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Conflicto armado: más que un término

Parece increíble que, en instancias académicas, políticas y en alguna medida en las


judiciales se haya regresado al debate sobre la existencia o no del conflicto armado en
Colombia. Mientras ello sucede millones de víctimas de la guerra siguen sobreviviendo
día tras día, las Fuerzas Armadas enfrentan a grupos armados organizados y fiscales y
jueces investigan y juzgan estudiando más ese derecho humanitario que jamás fue
incluido en sus currículos. La Jurisdicción Especial para La Paz pasará, guste o no, a la
historia como la mayor prueba del fracaso de la justicia ordinaria en temas relacionados
con aquella violencia estructural ocultada por décadas debajo del ropaje de términos como
“orden público” , “violencia”, o simplemente “delincuencia”. Todos somos como pueblo
responsables de negar lo innegable, una tragedia humana sin precedentes. Ha sido tan
cruel la degradación de nuestra guerra que ocultarla es un acto de revictimización,
empezando por los soldados, policías y sus familias agredidos a través de múltiples
formas. Los argumentos para negar la existencia de un conflicto armado no internacional
no han variado, no son jurídicos, carecen de sustento fáctico y sobre todo no tienen
respaldo judicial nacional ni internacional. En realidad la jurisprudencia frente al tema es
generosa, contundente, pacífica. Vale la pena mencionar algunos puntos esenciales casi
dos décadas después sobre la existencia del conflicto armado todavía. Negar la realidad
jamás permitirá superar la tragedia.

Conflicto armado no internacional no es sinónimo de guerra civil. Jurídica y


políticamente una guerra civil plantea la escisión de la soberanía popular, la división de
un pueblo representado en armas a través de uno o varios grupos armados (precedente
Tadic, 1995. Tribunal para la antigua Yugoslavia. Corte Constitucional sentencia C-291
de 2007).
Los conflictos armados no internacionales no se niegan ni se reconocen jurídicamente,
existen por factores objetivos. Colombia ha suscrito Los convenios de Ginebra, sus
protocolos adicionales, los instrumentos más importantes sobre medios y métodos
prohibidos o limitados de conducción de hostilidades. Es más, el famoso bloque de
constitucionalidad se desarrolló en Colombia a partir de la aprobación del Protocolo II de
1977, criticado en ese entonces por pequeños sectores que desde el desconocimiento
indicaban que su aprobación conduciría a un reconocimiento de beligerancia. Nada más
equivocado. Lo real es que verificados objetivamente los requisitos previstos en
instrumentos internacionales acogidos desde antes por los usos y las costumbres de la
guerra, existirá conflicto armado. Terrible error mediático y político el del gobierno
anterior al indicar que había acabado la guerra en Colombia. El ELN con su soberbia
fraccionada nos ha notificado que no es así.
Conflicto armado no es igual a beligerancia. ¿Alguien jurídica y judicialmente podría
afirmar que luego de la desmovilización de las Farc que el hecho de la negociación
significó reconocimiento de beligerancia? El Sistema Integral de Verdad, Justicia,
Reparación y No Repetición con todos sus defectos, entre ellos sus sesgos en ciertos
componentes e instancias, demuestra todo lo contrario. Es claro que ninguna organización
que infrinja el derecho humanitario y ejecute actos de terrorismo podría llegar a ser
reconocida como beligerante y así fue establecido en Oxford entre 1898 y 1900.
Precisamente la beligerancia buscaba que el grupo armado ilegal tuviera la capacidad de
cumplir con el DIH; ni Farc ni el Eln, ni los paramilitares lo hicieron; nunca les importó
el derecho de la guerra, salvo para obtener la amnistía más ampliamente posible, lo cual
es plausible en término de negociación. Desde 1997 en Colombia se han presentado
procesos de negociación y desmovilizaciones con base en la ley denominada
increíblemente de “orden público”; actualmente prorrogada y mencionada incluso en la
nueva política de seguridad y defensa. Es claro, más allá del discurso político todos llegan
a esta norma, como a la Ley 1908 de 2018 sobre sometimiento en donde la definición de
grupo armado organizado (GAO), corresponde a los requisitos del derecho humanitario
así no se le mencione. Todas normas que valoradas desde la Constitución y el Bloque nos
llevarían al término conflicto armado. Ahí está la grandeza al interpretar que es un
verdadero estado social de derecho.
Terrorismo y conflicto armado no internacional no son excluyentes. Tal vez uno de los
debates más interesantes en torno a un tema tan importante más allá del lenguaje, la
narrativa, el discurso y la palabra es el que se relaciona con el terrorismo y el conflicto
armado. El derecho internacional humanitario, el código penal colombiano (art. 144) y
múltiples decisiones judiciales reconocen que el terrorismo dentro de un conflicto armado
no internacional constituye una grave infracción, un crimen de guerra, de connotaciones
inmensas por ser un ataque dirigido intencionalmente contra civiles pacíficos (personas
protegidas por el derecho humanitario. Artículos 4, y 13 del Protocolo adicional II de
1977). Si un grupo armado comete actos de terror dentro del contexto de la guerra, estos
actos de ferocidad y barbaridad no pueden ser amnistiados ni indultados, ni tienen
conexidad con delitos políticos. Tampoco por admitir que existe conflicto armado con
presencia de grupos terroristas se van a perder recursos provenientes de la cooperación
internacional. Ese es un simple sofisma.
Para el derecho internacional humanitario es indiferente como políticamente se aluda a
los grupos armados ilegales, pues ello a partir del artículo 3 común de los cuatro
convenios de Ginebra no repercute en el estatus jurídico de la contraparte. Negar en estos
términos la existencia de algo tan evidente más bien resulta un tiro en el pie y demuestra
un alto nivel de incapacidad argumentativa para desde otras posturas de las ciencias
sociales explicar que fue lo que sucedió en Colombia durante seis décadas.
Es pertinente concluir que el conflicto armado no internacional de baja intensidad
(Universidad de Leiden) continúa en Colombia, que negarlo sólo contribuye a generar
inseguridad política, con repercusiones en todos los niveles, pero muy especialmente para
quienes ejercen el uso de la fuerza necesitando seguridad jurídico-política mínima. Es
innegable, además, que desde las mismas ciencias sociales a través de la sociología de la
guerra (la polemología) se podría explicar mucho de lo que ha pasado, pero no se ha
intentado posiblemente por falta de estudio, comprensión o interpretación. Negar la
guerra en Colombia nuevamente no contribuye a obtener verdad, justicia, reparación ni
garantías de no repetición para millones de seres humanos. Hay en consecuencia
incoherencias apicales, insuperables desde cualquier teoría del discurso cuando se niega
el conflicto armado pues es contra fáctica cualquier explicación por ejemplo frente a los
hechos de la Escuela General Santander, los secuestros o las voladuras de oleoductos.
Negar el conflicto armado o usar eufemismos nos conduce una vez más hacia la repetición
de la guerra. La única forma de superar la Ordalía es vernos en el espejo, no romperlo
aprovechando que la luz ha sido apagada (Mejía, 2019)

Referencias
Mejía, J. C. (20 de Feb de 2019). Conflicto armado: más que un término. Obtenido de El tiempo:
https://www.elespectador.com/colombia2020/opinion/conflicto-armado-mas-que-un-
termino-columna-859119

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