tan raro —dije, volviéndome hacia Erin cuando colgó—.
Seguimos teniendo los temblores más extraños. —Aunque estaba bastante
segura de que este fue causado por Delbert.
—Estás sangrando —dijo ella.
—Oh, mierda. —Había dejado un gran charco de sangre en su
alfombra—. Lo siento mucho —dije, levantando mi pie y dando saltos hacia la
puerta.
—Espera. Entra aquí. —Me llevó a un baño abajo en el pasillo.
Mantuve mi pie en el lavabo mientras Erin corría a la puerta para saludar
a su familia. Cuando un coche de policía llegó, Billy trató con ellos, mientras yo
rezaba para que Mable no hubiera reportado su auto como robado, y Erin veía
el enorme agujero en mi pie. Me senté en su tocador mirando a Hannah
mientras dormía en una cesta a mi lado.
—Ella es tan hermosa.
Erin asintió, luego vertió más peróxido en mi pie. Tenía la sensación de
que disfrutaba esa parte.
—¿Estás bien, cariño?
Asintió de nuevo, sus labios presionados como si estuviera tratando
desesperadamente de mantenerse calmada. Temblaba más que yo, y me di
cuenta de que se encontraba traumatizada. Gracias a Dios que no vio a Delbert.
Estaría en terapia por años.
—Erin —dije, agachando mi cabeza para encontrarme con su mirada
llena de lágrimas—, ella te salvó de él. Tu tía abuela Novalee. Te salvó a ti y a tu
mamá, y a tu tía.
Su expresión mostraba sorpresa y compresión. Cuando pudo hablar
finalmente, dijo—: Siempre he sentido una conexión con ella. Como si supiera
que estuviera manteniéndose alerta por mí.
—Ahora sabes por qué. Y creo que ella estará por aquí por un largo
tiempo.
—Eso espero —dijo, mirando alrededor como si tratara de hablarle a
Novalee.
La anciana la escuchó. Estaba justo detrás de mí, mirando cariñosamente
a Hannah. —Lamento robar tus turnos extras en el trabajo —dije.
Sacudió su cabeza e inhaló una liberadora respiración. —Tenías razón.
Nunca podría haber seguido el ritmo. No se trabaja mucho con bebé. Billy es
genial, sin embargo.
—Estoy de acuerdo. Y se ve fantástico en una toalla.
—¿Verdad que sí? —dijo con una suave risita.
—Erin, no necesitas más horas en el trabajo. Eres una artista increíble.
Necesitas regresar a la escuela. Convertirte en una diseñadora gráfica o una
decoradora de interiores. Tu casa es increíble. —Escaneé el área—. O, ya sabes,
solía serlo.
—Si no hubieras venido cuando lo hiciste… —Incapaz de contener sus
emociones por más tiempo, se rompió. Sus hombros temblaban.
Puse una mano en su brazo, y ella me atacó con un abrazo, casi
tirándome del tocador. La sostuve fuerte, luchando con toda la cosa yo misma.
Sus emociones eran abrumadoras, y no podía decir cuando las suyas se
detenían y comenzaban las mías.
—Simplemente estoy feliz de que llegaras aquí a tiempo.
—Yo también.
Nos quedamos así mientras Erin intentaba sujetar los bordes rotos de su
compostura. Después de varios largos momentos, hipó y dijo—: ¿Cuándo viste
a Billy en toalla?
18 Traducido por CrisCras
Corregido por Val_17

Si tan sólo a una de mis personalidades le gustara limpiar la casa.


(Camiseta)

No había nada como una casa destrozada y un poltergeist para robarle


una buena noche de sueño a una chica. En lugar de estirar todo mi cuerpo sobre
Denzel, persiguiendo un descanso que no conseguiría nunca, limpié. Barrí.
Recogí. No tenía mucho mobiliario para empezar. Ahora mi apartamento era
absolutamente patético. Y necesitaba un nuevo vaso.
Cuando terminé de hacerlo lo mejor que pude, me duché y volví a
vendarme el pie. Todavía era temprano, casi de madrugada, pero decidí que
Reyes necesitaba café, y yo necesitaba a Reyes. Robé el auto de Mable otra vez y
fui a la tienda local de conveniencia abierta las veinticuatro horas.
Osh se encontraba allí con su característico sombrero de copa,
comprando varios paquetes de condones extra grandes. Me dedicó un guiño
conspirativo. Intenté no resoplar, aunque no dudaba que no tuviera algún
problema con las damas. El niño era guapo. Esos hoyuelos y relucientes ojos
color bronce iban a meterlo en problemas.
Cuando llegué al motel de Reyes, sus ventanas se encontraban oscuras.
Aparqué y caminé hasta su puerta. Sosteniendo dos vasos gigantes de la cosa
buena, llamé a la puerta suavemente. Si realmente parecía estar dormido, no
quería molestarlo. La puerta se abrió casi inmediatamente; un adormilado y
maravilloso espécimen de hombre en desesperada necesidad de afeitarse, con
los párpados entrecerrados y el pelo despeinado respondió. También iba sin
camiseta.
Le dediqué una sonrisa tímida. —¿Estabas despierto?
Abrió más la puerta en una invitación silenciosa.
—¿Tienes tan buen aspecto cuando te despiertas cada mañana? —
pregunté mientras entraba en la cálida habitación—. Yo luzco como si me
hubiera muerto durmiendo.
Cerró la puerta y tomó el café que le tendí. —Me alegro que no lo
hicieras.
—¿Hiciste tu cama? —Se encontraba perfectamente hecha. Respondió a
la puerta de inmediato. ¿Cómo tuvo tiempo para hacer su cama?
—Nah, simplemente dormí encima. —La última vez que estuve en esta
habitación, las mantas se hallaban desordenadas porque estuvo tumbado
encima. En esa cama no se había dormido—. ¿Estás bien?
Me quedé de pie mirando la colección de libros apilados en su mesita de
noche. —Claro. ¿Por qué no lo estaría?
Se sentó en la pequeña mesa y me observó. Como siempre. —Solo
asegurándome. Pareces cansada.
Mierda. Lo sabía. —No conseguí dormir mucho.
Se reclinó hacia atrás, apoyando la silla contra la pared, y dobló un brazo
detrás de la cabeza. —¿Algo malo?
Me giré y me senté en el lado de la cama. —No, en absoluto. ¿Tú estás
bien? —pregunté porque, de camino de casa de Erin, podría jurar que lo vi en la
calle de enfrente. Miré dos veces y se había ido. Como siempre.
—Fabuloso —dijo, y casi me reí. Nunca lo habría imaginado usando la
palabra fabuloso para describir a nadie, mucho menos a sí mismo.
Hablamos durante alrededor de media hora. Fue agradable, pero tenía
que irse a trabajar pronto. Comprobé mi reloj. —Te dejaré prepararte para
trabajar. Tengo el día libre, así que…
—No tienes que irte. —Se levantó y comenzó a caminar hacia el baño—.
Tardaré solo un minuto.
—Um… Est{ bien.
Su sexy boca se curvó hacia los lados mientras se desabotonaba los
vaqueros sin cerrar la puerta que había entre nosotros. Me congelé, mi mirada
clavada como un láser en su entrepierna, antes de absorber una aguda
respiración y girarme para darle la espalda. Oí una suave risa entre dientes.
Pantalones golpeando el suelo. El agua de la ducha saliendo. Eché un vistazo
por encima del hombro. Cerró la cortina. Maldición. Miré fijamente con
esperanza hacia la cortina opaca, pero nooooo. Tenía que estar dotada con
poderes para viajar en el tiempo en vez de visión de rayos X.
Terminé mi café y caminé hacia su pequeña cocina, la cual era
extrañamente no mucho más pequeña que mi cocina. Y tenía vasos. Como
cuatro. Pensé en robar uno, pero ¿qué tipo de persona me haría eso?
Unos pocos minutos más tarde, salió con una toalla alrededor de la
cintura y otra alrededor de los hombros. Usaba esa para frotarse la cabeza,
obstruyendo su línea de visión, así que tomé la oportunidad para mirarlo
boquiabierta en honor a las mujeres de todas partes que nunca tendrían la
oportunidad.
Cuando dejó caer la toalla hacia atrás y sacudió la cabeza, mis rodillas
casi cedieron debajo de mí.
—Oh, ya tienes una —dije cuando me miró.
Observó alrededor. —¿Una qué?
—Una toalla. Iba a regalarte una por Navidad.
Se rió entre dientes. —Sí, bueno, no es realmente mía. Los del motel
fruncen el ceño cuando las robo.
—Bueno. Deberían. Yo también frunzo el ceño cuando las robas. Pero
¿qué pasa con los vasos? ¿Son del motel? Oí que la sanción no es tan dura para
ladrones de vasos.
Se puso serio. —¿Necesitas vasos?
—Nop. Cinco por cinco, nene. —Cuando su boca se estrechó, dije—: El
mío se rompió anoche.
—¿Todos?
—Oh, no. —Me reí—. Solo tenía uno.
—¿Solo tenías un vaso? —preguntó, tomándolos todos de la encimera.
—Sí, no es como si los vasos crecieran en los árboles. —Buscó algo para
meterlos—. Reyes, solo bromeaba. No necesito tus vasos. Tengo dos tazas de
plástico. Y un montón de tazas de café. No estoy segura de cómo sucedió eso.
Bajó la mirada a ellas. —Estas no son tan buenas, de cualquier forma. Te
compraré algunas en la tienda hoy.
Me reí. —De verdad. Puedo conseguir un par de las astilladas de Dixie.
Está todo bien.
Se puso serio. La cosa del vaso de verdad parecía preocuparlo.
Con la cabeza aun baja, dijo—: Tengo que dejar que encuentres tu
camino.
Sentí culpabilidad saliendo de él. Culpabilidad y frustración.
—¿Qué quieres decir?
Apretó la mandíbula. —Tienes que entender, va contra cada fibra de mí
ser. Pero tengo que dejarte navegar por el terreno por tu cuenta.
¿Qué insinuaba? ¿Sabía más sobre mí de lo que dejaba ver? ¿Me seguía
pero no podía interferir? —¿Estabas allí anoche? —le pregunté sin rodeos—.
¿En casa de Erin?
Volvió a dejar los vasos y sin girarse para enfrentarme dijo—: No.
Mentía. Tenía que hacerlo. Lo vi. —Tengo que devolver el auto de Mable.
—Espera —dijo, pero ya me encontraba fuera de la puerta. Él estuvo allí.
Y si no era él, entonces Garrett u Osh. Eran un equipo, siguiéndome por ahí.
Sabían más de lo que decían.
Me tragué enormes raciones de aire helado cuando me golpeó en la cara.
Era como sumergirse en el Océano Ártico. Me apresuré a montarme en el lado
del conductor, rebuscando en el bolsillo del abrigo de Reyes en busca de la
llave.
Antes de que pudiera introducirla en la ignición, sonó un golpe en la
ventana.
Reyes se encontraba de pie afuera. En la toalla. Con el pelo empapado.
Segura de que también estaba descalzo, me bajé. —¿Qué haces? —
pregunté, empujándolo hacia su puerta. No se movió. Ni siquiera un
centímetro. Y sí, se encontraba descalzo. Darwinismo en su mayor calidad.
—No eres lo que crees que eres —dijo mientras lo espantaba hacia atrás.
Eso tampoco funcionó.
—Lo sé —dije, lanzando mi peso contra él. Puse un hombro contra su
sección media y empujé. Nada—. Lo he sabido durante bastante tiempo. Duh.
Finalmente dio un paso atrás voluntariamente. Hacía progresos.
—¿Lo sabes? —preguntó.
—Sí. Sé lo que soy.
—¿Tú lo… lo sabes?
—Soy una viajera del tiempo.
Todo progreso llegó a una brusca parada.
Me apoyé contra él, jadeando. —Creo que soy del futuro.
—Está bien.
—Mi pregunta es: ¿de dónde eres tú? —Lo enfrenté otra vez y lo pinché.
En el pecho. Con el dedo—. ¿Qué eres?
Bajó la cabeza, examinó dicho dedo, entonces dijo—: Soy parte de una
unidad de investigaciones del tiempo inter-dimensional.
—Cállate. ¿Hablas en serio?
—No —dijo con un resoplido.
Me desinflé. —Oh, eso es jodido. —Empujé otra vez. Esta vez obedeció.
El sol recién alcanzaba el horizonte, y sus ojos resplandecían como fuego en la
brillante luz.
—Entra. Tengo recados que hacer, y tú tienes que ir a cocinar mierda.
—Pensé que ibas a devolver el auto de Mable.
—Voy a hacerlo. Luego voy a preguntar si puedo tomarlo prestado otra
vez.
Asintió. La tierra congelada, el aire helado, nada de eso lo perturbaba.
Justo antes de que me montara en el auto, dije—: Guárdame algo de
pozole para desayunar. Llegaré tarde.
Se rió. —¿Qué te parece si te hago el desayuno?
—Está bien, pero mejor que sea tan bueno como ese pozole.
—Tienes mi palabra.
En el camino a casa, hice otra parada en la tienda de conveniencia y
compré un teléfono barato de prepago para uso de emergencia, luego me
detuve en casa de Mable, le dije que le robé el auto anoche, le di lo último de mi
dinero de las propinas para cubrir el gasto incluso aunque había llenado el
depósito, y me bebí otra taza de café con ella.
No dijo nada acerca del señor Kubrick. Me tomé eso como una señal de
que no consiguió ninguna foto de los eventos de anoche. Qué mal. Podría
haberlas vendido a un tabloide. Haber hecho un poco de efectivo extra. Pero me
ayudaba mucho que no lo hubiera hecho. Ni idea de cómo habría explicado eso.
—Odio decir esto, pero podría necesitar el auto de nuevo hoy. Estoy…
investigando.
—Oh. Suena intrigante. ¿Algo con lo que pueda ayudar?
Me animé. Ella podría saber dónde se encontraba la cabaña. Pero de
nuevo, podía hablar con la persona equivocada y… no podía arriesgarme.
—No, pero gracias.
—Bueno, sabes que puedes tomarlo en cualquier momento que quieras.
Tendré que llamar a la policía y decirles que cancelen esa orden de busca y
captura que pusieron por ti anoche.
Mis ojos se abrieron mucho. —¿De verdad?
—No. —Soltó carcajadas con deleite—. Te atrapé.
Aparentemente era el Día Nacional de la Patética Amnésica. Volví
caminando a mi apartamento para poner a cargar el teléfono un rato —tenía la
batería baja cuando lo activé— y decidí que intentaría atrapar al señor P en la
cafetería cuando fuera a desayunar. Él había sido un detective. No aquí en
Hollow, pero vivió aquí el tiempo suficiente para conocer a gente. Tal vez
sabría algo sobre la cabaña. O al menos la zona. No mostraba por ahí la foto que
tomé de la tienda del señor Vandenberg porque cuando la tomé, cometí
allanamiento de morada. Romper siendo la clave7. Romper mucho.
Pero si tenía que confesar, confesaría. No tenía noticias de la agente del
FBI. Sonaba lo suficientemente competente por teléfono, pero podría haber
estado tratando con formalidades burocráticas políticas.
Yo no tenía formalidades burocráticas. Ni siquiera tenía ninguna cinta
adhesiva transparente, ni cinta adhesiva ni cinta aislante8.
Nop. Vivía una vida libre de cinta adhesiva y me gustaba. A menos, ya
sabes, que necesitara pegar algo con cinta.
Me tumbé sobre Denzel y fantaseé con pasar mis dedos por una cabeza
de grueso cabello negro. O pasarlos por encima de una húmeda toalla blanca
envuelta alrededor de un fondo de oscuros y sinuosos músculos. O con
presionar mis labios contra una boca llena que definía la palabra sexy. Apenas
envolví mis piernas alrededor de la cintura de Reyes cuando sonó un golpe en
la puerta.
La fantasía encarnada se encontraba parada al otro lado cuando la abrí.
La culpabilidad me consumía. —No puedes leer mentes, ¿verdad? —
pregunté, de repente espantada por el pensamiento. Era de otro mundo. ¿Quién
sabía lo que podía hacer?
Me mostró un conjunto de enceguecedores dientes blancos. —No que yo
sepa.
—¿Lo juras?

7Breaking and entering en inglés que es allanamiento de morada. Breaking solo significa ruptura,
quebramiento.
8Red tape significa formalidades burocráticas, papeleo, pero tape puede ser también diferentes
tipos de cinta adhesiva.
Después de apoyar su alta forma contra el marco de la puerta y cruzar
los brazos sobre su pecho, dijo—: Lo juro con el meñique.
Lo bastante bueno para mí.
Llevaba un suéter beige con las mangas arremangadas y vaqueros
oscuros sueltos. Parecía un modelo de alguna colonia cara.
—Pensé que podríamos ir a desayunar en cambio.
El júbilo rebotó a través de mí como una pelota de goma. —Espera, ¿no
llegarás tarde a trabajar?
—No creo que a Dixie le importe.
—¿Conoces a Dixie? —Ella era totalmente maravillosa, pero perdonar la
tardanza no era su punto fuerte.
—He llegado a conocerla bastante bien. Creo que puedo arriesgarme.
—Está bien —dije, añadiendo un tono de ‚es tu funeral‛ a mi voz—. Solo
déjame conseguir tu chaqueta.
Entró para cerrar la puerta contra el viento frío que corría y pareció
tomar especial nota de los alrededores. Hasta ese momento, nunca noté lo triste
que era mi apartamento. O lo mucho que crujían los suelos. O cómo silbaba el
viento a través de las ventanas mal ajustadas.
Pero de nuevo, él vivía en un motel. Un motel de carretera. ¿Qué tan
mejor podía ser? No mucho. Y eso me hacía sentir mejor.
—¿Dónde pensabas ir? —pregunté cuando salí de mi habitación con su
chaqueta.
Él comprobaba la cocina. Mi enorme suministro de tazas de café, las
cinco, y mis dos tazas de plástico colocadas sobre un trapo de cocina. Tuve que
poner un trozo de cartón para cubrir un cristal roto sobre el fregadero. Algo
más que tendría que explicarle a mi casero. Mi jarra de café era una de esas
pequeñas del tipo de las de los hoteles para servicios individuales, pero eso
estaba bien. Al menos tenía una. Y una alacena a la que le faltaba una puerta
mostraba la extensión de mis compras de comida, las cuales consistían
mayormente en galletas saladas, mantequilla de cacahuete, media caja de
cereales y un tubo de delineador de ojos que estuve buscando por todas partes.
Su conducta había cambiado. Parecía… molesto. Incluso furioso.
—¿Reyes? —Seguí su mirada—. ¿Qué pasa?
Empujó la manga de su suéter hacia abajo para cubrir su Rolex, el que
estaba bastante segura que era verdadero. ¿Sentía lástima por mí? ¿Necesitaba
recordarle que él vivía en un motel? ¿Un motel de carretera? ¿Y que ese Rolex
que llevaba ahora probablemente podía pagar por una casa bastante decente?
¿O al menos hacer el depósito del pago para una?
Respiré hondo y me castigué a mí misma por juzgarlo. No conocía su
situación financiera ni su situación familiar. Podría estar casado. Incluso tener
un niño. O varios. ¿Quién sabía? Tal vez su padre le dio ese reloj, o su abuelo en
su lecho de muerte. ¿Quién era yo para cuestionarlo? ¿Para especular?
—Eres asombrosa —dijo, y esa ciertamente no era la dirección que
esperaba.
Resoplé. —¿Porque vivo en la miseria? Lo tengo un millón de veces
mejor que James, que vive allí. —Señalé en la dirección general del hombre sin
hogar.
Tiré de la más robusta de mis dos sillas hacia el centro de la habitación,
una sonrisa desafiante deslizándose a través de mi cara. —¿Listo para ronda
dos y media? —Aunque nuestra primera ronda no fue como se planeó, aun así
se merecía media marca por el esfuerzo. Afortunadamente la segunda fue
bastante jodidamente espectacular.
La mirada hambrienta que lo asaltó me dijo que definitivamente lo
estaba. Dejó que su mirada vagara por la longitud de mi cuerpo antes de
sentarse.
Metiendo la mano en su bolsillo, dije—: No tengo un cronómetro. —
Saqué su teléfono y puse el cronómetro para quince minutos.
—No puedo esperar a poner las manos en ese culo —dijo.
Me monté a horcajadas sobre él y envolví los brazos alrededor de su
cuello. —Haré que acabes primero.
Una esquina de su sensual boca se alzó en una sonrisa torcida. —Esta vez
no, cariño.
Oh, el juego comenzó.
19 Traducido por Ivana
Corregido por Vane Farrow

No me gusta hacer planes para el día.


Porque entonces la palabra "premeditado" se arroja a la sala
de audiencias.
(Meme de Internet)

Después del más increíble desayuno que había tenido en años, desenredé
las extremidades de Reyes de las mías, me arrastré fuera de la cama, y
busqué su teléfono. Todavía se encontraba en la cocina, el temporizador aún
sonando. Golpeé el botón DETENER cuando un mensaje de texto sonó. El
mensaje apareció en la pantalla, así que no era como
si estuviera curioseando. Era de Garrett Swopes. ¿El mismo Garrett Swopes que
entró en la cafetería?
Decía simplemente, necesitas investigar a este tipo. Es el único
desconocido en el área.
Intrigada, y ahora verdaderamente entrometida, tecleé el mensaje.
Apareció una imagen de un cobertizo medio caído con cajas de cartón en el
interior. Era el lugar de James justo cruzando la calle.
Miré hacia el dormitorio. Hacia Reyes. ¿Por qué estarían investigando a
un indigente?
Una hora más tarde, después de que hicimos un picnic de galletas y
mantequilla de maní arriba de Denzel, también conocido como el segundo
desayuno más increíble que había tenido en mucho tiempo, nos dirigimos a la
cafetería.
—¿Hoy Erin está trabajando? —preguntó Reyes.
—No lo sé —dije, curiosa por la pregunta.
Entramos, y Reyes había tenido razón. Dixie no se hallaba con la más
mínima preocupación por lo tarde que era.
Lo miré. —¿Estás negociando favores sexuales con nuestra
jefe por consideración especial y oportunidades de ascenso para lo que estás
insuficientemente cualificado?
Una sonrisa burlona se extendió en su rostro. —No.
—Oh. Iba a decir que si eso es lo que se necesita, se lo haría.
—¿Qué pasa con Cookie?
—Se lo haría, también, pero no creo que me llevaría muy lejos con Dixie.
A menos que, ya sabes, que estuviera en ese tipo de cosas.
Dejó escapar una risa suave. —Quiero decir, ¿hoy está trabajando?
—Cierto. Eso parece. —Ella salió del cuarto de baño, una expresión
mortificada en su rostro, su blusa manchada con oscuro café expreso—.
Pequeñas explosiones controladas —le recordé.
Me dio una mirada asesina digna de Lizzie Borden.
—Ese color se ve genial en ti —dije, intentando ayudar.
Esa vez, me mostró el dedo medio. Decidí detenerme mientras
yo ganara.
Reyes envolvió sus brazos ligeramente a mi alrededor y me tiró más
cerca. —Tienes que volver para el almuerzo si puedes.
—Apuesto a que puedo —dije, intrigada.
—Creo que te gustará lo que tengo preparado para ti.
—Está bien, pero no puede ser mejor que el pozole para el desayuno.
—Puede que te sorprenda.
—Apenas puedo esperar. Y luce como que ella lo está.
Se dio la vuelta para ver de lo que hablaba cuando Erin entró, luciendo
un tanto ojerosa y... relajada. Reyes me dio un beso dulce, solo lo suficiente para
que fluyan mis jugos, luego fue a la cocina para comenzar su día. Erin se acercó
a mí. Francie ya se encontraba allí, y nos observaba con un cierto tipo de sed
de sangre en los ojos.
Cuando, sin decir una palabra, Erin me abrazó, pensé que la mandíbula
de Francie se desprendería dejándose caer muy fuerte.
Erin me alejó, pero de nuevo no dijo nada, y me di cuenta que no
podía. Se hallaba demasiado emocionada. Demasiado agradecida.
—De nada —dije, dando un apretón a sus manos—. Estoy tan feliz por
ti, Erin.
—Lo estoy, también —dijo con un hipo de emoción—. Nunca podré
pagarte.
—¿Qué? Erin, no. Por favor, por favor, por favor, no vuelvas a sentir
como que me debes.
—Está bien. —Resopló—. Lo intentaré, pero solo para que sepas,
Billy ha prometido construirte una excelente Harley Hog cuando consiga el
dinero.
Me eché a reír.
—Él ama las motocicletas.
—Bueno, le doy las gracias, pero necesita ahorrar eso para el fondo
universitario de Hannah. Tengo la sensación de que será muy artística.
Justo cuando estaba a punto de perder toda esperanza de ver hoy a Mr.
P, él caminó acompañado de la stripper. O, acompañado
de Helen. Había llegado a conocerla un poco más en los últimos días. Tenía un
gran sentido del humor y me ofreció algunos consejos de sus días
de ligue. Había usado uno en Reyes anoche, y casi
se descontroló. Le debía totalmente.
—Hola, Mr. P —dije mientras se sentaba en un reservado—
. Me preguntaba si podría hacerle algunas preguntas.
—Bueno, hola a ti también, y por supuesto. Suena serio.
Francie tomó su orden mientras me acomodaba frente a él.
—¿Conoce a los Vandenbergs?
Asintió. —No mucho, pero sí conozco a William por el club.
—¿El club de campo?
Bufó. —No, el club de striptease. El de Tarrytown.
Helen de repente tuvo mucho más sentido.
—¿El Sr. V va a clubes de striptease? —pregunté, intentando no parecer
demasiado sorprendida.
—Solo con su esposa. Es idea de ella, creo.
Cuando tuve un momento aún más difícil para superar eso, añadió—
: No te preocupes. No son swingers ni nada. Solo como para apreciar lo
que Dios puso en la tierra de vez en cuando. Y te prometo, esa mujer no lo dejó.
Finalmente, alguien inmune a los chismosos. —No creo que lo hizo
tampoco. ¿Sabes si tienen una cabaña?
—Oh, cielos, no lo sé, cariño.
Mis esperanzas huyeron de la escena como un preso en libertad
condicional atrapado en un laboratorio de metanfetamina. Saqué la
foto que agarré de la tienda del Sr. V.
—¿Esta zona parece familiar?
—Parece que podría ser en el lago Blue Mountain, pero no puedo estar
seguro.
—Es el lago Oscawana —dijo Helen, echándole un vistazo—. Esa es la
casa del Dr. Emmett. He estado allí bastante. Montones de espacio.
—Lo siento, no puedo ser de más ayuda —dijo el Sr. P, y me dio
la extraña sensación de que no lo era—. ¿Por qué lo preguntas?
Sin embargo, entusiasmo aumentó dentro de mí. Helen sabía. —
Oh, simplemente me encanta la zona —dije, mintiendo—. Y pensé
que si esta era su cabaña, podría preguntar para alquilarla un fin de semana.
—Buena idea, Janey. Sal de la ciudad. Toma un poco de aire fresco.
—Exactamente. Bueno, gracias de todos modos.
Me levanté y le indiqué a Helen que se uniera a mi en el cuarto
de niñas9. Lo hizo, y cinco minutos más tarde, trabajando desde sus
instrucciones verbales, obtuve un burdo mapa de la zona. También sabía que a
pesar de que Helen era su nombre de pila, su nombre artístico era Helen Bedd,
y ese amigo del Sr. V, el Dr. Emmett, le gustaba el whisky fino, bailes privados,
y cazar. Había ido a cazar, de hecho, la semana pasada, y nadie lo había visto
desde entonces.
Usando el mapa de Helen, tomé la autopista estatal Taconic por unos
cuarenta y cinco minutos al Lago Oscawana, donde la cabaña del
Dr. Emmett se situaba en el paseo marítimo. Conduje alrededor del
lago hasta la costa noreste, tomando una salida y otra, hasta que finalmente
encontré la carretera Chippewa. La cabaña que buscaba se hallaba en algún
lugar por esa carretera, pero era plena luz del día. Bueno, un día nublado con-
probabilidad-de-lluvia. No podía conducir hasta allí y preguntar si
los Vandenbergs se encontraban en casa. Había estado esperando que una
idea apareciera mágicamente en mi cabeza mientras conducía. Tristemente,
nada apareció, mágico o de otra manera. Solo tendría que hacer un poco de
reconocimiento y ver lo que podía ver. Con suerte, sin conseguir que nadie
muriera.
Estacioné el Fiesta y caminé hasta la carretera, pasando por una
casa cada tanto, pero nada parecido a la cabaña en la imagen. Empezaba a

9 En español el original.
preocuparme de que Helen se había equivocado cuando observé una canoa
que vi en una de las fotos de Mr. V. La cabaña se veía diferente. Podría haber
sido la crudeza del bosque, en comparación con la exuberante vegetación de las
imágenes del campamento de verano que habían tomado.
De cualquier manera, este tenía que ser el lugar. Para cuando encontré la
cabaña, me hallaba demasiado cerca. Mirarían por una ventana y
me descubrirían, si no lo hicieron ya. No vi ningún vehículo, pero
podrían haberlos tenido a todos estacionados en la parte trasera. Caminé hasta
que ya no pude ver alguna parte de la cabaña, y luego doblé de vuelta,
tomando un sendero que conducía tierra adentro. Si la rodeaba, podría detectar
coches u otras dependencias donde podrían haber escondido coches.
Luché contra el frío con mis evolucionados poderes de escalofríos.
Mientras me acercaba, cada ramita se rompió bajo mis pies, cada rama
que destrozaba cuando me abría paso entre la maleza, pareció resonar por la
tierra para anunciar mi llegada. Estaba raspando demasiado la chaqueta
de Reyes. Tal vez le gustaría aún más. Ahora tenía un genial
aspecto "desgastado". Personas pagan su culo por esa basura.
Ocultados por una colina detrás de la cabaña se situaban dos vehículos.
La camioneta que habían usado el otro día para traer el equipo y un modelo
más viejo PT Cruiser. Ese tenía que ser del Sr. V. Simplemente se parecía a él.
Sin haber pensado en traer un par de binoculares, no tenía manera de
conseguir un vistazo más cercano. Así que entrecerré los ojos
muy fuerte y no vi movimiento. Sus vehículos no eran una prueba de que
los Vandenbergs se encontraban aquí. Necesitaba algo bueno para darle a la
agente Carson. Tomé un par de fotos con el teléfono, luego usé la cámara
para hacer zoom. La imagen era tan borrosa, que todavía no podía distinguir
nada.
Lo hice, sin embargo, noté a un hombre sentado en la maleza al sur de la
casa. Parecía un cazador. Excelente. Ahora tenía que preocuparme de ser
confundida con un ciervo. Ojalá Angel estuviera aquí.
—¿Qué estamos viendo?
Chillé y salté doce metros en el aire. Angel había aparecido a mi lado y
ahora se reía de mi reacción. Sostuve una mano en mi pecho, otra en la boca
para no chillar de nuevo.
—Eres tan asustadiza, chica10. La gente como tu hacen que la vida valga la
pena vivir.

10 En español el original.
—Esto viene de un chico muerto —dije en un fuerte susurro.
—Cierto. ¿Estamos buscando a gente muerta de nuevo?
—Espero, que si los Vandenbergs estén ahí, estén muy vivos. ¿Puedes
revisar?
—¿En qué me beneficia?
—Con tu capacidad para hablar con una voz normal.
—No lo entiendo.
Agarré su brazo, arañándolo, cavando mis uñas en su piel tan
fuerte como podía.
—Lo entiendo. Lo entiendo —dijo, cayendo de rodillas.
Lo solté, y él frotó su brazo herido, soplando en las marcas que había
dejado.
Le eché un vistazo. —Vidas de personas están en juego, Angel. Y en todo
lo que puedes preocuparte es en tu aspecto. Tu corte.
—Tengo trece.
Tenía un punto. —Mira, lo siento, solo tienes que ir a ver si
los Vandenbergs están allí. —Cuando me fulminó con la mirada, añadí—: Por
favor.
Desapareció.
Intenté calmarme, pero me hallaba fría, cansada y hambrienta. Y más
que un poco preocupada por el Sr. V, Natalie, Joseph, y Jasmine.
Justo entonces escuché un ruido bajo. Nada demasiado espectacular,
pero la energía que me golpeó casi me derribó. Un muro de miedo me golpeó
de frente, y supe antes que Angel regresara que el Sr. V y su familia se
encontraban allí. ¿Fue el sonido de un arma de fuego?
Me levanté y me dirigí a la cabaña. Pronto corría a toda
velocidad. Hubiera corrido hasta la puerta e irrumpido si Angel no me
hubiera tacleado al suelo.
Rodamos en la maleza, y luché contra él, intentando llegar a esa
familia. A esos niños.
—Basta, maldita sea —dijo Angel, arrinconándome.
Di patadas e intenté arañarlo de nuevo.
—Están bien, Janey. Están vivos.
—¿Qué fue ese sonido? —pregunté, frenética.
—La Sra. V dejó caer una sartén. Los chicos malos se enojaron. Están
bien.
Dejé de luchar y me acosté en sus brazos, intentando calmar mi
respiración. Entonces me di cuenta de lo estúpido que acababa de hacer en
realidad. Podría haber conseguido que los mataran a todos. Puse una mano
sobre mis ojos, cuando escocían por la emoción.
Angel tiró de mí con más fuerza. Lo dejé.
Ahora tenía otro enorme dilema. Había llegado demasiado cerca de la
casa. Si ya no me habían visto, podrían hacerlo muy bien cuando me levantara.
Por el momento, me ocultaba en la alta vegetación, pero no podía quedarme allí
hasta el anochecer. Necesitaba conseguirles ayuda.
—¿Están bien? —le pregunté a Angel—. ¿Incluso los niños?
—Están vivos.
—Si solo tuviera una manera de... —Mis ojos se abrieron. Tenía un
teléfono. Podría llamar... ¿A quién? No tenía el número de nadie, y no era
como si existiera una guía telefónica para números de celular. No que supiera.
Nos encontrábamos lo suficientemente cerca de la casa para oír gritar.
Me encogí cuando la voz de un hombre hablando farsi flotó hacia mí.
—No sé qué hacer, Angel.
—Yo tampoco.
Justo cuando las voces en la casa se calmaron, mi teléfono sonó. Al
principio, no reconocí el sonido. Entonces me di cuenta que mi bolsillo estaba
sonando. Me apresuré a contestar, con la esperanza de que los captores no
hubieran oído. ¿Quién estaría llamando? Nadie tenía este número.
—¿Hola?
Una mujer habló por el teléfono, su voz tranquila, relajada. —¿Janey?
¿Qué estás haciendo?
Parpadeé pensando. —Um, nada.
—¿No estás tumbada en una cabaña que puede o no tener a los
Vandenbergs secuestrados adentro?
Me senté, pero Angel me derribó en la tierra de nuevo. Se hallaba en lo
cierto. Ese fue un mal movimiento. Jodidos reflejos.
—¿Agente Carson?
—La única. ¿Y dónde se supone que estás?
Me tomó un momento, pero contesté—: ¿En cualquier parte menos aquí?
—Bravo. Consigues avanzar a la ronda de bonificación.
—¿Dónde estás?
—En una muy-bien-pensada posición encubierta. A diferencia de, por
ejemplo, tú. Tenía dos unidades que se hallaban listas para moverse hasta que
apareciste. Puedo garantizar, que también serás arrestada en el momento que te
ponga las manos encima. —Se encontraba tan irritable.
—¿A qué te refieres, lista para moverte?
—Se preparaban para hacer la vigilancia encubierta, así podíamos
conseguir ojos ahí dentro.
—¿A pleno día nublado con-probabilidad-de-lluvia?
—Son muy buenos. Es lo que hacen.
—Solo espera. Angel, ¿dónde están exactamente retenidos los
Vandenbergs?
—Están todos en esa esquina del dormitorio —dijo—. Exceptuando por
la señora Vandenberg, ella les está cocinando.
—¿Hay un guardia con la familia?
—No. Hay tres hombres. Dos en la sala de estar y otro en la cocina. La
familia está atada, para que no vayan a ninguna parte.
Asentí. —Mira, tengo información privilegiada —le dije lo que dijo
Angel—. Si podemos distraerlos de alguna manera una vez que la Sra.
Vandenberg termine de cocinar, podemos sacarlos. No están vigilándolos.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo vi. A través de mis binoculares.
—¿Qué binoculares?
—Los que dejé caer. Y ya no tengo.
—Bueno, gracias a ti, lo primero que tenemos que hacer es intentar
sacarte de allí, así no consigues matarlos a todos.
Remordimiento comió las paredes de mi estómago. —Lo sé. Lo siento
mucho.
—¿Puedes verlos ahora?
Estaba a punto de decir que no cuando Angel asintió. Por supuesto, él
podría ser mis ojos.
—Sí. Sí puedo.
—¿Crees que puedes salir de allí si proporcionamos algún tipo
de distracción?
—¡No! —le susurré un grito—. No, ¿dos distracciones en un día? No es
como que no están ya un poco sospechosos. Son chicos malos. Nacieron
sospechosos. Puedo verlos.
Angel me dio un pulgar hacia arriba, y luego desapareció.
—Yo sabré cuándo correr.
—Janey, si te equivocas y te detectan...
—Tengo esto. Solo prepárate para avanzar.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Dijiste que tus hombres se encontraban listos. ¿Lo están o no?
—Lo están, pero esto no es un juego, Janey.
—Tengo esto. Una vez que los Vandenbergs estén todos en ese cuarto
de atrás, aportaré una distracción, y tú y tus hombres asegurarán esa habitación
y los sacarán.
—Janey, me niego a autorizarte a hacer algo así.
—No estoy pidiendo permiso. Te daré el visto bueno cuando sea el
momento de avanzar. O podría conseguir un disparo en la cabeza. Si cualquiera
de esas ocurre, avanza.
—Janey, estoy ordenando...
Colgué antes de que me convenciera de hacer algo estúpido. La
verdad era, que tenía la ventaja sobre todos ellos con todo su equipo. Tenía un
pandillero adolescente muerto con una actitud y, bueno, no hay mucho
que perder.
Angel apareció a mi lado de nuevo. Se tumbó en la maleza, agachando su
cabeza como si pudieran verlo. —Hay un guardia en la ventana todo el tiempo.
Tendré que hacer algo para llamar su atención.
—Tengo otra idea. Una muy buena. Solo necesito un palo afilado y
mucha sangre.
Me hallaba tan nerviosa, quería vomitar. Mi estómago se revolvía
mientras yacía en el suelo, esperando la indicación de Angel.
La agente Carson llamó por tercera vez. Le dije que finalmente dejaron
volver a la Sra. V con su familia, por lo que casi era la hora y debería tener
su equipo listo.
Había aceptado a regañadientes dejarme distraer a los captores para
que sus hombres pudieran asegurar la habitación. No le había dado mucha
opción, pero a pesar de eso, ningún agente vivo simplemente dejaría
que un extraño se mueva muy campante en su operación encubierta y "ser
la distracción". Ni pensarlo. Absolutamente no. Tenía que haber algo
más en esa historia que lo que sabía el ojo entrenado.
—Janey —dijo, poniéndose sombría—, estos son hombres muy, muy
malos.
—Lo sé. Tienen de rehén a toda una familia.
—Los Vandenbergs nunca tuvieron una oportunidad de sobrevivir. No
se trata del tipo de hombres que dejan ir a sus rehenes.
Eso me alteró. —Lo entiendo. Son súper malos.
—¿Estás segura acerca de esto?
—Positivo.
—¿Qué es exactamente lo que vas a hacer?
—Pensé que iba a improvisar. —Colgué y miré a Angel—. Ahí va eso.
Angel me encontró algo mejor que un palo, pero si no me mataban en el
fuego cruzado estaba segura de lo que vendría, probablemente moriría de
tétanos o un virus carnívoro. Esto no podría ser higiénico.
Tomé el pedazo de metal oxidado que había encontrado a unos pocos
metros y empecé a cortar a lo largo de la línea de mi cuero cabelludo. El primer
intento no fue lo suficientemente profundo. Necesitaba más sangre. Esto tenía
que parecer convincente.
—Tal vez deberías apuñalarme con eso —le dije a Angel.
—Y una mierda. No voy a apuñalarte. No voy a cortarte. Esta fue tu
idea.
Cerré los ojos e intenté de nuevo. Esta vez pensé en Joseph y Jazmine y
cuán asustados tenían que estar. El metal cortó varias capas, y la sangre brotaba
por mi cara. Lo froté en mi cuero cabelludo y sacudí la cabeza para esparcirlo,
entonces arañé el metal a lo largo de mi mejilla, cuello y pecho, haciendo
profundas, y esperanzadamente convincentes, tajadas.
El teléfono volvió a sonar. A la agente Carson probablemente no le
gustaba mi plan. Lamentablemente, parte de ese plan era destruir mi teléfono.
Levanté el metal y lo estrellé en el teléfono una y otra vez.
—Eres una chica enojada —dijo Angel.
Puse mi mano en su brazo, donde lo había arañado. —Lo siento, Angel.
No quise hacerte daño.
Me miró fijamente un momento, luego se rió. —Por favor. Soy un
imbécil. Eso lo sé.
—No fuiste un imbécil. Estabas siendo un chico de trece años. —Me
incliné y besé su mejilla. Bajó la cabeza, avergonzado—. Está bien, dime
cuando no esté mirando.
Asintió y desapareció. Unos quince segundos después, oí la palabra—:
Adelante.
Salté sobre mis pies y corrí tan rápido como pude a la línea de árboles
que rodeaba la casa. Una vez allí, derrapé bajo unas malezas y esperé.
Después de unos segundos más, oí otro—: Adelante.
Esta vez, corrí en la misma dirección que acababa de venir, solo que
tropecé un montón, cayendo hasta llegar abajo y teniendo que arrastrarme hacia
arriba. Serpenteé hasta la puerta de atrás, sabiendo que probablemente los
tres me veían ahora, y golpeé mis palmas contra ella.
—¿Hay alguien en casa? —grité, mi voz ronca.
No esperé a que realmente respondieran. Solo quería que pensaran
que perdí la razón, intentando conseguir ayuda. Caminé el perímetro de la casa,
gritando para que alguien, cualquiera, ayude a mi marido. Cuando llegué a la
puerta principal, la golpeé.
—Revisaron la habitación, solo para asegurarse de que nada pasaba —
dijo Angel mientras me seguía. Desapareció y volvió a aparecer de nuevo en un
abrir y cerrar de ojos—. Ahora están los tres adelante, observándote. Sus
armas están desenvainadas.
Caí contra la puerta y golpeé, dejando huellas de palmas con sangre por
todas partes. —Por favor, necesito utilizar el teléfono. Por favor.
—Diles que entren ahora —dijo Angel.
Dejé caer una mano a mi costado y le di a la agente Carson la señal de
visto bueno, rogando que lo viera, porque la puerta se abrió. El hombre había
puesto su arma a un lado y me estudiaba.
Era el mismo hombre que se sentó en el escritorio del Sr. V durante al
menos dos días, pero me había revuelto el pelo y sangrado por toda mi cara.
Seguro que no me reconocería.
—Por favor —dije, balanceándome como si estuviera a punto de perder
el conocimiento—. Mi esposo. Está en el coche. —Señalé hacia el lago y luego
extendí mi teléfono roto—. ¿Tienes teléfono? Por favor. Está atrapado.
Cuando no hicieron nada más que observarme, me incliné por la cintura
y vomité en su piso. El vómito era real. No había manera de fingir esa
mierda. El hecho de que uno de ellos sostenía un fusil AK-47 sobre mí, lo había
visto a través de la rendija entre la puerta y el marco, resultó ser toda la
motivación que necesitaba para vaciar el contenido de mi estómago. Luego, en
un giro dramático que incluso no vi venir, caí de rodillas y me desmayé en mi
propio vómito. O bien lo fingí. Me quedé tan quieta como humanamente
posible era mientras uno de sus hombres apuntaba a mi cabeza.
20 Traducido por Sandry
Corregido por Val_17

La vida no es todo burritos y strippers, mi amigo.


(Hecho Real)

La confianza no era precisamente mi fuerte, pero iba a poner mi vida en


las manos de una agente del FBI que nunca había conocido y en su equipo. Con
suerte, estarían a la altura de su reputación de ser excelentes tiradores.
Los hombres comenzaron a entrar en pánico. Hablaban en un frenético
Persa, intentando decidir qué hacer conmigo, discutiendo entre ellos, dando al
equipo un tiempo precioso para salvar a los Vandenberg. Uno de los hombres
empujó al otro. Quería que me metiera en el cobertizo de la parte trasera.
Ciertamente no viviría mucho tiempo, sobre todo con este frío. El otro quería
llevarme al interior y ponerme en una habitación para que pudieran vigilarme.
El tercero sólo quería pegarme un tiro en la cabeza. Se encontraban demasiado
cerca. Iban de regreso a la tienda del Señor V a obtener el paquete de esa noche,
y arriesgar todo por mantenerme viva cuando me matarían de todos modos
sería estúpido.
No me atrevía a abrir los ojos, por lo que Angel me transmitió cada uno
de sus movimientos.
—Siguen mirando hacia afuera para ver si alguien te vio llegar —dijo—.
Pero ninguno de ellos ha pensado en comprobar a los Vandenbergs todavía.
Sólo necesitábamos un par de minutos. Sólo el tiempo suficiente para
desatar a la familia y salir por la ventana.
—Vuelvo enseguida —dijo, y entonces, un instante después—. De
acuerdo, todos están desatados, y el equipo está sacando a los niños ahora.
Luché contra el aumento de euforia y me encontré con que no tenía que
luchar demasiado duro. Uno de ellos me dio una patada en el estómago.
Intentaba sacarme del pórtico. Decidieron atarme y ponerme en el cobertizo
para morir, pero nadie quería recogerme, probablemente gracias a mi inspirada
decisión de desmayarme en mi propio vómito. También era un excelente
elemento de disuasión para una violación.
Mi pelo era un lío de enredos. Y, por desgracia, pegado con el vómito
antes mencionado. Se me pegó a la sangre en la cara de modo que incluso si
hubiera querido ver, no podría. El hombre me pateó de nuevo para que rodara
un par de metros. Lágrimas se empujaron más allá de mis pestañas mientras el
dolor rebotaba a través de mí. Finalmente se rindió y tomó una de mis botas
para arrastrarme por el pórtico de madera.
—Te va a empujar por el borde —dijo Angel. Comenzó a entrar en
pánico—. El lado del pórtico es de al menos una caída de cinco metros. La caída
te romperá el cuello. Espera. —Debió de hacer su acto de desaparecer de nuevo.
Regresó casi al instante con—: Vienen por el pasillo. —Sonaba más emocionado
que temeroso—. Prepárate para correr.
Pero, ¿el FBI había sacado a todos los Vandenbergs? Necesitaba saberlo.
—El grande está dando la vuelta —dijo, el pánico filtrándose de nuevo
en su voz—. Creo que oyó algo.
Gemí y fingí despertar por momento. Di una media patada al hombre
que trataba de arrancarme el pie. Me dio la excusa perfecta para protegerme la
cabeza cuando me tiró del pórtico. Aterricé con un golpe que me dejó sin
aliento, pero me acurruqué un poco y me protegí la cabeza de golpearla a un
lado y que mi cuello se rompiera, aterrizando en mi hombro en su lugar.
—Lo hiciste —dijo Angel—. Tienes su atención.
Luego, en un acto que desafió mi imaginación, que fue tan rápido y tan
decisivo, tres disparos fueron realizados casi simultáneamente a través de rifles
latentes. Abrí los ojos y me quité el pelo de la cara, a tiempo para ver ese
desplomado a mi lado. A través de las rendijas del pórtico, en mi visión
periférica, pude ver a los otros hombres desplomados al mismo tiempo exacto,
como si todo el asunto hubiera sido coreografiado.
El equipo los mató. Un francotirador en los árboles a través de la
carretera disparó al más cercano a mí, y el equipo que se introdujo desde la
parte trasera se encargó de los otros dos. Todos los disparos fueron en la
cabeza. Todo perfecto.
Me alejé del hombre más cercano a mí y sí, vomité de nuevo.
Una agente femenina me trajo una botella de agua mientras Angel jugaba
con el pastor alemán de los Vandenbergs y un paramédico veía mis heridas
auto-infligidas.
—¿Agente Carson? —pregunté.
Asintió y se sentó a mi lado en la parte posterior de la ambulancia.
Me reí en voz baja. —Ya nos conocíamos.
—Sí, lo hacíamos.
—Viniste al restaurante ayer. ¿Por qué no te presentaste?
Se encogió de hombros. —No podría haber dicho nada de todos modos.
Y no necesitaba nada más de ti en ese momento, así que…
—Lo entiendo. Ámalos y déjalos.
—Esa es el tipo de chica que soy.
Era muy agradable hablar con ella. Cómodo. Como un viejo par de
pantalones…
—Pero todavía tengo que arrestarte.
… que se convirtieron en una planta de cactus. —¿En serio?.
—¿En serio? Interferiste en una investigación en curso…
—Sí, pero tú sólo investigabas porque te lo dije.
—Está bien. Hablaré con mis superiores y tratar de conseguir que se te
reduzcan los cargos.
Tenía la esperanza de que lo descarten.
—Te cortaste bastante —dijo un hombre a mi lado.
Me giré para ver a Bobert allí. Me entregó una taza de café, y quise
besarlo.
Tomé un sorbo y luego pregunté—: ¿Qué estás haciendo aquí?
—Echar una mano a la Agente Carson.
—¿Puedes convencerla de que retire los cargos?
—¿Retirarlos? —preguntó, sorprendido—. Iba a ver si te acumuló
algunos más. Por obstrucción a la justicia.
—Ya tiene ese.
—Amenazar a un agente del orden público.
—No pretendía hacerlo.
—Uso ilegal de un… agudo objeto oxidado.
—¿Sabes qué? —dije, deteniéndolo mientras lo adelantaba—. Me parecen
bien sus cargos. Está bien.
Se rió entre dientes. —Espera a ver a Cookie. No está contenta.
Era mi turno para sorprenderme. —¿Se lo dijiste?
—Sólo porque quiero seguir casado con ella.
—Sí, bueno —dije, murmurando para mí misma—. El nombre Cookie no
me inspira miedo. ¿Qué tan malo podría ser?
Al momento en que lo dije, un grito fuerte que alcanzó a lo largo y ancho
de la tierra, e hizo que niños de todas las edades se estremecieran y gemidos de
perros sonaran a mi izquierda.
—¡Janey Doerr! —dijo. Sabía mi nombre.
Cookie venía pisoteando, y por primera vez, tenía un poco de miedo. —
¿Qué demonios? —preguntó, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Qué…?
¿Cómo…? ¡Ni siquiera puedo…! —Entonces me tiró en sus brazos, sin darse
cuenta de lo doloroso que fue.
Miré a Bobert. —¿Qué diablos le dijiste?
—La verdad —dijo, el convenenciero.
—Janey —dijo ella, sosteniéndome con el brazo extendido, y luego,
tirándome en un abrazo aplastante. Literalmente. Me aplastaba los huesos y me
encontraba bastante segura de que lo hacía a propósito.
La Agente Carson volvió a hablar. —Vas a tener que agradecerle al señor
Pettigrew por mí, detective.
—Claro que lo haré —dijo Bobert—. Él dio su mejor tiro.
Enderecé los hombros e intenté hablar. Era un buen esfuerzo, dado que
el aire no pasaba a través de mi tráquea. —¿Qué pasa con el señor P?
Bobert sonrió. —Intentaba desanimarte de venir aquí.
Jadeé. Por un tiempo muy largo. —¿Él se encontraba metido en esto?
Cookie me soltó, y luego, cuestionó a su marido con un arco de su ceja,
igualmente curiosa.
—Sí, lo estaba —dijo Bobert.
Me sentí tan usada. Tan traicionada. Totalmente fuera del cuadro.
—Tengo que admitir —dijo la Agente Carson—, que ni siquiera sabíamos
de esta cabaña hasta que el detective Davidson pidió comprobarla. Nos llevaste
directamente a ellos.
—¿Entonces vas a retirar los cargos?
—Ni lo sueñes.
Vimos toda la actividad, mientras que el paramédico terminaba de
vendarme las heridas y me daba una vacuna contra el tétanos. El corte en el pie
de la noche anterior ya se iba sanando. Esperaba que esto se curara con la
misma rapidez. Debí ser una fanática de las vitaminas en mi vida anterior.
Probablemente comía mierda verde. Cosas que rimaban con cerveza y… lechuga.
—Oye —dije, dándole un codazo a Cookie para llamar su atención.
Era su turno para la mascarilla de oxígeno que encontramos en la
ambulancia. Se la quitó con un sonido de succión y se encogió de hombros
como señal de pregunta.
—Ese es el tipo. —Me puse de pie y caminé lentamente hacia adelante,
sorprendiendo a mis pies.
—Sólo estás haciendo esto porque es mi turno —dijo Cookie.
—No, de verdad. Ese es el tipo. —Señalé. Entre la gran cantidad de
oficiales y agentes de itinerancia del área, tanto fuera como dentro de la cinta
amarilla, se encontraba de pie el calvo gigante que trabajaba en la tintorería—.
¡Alto ahí, señor!
Se volteó hacia mí y me dedicó una sonrisa nuclear. Pensé en derribarlo
en el suelo. En lugar de eso simplemente ataqué, todo como una tormenta. En
ese momento me di cuenta de que llevaba chaleco antibalas. ¿Los chicos malos
vestían chaleco antibalas?
Antes de que pudiera decir algo, preguntó—: ¿Porr qué estás aquí? —
Luego echó su enorme cabeza hacia atrás y se rió.
Seguía procesando su presencia cuando la Agente Carson se acercó
también con la mujer de la tintorería. También llevaba chaleco antibalas.
Miró a su camarada. —¿Porr qué ella está aquí? —Entonces ambos
echaron la cabeza hacia atrás y se rieron. Era tan extraño, como risas mal
grabadas para una comedia.
Me encontraba en la Dimensión Desconocida. Y no en la buena en la que te
pone el dentista.
La mujer se detuvo primero y apuntó hacia mi cabeza herida. —Tienes
pelotas —dijo—. Soy Klava Pajari, y este es mi compañero, Ilya Zolnerowich.
Somos agentes jubilados del FSB. Trrabajamos… —Considera cómo decirlo—.
Tenemos un trabajo alterno.
—Oh, ¿así que este es un trabajo alterno?
Ilya asintió. —Por ti, dormimos juntos. Con nuestrras mentes.
—¿Son amantes psíquicos?
Klava dio una risita nerviosa, mientras miraba a Ilya. —Su inglés no es
muy bueno. Quiere decir que nuestras mentes están descansando al saber que
nos ayudaste. Te limpiamos el abrrigo de forma gratuita, ¿no?
Se rieron de nuevo. Lo cual hizo eco a través de la casa de diversión, que
solía ser mi cerebro.
Después de hacerme más bromas —lo que duró una eternidad— me
contaron la historia de cómo siguieron la pista de un traficante de armas rusas
durante un año. Lo rastrearon hasta América, pero se mudaba mucho, y no
podían atraparlo. La única cosa que hizo religiosamente, sin importar a dónde
fuera, era apostar en peleas callejeras. Creció peleando en las calles de Rusia y
era adicto a esa vida.
Así que cuando los Estados Unidos ignoró la solicitud de Rusia para la
extradición, establecieron una operación encubierta que involucraba una
organización ilegal: la lucha callejera que ocurría durante unos meses. El metal
que los captores de los Vandenberg iban a cortar con el cortador de plasma era
un trastero, pero uno creado para mantener a alguien allí en lugar de al revés, si
es que alguna vez lo atrapaban. Él tenía una gran cantidad de fuerza
rodeándolo. Necesitaban mantenerlo oculto e inalcanzable.
—Se llama rendición extraordinaria —dijo Klava—. Es para secuestrar y
transferir a la fuerza a un criminal a otro país para su enjuiciamiento.
—Somoss como Perro —dijo Ilya.
—¿Perros? —No lo entendía—. ¿Cómo Bulldogs?
—No, Perro el Cazarrecompensas. Sólo que yo tengo mejor cabello, ¿no?
—Se pasó una mano por su cabeza calva y se rió de nuevo. Me gustaba.
—¿Perro ya no es una cosa?
Él se golpeó el pecho. —Es una gran cosa dentro de mí.
Podría haber molestado de tantas formas con eso.
—Ilya es un buen luchador —dijo Klava—. Gana mucho dinerro.
No lo dudaba. —¿Han estado tras ese tipo durante dos años? ¿Él está en
la zona?
—Sí. Nosotrros lo agarramos la semana pasada, pero tenemos que
mantenerlo encerrado hasta que llegue el papeleo.
Teniendo en cuenta las aficiones ilícitas del tipo, no debía estar alarmada,
pero lo estaba. —¿Lo han mantenido en una habitación de metal durante una
semana? Él se va a congelar hasta la muerte.
—Somos rusos. Podemos manejar diez de sus invierrnos. Además, está
climatizada y tiene un pequeño baño.
Esta era la historia más loca. Una que no me hubiera imaginado si no
fuera tan creativa.
—Pero, ¿cómo cabían estos tipos? —Asentí hacia la cabaña, o más
puntualmente, hacia las bolsas de cadáveres en el suelo por dicha cabaña, y me
estremecí.
—Ellos erran sus mejores clientes. Al Qaeda. Querían que volviera. En su
mayoría, querían su dinero y armas.
—Apesta ser él.
—¡Sí! —Ilya me dio una palmada en la espalda—. Totalmente.
Resistí el impulso de llamarlo Chica Presumida. Sobre todo porque he
usado esa palabra a menudo para mí misma. Y tenía miedo de lo que me haría
si lo llamaba chica.
—¿Janey?
Me giré para ver al señor V allí y enderecé los hombros. —Señor
Vandenberg, pensé que se encontraba con su familia. —Se les llevó al hospital
de inmediato. Quería tanto verlos, pero los niños sufrían de deshidratación y
una necesidad enorme de terapia durante el resto de sus vidas.
—Ya voy —dijo, su voz quebrándose—. Yo sólo… —Se detuvo y sacudió
la cabeza—. Me dijeron que… no sé cómo agradecértelo.
Me acerqué a él y le puse una mano en el brazo. —Me lo podría
agradecer al no presentar cargos. —Todavía tenía un montón de antigüedades
que pagar, pero sólo si él no contaba lo del allanamiento de morada…
Frunció el ceño. —Yo no…
—No importa en este momento. Me alegro de que su familia esté bien.
Envolvió sus largos y delgados brazos a mí alrededor. Le hice señas a
Angel para que viniera. Quería que fuera una parte de esto. Sin él, nunca podría
haber hecho lo que hice. Tomé la mano de Angel, la acerqué a mi boca, y la
besé. Bajó la cabeza, repentinamente tímido.
—Mi hija tenía razón —susurró el señor V en mi oído—. Eres un ángel.
—Me colocó a la longitud de un brazo—. Ella te vio fuera de la ventana. Dijo
que eras un ángel y que ibas a salvarnos. Y tenía razón.
Negué con la cabeza. —Debió confundirme con alguien más.
También negó con la cabeza. —En serio, ¿dónde guardas tus alas?
Bobert y Cookie me siguieron todo el camino de vuelta a Sleepy Hollow.
Casi pegados a mis talones. Como si esperaran que hiciera alguna locura. Como
si no confiaran en mí. Qué raro. Conduje directamente a la cafetería, y también
me siguieron hasta allí. Esto se volvía un problema.
Me dijeron que Cookie salió corriendo de la cafetería, gritando como una
llorona, sin ninguna explicación y sin pedir la dirección cuando Bobert la llamó.
Tenía que explicarle a Dixie lo que pasó. Necesitaba explicar por qué me perdí
el almuerzo con Reyes. Y ver si quería tener sexo conmigo más tarde. Podría
apuntarlo con un lápiz.
Irrumpimos en el lugar como si trabajáramos allí, y aunque era bien
pasado el turno programado de Cookie, Dixie la puso a trabajar. Al parecer se
encontraba en inferioridad numérica.
Reyes me dio miradas extrañas, y me pregunté si sabía lo de los
Vandenberg. O si estaba molesto porque me perdí el almuerzo con él. Lo habría
llamado si no hubiera aplastado mi teléfono.
Exhalando una bocanada de aire, me dirigí hacia la parte posterior.
Shayla se puso delante de mí antes de que llegara demasiado lejos.
—Hola, cariño —dije antes de siquiera mirarla. Cuando lo hice, me
quedé con la sonrisa en mi cara, porque no sabía dónde más ponerla.
Ella me miraba con los ojos abiertos. Su linda y pecosa nariz y sus
enormes irises incoloros la hacían parecerse a un hada, pero ahora tenía una
gracia que antes no. Una gentileza que me extasiaba.
Aun así, en el gran esquema de las cosas, prefería tenerla como era.
Dulce, cariñosa y llena de vida.
Me encontré dando un paso atrás.
Me tendió una mano. —Está bien. Estoy bien. Te lo prometo.
Se puso borrosa cuando mi visión se inundó con humedad. Esto no era
posible. La había visto el día anterior, y era la imagen de la salud. Se hallaba
feliz y vibrante. Brillaba bastante. ¿Cómo eso pudo cambiar tan rápido? ¿Cómo
se había vuelto uno de esos grises y transparentes difuntos?
Me aparté de ella y me apoyé en la caja registradora. Luché por respirar.
Luché por obtener una explicación. Después del bebé de Erin. Después de los
niños Vandenberg. ¿Esto? ¿Ahora? ¿De verdad la vida era tan insignificante?
¿Tan frágil? ¿Tan fácil de perder?
Me tocó el brazo. —Janey, sólo me quedé por él. Por Lewis. ¿Puedes
darle un mensaje?
Una lágrima se abrió paso entre mis pestañas cuando la miré de nuevo.
¿Acaso la muerte dirigía su blanco a los inocentes? ¿Se enfocaba en las almas
más puras y radiantes?
—¿Puedes decirle que he tenido los dos mejores días de mi vida, por
favor?
—No lo entiendo —dije finalmente.
Algunos de los clientes me miraban. Dixie salió de detrás de la sala de
preparación, secándose las manos en una toalla, con una expresión curiosa.
Cookie dejó lo que se encontraba haciendo y se quedó inmóvil.
—Tenía asma y alergias severas. No fue culpa de nadie. Me comí un
perro caliente de Whips. He comido un centenar. Debieron cambiarse al aceite
de cacahuete.
Un suave grito salió de mi garganta, y me hundí en mis codos. Si no
fuera por el mostrador, me hubiera desplomado como los tres hombres de hoy.
Esto no estaba sucediendo.
—Sólo quiero que Lewis sepa la maravillosa persona que es. En verdad
no tiene idea. Necesita saberlo, Janey. Y tiene que saber lo mucho que lo amaba.
—Se acercó más.
No podía mirarla. A pesar de toda la bravuconería de hoy, era una
cobarde después de todo.
—Prométemelo —dijo, con un tono más duro que antes, probablemente
para conseguir que me concentrara.
Una cosa era ver a los difuntos como otros. Casi sin ser reales. Otra cosa
era saber a un nivel visceral que estuvieron una vez vivos y moviéndose, y
dignos de todo lo que la vida tenía para ofrecerles.
Asentí, aceptando por fin, y sonrió. —Gracias. —Sin decir nada más, se
deslizó hacia el otro lado.
Agarré el mostrador, clavando mis uñas mientras su vida pasaba ante
mis ojos. Vi la primera vez que Lewis se fijó en ella. O algo parecido. Ella dejó
caer sus libros en la secundaria, y mientras un grupo de chicos se reía, él se
apresuró, los recogió, se los entregó, y luego se puso a correr mientras intentaba
alcanzar a sus amigos. Fue la cotidianidad lo que la capturó. Él no lo hizo por
elogios. Simplemente lo hizo. Se encontraba en su naturaleza. Ella era invisible
hasta ese día. Ese día, en ese mismo instante, decidió ser vista.
Vi que lo miraba en un concurso de talentos en la secundaria donde su
banda tocaba una canción de Fall Out Boy. Él era el guitarrista, y él ganó un
trofeo y una gran cantidad de admiradoras. Sin embargo, no había ni un hueso
celoso en el cuerpo de Shayla, porque lo amaba incluso entonces. Era feliz por
él. Quería sólo lo mejor.
La vi durante un ataque de asma en su quinta fiesta de cumpleaños. Fue
tan malo que tuvo que ser trasladada al hospital. No se sentía enfadada por
perderse la fiesta o el pastel o el tiempo con sus amigos por el hospital. Se
molestó porque derramó jugo rojo en el vestido que su madre se quedó
haciendo toda la noche por ella. Se le rompió el corazón, y lloró durante horas,
así que su madre se quedó despierta toda la noche otra vez y le hizo algo
pequeño con lo que quedaba.
La vi el día en que fue adoptada. Después de estar en una serie de casas
de acogida como un bebé, sus padres finalmente la encontraron cuando tenía
tres años. Ella era delgada, enferma y tenía un tubo de oxígeno en su nariz y
alrededor de las orejas, pero la reconocieron de todos modos. Dijeron que la
habían buscado por todas partes. A pesar de que se encontraba pálida con ojos
azules y pecas, y ellos eran oscuros, altos y bellamente exóticos, también los
reconoció.
La vi en la unidad de emergencias neonatal, temblando por los efectos de
los medicamentos, tan débil que no podía respirar por su cuenta, su corazón no
funcionaba por sí solo, por lo que se hallaba conectada a una máquina que le
ayudaba a conciliar el sueño con zumbidos durante diez días. Las enfermeras le
dijeron que luchara con todas sus fuerzas, así que lo hizo.
La vi llegar al mundo en un piso sucio de un antro de crack. Su madre
tuvo una sobredosis y ya estaba muerta. Nadie se fijó en ella al principio. Nadie
llamó a la policía. Pero no era su culpa. Nació invisible. Fue un milagro que uno
de los traficantes la viera. Y como no quería tener nada que ver con la policía, la
envolvió en una rígida camiseta con sangre seca y la dejó delante de una tienda
de licores durante toda la noche.
Ella se giró hacia mí, con una sonrisa tan grande como la del gato
Cheshire en su cara. Sólo entonces noté el tatuaje que tenía en la parte interior
de su muñeca. CHICA INVISIBLE, AHORA EXPUESTA.
Me quedé en el presente, sin soltar el mostrador, temblando tan
fuertemente con ira e indignación y con vibrante furia. Pequeñas gotas
aterrizaron en la mesa bajo mi cara. Las lágrimas caían desde mi barbilla. La
furia dentro de mí cobró vida propia.
—Charley. —Cookie caminó lentamente hacia mí, con sus manos
levantadas, la voz suave.
Reyes me miraba desde la entrada de la cocina, con la cabeza ladeada, su
expresión era de alarma.
Demasiado tarde.
Liberé la cosa furiosa de mí interior.
21 Traducido por becky_abc2
Corregido por Vane Farrow

Veo gente
muerta.
No espera.
Me retractaré de eso.
Veo gente
que quiero muerta.
(Ecard)

Era como en esas películas cuando la chica incomprendida se vuelve tan


loca que de repente desarrolla súper poderes y explota las ventanas de su
escuela secundaria, bañando con el cristal roto a todos los chicos que han sido
horribles con ella sin querer hacerlo.
Fue algo así, sólo que en realidad quise hacerlo.
El mundo explotó. Todo, desde los ventanales de cristal hasta las tazas
de café que se hallaban en línea en las mesas astilladas en un millón de
torpedos agudos y letales. Las personas volaron hacia atrás, sus rostros
congelados en una variedad de etapas horrorizadas cuando el tiempo se
ralentizó a un alto completo. Cookie se encontraba delante de mí, extendiendo
la mano, con la cara triste. Sabiendo.
Entonces vi a Reyes. La ira hirviendo a fuego lento por debajo de su
superficie de acero, mucho más allá de lo que yo había esperado. Se quedó
mortalmente quieto. Su fuego ardía a su alrededor, las llamas alcanzando el
techo y desplegándose.
Ambos nos volvimos hacia la puerta principal. Con los puños apretados
a los costados, vi como el ser angelical que había visto antes se dirigió hacia mí.
Los pedazos de cristal que colgaban en el aire se separaron lentamente,
moviéndose fuera de su camino, tintineando al rebotar el uno al otro. Sonaba
como el crepitar del hielo en un día de invierno.
Sus alas se extendieron a todo el largo de la cafetería antes de que las
plegara en su espalda.
Aunque Reyes estaba al otro lado de la cafetería, el ángel se dirigió a él
primero. —Rey'aziel.
—Michael.
El ángel me enfrentó, sus movimientos eran rígidos. Formales—. Elle-
Ryn-Ahleethia.
Fruncí el ceño y di un paso atrás—. ¿Ese es mi nombre?
—He sido enviado por el Padre Jehová, el único Dios verdadero de esta
dimensión, para poner fin a tu vida mortal para que puedas ascender a tu
legítimo lugar de la omnisciencia y el deber.
Mi enojo se disipó, y asombro tomó su lugar. —No entiendo.
—Eres Val-Eeth. Eres demasiado poderosa para este mundo en esta
condición.
Miré a Reyes. Sus llamas se habían atenuado un poco, y estudiaba a
Michael con una nueva curiosidad.
—Entiendo aún menos.
Michael me miró, evaluándome rápidamente. —¿Te imaginas lo que
pasaría si el detonador para un dispositivo nuclear cayera en las manos de un
niño?
—Supongo que eso es malo.
—Ahora imagina al mismo niño sosteniendo el detonador para cien
billones de ellos.
—¿Estoy asumiendo que soy el niño en este escenario y tengo un
detonador de algún tipo?
—Eres el detonador, Elle-Ryn, y los dispositivos nucleares, todos, ciento
de billones de ellos, están dentro de ti.
Me miré a mí misma. —Tengo una bomba dentro de mí —le dije,
intentando desesperadamente comprender.
—Tu incapacidad para comprender la situación es una gran parte del
problema.
—¿Cómo algo así es posible?
—Y me das la razón de nuevo.
—Deja de ser un listillo —dije, dando un paso más cerca. El vidrio se
estremeció y cerró en torno a él—. Lo entiendo. Soy una idiota. Ahora responde
a mi pregunta. ¿Cómo algo así es posible?
—No debería haber sido —consintió—. No deberías haber tenido tus
poderes antes de que tu forma corpórea expirara. Aprendiste tu nombre
demasiado pronto, y como tal, absorbiste sus poderes demasiado pronto. Como
puedes ver, era demasiado para ti regularlo. Ahora no puedes recordar tu
nombre. Ninguno de ellos. Y no puedes controlar tu ira. Acabas de intentar
matar a todas las personas de aquí con un solo pensamiento.
—No. —Retrocedí hasta que choqué con la barra—. Eso no era lo que
estaba haciendo. —Miré alrededor de la cafetería. En dirección de Dixie, el Sr. P
y Cookie—. Nunca le haría daño a ellos.
—¿Qué es esto, entonces? —me preguntó, indicando el vidrio que
colgaba como cristal brillante rodeándonos—. Y esto fue sólo el más elemental
atisbo de pensamiento. Una idea infinitesimal que no equivalía ni a un solo
grano de arena en el Sahara. ¿Puedes imaginar lo que harías con más reflexión?
Reyes se hallaba sólo a unos pocos centímetros de distancia ahora, poco a
poco avanzando, ganando terreno.
—¿Así que has venido a matarla? —le preguntó a Michael.
El aire fue expulsado de mis pulmones como si me hubieran dado un
puñetazo.
—No se puede evitar.
—Te voy ofrecer un acuerdo —dijo—. Deja este plano ahora, y te dejaré
vivir.
Pero no estábamos en un plano. Miré a mí alrededor sólo para
asegurarme. Nop. No estábamos en un plano.
—He sido enviado, Rey'aziel.
—Entonces has sido enviado a tu muerte.
—Habría pensado después del apodo que te di la última vez...
—Gracioso. La mayor parte de la sangre en mi camisa era tuya.
Michael puso los ojos en blanco. ¿Los ángeles realmente hacen eso? —
Podríamos estar en esto todo el día.
—¿Qué quiere Él exactamente?
—El Val-Eeth quiere que ella haga su trabajo. Es por eso que Él le
permitió estar en este plano en primer lugar. Para detener el caído.
Reyes inclinó la cabeza. —Y yo que pensaba que lo permitió para que
pudiera ser el portal. Su portal.
Se encogió de hombros. —Eso también. Pero, por así decirlo, hay un
vacío legal en el acuerdo original con tu padre.
—¡Ah!. Así matas dos pájaros de un tiro.
No estuvo en desacuerdo. —Pero, por desgracia, al parecer dos dioses
son demasiados dioses. —Hizo una mueca de reprimenda—. Cinco es una
invasión.
Reyes dio otro paso más cerca de mí. —Sabemos de los tres dioses de
Uzan. Eres fuerte, Michael, pero no eres tan fuerte. He visto cómo combaten
ellos. Y, sabes, ahí está la cuestión, ellos son dioses. Vas a necesitar nuestra
ayuda. Podemos sacar a los tres de este plano por bien.
Se quedó quieto, con los párpados entrecerrados. —¿Puede hacer que se
vayan? ¿Los tres dioses de Uzan?
—Sí.
Pensó un momento, dejando su penetrante visión sobre Reyes. —¿Y vas a
expulsarlos? —Sonaba casi convencido.
—Tú de todos los ángeles idiotas deberías saber de lo que soy capaz.
Michael levantó la espada, lentamente, sin amenazar, y colocó la punta
en mi garganta. Levantó mi barbilla con el filo frío. Estudiándome.
Juzgándome. —¿Será antes o después de que ella colapse el universo con su
temperamento?
El humo oscuro que caía en cascada sobre los hombros de Reyes, se
agrupó a sus pies materializándose en un traje negro. Sacó una espada de
debajo de ella e hizo lo mismo, levantó la espada y la puso en el cuello del
ángel. —Será en algún momento antes de que ella colapse el universo con su
temperamento y después de que colapse tus pulmones con mi espada.
Impasible, el ángel le lanzó una mirada de soslayo. —Él vendrá por ti, si
fallas. Personalmente.
—Lo dudo.
El ángel bajó la espada, pero Reyes sostuvo la suya. Era evidente que
tenía problemas de confianza. —¿Tengo tu palabra? —preguntó el ángel—.
¿Sacarás a los tres dioses de este plano?
—Tienes mi palabra.
—¿Sin importar el costo?
—Sin importar el costo.
De repente me dio la sensación de que estaban jugando con Reyes. El
indicio de una sonrisa levantó una esquina de la boca de Michael. Estaba
satisfecho con el trato que acababa de hacer. Demasiado contento, de hecho, y
no podía dejar de preguntarme en lo que Reyes se había metido.
Antes de que Reyes pudiera reaccionar, Michael levantó el puño derecho
y deslizó su muñeca a lo largo del borde afilado de la espada de Reyes. Luego,
como si la automutilación fuera un deporte, Reyes hizo lo mismo. Dejó caer la
empuñadura sobre la palma de su mano izquierda y cortó su muñeca derecha
con su espada.
Mi mano se disparó a cubrir mi boca. La sangre brotó de la profunda
abertura y corría en riachuelos por su antebrazo. Dieron un paso hacia el otro y
empezaron a sacudirse sobre esto, pero Michael se detuvo, deteniéndose para
asegurarse por última vez.
—Tu palabra. Los tres dioses de Uzan serán expulsados de este plano y
nunca, nunca volverán.
Reyes sabía que algo estaba sucediendo algo. Lo había sabido desde el
principio. Podía sentir la agitación burbujeando en su interior. Bajó la cabeza y
observó a Michael desde debajo de sus oscuras pestañas, sus ojos brillantes, con
las cejas fruncidas pensando. Después de un momento de contemplación, le dio
un rápido movimiento de cabeza.
Michael le agarró el antebrazo cerca del codo antes de que Reyes pudiera
cambiar de opinión. Reyes hizo lo mismo, y sus muñecas cortadas se tocaron en
lo que equivalía a un juramento de sangre.
Con un arcángel.
¿Cuáles eran las probabilidades?
Sentí la necesidad de hacer una pregunta. —¿Así que hay más de un
Dios?
No respondieron. Tan pronto como el acto ya estuvo hecho, Michael
tomó una expresión demasiado presumida para la situación desesperada a
mano. —El trato ha sido pactado, Rey'aziel. El intercambio de sangre. No
puedes, por ninguna razón, retractarte.
Reyes dio un paso más cerca de mí. —No planeo hacerlo.
—Estoy muy consciente de esto... un raro sentido del honor que has
ganado, mientras que has estado aquí en Su reino. —Envainó la espada—. Solo
no te olvides de dónde vienes.
Reyes no mordió el anzuelo. Observó y esperó a que el ángel idiota se
fuera.
Michael se volvió para irse, pero se detuvo y dijo—: Sólo pensé que
deberías saber, que no podría haberla matado de cualquier manera.
Sentí a Reyes quedarse quieto.
—Ella se desmaterializó de su forma humana. Se fusionó junto con sus
energías celestiales. Ahora, incluso su cuerpo físico es inmortal. Sólo otro Dios
puede terminar con su vida. Padre está en camino de hacer precisamente eso,
pero ahora que tenemos un acuerdo...
Por extraño que parezca, Reyes parecía más confundido que molesto. —
Lo hiciste a propósito. ¿Por qué? Habríamos accedido. Es una ventaja para
nosotros echar a los Dioses. No tenías que amenazarla. —Dio un paso audaz,
cerrando la distancia entre ellos—. ¿Por qué?
—Algunos tratos son demasiado buenos para dejarlos pasar.
Un gruñido insatisfecho retumbó del pecho de Reyes. Renunciando por
ahora, dijo—: Necesitas arreglar esto.
Michael admiró los alrededores una vez más. —Limpia
tu propio desorden.
—Por los viejos tiempos —dijo Reyes.
En un instante el mundo estaba de vuelta a donde pertenecía. Las
ventanas se hallaban completamente intactas. Las tazas de café se posaron en
sus respectivas mesas. La gente estaba sentada hablando y riendo como si su
cocinero no acabara de haber sellado un pacto de sangre con un arcángel para
echar a los dioses fuera de su mundo.
Miré alrededor buscando a Reyes, luego miré a través de la ventana. Se
encontraba detrás de la parrilla, cocinando, como si nada hubiera sucedido. En
mi boca se formó una perfecta O. ¿Había alucinado todo?
Cuando Reyes me miró debajo de sus pestañas antes de alcanzar el
estante de especias, sabía que todo había sido real. Un corte profundo corría a lo
largo de su brazo. No había imaginado nada. Me acerqué caminando hacia
atrás a las puertas delanteras como si hubiera venido corriendo hacia atrás.
¿Me enojé y arriesgué la vida de mis mejores amigos? ¿Era una especie
de bomba de tiempo que tarde o temprano colapsaría el universo? ¿Dios, el
Dios, me quería muerta? ¿Qué clase de monstruo era yo? Reyes dejó lo que
estaba haciendo. Calibrando mis emociones. Vio el miedo en mis ojos. Justo
mientras comenzaba a correr tras de mí, atravesé la puerta y salí corriendo.
No pensé en nada más que correr. Nada más que apartarme de la gente
antes de que hiriera a alguien. Lo sobrenatural rugía alrededor de mí mientras
corría. El viento dejaba ampollas en mi piel y quemaba mis pulmones. Me lo
sacudí y luché para permanecer en el mundo tangible, donde acababa de
empezar a nevar.
Seguí corriendo, mis piernas empujando hacia delante como si tuvieran
una fuente ilimitada de energía. La última vez que intenté correr, había llegado
a media cuadra y casi me desplomé.
Esta no era yo. Este era el ser que Michael quería muerto. El que Dios
quería fuera de su planeta.
Disminuyendo la velocidad hasta detenerme, caí de rodillas y jadeé. Mi
respiración formaba niebla blanca en el aire, y mis pantalones se hallaban
húmedos de la nieve.
Entonces, el viento me quemó otra vez. Miré mis brazos. Mis manos. Las
ampollas comenzaron a burbujear en mi piel. El viento comenzó a despegarlas
de mi músculo. Dejé escapar un grito rápido y volví a gritar. Me obligué a
salirme de esto, para encontrar de nuevo la nieve, la nieve y el viento helado del
que me quejé por semanas. Pero algo me bombardeaba, y no podía decir de qué
mundo venía. Sucedió de nuevo, y me acurruqué en el suelo. ¿Era un pájaro?
¿Un ser espiritual?
Entrecerré los ojos y me centré en el gorrión tratando de proteger su
nido. Me parecía que estaba balanceándome al borde de la navaja entre dos
mundos, incapaz de conseguir un equilibrio en ambos.
Sentí una mano en mi hombro y me estremecí.
—Janey —dijo una voz masculina—. ¿Qué está pasando? ¿Tomaste algo?
Ian. Era Ian.
—Tengo que ir a casa —dije, al borde del pánico.
Se puso de pie y miró a su alrededor. —¿Cómo llegaste hasta aquí?
—¿Dónde? —Cuando miré en mi entorno, me di cuenta de que nos
hallábamos en lo alto de la cima de una montaña, mirando hacia abajo a la
ciudad—. Tengo que volver a la ciudad. Tengo que llegar a casa. —Cuando no
dijo nada, le pregunté—: ¿Me puede llevar? —Me ayudó a llegar a su patrulla—
. ¿Estás trabajando? —le pregunté. Estaba en uniforme.
—Acabo de terminar. Espera. —Fue a su maletero, revolvió, y regresó
con una botella de agua.
—Estás deshidratada.
Empezamos a bajar por las calles empinadas y las curvas, sobre el
Hudson y hacia Sleepy Hollow.
—¿Qué hacías ahí arriba? —me preguntó por décima vez.
Estaba logrando un mejor agarre en los mundos a mi alrededor, más
capaz de mantener uno a un lado y el otro en el otro. Sólo necesitaba dormir.
Los bordes de mi visión se hicieron borrosos, y en el momento que llegamos a la
carretera, estaba fuera.

Me desperté con el sonido de las puertas del gabinete golpeando y el de


una taza rompiéndose en mi cocina, pero yo me encontraba en mi bañera vacía
con toda la ropa y sin ningún recuerdo de cómo llegué allí.
—No tienes una gota de alcohol —dijo Ian mientras irrumpía en mi
minúscula habitación— ¿Qué demonios?
—Ian, ¿qué haces? —Puse las manos a cada lado de mi cabeza para tratar
de evitar que la habitación girara. O por lo menos lo intenté. Ellas se sacudieron
por delante de mi cara y cayeron en mi regazo. Tenía cero control muscular.
Intenté mirar a Ian, pero no podía levantar la cabeza.
—¿Qué estabas haciendo allí arriba?
—Fui a correr. Terminé en la cima de la montaña. ¿Por qué? ¿Eres dueño
de ella?
Mis palabras fueron mal articuladas, pero él parecía entenderme bien.
—Tengo amigos… all{ arriba.
—No tienes ningún amigo. —Me reí, una ornamentación que no apreció.
—Eres igual que todas las demás putas de mierda.
Podría no haber sabido mucho sobre mi vida anterior, pero estaba
bastante segura de que no me gustaba ser llamada puta.
—Todas ustedes simplemente provocan y putean hasta que obtienen lo
que quieren, entonces están sobre el siguiente idiota donde se quedan hasta que
pueden joder lo suficiente para conseguir lo que quieren.
—Nunca hemos tenido sexo —le recordé. No le gustaba eso.
Se arrodilló a mi lado. —Si pudiera follarte, lo haría, y confía en mí
cuando digo que lo disfrutaría.
—Estoy teniendo problemas de confianza hoy.
—Aquí es donde cometí mi error con Tamala. Nadie lo hace bien la
primera vez, ya sabes. Ellos vacilan. —Hizo pequeñas marcas sobre mi piel,
algunas superficiales y un par mucho más profundas—. Se acobardan.
Entonces... —Hundió el filo en mi muñeca.
El dolor llegó hasta mi médula. La sangre goteaba por el costado de la
bañera y en mis pantalones. Mi cabeza cayó hacia atrás, y me golpeé en el
borde.
Agarró un puñado de mi pelo. —Ten cuidado —dijo con un siseo—.
Cualquier otra marca pondrá en duda una decisión suicida.
—Lo siento —le dije. Lo que me había dado hizo parecer toda esta
situación un poco divertida. Esto haría que fuera la tercera vez en el día que
alguien, o algo, habían intentado matarme.
Resoplé mientras trabajaba en mi otra muñeca. Hizo menos marcas en
esa, porque dijo que una vez que hacen el primer corte, su adrenalina se va y
son mejores con la segunda. Así que era bueno saberlo para referencia futura.
—Mi primera está allá —me dijo—. En la montaña. Voy hasta allí para
hablar con ella a veces.
—Eso es tan agradable.
Terminó de cortar mis muñecas y se hundió en el suelo junto a mí. —Su
nombre era Janet. No intenté hacerla lucir como un suicidio ni nada, así que
tuve que enterrarla. El peso constante de eso, de que alguien encuentre su
cuerpo y algún pequeño error estúpido que cometí dirija a los investigadores de
nuevo a mí... Pone mucha presión sobre mí.
Cuando mi cabeza cayó hacia atrás de nuevo, tiró de ella hacia delante.
—Cuidado, maldita sea. Te lo dije, cualquier otra marca sembrará sospechas.
—Cualquier marca?
—Cualquier marca.
—¿Cómo ésta? —pregunté y levanté mi brazo.
La mirada de completa incredulidad en su rostro cuando le mostré lo que
había arañado en mi piel me hizo estallar en risas. Su boca hizo una cosa como
pez cuando leyó, Ian estuvo aquí, y me doblé.
En serio, este día se ponía mejor y mejor.
Agarró un puñado de mi pelo, retorció los dedos en él, y luego, en un
acto que sentí que fue demasiado, golpeó mi cara contra el borde de la bañera.
Mi cabeza se balanceó hacia atrás, y un dolor cegador agudo me atravesó. Hizo
lo del golpe de la cara un par de veces más. Con el tiempo dejó de doler, así que
ahí estaba.
—¿Ya no te ríes más, perra? —dijo en mi oído. Tiró mi cabeza hacia atrás,
y la ironía de todo esto, que hubiera un hombre sin alma en una capa y un
sombrero de ala de pie detrás de mi captor e intento asesino, me pareció
hilarante.
Mis hombros se sacudían, y pensé que Ian iba a despegarlos.
Me tiró más cerca hasta que estuvimos cara a cara de color rojo sangre y
preguntó—: ¿Qué?
Miré más allá de él e intenté levantar el dedo índice para mostrarle, pero
antes de que Ian se pudiera dar la vuelta, el hombre puso las manos a ambos
lados de la cabeza de Ian y la retorció. El cuello de Ian se rompió con un fuerte
crujido. Luego se quedó completamente flojo y cayó a un lado.
El hombre cogió una toalla de mi encimera, la rasgó en tiras, y las
envolvió alrededor de mis muñecas hemorrágicas. —No puedes perder todo
esto —dijo con un guiño coqueto—. Vamos a necesitar al menos un par de
gotas. —Frunció hacia Ian—. Tengo que decir, que era el ser humano más fácil
de manipular de todos los que me he encontrado.
—Era un idiota —dije, intentando no reírme.
—Estoy de acuerdo.
Me sacó de la bañera y me llevó al lugar donde me mataría. No, en serio
esta vez.
22 Traducido por Beluu
Corregido por Marie.Ang

Toda chica quiere que la hagan despegar del suelo.


Es cuando las metes en la cajuela que comienzan a enloquecer.
(Meme de internet)

—Afortunadamente, ahora cuesta un montón matarte —me dijo mientras


su chofer nos llevaba por las calles de Sleepy Hollow en un Rolls-Royce negro—
. Ese niño Jeffries podría haberte golpeado por días. No habría hecho la más
mínima diferencia.
Estaba preocupada sobre manchar con sangre sus asientos, dado que
salía de mi nariz y de un corte sobre mi ojo izquierdo, pero a él no parecía
importarle en lo más mínimo.
—Eres el hombre más amable de todos los que han intentado matarme
hoy —le dije.
—Gracias. —Se giró hacia mí—. Lo aprecio. Tantas personas,
mayormente los humanos, no entienden todo lo que incluye preparar un
asesinato político o un suicidio en masa o un ritual de sacrificio. Es agotador.
—Lo he oído.
—Y luego hay alguien como tú —dijo, con un gesto indiferente de su
mano—, una diosa, nada menos. Imagínate el trabajo de preparación. Una
palabra: años. Eso es todo lo que estoy diciendo.
Le di una expresión horrorizada. Eso era dedicación.
—Oh, y ni siquiera empezaré a hablar sobre lo horrible que era el
mantenimiento de registros en los 1400’s.
—Amigo, ni siquiera tenían computadoras. —Puse los ojos en blanco—.
No sé cómo hacían las cosas.
—Amén.
Estaba ocupada intentando escupir cabello de mi boca cuando comenzó a
tararear la canción de los Blue Öyster Cult, ‚No temas al violador‛. Le pegué en
el brazo. —Oh, Dios mío —dije, anonadada—. Eres James.
Inclinó un sombrero invisible, dado que se había quitado el susodicho
sombrero de fieltro. —Si quieres ponerte técnica, el nombre de este humano era
Earl James Walker. Era el… bueno, no sé qué era de tu esposo. Lo crio, si
quieres llamar a lo que hizo ‚crianza‛. Ese tipo era una pieza bruta de trabajo.
De cualquier manera, simplemente pensé que sería un giro interesante.
—¿Estoy casada?
—Oh, cariño, de verdad no recuerdas, ¿o sí?
Sacudí mi cabeza, causando que otra corriente de sangre cayera sobre mi
ojo.
—Bueno, no tendrás que preocuparte por eso por mucho tiempo.
Eso me hizo sentir mejor. Cerré los ojos y me quedé dormida. Pero
apenas había conseguido un par de Z’s no productivas cuando mis ojos se
abrieron de nuevo. Me encontraba atada a una silla algo cómoda en medio de
una bodega gigante, con un fuego llameando detrás de mí en una estufa.
Mi rostro había dejado de sangrar, y James lo limpiaba con una toalla
cálida.
—Sólo quiero que sepas que esto no es personal.
—Gracias, James.
Había varios hombres trabajando en distintas cosas, todos vestidos
casualmente en una colección de chaquetas ligeras y vaqueros, y un puñado de
muertos alrededor, probablemente actuando de vigías.
Uno de los muertos era un hombre que había entrado en la cafetería
bastante seguido. Nunca le hablaba a nadie y nunca se sentaba en mi sección.
Tomé eso como una señal de que no le gustaba la conversación ligera. El
hombre larguirucho se cernía sobre todos los demás y se veía como si hubiera
comido un montón de fibra celulósica cuando estaba vivo.
James terminó, la toalla que fue una vez blanca ahora roja, y luego fue a
supervisar la descarga de un contenedor enorme.
El hombre muerto desapareció de su lugar y reapareció junto a mí. Se
arrodilló a mi lado y utilizó mi cuerpo para escudarse de la línea de visión de
James. —Charley —dijo en un susurro suave—, tienes que liberarte. Esto es en
serio, cariño.
Estaba ocupada haciendo lo de cabecear, luchando contra el impulso de
quedarme dormida de nuevo. —¿Ese es mi nombre? —Pero él desapareció.
James miró sobre su hombro, por lo que actué naturalmente. Dejé mi
cabeza caer hacia atrás para mirar el techo. La dejé caer hacia adelante para
examinar mis uñas llenas de sangre.
Cuando se giró de nuevo hacia la caja, el Tipo Muerto apareció a mi lado
de nuevo.
Intenté enfocarme en él. ¿De verdad tenía un aliado? —¿Puedes…
puedes buscar a Reyes? —pregunté—. Reyes tiene una espada.
—No —susurró tristemente.
—¿Qué? ¿Por qué? Eres, como, el peor aliado.
—Él no puede ver esto. Nadie puede ver esto. Todavía no. No hasta que
estés preparada.
—No, estoy lista. De verdad. Nací preparada. —Había comenzado a
entrar en pánico y había levantado mi voz lo suficiente para llamar la atención
de James. El Tipo Muerto desapareció de nuevo y reapareció en el que suponía
era su puesto en una esquina alejada, cerca de una puerta de cochera enorme.
James volvió a mí y giró mi silla. —Tienes que ver esto. ¿Recuerdas lo de
los 1400’s? Bueno, es por esto.
Miré el contenedor que trajeron. Era una caja gigante de madera con
ruedas dentadas y engranajes por todas partes. —Linda madera.
—Encontrar esa caja, que fue escondida en los 1400’s, fue una cosa —dijo
él—. Encontrar la llave fue otra historia.
Está bien, me sentía intrigada.
Uno de sus secuaces insertó una llave enorme de hierro que lucía como si
hubiera estado en el fondo del mar por siglos. La giró, y las ruedas y engranajes
comenzaron a rotar.
—Si esto funciona, y me gusta pensar que lo hará, esa caja se abrirá, y
dentro habrá un objeto que es literalmente único. Es decir, que no hay otro
como ese en ninguna dimensión de ningún universo en cualquier parte. Esto te
volverá loca. Y te atrapará en una dimensión infernal para toda la eternidad.
Pero aun así…
Mientras que podía reírme de la muerte en la cara, estar atrapada en una
dimensión infernal para toda la eternidad era un poco más desconcertante. Era
eso o las drogas comenzaban a desaparecer y toda la mierda se volvía real.
Miré sobre mi hombro a mi aliado. Me ignoró completamente. A
diferencia de Cookie, el tipo podía actuar.
La caja continuó crujiendo y girando. Paneles se deslizaron sobre otros y
luego desaparecieron. Engranajes rotaron, luego se hundieron en el centro.
Cada movimiento revelaba capa tras capa de dispositivos mecánicos, que luego
se deslizaban para revelar aún más dispositivos mecánicos y madera tallada.
Era como una muñeca rusa mecánica gigante, cada capa revelando una nueva
caja dentro.
James se quedó admirándola, una sonrisa fascinada en su rostro. —
Según lo que dicen alrededor del universo, Lucifer le robó el portal a su
fabricante y lo usó para sus propios propósitos nefastos, porque, enfrentémoslo,
es Lucifer. Y cuando terminó, se lo dio a un sacerdote que lo utilizó para ser el
juez, jurado y verdugo de sus feligreses y, eventualmente, el mundo entero. Si
cualquiera de ellos iba en contra de sus deseos o hacía algo que él sentía que
estaba mal, usaba este dispositivo para desterrar sus almas a una dimensión
infernal.
Cuanto más trabajaba la caja, más pequeño era el producto final, hasta
que todo lo que quedó fue una pequeña caja de baratijas de madera. De
ninguna manera iba a caber yo en esa cosa.
—Pero sólo sus almas eran desterradas. Las personas a las que robaba
sus almas se volvían catatónicas, dado que el huésped no puede vivir sin el
alma.
Caminó y levantó la caja.
—Hizo esto por casi dos décadas, hasta que un grupo de monjes muy
valientes se dieron cuenta de lo que estaba haciendo y le tendieron una trampa.
Se acercó con la caja exponiéndola en su mano, muy al estilo Vanna, para
que yo pudiera verla mejor. Adornada con tallados y fijaciones de hierro, lucía
tanto delicada como resistente.
—Un hombre se presentó voluntario para enviar al sacerdote a través del
portal, sabiendo qué le pasaría cuando lo hiciera.
Metió la caja en su gabardina, luego tomó la llave enorme de hierro y la
lanzó a un fuego que habían estado cebando.
—La leyenda dice que una vez que un alma o ser es enviado a través del
portal, la única forma en que esa entidad puede ser devuelta es si la persona
que originalmente la envió abre el portal y dice su nombre.
Tomó un atizador y empujó la llave que lentamente se estaba poniendo
roja en el fuego, la giró como si estuviera dorándola de ambos lados para una
coción más agradable y uniforme. Mientras James y sus secuaces se quedaban
estupefactos por el brillo naranja y amarillo, asentí hacia el tipo muerto,
básicamente diciéndole que saliera a buscar.
Apareció a mi lado de nuevo, fingiendo querer tener una mejor vista en
caso de que James se girara. —No puedo conseguir a Rey’aziel —susurró—. No
puede ver esto. No hasta que quieras que sepa la verdad, Charley. Hay un
montón que no sabes.
No sabía nada. Ese era el problema.
—Entonces, sólo para estar seguro —continuó James como si asara la
llave alrededor de una fogata y contara historias de terror—, el voluntario envió
al sacerdote a través del portal hacia la dimensión infernal—que no es la de
Lucifer, por cierto—y luego los monjes, que normalmente no son una multitud
violenta, decapitaron al hombre valiente para que nunca pudiera abrirla y decir
el nombre del sacerdote de nuevo.
—Libérate —susurró Tipo Muerto.
Le fruncí el ceño. —No puedo —dije a través de mis dientes apretados.
—Claro que puedes. Deja de pensar tanto y simplemente recuerda.
Tomará todo lo que tengas en tu arsenal para derrotar a Kuur.
—¿Kuur?
Él asintió hacia James. —Es un emisario del ejército de Lucifer. Un
asesino experto de cualquier tipo de ser en cualquiera de las dimensiones
conocidas.
—Bueno, su nombre es bastante masculino.
Tipo Muerto apretó la mandíbula. Mi humor no era para cualquiera.
—Libérate antes de que sea demasiado tarde.
—¿Y luego qué? No es como si pudiera luchar con ellos.
Se acercó todavía más. Acunó mi barbilla y levantó mi rostro hacia el
suyo. —Una vez que recuerdes quién eres, no tendrás que hacerlo.
—¡Lo tengo! —gritó James mientras recuperaba una pequeña pieza de
metal del fuego.
Se giró de vuelta hacia mí, y Tipo Muerto apareció en su posición al otro
lado de la habitación, observando a la nada como se requería de los tipos
muertos. Si James lo había visto cerca de mí, no parecía importarle un comino.
—Y con su sabiduría infinita —continuó, porque aparentemente este
era El Show de James—, los monjes hicieron esta caja para contener el portal. Para
mantenerlo seguro. —Su expresión cambió a una de frustración—. Luego
enterraron la caja debajo de medio kilómetro de tierra y olvidaron decirle a
cualquiera en dónde estaba. Hijos de puta.
Le di un ceño fruncido dudoso. —¿Esa caja pequeña contiene un portal a
una dimensión infernal?
—Así es.
—¿Es una dimensión infernal para gente pequeña? Porque te lo prometo,
no voy a entrar allí.
—Ah —dijo, entendiendo mis dudas—. Tu mente humana te ha limitado
a cierta manera de pensar. Las cosas no siempre funcionan de la forma en que
crees que deberían. Hay dimensiones con criaturas que vuelan de estrella a
estrella, alimentándose de su energía. Hay mundos con guijarros del tamaño de
tu uña que podrían darle energía a este planeta entero para toda la eternidad.
Hay una galaxia con un mundo donde las criaturas vivientes más antiguas se
están derritiendo lentamente e inundando las tierras, ahogando a millones. Hay
tanto que podrías haber visto. —Levantó la pequeña llave de plata,
anteriormente grande y de hierro, que había sacado del fuego—. Pero las
dimensiones infernales también pueden ser divertidas.
—¿La has visto? —pregunté, poniéndome más nerviosa con cada latido.
Tristemente, mi corazón estaba corriendo.
—Esta no. —Apuntó a la caja—. Sólo hay una manera de entrar o salir de
la dimensión a la que vas a ir.
James puso la llave en el cerrojo y la giró. La tapa se abrió con un susurro
suave, y una luz salió brillando de ella. Metió la mano y sacó un hermoso
colgante redondo. En realidad era un medallón, pero la parte superior era de
vidrio transparente. Dentro había una joya suave, como nunca había visto. Mi
mirada se fijó a láser en ella como un buscador de blancos. Me quedé
paralizada. A donde sea que fuera, mi mirada iba.
James rio, encantado con mi reacción. —Se llama cristal dios. Y si sucede
que eres un dios, como tú eres, verás los tesoros nunca revelados de una
dimensión a la que sólo puede accederse por este cristal. —Parecía casi celoso
de las cosas que yo veía. La luz danzante. El agua brillante.
—Es hermoso —dije—. ¿Cómo puede ser una dimensión infernal?
—Hay muchos tipos de infierno, amor.
El colgante emitió un suave brillo de colores. —¿Por qué enviarme allí?
¿Por qué no simplemente matarme?
—Alguien no prestó atención a Composición de un Dios 101. Eres un
dios. Los dioses no pueden ser asesinados excepto por otro dios. Pero pueden
—dijo, alzando un dedo índice— ser atrapados. En especial uno que tiene
amnesia y no puede recordar que es un dios. Pero incluso entonces, hay reglas.
Un conjunto de condiciones que deben ser cumplidas para que tome lugar el
transporte.
—¿Y esas son…? —pregunté, para mantenerlo hablando. Bizqueé, apreté
los dientes, gruñí, todo para intentar detener el tiempo. Finalmente me rendí.
Claramente tenía un temporizador defectuoso.
—La única manera de atrapar a un dios es si primero toma una forma
física. Puede ser cualquier cosa, desde una planta hasta un canguro, pero una
vez que el dios elige su forma, una gota de su fuerza vital —en tu caso, tu
sangre—y la recitación de su nombre, y ese dios está atrapado para toda la
eternidad. A no ser, por supuesto, que el ser que lo haya puesto allí, y sólo ese
ser, decida liberarlo. No hay otra manera de salir.
—Si me metes allí y luego mueres, ¿qué sucede?
—No habrá más mocha lattes para ti.
—Entonces, de verdad es como el infierno. Sólo que peor.
Rio suavemente, luego sacó un pañuelo y pulió el cristal.
Le di una mirada de arriba abajo borrosa. —Supongo que entonces no
tienes nada por lo que preocuparte, dado que no tienes alma ni nada de eso.
—No es verdad. —Tocó una esquina del pañuelo con su lengua y
continuó puliendo—. Soy un ser sensible. Tengo una esencia, un aura, si así lo
quieres, al igual que tú.
—Pero no es como un alma humana.
—Tampoco la tuya —dijo, pareciendo ofendido—. Y gracias a dios. A las
almas humanas no suele irles bien. No fueron creadas para sobrevivir las
atrocidades psicológicas de una dimensión infernal. El sacerdote trajo un alma
de vuelta una vez. Una joven de un pueblo francés no muy lejos de donde él
vivía. Se había enamorado de ella, y cuando su padre se rehusó a la propuesta
de matrimonio del sacerdote, citando la edad como razón principal—el
sacerdote se encontraba en sus cuarentas y la chica tenía doce…
—Ew.
—… el sacerdote envió el alma de ella al infierno.
—Para castigarla. Y a su padre —dije, sabiendo cómo piensan los
hombres así.
—Es lo más seguro. Pero la obsesión es una cosa complicada. La familia
cuidó de su cuerpo catatónico, pero ella ya no era la chica vibrante que él
recordaba, de la que se había enamorado, así que por primera vez, abrió el
portal de nuevo y dijo su nombre.
Me acomodé en la silla, mi curiosidad aumentando. —¿Qué sucedió?
—Ella despertó en su casa y en su cuerpo, pero de acuerdo a las
escrituras de él, ella volvió… diferente. Dijo que estaba frenética, lo m{s
probable es que fuera porque sabía lo que le había hecho y gritaba cada vez que
se acercaba. —Se inclinó, su voz llena de intriga—. Pero se volvió bastante
famosa por un don que recibió gracias a su tiempo en la dimensión infernal. El
don de la visión.
—¿Como una psíquica?
—Así es. Tuvo muchos nombres, pero tú la conoces como Juana de Arco.
El estupor envió un pulso de electricidad por mi piel.
—Lee los libros de historia. Hay una razón por la que se rehusó a darle
su verdadero nombre a cualquiera de nuevo. —Enderezó los hombros y dijo—:
Suficiente. Empecemos, ¿te parece?
Se giró para darle la caja a uno de sus secuaces. En ese instante, Tipo
Muerto apareció a mi lado y susurró en mi oído—: Lo siento, cariño. No me
queda más opción que dejarte ahora.
La alarma apretó mi corazón. —¿Vas a dejarme?
—Prepárate. —Y luego se había ido.
James se giró, tomó el colgante en ambas manos, empujó el pestillo de un
lado y luego lo dejó caer abierto en sus palmas. Era tiempo de que perdiera el
control sobre mis funciones corporales.
—Prepárate —articuló de nuevo Tipo Muerto desde el otro lado de la
habitación.
Apenas lo vi. Estaba mucho más preocupada por los rayos que salían del
colgante. Los que iluminaban la bodega entera, que se ramificaban y
arrastraban a lo largo del techo, dejando chispas y quemaduras en su lugar. Me
estremecí mientras un viento caliente viajó por mi piel, causando que
burbujeara y crujiera, la arena ácida removiendo las capas enrojecidas.
Y aun así, nada de eso me preocupaba. Rayos, vientos calientes, arena
ácida explotando mi piel, todo eso podía manejarlo. Era la otra parte la que me
hacía doblarme.
Los secuaces de James se alejaron a una distancia segura. Todos menos
uno. Por supuesto, era el que tenía el cuchillo.
James gritó sobre el ruido, encantado con los eventos. —¡Ningún
humano, a no ser que tuviera el don de la visión, podría haber visto algo de
esto! El sacerdote nunca podría haber conocido el verdadero poder que sostenía
en la palma de sus manos. —Observó las nubes arremolinadas y los rayos, y
río—. Nunca imaginé que sería así.
Aparentemente, la gente gritando aterrorizada dentro de la dimensión
no contaba. Para mí, era agonía. No sólo oía sus gritos. Los sentía. Sentía la piel
desgarrarse y los huesos crujir. Olía cabello quemado y heridas podridas.
Saboreaba sangre vieja y bilis fresca. Este no era un lugar construido para
mantener almas humanas. Esas personas no fueron enviadas allí por las
elecciones que hicieron mientras estaban vivas. Fueron enviadas allí porque un
idiota de los peores lo decretó.
Mis manos aferraron la silla tan fuerte que mis uñas comenzaron a
quebrarse. El sufrimiento de los cautivos me cortó hasta que mi cuerpo entero
se sintió como una masa de terminaciones nerviosas al rojo vivo. Tenía que
sacarlos. Tenía que liberarlos.
Miré a Tipo Muerto, mi visión volviéndose borrosa y negra en los bordes.
Él estaba girándose hacia mí y se había agachado como si estuviera
preparándose para una carrera. —Ahora —articuló. Luego partió.
Corrió hacia mí, y de repente me di cuenta de lo que iba hacer. Iba a
cruzar. No sentí que fuera el mejor momento, pero cuando un montón de
secuaces se dieron cuenta e intentaron taclearlo, él los esquivó. Zigzagueó a su
alrededor. Pasó un brazo aquí, una pierna allí, hasta que con una última mirada
desesperada, se sumergió dentro de mí.
James miró pero parecía más confundido que preocupado. Y luego todo
se quedó silencioso.
Lo primero que oí fue un tono firme y sólido que se extendió para
siempre, y supe que el sonido no era bueno. Miré al hombre en una bata de
hospital. Estaba sentado en un taburete, sus hombros sacudiéndose por el dolor.
Luego yo estaba en sus brazos y él me sonreía. A través de la agonía que
sentí hasta mi centro, a través del sentido completo de pérdida, él sonrió.
—Parece que sólo seremos nosotros tres —dijo, y otro ataque de dolor
pasó a través de él. Me estremeció a mí también.
Era Tipo Muerto. Mi padre. Y había sacrificado nuestro tiempo juntos
para cruzar para que yo pudiera malditamente liberarme. Para que pudiera
recordar quién era. Qué era. Mi vida a través de sus ojos corrió hacia mí como
una película en avance rápido, incluyendo la esposa que perdió y la hija que
ganó en una noche fatídica. Me inundó con recuerdos de mí a través de sus
ojos, de todas las cosas que hice mientras crecía, de todas las habilidades que
tenía, de todo el bien que hacía ayudándolo a resolver crímenes—él había sido
detective—y a poner hombres malos tras las rejas. De todas las cosas que hizo
mal y de unas pocas que hizo muy, muy bien.
Me mostró la vez que me enseñó a andar en bicicleta, fingiendo que
estaba haciéndolo sola, sosteniendo un dedo en la parte trasera del asiento para
estar seguro mientras corría a mi lado, animándome.
Me mostró la vez que me sostuvo en sus brazos mientras lloraba por
horas porque un niño pequeño del que me había hecho amiga cruzó a través de
mí, y vi cómo su padrastro lo había matado. Lo sentí. Por semanas, sentí el
dolor de los puños de ese hombre. La agonía de sus patadas. Juntos pusimos al
hombre detrás de rejas, pero fue una lección importante para mi padre. Él vio
por lo que pasaba cuando lo ayudaba con sus casos. Vio lo que podían hacerme
los recuerdos de otros.
Me mostró el arrepentimiento que sentía a menudo por haberse casado
con una mujer que no podía amarme, sin importar cuán duro lo intentara. A
pesar de todo, crecí bien. No era una niña perfecta para nada, pero me amaba
más allá de todo.
Y luego se fue. Fue asesinado, y vio la parte celestial de mí por primera
vez. Mi luz lo hipnotizó. Salía brillando de mí como si estuviera hecha de cristal
para convertirme en una luz cegadora de esperanza.
Él no había tenido idea. Sabía que tenía dones, pero esto era distinto. Esto
cambiaba el mundo.
También vio lo que era Reyes. La oscuridad. El peligro. Pero para
entonces sabía lo suficiente sobre mí y mi mundo para ver a Reyes como un
protector. Un guerrero que daría su vida por mí. Un esposo.
Y vio a Beep viniendo desde un año luz de distancia.
Beep.
Me quedé quieta, puse una pausa a los recuerdos.
Beep. Tenía una hija. Reyes y yo teníamos una niña pequeña, y estaba
hecha de nebulosa, luz y calidez. Por mí, por mi luz, por quien yo era y de lo
que estaba hecha, tuvimos que alejarla para que viviera con gente muy buena.
Había seres persiguiéndola, y mi luz los guiaría directamente a ella.
Me mostró desmoronándome cuando se la llevaron. Él había estado allí
cuando me quebré. Cuando mis poderes alcanzaron niveles de fusión nuclear y
exploté y me desvanecí, sólo para terminar aquí, en Sleepy Hollow. Y ahora
sabía por qué.
Earl James Walker. Kuur. Había encontrado el cristal dios y sabía cómo
usarlo. Con la intención de viajar al otro lado del mundo y tirar la caja en el
océano allí, las naves de los monjes se hundieron frente a la costa de lo que
algún día sería Nueva York.
Remaron hasta tierra con la caja, viajaron tan lejos tierra adentro como
pudieron antes de que el agotamiento y la enfermedad los vencieran, y luego
pasaron el mes siguiente enterrándola tan profundo como pudieron en un
pequeño lugar al lado del Río Hudson.
Papá juro hacer todo en su poder para ayudarnos a mantener a salvo a
Beep, por lo que—siendo policía hasta la médula—fue de encubierto. Se infiltró
en las filas de Satán y aprendió todo lo que pudo. Y ahora estaba pasándome
todo lo que había aprendido en un Technicolor asombroso.
Había estado espiando a los emisarios por Reyes, intentando localizar a
los doce. Y se sacrificó a sí mismo, a su misión y cualquier tiempo que hubiera
podido tener conmigo para forzarme a liberarme. Para salvarme a mí misma y,
en consecuencia, a mi hija. La que estaba destinada a destruir a Satán. La
pequeña criatura que los emisarios llamaban la Ravanger.
Pero yo le decía Elwyn.
Elwyn Alexandra.
Mi corazón se hinchó con todas las emociones. Cuando se llevaron a
Elwyn, simplemente fue demasiado para soportarlo. Luego de todo lo que
Reyes y yo habíamos pasado, después de cada obstáculo que habíamos
superado, esa fue la gota que colmó mi vaso. La que me envió a esta ciudad, sin
memoria.
Cuando la reproducción se detuvo, me senté allí, asombrada. Nunca lo
vería de nuevo. Después de todo lo que había hecho por mí, por nosotros,
simplemente se había… ido.
James me observaba, inseguro de qué pensar. Por qué había cruzado ese
hombre. Asintió hacia sus secuaces y ellos continuaron a regañadientes con su
tarea, que básicamente consistía en sostener mi brazo para que James pudiera
poner una gota de sangre en el colgante. Era así de fácil. Una gota de sangre.
Decir el nombre del desafortunado. Y el alma sería transportada a una
dimensión de tormento eterno.
James me estudió. Decidiendo que sus hombres me habían asegurado,
bajó el colgante y uno de sus secuaces cortó mi dedo. Retorcí mi brazo y golpeé
a James, arañando su rostro con mis uñas.
—¡Sosténganla! —gritó sobre los vientos, enojado por primera vez esa
tarde.
Torcieron mi brazo y lo mantuvieron quieto mientras empujaba una gota de
sangre en el cristal. Un rayo salió de él, pero me mantuve firme.
Su expresión cambió de cautelosa a exaltada. Levantó el colgante hacia el
cielo y dijo mi nombre.
—Elle-Ryn-Ahleethia. —Por supuesto. Mi nombre celestial.
Lo dijo suavemente. Cariñosamente. Y luego esperó.
Y esperó.
Observó la sangre en el cristal y lo dijo de nuevo, esta vez más alto. —
¡Elle-Ryn-Ahleethia!
Nada.
Sacudió el colgante en sus manos. Miró a sus secuaces, confundido.
Luego dejó que su mirada vagara hacia mí. Y se quedó quieto.
Era inteligente. Le concedería eso. Entendió más rápido de lo que pensé
que lo haría. Cerró sus manos para encerrar el colgante, pero un microsegundo
antes, lo dije.
—Kuur.
Afortunadamente, tenía un nombre corto. El medallón se cerró y el
silencio cayó sobre la zona. Él esperó conteniendo el aliento, dándose cuenta de
que había robado su sangre cuando lo golpeé y que había puesto eso en el
cristal en lugar de la mía.
Oí una serie de golpes fuertes. Alguien golpeaba una puerta de metal.
Luego oí un golpe duro y, en mi visión periférica, vi una sucesión de peleas. No
me atrevía a quitar mis ojos de Kuur, pero podía divisar la forma suave y
mortal de mi esposo mientras quebraba cuello tras cuello para llegar hasta mí.
Otra pelea, igual de corta que la primera, involucró a Osh y tres secuaces.
Garrett se cargó a dos más cuando intentaron escapar.
Pero los ojos de Kuur se encontraban pegados al colgante. Estaba a punto
de dejar escapar un suspiro de alivio cuando un rayo lo agarró. Pequeñas ramas
como piernas de arañas se arrastraron a su alrededor. Desgarraron a la bestia
interior. Se cerraron como un puño.
Y él desapareció.
El colgante quedó colgando en el aire por varios segundos, luego cayó.
Estiré mi mano y lo atrapé. Luego, para que no se filtraran los hechos, eliminé a
cada muerto presente con un único pensamiento devastador.
23 Traducido por CrisCras & Julie
Corregido por Laurita PI

Somos las nietas de las brujas que ustedes no fueron capaces de quemar.
(Desconocido)

Empaqué las pocas posesiones materiales que tenía, las que en su


mayoría consistían en una docena o algo así de prendas de ropa, un tubo de
máscara de pestañas, brillo labial, coleteros, y una colección asesina de botas.
Incluso mi yo amnésica tuvo una debilidad por las botas. También empaqué la
caja del abalorio, pero el colgante lo mantuve en mi bolsillo. Todavía tenía algo
de trabajo que hacer en esa área. Iba a sacar esas almas humanas de allí aunque
fuera lo último que hiciera.
Al principio pensé que los esbirros de James tomaron el cuerpo de Ian y
limpiaron el lugar, pero Reyes, que nunca dejó mi lado desde que me levantó en
sus brazos y me sacó del almacén, me informó que él y los ‚chicos‛ lo hicieron.
El agotamiento me invadió tras la pelea. Había cuerpos dispersos a
través del suelo del almacén. Reyes partió un último cuello y empujó al esbirro
a un lado antes de correr hacia mí y deslizarse de rodillas ante mí. Y así miré el
familiar —y dolorosamente atractivo— rostro de mi marido. Mi hermoso y
surreal marido.
—Holandesa —susurró, escaneando mi cara en busca de heridas. Sus
oscuros iris brillaron con alivio porque estuviera viva y relativamente ilesa,
considerando la situación. Luego vio mi cuello, y las llamas que siempre lo
rodeaban crecieron lentamente. Firmemente. Letalmente.
—Eso fue divertido —dijo Osh mientras se acercaba para evaluar mi
condición por sí mismo.
Garrett lo siguió, una sonrisa endiablada tirando de una de las esquinas
de su boca. —Pienso que deberías buscarte un nuevo hobby.
Osh asintió en acuerdo. —Uno que no involucre a gente o entidades
sobrenaturales intentando matarte.
Dejé salir una risa entrecortada, mi alivio completo, absoluto. Sabía quién
era. Sabía quiénes eran ellos. Ya no me encontraba flotando en una mar de
incertidumbre. Al menos, no acerca de mi identidad. Miré a mi marido y luché
contra la preocupación que amenazaba con hacer que mi ceño se frunciera. Él
no se dio cuenta. Me levantó en sus brazos y dejó a Osh y a Garrett para que
discutieran la limpieza del almacén.
No dije nada cuando me acurruqué aún más en sus brazos en la parte
trasera de una camioneta que rentó Garrett. Al parecer, habiendo elaborado un
plan, Osh y Garrett entraron y nos dirigimos a mi apartamento.
Reyes me observó todo el tiempo. Sus dedos se deslizaron por mi cara,
dejando una suave llama en su estela. Fue la última cosa que vi antes de caer en
un sueño profundo y tranquilo.
Cuando me desperté sobresaltada a las tres de la mañana siguiente, aún
acurrucada en los brazos de Reyes, hablamos un poco y nos amamos mucho.
Realmente mucho. Hicimos el amor con más fiereza de lo que recordaba
haberlo hecho nunca. Y aun así, por alguna razón, no le dije que recuperé la
memoria. Todavía no. No quería arruinar el momento. Y de repente quería
saborear el anonimato de Janey durante unas pocas horas más. Para mirarlo
fijamente y volver a recordar cada curva de su rostro. Cada línea de su boca.
Cada contorno de su esculpido cuerpo.
Y tan lista como me encontraba para ir a casa, tenía unas cuantas cosas
que hacer primero, así que lo convencí de que me sentía bien, que fuera a
trabajar, que iría poco después; que no llegáramos horas tarde. Colocó a Osh
fuera en el exterior para cuidarme, ya sin esconder el hecho, y se marchó con la
reluctancia de un hombre caminando hacia la soga del verdugo mientras
luchaba con una sonrisa detrás de él. Y entonces empaqué.
Bajé la mirada a la caja con mis posesiones materiales. Ya me había
despedido de Mable. Se quedó con Satana y ofreció venderme el Fiesta. Era
tentador, pero en verdad no quería conducir todo el camino de regreso a
Albuquerque, Nuevo México. Dejé todo lo que poseía —en el estado de Nueva
York, de cualquier forma— en una caja junto a la puerta principal, me despedí
de Denzel, luego volví mi atención hacia Irma, la mujer que flotaba en mi
esquina.
Crucé los brazos y apoyé la cabeza contra la pared, así podía ver su cara.
—Tía Lil —dije, intentando no reírme. O estallar en lágrimas. Sabía lo
que estaba haciendo. Había tenido un diminuto hombre asiático flotando en la
esquina de mi apartamento en Albuquerque durante años. Resultó ser el
equivalente de un arcángel y se marchó para cuidar de Beep, así que supuse
que tía Lil iba a ocupar su lugar durante un tiempo. Tal vez para darme algo
familiar. Tal vez porque la ausencia de Beep la dejó tan triste como al resto de
nosotros.
Interpretando su papel hasta el final, no me respondió.
Dejé salir una risita suave y la abracé. —Ahora estoy bien, tía Lil. Puedes
volver a mí.
Me devolvió el abrazo. —Hola, calabacita —dijo, su dulce sonrisa sin
dientes celestial.
—Perdón por haberte llamado Irma.
—¿Por qué? Me gusta. Podría cambiarme el nombre de forma
permanente.
Nos abrazamos durante mucho tiempo, y luego le dije que me reuniría
con ella en Albuquerque. Asintió y se desvaneció ante mis ojos.
Me preparé para irme al que sería mi último día en el trabajo.
Tristemente, me marcharía con una mala nota. Llegaba más que tarde. Todo el
mundo estaría ya allí. Y chico, les daría una mañana que no olvidarían en un
futuro cercano. Quería gritar con felicidad y un triste sentido de
arrepentimiento, pero no quería dejar a Denzel con una mala impresión de mí.
Habíamos tenido algunas noches encantadoras, Denzel y yo. Nuestra
separación sería un dolor tan dulce.
Con Osh siguiéndome desde la distancia, silbando como si no tuviera
una preocupación en el mundo, hice una parada rápida en casa del mejor amigo
de Henry Sin Cabeza y le expliqué la situación. Me miró como si fuera la que no
tenía cabeza, pero estaba bien con eso. Sentí la calma cernirse sobre él mientras
hablaba, como si por fin tuviera permiso para perdonarse a sí mismo por algo
que en realidad nunca hizo.
Había flores en las puertas de la cafetería y una nota que decía que
Firelight Grill estaría cerrado por un funeral en dos días. La muerte de Shayla
se sentiría durante mucho tiempo venidero. Un aire sombrío cubría la cafetería.
Incluso esos que no la conocían bien sentían la pérdida.
Era consciente del aspecto que tenía. Me curaba rápido, más ahora que
era oficialmente un dios, pero aún tenía moratones frescos, cortes y arañazos
por mi cara. Así que las miradas preocupadas no me sorprendieron cuando
entré y fui directamente a la cocina, donde cierto hijo del demonio encarnado se
encontraba preparando huevos rancheros.
Se detuvo, una taza de café a medio camino de su boca, y centró toda su
atención en mí. Sentí una lánguida apreciación salir de él, y mi pecho se
contrajo.
Era hora.
Agarré el taburete de Sumi, lo coloqué delante de él y me levanté para
enfrentarlo a su misma altura.
—¿Vas a decirme otra mentira? —pregunté, mi voz suave.
—No era consciente de que lo hice.
Luché para mantener una sonrisa triste a raya. —¿Estás o no casado?
Colocó la taza en la mesa de preparación. —Lo estoy.
—Entonces, ¿qué? ¿Has estado teniendo problemas? ¿Ya no estás
enamorado de ella? ¿Están separados? ¿Qué mentira me vas a contar a
continuación?
—Ninguna mentira —dijo, acercándose más.
Escuché a Dixie entrar a la cocina, percibí el calor que ella sintió al
vernos. Ella sabía. Había sabido quién era yo y estuvo involucrada en mi
maravilloso plan de familia y amigos desde hace un tiempo. Reyes debe haberle
dicho todo.
La expresión de él se suavizó, y su mirada oscura se deslizó sobre mi
cara con tal apreciación, con tal admiración que me dolió el corazón por él. Pero
allí también noté cautela, y me di cuenta que no reconoció lo que yo pensaba.
Ya no podía sentir mis emociones. Así que no pudo saber exactamente lo que
pasaba, pero lo sospechaba. O —quizá— eso deseaba.
—La he amado durante siglos —dijo—. Y la amaré hasta que las estrellas
se consuman.
—Bueno, de acuerdo —dije, inclinándome hacia él—. Eso es todo lo que
tenías que decirme.
Se quedó quieto cuando se dio cuenta que lo sabía. Que recuperé todos
mis recuerdos. El alivio que percibí de él me conmovió. Sus emociones eran
arrolladoras, pero controló sus rasgos como siempre, el jugador de póker.
—Bienvenida de vuelta —dijo, limpiando la humedad que se deslizaba
por mis mejillas.
Estiré la mano e hice lo mismo para él.
Luego recordé una conversación que tuvimos hace un par de días. —¿De
verdad pensaste que cuando descubriera mi nombre celestial, me iría? ¿Qué
olvidaría todo sobre ti?
—Te fuiste. Olvidaste todo sobre mí.
—Eso es diferente.
—El dolor fue tan verdadero.
No podía discutir eso. Envolvió los brazos a mi alrededor y me apretó
como si su vida dependiera de ello.
—Voy a necesitar saber qué pasó contigo —dijo desde detrás del abrazo.
—Solo si podemos ir a casa.
Me soltó. —Sí, señora.
Cookie llegó en ese momento, y parecía ser la única a la que no le
importaba que mi marido y yo estuviéramos teniendo un momento. —¿Dónde
has estado? —preguntó—. ¿Y por qué luces como el infierno?
Me aparté de Reyes y me giré hacia ella. Puso los puños en sus caderas y
me observaba. Con una mirada real. No una de esas falsas.
—Creo que conocí a tu amiga Charley.
—Ah… ¿sí? ¿Cu{ndo?
—Cuando me miré en el espejo esta mañana.
Por un momento, permaneció de pie con incredulidad. Luego con
asombro. Y dudas. Más tarde con esperanza. Y cautela. Es decir, las cinco etapas
de Cookie.
Susurró, casi como si no quisiera alzar demasiado sus expectativas. —
¿Charley?
Asentí.
Un grito eufórico salió de su garganta, y corrió hacia mí.
Y así fue más o menos como continúo la mañana.
—Sabes —dijo Osh, cuando se acercó—, podrías haber marcado a una de
esas personas para mí. Me estoy muriendo de hambre. ¿Ese imbécil que iba tras
el hijo de Erin? Podría haber vivido de ese chico por meses. Pero no. Lo enviaste
abajo. ¿Qué van a hacer ellos con él? Van a dejar que arda en el infierno, eso es
todo. No hay beneficio para nadie. Solo digo.
Garrett estuvo un poco más agradecido por mi regreso. Me atrajo en un
largo y cálido abrazo que no terminó hasta que Reyes refunfuñó. En lo que
respecta a Ian y los otros cuerpos, se implementó una regla estricta de no
preguntar ni decirle a la policía. Estuve de acuerdo con eso.
Tuve una rápida combinación de abrazo-exorcismo cuando llegó el señor
P. No estaba segura de por qué ese demonio lo eligió a él o por qué se hallaba
latente, pero todo lo que en verdad importaba era el señor P. Le di el mensaje
de Helen, ese sobre su hijo y cuanto le agradecía por lo mucho que él ayudaba.
—No lo hice por la bondad de mi corazón —dijo—. Helen fue una niña
buena al crecer.
Por supuesto, ella se encontraba sentada junto a él. —¿Me conocía? —
preguntó, sorprendida.
—Fue una de las mejores amigas de mis hijas. Nunca me pareció bien la
manera en que la trataban. Creo que terminó en la calle por culpa de su padre.
—Es cierto —dijo ella. Puso una mano sobre su corazón, con
agradecimiento evidente por él.
—Siempre sentí que merecía otra oportunidad.
—Entonces estás ayudando a su hijo por la bondad de tu corazón.
—En parte. Pero también por el amor de su madre. Era una buena mujer
que murió demasiado joven. Si Helen la habría tenido por un poquito más de
tiempo…
—¿Ves? —dijo ella, apoyando la cabeza en su hombro—. Te dije que él es
el mejor.
Dixie llamó a otro equipo para que trabajara en nuestros turnos, y
descubrí que Reyes les estuvo pagando todo este tiempo para que se quedaran
en casa. —Él me dijo que tú recuperarías los recuerdos. Solo quería que tuvieras
un trabajo mientras estuvieras aquí, y que ellos todavía tuvieran trabajo cuando
tú entraras en razón.
Mierda, la echaría de menos. —No sé qué decir, Dixie. Te debo tanto.
—Tonterías —dijo mientras me atraía en un abrazo.
Nos quedamos un rato más, comiendo los huevos rancheros de Reyes y
conversando. Deseaba decirle adiós a Lewis, pero no sabía si vendría. Sin
embargo, Francie y Erin sí vinieron. Ambas seguían de duelo pero Francie
parecía diferente. Completamente desconcertada por lo que ocurrió con Shayla.
Erin me hizo un pequeño dibujo y me lo entregó en privado. Era de
Reyes, y lo capturó con una exactitud impresionante. Ese fue uno de los abrazos
más largos de todo el día.
Lewis finalmente se presentó, con aspecto demacrado y perturbado. Los
ojos hinchados y rojos, y un corazón roto le hacían eso a uno. Le expliqué que
recuperé mis recuerdos, y se sintió genuinamente feliz por mí a pesar de su
dolor.
—Solo quería que lo supieras —le dije—, Shayla me dijo que pasó los
mejores días de toda su vida contigo. Te amaba y quería que supieras lo bueno
que eres.
Bajó la cabeza, y sus hombros se sacudieron un par de veces antes de que
pudiera poner sus emociones bajo control. Le di un abrazo, y se derrumbó por
completo, llorando en mi pelo. No hubo problema. También lloré en el suyo.
Cuando no pudo soportarlo más, se alejó de mí y fue a trabajar. En un
momento, Francie intentó consolarlo. Sentí una preocupación auténtica de su
parte. Afinidad, compasión y empatía. Lewis ignoró todo eso. Irónicamente, eso
pareció destrozarla.
—Nunca lo vi —me dijo cuando fui a hablar con ella—. Y cuando por fin
lo veo, es demasiado tarde.
—Dale tiempo, cariño.
Me dio un abrazo rápido. —Siempre me agradaste a pesar de que no
siempre lo demostré.
—También siempre me agradaste.
Para el momento en que llegó Bobert, es decir, mi tío Bob, no me
contuve. Corrí hacia él, lancé mis brazos alrededor de su cuello, estallé en
lágrimas. Cómo se las arregló para librarse del trabajo por todo un mes, nunca
lo sabría, pero le debía todo. Coordinó mi supervisión las veinticuatro horas del
día. Se aseguró de que fuera vigilada casi cada segundo del día. Era una lástima
que en ninguno de esos segundos se hubieran presentado Ian o Kurr.
Podríamos tener que discutir las fallas en sus habilidades administrativas.
—Te extrañé, tío Bob —dije, y la repentina humedad en sus ojos me dijo
que también me extrañó.
Permanecí pegada a su cuello por más o menos media hora hasta que fue
momento de ir a casa. Después de otra ronda de abrazos y una promesa de
Reyes de que nos pasaríamos por el funeral para decir adiós a Shayla,
abandonamos el Firelight Grill.
Pasamos a buscar mis cosas y empacamos las pocas pertenencias que
Reyes tenía en la habitación de motel, y luego nos sentamos codo a codo en la
parte trasera de la camioneta alquilada. Parecía aliviado. Feliz.
—¿Has oído algo? —pregunté, y no tuve que explicarme más.
Colocó su mirada poderosa sobre mí. —Solo que ella tiene buena salud y
lo está llevando bien.
Asentí. Eso era suficiente. Tenía que serlo. Al menos por ahora.
Me situé más cerca mientras dejábamos la encantadora ciudad de Sleepy
Hollow y me pregunté cuándo debería decirle de lo que descubrió mi papá.
Concretamente sobre él. Sobre cuando Lucifer robó el cristal divino de nada
menos que del mismo Dios. Lo utilizó para atrapar a un dios, del mismo modo
en que James iba a hacerlo conmigo. Solo que Lucifer, porque es Lucifer, tenía
motivos ulteriores. Ansiando el poder de un dios para sí mismo, atrapó a uno el
tiempo suficiente para aprovechar su energía y crear a su único hijo, Rey’aziel.
Su plan desde el principio era tomar el cuerpo de Reyes, y con el poder de un
dios a su alcance, por fin podría desafiar a Jehová. Finalmente tendría la
oportunidad de tomar el control de los cielos.
Cuando Michael intentó matarme, mencionó algo sobre expulsar a los
tres dioses de Uzan, muy satisfecho consigo mismo ante la promesa que recibió
de parte de Reyes. Que haríamos eso. Que los expulsaríamos. A los tres. El
problema era, que uno de ellos fue el dios que utilizó Lucifer para crear a Reyes.
Y de los tres, el Razer, como era conocido en todo el espacio de las dimensiones,
era el más violento. El más sanguinario.
Su nombre lo decía todo, porque eso es lo que él hizo. Arrasaba.
Demolía. Destrozaba. Y yo estaba casada con él.
Apreté el pendiente de cristal divino en mi bolsillo. Mi padre tenía razón.
Podría ser muy útil algún día.
The Curse of Tenth Grave
Como una investigadora privada a medio tiempo
y un ángel de la muerte a tiempo completo,
Charley Davidson se ha hecho un montón de
preguntas durante su vida: ¿Por qué puedo ver
gente muerta? ¿Quién es la sexy entidad
sobrenatural que me sigue? ¿Cómo consigo sacar
la goma de mascar del cabello de mi hermana
antes que despierte? Excepto que, ‚¿Cómo atrapo
a no solo un dios malévolo, sino a tres?‛ nunca
estuvo entre ellas. Hasta ahora. Y ya que aquellos
dioses se encuentran en la tierra para matar a su
hija, no tiene más opción que rastrearlos,
atraparlos y despacharlos de esta dimensión.
Solo hay un problema. Uno de los tres robó su
corazón hace mucho tiempo. ¿Puede el Razer, un dios de absoluta muerte y
destrucción, cambiar su omnisciente lugar o su lealtad yacerá con sus
hermanos?
Aquellas eran solo unas pocas de las preguntas que Charley debe responder, y
rápido. Añade a eso una chica sin hogar corriendo por su vida, un hombre
inocente que ha sido acusado de asesinato, y un dije hecho de cristal dios que
tiene a todo el mundo sobrenatural en un alboroto, y Charley tiene las manos
llenas. Si puede arreglárselas para preocuparse de toda la cosa de mundo-
destruyendo-dioses, estamos a salvo. Sino, bueno…
Sobre el autor
Darynda Jones ha ganado varios premios,
incluyendo un Golden Heart 2009 en la Categoría
Paranormal por Primera Tumba a la Derecha y el
RITA 2012 por Mejor Libro Nuevo.
Vive en Nuevo Mexico con su esposo de más de
25 años y dos hijos, los poderosos, poderosos
chicos Jones.

Visita a Darynda Jones en:

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Traducido, corregido
y diseñado en:
www.librosdelcielo.net

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