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Hay que entender que concebir la vida en un relevo generacional desde finales de la década
de 1970 resulta complejo, dado que las tensiones sociales, políticas y contraculturales,
sumado con los exponenciales avances de la comunicación a través de las tecnologías,
empezaron a configurar, casi de una manera imperante, las diversas percepciones del
individuo en un mundo más conectado, más libre y más informado; donde no solo se
hablaba de inclusión; sino de diversidad, claramente con los sesgos culturales y temporales
que estos implicaron. En un mundo que cada vez avanzaba más compactos, y cercano a la
irrupción de la globalización y el libre flujo de comercio internacional, era necesario
redefinir lo que hacía décadas atrás no era otra cosa que una batalla por el reconocimiento
cultural, étnico y social, que a la postre definirían los individuos que formarían parte de un
relevo social, que en la caída del muro de Berlín daría inicio a una sociedad sin
“divisiones”.
En ese orden, podríamos decir que las individualidades durante los acontecimientos de las
primeras décadas del siglo XX, fluctuando las dos guerras mundiales, hicieron de parte
aguas para poder encontrar el reconocimiento social de algunos sectores, haciendo, de
alguna manera, alarde de unas individualidades marcadas por la necesidad del
reconocimiento o la no limitación de las condiciones por las relaciones de poder (como bien
podría ser el ejemplo de la comunidades afro en diversos países de América, en especial en
Estados Unidos). Las individualidades, de ese modo, no eran otras que la certificación de
una identidad social, establecida o aceptada (para el caso de algunas comunidades
indígenas despojadas de su cultura para encajar en un modelo social, que implicaba algunas
individualidades más homogéneas), sumado también a lo que este individuo construía
alrededor de un determinado número de actividades e interacciones personales, que
delimitaban un accionar de construcción, en muchos caso única, de una identidad social y
cultural; que encontraba una razón de ser, o encuentra una razón de ser en el
reconocimiento dentro de la nueva manera de comprender el mundo, que es a través de la
información.
Podría concluirse de todo esto, que de algún modo el individuo se ha deconstruido, desde el
siglo pasado, en sus interacciones con el reconocimiento social y cultural, todo gracias a la
información; esta suministrada con los medios masivos de comunicación, que de a poco
han calado en las formas de reconocimiento, al punto de hacer más cercanos los sucesos y
su causas de fondo; pudiendo así relacionar y relacionarnos más allá de las barreras que
anteriormente se presentaban, y fortaleciendo constantemente la formación de sistemas
culturales que formen al individuo para el mundo y sus implicaciones.