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ÉTICA DEL DISCURSO

UNA ETICA TRASCENDENTAL

Los creadores de esta ética, Apel y Habermas, la presentan como una prolongación
de la ética de la razón de Kant, y que nace para oponerse a todo el cientifismo
dominante en el contexto histórico de esta ética.

La ética del discurso se vale del método trascendental, que consiste en la


identificación de las condiciones de posibilidad de algún hecho previamente
descrito, que en este caso serán los actos del habla. En estos actos hay implícitas
estas pretensiones de validez:

1- Inteligibilidad: lo que decimos es entendido por el que nos oye.

2- Sinceridad: lo que decimos es lo que realmente pensamos.

3- Verdad: lo que decimos es verdad, ceñido a los hechos objetivos.

4- Corrección: lo que decimos es conforme a las reglas intersubjetivas.

Quien formula implícitamente pretensiones como las mencionadas se compromete


a justificarlas si fuese necesario, aclarando el sentido de las afirmaciones. Este
proceso es posible en el marco de un diálogo en el que cada cual reconoce la
condición personal y racional de sus interlocutores y busca el entendimiento con
ellos. De aquí que se presuponga una “situación ideal del habla”, en la que se da un
tiempo ilimitado, un diálogo abierto que obedezca a la fuerza de los argumentos y
no a otras cosas, en la que todo el mundo implicado tiene la palabra. Este diálogo
recibe el nombre de “discurso”. Evidentemente, esto nunca se cumple, pero
Habermas dice que es importante tener este horizonte en mente para poder hacer
un discurso lo más parecido posible.

El principio kantiano de universalización es reformulado así: “Toda norma válida


habrá de satisfacer la condición de que las consecuencias que se sigan de su
acatamiento universal puedan ser aceptadas por todos, y ser mejores que otras
propuestas”. De esta reformulación se sigue este principio moral: “Sólo pueden
tener validez las normas que son aceptadas por todos los afectados”.

COMPARACION CON LA ETICA KANTIANA


Puntos en común:

1) Ambas son “éticas de la razón”.

2) La universal validez de las normas está garantizada porque el discurso no


acaba hasta que haya un consenso.

3) Hace justicia a la idea kantiana de dignidad de las personas y a la autonomía


moral, ya que reconoce el derecho de todo ser humano a participar de la discusión
y sostiene que ese discurso racional es la única fuente normativa legítima.

4) La ética discursiva no formula normas directas, sino que remite a un


procedimiento (en este caso, el discursivo) para su identificación.

5) Ambas éticas se ocupan del deber.

6) Ambas doctrinas rechazan toda forma de dogmatismo o paternalismo.

Diferencias:

1) El uso monológico de la razón práctica es sustituido por el uso dialógico de


esta facultad. Kant sostiene que el imperativo categórico puede y debe ser asumido
por cualquiera, mientras que la ética del discurso sostiene que la razón es
constitutivamente dialógica y por ello remite a un discurso interpersonal.

2) La teoría consensual de la verdad es ajena al sistema kantiano. Son los propios


afectados por la norma quienes han de erigirse en legítimos intérpretes de sus
intereses. Afirmar que una norma es válida equivale a decir que todos los afectados
por la norma se mostrarán conformes con ella si tuvieran ocasión de participar en
un diálogo libre de coacción.

3) Kant proscribe cualquier tipo de consideraciones sobre una acción, mientras


que esta ética toma en consideración las consecuencias previsibles.

ACCION ESTRATEGICA Y ACCION COMUNICATIVA.

La ética del discurso nos brinda un procedimiento racional para comprobar la validez
de las normas, pero ¿está obligado realmente el poderoso a hacerle caso a los
débiles afectados por una norma? (ejemplos de Tucídides etc…)

Los fundadores de la ética del discurso han puesto especial cuidado en la


elaboración de una teoría de la acción social que escape de la objeción griega (que
sólo tienen sentido las objeciones cuando hay paridad de fuerzas). Habermas
distingue entre dos tipos de acciones:

1. Acción natural-teleológica: consiste en la persecución de fines para los que


previamente se han calculado los medios adecuados. Tiene dos clases:
1. Instrumental: se vale de procedimientos técnicos basados en las predicciones
que nos dan los saberes empíricos, como por ejemplo la construcción de un
puente.
2. Estratégica: es la que se da en el contexto de la lucha de intereses, como por
ejemplo en un regateo en el mercado.
2. Acción comunicativa: se caracteriza por buscar el entendimiento entre varias
personas acerca de la legitimidad de sus respectivas pretensiones.

Habermas se esforzará por mostrar la irreductibilidad de la acción comunicativa a


acción estratégica y la prioridad de la primera sobre la segunda. Si es verdad que
la primera presupone la formulación de cuatro “pretensiones de validez” y la
anticipación de la “situación ideal de habla”, la acción estratégica no cuenta con
estos supuestos.

Aun así, no basta con mostrar la diferencia entre los dos tipos de acción, sino que
también hay que mostrar que las reglas de la racionalidad comunicativa son
realmente vinculantes y que, por tanto, el uso de la acción estratégica ha de estar
restringido por ellas (prioridad).

PSICOLOGÍA E HISTORIA

Habermas distingue cuatro instancias en la evolución psicológico-histórica de la


conciencia moral. La Historia es para Habermas un proceso de racionalización, o
sea, creciente implantación institucional del proceso discursivo.

1) Etapa de sociedades rudimentarias y civilizaciones arcaicas: la identidad de


los miembros se alimenta de relatos míticos. La legitimación de las normas de
conducta se basa en los mitos.

2) Etapa de las civilizaciones desarrolladas: con el paso del mito al logos, la


cosmovisión mítica es reemplazada por una imagen del mundo con contenido,
justificada mediante argumentos y no narraciones.

3) Primera modernidad: nacimiento e institucionalización de las ciencias


modernas, se abandona a la metafísica en materia de moral y se buscan
procedimientos de legitimación de las normas puramente formales.
4) Capitalismo tardío: se distingue de la anterior porque la razón se concibe como
dialógica, y la legitimación de las normas será de naturaleza procedimental: solo se
reconoce la validez de las normas emanadas del diálogo.

Esta reconstrucción pretende tener fuerza normativa: si cada estadio de la Historia


supone un avance, entonces estamos obligados a evitar una regresión o un
estancamiento en el futuro. Aquí llegamos a la discrepancia entre los dos
fundadores de la ética discursiva: Habermas sostiene que la “pragmática universal”
por él elaborada se limita a sacar a la luz las condiciones normativas a que de hecho
se somete todo acto de habla implícitamente. En consecuencia, niega la posibilidad
de una fundamentación filosófica última del principio moral. Como la confirmación
que los saberes empíricos es también falible, a Habermas esta fundamentación le
parece inalcanzable.

Apel, por su parte, afirma que su “pragmática trascendental” proporciona una


fundamentación última e incontrovertible del principio que ordena resolver
discursivamente los conflictos de intereses. Para mostrarlo, recurre al concepto de
“auntocontradicción preformativa”: incurre en ella quien se niega a apelar al discurso
como instancia para dirimir discrepancias, ya que esta apelación ya está incoada en
todo acto de habla.

A la ética del discurso se le ha tachado de utópica, pero Apel dice que ha de


funcionar como “ideal regulador” (perseguirlo, ya he hablado antes de esto un poco
más arriba)

CRITICAS A LA ETICA DISCURSIVA

Si tradicionalmente se ha pensado que la verdad es lógicamente previa al consenso,


y que por eso mismo lo suscita, la ética discursiva dice que el consenso es el que
determina la verdad.

Las características del consenso lo inhabilitan como criterio de la verdad práctica


por varias razones:

1) Las condiciones ideales de las que se habla no se dan nunca ¿para qué nos
sirve una teoría que simplemente describe las condiciones para hallar respuesta a
las cuestiones prácticas, que encima están siempre ausentes?

2) Aunque las condiciones se dieran, no ayudaría, ya que una de ellas es tener


tiempo indefinido. Las víctimas de una injusticia, por ejemplo, no pueden aguardar
para siempre el veredicto reparador. Dado que no podemos poner límites ni a la
participación ni al número de argumentos, el más elemental sentido de
responsabilidad nos haría acabar el diálogo sin haber llegado a un acuerdo.
A estas objeciones contesta la ética del discurso invitándonos a hacer un
experimento mental para anticiparnos al resultado al que llevaría el discurso. Esto
no tiene manera de hacerse, porque el discurso tiene por finalidad depurar intereses
particulares hasta alcanzar los universales. Pero como los intereses universales no
lo son de acuerdo a una “naturaleza humana” o a “una intuición esencial de valor”,
sino que aparecen mediante el discurso, no existe un criterio externo que nos
permita anticipar el resultado de dicho discurso.

Otro aspecto problemático es que muchos de los afectados por la vigencia de una
norma no pueden participar en la discusión que habría de aceptarla o no
(retrasados, enfermos, bebés…). Para ello habría que hablar en representación de
ellos, figurándose su interés, pero esto es imposible al carecer de una naturaleza
humana. En definitiva, el que represente a esta gente se acaba representando a sí
mismo.

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