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SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Los juicios de Núremberg: la falsa justicia de los vencedores


Los Juicios de Nüremberg fueron una serie de 13 procesos judiciales
realizados por un Tribunal Militar Internacional acordado entre Estados Unidos,
Gran Bretaña, la URSS y Francia contra jerarcas y otros implicados en la
maquinaria del nazismo.

El 20 de noviembre de 1945 comenzaba, en el Palacio de Justicia de una


ciudad de Nüremberg devastada por los bombardeos aliados durante la guerra,
el primer juicio contra los principales líderes de la Alemania nazi.

Lejos de estar destinados a encarcelar a todos los responsables del genocidio


nazi, los juicios fueron una enorme puesta en escena donde los vencedores
buscaron legitimarse como los nuevos amos del mundo que reivindicaban su
derecho a imponer el orden de la postguerra. Sugestivamente, el estatuto de
este Tribunal Militar Internacional, que introdujo la noción jurídica de “crimen
contra la humanidad”(1), había sido hecho público en agosto de 1945,
simultáneo al brutal bombardeo en Hiroshima y Nagasaki por parte de Estados
Unidos que masacró a cientos de miles de japoneses; cuestión que llevó a
Hannah Arendt a denunciar que el juzgamiento de unos cuantos criminales
nazis obedecía a una política de prudencia por parte de las potencias
occidentales, evitando “el caso de crímenes a propósito de los cuales se habría
podido invocar el tu quoque” (tu también).

Así, en los 13 procesos conjuntos englobados en los juicios fueron sometidos a


procesamiento 611 figuras emblemáticas de diferentes esferas: jerarcas
políticos y militares nazis, médicos, jueces, etc., de las casi 5 mil peticiones de
procesamientos individuales que se habían elevado al tribunal. En el primer
juicio, el más emblemático por tratarse del juzgamiento de las altas jerarquías,
fueron llevados al banquillo 24 líderes nazis. Luego de 216 sesiones, el 1 de
octubre de 1946 se emitió el veredicto por el que fueron condenados a muerte
a 12 acusados (Goering, Ribbentrop, Keitel, Kaltenbrunner, Rosenberg, Frank,
Frick, Streicher, Sauckel, Jodl, Seyss-Inquart y Bormann), tres fueron
condenados a cadena perpetua (Hess, el ministro de economía Walther Funk y
Raeder) y cuatro recibieron sentencias de 10 a 20 años (Doenitz, Schirach,
Speer y Neurath). Fueron absueltos Hjalmar Schacht, presidente del
Reichsbank, Franz von Papen, ministro y vicecanciller, Hans Fritzsche,
ayudante de Joseph Goebels en el Ministerio de Propaganda y no recibieron
condena Gustav Krupp, industrial que amasó su fortuna a costa del trabajo
esclavo y Robert Ley, jefe del Frente Alemán del Trabajo que organizaba y
planificaba la explotación de este trabajo forzado.
La impunidad de la burguesía alemana

No sólo quedaron sin juzgar decenas de miles de nazis, sino que los grandes
industriales alemanes que se enriquecieron a costa del masivo trabajo esclavo
de judíos, gitanos, obreros deportados compulsivamente de los países
ocupados, partisanos, homosexuales, que fueron obligados a trabajar hasta
morir de agotamiento y enfermedad, gozaron de la más absoluta impunidad.
Tal fue el caso, por citar sólo un ejemplo reconocido, de la actual Bayer, en
aquellos tiempos IG Farben, una de las mayores empresas del sector químico y
farmacéutico que, sirviéndose del trabajo forzado, fabricó el gas Zyklon B que
usaba el régimen nazi para aniquilar judíos en los campos de concentración.
Así lo testimonia el gran Primo Levi, químico y escritor italiano en sus obras Si
esto es un Hombre y Así fue Auschwitz donde reconstruye su terrible
experiencia en la Buna, fábrica donde los prisioneros de Auschwitz Monowitz
eran brutalmente esclavizados para producir caucho para la IG Farben.
IG Farben donde trabajaban los prisioneros de Auschwitz

Tampoco fueron encarcelados los grandes banqueros que se enriquecieron


gracias al nazismo, como sucedió con el Dresdner Bank que transfirió todos los
bienes y riquezas de los judíos a manos de los burgueses ligados al régimen.
El único gran emblema de la burguesía alemana que fue sometido a juicio en
Nüremberg, Gustav Krupp, dueño de la Krupp AG (compañía del sector
armamentístico que abasteció la maquinaria de guerra nazi), no recibió allí
ninguna condena debido a ser declarado incapacitado para enfrentar un juicio.
Así, los grandes burgueses y financistas que amasaron sus fortunas a base de
la sangre y el genocidio de millones, gozaron a la salida de la guerra de la más
completa impunidad garantizada por las democracias imperialistas.

La justicia de las masas

Lo juicios de Nüremberg deben ser entendidos como un intento de lograr un


proceso emblemático a nivel internacional que cierre “por arriba” el proceso que
se extendió por abajo a la salida de la guerra, donde amplias masas mostraron
sus aspiraciones democráticas. Esto fue clave en aquellos países que
experimentaron ascensos de la lucha de clases o procesos revolucionarios a la
salida de la guerra como Francia e Italia. En Francia, minoritariamente desde
antes de la liberación (cuando era llevada a cabo por distintos grupos de la
resistencia en la clandestinidad) pero de manera generalizada después de
agosto del año 1944, se desplegó un proceso popular de juzgamiento a los
colaboracionistas, conocido como la “depuración”, que expresaba las profundas
aspiraciones de las masas a que fueran condenados los cómplices de la
ocupación alemana que sostuvieron el régimen colaboracionista de Vichy.
Como cuentan Herbert Lottman en su libro La depuración y Enzo Traverso en A
sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945), allí miles de
funcionarios, miembros de grupos paramilitares que perseguían ferozmente a
la resistencia, delatores, torturadores y comerciantes enriquecidos gracias a la
especulación, fueron juzgados, condenados y ejecutados por tribunales obreros
y populares espontáneos que surgían por todas partes buscando imponer
justicia.

Para contener la radicalización de este proceso que amenazaba con volverse


contra el conjunto de la burguesía francesa –cuya mayor parte había sido
colaboracionista de los nazis-, De Gaulle promovió el “modelo Nüremberg” de
juicios amañados donde fueron juzgados sólo unos pocos cientos mientras
miles de genocidas fueron amnistiados en varias oleadas entre 1947 y 1953, y
muchos de estos se integraron posteriormente a la función pública durante la
Cuarta y la Quinta República. El propio Mariscal Pétain, presidente del gobierno
de Vichy y personaje ampliamente repudiado por las masas francesas, fue
dejado en libertad en el año 1951.

Lo mismo sucedió en Italia, donde la resistencia partisana ejecutó en el año


1945 entre 10 y 15 mil fascistas miembros de la República de Saló, entre ellos
el propio Mussolini, linchado en la plaza Loreto durante la liberación de Milán.
Este proceso de justicia popular, enormemente extendido debido a la existencia
de una resistencia armada de masas contra la ocupación nazi, fue contenido
desde arriba una vez que la burguesía italiana pudo, con ayuda de los aliados y
del Partido Comunista –entregado a la política de “unidad nacional” de
contención de la revolución-, reconstruir el Estado. De tal manera, como
plantea Enzo Traverso, “en nombre de la continuidad del Estado –y gracias a la
complicidad de las fuerzas de ocupación aliadas, que percibían cada vez más a
la resistencia como una amenaza de subversión social y política- el gobierno
italiano impidió toda investigación sobre las grandes empresas que habían
apoyado al fascismo y se negó a entregar a los principales responsables de los
crímenes perpetrados por el ejército fascista en Yugoslavia, Grecia y
Albania.”(2)
Mussolini, su esposa y otros fascistas colgados por las masas

Muchos de estos criminales fascistas y nazis fueron ayudados por la Iglesia


católica, que les facilitó la tarea de fugarse a distintos países sudamericanos a
través del llamado “pasillo Vaticano”, es decir la influencia de la diplomacia
papal3() que consiguió pasaportes, visados, etc., como relata magistralmente
Robert Katz en su libro La batalla de Roma. Los nazis, los aliados, los
partisanos y el papa. Esta nefasta tarea de impunidad contó asimismo con el
activo protagonismo del Partido Comunista Italiano, cuyo máximo dirigente,
Palmiro Togliatti, siendo ministro de Justicia amnistió en el año 1946 a 219.481
genocidas, reduciéndole las condenas a unos 3 mil fascistas acusados de
crímenes graves. Y esto, apenas un año después de la expulsión de los nazis a
manos de las masas obreras y campesinas que habían conquistado con sus
propias fuerzas la liberación de todo el norte italiano. Gracias a estas
amnistías, una gran parte de los miembros de la elite dirigente y la burguesía
italiana que habían sostenido el fascismo, se reincorporaron a su profesión e
incluso a la función pública, reciclándose en el aparato represivo. De hecho,
para el año 1960, 62 prefectos sobre un total de 64 habían sido funcionarios de
alto rango bajo el régimen fascista.

Los genocidios “democráticos” que no fueron al banquillo

Una de las grandes falacias que logró instalar el triunfalismo ideológico liberal a
la salida de la guerra es que esta fue un enfrentamiento entre la democracia y
el fascismo, donde las potencias “democráticas” habrían cumplido un rol
progresivo en su lucha contra el fascismo, defendiendo los valores de la
libertad y la democracia. Este relato no sólo oculta los verdaderos objetivos de
reparto del mundo que llevaron a los distintos imperialismos a la guerra entre sí
–cuestión que ha sido abordada por Andrea Robles y Gabriela Liszt en los
ensayos introductorios al tomo I del libro Guerra y Revolución. Una
interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial(4)-, sino también los
propios genocidios perpetrados por las potencias occidentales “democráticas”,
tales como las masacres a la población civil de Dresden, Hiroshima y Nagasaki.
En Dresden, Alemania, se estima que en febrero de 1945 más de 500 mil
personas murieron por efecto de las más de 700 mil bombas de fósforo
lanzadas por los aviones ingleses sobre una población total de 1 millón de
personas. Como han reiterado numerosos historiadores y analistas, Dresden
no poseía interés militar alguno, ya que era una ciudad utilizada como centro
de refugiados, y su bombardeo fue realizado bajo el estricto objetivo de hacer
una demostración de fuerza por parte de Inglaterra que reclamaba un papel
importante en el orden de post-guerra. Lo mismo sucedió con los bombardeos
perpetrados por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki, que fueron
realizados cuando la victoria en la guerra ya estaba asegurada con el único fin
de demostrar quién era el nuevo amo del mundo –demostración que estaba
dirigida centralmente a la Unión Soviética, siendo realizados los bombardeos
precisamente un día antes del inicio de la conferencia de Potsdam en que los
imperialismos se dividieron las zonas de influencia del mundo con la URSS-.
Se estima que entre ambas ciudades murieron en total cerca de 500 mil
personas. ¿Fueron juzgados los militares y funcionarios norteamericanos e
ingleses por cometer estos genocidios? Muy por el contrario, pasaron a erigirse
en los supuestos defensores de la democracia internacional.
EL TRIBUNAL DE NÚREMBERG(ESTATUTO)

A.Creación 1.
El Tribunal de Nuremberg fue creado con la finalidad de juzgar a los principales
criminales del Eje europeo cuyos crímenes no tuvieran una localización
geográfica determinada. Fue creado por el Reino Unido de Gran Bretaña e
Irlanda del Norte, los Estados Unidos de América, Francia y la Unión Soviética
mediante un acuerdo firmado en Londres el 8 de agosto de 1945
El Estatuto de Nuremberg figuraba en el anexo al Acuerdo de Londres y
formaba parte integrante de dicho Acuerdo. Posteriormente adhirieron al
Acuerdo varios otros Estados Además, la Asamblea General de las Naciones
Unidas, por unanimidad, confirmó los principios del derecho internacional
reconocidos por el Estatuto y la sentencia del Tribunal de Nuremberg.
B. Jurisdicción
La jurisdicción del Tribunal de Nuremberg fue estipulada en el Estatuto de
Nuremberg. El Tribunal de Nuremberg estaba facultado, entre otras cosas, para
juzgar y castigar a las personas que, actuando en interés de los países del Eje
europeo, hubiesen cometido crímenes contra la paz, entre ellos, el de planear,
preparar, iniciar o hacer una guerra de agresión o una guerra que viole
tratados, acuerdos o garantías internacionales o participar en un plan común o
conspiración para la perpetración de cualquiera de los actos indicados.
C. La acusación
En el Estatuto de Nuremberg se creó el Comité para la Investigación y el
Enjuiciamiento de los principales criminales de guerra, integrado por los
Fiscales Principales designados por los cuatro Estados signatarios5. El Comité
aprobó la acusación contra los imputados designados como principales
criminales de guerra6. La acusación fue presentada al Tribunal de Nuremberg
el 18 de octubre de 19457. El primer cargo de la acusación se refería al plan
común o conspiración para cometer, entre otras cosas, crímenes contra la paz.
El segundo cargo contenía las imputaciones relativas a los crímenes contra la
paz

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