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Lenguaje en Foucault

Alberto Constante

[…] experiencia del lenguaje donde lo relevante


no es su significación, sus personajes o su relato,
sino su fuerza significante: el lenguaje se
despliega en la misma propiedad sonora de las
palabras, el lenguaje no habla desde sí mismo sino
por sí mismo, habla la palabra misma en su
enigma por un juego autónomo del lenguaje
donde el hombre acaba por desaparecer.
Foucault.

Las palabras y las cosas, decididamente no es un texto sobre el lenguaje, pero trata del lenguaje.
Foucault, en el prefacio de dicha obra dice: “Este libro nació de un texto de Borges. De la
risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento –al nuestro: al que tiene nuestra edad y
nuestra geografía-, trastornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la
abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenario
de lo Mismo y de lo Otro. Este texto cita “cierta enciclopedia china” donde está escrito que “los
animales se dividen en a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d]
lechones, e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, í] que se
agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l]
etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas” 1
Y agrega: “En el asombro de esta taxinomia, lo que se ve de golpe, lo que, por medio del
apólogo, se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la
imposibilidad de pensar esto”.2
Desde la perspectiva del proyecto arqueológico de Foucault, Las palabras y las cosas
(1966) se nos presenta como la historia de Orden de lo mismo, de la semejanza, de la identidad.
Es la historia de un orden, la explicación de cómo una sociedad reflexiona sobre la semejanza de
las cosas entre ellas y la manera como pueden dominarse las diferencias entre las cosas,
organizarse en circuitos, ordenarse según esquemas racionales, establecer jerarquías,

1
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, ed., Siglo XXI, México, 2007, p. 1.
2
Ídem.
nomenclaturas. Este libro, como otros tantos del propio Foucault, trata de aquello que para una
cultura es a la vez disperso y aparente, desordenado y aparente y debe distinguirse mediante
señales y signos y recogerse en las similitudes e identidades. Estamos hablando de un orden, de
una disposición de las cosas o de una racionalidad, de un sentido. Pero igual, como señala
atinadamente Deleuze, este libro trata “más bien de un análisis muy profundo de la
representación en la época clásica, es decir en los siglos XVII y XVIII. Y luego de cómo, al final
de los siglos XVIII y XIX, dicha representación es sometida a una crítica, de la cual van a
desprenderse potencias más allá de la representación, que son la vida, el trabajo y el lenguaje”.3
En esta obra, Foucault desarrollará con el ejemplo del Quijote, cómo éste refleja la
revuelta de los signos en la conquista absoluta de la mente de un hombre. Toda la gesta y la
desventura quijotesca no es otra cosa que el esfuerzo permanente y meticuloso por demostrar que
la realidad es signo y que existe un vínculo implacable de similitud entre el relato y el mundo. Y
no obstante, la búsqueda de las similitudes va a vivirse, a verse y a ejercerse como locura en un
mundo en el que los signos se muestran desajustados con respecto a las cosas. Como hechos
engañosos o semejanzas meramente aparentes.
Una y otra vez, Don Quijote se enfrenta a la ruptura del viejo parentesco entre el lenguaje
y las cosas, y así su fracaso consiste en no poder demostrar que el mundo es acorde al libro. El
mundo ha dejado de ser una prosa. La pregunta ya no se encamina a la signatura y su
reconocimiento complejo, sino al signo y a su capacidad de sentido y significación. Separadas las
palabras de las cosas, hay que reclamar a las primeras su potestad y autoridad para nombrar a las
segundas. Don Quijote es el cenit de todo aquello que ha periclitado, y lo que significa. De hecho,
podríamos afirmar que durante la época clásica, en cada sonido o articulación persiste un acto de
representación del mundo. Hay un supuesto y es que el lenguaje es desde siempre y en todo su
universo, acto de nombrar. Foucault ilustra este imperativo de hacer encajar la realidad completa
en el orden de la representación, con una mención a Rousseau, quien describe en Essai Sur
l’Origine des Langues la situación arcaica de una humanidad aún no plenamente constituida en
que las vocales significaban las pasiones y las rudas consonantes hablaban de las necesidades.
En Historia de la locura (1961) se lleva a cabo una historia de lo Otro, de la diferencia, la
historia de una división, de una forma otra de distribución, de un seccionamiento o de una
escisión que toda la sociedad se ve obligada a instaurar, se trata también de un modo de dar voz a

3
Gilles Deleuze, El saber, curso sobre Foucault, Tomo 1, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2013, p. 11.
algo que para los estándares de la racionalidad establecida no tenía, de clasificar, de nivelar lo
que se escapa mediante catalogaciones, enumeraciones, etc., porque en suma, se quiere encerrar
a los locos y a través de lo cual se evidencian las condiciones de posibilidad de la emergencia de
unos discursos científicos: la psicología y la psiquiatría.
Este ordenamiento, esta racionalidad que se advierte como establecida, como impuesta de
lo que para una cultura es a la vez, interior y extraño y debe, por ello, excluirse, para conjurar un
peligro interior, pero encerrándolo para reducir la alteridad. Por ello, Historia de la locura nos
habla del hospital general, del asilo, y también de la medicina, del lugar de visibilidad de la
locura pero eminentemente de un régimen de enunciados. “Conlleva esa distribución de dos
formas, la forma de visibilidad y la forma de la enunciabilidad, según tal o cual época”.4
En La arqueología del saber (1969) lo que nos encontramos con una teoría de los
enunciados como agrega Deleuze. Es decir, el intento por especificar la unidad esencial del
suceso discursivo es lo que hace que Foucault proponga la noción de “enunciado”, “Y es la gran
teoría de los enunciados de Foucault, aclarando que le da al término ‘enunciado’ un sentido y un
estatus que nadie antes le había dado”5. Con ello, como en un árbol de Porfirio, se desgajan
innumerables expresiones derivadas de esta primera como son: proposición, formulación, frase,
actuación verbal o lingüística. Comprende por proposición, la unidad de la lógica; por
formulación, el acto individual o colectivo que hace surgir, a partir de la materialidad, un
conjunto de signos; por frase, la unidad analizada por la gramática; por actuación verbal o
lingüística todo conjunto de signos efectivamente producidos a partir de una lengua, natural o
artificial.
Pero, por enunciado o “formaciones discursivas”, la radicalidad del pensamiento
foucaultiano es otra pues el análisis arqueológico de los enunciados no los lleva a un principio
organizador de que estos elementos serían la mera traducción de operaciones desarrolladas en
“otro lugar”.6 Es decir, Foucault intenta situar la investigación en el acontecimiento empírico de
los discursos sin apelar a la teoría de un “otro-lugar”, que sería el origen de todo lo dicho y de
todo lo que aún puede decirse. La arqueología no va a tratar a los enunciados como si ellos fueran
sólo un rastro o un corolario de algo otro, sino como un “dominio práctico que es autónomo”7

4
Gilles Deleuze, El saber, curso sobre Foucault, ed. cit., p. 36.
5
Íbídem., p. 11.
6
Michel Foucault. L’Archéologie du Savoir, Gallimard, Paris: 1969. (Trad. esp. La Arqueología del Saber, Ed., Siglo
Veintiuno, México, 1970, p. 206.
7
Ídem.
pero más porque depende de un complejo de reglas que le dan su regularidad determinando sus
eventuales transformaciones.
La arqueología no remitirá a los enunciados a una instancia fundadora, sino a otros
enunciados, de enunciados a enunciados, para mostrar sus correlaciones, sus similitudes, sus
exclusiones, sus excepciones.8 “El enunciado es una proposición o una frase considerada desde el
punto de vista de sus condiciones de existencia, no como proposición o como frase”. 9 “...la
modalidad de existencia de un conjunto de signos...” que viabiliza el que sea algo más que un
conjunto de señas materiales, que le posibilita aludir a objetos y a sujetos, entrar en relación con
otras formulaciones, y que le autoriza la función de la repetibilidad.10
La formación discursiva consiste en “un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre
determinadas en el tiempo y en el espacio, que han definido en una época dada, y para un área
social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de ejercicio de la función
enunciativa.”11 Las nociones de formación discursiva y enunciado reenvían la una a la otra.
Podríamos adelantar que hay objetos de visibilidad y objetos de enunciación: pensemos
que para Foucault, tanto la delincuencia como la sinrazón son objetos propiamente discursivos.
Es decir, son o se nos presentan como un conjuntos de enunciados sobre un grupo de
enfermedades y de delitos. El derecho penal, por ejemplo, tiene a la prisión como una suerte de
malestar fundamental; igual también esta clase de derecho piensa y elabora todo un régimen de
sanciones sin mencionar a la prisión. Incluso parece siempre estar en la posición de señalar con
ahínco -como lo que ilumina Magritte en su cuadro “esto no es una pipa”: “esto no es una
prisión.” Hoy lo sabemos, la prisión viene de las técnicas disciplinarias, no del derecho penal.
Igual, las enfermedades son meramente enunciables porque la medicina se muestra como el lugar
de enunciabilidad, y en el caso de la locura: de las enfermedades de la cabeza. La medicina
enuncia la sinrazón. La prisión es el lugar de la visibilidad del crimen, el crimen puesto a la luz,
el crimen castigado y el hospital general es el lugar de visibilidad de la locura.12
Tendríamos que conceder que Foucault no se halla interesado en la concepción de una
historia con una finalidad o que se oriente hacia un proyecto, una historia en cuyo relato se

8
Michel Foucault, L’Archéologie du Savoir, ed., cit., pp. 34-41
9
Cfr., Michel Foucault, Dits et écrits, 1954-1975, tomo I, Quarto Gallimard, Paris, 1994, p. 778. (en lo sucesivo
DEI)
10
Michel Foucault, L’Archéologie du Savoir, ed., cit., pp. 179-180
11
ibídem., p. 153-154.
12
Cfr., Gilles Deleuze, El saber, curso sobre Foucault, ed. cit., p. 21
exprese la linealidad de una conciencia individual. Por tal motivo, resulta necesario esclarecer
que la arqueología no es una historia del pensamiento, sino una historia del discurso; 13 o, como
también señala, la descripción y constitución del archivo, de ese conjunto de reglas que para una
época y una sociedad definen los límites de los enunciados.14 “Mi objeto no es el lenguaje, sino el
archivo, es decir, la existencia acumulada de discursos. La arqueología, como yo la entiendo, no
es pariente de la geología (como análisis del subsuelo) ni de la genealogía (como descripción de
los comienzos y las sucesiones), es el análisis del discurso en su modalidad de archivo.”15
La virtud del método arqueológico consiste en hacer ver que la arqueología lleva a cabo
una historia del discurso que sitúa a éste en el campo práctico en el cual se despliega. Finalmente,
como escribe Deleuze: “¿Qué significa entonces ‘arqueología’? Una disciplina que analiza los
archivos ¿Y qué es un archivo? Es la recopilación audiovisual de una época, lo visible y lo
enunciable”.16
Foucault había narrado que “La arqueología describe los discursos como prácticas
específicas en el elemento del archivo”.17 Y suponía al archivo como la existencia acumulada de
discursos; la arqueología entonces era el análisis del discurso en su modalidad de archivo:18 “El
archivo es ante todo la ley de lo que puede ser dicho, el sistema que rige la aparición de los
enunciados como acontecimientos singulares”.19
Por ello tiene reglas. Con ellas, como con toda regla, el archivo tiene la posibilidad de
definir: a) los límites y las formas de la decibilidad (por esto se puede comprender aquello de qué
es posible hablar, cómo es que ha sido constituido en tanto dominio discursivo, e igual, qué tipo
de discursividad inviste este dominio); b) los límites y las maneras de la conservación (o en otros
términos, qué enunciados están destinados a ingresar en la memoria de los hombres a través de
diferentes formas; o igual, qué enunciados pueden ser vueltos a ocupar, cuáles pueden ser
repristinados; de igual forma, los límites y las grafías de la memoria tal como se muestran en
cada formación discursiva y esto querría decir qué enunciados admite como válidos,
problemáticos o imposibilitados; qué enunciados inspecciona y registra como propios y cuáles

13
Michel Foucault. “La Función Política del Intelectual. Respuesta a una Cuestión”, en: Saber y
Verdad. Madrid: Ediciones de La Piqueta, 1991, p. 56.
14
Ibídem., p. 57.
15
Michel Foucault, DEI, p. 595.
16
Gilles Deleuze, El saber, curso sobre Foucault, ed. cit., p. 36.
17
Michel Foucault, L’Archéologie du Savoir, ed., cit., p. 174.
18
Cfr. Michel Foucault, DEI, p. 595.
19
Michel Foucault, L’Archéologie du Savoir, ed., cit., p.170.
como extraños; c) los límites y las maneras de la reactivación pues la pregunta sería por aquellos
enunciados que se tienen con anterioridad o de qué otra cultura retiene; y d) los límites y las
estrategias de la apropiación.20
La formación histórica lo que hace es definirse por un régimen de enunciados, por un
campo de visibilidad, y esto trae como consecuencia que comprendamos que las épocas, las
formaciones históricas no puedan ver lo mismo e igual no pueden decir lo mismo. Las
visibilidades y los enunciados son las variables de cada formación. Es la base de toda
interpretación posible. La formación discursiva es “un conjunto de reglas anónimas, históricas,
siempre determinadas en el tiempo y en el espacio, que han definido en una época dada, y para un
área social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de ejercicio de la función
enunciativa.”21
Con todo esto no quiero decir que en Foucault se de una suerte de sinfonía orquestada, no,
no hay una trayectoria lineal, no es una evolución, lo que hay son desplazamientos, caminos,
recorridos, despliegues de tecnologías de saber, sino antes que todo, lo que nos encontramos es
con las relaciones entre lo visible y lo decible. Esto me hace recordar que, en algún momento,
Foucault expresó con enorme asombro que “vivimos en un mundo de signos y de lenguaje” y
añadía “la realidad no existe, lo único que hay es el lenguaje y de lo que hablamos es del
lenguaje, hablamos en el interior de él”.22
Con esta declaración Foucault señalaba ya el trato que él tenía con el lenguaje, el de estar
en medio de un campo de experiencias del lenguaje donde lo que tiene lugar es el experimentar
los avatares de la lengua.23 “Una experiencia es algo de lo que uno mismo sale transformado”24
apuntó. La problemática del lenguaje es uno de los tópicos fundamentales de la reflexión
filosófica de Foucault. La arqueología del saber en sí misma dirige toda investigación hacia la
capacidad de configuración de las reglas que determinan los discursos en esa singular autonomía
y al “espacio donde entran en relación los enunciados con instituciones, acontecimientos
políticos, prácticas y procesos económicos”.25

20
Cfr., Ibídem., pp. 169-171 y cfr. DEI, pp. 681-682.
21 Michel Foucault, L’Archéologie du Savoir, ed., cit., pp. 153-154
22
Débat sur le roman, (dirigido por Foucault, con G. Amy, J.L. Baudry, M.J. Durry, J.P. Faye, M. De Gondillac, C.
Ollier, M. Pleynet, E. Sanguineti, P. Sollers, J. Thibaudeau, J. Tortel), D.E. I, p. 380
23
Cfr., Ángel Gabilondo, “Introducción” a Michel Foucault, De lenguaje y literatura, editorial Paidós, Barcelona,
1996, p. 14 y sigs.
24
Michel Foucault, De lenguaje y literatura, editorial Paidós, Barcelona,1996, p. 14.
25
Julián Sauquillo, Michel Foucault: Una Filosofía de la Acción, ed., Alianza Editorial, Madrid, 2001, pp. 230
Es claro entonces que el uso que Foucault hace del lenguaje es justo lo más alejado del
análisis del mismo como un sistema de signos. La forma privilegiada que ya hemos alcanzado en
el análisis que lleva a cabo Foucault está dado por lo que se dice de manera efectiva, lo dicho,
realmente dicho porque es ahí donde puede darse las condiciones de posibilidad de un
conocimiento. Aquí la cuestión no es, en rigor, el “ser del lenguaje”, sino su uso, su
funcionamiento histórico. En efecto, es a partir del uso del lenguaje que Foucault definirá lo que
entiende propiamente por “discurso”, por “prácticas discursivas”.
El término “discurso” toca uno de los temas centrales del trabajo de Foucault. Si bien la
arqueología es el método histórico de descripción del lenguaje en el nivel de lo que Foucault
denomina “enunciados” o “formaciones discursivas” y ella es una historia de las condiciones
históricas de posibilidad del saber,26 también la arqueología es una peculiaridad de análisis del
discurso. Desde aquí, el concepto “discurso” plantea una asunto metodológico: la definición de
las reglas de la descripción arqueológica. Ésta es, en gran parte, la tarea de L’Archéologie du
savoir.
Allí Foucault define el discurso como el “conjunto de enunciados que proceden de un
mismo sistema de formación; de esta forma se podría hablar de discurso clínico, discurso
económico, discurso de la historia natural, discurso psiquiátrico”.27 El discurso “está compuesto
por un número definido de enunciados para los que se puede definir un grupo de condiciones de
existencia”.28 Por eso señala más adelante “La arqueología describe los discursos como prácticas
específicas en el elemento del archivo”.29 Con ello, Foucault, ha podido establecer de facto una
distinción entre arqueología e historia de las ideas. Pues los grandes temas de la historia de las
ideas estriban en la continuidad y tratamiento de vaivenes sea en el pasaje de la doxa a la
episteme, de todo aquello que no es propiamente científico a la ciencia, y de la no-literatura a la
obra.
Como quiera que se lo vea, y sin querer repetirme, diré que la tarea de Foucault se dirige a
constituir los criterios por los cuales se otorga unidad a un discurso. Con esto tenemos claro
entonces que el método arqueológico quiere despojarse de dos recursos usuales: por un lado, la
disyuntiva histórico-trascendental que ensaya una fundación originaria más allá de toda

26
Michel Foucault, Les Mots et les choses, Une archéologie des sciences humaines, Avec un dépliant Collection
Bibliothèque des Sciences humaines, Gallimard, Paris, 1966, p. 13.
27
Michel Foucault, L’Archéologie du Savoir, ed., cit., p. 141.
28
Ibídem., p. 153.
29
Ibídem., p. 174.
manifestación y de todo origen histórico, y, por otro, la opción empírico-psicológica que escruta
al sujeto-fundador de discursividad y sueña con la interpretación de su propio decir. 30 Es
imperioso entonces crear una distancia frente a estos dos elementos, y esto trae como
consecuencia efectuar un relato histórico no que no totalice sino que describa las reglas de la
formación de los discursos.
Entre tanto, la arqueología no consiste en una disciplina que lleve a cabo interpretaciones;
igual tampoco trata los documentos como signos de otra cosa, sino que más bien los describe
como prácticas, y más exactamente, como prácticas discursivas. “Las prácticas discursivas no
son simplemente formas de construcción de discursos. Ellas toman cuerpo en el conjunto de las
técnicas, de las instituciones, de los bosquejos de comportamiento, de las pautas de transmisión y
de difusión, en las formas pedagógicas que, a la vez, las imponen y las mantienen”.31 Por ello no
persigue establecer la transición continua e insensible que une todo discurso a lo que lo precede y
a lo que lo sigue, sino su especificidad.
Por ello, podemos afirmar que no existe una episteme que rija todos los discursos, como si
supusiéramos una objetividad puesta por el sujeto fuerte, sino lo que nos encontramos es con una
diversidad de sistemas que atraviesan los discursos y que pueden ser determinados en sus
combinatorias, sus transformaciones, sus permanencias, sus umbrales, sus reglas y, todo esto, sin
contar estas precisiones a la instancia de una donación originaria que fundamente tales procesos
en un sujeto trascendental.32 Con ello, la episteme dentro de su pluralidad se transforma en la
noción que le consiente a la arqueología articular su análisis dentro de una práctica histórica
descriptible.
Por otro lado, Rodrigo Castro Orellana ha escrito que “cuando la arqueología toma
distancia, en su relato de la historia, de la explicación psicológica respecto a los procesos de
cambio, desacredita también un cierto recurso a la subjetividad en el orden del discurso. En
efecto, si la pregunta es: “¿quién habla?”, la respuesta de la arqueología será: ‘nadie’; y esto,
aunque aparentemente extraño, resulta así, dado que el método aborda al discurso como un
acontecimiento que puede ser captado en su singular condición del se dice, con sus regularidades,
relaciones y transformaciones que en ningún caso obligan a que el análisis haga referencia a un
cogito. Así pues, puede afirmarse que el discurso no es la manifestación majestuosa de un sujeto

30
Cfr., Michel Foucault, “La Función Política del Intelectual…”, en Op., Cit., p. 49.
31
Michel Foucault, DEI, p. 243.
32
Cfr., Michel Foucault, L’Archéologie du Savoir, ed., cit., p. 351.
que piensa, conoce y habla de sí. El discurso no es algo producido por un sujeto, sino que
constituye más bien ‘un conjunto donde pueden determinarse la dispersión del sujeto y su
discontinuidad consigo mismo’.33
Para Foucault, es claro que si bien los lingüistas trabajan con enunciados y los describen,
y que incluso de lo que se trata es establecer reglas que permitirían eventualmente construir
nuevos enunciados. La historia del pensamiento busca encontrar, más allá de los enunciados o a
partir de ellos, la intención del sujeto hablante, sus actividades conscientes o inconscientes.
“Foucault utiliza frecuentemente las expresiones performance verbal o lingüística, formulación,
frase, proposición. Es necesario entender por performance verbal o lingüística todo conjunto de
signos efectivamente producidos a partir de una lengua natural o artificial; por formulación el
acto individual o colectivo que hace surgir a partir de la materialidad un conjunto de signos; por
frase, la unidad analizada por la gramática; por proposición, la unidad de la lógica. Por
enunciado, en cambio, es necesario entender la modalidad de existencia de un conjunto de signos,
modalidad que les posibilita ser algo más que un simple conjunto de marcas materiales, que les
posibilita referirse a objetos y a sujetos, que les posibilita entrar en relación con otras
formulaciones, que les posibilita, además, la repetibilidad”.34 Esta posibilidad de aludir a objetos,
de involucrar sujetos, de concordar con otras formulaciones y de ser repetible no se reduce ni a
las posibilidades de la frase en cuanto frase ni a las posibilidades de la proposición en cuanto
proposición.
En esta línea Foucault incorpora el orden de lo no-discursivo. En L’Ordre du discours
Foucault distingue como objeto de análisis varias formas de control discursivo: a)
Procedimientos de exclusión. De ahí que:
1) Localizamos tres tipos de prohibición que corresponden al objeto del discurso, a las
circunstancias en las que puede ser pronunciado, y al sujeto que puede pronunciarlo.
2) Descubrimos la oposición o la división razón-locura. Desde la Edad Media el discurso del
loco no puede circular como el de los otros, sea porque no se lo reconoce como admisible
(en el orden jurídico, por ejemplo), sea porque se le atribuyen poderes especiales (como
voz de la sabiduría o venida de los dioses, o de una verdad escondida).

33
Rodrigo Castro Orellana, Ética para un rostro de arena, El cuidado de la libertad, memoria para optar al grado de
doctor, Universidad Complutense de Madrid, 2004. P. 73.
34
Edgardo Castro, Pensar a Foucault: interrogantes filosóficos de La arqueología del saber, Ed. Biblos, Buenos
Aires, 1995, p. 192
3) Descubrimos la antítesis entre lo verdadero y lo falso. Es obvio que no admitimos
establecer en un mismo nivel la oposición entre verdad y falsedad, la dificultad entre
razón y locura y los diversos estamentos de exclusión; pero, si nos situamos en la
perspectiva genealógica, en la perspectiva de la Herkunft (Origen) y del Entstehung
(formación) históricos, no se ve por qué privilegiar la oposición entre verdad y falsedad.

***

Para Foucault, la ciencia, en este afán por la verdad se sirve del lenguaje para comprender
el sentido, esclarecer los alcances ocultos, o desempolvar una palabra cuya verdad estaba
contenida y oscurecida en el discurso; la literatura, por el contrario, nos lleva al lenguaje, a sus
confines en donde “irrumpe fuera de sí mismo, explota, y se contesta radicalmente en la risa, en
las lágrimas, los ojos transidos del éxtasis, en el horror mudo y exorbitado del sacrificio, y
permanece así en el límite de este vacío, hablando de sí mismo en un lenguaje segundo en el que
la ausencia de sujeto soberano dibuja su vacío esencial y fractura sin tregua la unidad del
discurso.”35 Hay un lenguaje segundo, un lenguaje otro, que irrumpe con la primera experiencia
del lenguaje justo para situarla fuera del sentido o más allá de la significación en la presencia
desnuda del ser mismo de la palabra; y todo eso ocurre en “ese murmullo sin término que se
llama literatura”.36
No hay otro punto de encuentro mejor que éste, un punto en donde abrevarán dos de los
personajes más extraordinarios del siglo XX: Michel Foucault y de Maurice Blanchot,
concordando en la discernimiento del lenguaje literario como un fenómeno absolutamente ajeno
y distinto a la función comunicativa que se le tiene asignada y cuya particularidad reside en el
pasaje al afuera. Para los dos autores, en ese movimiento hacia el afuera “el lenguaje escapa al
modo de ser del discurso -es decir, a la dinastía de la representación-, y la palabra literaria se
desarrolla a partir de sí misma (...).”37
Ahora tenemos que un poema, por ejemplo, ya no es la palabra que recoge en su

35
Michel Foucault, “Prefacio a la Transgresión”, en Michel Foucault, Entre Filosofía y Literatura. Obras Esenciales,
Vol. I., Paidós, Barcelona, 1999, p., 177.
36
Michel Foucault, “El Lenguaje al Infinito”, en Michel Foucault, Entre Filosofía y Literatura. Obras Esenciales,
Vol. I ., Op. Cit , p. 186.
37
Michel Foucault, “El Pensamiento del Afuera” en Michel Foucault, Entre Filosofía y Literatura. Obras Esenciales
Vol. I . Op. Cit , p. 298.
significación una verdad fundamental. La palabra no habla: “es”, y su ser abruma e interrumpe
desde el espacio literario el lenguaje discursivo desatando todos sus límites y convirtiendo su
relato en un silencio anónimo y sin rostro. Desde esta lente, desde este macroscópico y terrible
hacedor de palabras, el juego de lo Mismo y lo Otro que se expone en la descripción arqueológica
de Las Palabras y las Cosas, respecto a los procesos que han constituido la modernidad y su
pensamiento sobre el hombre, refleja esta distinción entre un lenguaje primero, de carácter
discursivo, y un lenguaje segundo que expresa el ser del lenguaje en la literatura.
Si tan sólo tuviéramos presente el análisis foucaultiano que se extiende en esa obra,
podríamos observar que en el estudio de las diversas reformas y transformaciones epistémicas
siempre se identifica alguna “otra experiencia” que escapa al orden propio del sistema, y que esa
otredad se avista en la administración del lenguaje a sus límites. La literatura es, para ambos
autores, el ejemplo que ilustra la tensión de un límite. Esto pasa y acontece con Don Quijote en
relación al renacimiento, con Sade a propósito de la época clásica, y con Nietzsche, Bataille,
Artaud, o Klossowski frente a la modernidad.38 En cada uno de estos casos la experiencia literaria
aparece ungida y dispensada de una doble pantomima de ruptura y apertura, y la labor de la
escritura se muestra como una tarea decisiva en la que se bosqueja un compromiso ético con la
transformación de la realidad.
Para Foucault, la literatura moderna desequilibra y perturba al sujeto filosófico lanzándose
al ser del lenguaje y, liberando con su heroísmo una palabra que nos muestra que “el lenguaje no
es ni la verdad ni el tiempo, ni la eternidad ni el hombre, sino la forma siempre deshecha del
afuera; pone en comunicación, o mejor dicho, permite ver en el relámpago de su oscilación
indefinida, el origen y la muerte (...)”.39
La lingüística hace aparecer la cuestión del lenguaje en su insistencia y su forma
enigmática y, de este modo, se cruza con la literatura. “Por un camino más largo y mucho más
imprevisto, se es reconducido a este lugar que Nietzsche y Mallarmé habían indicado cuando uno
había preguntado: ¿Quién habla?, y el otro había visto centellear la respuesta en la Palabra
misma. La interrogación sobre lo que es el lenguaje en su ser retoma, una vez más, su tono
imperativo”.40
Al principio hablé del cuadro de Magritte, del libro de Foucault que retoma el cuadro de

38
Cfr., Julián Sauquillo, Michel Foucault, Una Filosofía de la Acción, Op. Cit , p. 147 y 148.
39 Michel Foucault, “El Pensamiento del Afuera”. Op. Cit , p. 319.
40 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, ed., Siglo XXI, México, 2007, p. 394.
Magritte.
En ambos está escrito “Esto no es una pipa”.
Pienso que es una pipa, pero que no es una pipa. ¿Por qué?
Porque decir no es ver.
--Desde entonces, si lo que veo es una pipa, lo que digo necesariamente no es una pipa

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