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Orden Pétreo

¿Qué tiene que decir la modernidad a nosotros los contemporáneos? Y más importante aún ¿Nos
detendremos a escuchar antes de que los tiempos demenciales de la contemporaneidad nos tiren
al fondo de la barranca de la historia? Estas preguntas alcanzan al espectador de las obras de
Marco como una bala a un neumático; fuerzan el ojo a frenar y sumergen al espectador en la
lentitud del tiempo melancólico con el que se erigen los pilares que sustentan la torre de Babel.

La pintura abstracta es bautizada en la fuente de la adversidad; la renuncia a la figuración implica


siempre enfrentarse al animal del color y al suelo del lienzo con el mismo terror y veneración con
la que el hombre de las cavernas se enfrentaba a las fieras de la prehistoria, con la medida del que
a base de lapidaciones aprende a alzar su hogar en medio de la nada.

Marcos es adversario de sus lienzos; no, él no odia el lienzo, no busca matar o dominar con su
voluntad al lienzo; en la extensión de sus pinceladas se hace evidente que el fin de la adversidad es
la formación del sujeto a partir del reconocimiento de su fuerza. En cada una de sus pinturas existe
un momento anterior a la confrontación con la desnudez hebefrénica del espacio en blanco que
permite una familiarización con cada uno de los elementos de lo que será la obra (desde la
elaboración del bastidor a la preparación y contemplación esmerada de cada una de las
particularidades de la tela en la que pintará); Marcos y su obra son como los niños que crecen
juntos midiendo sus fuerzas por medio del pugilismo amateur, esos niños que se prueban en el
forcejeo hasta que un día la adolescencia los entrega a la forma final de sus cuerpos. Cuando ese
día llega y ambos niños miran sus ojos como si se vieran al espejo, la pintura al fin es pintura,
Marco llega a ser Marco.

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