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Jean Clavreul
Traducción: A. Sampson
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Tomado de La Psychanalyse Nº 5, París, Presses Universitaires de France, 1959.
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lenguaje común, ya que es preciso promulgar leyes de excepción para
él, pero, al mismo tiempo, no es tan loco como para ser declarado
inimputable.
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I. – EL NARCISISMO DEL ALCOHÓLICO
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Pero, ¿si, por lo contrario, bebe? Todo se borra. El pasado así como el
futuro desaparecen para dejar lugar a una sensación de plenitud en la
que los pesares y los remordimientos no caben. Él podrá con total
tranquilidad hacerse admirar por los demás o, por lo menos, hacerse
temer. Apurada toda vergüenza, encuentra un simulacro de dignidad.
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En efecto, la decisión de no beber nunca más, la cura de
desintoxicación, ¿es otra cosa distinta a una retirada estratégica
impuesta por las circunstancias? En ella vemos al enfermo abandonar
sus razones para someterse a la Razón, la de los otros. Lo vemos pura
y simplemente renegarse de un comportamiento cuyo sentido no
puede sino escaparle, ya que ha decidido por anticipado que
renunciará a él. Tristemente, va aún más lejos hablándonos de su
ceguera anterior. Quizá vaya hasta hacer una confesión pública en la
que los últimos restos de su historia individual se perderán en la gran
historia moralizante de los alcohólicos regenerados. Tal vez incluso irá
a engrosar la multitud de bebedores arrepentidos en una de esas
asociaciones la más importante de las cuales, bajo el nombre tan bien
escogido de “Alcohólicos Anónimos”, propone claramente un programa
de renunciación a toda personalidad.
Por lo demás, ¿qué valor tiene esta cura que puede ser anulada en
cualquier momento, con el primer vaso de vino encontrado? ¿Con la
primera duda caída del cielo sin nubes de las certidumbres sobre la
virtud de la abstinencia?
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La ausencia de tiempo es ausencia de un destino, y es también
ausencia de la muerte. Por tanto, la angustia experimentada por el
alcohólico no puede relacionarse con la angustia de castración ni con la
angustia de la muerte, sino con aquello que la Dra. Favez-Boutonnier
ha descrito bajo el nombre de “angustia de anonadación”. En efecto,
no es la muerte lo que el sujeto teme en la incapacidad en que se halla
de pensarse “acabado”. Forma parte como partícula de un mundo en
que él es incapaz de pensarse como partícula. Ebrio, él es Todo y el
Mundo no es Nada. Sobrio, él no es Nada, ni siquiera una partícula. El
final de su aventura, entonces, no puede ser una muerte que nos
dejaría al menos un recuerdo, sino más bien una anonadación que
corresponde a aquella imagen de “cuerpo fragmentado” en la que se
pierde.
Así, el conflicto entre las dos identificaciones – con el “yo ideal” y con
el “ideal del yo” – se encuentra objetivado en la alternativa de la
intemperancia y de la abstinencia.
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posibilidad de una solución intermedia, resultante de una transacción o
de una ambigüedad, lo que ha permitido hablar del “yo débil” del
alcohólico. Parece más provechoso y más comprensible decir que el
alcohólico oscila entre estas dos identificaciones, con el “yo ideal” o
con el “ideal del yo”, y se sobreentiende, entonces, que el sujeto
experimentará una dificultad particular para conservar cierta distancia
con respecto a estas dos instancias, pero también una satisfacción
electiva en la identificación misma con la una o la otra de estas dos
imágenes. Solución eminentemente coja, y es muy cierto que los
alcohólicos no renuncian verdaderamente a la intemperancia sino con
la condición de darse la satisfacción narcisista de ser los campeones de
la abstinencia, los modelos de la redención, convalecientes ejemplares,
incluso los héroes de la lucha contra el alcoholismo. Lo cual es una
manera de encontrar en otra parte ese “yo ideal” con el cual habían
renunciado a reunirse en la embriaguez.
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En fin, al hacernos los abogados de la abstinencia, al hacer entender al
sujeto que la solución de sus conflictos depende de una decisión que
después de todo es muy sencilla, no hacemos otra cosa que proponer
un nuevo objetivo a su “ideal del yo”, pero dejamos a éste igualmente
exigente y tiránico.
Aquí, todo se presenta bajo una forma negativa, y no tenemos por qué
asombrarnos de ello, puesto que permanecemos prisioneros del juego
de forcejeo y de seducción entre las diferentes imágenes que se
sobreponen, de la relación especular misma en la que el enfermo, con
toda claridad, se complace y se desplace, sin lograr escapar a ello. Lo
más precioso que habremos observado es la fuerza cautivante de un
imaginario todopoderoso, fuerza lo suficientemente fascinante como
para hacer imposible con los demás toda relación que no sea de
imaginario a imaginario.
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a lo máximo digno de ser analizado de pasada, como se es llevado a
hacerlo ocasionalmente en el curso de la cura de una neurosis.
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Aquí adopto los términos del comentario de Lacan.
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La repetición y el juego de presencia y ausencia efectivamente se dan
y no nos equivocaremos al respecto, aunque el objeto escondido sea al
mismo tiempo el sujeto que se esconde.
El alcohólico jamás viene solo; se hace preceder por una carta, por
una llamada telefónica, incluso por una visita previa de algún miembro
de su familia, con el fin de que estemos en guardia contra sus
mentiras. Por lo menos, se hace acompañar de su mujer quien
siempre toma la iniciativa de hablar.
Y ella, ¿qué hace durante este tiempo? Ella intenta la fuerza, intenta la
dulzura, intenta tomarlo por todos los medios. Pero no hay nada que
hacer; mientras más lo toca, más lo excita. Mirarlo simplemente
aumenta su excitación. Después de un tiempo, al borde de un ataque
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de nervios, ella se desploma, llora. Lo cual exacerba aún más su
excitación.
Este relato admite variantes. Otras veces pasa todo entre hombres, y
cuando llegan las mujeres es la desbandada. Y, en otros casos, es sólo
lejos de las miradas, en la soledad, donde esta operación parece
poderse efectuar.
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faltó poco para creer que detrás de la hoja de parra era el falo lo que
ella quería designar. ¿Por qué no? Pero, ¿por qué no otra imagen
cualquiera? ¿Por qué no un barco que retorna al puerto hinchadas las
velas? ¿Por qué no un bebé tomando tetero? ¿O qué sé yo?
Pero, hay más en esta negación que un simple juego en el que nuestro
diagnóstico halla su confirmación. Al mismo tiempo que un endoso que
certifica el decir de su esposa, esta negación constituye un mentís e
instituye el esbozo de una relación más dialéctica.
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puede acordar o rehusar a aquello que uno piensa y a aquello que él
mismo piensa que es. Porque, después de todo, se puede hacer lo que
se quiera con estas imágenes.
Negación y simbolización
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Mediante la embriaguez, nuestro alcohólico dispone de la misma
posibilidad de crear un símbolo de negación para poner sobre las
imágenes que él no desea soportar más. Podemos captar este proceso
en la obra de un alcohólico, Alfred Jarry. En efecto, ¿en qué consiste la
pareja del Padre y de la Madre Ubú, sino de dos personajes demasiado
brutales, odiosos, maliciosos como para no volverse grotescos,
ridículos y finalmente, quizá, enternecedores? Al autor le basta con
hacer matar a muchas personas, demasiadas personas, para que la
tragedia se convierta en farsa. Por lo demás, ¿no se nos dice
finalmente que se trata de vivir semejante drama con la única finalidad
de tener una buena historia para contar cuando vuelvan a Francia?
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La anécdota, lo pintoresco e incluso la banalidad de una historia de
alcohólico pueden interesarnos por la única razón de que allí creemos
hallar la clave de la situación. Ahora bien, allí no hallaremos nada. O
más bien, lo que hallamos es una notable ausencia que significa lo
mismo que “Sin palabras” que el caricaturista a veces pone debajo de
su dibujo cuando quiere señalar a nuestra torpeza que es en el dibujo
donde se encuentran las palabras.
Problemas nosológicos
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ese diagnóstico de perversión podría dar cuenta de esa oscilación, de
ese vaivén de un mundo de imágenes que, a nuestro juicio, la
repetición de borracheras tiene como finalidad precisamente impugnar.
Alcoholismo e histeria
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que la muerte, siempre presente, siempre temida, debe ser
transfigurada 3.
Alcoholismo y psicosis
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Para este pasaje, rogamos al lector remitirse al trabajo de O. Mannoni publicado en
este mismo número, “Le Théâtre de point de vue de l’imaginaire”.
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La analogía entre las dos alienaciones (la del alcohólico y la del
paranoico) tiene una gran importancia teórica y práctica, y no cabe la
menor duda de que Serge Leclaire estuvo particularmente bien
inspirado al referirse a la amnesia de la embriaguez para evocar
aquello que puede ocurrir a un episodio real afectado por la forclusión
y que después resurge bajo la forma de un delirio.
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Problemas propios del alcoholismo
A decir verdad, no es una respuesta la que él da, sino dos: una que es
la de su delirio favorito durante la borrachera, la otra es la
impugnación del alcohol cuando está sobrio.
Así, cada relato, marcado por una virtualidad, queda afectado siempre
por un signo que podríamos intentar denominar: punto de
interrogación quizá, punto de ironía más bien, pero ciertamente no un
punto aparte. Es en esto en lo que el alcoholismo se distingue
inequívocamente de la psicosis.
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Pero, éste no es el verdadero problema. El alcohólico, al interrogarse a
sí mismo, piensa en su padre, en un padre que no es necesariamente
él también alcohólico, pero si piensa en él es a través de su madre, y
entonces podría formularse esta pregunta: “¿qué es mi padre para mi
madre?”. O mejor aún: “¿quién es mi madre para juzgar a mi padre
así?”.
¿Es su padre aquel que gana el dinero, que hace el papel de macho
reproductor, pero que, totalmente alienado por las obligaciones
materiales, por el embrutecimiento del alcoholismo, o por alguna otra
tara, imperdonable a los ojos de la madre, ha quedado excluido de la
vida del hogar, ha perdido todo derecho a la palabra? O bien, ¿es la
madre la que, sentando un juicio muy apresurado (el mismo que el
médico es tentado de sentar), ha excluido de su vida al hombre que,
no obstante, era realmente su marido?
Problemas terapéuticos
Desde este momento, todo queda listo para las frases de cajón.
Diremos que el alcohol le hace hacer bobadas; diremos que no sabe
defenderse de él. En breve, le diremos que no accederá a la condición
de un ser humano digno de ese nombre sino mediante la intervención
de nuestra ciencia: será lo que haremos de él.
Por lo demás, es una evidencia flagrante que los alcohólicos son como
se los han vuelto y, si eso ya no se reconoce, debe ser porque de ello
se saca provecho.
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“Merdecin”, el neologismo de Jarry, en lugar del habitual “médecin” (médico),
incluye, efectivamente, “mère” (madre) y “sein” (pecho), N. del T.
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No obstante, Jellinek ha observado que el alcoholismo asume formas
tan diferentes de un país a otro, de una época a otra que sería
irreconocible si no encontráramos en el uso y abuso del alcohol una
dimensión común. Igualmente, Fouquet ha señalado que el
alcoholismo parece ser una enfermedad totalmente diferente para
cada observador.
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abundante material en el que el principal personaje será la Muerte.
Porque si el alcohol ya no está allí para matar a la mujer, a la madre,
será preciso que nuestro paciente la tome a su cargo.
CONCLUSIÓN
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de una el vino que se le acababa de servir. Como éste, sorprendido, le
preguntó qué había que hacer si no beberlo, Balzac explicó: “caballero,
uno lo aspira”. El huésped lo hizo, antes de intentar beberlo de nuevo.
Indignado, Balzac lo detuvo otra vez, provocando una nueva pregunta
de nuestro hombre: “entonces, ¿qué hay que hacer ahora?”. “Pues
caballero”, respondió Balzac, “uno lo comenta”.
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