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A pesar de que el ser humano ha trabajado con metales durante siglos, en la historia del
uso de las estructuras metálicas existieron dos acontecimientos que impulsaron enormemente
su implementación en diversas facetas de la vida del ser humano. Esos dos acontecimientos
fueron: el descubrimiento del acero como material de singular resistencia y el uso de la
soldadura como método de unión de los elementos de acero.
La unión de partes de herramientas en esos inicios era hecha entre diferentes materiales,
porque la unión metal con metal de forma eficiente seguía sin resolverse, el ser humano era
incapaz de unir piezas metálicas entre sí para poder obtener algo de mayor tamaño o más
complejo.
El acero comenzó extensamente a usarse por sus grandes ventajas como material
estructural. Su alta resistencia, ductilidad, tenacidad y elasticidad y lo hacían un material ligero
y con la capacidad de resistir grandes cargas sin incurrir en fallas frágiles, y a diferencia del
hierro, su resistencia a tracción era enorme. A partir del nacimiento del acero como material
de uso común en construcciones se daría la primera revolución tecnológica de las estructuras
metálicas. Pues si bien, otros materiales como el aluminio eran mucho más ligeros, tenían una
relación de resistencia/costo inconveniente para tener funciones estructurales.
Con el paso de los años las desventajas de los remaches calientes serían disminuidas por
el uso de los pernos y tornillos pretensados. La unión mejoraba debido a que ese elemento que
constaba de un cilindro roscado terminado en una cabeza hexagonal y que se apretaba a
voluntad por medio de una arandela y una tuerca, disminuía el riesgo de trabajar con altas
temperaturas y permitía una unión desmontable. Sin embargo, para lograr la unión se tenían
que superponer las piezas a unir (una encima de otra), y no podía haber una eficiente unión a
tope sin el uso de muchas perforaciones y varias láminas adicionales.
Entre otras desventajas que tenían y siguen teniendo los pernos están:
La junta a unir se debilita debido a que hay que hacer perforaciones en las piezas a unir,
especialmente sensible cuando se trata de láminas o platinas delgadas.
Es bastante difícil garantizar uniones herméticas para la contención de líquidos y gases.
Trae consigo concentraciones de esfuerzos en los puntos de unión.
Con el paso del tiempo se pueden aflojar ante cargas dinámicas.
Está latente la posibilidad de corrosión si no se hace una unión correcta de metales
entre los que se van a unir y el mismo perno.
Así estaría limitado el uso del acero por las formas poco rápidas y prácticas de unir piezas.
Cuando comenzaron a usarse electrodos para soldar, los primeros eran alambres de
hierro totalmente desnudos, que producían soldaduras frágiles y débiles, con la posibilidad
frecuente de sobrecalentar el metal de aporte, donde no se cumpliría el principio que la
conexión debería ser más resistente y dúctil que las piezas a unir.
Pasarían varios años y paradógicamente la historia daría fe que muchos de los avances y
revoluciones tecnológicas importantes ocurrirían por la necesidad de ser lo más eficiente
posible en situaciones lamentables, como son las guerras.
Durante las dos guerras, las pérdidas y daños en equipos y piezas de acero fue
abrumadora, por lo que se tenían que innovar en métodos que permitieran no solo en taller,
sino en campo poder producir soluciones rápidas y eficientes: soldar en el campo de batalla y
a gran velocidad para poder reparar en el mismo escenario fisuras, grietas y fallas de piezas
importantes.
Si durante la primera gran guerra los británicos hicieron un estándar la soldadura con
arco eléctrico, los alemanes la hicieron reina, no solo usándola para unir piezas de maquinaria
de guerra terrestre, sino que se atrevieron a usarla en el fuselaje de sus aviones.
En 1932 comenzó a usarse material fundente protector en el camino del cordón, el calor
del arco era el que fundía y descomponía el fundente, con lo que se propiciaba una escoria y
atmósfera protectora idónea, superando la calidad de la soldadura a gas.
Para 1948 ya se empezó a contar con soldadura de arco metálico con gas, que permitía la
soldadura rápida de materiales no ferrosos. Y para 1950 era desarrollada la soldadura de arco
metálico protegido que usaba un fundente de electrodo consumible cubierto, siendo luego el
proceso de soldadura por arco metálico más popular.
En los últimos años los desarrollos tecnológicos en soldadura se han centrado en aplicar
la informática y la microelectrónica, para conseguir con ello un control perfecto del arco, así
como de los parámetros involucrados en el proceso de soldadura. Además de la aparición de
nuevos procesos, se consigue la ampliación del campo de aplicación de los ya utilizados en
nuevos materiales no metálicos y en aleaciones metálicas que hasta ahora no se consideraban
soldables. Además se ha conseguido un gran avance en automatización, mecanización,
robotización y control de procesos.
Antonio J. León R.