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CARACTERÍSTICAS DEL TEATRO COMO GÉNERO LITERARIO

Según el DRAE, la dramática es el “género literario al que pertenecen las obras destinadas a la representación
escénica, cuyo argumento se desarrolla de modo exclusivo mediante la acción y el lenguaje directo de los
personajes, por lo común dialogado”. A diferencia de la narrativa, el teatro tiene que contar una historia en un lapso
no demasiado largo, y además debe hacerlo manteniendo vivo el interés del público. Por ello, en el teatro prima
sobre todo la acción, el conflicto, expresado a través de la palabra y el gesto de los personajes. El drama combina
palabra y elementos espectaculares.

El teatro es, pues, una manifestación artística compleja, suma de texto literario y elementos escénicos. Así, aunque
el teatro pueda ser leído, el único lugar en el que el drama existe plenamente es en el escenario teatral. El teatro
conjuga texto y espectáculo, y ambas facetas son estudiadas. La parte literaria suele designarse con el
término dramaturgia; los elementos relativos a la puesta en escena se engloban bajo el concepto de escenificación.

LA ACCIÓN TEATRAL

La acción teatral viene determinada por tres elementos básicos: la palabra, el tiempo y los personajes.

La palabra

En el teatro, toda la acción verbal del drama es dialéctica, es decir, dialogada. Presenta un conflicto, una tensión
entre los personajes que se resuelve con las limitaciones del espacio y del derroche del diálogo, redundando en una
mayor intensidad y carga significativa.

Existen varias formas de organizar y presentar la palabra en la escena. La más habitual es el diálogo entre dos
personajes. Por lo general, un diálogo de intervenciones breves y encadenadas suscitará en el espectador mayor
sensación de dinamismo, mientras que las intervenciones más extensas suelen desacelerar la escena y aportan mayor
información y reflexión.

Un recurso teatral típico es el monólogo, el parlamento que un personaje pronuncia para sí mismo, sin más testigos
que el público. El más famoso monólogo teatral es el de Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca. El
monólogo resulta un modo eficaz de presentar los pensamientos y sentimientos de un personaje concreto, una forma
de definir con rapidez y efectividad su caracterización.

Otro recurso dramático de gran rendimiento es el aparte, es decir, las palabras que un personaje dice para el
público aparentando que otros personajes que están en escena no lo oyen.

El tiempo

Una diferencia fundamental entre el drama y la narración estriba en el tratamiento dado al tiempo. El tiempo
teatral es siempre un tiempo concentrado porque la representación transcurre en un tiempo real, ante los ojos del
espectador.

La misma compartimentación de la obra teatral en actos (o jornadas, como también se los llamaba en el Siglo de
Oro) es una forma de ordenar y facilitar el paso del tiempo. Cada acto tiende a suceder a lo largo de un tiempo lineal.
Entre el final de un acto y el inicio de otro suele transcurrir un lapso temporal; ese tiempo que no se representa
resulta imprescindible para el avance de la acción.

El número de actos de las obras teatrales ha variado a lo largo de la historia. La preceptiva clásica prefería los cinco
actos, mientras que el teatro áureo español tendió masivamente a las tres jornadas que repartían la acción en:
presentación, nudo y desenlace.

Este elemento nos lleva a las unidades clásicas: la concentración temporal y espacial del teatro, el hecho de que la
obra deba transcurrir ante un público, en un aquí y ahora, explica la importancia histórica del llamado modelo de las
tres unidades dramáticas.
Esta caracterización se remonta a Aristóteles y consiste en una serie de normas muy sencillas para evitar la
dispersión del tiempo, el espacio y la acción. Los hechos presentados en el drama solo pueden desarrollarse a lo largo
de un día (unidad de tiempo), en un mismo espacio (unidad de lugar) y no pueden disgregarse en episodios
secundarios (unidad de acción).

La observación de las tres unidades dramáticas es una apuesta por la ilusión de realismo, de verosimilitud.

La comedia del Siglo de Oro no tuvo inconveniente en transgredir los preceptos dramáticos para alcanzar mayor
éxito de público. Los autores neoclásicos, en cambio, respetaron escrupulosamente las tres unidades (El sí de las
niñas, de Moratín). El Romanticismo arrinconó nuevamente las reglas clásicas (Don Juan Tenorio, de Zorrilla), y el siglo
XX ha sido testigo de todo tipo de actitudes.

(Los actos suelen dividirse en escenas, que vienen marcadas por la entrada o salida de algún personaje).

Los personajes

La condensación característica del teatro impide profundizar en la psicología de todos los personajes. Los
secundarios del drama no suelen tener gran densidad, pues apenas hay tiempo para caracterizarlos. A veces, incluso
los protagonistas son meros representantes de un modelo de comportamiento, un tipo humano.

Si el personaje no está individualizado, puede definirse como un carácter (por ejemplo la mujer sabelotodo,
presente en muchas comedias del siglo XVII), como un rol o papel convencional (compañero de protagonista) o como
una función de la acción (portador de noticias). En todos estos casos, el personaje carece de facetas individuales y se
comporta según lo que se espera del estereotipo que representa.

Para que la construcción de los personajes sea verosímil, es preciso que exista el decoro, de manera que la
condición social de los personajes, su lenguaje y su carácter resulten acordes y coherentes.

Entre los tipos más característicos del teatro del Siglo de Oro se encuentran el galán y la dama, el padre y
el hermano de la dama, guardianes de su reputación en los dramas de honor. Tanto o más característicos que estos
es el gracioso, de baja extracción social, ingenioso, que crea un interesante contraste con la acción seria.

Hay otros tipos menos importantes: el soldado fanfarrón, el criado traidor, el rey...

Desde el Romanticismo hasta nuestros días, se ha considerado primordial ahondar en el carácter de los personajes y
presentar en escena a criaturas que evolucionan en profundidad, como los personajes atormentados (teatro de
Lorca).

COMPONENTES ESCÉNICOS

Los autores dramáticos no suelen limitarse a escribir el texto que los actores deben pronunciar. Por lo general
añaden ciertas indicaciones sobre el modo en que debería llevarse la obra a las tablas. Esas indicaciones, llamadas
acotaciones, contienen información sobre la entrada y salida de personajes, indumentaria, acciones que realizan, etc.

Junto a las acotaciones también facilitan información importante los apartes.

En cuanto a la escenografía, cabe recordar que los elementos de decorado utilizados en el teatro español han ido
variando con el tiempo. En el siglo XVII, el espacio de representación más habitual es el corral de comedias, un teatro
con una distribución escénica bastante sencilla: un tablado donde interpretan los actores, dos puertas al fondo para
las entradas y salidas, y un piso superior con ventanas y un balcón.

La mayor parte del presupuesto de las compañías teatrales se invertía en el vestuario.

En el Romanticismo alcanzaron un enorme éxito las llamadas comedias de magia, que versaban sobre historias
fantásticas, a menudo inverosímiles; su popularidad dependió en gran parte del uso y abuso de la escenografía y los
efectos visuales. El teatro moderno cuenta con los medios necesarios para realizar los montajes más complejos. Hoy
en día, el exceso o la ausencia de escenografía dependen de las decisiones del director de escena antes que de
limitaciones técnicas.

LOS SUBGÉNEROS DRAMÁTICOS

Desde la Antigüedad griega, los dos principales géneros teatrales han sido la tragedia y la comedia, que se
diferencian sobre todo por su final y por las características de sus personajes.

La tragedia concluye siempre con la muerte de uno o varios personajes. Los personajes trágicos no son gente
común, sino reyes, nobles o héroes: son seres superiores a nosotros, pero no tan distintos como para que no
sintamos simpatía por ellos y lamentemos su triste final. Es habitual en las tragedias que el destino (‘fatum’)
desempeñe un papel destacado: los protagonistas tratan de luchar contra la fatalidad que los persigue. Los máximos
representantes de la tragedia griega fueron Esquilo (La Orestíada), Sófocles (Edipo rey) y Eurípides (Medea). De la
tragedia romana, Séneca (Edipo).

No abunda la tragedia pura en el teatro clásico del Siglo de Oro; entre las más conocidas destaca La Numancia, de
Cervantes.

Cuando los personajes son seres normales y no dioses o héroes, la obra suele recibir el nombre genérico
de drama (La casa de Bernarda Alba). El DRAE define el drama como “obra de teatro o de cine en que prevalecen
acciones y situaciones tensas y pasiones conflictivas”.

La comedia representa el polo opuesto a la tragedia: suele tener un comienzo conflictivo, caracterizado por la
aparición de un problema que se supera a lo largo de la obra para alcanzar un final feliz. Los personajes de la comedia
suelen ser gente del pueblo, personajes cotidianos no muy distintos de nosotros. La comedia busca nuestra
complicidad a través de la risa. Una espléndida comedia de Lope de Vega es El perro del hortelano.

Existe un tercer subgénero, la tragicomedia, que se caracteriza por hallarse a medio camino entre la comedia y la
tragedia. Suelen ser tragicomedias aquellas obras de final desafortunado en las que aparecen elementos cómicos y
personajes de distinta extracción social (La Celestina o Tragicomedia de Calisto y Melibea, como la llamó Fernando de
Rojas).

Junto a las obras teatrales de gran extensión ha existido siempre un teatro menor, de corta duración, cómico y a
menudo costumbrista. Estas piezas breves solían representarse en los entreactos de las comedias, como distracción
para el público que esperaba la reanudación de la obra principal.

Destacan:

-El paso, pieza breve y cómica, popularizado por Lope de Rueda (Las aceitunas).

-El entremés, pieza en un solo acto, cómica y con personajes populares, siempre magistral en manos de Cervantes (El
viejo celoso). Famosos son también los de los hermanos Álvarez Quintero (Ganas de reñir).

-El sainete, obra popular independiente, en uno o más actos, que alcanza sus mejores momentos con Ramón de la
Cruz (Manolo, tragedia para reír y sainete para llorar) y Carlos Arniches (Don Quintín el amargao).

-El auto sacramental, obra de tema religioso que cuenta con un solo acto en verso. Los personajes son alegóricos (la
Muerte, el Pobre, el Rico, la Hermosura, el Mundo...). Este género vive su apogeo durante el siglo XVII, gracias, sobre
todo, a Calderón de la Barca (El gran teatro del mundo). Se solían representar durante el día del Corpus. En el siglo XX
algunos autores han escrito autos sacramentales desacralizados, como Alberti (El hombre deshabitado) y Miguel
Hernández (Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras).

-La farsa, obra cómica, breve, y sin otra finalidad que la de hacer reír. Suele tener un marcado carácter satírico y se
caracteriza por la exageración de las situaciones (por ejemplo, La zapatera prodigiosa, de García Lorca).

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