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Traductoras
Marie.Ang Laura Delilah CrisCras
Val_17 Kath1517 yuvi.andrade
NicoleM Mae Ivana
Beatrix Mire Sandry
Miry GPE rihano becky_abc2
Valentine Rose Vane Farrow Beluu
Victoria MaJo Villa Julie
Eliana.Cipriano Jadasa
Correctoras
Victoria. Sandry Janira
Miry GPE Laurita PI Jadasa
Daliam Beatrix itxi
Vane Farrow Marie.Ang Val_17
Lectura final
Vane Farrow Julie
Marie.Ang florbarbero
Diseño
Mae
Índice
Sinopsis Capítulo 12
Dedicatoria Capítulo 13
Agradecimientos Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
Capítulo 10 The Curse of Tenth Grave
Capítulo 11 Sobre el autor
Sinopsis
En un pequeño pueblo de Nueva York, vive Jane Doe, una chica sin
memoria de quién es o de dónde procede. Así que, cuando está trabajando en
una cafetería y lentamente comienza a darse cuenta de que puede ver gente
muerta, se siente más que un poco desconcertada. Más extrañas aún son las
personas que entran en su vida. Parecen saber cosas acerca de ella. Cosas que
esconden con mentiras y verdades a medias. Pronto, siente algo mucho más
oscuro. Una fuerza que quiere hacerle daño, está segura de ello. Su gracia
salvadora viene en la forma de una nueva amiga en la que siente que puede
confiar, y el cocinero, un hombre devastadoramente atractivo cuya sonrisa quita
la respiración y cuyo toque es abrasador. Él permanece cerca, y ella casi se
siente segura con él alrededor.
Pero nadie puede escapar de su pasado, y cuántas más mentiras giran a
su alrededor—incluso de sus nuevos amigos de confianza—más desorientada
llega a estar, hasta que se enfrenta con un hombre que clama haber sido
enviado para matarla. Afortunadamente, ella tiene un Rottweiler. Pero eso no la
ayuda en su búsqueda para encontrar su identidad y recuperar lo que ha
perdido. Eso tomará todo su coraje y un toque del poder que siente fluir como
electricidad a través de sus venas. Casi siente pena por él. El demonio en
vaqueros azules. El encantador cocinero que miente con cada respiración que
toma. Ella llegará al fondo de lo que él sabe aunque la mate. O él. De cualquier
manera.
Charley Davidson #9
Dedicatoria
Para Lorelei,
Cuyos títulos oficiales incluyen pero no se encuentran limitados a:
La Duquesa del Diálogo
La Emperatriz de la Entonación
La Virtuosa de la Voz
La Sirena del Habla
La Ninja de la Narracción
SuperMujer
La Baronesa de Bardo
La Femme Fatale de la Ficción
La Encantadora de la Elocución
Labios Calientes*
Me paré junto a la cabina y vertí café en una taza beige que tenía escritas
las palabras FIRELIGHT GRILL, preguntándome si debería decirle a mi cliente,
el Sr. Pettigrew, sobre la stripper muerta sentada a su lado. No era algo habitual
que una stripper muerta acosara a uno de mis regulares, pero decirle al Sr. P
sobre ella podría no ser una buena idea. Podía reaccionar de la forma en que yo
lo hice la primera vez que vi a un difunto caminando, hace poco más de un
mes. Grité como una niña de doce años y me encerré en el baño.
Por siete horas.
Admiraba al pícaro hombre mayor, un decorado veterano de guerra y
detective retirado de la policía de Nueva York. Había visto más acción que la
mayoría. Y con eso, más atrocidad. Más depravación, desesperación y
degradación. Era duro hasta las uñas, un héroe de la vida real, y no podía
imaginar cualquier situación en la que el Sr. P gritaría como una niña de doce
años y se encerrara en un baño.
Por siete horas.
En mi defensa, el primer tipo muerto que vi cayó a su muerte en un sitio
de construcción en Kalamazoo. Gracias a una caída de treinta metros y una
infortunada ubicación de barras de acero, tuve otra cosa que agregar a mi
colección de ‚cosas que nunca podré olvidar‛. El lado positivo, cariño.
Saqué tres sobres de leche en polvo del bolsillo de mi delantal en donde
los guardaba, mayormente porque mantener la leche en polvo en los bolsillos
de los vaqueros nunca terminaba bien. Los puse en la mesa junto a él.
—Gracias, Janey. —Me dio un pícaro guiño y modificó su café, un elixir
que cada día amaba más que al aire. Y las papas fritas. Y la higiene, pero solo
cuando despertaba tarde y tenía que enfrentar la desgarradora decisión de, o
preparar una taza de la propia clave de la vida, o tomar una ducha.
Suficientemente extraño, ganaba el café. Cada. Vez.
El Sr. P era regular, y me agradaban los regulares. Cada vez que uno
entraba a la cafetería, me sentía un poco menos perdida, un poco menos rota,
como si la familia viniera a visitar. Tan jodido como sonaba, ellos eran todo lo
que tenía.
Hace poco más de un mes, desperté en un callejón, empapada hasta la
médula con una lluvia congelante despellejándome la cara y sin recuerdos de
quien era. O en dónde me encontraba. O mi edad. No tenía nada excepto lo que
llevaba puesto, un blanco y gran diamante en mi dedo anular, y un dolor de
cabeza cegador. El dolor desapareció bastante rápido. Afortunadamente la ropa
y el anillo de bodas no. Pero, y si estaba casada, ¿en dónde se encontraba mi
esposo? ¿Por qué no había venido por mí?
He estado esperando desde ese primer día. Lo llamé Día Uno. He estado
esperando cuatro semanas, tres días, diecisiete horas, y doce minutos.
Esperando a que me encuentre. Que alguien me encuentre.
Seguramente, tenía familia. Quiero decir, todos tienen familia, ¿no? O, al
menos, amigos. Sin embargo, parecería que no tenía ninguno. Nadie en Sleepy
Hollow —ni en todo el estado de New York— sabía quién era yo.
Pero eso no me detuvo a hundir mis andrajosas uñas mordidas y
aferrarme al conocimiento de que casi todo el mundo en el planeta tenía a
alguien, y mi alguien se encontraba ahí afuera. En alguna parte. Buscándome.
Registrando la galaxia día y noche.
Esa era mi esperanza. Ser encontrada. Ser conocida. Las grietas en la
coraza que me mantenía en una pieza estaban fragmentándose, sangrando,
arrastrándose y rompiéndose en la frágil superficie. No sabía cuánto más
aguantaría. Cuánto más hasta que la presión dentro de mí explotara. Hasta que
se despedazara y catapultara los pedazos de mi psique al espacio; a los rincones
más lejanos del universo. Hasta que me desvaneciera.
Podía pasar.
Los doctores me dijeron que tenía amnesia.
¿Cierto?
Aparentemente esa mierda es real. ¿Quién lo diría?
Mientras esperaba a que el Sr. P escaneara el menú que se sabía de
memoria, miré por las ventanas de cristal laminado de la cafetería a los dos
mundos ante mí. Me di cuenta muy pronto, después de despertar, que podía
ver cosas que otro no. Gente muerta, sí, pero también su reino. Su dimensión. Y
su dimensión definía la palabra loco-loco.
La mayoría de la gente solo veía el mundo tangible. El mundo en el que
el viento no pasaba a través de ellos sino que los bombardeaba, su helado
agarre solo metafóricamente cortando a través de sus huesos, porque sus
cuerpos físicos no los dejarían penetrar tanto.
Pero había otro mundo alrededor de todos nosotros. Uno intangible en
donde el viento no nos rodeaba sino que nos traspasaba como el abrasador
humo a través del aire que se hacía visible solo por un rayo de luz.
En este día en particular, el pronóstico tangible era parcialmente nublado
con un ochenta por ciento de probabilidades de precipitación. El pronóstico
intangible, sin embargo, tenía furiosas e hinchadas nubes con un ciento por
ciento de posibilidades de tormentas con truenos y relámpagos y fieros
tornados girando en una interminable danza sobre el paisaje.
Y los colores. Los colores eran deslumbrantes. Naranjos, rojos y
púrpuras, de los que no eran encontrados en el mundo tangible, brillaban a mi
alrededor, ondulando y derritiéndose en uno solo con cada reacción del
caprichoso clima, como si batallaran por la dominancia. Las sombras no eran
grises ahí, sino azul y lavanda con toques de cobre y dorado. El agua no era
azul, sino jaspeadas tonalidades de orquídea, violeta, esmeralda y turquesa.
Las nubes se partían unas cuadras más allá, y un brillante rayo de luz le
daba la bienvenida a otra alma, abrazando al afortunado espíritu que había
alcanzado la fecha de expiración de su forma corpórea.
Eso sucedía con bastante frecuencia, incluso en una ciudad del tamaño
de Sleepy Hollow. Lo que sucedía con menos frecuencia, gracias a Dios, era lo
opuesto. Cuando el suelo se agrietaba y partía para revelar un abismo
cavernoso, para entregar un alma menos afortunada —una menos digna— a la
oscuridad.
Pero no solo cualquier oscuridad. Un vacío interminable y cegador mil
veces más negro que la noche más oscura y un millón de veces más profundo.
Y los doctores juraban que no existía nada mal en mí. No podían ver lo
que yo sí. Sentir lo que yo sí. Incluso en mi estado de absoluta amnesia, sabía
que el mundo ante mí era irreal. Sobrenatural. Innatural. Y sabía que no tenía
que contarlo. La auto-preservación era un motivo poderoso.
O tenía algún tipo de percepción extrasensorial o me drogué un montón
con LSD en mi juventud.
—Es un muñeco —dijo la stripper, su sensual voz arrastrándome de
regreso del fiero mundo encolerizado a mi alrededor.
Inclinó su voluptuoso cuerpo hacia él. Quería señalar el hecho de que él
era lo suficientemente mayor para ser su padre. Solo podía esperar que no lo
fuera.
—Su nombre es Bernard —dijo, pasando un dedo por el costado del
rostro de él, un delgado tirante deslizándose por su hombro arañado.
En realidad, no tenía idea de lo que ella hacía para vivir, pero por cómo
se veía, o era una stripper o una prostituta. Se untó la suficiente sombra azul
para pintar el Edificio Chrysler, y su pequeño vestido negro revelaba más
curvas que Slinky1. Solo me inclinaba por stripper porque la parte frontal de su
vestido era sostenida con velcro.
Tenía una cosa por el velcro.
Tristemente, no podía hablarle en frente del Sr. P, lo que era infortunado.
Quería saber quién la había matado.
Sabía cómo murió. Fue estrangulada. Manchas negras y púrpuras
circundaban su cuello, y los capilares en sus ojos se hallaban reventados,
tornando sus cuencas a un rojo brillante. No era su mejor apariencia. Pero me
encontraba curiosa por la situación. Cómo evolucionó. Si vio al atacante. Si lo
conocía. Claramente, tenía una vena mórbida, pero sentía este tirón en mis
entrañas por ayudarla.
De nuevo, ella estaba muerta. Como un palo tieso. En invierno. ¿Qué
podía hacer?
Mi lema desde el Día Uno era mantener mi cabeza gacha y mi nariz
limpia. No era de mi incumbencia. No quería conocer cómo murieron. A quién
dejaron atrás. Cuan solos se sentían. Porque la mayoría de los difuntos eran
como avispas. No los molestaba. Ellos no me molestaban. Y así era como me
gustaba.
Pero a veces sentía el tirón, una reacción brusca que doblaba las rodillas,
cuando veía a un difunto. Un deseo visceral de hacer lo que pudiera por ellos.
Era instintivo, profundo y horriblemente molesto, así que alcancé lentamente
una taza de café y miré a otro lado.
—Bernard —repitió—. ¿No es ese el nombre más dulce? —Su mirada
aterrizó en mí ante la pregunta.
Le di el más leve atisbo de asentimiento mientras el Sr. P decía—:
Supongo que tendré lo usual, Janey.
1 Slinky: personaje de Toy Story, que es un perro con cuerpo de muelle espiral.
Siempre tenía lo usual para el desayuno. Dos huevos, tocino, papas al
horno, y tostadas de trigo entero.
—Lo tienes, cariño. —Tomé el menú y caminé hacia la estación de
servicio, en donde empujé la orden del Sr. P, aunque Sumi, la cocinera
principal, se encontraba a un metro y medio de mí, de pie al otro lado de la
ventana corrediza, luciendo ligeramente molesta porque no le dijera
simplemente la orden ya que se encontraba a un metro y medio de mí, de pie al
otro lado de la ventana corrediza, luciendo ligeramente molesta.
Pero existía un protocolo en el lugar. Una estricta serie de directrices que
tenía que seguir. Mi jefe, una descarada pelirroja llamada Dixie, era solo apenas
menos procedimental que un brigadier general.
La stripper soltó una risita ante algo que el Sr. P leyó en su teléfono.
Terminé la orden, así podía moverme a otras vejaciones.
Vejaciones como el LSD, Slinkys, y capilares. ¿Cómo era que podía
recordar palabras como capilares y brigadier y, demonios, vejaciones y no recordar
mi propio nombre? No tenía sentido. Había revisado el alfabeto, devanándome
el cerebro en busca de un candidato, pero ya me quedaba sin letras. Después de
la S, solo quedaban siete.
Busqué mi taza de café y la recogí en donde la dejé.
¿Sheila? No.
¿Shelby? No.
¿Sherry? Ni siquiera cerca.
Nada se sentía bien. Nada encajaba. Simplemente sabía que, si escuchaba
mi nombre, mi nombre real, lo reconocería instantáneamente y todos mis
recuerdos vendrían flotando de regreso en una brillante ola ondeante de
rememoraciones. Tanto como la ola ondeante en mi vida residiera en mi
estómago. Daba vueltas cada vez que cierto regular entraba. Un regular alto y
oscuro con cabello negro azabache y un aura a juego.
El sonido de la voz de mi compañera de trabajo me trajo de nuevo al
presente.
—¿Perdida de nuevo en tus pensamientos, dulzura? —Caminó hasta
quedar de pie a mi lado y me dio un ligero empujón en la cadera. Lo hizo.
Cookie había empezado a trabajar en la cafetería dos días después que
yo. Tomó el turno de la mañana conmigo. Empezó a las siete de la mañana.
Para las siete con dos minutos, éramos amigas. Mayormente porque teníamos
mucho en común. Ambas fuimos recientemente trasplantadas. Ambas sin
amigos. Ambas nuevas en el negocio de los restaurantes y no acostumbradas a
tener gente gritándonos porque su comida se encontraba demasiado caliente o
su café demasiado frío.
De acuerdo, lo del café frío lo entendía.
Miré alrededor de mi sección para asegurarme que no había abandonado
a ninguno de mis clientes en su hora de necesidad. Los dos dichos clientes —
tres si incluíamos a los muertos— parecían bastante contentos. Especialmente la
stripper. La gente del almuerzo llegaría pronto.
—Lo siento —dije, ocupándome con la limpieza del mostrador—. ¿Qué
dijiste? —Frunció el ceño juguetonamente antes de meter una botella de
kétchup en su delantal y agarrar dos platos de la ventana corrediza. Su grueso
cabello negro había sido jalado y tironeado a una obra maestra de puntas que
solo fingía desorden, pero su ropa era todo otro asunto. A menos que le
gustaran los colores brillantes lo suficiente para cegar a sus clientes. No había
forma de decirlo.
—No tienes nada por lo que disculparte —dijo con su severa voz de
mami. Lo cual tenía sentido. Era madre, aunque todavía no conocía a su hija. Se
quedó con el ex de Cookie mientras ella y su nuevo esposo, Robert, se
acomodaban en su nuevo nido—. Hablamos de esto, ¿recuerdas? ¿Toda la cosa
de disculparse?
—Cierto. Lo s… —me detuve a mitad de la disculpa, antes de poder
completar el pensamiento e invocar su ira.
De todas formas, su ceño se volvió semi curioso. Un ‚lo siento‛ m{s que
saliera de mí y se pondría muy molesta.
Empujó su generosa cadera contra la mía y le llevó el almuerzo a sus
clientes. Como yo, ella tenía dos clientes vivos y uno muerto, ya que el hombre
difunto en la cabina de la esquina se encontraba técnicamente en su sección.
Le haría un poco de bien. Cookie no podía ver gente muerta como yo. De
lo que recopilé en las recientes semanas, nadie podía ver gente muerta como yo.
Parecía como si fuera mi súper poder. Ver gente muerta y al mundo extraño en
el que vivían. Tanto como fueran los súper poderes, si un hombre vengativo se
tomara una pseudoefedrina de veinticuatro horas y empuñara un sable llamado
Erección Matutina de Thor, y alguna vez nos atacaba, estaríamos jodidos. De
todas las formas posibles.
Tomé la orden del Sr. P mientras miraba a Cookie rellenar los vasos de
agua de sus clientes. Deben haber sido nuevos para el mundo de Cookie
Kowalski-Davidson. No era la servidora más agraciada. El hecho se convirtió
excesivamente evidente cuando la mujer estiró la mano hacia el brazo de
Cookie para agarrar una papa frita del plato de su galán. Gran error. El
movimiento sorprendió a Cookie, y un segundo más tarde una pared de agua
fría saltó del jarrón hacia el regazo del tipo.
Cuando el líquido helado aterrizó, él se puso de pie de un salto y salió
disparado de la cabina. —Santa mierda —dijo, con la voz quebrada, la
repentina helada en su ramita y bayas quitándole la respiración.
La mirada horrorizada en el rostro de Cookie valía el precio de admisión.
—Lo siento tanto —dijo, tratando de corregir la situación secando el gran punto
mojado en su entrepierna.
Repitió sus disculpas, frenética mientras vertía toda su energía en secar
las regiones nobles del hombre. O era eso o estaba sirviendo cosas fuera del
menú.
La mujer frente a él empezó a reír, ocultándose detrás de una servilleta
con timidez al principio, luego más abiertamente cuando vio la expresión
conmocionada de su novio. Sus risitas se convirtieron en profundas carcajadas.
Cayó a través del asiento de la cabina, sacudiendo sus hombros mientras
miraba a Cookie velar por las necesidades de su novio.
Sip, eran nuevos. La mayoría de nuestros clientes aprendieron con
prontitud a no hacer ningún movimiento rápido alrededor de Cookie. Por
supuesto, la mayoría tampoco se reía cuando una mesera trataba de servirle así
a su cita del almuerzo. Me agradaba.
Después de varios dolorosamente divertidos momentos en los cuales mi
perdida amiga cambió su técnica de frotar suavemente a derechamente fregar,
Cookie se dio cuenta de que le sacaba brillo al conjunto erector del cliente.
Se congeló, su cara a centímetros de las partes vitales del hombre antes
de enderezarse, ofreció a la pareja una disculpa final, y regresó al área de
preparación, con su espalda tiesa como una tabla, su cara roja como un tomate.
Usé toda mi energía para contener la risa que amenazaba con estallar de
mi pecho como un bebé alien, pero por dentro yacía en posición fetal, llorando
y adolorida por los espasmos que atacaban mi cuerpo. Sorbí cuando se acercó.
Me aclaré la garganta. Le ofrecí mis condolencias.
—Sabes, si tienes que seguir comprándole las comidas a los clientes, vas
a terminar pagándole a la cafetería por trabajar aquí en vez de viceversa.
Ofreció una sonrisa hecha de acero revestido. —Estoy bien consciente de
eso, gracias. —Para sufrir su mortificación sola, llamó a Sumi, haciéndole saber
que se tomaría un descanso, entonces se dirigió a la parte trasera.
Adoraba a esa mujer. Era divertida, abierta y absolutamente genuina. Y,
por alguna desafortunada razón, se preocupaba por mí. Profundamente.
Mi única cliente mujer, una rubia elegante en mal estado con un bolso
tan grande como para dormir, pagó y se fue. Cerca de dos minutos más tarde, el
Sr. P deambuló a la caja registradora, boleto en mano, su rostro infundido de un
suave rosa, sus ojos aguados con diversión. Cookie había entretenido a todo el
lugar. La stripper lo siguió. Rebuscó algunos billetes, sacudiendo la cabeza,
todavía entretenido con las payasadas de Cookie. La stripper tomó ventaja del
momento para explicar.
—Salvó mi vida —dijo desde su lado. Envolvió su brazo en el de él, pero
cada vez que se movía, su miembro incorpóreo se deslizaba a través de él.
Entrelazó su brazo de nuevo y continuó—. Cerca de un año atr{s. Yo… tuve
una noche difícil. —Se pasó la punta de los dedos por su mejilla derecha,
dándome la impresión de que su noche difícil involucraba al menos un golpe en
el rostro.
Mis emociones dieron un giro. Mi pecho se tensó. Luché contra la
preocupación subiendo a la superficie. La domé. La ignoré lo mejor que pude.
—Fui bastante maltratada —dijo, ajena a mi desinterés—. Él vino al
hospital para tomar mi declaración. Un detective. Un detective había venido a
verme. A hacerme preguntas. Imaginé que sería afortunada en conseguir la
vigilancia de un oficial, considerando… considerando mi estilo de vida.
—Aquí tienes, cariño —dijo el Sr. P, pasándome veinte. Dobló el resto de
sus billetes y los guardó en su bolsillo mientras yo presionaba unos botones en
la caja registradora, luego empezaba a sacar su cambio.
—Fue la forma en que me habló. Como si yo fuera alguien. Como si
importara, ¿sabes?
Cerré los ojos y tragué saliva. Lo sabía. Me había vuelto agudamente
consciente de los matices del comportamiento humano y el efecto que tenía en
aquellos a su alrededor. El más pequeño acto de amabilidad era mucho en mi
mundo. Y ahí estaba yo. Ignorándola.
—Me limpié después de eso. Conseguí un trabajo de verdad.
Probablemente había sido ignorada toda su vida.
Se rió para sí con suavidad. —No un trabajo real como el tuyo. Empecé a
desnudarme. El lugar era un bar, pero me sacó de las calles, y las propinas eran
bastante buenas. Finalmente podía poner a mi hijo en una escuela privada. Una
escuela privada barata, pero sin embargo, una escuela privada. Este hombre
solo… —se detuvo y lo miró con esa expresión amorosa que tenía desde que
apareció—. Me trató muy bien.
Mi respiración se atascó, y tragué saliva de nuevo. Cuando intenté
pasarle al Sr. P su cambio, él sacudió la cabeza.
—Quédatelo, cariño.
Parpadeé hacia él. —Tuviste un café y comiste dos bocados de tu
desayuno —dije, sorprendida.
—La mejor taza que he tenido en toda la mañana. Y fueron dos grandes
bocados.
—Me diste veinte.
—El billete más pequeño que tenía —dijo a la defensiva, mintiendo entre
dientes.
Apreté la boca. —Vi varios de a uno en ese montón tuyo.
—No puedo darte esos. Voy a un club de stripper más tarde. —Cuando
me reí, él se inclinó y preguntó—: ¿Quieres venir conmigo? Matarías ahí.
—Oh, cariño, él tiene razón —dijo la stripper, asintiendo con completa
seriedad.
Dejé que mi sonrisa se esparciera por mi rostro. —Creo que me quedaré
con lo de servir mesas.
—Te queda —dijo, con su sonrisa infecciosa.
—¿Te veo mañana?
—Sí, así será. Si no es antes.
Empezó a ir a la salida, pero la stripper se quedó detrás de él. —¿Ves a lo
que me refiero?
Ya que nadie prestaba atención, finalmente le hablé. O, bueno, susurré.
—Sí.
—Mi hijo está con su abuela ahora, pero adivina a dónde va a la escuela.
—¿Dónde? —pregunté, intrigada.
—A esa escuela privada, gracias al Detective Bernard Pettigrew.
Mi mandíbula cayó un poco. —¿Él está pagando por la escuela de tu
hijo?
Asintió; gratitud brillaba en sus ojos. —Nadie lo sabe. Mi mamá ni
siquiera lo sabe. Pero él paga la escuela de mi hijo.
La tensión alrededor de mi corazón se incrementó aún más cuando ella
entrelazó sus dedos y se apresuró detrás de él, con sus tacones repiqueteando
silenciosamente en el suelo de baldosas.
La observé irse, dándole al Sr. P una última mirada antes de que doblara
en la esquina, preguntándome por milésima vez si debería decirle sobre el
demonio acurrucado contra su pecho.
2 Traducido por Val_17
Corregido por Miry GPE
La criatura dentro del Sr. P era gruesa, brillante y oscura, con dientes
afilados y garras que podrían rasgar en dos un pecho en un microsegundo. Un
persistente reconocimiento cosquilleaba en la parte trasera de mi cuello. Había
visto algo similar antes, pero no sabía lo que era. En realidad no. Solo decía que
era un demonio por falta de una mejor explicación. ¿Qué más entraría en un
cuerpo humano y se quedaría ahí? ¿Como si esperara ser despertado? ¿Como si
esperara su llamado a la acción? ¿Y qué pasaría con el Sr. P cuando se produjera
esa llamada? Mi única referencia era el hecho de que sabía, probablemente a
partir de películas o literatura, que los demonios podían poseer a las personas.
El Sr. P no parecía particularmente poseído. Por otra parte, ¿cómo lo
sabría? Tal vez los demonios eran muy inteligentes y sabían cómo comportarse
en el mundo humano. Pero el que se hallaba dentro del Sr. P parecía estar
durmiendo. Yacía enroscado alrededor de su corazón, su ondulante columna
flexionándose de vez en cuando, como si se estirara. Y yo pensaba que las
lombrices eran horrorosas.
Comprobé a los clientes de Cookie, explicando que cada vez que un
cliente era acosado en el Firelight Grill, el almuerzo iba por parte de la casa,
luego fui a ver cómo estaba ella. Pero no antes de una última exploración de la
zona exterior. Las nubes ondulantes del otro mundo, como llamaba a la
segunda dimensión, se veían turbias y agitadas. Una tormenta se acercaba, una
parecida a la de la noche en que desperté, toda feroz y salvaje, pero eso no era
lo que buscaba.
Tan patética como sonaba, buscaba a alto, moreno y mortal. Otra fuerza
que era feroz y salvaje. Él venía cada mañana para el desayuno, al igual que
todos los días para el almuerzo. Y, al parecer, también para la cena. Cada vez
que llegaba a la cafetería en la tarde —porque no tenía vida— él también se
encontraba allí. Un auténtico hombre de tres-comidas-al-día.
De hecho, teníamos a varias personas de tres-comidas-al-día, y teníamos
a algunos muertos curiosos en el grupo, pero al cliente habitual que tanto temía
y salivaba por ver, se llamaba Reyes Farrow. Solo sabía eso debido a que Cookie
pasó su tarjeta un día y me asomé para ver el nombre. Donde otros exudaban
agresión, decepción e inseguridad, él literalmente goteaba confianza, sexo y
poder. Mayormente sexo.
Sin embargo, la admiración no fue mi reacción inmediata por él. La
primera vez que lo vi y me di cuenta de que era algo más, algo oscuro,
poderoso y casi tan humano como una cesta de fruta, luché contra el impulso de
hacer una cruz con mis dedos y decir—: Creo que estás en la dirección
equivocada, amigo. Buscas la Avenida 666 Camino al Infierno. Es un poco más
al sur.
Por suerte, no lo hice, porque en el instante siguiente, cuando mi mirada
vagó por sus delgadas caderas, sobre sus anchos hombros y aterrizó en su
rostro, estuve impactada por su inusual belleza. Entonces fui toda—: Creo que
estás en la dirección equivocada, amigo. Estás buscando Howard Street 1707. Se
encuentra a dos cuadras de aquí. La llave está bajo la piedra. La ropa es
opcional.
Por suerte, tampoco hice eso. Intentaba no revelar mi dirección, por regla
general. Pero él tenía una habilidad, una conducta salvaje que retorcía mi
interior en cualquier momento que se encontraba cerca. Mantuve mi distancia.
Sobre todo porque lo envolvía un fuego y una oscuridad alarmante. Del tipo
que enviaba pequeños escalofríos de inquietud a través de mi cuerpo. Del tipo
que me impedía acercarme demasiado por temor a ser quemada viva.
Por supuesto, ayudaba que nunca se sentara en mi sección. Jamás. Tal
vez era una buena cosa, pero empezaba a tener un complejo.
Sin embargo, no fue esa mañana, y ese hecho me tenía un poco más
deprimida de lo normal. Atormentar a Cookie me levantaría el ánimo. Siempre
lo hacía.
Divisé a Kevin, uno de nuestros camareros, a través de la ventana de
pedidos y le pregunté si podía mantener un ojo en mis cosas mientras me
tomaba cinco minutos. Hizo un gesto para aceptar, con la boca llena de los
increíbles panqueques de plátano de Sumi, luego volvió a su teléfono.
Agarrando mi chaqueta al salir, encontré a Cookie en el callejón detrás de
la cafetería, muy cerca del lugar donde desperté. Firelight Grill se encontraba en
una esquina de la Avenida Beekman, en un viejo edificio de ladrillo con
incrustaciones oscuras intrincadamente colocadas para crear arcos magníficos y
esculturas, para el absoluto deleite de los turistas. Tenía un ambiente muy de la
época victoriana.
Justo al lado había una tienda de antigüedades, con un negocio de
tintorería más allá de eso. Una furgoneta blanca de reparto retrocedía hacia la
tintorería, y Cookie estaba ocupada mirando a los hombres mientras
transportaban las cajas.
—Hola —dije, caminando para pararme a su lado.
Sonrió y enlazó un brazo en el mío para acercarme. Nuestras
respiraciones se empañaban en el aire frío. Nos acurrucamos, temblando
mientras escaneaba la zona por el disturbio que sentí al momento en que salí.
Un puñado de inquietud recorría el aire que nos rodeaba. Una fuerte
discordancia emocional. Dolor.
Al principio, pensé que venía de Cookie. Gracias a Dios que no era así.
Esa pareja claramente no se ofendía. Sin necesidad de preocuparse demasiado
por el incidente. Pero ahora tenía curiosidad acerca del origen.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó Cookie.
Me volví a enfocar en lo más parecido a una familia que tenía. —Estoy
más preocupada por ti.
Se rió entre dientes. —Supongo que si esa es la peor cosa que haré hoy,
será un buen día.
—Estoy de acuerdo. Por el lado positivo, después de la forma en que
miraste a ese cliente, veo una prometedora carrera en una esquina para ti.
Tienes la habilidad, chica. Tenemos que trabajar con lo que Dios nos dio.
Ignorando por completo lo que dije, me dirigió una brillante mirada. —
¿Y?
Era casi como si ella estuviera acostumbrada a las bromas inapropiadas
de clasificación X. Qué extraño. Pateé una roca con la punta de mi bota. Eran mi
primera adquisición con mi primer cheque de pago, y rápidamente descubrí
otra verdad sobre mí misma. Tenía una cosa por las botas.
—Estoy bien —dije con un encogimiento de hombros evasivo. Cuando
estrechó los ojos para encerrarme en su mirada, añadí—: Lo prometo. Todo está
bien con el mundo. En serio, al menos necesitas considerar vender tu cuerpo
por fines lucrativos. Yo puedo ser tu proxeneta. Sería una malditamente
increíble proxeneta.
Aunque no me creyó del todo —la cosa de ‚estoy bien‛, no la cosa del
proxeneta— lo dejó pasar. O fingió hacerlo. Rezumaba preocupación. Después
de todo lo que le ocurrió, seguía preocupada por mí. Podía notarlo. No, podía
sentir su preocupación, su deseo de que yo estuviera bien y feliz. Y lo agradecía.
De verdad lo hacía, pero había momentos en que también podía sentir la
decepción inundándola. Infiltrándose en nuestras conversaciones. Un
microsegundo más tarde cambiaba de tema. Sin embargo, sabía que se
preocupaba genuinamente por mí.
Por otra parte, mucha gente se preocupaba por mí. Desde el momento en
que me desperté hace un mes en el callejón detrás de la cafetería sin ningún
recuerdo de cómo llegué allí, muchos de los habitantes de Sleepy Hollow,
Nueva York, se unieron para ayudarme. A una completa extraña. Algunos
dejaron ropa mientras me encontraba en el hospital. Algunos me dieron tarjetas
de regalo para esta tienda o aquella.
La efusión de buena voluntad se desvaneció después de un par de
semanas —un hecho por el cual también agradecía— pero la gente seguía
deteniéndose para comprobarme. Para ver cómo estaba. Para averiguar las
últimas noticias. ¿Los policías tenían alguna pista? ¿Recordaba algo? ¿Alguien
me reclamó?
No, no y no.
Al igual que con Cookie, sentía su preocupación, pero sentía algo más de
ellos que no sentía de Cookie, ni de varios otros de mis clientes habituales: una
curiosidad monstruosa. Un deseo abrasador de saber quién era yo. Si realmente
perdí la memoria. Si lo fingía.
Los doctores no encontraron nada malo en mí. Según ellos, me hallaba
perfectamente bien. Perfectamente normal. ¿Pero normal? ¿En serio? ¿Qué
pensarían de mi capacidad de ver una dimensión sobrenatural? ¿Eso estaba
bien? ¿Eso era normal?
Pero tal vez tenían razón. Tal vez lo único malo en mí era psicológico. Si
no podía recordar nada de mi vida pre-despertar en el callejón, ¿era yo?
¿Bloqueaba mis propios recuerdos? Si era así, ¿qué demonios me pasó que fue
tan horrible? ¿Qué me hizo no querer recordar mi propio pasado? ¿Mi propio
nombre? ¿Y de verdad quería saberlo?
Sí, supongo que sí. La lucha, el constante tira y afloja, la atracción de
querer saber era más fuerte que la dicha de la ignorancia. Mientras tanto, había
gente como Cookie que se quedaba a mi lado y me mantenía semi-cuerda.
Había escépticos, por supuesto. No todo el mundo creía que tenía
amnesia retrógrada, y lo sabía. Sentía la duda filtrarse del cliente ocasional.
Sentía la hemorragia de incredulidad de un transeúnte al azar, y con ella,
repulsión.
Para la mayoría, sin embargo, era solo una pequeña sospecha. Se
preguntaban si fingía, pero por qué. Y tenían razón. ¿Por qué? ¿Por qué fingiría
algo tan horrible y agonizante como la amnesia? ¿Por atención? ¿Por dinero?
Había maneras más fáciles de conseguir atención, y el dinero apestaba. Ahora
tenía una deuda de tropecientos dólares gracias a los hospitales, médicos y
pruebas interminables.
Así que mis quince minutos resultaron costosos. Vivía de una jarra de
propinas a otra. Nunca podría pagar todas las cuentas que acumulé, no a menos
que consiguiera ese gran contrato literario que quería. Al menos, esa era una
teoría que daba vueltas. Según algunos escépticos más agresivos, tenía un
enfoque que conduciría a una enorme recompensa. Lamentablemente, no lo
tenía. Pero su duda, su certeza de que lo fingía, apestaba un poco. Por lo que
sabía, nunca fingía.
Pero eso me llevó a mi segundo súper-poder. Podía sentir cosas. Era
impresionante.
No. ¡Era más allá de increíble!
Si un asesino en serie desquiciado que utilizaba la parte superior de las
pantimedias para estrangular morenas me atacaba alguna vez, sería capaz de
sentir lo mucho que me quería muerta.
De acuerdo, no era tan malo. Tenía sus ventajas. Por ejemplo, sabía
cuando alguien me mentía. Lo sabía al extremo de: apostaría mi vida por ello.
Sin importar lo buenos que fueran. Sin importar qué trucos adoptaran para
ocultar su engaño, lo sabía. Así que era eso.
Pero junto con la ventaja llegaba el inconveniente. También sentía otras
cosas. Cosas de otro mundo. A veces sentía que era vigilada. Perseguida. Sentía
la mirada fría de un acosador que no podía ver. El cálido aliento de un fanático
depredador en la parte trasera de mi cuello. El toque abrasador de la boca de un
extraño rozando la mía. Por supuesto, solo sentía esas cosas después de mi
séptima taza de café antes del mediodía. Para el momento en que las caras de
mis clientes comenzaban a difuminarse, cambiaba al descafeinado.
—¿Ya estás lo bastante fría? —le pregunté justo cuando Dixie, la
propietaria de la cafetería y mi salvadora —en un sentido no religioso— asomó
la cabeza por la puerta. Su cabello era muy parecido al de Cookie, solo que de
un brillante color rojo casi neón. Aunque todavía tenía que confirmar mis
sospechas, me sentía bastante segura de que brillaba en la oscuridad. Hacía que
su piel pálida luciera vibrante y juvenil a pesar de que tenía que estar a fines de
los cuarenta años.
Alzó las cejas hacia nosotras. —¿Ustedes dos, planean atender mesas
hoy?
Cookie respiró hondo, preparándose para enfrentar la música.
Seguramente música disco. La música disco parecía más penitencial que otros
tipos de música. Excepto tal vez por el thrash metal.
Decidí practicar para mi nueva vocación en la vida mientras dábamos la
vuelta para entrar. Susurrando en voz baja, dije—: ¿Dónde está mi dinero,
perra?
—No voy a ser prostituta.
Bajé los ojos con inocencia. —Solo practicaba. Ya sabes, en caso de que
cambies de opinión.
—No lo haré.
—Maldición. —Caminé con tristeza a su lado, con todas mis esperanzas
y sueños de ser una proxeneta estrellándose contra las crueles rocas de la
realidad. Y una puta poco dispuesta.
Entonces el dolor me golpeó de nuevo. Una oleada de dolor. Flotaba de
algún lugar cercano, pero no podía encontrar la ubicación. Me giré en un
círculo, pero no vi a nadie.
—¿Estás bien, cariño? —me preguntó Cookie, tomando mi brazo. Y una
vez más la preocupación que sentía brotó en su interior. No lo entendía muy
bien. Por qué sentía con tanta fuerza cuando se trataba de mí. Por qué era tan
cariñosa.
—Siempre eres tan amable conmigo —dije. En voz alta. Un poco
sorprendida por ese hecho.
Me apretó la mano. —Somos mejores amigas, ¿recuerdas? Por supuesto
que soy amable contigo. De lo contrario, sería la mejor amiga más apestosa de la
historia.
Me reí en voz baja para el espectáculo, pero hablaba en serio cuando dijo
que éramos mejores amigas. Con cada fibra de su ser. Y esa persistente
sospecha regresó más fuerte que nunca. Nos conocíamos desde hace un mes.
Maldición. Claramente ella era una de esas necesitadas chicas psicóticas que
hervían conejos en las cocinas de sus enemigas.
Oh, bueno. Disfrutaría de su amistad mientras durara. Pero mentalmente
borré a los conejitos de mi lista de compras.
Cuando volvimos a entrar en la cafetería, teníamos a varios nuevos
clientes. Solo estuvimos afuera por, como, treinta segundos. Era extraño lo
rápido que se acumulaban.
Acababa de colgar mi abrigo cuando Dixie me llamó. —Tenemos un par
de entregas. Solo espera las papas fritas para una.
Llevaba una sonrisa que se extendía desde el lóbulo de su oreja con
múltiples aretes hasta el otro.
—Te ves animada.
—He tenido una mañana muy productiva. —Su rostro enrojeció y un
entusiasmo la atravesó mientras empacaba una de las órdenes.
—Obviamente. Me preguntaba a dónde fuiste. —Ella salió toda la
mañana. Ahora quería saber por qué.
—Contraté a un nuevo cocinero —dijo, con sus ojos brillando—.
Comienza mañana. Primer turno.
—¿Qué? —La cabecita de Sumi apareció por la ventana de pedidos, que
la enmarcaba casi a la perfección, excepto que era demasiado pequeña por lo
que no podíamos ver bien la mitad inferior de su rostro—. Yo soy la cocinera
del primer turno. No me puedes hacer esto. —Agitó una espátula—. ¡Te voy a
demandar! —Sus bonitas cejas se deslizaron ferozmente sobre sus ojos en forma
de almendra, en tanto su ira aumentaba.
Nunca bajé la guardia alrededor de Sumi. El hecho de que ella era
verticalmente desafiada no significaba nada. Podía patear mi culo en un
instante. Esa mujer tenía mal genio. Y era rápida. Ágil. Horriblemente buena
con los cuchillos.
—Oh, cállate —dijo Dixie, claramente no tan encariñada a sus facultades
como yo con las mías—. Él va a ser m{s un… —dobló la parte superior de la
bolsa y engrapó un recibo—… no lo sé, un cocinero especializado.
—Genial —dije, más interesada en nuestra clientela. Uno de nuestros
hombres de tres-comidas-al-día apareció justo a tiempo, pero a las once en
punto llegó nuestro equipo del segundo turno, y ahora mi sección quedó
oficialmente dividida a la mitad.
Francie y Erin ya se atareaban tomando órdenes.
Solo tenía un cliente en mi sección hasta el momento. Le eché un vistazo.
Era uno de ellos. Uno de los tres. Venían todos los días con precisión. Mañana,
tarde y noche. Cookie y yo comenzamos a referirnos a ellos como los Tres
Mosqueteros, a falta de una mejor descripción. Aunque eso implicaría una
amistad entre ellos, y por lo que sabía, ni siquiera se hablaban.
El primero, un guapo hombre de aspecto ex-militar con fantásticos
bíceps, siempre se sentaba en mi sección. En la misma cabina cuando era
posible, pero siempre en mi sección. Llevaba una chaqueta de color caqui que
complementaba su piel caoba y el pelo negro muy corto. Sus ojos eran de color
grisáceos. Penetrantes. Capaces de cosas asombrosas.
Garrett se acomodó en su cabina habitual, luego me miró, me ofreció un
atisbo de sonrisa, abrió una copia del último libro de Steve Berry, y comenzó a
leer.
—Parece que estás drogada, cariño.
Me incliné hacia Cookie, y ambas nos tomamos un momento para
admirar la vista.
—Él luce como si tuviera grandes abdominales —dije, sumida en mis
pensamientos—. ¿No luce como si tuviera grandes abdominales?
Dejó escapar una respiración lenta a través de sus dientes, y observamos
por el puro placer de mirar, de la manera en que verías un amanecer o la
primera taza de café del día.
—Ciertamente lo hace —dijo al fin.
Agarré la jarra y me dirigí hacia él.
Como si fuera una señal, Mosquetero Número Dos entró. Un pícaro
llamado Osh. Era joven, tal vez diecinueve o veinte años, con el pelo largo hasta
los hombros del color de la tinta iluminada por el sol, a pesar de que se
encontraba perpetuamente protegido por un encantador sombrero de copa. Se
inclinó hacia mí antes de sacárselo y encontrar un asiento. Nunca se sentaba en
el mismo lugar dos veces; decidió tomar un asiento en el mostrador y coquetear
un poco con Francie.
Difícilmente podía culparlo. Francie era una linda pelirroja que le
gustaba pintarse las uñas y tomarse selfies. También me tomaría selfies, si tuviera
a alguien a quien enviárselas. Solía mandárselas a Cookie, pero tuvo que
pedirme que me detuviera cuando se pusieron un poco subidas de tono para su
gusto. Es probable que fuera lo mejor.
Osh le mostró una de sus sonrisas deslumbrantes a Francie, haciendo que
casi dejara caer los platos que acababa de tomar de la ventana de pedidos. La
pequeña mierda.
La primera vez que entró, pidió un refresco oscuro. Cuando Cookie le
preguntó cuál y enumeró los que teníamos, negó con la cabeza y dijo—:
Cualquier refresco oscuro funcionará.
A partir de ese momento, los mezclamos para él, dándole una gran
variedad de refrescos, incluso entre recargas, un juego que parecía disfrutar.
Aunque no tanto como poner nerviosas a las camareras.
Francie se rió y pasó a su lado con la orden. Al menos ella era semi
agradable conmigo. Erin, por otro lado, me odiaba con una pasión ardiente. De
acuerdo con los chismes, ella pedía los turnos extra, pero cuando esta servidora
apareció, congelada y desamparada, la generosidad de Dixie se convirtió en una
dificultad para Erin y su marido. Básicamente le quité toda esperanza de que
tuviera turnos extras, y con ello, toda esperanza de amistad.
Los brillantes ojos de Garrett me mantuvieron cautiva mientras caminaba
hacia él, los chispeantes fragmentos de plata encima de la profundidad de color
gris de sus iris. Eran c{lidos, genuinos y… bienvenidos. Me liberé de su mirada
y le ofrecí mi mejor sonrisa de un dólar con noventa y nueve centavos.
—¿Otra cosa además de café, cariño? —pregunté mientras servía una
taza sin preguntar. Él siempre quería café. Caliente y negro. Había algo
fascinante sobre un hombre que bebía su café caliente y negro.
Acercó a la taza. —Solo agua. ¿Cómo estás hoy, Janey?
—Fantástica como siempre. ¿Qué hay de ti?
—No me puedo quejar.
Un hombre al que no reconocí habló desde la siguiente cabina. Podía
sentir la impaciencia flotando a su alrededor. —Oye, cariño —dijo, levantando
la cabeza para llamar mi atención—. ¿Podemos conseguir algo de eso por aquí?
¿O es mucho pedir?
Una chispa de ira estalló en mi cliente actual, pero en el exterior, la
expresión de Garrett permaneció impasible. No mostraba ningún indicio ni de
la más mínima preocupación.
Definitivamente militar. Probablemente operaciones especiales.
—Claro que sí —dije. La sonrisa con los labios apretados que le ofrecí al
imbécil y su amigo escondía mis dientes apretados. Serví dos tazas mientras me
miraban de reojo, captando cada curva que tenía para ofrecer—. Les traeré
algunos menús.
Técnicamente, se encontraban en la sección de Cookie, pero no quería
que ella tuviera que hacerles frente. Tuvo un día bastante difícil. Cuando
empezó a acercarse, sacudí la cabeza y asentí hacia otra pareja en su sección,
que parecían preparados para ordenar.
—Solo quiero una hamburguesa con queso y papas fritas, mejillas dulces
—dijo el primero—. Pediremos lo mismo.
Al parecer, todo lo que podía hacer el amigo del tipo era mirar
lascivamente.
—Casi cruda —continuó—. Y nada de comida de conejo.
—Entendido —dije.
—¿Vas a escribir eso?
—Creo que puedo recordarlo. Tengo una memoria excelente. —
Irónicamente, la tenía. Cuando se trataba de órdenes, de todos modos.
—Si te equivocas, Hershel no va a estar feliz.
Solo podía asumir que su amigo era Hershel. Era eso o se refería a sí
mismo en tercera persona, lo cual lo haría aún más imbécil. Pero el nombre
bordado en su camiseta manchada de aceite decía: Mark.
La camiseta de su amigo tenía el mismo logotipo y decía: Hershel.
Trabajaban en la misma empresa de camiones. Los camioneros por lo general
eran mucho más amables, pero cada barril tenía sus manzanas podridas. A
juzgar por las manchas de aceite oscuro que compartían y el denso olor a
gasolina que los rodeaba, probablemente eran mecánicos.
Retrocedí hacia Garrett. —¿Qué pedirás, cariño?
Él hervía por debajo de su exterior de revista GQ pero aun así me
agradeció con una sonrisa. —Voy a pedir el especial.
—Buena elección.
Tomé su menú, haciendo mi mejor esfuerzo para demostrarle que no me
sentía tan afectada por los camioneros. No pude dejar de notar el cuchillo
enfundado en su cinturón. No sabía a qué se dedicaba exactamente, pero sabía
que tenía algo que ver con la ley. No un policía, en sí, pero algo similar.
Sin embargo, lo último que quería eran problemas. Nadie necesitaba
arriesgar su seguridad por mí. Nadie tenía que defender mi honor. Con toda
honestidad, no estaba segura de que tuviera alguno. Me olvidé de mi vida por
una razón. ¿Y si esa razón era mala? ¿Y si era impensable? ¿Nefasta? ¿Maligna?
Una oleada de náuseas me invadió. Me apresuré a la estación de servicio
a escribir sus órdenes, pero una sensación familiar, una que solo podía describir
como un ataque de pánico, ya me golpeaba directo en el intestino. Tuve ataques
similares de vez en cuando desde el Día Uno. Era la sensación de pérdida, una
pérdida total y devastadora, la que los provocaba. Se apretaba alrededor de mi
pecho hasta que mis pulmones ardían. Quemaba mis ojos hasta que quedaba
ciega.
Temblando incontrolablemente, hundí las uñas en el mostrador,
resistiendo mi peso contra él, raspando y arañando el velo negro que mantenía
mi pasado oculto. Algo se hallaba detrás de la cortina. Algo a lo que tenía que
llegar.
Una sensación de urgencia se extendió como la pólvora. Lo olvidé. Dejé
algo atrás. Mi más preciada posesión, solo que no tenía idea de lo que era.
Mis dientes rechinaban y mis párpados se cerraron mientras luchaba por
atravesar el velo, la determinación y la desesperación empujándome a recordar.
Conduciéndome hacia adelante.
La habitación giraba, y pude escuchar mi propio corazón bombeando
con fuerza en mis costillas, mi propia sangre inundando mis venas hasta que
incluso los bordes de mi mente se oscurecieron y cerraron.
—¿Estás bien, cariño?
Sorprendida, levanté mis párpados para ver a Cookie; mis cejas
fruncidas, mi respiración saliendo en ráfagas cortas y rápidas. Sentí la humedad
del ataque pegada mi piel y mis palmas húmedas se deslizaron del mostrador.
—¡Charley!
Cinco.
—Ven aquí —dijo, arrastrándome a la bodega en la parte trasera.
No me perdí el hecho de que me llamó Charley. Lo hizo antes. Cuatro
veces, en realidad. O era una expresión de cariño de dónde era, o me llamaba
accidentalmente por el nombre de otra persona que conocía. Probablemente su
perro.
Me sentó en el catre en el cual dormí durante más de una semana antes
de encontrar un apartamento que me pudiera permitir. Este era mi segundo
hogar lejos de casa. Dondequiera que fuera ese último hogar.
Humedeció una toalla y la presionó contra mi frente, sobre mis mejillas,
boca y por mi cuello. —Estás bien —dijo ella, su tono tranquilizador, su voz tan
familiar.
Los giros se detuvieron, y mi ritmo cardíaco se desaceleró a una
velocidad normal. Un ritmo normal.
—Vas a estar bien. —Humedeció la toalla de nuevo para enfriarla, y
luego la colocó en mi nuca—. No has tenido uno de esos desde hace un tiempo.
Asentí.
—¿Puedes decirme qué lo comenzó?
—No lo sé —dije, con voz ronca. Entonces la miré. Quería que lo
entendiera, que fuera completamente consciente de donde se metía—. No creo
que yo sea una persona muy buena, Cook.
Se arrodilló frente a mí. —Por supuesto que lo eres. ¿Por qué dirías eso?
—Creo que estoy siendo castigada.
—¿Castigada? —Mi declaración la sorprendió—. ¿Castigada por qué?
—He olvidado algo.
Puso una mano reconfortante en mi hombro. —¿Quieres decir, además
de toda tu vida hasta hace un mes?
—Sí. Quiero decir, no. No, esto es algo… algo mucho m{s importante.
Siento que me fui a un viaje largo y dejé mi posesión más preciada atrás. La
abandoné. —Las lágrimas picaban en las esquinas de mis ojos, la evidencia se
deslizaba por mis pestañas y por una mejilla.
—Oh, cariño. —Me dio un abrazo. El suave calor de su cuerpo era un
respiro bienvenido del mundo horrible a mi alrededor—. Tienes amnesia. Nada
de lo que hiciste pudo haberla causado. —Se sentó con el brazo extendido—.
Recuerdas lo que dijeron los médicos, ¿verdad?
—No. Yo… tengo amnesia.
Después de castigarme con una boca fruncida, la cual me enseñaría una
lección, dijo—: Recuerdas exactamente lo que dijeron. Esto podría haber sido
causado por un gran número de cosas. Solo tienes que darle tiempo. Esto no
pasó por algo que hiciste.
Ella posiblemente no podía entender cuánto se equivocaba, pero no era
su culpa. Lo que hice recaía en mí. Tendría que averiguarlo y arreglar las cosas.
Tenía que hacerlo.
3 Traducido por NicoleM & Beatrix
Corregido por Daliam
Ser adulto significa nunca tener que mostrar tu trabajo sobre problemas de
matemáticas.
(Camiseta)
He visto cosas.
Cosas horribles.
Cosas como tazas de café vacías.
(Camiseta)
Voces. Voces enojadas. Eso fue lo primero que oí cuando nadé hasta el
borde brillante de la conciencia. Una voz pertenecía al alto, oscuro y mortal.
Reconocería ese suave tenor en cualquier lugar. Sorprendente ya que solo lo
había escuchado un par de veces. No podía reconocer la del otro, pero parecía
familiar.
—Ella podría haber destruido toda la cuadra… —dijo la voz masculina
que no reconocí.
—Ella podría haber destruido todo el planeta —repuso Reyes.
—…Pero no lo hizo —continuó el otro. ¿Osh, tal vez?—. Esto no cambia
nada. Mantenemos el plan.
Otra persona habló entonces. Otro hombre, pero más joven. Hispano. —
Aye, Dios mío. —Angel. Él fue el primer difunto al que en realidad le había
hablado después del Día Uno, y solo hablé con él porque no me dejaría en paz
hasta que lo hiciera. Me encontraba en negación en ese momento, y pretender
que no existía me mantenía en mi lugar feliz. Pero él insistía una y otra vez
sobre cómo podría darme la mejor noche de mi vida y juraba que una vez que
me enfriara, el sexo nunca envejecía.
Seriamente. Él tenía trece años. Me lo dijo. Yo le dije que tenía unas muy
fuertes arcadas. Fingió haberse ofendido, pero siguió seduciéndome cada vez
que podía. Me pregunté si los exorcistas cobraban por hora. Si ahorraba mis
propinas...
—Ustedes dos son como porristas —dijo—, luchando por el mariscal de
campo.
Hubo un silencio que sospechaba se hallaba lleno de miradas antes de
Angel continuara.
—Mira, lo entiendo. Tienen miedo de que ella ascienda. Asustados de
que vuelva a sus sentidos y deje tu trasero.
Escuché un forcejeo, entonces un firme—: ¿Cuál es tu punto? —de Reyes.
Cuando Angel volvió a hablar, su voz era un poco más alta que antes. —
No lo entiendes, pendejo. Tal vez ella solo quiere ser normal por un tiempo.
Otra pausa.
Angel tosió y Reyes preguntó—: ¿Qué quieres decir?
—Tal vez, no lo sé... Tal vez solo necesita un descanso de toda la mierda.
Esta ha controlado su vida desde el día en que nació.
—El chico tiene un punto —puede o no haber dicho Osh. Todavía no
estaba segura.
—Maldición, tengo un punto. Uno muy afilado, cabrón.
En general, fue un sueño inusual. La mayoría de mis sueños estaban
llenos de tonterías y preguntas como qué color de guadaña iría mejor con mi
suéter. Ni idea. Pero éste no tenía imágenes. Solo oscuridad. Y voces. Y una
mano en mi brazo. Pero no fue hasta que sentí la lengua deslizarse hacia arriba
por mi cara que la comprensión se hundió
¡Me había desmayado! Mis párpados se abrieron, y la humillación se
disparó a través de mí. Yo era semejante idiota. No solo me había desmayado;
lo hice en los brazos de Reyes Farrow. Gemí y pasé una mano sobre mis ojos.
Sin decir lo que pensaba de mí ahora.
Artemis, la Rottweiler muerta que había conocido después de despertar
en el callejón, se quejó y se puso más cerca, casi empujándome de la cama. Le di
un abrazo rápido, luego reemplacé mi mano.
—Hola, cariño —dijo una voz masculina, pero no era una voz que quería
oír particularmente.
Artemis gruñó. Yo solo sabía su nombre porque su cuello tenía una
etiqueta, pero ella se había quedado conmigo en las buenas y en las malas.
Parcialmente delgada. Ella también tenía una afinidad por las duchas, pero solo
mientras yo me encontraba tomando una, y por cocinar, pero solo mientras me
hallaba en la cocina. Podría materializarse en cualquier lugar, incluso en el
mostrador donde preparaba la comida, que no era tan malo como parecía. Se
encontraba muerta, después de todo. ¿Qué tan llena de gérmenes podría estar?
Abrí mis párpados uno a la vez y me centré en mis dedos. El oficial Ian
Jeffries se hallaba sentado en la cama junto a mí en su uniforme de policía, su
pelo rubio corto como militar, su mandíbula recién afeitada.
Él había sido el oficial que respondió esa primera noche cuando me
desperté en el callejón y entré en la cafetería sin recuerdos. Desde entonces,
asumió la tarea de ver cómo estoy casi a diario. A veces varias veces al día.
Era dulce en su mayor parte y muy bonito, pero tenía una sensación
extraña de él, una posesión, como si sintiera que tenía derechos sobre mí
porque me había ayudado esa primera noche. Había ido conmigo al hospital y
se quedó cuando un detective me interrogó. Cuando Dixie se presentó y me
ofreció un lugar para quedarme y un trabajo hasta que tuviera mi cabeza bien
puesta —sus palabras—, él había insistido en llevarme de nuevo a la cafetería, a
lo que se convertiría en mi alojamiento para las próximas dos semanas.
Miré a mi alrededor. Había vivido en este almacén hasta que encontré un
apartamento. Por suerte, Dixie tenía conexiones y convenció a mi propietario
actual que era una buena tipa —una vez más, sus palabras— y que debería
alquilarme a pesar de mi falta de historial de crédito. O cualquier historial, en
todo caso.
Tenía la esperanza de ver a Reyes y con quien había estado discutiendo.
En vez de eso, tenía a Ian. Traté de no irritarme por su uso demasiado familiar
de la expresión coloquial. No era nada suyo, pero molestia no era mi mejor
aspecto.
—Escuché que tuviste una buena caída. —Él dibujó pequeños círculos en
mi brazo con el pulgar. Círculos diminutos y posesivos que enviaron escalofríos
subiendo por mi espina dorsal. No quería parecer desagradecida por todo lo
que había hecho, pero él era un policía. Que respondió a una llamada. ¿No era
ese, como, su trabajo?
Bajé mi mano. —Apenas recuerdo lo que pasó —dije con voz ronca.
Literalmente. De repente agradecí que Reyes no estuviera escuchando.
Y yo había mentido. Recordaba todo lo relacionado con Ana y su vida,
pero era demasiado para procesar en el momento. Demasiado imposible.
Demasiado increíble.
—Me alegro de que estés bien. Te llevaré a casa cuando estés lista.
Me acomodé en mis codos como una excusa para sacar su mano de
encima. Artemis tomó eso como su señal para atacarme. Aire salió de mis
pulmones, y luego otra vez cuando ella usó mi estómago como una plataforma
de lanzamiento a cosas más grandes y mejores, desapareciendo en el otro
mundo.
—Eso está bien —le dije, mi voz tensa mientras luchaba con un gemido
de agonía—. Todavía tengo mucho trabajo que hacer.
Se rió entre dientes. —Creo que Dixie te dejará libre por esta vez.
No quería hablarle del otro trabajo al que todavía tenía que llegar que no
tenía nada que ver con Dixie o con la cafetería.
Afortunadamente, Cookie entró con una botella de agua y una toalla.
—Estás despierta —dijo, con evidente alivio mientras ella dejaba escapar
un suspiro que había estado conteniendo.
—Así es.
Le dio a Ian una mirada dura, indicándole que se fuera. —Necesita
descansar —dijo, y aunque no lo necesitaba, no me encontraba dispuesta a
discutir.
En el momento en que ella movió la toalla, animándole a salir, un
aumento de la ira salió disparado de él. Esto hizo que mi propia ira ascendiera
por reflejo.
—Estoy bien, Ian.
—Voy a esperar por ti aquí.
—Ya tiene quien la lleve —dijo Cookie. A ella en serio, no le gustaba el
tipo. Eso me daba risa.
Pero otro aumento de la ira me mantuvo en el borde, y esta vez fui yo la
que le dirigió una mirada molesta. Se encontraba a punto de discutir cuando
recibió una llamada en el móvil en su hombro. Me dio una breve inclinación de
cabeza, y luego se fue.
—Ese hombre —dijo Cookie mientras sacaba una caja y se sentaba a mi
lado. Me puso la toalla en la cabeza. Se sentía celestial. Después, metió la botella
de agua en mi mano y me miró dando golpecitos con los pies hasta que me bebí
al menos la mitad.
—Estás deshidratada —dijo, y tenía razón. En serio necesitaba reducirme
a diez tazas de café al día.
—¿Qué hora es? —le pregunté.
—Son casi las cuatro y media.
Me levanté rápidamente. —He estado fuera durante horas.
Me dio unas palmaditas en el hombro, entonces tomó mi mano en la
suya. —Íbamos a llamar a una ambulancia…
—No —le dije con más agresividad de lo que quería decir. Tomé otro
sorbo de agua y me obligué a calmarme—. No, está todo bien. Gracias por eso.
Tengo bastantes facturas para que me dure toda la vida.
—No me preocuparía por eso, cariño.
Es evidente que no había visto la montaña de papel cada vez mayor en
mi apartamento.
—¿Puedes decirme qué pasó?
Para mi sorpresa, quería decirle. Quería confiar en ella, pero no podía
estar segura de que no me comprometería.
¿Y cómo podría explicar las cosas que vi? ¿Las cosas que experimenté?
La verdad era que, a pesar de que sólo la había conocido durante un mes,
amaba a Cookie. Mucho. Mucho, muchísimo. No quería manchar su opinión de
mí. No quería que me mirara con algo más que admiración. O confusión,
dependiendo.
—Estoy bien. Solo tuve un mareo.
—Bueno. Pero, ¿estás bien? ¿Con todo? No hemos hablado de tu…
situación en un tiempo. Tal vez, ya sabes, el estrés…
Ah. ¿Me encontraba bien con ser la chica local con amnesia? —Creo que
estoy bien. Quiero decir, veo a todo el mundo que entra en la cafetería para ver
si hay algún parecido, pero estoy tratando con ello.
Asintió; su simpatía era genuina. —¿Has pensado en la terapia?
—Sí, lo he hecho. Y tan pronto como venda el riñón que puse en eBay,
seré capaz de pagarla.
—Ellos tienen programas.
—¿De verdad? Esas cosas son geniales. Vi un programa de zombi
anoche, y esta noche voy a ver a éste acerca de una chica rubia que controla los
dragones. Y hay un sexy tipo bajito que está borracho todo el tiempo.
—No es ese tipo de programas. —Me amonestó con una mirada
fulminante. Casi funcionó—. Hay clínicas.
Me corrí hacia atrás y me apoyé contra la pared. No sabía mucho, pero
sabía que si le dijera a un consejero sobre mis interacciones con la gente muerta,
me encerraría y botaría el código de acceso. Yo simplemente no me hallaba
preparada para una vida de habitaciones acolchadas y de pudines.
—No creo que la terapia sea la respuesta.
—No podría estar más de acuerdo. —Se movió con entusiasmo—.
Necesitas hipnosis.
Parpadeé. Entrecerré los ojos. Arrugué las cejas.
—Piensa en ello. Podrías aprender sobre tu vida actual y las del pasado.
—Existe eso.
—Estoy bastante segura de que era Cleopatra en una vida pasada.
Hablaba en serio. Traté de no reír.
—O una vendedora de aspiradoras. Mis arcos se caían.
No pregunté. —No estoy segura de que esté lista para una celda
acolchada. —El pudín, sin embargo….
—De ninguna manera. ¿Qué podrías decir que convencería a un
terapeuta de que necesitas ser encerrada?
Si ella supiera.
—No, de verdad —continuó—. Puedes decirme lo que sea. Lo sabes,
¿verdad?
Me levanté, y me ayudó a ponerme de pie. Después de tener la certeza de
que no iba a caerme, dije—: ¿Puedo preguntarte algo en vez de eso?
—¡Por supuesto! —Me siguió afuera.
La cafetería se hallaba notoriamente brillante en comparación con el
almacén. Reyes se había ido, como la mayoría de nuestros clientes. La multitud
para la cena no comenzaría a aparecer durante otra hora. Y por suerte Ian
también se había ido. Un dolor de cabeza menos con el que tenía que tratar.
Llamé a Frazier, uno de los cocineros del tercer turno, y pedí dos
bocadillos para llevar. Cookie se había acostumbrado a mi pedido y no lo
cuestionaba. El sol se asomaba bajo por el cielo nublado en preparación para la
inevitable puesta de sol y el aire exterior se veía congelado. Mi camino a casa
iba a apestar.
Me volví hacia Cookie. Ahora era un momento tan bueno como
cualquier otro para preguntarle sobre algo que había sido insignificante en mí,
pero tenía que sorprenderla. Que obtener su verdadera reacción antes de que
ella tratara de encubrirlo.
Cogí una bolsa de comida para llevar y la abrí, mientras solté, en un
ambiente informal—: ¿Quién es Charley?
Cookie me miró boquiabierta un minuto mientras yo leí toda su reacción.
Cuando no dijo nada, decidí explicarme. —Me has llamado Charley al
menos seis veces últimamente.
Al principio, pensé que en realidad podría conocerme, pero Charley no
encajaba mejor que cualquier otro nombre que había intentado. Por no
mencionar el hecho de que no lucía para nada como una Charley.
—Lo… Lo siento —dijo—. Eso solo se me sale de vez en cuando, porque
es como llamo a Robert en casa. Estoy tan acostumbrada a decirlo.
Esa era una mentira descarada. Y el misterio se profundizó. —¿Llamas a
tu marido Charley?
—Sí. —Asintió para dar énfasis—. Sí, lo hago. Porque ese es su nombre.
Charles Robert Davidson. —Tiró la toalla que había estado llevando y se quitó
el delantal—. Todo el mundo en casa lo llama Charley. Así que todavía le llamo
así la mayor parte del tiempo.
—Pensé que habías dicho que todo el mundo en casa lo llamaba Bob.
Parpadeó. Hizo lo posible para recuperarse. —Sí, lo hacían. Lo llamaban
Charley... Bob.
Tosí para evitar que salga una risita. —¿Charley Bob?
—Charley Bob.
En el segundo en que lo dijo, Bobert entró, su sincronización impecable.
Una oleada de pánico se apoderó de Cookie, pero se recuperó y la saludó
un poco demasiado entusiasmada. —Hola, ¡Charley Bob!
Desaceleró, con su ceño fruncido mientras se acercaba. —Hola, Cookie
Butt.
Se rió en voz alta y agitó una mano desdeñosa. —No es su apodo
favorito. Pero tengo que burlarme de él de vez en cuando para recordarle su
pasado.
Él se acercó y le dio un rápido apretón antes de posar su atención en mí.
—¿Estás bien, calabacita?
La gente me preguntaba eso demasiado a menudo. —Estoy bien —le dije
mientras me daba un abrazo. Aspiré el aroma de su colonia de farmacia y el
más mínimo indicio de un cigarro barato. Olía maravilloso.
Era extraño que cuando Cookie y Bobert me decían cosas como cariño y
calabacita, quería ahogarme en sus abrazos. Pero cuando Ian hacía lo mismo, mi
piel se estremecía. Es evidente que mi piel trataba de decirme algo. O eso, o era
un capo de la metanfetamina y tenía una aversión natural a los policías.
Aunque no lo creo. Tenía los dientes fantásticos.
Cookies rió de nuevo. Sin ninguna razón. —Le estaba diciendo a Janey
que tu apodo en casa era Charley Bob y que te llamaba Charley veces. En casa.
Cuando estamos solos.
Él extendió el brazo. —Ah.
—Así que, ¿puedo llamarte Charley Bob? —le pregunté, siempre tan
llena de esperanza.
—No. —Se sentó en una cabina cerca de la estación. Cookie se deslizó en
su lado y me senté frente a ellos, completamente sin ser invitada. Porque así es
como funciono.
—Está bien, tengo que ser honesta. Hago esta cosa y… —No me
encontraba segura de cómo decirles, así que decidí saltar los cómos e ir
directamente a los qués—. Me doy cuenta cuando alguien no está siendo
completamente sincero. Y sé que tu nombre no es realmente Charley Bob.
Gracias a Dios, porque maldita sea.
Totalmente atrapada, Cookie rodeó con su brazo el de Bobert y suspiró.
—Lo siento. No quería tocar el tema. Es muy doloroso.
De acuerdo, no me estaba mintiendo esa vez.
—Es solo que... Recientemente he perdido a mi mejor amiga y su nombre
era Charley y sigo llamándote Charley, y está mal. Me... Me disculpo.
Bobert le cubrió la mano con la suya y la apretó.
Me encogí y oré para que un huracán monstruoso rompiera el vidrio y
me cortara en pedazos diminutos. —Cookie, lo siento muchísimo.
—Está bien —dijo, apresurándose para consolarme.
—No, no lo está. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué sucedió?
Después de una rápida mirada a su marido, dijo—: Realmente no
sabemos muy bien qué pasó. La perdimos hace unas semanas.
—¿Ella murió?
—No, simplemente... desapareció. Pero esperamos que encuentre su
camino de regreso a nosotros. —Cada palabra que dijo fue la verdad, y me sentí
como excremento de perro después de que un corredor lo pisara y lo moliera en
la tierra. Apestaba.
La campana sonó. Frazier había terminado mis sándwiches, y tenía
trabajo que hacer.
—Cook, no sé qué decir.
—Janey —dijo, tomando mi mano en las suyas—, no te atrevas a sentirte
mal. Debería habértelo dicho.
—No. No era de mi incumbencia. No debería haberte obligado a
sacártelo.
—Te llevaremos hasta casa, calabacita —dijo Bobert. Una tristeza se
había apoderado de los dos, y de repente mi analogía de excremento de perro
parecía demasiado alegre.
—De acuerdo. Tengo que hacer un par de cosas antes de irme.
El interés de Bobert se despertó. —No irás a hacer lo que dijiste que no
harías, ¿verdad?
—De ninguna manera. Hablando de eso, ¿has encontrado algo?
—Me voy a reunir con un chico esta noche. Él está con el FBI local.
¿El FBI? Guau.
—Sólo tienes mantenerte fuera de problemas hasta entonces, ¿capisce?
—Lo tengo. Si hay algo que pueda hacer, es mantenerme fuera de
problemas.
Me apresuré para obtener los sándwiches, pagados con mis propinas, y
luego me dirigí a la puerta principal y justo hacia los problemas.
2 La mujer dice Two day (dos días), pero ella le entiende Today (hoy).
de ropa. Aún más interesante fue el hecho de que el maletín desapareció. Tal
vez el negocio de la tintorería era mucho menos legítimo que las aventuras
empresariales de Scooter.
7 Traducido por Eliana.Cipriano
Corregido por Sandry
Condujimos por horas. Después de que nos detuvimos por comida para
gato y una botella de agua, eso fue todo. Para el momento en que estacionamos
en mi apartamento, el gato estaba roncando, habíamos perdido a Charles en
algún lado alrededor de North Washington, y Ángel me contaba la vez que casi
llegó a tercera base con Lucinda Baca. Y aunque sus historias eran fascinantes,
me sentía cansada, decepcionada y preocupada. No había sentido nada.
Anduve por cada calle desde Sleepy Hollow y Tarrytown en vano.
Estacioné el auto en el patio de Mable, acuné al gato en mis brazos, y
caminé hasta el frente de mi casa.
—Quería casarme con ella —dijo Ángel, y regresé de golpe a su historia.
Su declaración trajo al centro todo lo que perdió.
—Lo siento, Ángel. ¿Cómo moriste?
Una triste sonrisa cruzó su cara. —Es una larga historia. ¿Tal vez
mañana?
—Vale.
Dio un paso atrás, y había aprendido que cuando hacia eso, se
encontraba a punto de desvanecerse. Lo detuve con una mano en su brazo. —
Gracias. Por toda tu ayuda esta noche. No sé qué habría hecho.
—Habrías estado bien. Siempre estás bien.
—Claramente no me conoces muy bien —dije, con una suave sonrisa.
Lo dejé irse, pero antes de desaparecer, se inclinó y me besó la mejilla.
Luego dio un paso hacia atrás de nuevo, y justo antes de desvanecerse, dijo—:
Te conozco mejor que nadie.
Un suave jadeo lanzó aire frío sobre mis dientes y hacia mis pulmones.
Tuve ganas de agarrarlo, pero fallé. Lo dijo con demasiada seguridad. ¿Me
conocía? ¿Sabía quién era? Si sólo pudiera de alguna manera invocarlo de
nuevo pensando en él. Sólo Dios sabía cuándo lo vería de nuevo. Era tan
esporádico como la psoriasis.
Me giré para abrir la puerta, pero algo parecía fuera de lugar. Miré
dentro y descubrí una luz encendida en el dormitorio. Una luz que sabía que no
se hallaba encendida cuando dejé mi apartamento, porque se había quemado
hace dos días.
10 Traducido por Miry GPE & Mae
Corregido por Beatrix
O, bueno, el último mes de mi vida pasó ante mis ojos. Estaba lleno de
remordimientos y malas decisiones. Por ejemplo, totalmente debí haber comido
ese York Peppermint Patty que cayó en el piso de mi apartamento. La regla de
los tres segundos solo se aplicaba cuando otras personas se encontraban
alrededor. Nadie hubiera sabido que se quedó allí durante al menos un minuto
antes de que me diera cuenta.
No. No. Yo lo habría sabido. Yo habría tenido que vivir conmigo misma
y…
Parpadeé. Entrecerré los ojos. Parpadeé de nuevo. Nadie se movía. Nadie
se hallaba gritando o agachándose para escapar de los disparos. De hecho,
nadie hacía casi nada. Exploré la cafetería, los rostros congelados que nadaban a
mí alrededor. Todo el mundo parecía maniquíes colocados en una exposición
de arte en la experiencia americana. Mis oídos resonaban, probablemente por la
explosión, pero sonaba como si estuviera bajo el agua.
Luego, en un momento de claridad absoluta, mi mandíbula cayó hasta
mis rodillas. Detuve el tiempo.
¡Realmente era una viajera del tiempo!
Cerré los ojos. Esto me sacudió tan fuerte.
Mis párpados se abrieron de nuevo cuando todas las implicaciones de tal
regalo desfilaron por mi mente. Me pregunté de qué periodo de tiempo era en
realidad. No podía ser de hace mucho tiempo. No decía cosas como vuesa y
vuesarced, y supe cómo utilizar una cafetera desde el Día Uno como si
estuviera arraigado en mi ADN.
Pero era definitivamente una viajera del tiempo. Incluso conocía el
idioma. Mecánica cuántica. Hiperespacio. Condensador de flujo.
Infierno.
Sí.
Es por eso que nadie me conocía. ¡Probablemente todavía no nacía!
Me contoneé para salir del asimiento del ladrón. Finalmente
consiguiendo una buena mirada de él, tomé nota de todos los aspectos que
pude de su cara. Quería ser capaz de describirlo a un dibujante en caso de
surgir la necesidad.
La punta de la pistola tenía una ráfaga ardiente de polvo explotando
fuera de esta. Y un par de centímetros lejos, una bala flotaba en el aire. Parecía
surrealista. Enigmático. Incomprensible.
Caminé alrededor para examinar su trayectoria. Se dirigía directamente
hacia el corazón de Lewis. Dudaba que su primo realmente le disparara, pero
las probabilidades de un verdadero robo ocurriendo durante el mismo día que
planeamos uno falso eran astronómicas. Enigmático. Incomprensible.
Claramente el destino nos hacía una broma.
Por desgracia, no me hallaba del todo segura de qué hacer con algo de
esto. No era como si pudiera detener una bala. Pero tal vez no tenía que hacerlo.
Miré más allá de Lewis. Nadie saldría herido si la bala simplemente seguía su
camino. Podría romper la ventana y terminar en el callejón en algún lugar, pero
mejor eso que las otras alternativas.
Está bien. Esto podría funcionar. Todo lo que tenía que hacer era mover a
Lewis fuera del camino. Me acerqué a su lado, coloqué mis manos en su brazo
fornido, y empujé. No se movió. Al parecer, las cosas se encontraban atrapadas
cuando detenía el tiempo. Cuando lo doblaba a mi voluntad.
Clavé los tacones de mis botas hasta el tobillo y lo intenté de nuevo. Se
movió. No muy lejos. Tal vez un centímetro. Pero lo suficiente para hacerme
saber que podía. Empujé una y otra vez, con todas mis fuerzas hasta que le di la
vuelta y lo empujé fuera del camino de la bala a toda velocidad. Ahora se
paraba en un ángulo de cuarenta y cinco grados al suelo, lo que sería incómodo
cuando reiniciara el tiempo. Sin duda se caería. Podría vivir con eso.
Espera. Me detuve mientras otro enigma me golpeó. ¿Cómo reestablecía
el tiempo? ¿Y si no podía? ¿Y si me quedaba atrapada aquí? ¿Por siempre?
¿Perdida en un bucle de tiempo ineludible hasta que envejezca y muera?
Necesitaba ver Volver Al Futuro para conseguir consejos, pero ni siquiera podía
hacer eso. El pánico comenzó a instaurarse, y tuve que tomar respiraciones
profundas y calmantes.
Seguramente, si lo detuve, podía reestablecerlo de nuevo. ¿Qué tan difícil
podría ser? Pero antes de que intentara tal hazaña, tenía que hacer algo al
respecto con el ladrón mientras podía. Una idea me golpeó al instante. Me quité
el delantal. El material se puso rígido. Todavía era maleable, pero una vez fuera
de mí, se puso como una pieza flexible de plástico. Desafiaba la ley de la
gravedad y cualquier otra ley que pudiera ocurrírseme.
Me apresuré hacia el ladrón, lo amoldé a su cara, y lo até alrededor de su
cabeza. Sería suficiente para confundirlo cuando el tiempo regresara. Para
sacarlo de su juego. Moví el arma de sus dedos y la empujé hacia el suelo, junto
a Lewis.
Entonces retrocedí para examinar mi obra. Froté mis manos por un
trabajo bien hecho antes de revisar a los demás en las inmediaciones.
Los pocos clientes que teníamos se veían aterrorizados. Fueron
capturados a medio grito o a mitad de agacharse, tratando de resguardarse.
Cookie parecía más confundida que temerosa. Ella ingresaba una orden cuando
se desató el infierno.
Por extraño que parezca, Erin se quedó como una princesa guerrera. Su
mandíbula sobresaliendo. Sus piernas ligeramente separadas. Sus manos
apretadas en puños a los costados. Era como si tuviera toda la intención de
patear el culo del chico. Sentí una extraña sensación de admiración crecer en mí.
Una camaradería. Y de repente, quería ser su amiga. No como amigas que se
trenzan el cabello, pero sin duda más que enemigas mortales. Cualquiera que
pudiera hacer frente a peligros así merecía un vistazo más de cerca.
Shayla, la pequeña ninfa del bosque, se quedó en la estación de trabajo,
su cara la definición de sorpresa, una mano lanzada sobre su boca mientras
miraba con horror. Gritaba. El amor de su vida se encontraba en peligro.
También hubiera gritado.
Hablando de él...
Me acerqué a Reyes. Todavía se hallaba sentado en la cabina, sus rasgos
oscuramente hermosos llenos de ira, sus ricos ojos marrones brillando con esta.
Ahora era mi oportunidad. Me senté en el borde del banco junto a él.
Metí un rizo rebelde detrás de su oreja. Pasé las yemas de mis dedos sobre su
mejilla sombreada y mandíbula. Entonces, me incliné y presioné el beso más
pequeño en su boca plena.
—Te he amado por mil años —dije, porque parecía cierto. Desde el
centro de mi ser. Me encontraba tan atraída a él que dolía. Solo podía rezar que
superara a su ex algún día.
No. Eso estaba mal. Si debía rezar por cualquier cosa, sería por su
felicidad, no importaba con quién terminara. Si él la amaba, si fue dedicado a su
ex, entonces merecía tenerla. Con la condición de que ella también lo amara, por
supuesto.
A lo lejos, oí un estruendo bajo. Me giré hacia este. La tierra comenzó a
temblar bajo mis pies. Sonaba como un tren. Un tren de alta velocidad que tenía
toda la intención de estrellarse en la cafetería. Después de una revisión rápida
para asegurarme de que no había trenes a pesar del estruendo cada vez más y
más fuerte, me giré otra vez hacia Reyes. Él se había ido.
Sorprendida, me caí de la banca y aterricé en mi culo. Nadie más se
movió, ni un centímetro, pero Reyes se había desvanecido.
El sonido se hizo más fuerte. Podía sentir el profundo estruendo en mi
pecho. Una fracción de segundo antes de que el tren se estrellara contra mí, y el
tiempo—sí, era el tiempo rugiendo alrededor de mí—se recuperó en su lugar, vi
las alas existiendo de nuevo. En un revoloteo de suaves plumas blancas y
negras en la parte de abajo, un hombre apareció. Un hombre imponente con el
cabello oscuro, una expresión súper enojada en su rostro, y una espada en la
mano.
Retrocedí mientras caminaba hacia mí, la misma determinación que vi en
el rostro de Lewis en su expresión. Levantó la espada cuando se acercó, y un
grito salió de mi garganta.
Levanté una mano como para bloquear el golpe, la certeza de que todo lo
que iba a lograr era la pérdida de esa mano. Pero fue un reflejo. Una respuesta
automática a alguien cortándome en dos.
Un latido del corazón antes de que la balanceara, el humo apareció de
nuevo. El mismo humo que vi antes en la bodega. Se onduló y arremolinó
alrededor del ser. El ángel. Tenía que ser un ángel.
El ángel se detuvo, bajó primero la espada, y luego su cabeza. Mantuvo
un ojo cauteloso sobre el humo. Apretó su agarre en la empuñadura. Entonces,
para mi sorpresa, habló.
El lenguaje tenía vocales fuertes y consonantes suaves. Era antiguo,
elegante y sin contaminar.
—Muéstrate —dijo, y de alguna manera el hecho de que sabía un
lenguaje celestial se perdió en toda la otra mierda sucediendo.
La niebla negra ignoró la orden y continuó creciendo hasta que oscureció
mi visión del ángel por completo. Pero oí el sonido metálico de las espadas
incluso sobre el tren rugiente. Antes de que pudiera entender lo que sucedía, el
tren se estrelló contra mí. El tiempo se estrelló contra mí. Sentí como si hubiera
saltado de un alto acantilado y caía de bruces en el agua helada, la fuerza tan
discordante. Me quitó el aliento, pero en el último segundo, recordé que tenía
que estar con el ladrón.
Me puse de pie y corrí a través del despertar del tiempo. El movimiento
que empezó lento se desarrolló rápidamente hasta que, justo cuando me deslicé
en el lugar al lado del ladrón, se recuperó por completo.
La bala zumbó a través del cristal. No lo hizo añicos, pero la cafetería
ahora tendría un agujero de buen tamaño para cubrir.
Ante la imposibilidad de conseguir el equilibrio, Lewis tropezó y cayó
hacia atrás contra el duro suelo, pero mientras lo hacía, su mirada se fijó en la
pistola que apareció por arte de magia a su lado. Se abalanzó sobre ella y cerró
el puño alrededor de la empuñadura.
El hombre a mi lado luchó para sacarse la barrera en su rostro. En un
movimiento casi cómico, lo arrancó, y luego buscó frenéticamente el arma. Un
arma que ahora era sostenida hacia él.
—¡Al suelo! —gritó Lewis, y todos en la cafetería se dejaron caer al suelo.
Todo el mundo, menos el ladrón. Se quedó atónito, incapaz de entender lo que
acababa de suceder.
Retrocedí mientras Lewis avanzaba.
—Ponte jodidamente de rodillas —dijo, su tono repentinamente
amenazante.
Shayla corrió hacia nosotros, pero se detuvo en seco para que Lewis
hiciera lo suyo. Dejado con pocas opciones, el ladrón levantó las manos y
lentamente cayó de rodillas con incredulidad.
Los únicos que no cayeron al suelo fueron Erin, Shayla y Reyes.
¡Reyes!
Se hallaba justo donde lo dejé. La misma expresión dura en su rostro. El
mismo temperamento agrio. Sus músculos se tensaron mientras lo estudiaba. Su
mandíbula se apretó. Sus manos se cerraron en puños. Cuando bajó el brazo y
lo presionó a su lado, la comprensión me golpeó. Se encontraba herido. Una
mancha de color rojo oscuro se extendía sobre su caja torácica para empapar la
camisa que llevaba puesta.
Di un grito ahogado y me dirigí hacia él, pero su expresión se endureció
aún más. Se levantó del asiento y se dirigió a la puerta trasera. Quería correr
tras él, para revisarlo, pero no podía dejar que Lewis tomara al tipo malo solo.
Las sirenas se hicieron más fuertes, y me preparé para lo que estaba por
venir. Policías. Equipos de noticias. Curiosos en cada forma y tamaño. El centro
de atención no era un lugar en el que me gustaba estar, así que lentamente me
dejé caer en una silla y quise hacerme invisible. Dejaría que Lewis absorbiera
los rayos brillantes y me mantendría para mí misma tanto como fuera posible.
Dos horas más tarde, los policías habían tomado nuestras declaraciones,
detenido al tipo malo, y tanto felicitado como amonestado a Lewis por su
valentía-raya-terquedad. Él habría muerto si no hubiera detenido el tiempo.
¿O habría sido yo?
¿Tenía algo que ver con lo que pasó? Claramente existía algo más en
Reyes de lo que se veía. Incluso mi parte sobrenatural se inclinaba en eso.
Se las arregló para eludir a la policía. Nadie pudo decir con certeza que
se hallaba en la cafetería, excepto Francie y yo. Y ella no habló. Tuve que darle
sus puntos brownie por eso. No muchos. Tal vez, como, tres.
Cookie y yo nos sentamos juntas a través de la mayor parte de los
interrogatorios, junto con Bobert, quien llegó corriendo después del hecho.
Cookie se encontraba conmocionada. No hay duda de eso. Y sin embargo,
manejaba todo mucho mejor de lo que pensé que haría. Parecía más
preocupada por mí que de sí misma. Ahora que lo pienso, al segundo que
Bobert descubrió que ella se hallaba bien, también parecía más preocupado por
mí.
Quería preguntarle sobre el contacto del FBI, pero no me atreví a tocar el
tema frente a una sala llena de policías. Ian estaba entre ellos. Sin embargo, no
me dijo una palabra, así que allí realmente se hallaba un rayo de luz dentro de
cada nube oscura. Me asombré.
El caos que siguió al incidente rivalizaba con la de una visita
improvisada del presidente. Las calles se encontraban bloqueadas. Coches eran
buscados. Ni idea de por qué. Equipos de noticias se establecieron alrededor del
perímetro. Y todo el mundo dentro de un radio de ocho kilómetros fue
interrogado hasta la saciedad.
—Tenemos que ir a esa cosa de casa.
Me volví hacia Cookie. —¿Esa cosa de casa?
—La mansión. Pero solo si todavía estás dentro.
Ella trataba de alejar mi mente de todo. Para distraerme de que no me
sintiera deprimida y comenzara una ronda de tratamiento auto-mutilación. —
Vamos, entonces. Nos haremos la pedicura —le dije a Bobert con una voz
insinuante y lírica—. Estoy bastante segura de que quieres unírtenos.
—Estoy bastante seguro de que no —dijo, igualando mi voz cantarina. Se
inclinó y tomó mi mano—. Pero si necesitas algo, Janey... —Dejó la oferta
colgando en el aire y una hoja de papel situada en mi palma. Después de darle a
esa mano un apretón rápido, se puso de pie y se estiró—. Usted chicas,
diviértanse.
Lo vimos irse, y puse mi cabeza en el hombro de Cookie. —Me gusta.
—También a mí —dijo.
La voz de Francie interrumpió mis meditaciones. —¡Reyes! ¿Est{s…?
¿Todo está…?
Caminó por delante de ella, ignorando a un Ian ceñudo, y se dirigió
directamente hacia mí. Al menos, no fulminaba con la mirada. —¿Estás bien?
—Estaré de regreso —le dije a Cookie antes de sostener el borde de su
camisa y alejarlo de la aglomeración en medio de los ceños fruncidos de Ian
Jeffries. Cuando estuvimos en una zona relativamente libre de polis, levanté mi
mano a su lado. El lado que estuvo empapado en sangre.
Me permitió poner la mano sobre este, a duras penas, solo lo suficiente
para hacerle saber a lo que me referiría en mi siguiente pregunta. No se movió,
pero me miraba con la intensidad de una cobra.
—Yo debería preguntarte eso. ¿Estás bien? Y Reyes, ¿qué diablos pasó
hoy?
—Tú y tu amigo frustraron un intento de robo.
—¿Y eso es todo?
—Eso es lo que vi. —Se cernió sobre mí. Se duchó y, por la sensación de
ello, envolvió su herida.
Pensé en lo que le dije cuando el tiempo seguía detenido. Avergonzada,
bajé la cabeza para empujar un pedazo de zócalo suelto. —¿No viste otra cosa?
O, tal vez, ¿escuchaste algo más?
—¿Cómo qué?
Todavía tenía mi mano en su costado, cuidadosa de no presionar.
Extendió la mano y enganchó un dedo en la presilla en mis vaqueros. Se sentía
tan natural, tan pleno, el estar allí con él. De hablar con él como si lo hiciéramos
todos los días. Como si lo hubiéramos hecho todos los días durante años. Ni
siquiera el calor de la furia de Ian podía penetrar el calidez que obtenía de
Reyes.
Se acercó más. Lo vi avanzar un centímetro y me le acerqué tres.
—¿Qué debí escuchar? —repitió.
—Nada. Es... tonto. —Miré hacia él, suplicando—. Pero vi la sangre. —
Rocé mi pulgar sobre sus vendajes—. ¿Qué pasó? —¿Podría haber luchado
contra el ángel? ¿Cómo sería eso siquiera posible? No era como si tuviera una
espada colgando de su cinturón. Pero se hacía cada vez más difícil negar el
hecho de que se hallaba envuelto en la oscuridad. Caía encima de él. Agrupada
a sus pies. Y lucía exactamente igual que el humo negro que tomó a la mujer del
depósito. Que detuvo al ángel de cortarme en trozos pequeños.
Tenía tantas preguntas. Posiblemente lo más importante de todo, ¿por
qué demonios un ángel, un ser celestial, intentó matarme? Eso estuvo mal en
muchos niveles.
—Por favor, dime qué pasó.
Una sonrisa tiró de la comisura de su boca. —Tú primero.
Dejé caer mi mano y di un paso atrás. No podía. Todavía existía una
posibilidad de que estuviera tan loca como una cabra, y no tenía ninguna
intención de pasar el resto de mi vida encerrada en el manicomio de un
hospital. O, posiblemente peor, consumiendo un combinado de medicamentos
psicológicos a diario.
Soltó la presilla, entonces puso sus dedos debajo de mi barbilla para
inclinar mi cara hacia la suya. Pero no dijo nada. Solo examinaba. Estudiaba.
Pasó su pulgar por encima de mi boca. Causó temblores de hambre para
estremecerse a través de mí.
—Reyes…
—Esta es una escena del crimen —dijo Ian, su mano apoyada en su arma.
Volví a mis sentidos. Reyes dejó caer su mano, pero no miró a Ian, casi
como si supiera que eso lo enfurecería más. Reyes podría haber discutido.
Insultado. Atacarlo físicamente. Ninguna de esas cosas sería más indigno para
un hombre como Ian que ser ignorado.
Y chico, funcionó. La ira de Ian salió disparada de él como un rayo.
Reyes o bien no sabía, o no le importaba.
—Si no eres parte de esta investigación, tienes que irte.
Francie también nos miraba. Bueno, casi todo el mundo nos miraba en
este momento, incluyendo a Dixie. Ella estaba en el banco cuando todo se fue
abajo y volvió con una gran cantidad de luces intermitentes y unidades
policiales. Eso tenía que ser un poco desconcertante.
—Oficial, él trabaja aquí —dijo Dixie—. Yo le pedí que viniera a
ayudarme con algunas cajas de atrás.
Ian dio un paso más cerca de Reyes. —Entonces, ayuda.
—Gracias —dijo Dixie, tirando de la camisa de Reyes.
Reyes me guiñó un ojo, y luego obedeció a la mujer agobiada. Se
encontraba realmente preocupada por él, a pesar de que él no lo estuviera.
Todavía me hallaba recuperándome del guiño cuando Ian se acercó a mi
lado. Me dirigió una mirada de cachorro. Una expectante. Me dio la sensación
de que pensaba que caería en sus brazos con alivio de que la terrible experiencia
hubiera terminado. Que vino en su día libre para verme. Que yo ahora estaba
incluso más en deuda con él y no podía negar el hecho de que le debía la vida
sin importar lo loco que era.
—Discúlpame —le dije, un borde afilado en mi voz.
Divisé a Francie y quería saber si algo funcionó. Si no se enamoró de
Lewis ahora, uno de los hombres más valientes que conocía—y uno de los
únicos hombres que conocía—entonces simplemente no estaba allí. No podías
forzar a otra persona a gustarte. Nadie podía. Tomé a Ian como un buen
ejemplo de ello. Pero si no veía lo que se hallaba frente a ella, no lo merecía de
todos modos.
—¿Qué piensas de Lewis? —le pregunté a Francie.
Se encontraba apoyada contra el mostrador de bebidas, escribiendo un
texto en su teléfono.
—Bastante valiente, ¿verdad?
—Por favor —dijo—. Sé lo que estás haciendo. Esto no cambia nada. —
Me ofreció su mejor sonrisa. Era muy bonita. Justo antes de que me dejara allí
de pie, susurró—: El juego empieza, perra.
Oh-oh. Tenía la sensación de que acabábamos de convertirnos en
enemigas. Oh, bien. Cada chica necesitaba un equilibrio armonioso entre el bien
y el mal en su vida. De lo contrario, nos tomaríamos todo por sentado. Y si
pensaba que iba a arrebatar a Reyes de mis pequeñas calientes manos, el juego
más que definitivamente empezaba. No podía luchar contra un fantasma, un
amor perdido que rondaba a Reyes noche y día, pero podía luchar contra una
pelirroja que se preocupaba más por su cabello que por el medio ambiente,
ventaja de diez centímetros o no.
Hablando de valiente, traté con Erin a continuación. Todavía teníamos
que hablar del debacle de la imagen, pero sacudió toda esa cosa del hombre
agitando una pistola. Pensé que iba a derribarlo por un minuto. Puede que no
hemos estado en buenos términos, pero nada une a la gente como la tragedia.
Me acerqué a ella, con una sonrisa tímida en mi cara.
—Ni lo intentes —dijo antes que pronunciara una sílaba. Se dio la vuelta
y se alejó rodando los ojos.
Dejé que un suspiro escapara de mis labios. Tal vez eran dos tragedias.
Me preguntaba cómo lo llevaba Lewis y lo encontré en el depósito,
sentado en el catre, con una furiosa hada Shayla atendiendo su codo hinchado.
Aterrizó sobre él cuando cayó.
—Espero que tu brazo se caiga —dijo ella, su lado luchador emergiendo
bajo toda la presión.
La mirada que Lewis le dio me hizo creer que todas las cosas eran
posibles. Se enamoró de la peor manera. Me quedé aturdida. ¿Tomó algo como
esto para que él la viera? ¿Quién lo hubiera pensado?
Solo podía esperar que no fuera demasiado tarde. Ella parecía muy
enojada.
Las lágrimas llenaron sus ojos azules cristalinos, ojos tan claros que casi
parecían transparentes. Añadido a esto una pequeña nariz pecosa y una boca en
forma de arco, y tenías una hermosa hada. Era unos sesenta centímetros más
baja que él, pero eso haría de su convivencia en pareja todo más lindo. Veía
buenas cosas viniendo de esto.
—¿Quieres que mi brazo se caiga? —preguntó, haciendo una mueca
cuando le dio un golpe con una bolsa de hielo.
O no.
—¿Por qué? No sería capaz de tocar más. Something Like a Dude me
necesita.
Se dio la vuelta y se alejó de él, una chispa brillante de ira iluminando la
habitación. Para mí, al menos.
Cuando caminó de nuevo hacia él, golpeó su brazo con un puño del
tamaño de una muñeca.
—Auch —dijo él, frotándose el lugar a pesar de que no podía haberlo
herido tanto. Mientras se hallaba confundido, también se encontraba
desesperadamente intrigado.
Ella lo golpeó de nuevo. Entonces de nuevo, sus golpes apenas haciendo
contacto. Todo era para el espectáculo, una salida para filtrar su ira. Sus
sentimientos de impotencia.
Él levantó una mano para detenerla y en su propia defensa dijo—: Pude
haber muerto hoy.
Equivocado. Las lágrimas se deslizaron más allá de sus doradas pestañas
y sobre sus mejillas pecosas. Manoteó su mano y lo golpeó de nuevo, su
frustración palpable.
En un movimiento que lo sorprendió incluso a él, se inclinó y la atrajo
toscamente hacia sus brazos. Ella luchó contra él al principio, luego hundió su
cara en su pecho y lo abrazó. Sus hombros se sacudieron suavemente, y él besó
la parte superior de su cabeza.
Me alejé, reacia a empañar este hermoso momento con chocar puños y
gritos de éxito sin importar lo mucho que quería celebrar esta pequeña victoria.
Lo tomaría. Las victorias eran buenas sin importar cuán pequeñas eran.
Dixie realmente puso a Reyes a trabajar. Se encontraba ocupado
reorganizando su oficina, la desvergonzada, y yo me preocupaba por su herida.
Por su oscuridad. Y por el beso que le di. ¿Realmente se encontraba congelado
en el tiempo como todo el mundo? ¿Fue solo un acto? Moriría si lo fue. Me
arrastraría bajo la mesa y marchitaría. Profesé mi amor. Dije que lo había amado
durante mil años. ¿Cuán increíblemente patético era eso?
Totalmente necesitaba un día de chicas. Cookie lo entendería. Era una
psíquica, después de todo. Seguramente podría decirle sobre mis... dones.
Seguramente podría ayudarme a asesorarme sobre qué hacer con el señor V.
Con su familia. Con Reyes.
Quiero decir, sabía lo que quería hacer con Reyes, pero tal vez ella sabría
lo que él era.
Por favor, no seas malvado. Por favor, no seas malvado. Por favor, no
seas malvado.
Afortunadamente, los policías no tomaron mi dinero de propinas como
evidencia. Saqué las ganancias de mi día para ver cuánto podía gastar y cuánto
necesitaba guardar—ese teléfono no iba a comprarse solo—y encontré los cien
ubicado entre los billetes más pequeños. Lo saqué, planeando romperlo, pero
me di cuenta que estaba escrito en el otro lado. Alguien escribió a través de este
con lápiz, tan ligero que apenas podía leerlo, por lo que lo levanté al sol
filtrándose en la ventana de nuevo.
Allí, escrito en francés, estaban las palabras Je t'ai aimée pendant mille et
un. —R.
Me quedé quieta. Lo leí de nuevo. Y otra vez. Je t'ai aimée pendant mille et
un. —R.
Te he amado por mil y un años. —R.
Me di la vuelta, corrí de vuelta a la oficina de Dixie, pero él se había ido.
12 Traducido por Marie.Ang
Corregido por Sandry
4Se refiere a la frase de Eleanor Roosevelt: ‚Una mujer es como una bolsa de té, nunca
sabes que tan fuerte es hasta que est{ en agua caliente‛
—Tengo que ver exactamente lo que hacen. —Con solo unos sesenta
centímetros de espacio, navegar por el espacio que inducía claustrofobia me
resultaba difícil—. Además, tengo que averiguar en dónde se halla su cabina.
¿Tú sabes?
—No tengo ni idea de lo que hacen, pero me siento muy mal por el señor
Vandenberg.
Coloqué una rodilla en un tablón, luego una mano sobre otro,
arrastrándome hacia adelante a paso de tortuga. Mi descanso iba a terminar
antes de que llegara a la mitad del camino.
—No, quiero decir ¿sabes en dónde se encuentra su cabina?
—Oh, no. Pero Robert puede buscarla.
Oh, sí. No pensé en eso. Llegué a la entrada. Por desgracia, era del
tamaño de una tarjeta de crédito. Alejé algunas telarañas, y luego me deslicé
por ahí. Fue difícil pasar el trasero por ahí. Me tomó un poco de tiempo y
mucho retorcerme lograr atravesarlo. El techo del señor V era exactamente igual
que el de la cafetería. Su panel de acceso se encontraba más cerca de la entrada,
gracias a Dios.
Los tonos apagados de la voz de Cookie flotaron hacia mí, pero no
respondí. En parte debido a que no podía entenderla, y también a que no quería
tener que gritar lo suficientemente alto para ser escuchada. Por lo que pude ver,
la entrada se encontraba en algún lugar por encima de la oficina de Dixie.
Dudaba que ésta apreciara que me arrastrara sobre su ático.
Me arrastré con los brazos hasta el panel de acceso del señor V,
ignorando el dolor en mis rodillas y en mi caja torácica en donde me hallaba
acostada a través de los tablones. ¿Quién sabía los bordes un tablón de dos por
cuatro podrían ser tan dolorosos? Hacer palanca al panel resultó ser más difícil
de lo previsto, pero finalmente metí las uñas por debajo y levanté una esquina
lentamente.
Todavía se encontraba oscuro en el interior de la tienda, así que levanté
el panel y lo dejé a un lado. Luego, con el sigilo de un ninja borracho, bajé por el
agujero. Lamentablemente, el señor V no tenía ningún estante
convenientemente situado debajo del panel por el que pudiera bajar, así que
tuve que saltar a varios metros por encima del suelo. Al segundo que mis pies
tocaron el suelo, levanté la mirada y me pregunté cómo iba a regresar.
Me preocuparía de eso tan pronto como descubriera exactamente qué
estuvieron haciendo los captores. Usando la linterna de Cookie, empecé a
caminar por antigüedades de todo tamaño y naturaleza. Había demasiadas
cosas frágiles. Nunca me encontraría cómoda trabajando en una tienda que
tenía tantas cosas que se podían romper.
El cortador de plasma se encontraba al lado del escritorio del señor V. Se
hallaba conectado a un cable de extensión, así que o ya lo habían usado o
planeaban hacerlo pronto.
Finalmente encontré la puerta hacia la habitación de atrás, contuve la
respiración, y la abrí. Si colocaron algún tipo de guardia para vigilar su obra, se
hallaba muerto. Podía vivir con eso. Afortunadamente, solamente era yo y un
enorme agujero.
Todo el piso fue arrancado. Completamente. Era una habitación
pequeña, más como un armario en realidad, pero aun así. Sentí que
consiguieron llevarse algunas cosas. El agujero negro acechando más allá del
piso maltrecho era mi principal preocupación. Más espacios pequeños.
Excelente.
Me coloqué sobre mis manos y mis rodillas, y hacía brillar la luz en el
túnel cuando oí un gruñido. Un gruñido bajo y profundo justo detrás de mi
oreja izquierda.
Me volví lentamente y me encontré cara a cara con un conjunto de
dientes gruñéndome. El pastor alemán de Vandenberg. Gruñó y me ladró. Era
la cosa más linda.
—Hola, bonito —le dije. Era hermoso—. ¿No eres la cosa más bonita?
A pesar de los gruñidos, levanté la mano para acariciarlo. Gimió al
instante y me lamió el rostro en lugar de rasgármelo. Jugamos un poco, y
entonces le pregunté—: ¿Sabes lo que han estado haciendo aquí?
Ladró, luego ofreció un gemido de disculpa.
—Está bien. No es tu culpa. Averigüémoslo juntos, ¿de acuerdo?
Volvió a ladrar, tomé el teléfono de Cookie y bajé con todo por el
agujero.
15 Traducido por Vane Farrow
Corregido por Jadasa
5
Strip poker: es una variación del juego de cartas póquer en el que los jugadores se quitan
prendas de ropa cuando pierden sus apuestas.
“Tamala fue asesinada por Ian Jeffries.”
Guau. El tipo tenía coraje. Me preguntaba qué podía haber hecho con su
vida si no hubiera terminado tan joven. Pronto, busqué en cada centímetro de
internet información sobre el señor Ian Jeffries. Un par de años más tarde, hubo
otro suicidio sospechoso de una mujer con la que él afirmaba estar saliendo.
Cuando Henry se enteró que Ian era una persona de interés, pero que no
confirmaban nada, protestó de nuevo, y la mierda proverbial golpeó el
ventilador.
Leí más. Un amigo cercano a la fallecida dice que la mujer nunca aceptó la
propuesta del Oficial Jeffries. “Él no aceptaría un no por respuesta.” Ian afirmaba ser el
prometido de la mujer, pero su familia lo negaba con vehemencia.
¿Y la pregunta del millón de dólares? ¿La muerte de Henry en realidad
fue solo un accidente?
¿Y la pregunta de los diez millones de dólares? ¿Ian planeaba un destino
similar para mí?
Analicé todos los hechos. Ian fue una persona de interés en las muertes
por suicidio de dos mujeres. Yo era una mujer. Tenía acceso a mi casa. Sabía mi
rutina y el hecho de que no tenía teléfono. Ninguna manera de pedir ayuda. Es
tiempo de cambiar las cerraduras y conseguir un teléfono de una vez por todas.
Realmente no necesitaba uno, ya que no conocía a nadie en el planeta cuando
me desperté.
Llamé a mi casero inmediatamente, le dije que alguien entraba en mi
casa, y le pedí un cambio de cerradura completo. Él se quejó un poco, pero dijo
que podía hacerlo en un par de días. Así que, mientras no me convierta en
suicida en los próximos dos días, todo debería estar bien con el mundo. Mañana
podría pedirle prestado el coche a Mable y ver si conseguía un teléfono. Con
suerte, funcionaría.
Recordé el billete de cien dólares. De ninguna manera iba a gastar eso.
Seguramente ganaría lo suficiente para un teléfono TracFone barato, y si no otra
cosa.
Con eso, abrí una nueva pestaña en Google y busqué espíritus burlones
sin ningún resultado. En realidad, demasiado éxito. Había cientos de miles de
visitas, y cuanto más leía, más me convencía de que estaba loca. Veía cosas.
¡Pero espera! ¡Hay más!
Billy también la vio.
Bueno. Me sentí mejor. De lo que averigüé, los espíritus burlones eran las
entidades a las que se consideran responsables de las alteraciones físicas, como
objetos que se movían y ruidos fuertes. Pero no pude encontrar nada sobre un
espíritu burlón que realmente matara a la gente. Nada legítimo. Había un
montón de ficción, pero necesitaba respuestas reales.
Luego encontré otro dato interesante. Un investigador cree que
definitivamente podrían adherirse a personas u objetos y obsesionarse con ellos.
Sabía eso, pero era agradable tener confirmación.
Erin salió del trabajo hace algún tiempo, así que odiaba hacerlo, pero
tenía que llamar a Billy. Él me dio su número antes de irme para que pudiera
hacerle saber sobre lo que averiguaba.
—Hola, soy yo —dije, susurrando. No sé por qué.
—Oh, hola, Tommy —dijo. Entonces gritó, presumiblemente a Erin—. Es
Tommy. Del trabajo.
—Soy muy consciente de dónde conoces a Tommy, cariño. —Se rió, pero
era el sonido del bebé en el fondo que llevó al ataque.
Los bordes de mi visión se pusieron borrosos y sentí una gran tristeza,
llegando a mis pulmones. Tuve que sentarme para recuperar el aliento. Para
tratar de llenar el vacío que me ahogaba.
—¿Estás ahí? —preguntó.
—Sí. Sí, estoy aquí. —Cerré los ojos. Concentrándome.
—Por lo tanto, conseguí más información acerca de la historia de Erin.
Acerca de su tía abuela.
Alarmada, pregunté—: No le contaste, ¿verdad?
—¿Acerca de nosotros? No, bebé, estamos bien. —Su voz sonaba
divertida, y la situación también me pareció irónica. Si hubiera una lista de
razones para hablar con un hombre a escondidas, exorcizar a un espíritu burlón
no habría estado primero en la lista—. Así que, ¿qué llevas puesto?
Su broma ayudó. Llené mis pulmones, confundida por los ataques de
pánico que tenía. Solo otro día en la vida, supuse. —¿Qué averiguaste, Romeo?
—Preparada para enloquecer.
Reboté alrededor y giré la cabeza a los lados como un boxeador
profesional. —Está bien, totalmente preparada.
—La tía abuela de Erin mató a su propia hija, luego pasó el resto de su
vida en un manicomio, diciéndole a todo el que quisiera escucharle que la
muñeca era su hija fallecida. ¿Cómo es eso de raro?
—Le daría un 9.8. —La idea de una madre asesinando a su propio hijo
me inquietaba mucho más de lo que quería. Sabía que sucedía. Es solo que
prefería no saberlo—. Está bien, ¿Erin tiene algo de Novalee? ¿Tal vez una pieza
de joyería o una manta? ¿Cualquier cosa?
—Además de esas fotos, no estoy seguro. Espera. Ahora que me contó la
historia, me preguntaba si esa muñeca en el ático era suya.
—¿Qué muñeca?
—Hay una muñeca realmente espeluznante en el ático. Ahora que lo
pienso, se ve como la de la foto.
—No había una en el dibujo.
—No está en el dibujo, pero sí en la fotografía que Erin utilizó para el
dibujo.
Me animé. —¿Y Erin la tiene? ¿A qué se parece?
—Ya sabes, una de esas viejas muñecas que parece muerta. Su cara tiene
grietas y sus ojos son blancos.
—Billy, ¿puede tomarla?
—Supongo. Creo que todavía está en el ático. ¿Por qué?
—Necesito que la saques de la casa.
—¿Y qué con eso?
—No estoy segura. Por ahora, solo tráemela. Estoy en la cafetería.
—Lo intentaré. No estoy seguro de cómo lo haré sin que Erin se dé
cuenta.
—Ya pensarás en algo.
—¿Es la muñeca? —preguntó, como si de repente todo tuviera sentido—.
Janey, la tía de Erin Noreen le dio esa muñeca la primera vez que ella se quedó
embarazada. Noreen había intentado tener hijos durante años, pero varias veces
sufrió abortos. Luego, cuando finalmente logró llegar a término el embarazo, su
bebé falleció dos semanas después mientras dormía.
—Al igual que los de Erin.
—Exactamente.
Ese hecho no hizo más que reforzar mi creencia de que esto, de alguna
manera, se conectaba con esa muñeca. —Billy, saca esa muñeca de la casa.
Ahora. Te esperaré aquí.
—Estaré allí tan pronto como pueda.
Terminamos la llamada, y empecé una nueva búsqueda en Google. Lo
bueno es que era gratis. Esta vez busqué cómo destruir un objeto poseído. Por
lo que pude ver, necesitaría agua bendita, el corazón de un dragón, y los
recortes de uñas de un santo canonizado.
17 Traducido por CrisCras & yuvi.andrade
Corregido por Marie.Ang
Ahhh, Viernes…
Mi segunda palabra favorita con F6.
(Camiseta)
7Breaking and entering en inglés que es allanamiento de morada. Breaking solo significa ruptura,
quebramiento.
8Red tape significa formalidades burocráticas, papeleo, pero tape puede ser también diferentes
tipos de cinta adhesiva.
Después de apoyar su alta forma contra el marco de la puerta y cruzar
los brazos sobre su pecho, dijo—: Lo juro con el meñique.
Lo bastante bueno para mí.
Llevaba un suéter beige con las mangas arremangadas y vaqueros
oscuros sueltos. Parecía un modelo de alguna colonia cara.
—Pensé que podríamos ir a desayunar en cambio.
El júbilo rebotó a través de mí como una pelota de goma. —Espera, ¿no
llegarás tarde a trabajar?
—No creo que a Dixie le importe.
—¿Conoces a Dixie? —Ella era totalmente maravillosa, pero perdonar la
tardanza no era su punto fuerte.
—He llegado a conocerla bastante bien. Creo que puedo arriesgarme.
—Está bien —dije, añadiendo un tono de ‚es tu funeral‛ a mi voz—. Solo
déjame conseguir tu chaqueta.
Entró para cerrar la puerta contra el viento frío que corría y pareció
tomar especial nota de los alrededores. Hasta ese momento, nunca noté lo triste
que era mi apartamento. O lo mucho que crujían los suelos. O cómo silbaba el
viento a través de las ventanas mal ajustadas.
Pero de nuevo, él vivía en un motel. Un motel de carretera. ¿Qué tan
mejor podía ser? No mucho. Y eso me hacía sentir mejor.
—¿Dónde pensabas ir? —pregunté cuando salí de mi habitación con su
chaqueta.
Él comprobaba la cocina. Mi enorme suministro de tazas de café, las
cinco, y mis dos tazas de plástico colocadas sobre un trapo de cocina. Tuve que
poner un trozo de cartón para cubrir un cristal roto sobre el fregadero. Algo
más que tendría que explicarle a mi casero. Mi jarra de café era una de esas
pequeñas del tipo de las de los hoteles para servicios individuales, pero eso
estaba bien. Al menos tenía una. Y una alacena a la que le faltaba una puerta
mostraba la extensión de mis compras de comida, las cuales consistían
mayormente en galletas saladas, mantequilla de cacahuete, media caja de
cereales y un tubo de delineador de ojos que estuve buscando por todas partes.
Su conducta había cambiado. Parecía… molesto. Incluso furioso.
—¿Reyes? —Seguí su mirada—. ¿Qué pasa?
Empujó la manga de su suéter hacia abajo para cubrir su Rolex, el que
estaba bastante segura que era verdadero. ¿Sentía lástima por mí? ¿Necesitaba
recordarle que él vivía en un motel? ¿Un motel de carretera? ¿Y que ese Rolex
que llevaba ahora probablemente podía pagar por una casa bastante decente?
¿O al menos hacer el depósito del pago para una?
Respiré hondo y me castigué a mí misma por juzgarlo. No conocía su
situación financiera ni su situación familiar. Podría estar casado. Incluso tener
un niño. O varios. ¿Quién sabía? Tal vez su padre le dio ese reloj, o su abuelo en
su lecho de muerte. ¿Quién era yo para cuestionarlo? ¿Para especular?
—Eres asombrosa —dijo, y esa ciertamente no era la dirección que
esperaba.
Resoplé. —¿Porque vivo en la miseria? Lo tengo un millón de veces
mejor que James, que vive allí. —Señalé en la dirección general del hombre sin
hogar.
Tiré de la más robusta de mis dos sillas hacia el centro de la habitación,
una sonrisa desafiante deslizándose a través de mi cara. —¿Listo para ronda
dos y media? —Aunque nuestra primera ronda no fue como se planeó, aun así
se merecía media marca por el esfuerzo. Afortunadamente la segunda fue
bastante jodidamente espectacular.
La mirada hambrienta que lo asaltó me dijo que definitivamente lo
estaba. Dejó que su mirada vagara por la longitud de mi cuerpo antes de
sentarse.
Metiendo la mano en su bolsillo, dije—: No tengo un cronómetro. —
Saqué su teléfono y puse el cronómetro para quince minutos.
—No puedo esperar a poner las manos en ese culo —dijo.
Me monté a horcajadas sobre él y envolví los brazos alrededor de su
cuello. —Haré que acabes primero.
Una esquina de su sensual boca se alzó en una sonrisa torcida. —Esta vez
no, cariño.
Oh, el juego comenzó.
19 Traducido por Ivana
Corregido por Vane Farrow
Después del más increíble desayuno que había tenido en años, desenredé
las extremidades de Reyes de las mías, me arrastré fuera de la cama, y
busqué su teléfono. Todavía se encontraba en la cocina, el temporizador aún
sonando. Golpeé el botón DETENER cuando un mensaje de texto sonó. El
mensaje apareció en la pantalla, así que no era como
si estuviera curioseando. Era de Garrett Swopes. ¿El mismo Garrett Swopes que
entró en la cafetería?
Decía simplemente, necesitas investigar a este tipo. Es el único
desconocido en el área.
Intrigada, y ahora verdaderamente entrometida, tecleé el mensaje.
Apareció una imagen de un cobertizo medio caído con cajas de cartón en el
interior. Era el lugar de James justo cruzando la calle.
Miré hacia el dormitorio. Hacia Reyes. ¿Por qué estarían investigando a
un indigente?
Una hora más tarde, después de que hicimos un picnic de galletas y
mantequilla de maní arriba de Denzel, también conocido como el segundo
desayuno más increíble que había tenido en mucho tiempo, nos dirigimos a la
cafetería.
—¿Hoy Erin está trabajando? —preguntó Reyes.
—No lo sé —dije, curiosa por la pregunta.
Entramos, y Reyes había tenido razón. Dixie no se hallaba con la más
mínima preocupación por lo tarde que era.
Lo miré. —¿Estás negociando favores sexuales con nuestra
jefe por consideración especial y oportunidades de ascenso para lo que estás
insuficientemente cualificado?
Una sonrisa burlona se extendió en su rostro. —No.
—Oh. Iba a decir que si eso es lo que se necesita, se lo haría.
—¿Qué pasa con Cookie?
—Se lo haría, también, pero no creo que me llevaría muy lejos con Dixie.
A menos que, ya sabes, que estuviera en ese tipo de cosas.
Dejó escapar una risa suave. —Quiero decir, ¿hoy está trabajando?
—Cierto. Eso parece. —Ella salió del cuarto de baño, una expresión
mortificada en su rostro, su blusa manchada con oscuro café expreso—.
Pequeñas explosiones controladas —le recordé.
Me dio una mirada asesina digna de Lizzie Borden.
—Ese color se ve genial en ti —dije, intentando ayudar.
Esa vez, me mostró el dedo medio. Decidí detenerme mientras
yo ganara.
Reyes envolvió sus brazos ligeramente a mi alrededor y me tiró más
cerca. —Tienes que volver para el almuerzo si puedes.
—Apuesto a que puedo —dije, intrigada.
—Creo que te gustará lo que tengo preparado para ti.
—Está bien, pero no puede ser mejor que el pozole para el desayuno.
—Puede que te sorprenda.
—Apenas puedo esperar. Y luce como que ella lo está.
Se dio la vuelta para ver de lo que hablaba cuando Erin entró, luciendo
un tanto ojerosa y... relajada. Reyes me dio un beso dulce, solo lo suficiente para
que fluyan mis jugos, luego fue a la cocina para comenzar su día. Erin se acercó
a mí. Francie ya se encontraba allí, y nos observaba con un cierto tipo de sed
de sangre en los ojos.
Cuando, sin decir una palabra, Erin me abrazó, pensé que la mandíbula
de Francie se desprendería dejándose caer muy fuerte.
Erin me alejó, pero de nuevo no dijo nada, y me di cuenta que no
podía. Se hallaba demasiado emocionada. Demasiado agradecida.
—De nada —dije, dando un apretón a sus manos—. Estoy tan feliz por
ti, Erin.
—Lo estoy, también —dijo con un hipo de emoción—. Nunca podré
pagarte.
—¿Qué? Erin, no. Por favor, por favor, por favor, no vuelvas a sentir
como que me debes.
—Está bien. —Resopló—. Lo intentaré, pero solo para que sepas,
Billy ha prometido construirte una excelente Harley Hog cuando consiga el
dinero.
Me eché a reír.
—Él ama las motocicletas.
—Bueno, le doy las gracias, pero necesita ahorrar eso para el fondo
universitario de Hannah. Tengo la sensación de que será muy artística.
Justo cuando estaba a punto de perder toda esperanza de ver hoy a Mr.
P, él caminó acompañado de la stripper. O, acompañado
de Helen. Había llegado a conocerla un poco más en los últimos días. Tenía un
gran sentido del humor y me ofreció algunos consejos de sus días
de ligue. Había usado uno en Reyes anoche, y casi
se descontroló. Le debía totalmente.
—Hola, Mr. P —dije mientras se sentaba en un reservado—
. Me preguntaba si podría hacerle algunas preguntas.
—Bueno, hola a ti también, y por supuesto. Suena serio.
Francie tomó su orden mientras me acomodaba frente a él.
—¿Conoce a los Vandenbergs?
Asintió. —No mucho, pero sí conozco a William por el club.
—¿El club de campo?
Bufó. —No, el club de striptease. El de Tarrytown.
Helen de repente tuvo mucho más sentido.
—¿El Sr. V va a clubes de striptease? —pregunté, intentando no parecer
demasiado sorprendida.
—Solo con su esposa. Es idea de ella, creo.
Cuando tuve un momento aún más difícil para superar eso, añadió—
: No te preocupes. No son swingers ni nada. Solo como para apreciar lo
que Dios puso en la tierra de vez en cuando. Y te prometo, esa mujer no lo dejó.
Finalmente, alguien inmune a los chismosos. —No creo que lo hizo
tampoco. ¿Sabes si tienen una cabaña?
—Oh, cielos, no lo sé, cariño.
Mis esperanzas huyeron de la escena como un preso en libertad
condicional atrapado en un laboratorio de metanfetamina. Saqué la
foto que agarré de la tienda del Sr. V.
—¿Esta zona parece familiar?
—Parece que podría ser en el lago Blue Mountain, pero no puedo estar
seguro.
—Es el lago Oscawana —dijo Helen, echándole un vistazo—. Esa es la
casa del Dr. Emmett. He estado allí bastante. Montones de espacio.
—Lo siento, no puedo ser de más ayuda —dijo el Sr. P, y me dio
la extraña sensación de que no lo era—. ¿Por qué lo preguntas?
Sin embargo, entusiasmo aumentó dentro de mí. Helen sabía. —
Oh, simplemente me encanta la zona —dije, mintiendo—. Y pensé
que si esta era su cabaña, podría preguntar para alquilarla un fin de semana.
—Buena idea, Janey. Sal de la ciudad. Toma un poco de aire fresco.
—Exactamente. Bueno, gracias de todos modos.
Me levanté y le indiqué a Helen que se uniera a mi en el cuarto
de niñas9. Lo hizo, y cinco minutos más tarde, trabajando desde sus
instrucciones verbales, obtuve un burdo mapa de la zona. También sabía que a
pesar de que Helen era su nombre de pila, su nombre artístico era Helen Bedd,
y ese amigo del Sr. V, el Dr. Emmett, le gustaba el whisky fino, bailes privados,
y cazar. Había ido a cazar, de hecho, la semana pasada, y nadie lo había visto
desde entonces.
Usando el mapa de Helen, tomé la autopista estatal Taconic por unos
cuarenta y cinco minutos al Lago Oscawana, donde la cabaña del
Dr. Emmett se situaba en el paseo marítimo. Conduje alrededor del
lago hasta la costa noreste, tomando una salida y otra, hasta que finalmente
encontré la carretera Chippewa. La cabaña que buscaba se hallaba en algún
lugar por esa carretera, pero era plena luz del día. Bueno, un día nublado con-
probabilidad-de-lluvia. No podía conducir hasta allí y preguntar si
los Vandenbergs se encontraban en casa. Había estado esperando que una
idea apareciera mágicamente en mi cabeza mientras conducía. Tristemente,
nada apareció, mágico o de otra manera. Solo tendría que hacer un poco de
reconocimiento y ver lo que podía ver. Con suerte, sin conseguir que nadie
muriera.
Estacioné el Fiesta y caminé hasta la carretera, pasando por una
casa cada tanto, pero nada parecido a la cabaña en la imagen. Empezaba a
9 En español el original.
preocuparme de que Helen se había equivocado cuando observé una canoa
que vi en una de las fotos de Mr. V. La cabaña se veía diferente. Podría haber
sido la crudeza del bosque, en comparación con la exuberante vegetación de las
imágenes del campamento de verano que habían tomado.
De cualquier manera, este tenía que ser el lugar. Para cuando encontré la
cabaña, me hallaba demasiado cerca. Mirarían por una ventana y
me descubrirían, si no lo hicieron ya. No vi ningún vehículo, pero
podrían haberlos tenido a todos estacionados en la parte trasera. Caminé hasta
que ya no pude ver alguna parte de la cabaña, y luego doblé de vuelta,
tomando un sendero que conducía tierra adentro. Si la rodeaba, podría detectar
coches u otras dependencias donde podrían haber escondido coches.
Luché contra el frío con mis evolucionados poderes de escalofríos.
Mientras me acercaba, cada ramita se rompió bajo mis pies, cada rama
que destrozaba cuando me abría paso entre la maleza, pareció resonar por la
tierra para anunciar mi llegada. Estaba raspando demasiado la chaqueta
de Reyes. Tal vez le gustaría aún más. Ahora tenía un genial
aspecto "desgastado". Personas pagan su culo por esa basura.
Ocultados por una colina detrás de la cabaña se situaban dos vehículos.
La camioneta que habían usado el otro día para traer el equipo y un modelo
más viejo PT Cruiser. Ese tenía que ser del Sr. V. Simplemente se parecía a él.
Sin haber pensado en traer un par de binoculares, no tenía manera de
conseguir un vistazo más cercano. Así que entrecerré los ojos
muy fuerte y no vi movimiento. Sus vehículos no eran una prueba de que
los Vandenbergs se encontraban aquí. Necesitaba algo bueno para darle a la
agente Carson. Tomé un par de fotos con el teléfono, luego usé la cámara
para hacer zoom. La imagen era tan borrosa, que todavía no podía distinguir
nada.
Lo hice, sin embargo, noté a un hombre sentado en la maleza al sur de la
casa. Parecía un cazador. Excelente. Ahora tenía que preocuparme de ser
confundida con un ciervo. Ojalá Angel estuviera aquí.
—¿Qué estamos viendo?
Chillé y salté doce metros en el aire. Angel había aparecido a mi lado y
ahora se reía de mi reacción. Sostuve una mano en mi pecho, otra en la boca
para no chillar de nuevo.
—Eres tan asustadiza, chica10. La gente como tu hacen que la vida valga la
pena vivir.
10 En español el original.
—Esto viene de un chico muerto —dije en un fuerte susurro.
—Cierto. ¿Estamos buscando a gente muerta de nuevo?
—Espero, que si los Vandenbergs estén ahí, estén muy vivos. ¿Puedes
revisar?
—¿En qué me beneficia?
—Con tu capacidad para hablar con una voz normal.
—No lo entiendo.
Agarré su brazo, arañándolo, cavando mis uñas en su piel tan
fuerte como podía.
—Lo entiendo. Lo entiendo —dijo, cayendo de rodillas.
Lo solté, y él frotó su brazo herido, soplando en las marcas que había
dejado.
Le eché un vistazo. —Vidas de personas están en juego, Angel. Y en todo
lo que puedes preocuparte es en tu aspecto. Tu corte.
—Tengo trece.
Tenía un punto. —Mira, lo siento, solo tienes que ir a ver si
los Vandenbergs están allí. —Cuando me fulminó con la mirada, añadí—: Por
favor.
Desapareció.
Intenté calmarme, pero me hallaba fría, cansada y hambrienta. Y más
que un poco preocupada por el Sr. V, Natalie, Joseph, y Jasmine.
Justo entonces escuché un ruido bajo. Nada demasiado espectacular,
pero la energía que me golpeó casi me derribó. Un muro de miedo me golpeó
de frente, y supe antes que Angel regresara que el Sr. V y su familia se
encontraban allí. ¿Fue el sonido de un arma de fuego?
Me levanté y me dirigí a la cabaña. Pronto corría a toda
velocidad. Hubiera corrido hasta la puerta e irrumpido si Angel no me
hubiera tacleado al suelo.
Rodamos en la maleza, y luché contra él, intentando llegar a esa
familia. A esos niños.
—Basta, maldita sea —dijo Angel, arrinconándome.
Di patadas e intenté arañarlo de nuevo.
—Están bien, Janey. Están vivos.
—¿Qué fue ese sonido? —pregunté, frenética.
—La Sra. V dejó caer una sartén. Los chicos malos se enojaron. Están
bien.
Dejé de luchar y me acosté en sus brazos, intentando calmar mi
respiración. Entonces me di cuenta de lo estúpido que acababa de hacer en
realidad. Podría haber conseguido que los mataran a todos. Puse una mano
sobre mis ojos, cuando escocían por la emoción.
Angel tiró de mí con más fuerza. Lo dejé.
Ahora tenía otro enorme dilema. Había llegado demasiado cerca de la
casa. Si ya no me habían visto, podrían hacerlo muy bien cuando me levantara.
Por el momento, me ocultaba en la alta vegetación, pero no podía quedarme allí
hasta el anochecer. Necesitaba conseguirles ayuda.
—¿Están bien? —le pregunté a Angel—. ¿Incluso los niños?
—Están vivos.
—Si solo tuviera una manera de... —Mis ojos se abrieron. Tenía un
teléfono. Podría llamar... ¿A quién? No tenía el número de nadie, y no era
como si existiera una guía telefónica para números de celular. No que supiera.
Nos encontrábamos lo suficientemente cerca de la casa para oír gritar.
Me encogí cuando la voz de un hombre hablando farsi flotó hacia mí.
—No sé qué hacer, Angel.
—Yo tampoco.
Justo cuando las voces en la casa se calmaron, mi teléfono sonó. Al
principio, no reconocí el sonido. Entonces me di cuenta que mi bolsillo estaba
sonando. Me apresuré a contestar, con la esperanza de que los captores no
hubieran oído. ¿Quién estaría llamando? Nadie tenía este número.
—¿Hola?
Una mujer habló por el teléfono, su voz tranquila, relajada. —¿Janey?
¿Qué estás haciendo?
Parpadeé pensando. —Um, nada.
—¿No estás tumbada en una cabaña que puede o no tener a los
Vandenbergs secuestrados adentro?
Me senté, pero Angel me derribó en la tierra de nuevo. Se hallaba en lo
cierto. Ese fue un mal movimiento. Jodidos reflejos.
—¿Agente Carson?
—La única. ¿Y dónde se supone que estás?
Me tomó un momento, pero contesté—: ¿En cualquier parte menos aquí?
—Bravo. Consigues avanzar a la ronda de bonificación.
—¿Dónde estás?
—En una muy-bien-pensada posición encubierta. A diferencia de, por
ejemplo, tú. Tenía dos unidades que se hallaban listas para moverse hasta que
apareciste. Puedo garantizar, que también serás arrestada en el momento que te
ponga las manos encima. —Se encontraba tan irritable.
—¿A qué te refieres, lista para moverte?
—Se preparaban para hacer la vigilancia encubierta, así podíamos
conseguir ojos ahí dentro.
—¿A pleno día nublado con-probabilidad-de-lluvia?
—Son muy buenos. Es lo que hacen.
—Solo espera. Angel, ¿dónde están exactamente retenidos los
Vandenbergs?
—Están todos en esa esquina del dormitorio —dijo—. Exceptuando por
la señora Vandenberg, ella les está cocinando.
—¿Hay un guardia con la familia?
—No. Hay tres hombres. Dos en la sala de estar y otro en la cocina. La
familia está atada, para que no vayan a ninguna parte.
Asentí. —Mira, tengo información privilegiada —le dije lo que dijo
Angel—. Si podemos distraerlos de alguna manera una vez que la Sra.
Vandenberg termine de cocinar, podemos sacarlos. No están vigilándolos.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo vi. A través de mis binoculares.
—¿Qué binoculares?
—Los que dejé caer. Y ya no tengo.
—Bueno, gracias a ti, lo primero que tenemos que hacer es intentar
sacarte de allí, así no consigues matarlos a todos.
Remordimiento comió las paredes de mi estómago. —Lo sé. Lo siento
mucho.
—¿Puedes verlos ahora?
Estaba a punto de decir que no cuando Angel asintió. Por supuesto, él
podría ser mis ojos.
—Sí. Sí puedo.
—¿Crees que puedes salir de allí si proporcionamos algún tipo
de distracción?
—¡No! —le susurré un grito—. No, ¿dos distracciones en un día? No es
como que no están ya un poco sospechosos. Son chicos malos. Nacieron
sospechosos. Puedo verlos.
Angel me dio un pulgar hacia arriba, y luego desapareció.
—Yo sabré cuándo correr.
—Janey, si te equivocas y te detectan...
—Tengo esto. Solo prepárate para avanzar.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Dijiste que tus hombres se encontraban listos. ¿Lo están o no?
—Lo están, pero esto no es un juego, Janey.
—Tengo esto. Una vez que los Vandenbergs estén todos en ese cuarto
de atrás, aportaré una distracción, y tú y tus hombres asegurarán esa habitación
y los sacarán.
—Janey, me niego a autorizarte a hacer algo así.
—No estoy pidiendo permiso. Te daré el visto bueno cuando sea el
momento de avanzar. O podría conseguir un disparo en la cabeza. Si cualquiera
de esas ocurre, avanza.
—Janey, estoy ordenando...
Colgué antes de que me convenciera de hacer algo estúpido. La
verdad era, que tenía la ventaja sobre todos ellos con todo su equipo. Tenía un
pandillero adolescente muerto con una actitud y, bueno, no hay mucho
que perder.
Angel apareció a mi lado de nuevo. Se tumbó en la maleza, agachando su
cabeza como si pudieran verlo. —Hay un guardia en la ventana todo el tiempo.
Tendré que hacer algo para llamar su atención.
—Tengo otra idea. Una muy buena. Solo necesito un palo afilado y
mucha sangre.
Me hallaba tan nerviosa, quería vomitar. Mi estómago se revolvía
mientras yacía en el suelo, esperando la indicación de Angel.
La agente Carson llamó por tercera vez. Le dije que finalmente dejaron
volver a la Sra. V con su familia, por lo que casi era la hora y debería tener
su equipo listo.
Había aceptado a regañadientes dejarme distraer a los captores para
que sus hombres pudieran asegurar la habitación. No le había dado mucha
opción, pero a pesar de eso, ningún agente vivo simplemente dejaría
que un extraño se mueva muy campante en su operación encubierta y "ser
la distracción". Ni pensarlo. Absolutamente no. Tenía que haber algo
más en esa historia que lo que sabía el ojo entrenado.
—Janey —dijo, poniéndose sombría—, estos son hombres muy, muy
malos.
—Lo sé. Tienen de rehén a toda una familia.
—Los Vandenbergs nunca tuvieron una oportunidad de sobrevivir. No
se trata del tipo de hombres que dejan ir a sus rehenes.
Eso me alteró. —Lo entiendo. Son súper malos.
—¿Estás segura acerca de esto?
—Positivo.
—¿Qué es exactamente lo que vas a hacer?
—Pensé que iba a improvisar. —Colgué y miré a Angel—. Ahí va eso.
Angel me encontró algo mejor que un palo, pero si no me mataban en el
fuego cruzado estaba segura de lo que vendría, probablemente moriría de
tétanos o un virus carnívoro. Esto no podría ser higiénico.
Tomé el pedazo de metal oxidado que había encontrado a unos pocos
metros y empecé a cortar a lo largo de la línea de mi cuero cabelludo. El primer
intento no fue lo suficientemente profundo. Necesitaba más sangre. Esto tenía
que parecer convincente.
—Tal vez deberías apuñalarme con eso —le dije a Angel.
—Y una mierda. No voy a apuñalarte. No voy a cortarte. Esta fue tu
idea.
Cerré los ojos e intenté de nuevo. Esta vez pensé en Joseph y Jazmine y
cuán asustados tenían que estar. El metal cortó varias capas, y la sangre brotaba
por mi cara. Lo froté en mi cuero cabelludo y sacudí la cabeza para esparcirlo,
entonces arañé el metal a lo largo de mi mejilla, cuello y pecho, haciendo
profundas, y esperanzadamente convincentes, tajadas.
El teléfono volvió a sonar. A la agente Carson probablemente no le
gustaba mi plan. Lamentablemente, parte de ese plan era destruir mi teléfono.
Levanté el metal y lo estrellé en el teléfono una y otra vez.
—Eres una chica enojada —dijo Angel.
Puse mi mano en su brazo, donde lo había arañado. —Lo siento, Angel.
No quise hacerte daño.
Me miró fijamente un momento, luego se rió. —Por favor. Soy un
imbécil. Eso lo sé.
—No fuiste un imbécil. Estabas siendo un chico de trece años. —Me
incliné y besé su mejilla. Bajó la cabeza, avergonzado—. Está bien, dime
cuando no esté mirando.
Asintió y desapareció. Unos quince segundos después, oí la palabra—:
Adelante.
Salté sobre mis pies y corrí tan rápido como pude a la línea de árboles
que rodeaba la casa. Una vez allí, derrapé bajo unas malezas y esperé.
Después de unos segundos más, oí otro—: Adelante.
Esta vez, corrí en la misma dirección que acababa de venir, solo que
tropecé un montón, cayendo hasta llegar abajo y teniendo que arrastrarme hacia
arriba. Serpenteé hasta la puerta de atrás, sabiendo que probablemente los
tres me veían ahora, y golpeé mis palmas contra ella.
—¿Hay alguien en casa? —grité, mi voz ronca.
No esperé a que realmente respondieran. Solo quería que pensaran
que perdí la razón, intentando conseguir ayuda. Caminé el perímetro de la casa,
gritando para que alguien, cualquiera, ayude a mi marido. Cuando llegué a la
puerta principal, la golpeé.
—Revisaron la habitación, solo para asegurarse de que nada pasaba —
dijo Angel mientras me seguía. Desapareció y volvió a aparecer de nuevo en un
abrir y cerrar de ojos—. Ahora están los tres adelante, observándote. Sus
armas están desenvainadas.
Caí contra la puerta y golpeé, dejando huellas de palmas con sangre por
todas partes. —Por favor, necesito utilizar el teléfono. Por favor.
—Diles que entren ahora —dijo Angel.
Dejé caer una mano a mi costado y le di a la agente Carson la señal de
visto bueno, rogando que lo viera, porque la puerta se abrió. El hombre había
puesto su arma a un lado y me estudiaba.
Era el mismo hombre que se sentó en el escritorio del Sr. V durante al
menos dos días, pero me había revuelto el pelo y sangrado por toda mi cara.
Seguro que no me reconocería.
—Por favor —dije, balanceándome como si estuviera a punto de perder
el conocimiento—. Mi esposo. Está en el coche. —Señalé hacia el lago y luego
extendí mi teléfono roto—. ¿Tienes teléfono? Por favor. Está atrapado.
Cuando no hicieron nada más que observarme, me incliné por la cintura
y vomité en su piso. El vómito era real. No había manera de fingir esa
mierda. El hecho de que uno de ellos sostenía un fusil AK-47 sobre mí, lo había
visto a través de la rendija entre la puerta y el marco, resultó ser toda la
motivación que necesitaba para vaciar el contenido de mi estómago. Luego, en
un giro dramático que incluso no vi venir, caí de rodillas y me desmayé en mi
propio vómito. O bien lo fingí. Me quedé tan quieta como humanamente
posible era mientras uno de sus hombres apuntaba a mi cabeza.
20 Traducido por Sandry
Corregido por Val_17
Veo gente
muerta.
No espera.
Me retractaré de eso.
Veo gente
que quiero muerta.
(Ecard)
Somos las nietas de las brujas que ustedes no fueron capaces de quemar.
(Desconocido)
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Traducido, corregido
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