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“A JOSÉ MARÍA PALACIO” de A.

Machado
Campos de Castilla

Palacio, buen amigo,


¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
5 del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
10 y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entre las grises peñas,
15 y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
20 y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
25 Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
30 y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...
Baeza, 29 de abril de 1913
“LA AURORA” de Federico García Lorca
Poeta en Nueva York.

La aurora de Nueva York tiene


cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

5 La aurora de Nueva York gime


por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca


10 porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos


que no habrá paraíso ni amores deshojados;
15 saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos


en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
20 como recién salidas de un naufragio de sangre.
“EL LENGUAJE DEL AMOR” de Jorge Guillén

Todo es ya tan secreto


que el orbe queda en torno tras un muro
circular. Las ventanas dan a un aire
clarísimo con frondas.
5 de noche aún, el día nos circunda,
mayo o tal vez junio
y una frescura de jardín orea
nuestros cuerpos, radiantes de ser almas
tangibles y visibles.
10 Ya tanta plenitud quisiera ser bien dicha.
Desemboca el silencio en la palabra,
y la palabra surge
con tal fervor que es nueva
para nombrarte, desnudez presente
15 bajo la luz que te descubre, pura,
en un retiro exento
de sombra hacia pecado,
sin ese vil espejo que deforme,
tendido en su lenguaje pro los otros.
20 Tu intimidad, amor,
siempre recién creada: poesía.
“INSOMNIO” de Dámaso Alonso
Hijos de la ira

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres


(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este
nicho en el que hace 45 años que me pudro,
5 y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar
los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando
como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la
ubre caliente de una gran vaca amarilla.
10 Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole
por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta
ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente
15 en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes
azucenas letales de tus noches?
“ELOGIO DE LA SOMBRA” de Jorge Luis Borges
Elogio de la sombra

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)


puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
5 Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
10 ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
15 Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
20 Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
25 pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
solo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
30 Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
35 días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
40 los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
45 a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.
“EL POETA” de Vicente Aleixandre
Sombra del paraíso
Para ti, que conoces cómo la piedra canta,
y cuya delicada pupila sabe ya del peso de una montaña sobre un ojo dulce,
y cómo el resonante clamor de los bosques se aduerme suave un día en nuestras venas;

para ti, poeta, que sentiste en tu aliento


5 la embestida brutal de las aves celestes,
y en cuyas palabras tan pronto vuelan las poderosas alas de las águilas
como se ve brillar el lomo de los calientes peces sin sonido:

oye este libro que a tus manos envío


con ademán de selva,
10 pero donde de repente una gota fresquísima de rocío brilla sobre una rosa,
o se ve batir el deseo del mundo,
la tristeza que como párpado doloroso
cierra el poniente y oculta el sol como una lágrima oscurecida,
mientras la inmensa frente fatigada
15 siente un beso sin luz, un beso largo,
unas palabras mudas que habla el mundo finando.

Sí, poeta: el amor y el dolor son tu reino.


Carne mortal la tuya, que, arrebatada por el espíritu,
arde en la noche o se eleva en el mediodía poderoso,
20 inmensa lengua profética que lamiendo los cielos
ilumina palabras que dan muerte a los hombres.

La juventud de tu corazón no es una playa


donde la mar embiste con sus espumas rotas,
dientes de amor que mordiendo los bordes de la tierra,
25 braman dulce a los seres.

No es ese rayo velador que súbitamente te amenaza,


iluminando un instante tu frente desnuda,
para hundirse en tus ojos e incendiarte, abrasan o
los espacios con tu vida que de amor se consume.

30 No. Esa luz que en el mundo


no es ceniza última,
luz que nunca se abate como polvo en los labios,
eres tú, poeta, cuya mano y no luna
yo vi en los cielos una noche brillando.

35 Un pecho robusto que reposa atravesado por el mar


respira como la inmensa marea celeste
y abre sus brazos yacentes y toca, acaricia
los extensos límites de la tierra.
40 ¿Entonces?
Sí, poeta; arroja este libro que pretende encerrar en sus páginas un destello de sol,
y mira a la luz cara a cara, apoyada la cabeza en la roca,
mientras tus pies remotísimos sienten el beso postrero del poniente
y tus manos alzadas tocan dulce la luna,
45 y tu cabellera colgante deja estela en los astros.
“SOLILOQUIO DEL FARERO” de Luis Cernuda
Invocaciones a las Gracias del mundo

Cómo llenarte, soledad,


sino contigo misma…

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,


quieto en ángulo oscuro,
5 buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
10 a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta


como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
15 y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos


20 con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
25 por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

30 Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona


que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
35 el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
40 cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
45 oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aun cuando no los vea;
50 y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
55 cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,


transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
60 la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?

65 Por ti, mi soledad, los busqué un día;


en ti, mi soledad, los amo ahora.
“RIBERA DE LOS ALISOS” de Jaime Gil de Biedma
Moralidades

Los pinos son más viejos.


Sendero abajo,
sucias de arena y rozaduras,
igual que mis rodillas cuando niño,
5 asoman las raíces.
Y allá en el fondo el río entre los álamos
completa como siempre este paisaje
que yo quiero en el mundo
mientras me devuelve su recuerdo
10 entre los más primeros de mi vida.

Un pequeño rincón en el mapa de España


que me sé de memoria porque fue mi reino.
Podría imaginar
que no ha pasado el tiempo,
15 lo mismo que a seis años, a esa edad
en que el dormir descansa verdaderamente,
con los ojos cerrados
y despierto en la cama
imaginaba un día del verano anterior.

20 Con el olor
profundo de los pinos.
Pero están estos cambios apenas perceptibles,
en las raíces o en el sendero mismo,
que me fuerzan a veces a deshacer lo andado.
25 Están estos recuerdos que sirven nada más
para morir conmigo.

Por lo menos la vida en el colegio


era un indicio de lo que es la vida.
Y, sin embargo, son estas imágenes
30 una noche a caballo, el nacimiento
terriblemente impuro de la luna
o la visión del río apareciéndose
hace ya muchos años, en un mes de septiembre,
la exaltación y el miedo de estar solo
35 cuando va a atardecer
antes que otras ningunas,
las que vuelven y tienen un sentido
que no sé bien cuál es.
La intensidad
40 de un fogonazo puede que solamente,
y también una antigua inclinación humana
por confundir belleza y significación.

Imágenes hermosas de una historia


que no es toda la historia.
45 Demasiado me acuerdo de los meses de octubre,
de las vueltas a casa ya de noche, cantando,
con el viento de otoño cortándonos los labios,
y de la excitación en el salón de arriba
junto al fuego encendido, cuando eran familiares
50 el ritmo de la casa y el de las estaciones,
la dulzura de un orden artificioso y rústico,
como los personajes
en el papel de la pared.

Sueño de los mayores, todo aquello.


55 Sueño de su nostalgia de otra vida más noble,
de otra edad exaltándoles
hacia una eternidad de grandes fincas,
más allá de su miedo a morir ellos solos.
Así fui, desde niño, acostumbrado
60 al ejercicio de la irrealidad,
y todavía en la melancolía
que de entonces me queda,
hay rencor de conciencia engañada,
resentimiento demasiado vivo
65 que ni el silencio y la soledad lo calman,
aunque acaso también algo más hondo
traigan al corazón.
Como el latido
de los pinares, al pararse el viento
70 que se preparan para oscurecer.

Algo que ya no es casi un sentimiento,


una disposición
de afinidad profunda
con la naturaleza y con los hombres,
75 que hasta la idea de morir parece
bella y tranquila. Igual que este lugar.

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