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El corpus grafico que nos presenta “Paisaje Cordillerano como Territorio de Marca”
evidencia a través de diferentes perspectivas, la “utilidad” que ha tenido la cordillera de los
Andes en la conformación de nuestro imaginario nacional. La imagen; Vaya al Sur de Chile.
Paraíso del Turismo, (Portada revista Dirección General de Informaciones y Extensión
Cultural, Departamento de Turismo, Santiago, 1940 Ilustración de Isaías Cabezón Archivo:
Diseño Nacional) sirve como ejemplificación creativa de expresión turística, que responde a
un motivo más bien político de interés, que como nos menciona Constanza Rodríguez
refuerza el imaginario de identidad nacional, “Una iniciativa respaldada por entidades de
gobierno para promover el creciente turismo en la clase media de nuestro país, la cual se
desplazaba preferentemente utilizando las redes de Ferrocarriles del Estado” ( Rodríguez, C.
2017). Acá la imposición geográfica viene dada por el Estado. La valorización del paisaje
sureño en la sociedad chilena y del turismo nacional, vienen construidas a base de una acción
de poder y un sinfín de relaciones complejas que determinan nuestro actuar, el arraigo de la
añoranza de un paisaje cordillerano de volcanes, ríos, lagos construye nuestro día a día y es
evidencia latente de una construcción tanto nacional como global. Sin darnos cuenta, nuestras
mismas actitudes se enmarcan en un contexto de dominación. Quien en un tiempo pasado
logro imponerse, inevitablemente impondrá en su camino una visión de comprender el
mundo marcado por sus propios intereses, de ahí la búsqueda de representar gráficamente lo
que yo quiero ver, o representar bajo conveniencias ciertas tierras o imágenes para evocar
sensaciones. Enrique Vergara nos señala: “La iconografía del paisaje constituye un referente
elocuente para dar cuenta del espacio común de una determinada comunidad, y es justamente
a partir de estos referentes que se escriben las historias que le dan cohesión” (Vergara, E.
a significación antecede al mismo espacio.
2017). L
No es coincidencia que esta selección iconográfica de los Andes contenga en su mayoría
avisos publicitarios o catálogos relacionados a un producto, donde la Cordillera poco y nada
tenía que ver con lo mostrado en un sentido estricto. La Cordillera se instala en las imágenes
como complemento, que en unión con la intencionalidad del autor enmarcan un significado
que llega inconscientemente al lector-comprador. Andina Pintura en Pasta Ultramar (Etiqueta
producto Santiago, 1955 Archivo: Instituto Nacional de Propiedad Industrial) Paulina
Ahumada resalta el sentido de nación, a través del juego de diferentes símbolos, “La palabra
ANDINA levanta, como si fuera una placa tectónica, unos montes puntudos y nevados. Y por
debajo, con un azul profundo de “ultramar” aparece ese mar que tranquilo te baña”.
(Ahumada, P. 2017)
¿Qué es la Cordillera para nosotros chilenos? De seguro podemos afirmar que al menos no
pasa desapercibida. Todos tenemos la imagen de una Cordillera nevada, camuflada por las
nubes, donde sale el sol, o hermosas postales del arrebol junto al macizo de fondo, y un sinfín
de imágenes que llegan a nuestra mente ¿Pero cuantas de estas imágenes han sido realmente
vistas bajo nuestros propios lentes? ¿No es más común ver la Cordillera apenas asomada bajo
nubes de smog? ¿No es más común perder de vista la Cordillera bajo concretos edificios?
¿No es más común ver una simple frontera? ¿No es más común siquiera poder verla? La
realidad y relación de la mayoría de los chilenos con la Cordillera de los Andes es muy
distinta a las que se presenta en nuestros imaginarios, poco y nada conocemos de la verdadera
Cordillera, asociamos y humanizamos su imagen en pos de nuestras prácticas y costumbres;
ya sea asociándola a fronteras naturales, a paisajismo, zona de esquí-nieve, etc. ¿Qué
conciencia tiene la cordillera de sus representaciones? ¿Cuándo le pedimos permiso a nuestro
macizo para utilizarlo? ¿Nos exigió derechos de autor? La Cordillera esta desde hace muchos
años antes que nosotros chilenos, incluso antes de los nativos americanos, que también le
dieron su significación. En este caso la imagen de la Cordillera está fuertemente marcada por
la visión santiaguina, centralizada y sesgada, la Cordillera ha servido a la creación de nuestro
territorio. El tener una vista privilegiada hacia la Cordillera, instalación de ventanas, o el
deseo de poder una terraza con vista al macizo son parte de una amplia toma de decisiones
informadas por un imaginario, y que demuestran como símbolos y representaciones externas
y ficticias son capaces de determinar espacios concretos.
Cuando la ficción supera a la realidad, frase cliché aplicable tanto al cine como a la geografía,
resulta extracto de lo expuesto. En el caso de “Paisaje Cordillerano como Territorio de
Marca” la Cordillera se evidencia como herramienta de utilidad tanto publicitaria, como de
carácter nacionalista para resaltar y evocar sensaciones en el que lo ve. Esto construye
imágenes inconscientes en el imaginario de las personas, que determinan en una especie de
difuso efecto domino a través del tiempo, actitudes y relaciones que enmarcan nuestro
espacio. El acto creativo de transformar tanto símbolos o imágenes (ya sean; una cordillera,
un lago, un mapa, una cartografía) en actitudes y costumbres no está determinado al azar, que
se imponga un modo de ver sobre otro conllevara un acto de poder, poder creativo que
tendrán (o tuvieron) privilegiados grupos, o afortunados individuos que estuvieron en el
tiempo histórico indicado, o que abarcan gran cantidad de influencia ya sean; Estados,
multinacionales, asociaciones, etc. La geografía es también ejemplo de esta construcción,
ciencia nombrada en la antigua Grecia, transformada para y hacia la exploración y
materialización de conocimientos, víctima de importantes giros teóricos, es ahora consciente
de su propia construcción. El poder nos engaña, creemos visualizarlo y palparlo, pero poco lo
asociamos a nuestras propias conductas, resulta extraño disgregar nuestro espacio y verlo
como algo no propio, algo determinado, ¿Pero a quien debemos temer? ¿Si no somos
nosotros los que damos significado a nuestras relaciones, quien lo hace por nosotros? Claro
está que sí jugamos un papel fundamental en nuestra construcción, y que si podemos cambiar
y moldear nuestras costumbres espaciales, por lo que no debemos caer en un fatalismo
determinista como bien decía Capel, pero de la mano de un progreso deberemos ser capaces,
al igual que la geografía, de ampliar nuestra mirada a horizontes más allá de los que creemos
propios, de ver la superposiciones de imposiciones durante la historia, y cuestionarnos que
tan propia es nuestra identidad ¿Sera que los imaginarios tienen incluso más poder que
nosotros?
Bibliografía.
Capel, H. (2016), “Filosofía y Ciencia en la Geografía, siglos XVI-XXI”, Investigaciones
Geográficas, Boletín, núm. 89, Instituto de Geografía, UNAM, México, pp. 5-22,
dx.doi.org/10.14350/rig.51371