Sei sulla pagina 1di 8

Lección 6 para el 11 de mayo de 2019

En muchas culturas, las relaciones sexuales son, o


han sido, un tema tabú. Generalmente, se las ha
interpretado como algo pecaminoso.
Sin embargo, en la Biblia vemos cómo Dios no creó
al hombre y a la mujer solo para que procreasen,
sino para que disfrutasen de una relación íntima y
satisfactoria tanto a nivel físico como espiritual.
Siendo que las relaciones sexuales son un don de
Dios, ¿cómo podemos disfrutar de ellas de una
forma correcta? ¿Cuáles son los límites para este
tipo de relaciones?
La parte física de la persona es intrínsecamente mala y la
parte espiritual intrínsecamente buena. Este pensamiento
griego erróneo permeó la cristiandad casi desde sus inicios.
Como consecuencia, la sexualidad se consideró como algo
pecaminoso.
Pero en la Biblia lo físico y lo espiritual
son una unidad (Génesis 2:7). La santidad
no está reñida con el deber conyugal. Las
relaciones sexuales no impiden que una
persona casada esté consagrada a Dios
tanto en cuerpo como en espíritu.
Cantares habla con toda naturalidad de
las relaciones físicas. Los pies, el ombligo,
los pechos, los besos, las caricias… Todo
lo hizo Dios para el disfrute físico de la
pareja (5:10-16; 7:1-9).
“Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable. Tal es mi amado,
tal es mi amigo, Oh doncellas de Jerusalén” (Cantares 5:16)

Para disfrutar plenamente


de su relación, el hombre y
la mujer que se unen en
matrimonio han de ser
amigos. Los mejores amigos.

Pasan tiempo juntos, se comunican abiertamente y se preocupan el uno por el otro.


Esa amistad, convertida en amor, ayuda a los cónyuges a unirse estrechamente el
uno con el otro, manifestando su atracción en elogios y gestos cariñosos.
Pero el verdadero amor no
es natural para el ser
humano, sino un don del
Espíritu Santo. Este amor
comprometido y abnegado
liga al esposo y la esposa en
una unión firme y duradera.
“Que venga mi amado a su jardín y pruebe sus frutos exquisitos”
(Cantares 4:16b NVI)

En el jardín del Edén, Dios invitó a Adán y


a Eva a ser “una sola carne”. En la
metáfora del Cantar de los Cantares, los
cuerpos del amado y la amada se
convierten en jardines de los que ambos
disfrutan.
Estas expresiones nos recuerdan que las
relaciones sexuales dentro del matrimonio
son un don, un regalo de nuestro Creador.
La forma más común en la Biblia para
hablar de las relaciones íntimas es usar el
verbo “conocer” (Gn. 4:1, 17, 25; 1S. 1:19;
1R. 1:4; Lc. 1:34).
Éste es también el verbo usado para
describir la unión de la persona con Dios
(Juan 17:3).
“Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía;
Fuente cerrada, fuente sellada” (Cantares 4:12)

El ideal que presenta Cantares es


claro: el hombre y la mujer han de
mantenerse vírgenes (“huerto
cerrado”) hasta su boda.
En Cantares 8:8-10, la familia de la
joven sulamita se preguntaba si ella
sería un muro (cerrado) o una
puerta (abierta).

Ella afirma ser todavía virgen (muro). Eso le


proporciona paz, y permite que ambos disfruten de
“miel y leche” (4:11) en una entrega total y
mutuamente aceptada.
Es decir, se consideran como si hubiesen alcanzado
juntos la tierra prometida (que fluye leche y miel).
“Llévame grabada en tu corazón, ¡llévame grabada en tu brazo! El amor es
inquebrantable como la muerte; la pasión, inflexible como el sepulcro. ¡El
fuego ardiente del amor es una llama divina!” (Cantares 8:6 DHHe)
La unión del hombre y la mujer refleja la
imagen de Dios (Génesis 1:26-27).
Sin embargo, el pecado ha deteriorado las
relaciones sexuales entre las personas. Por
ello, al hablar de sexo, Dios ha tenido que
poner límites, y señalar con claridad qué es
correcto y qué no lo es (Levítico 20:7-21;
Romanos 1:24-27).
El adulterio, el incesto, la homosexualidad,
las relaciones con animales y cualquier otra
desviación sexual son considerados en la
Biblia como pecado.
Somos llamados a reconocer que nuestro
cuerpo y su sexualidad pertenecen a Dios.
Debemos usarlos –con Su ayuda– de acuerdo
con el plan divino.
“El amor divino que emana de Cristo no destruye el
amor humano, sino que lo incluye. Lo refina y
purifica; lo eleva y lo ennoblece. El amor humano no
puede llevar su precioso fruto antes de estar unido
con la naturaleza divina y dirigido en su crecimiento
hacia el cielo. Jesús quiere ver matrimonios y hogares
felices.
Como todos los otros buenos dones confiados por
Dios a la custodia de la humanidad, el casamiento fue
pervertido por el pecado; pero es propósito del
Evangelio devolverle su pureza y belleza. ...
La gracia de Cristo es lo único que puede hacer de esta
institución lo que Dios quiso que fuera: un medio de
bendecir y elevar a la humanidad. Así pueden las
familias de la tierra, en su unidad, paz y amor,
representar la familia del cielo”

E.G.W. (El hogar cristiano, pg. 84-85)

Potrebbero piacerti anche