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Macbeth entraña la ambiciosa naturaleza del hombre, la inclinación a desear aquello que no
le pertenece; de sus acciones se puede hacer una interpretación en función del pensamiento
humano , y el mal que hay en él puede considerarse como una negación de los anhelos
positivos del hombre. El presente texto tiene como objetivo general indagar en las razones
por las que Macbeth, esa máquina asesina y fantasmagórica, protagonista de la obra
shakesperiana, nos aterroriza; para tal fin el texto se estructurara en el desarrollo de tres
objetivos específicos: en primer lugar se rastreara en la obra Macbeth los pasajes en los que
Macbeth busca sus limites morales y se cuestiona a conciencia entre lo que es bueno y
malo; en segundo lugar se determinará el impacto de una obra como Macbeth en el
espectador teniendo en cuenta el texto El poeta y la fantasía del psicoanalista Sigmund
Freud; en un tercer momento se establecerá si el teatro de Shakespeare tiene un efecto
moral en su auditorio, para ello se examinará la sección 240 de las reflexiones de Nietzsche
en Aurora, y en último momento se harán las conclusiones pertinentes que deriven del
estudio realizado.
Macbeth (aparte): Dijeron dos verdades como inicio feliz del acto culminante de este
tema imperial…Gracias caballeros…Quizá esta sobrenatural instigación no sea
mala, puede que no sea buena; si es mala, sin embargo, ¿por qué da muestras de
triunfo teniendo por principio una verdad? Ya soy señor de Cawdor. Si es buena,
¿por qué cedo ante una idea cuya imagen horrible eriza mis cabellos y hace latir
mi firme corazón en los costados contra lo que es costumbre en la Naturaleza?.
Siempre es menor el horror presente que el imaginario1. Mi pensamiento, donde el
crimen es solo fantasía, agita de tal modo mi condición de hombre que ahoga en
conjeturas toda forma de acción, y nada existe mas real que la nada. (p.85)
(…) Que la luz no haga ver mis oscuros deseos escondidos. Que no vean los
ojos lo que las manos hacen. Que se cumpla lo que los ojos temen ver si llegan
a ejecutarse. (p.93)
En la escena séptima apartado 20, Macbeth claramente busca sus limites morales, se da
cuenta que la justicia es imparcial a la hora de castigar actos ruines como los que él tiene en
mente, y reconoce que quiere hacer daño a una persona virtuosa por su ambición
desbordada:
(…) En estos casos es aquí, sin embargo, donde se nos juzga , porque damos
instrucciones sangrientas aprendidas, son un tormento para quien las da. La
imparcial mano de la justicia pone el cáliz, envenenado por nosotros, en
nuestros propios labios. Se encuentra aquí con doble confianza: primero, soy
su deudo a más de súbdito, dos buenas razones para no actuar, después, como
anfitrión, tendría que cerrar las puertas a sus asesinos, no ser yo quien
blandiera el cuchillo. Además, este Duncan ha sido tan humilde en el poder, y
tan ecuánime al gobernar, que sus virtudes clamarían –tal ángeles con voces
de trompetas- contra el acto deleznable de hacerlo desaparecer; y la piedad,
como un reino nacido que desnudo galopa en la tormenta, o querubín del cielo
montado por el aire en sus corceles invisibles, expondrá este acto horrible a
los ojos del mundo y sofocarán las lágrimas el vendaval. La espuela, que se
Ahora bien, siguiendo con el desarrollo previsto de este texto es momento de analizar el
impacto de una obra como Macbeth en el espectador teniendo en cuenta el texto El poeta y
la fantasía del psicoanalista Sigmund Freud. Según Freud, el poeta hace lo mismo que un
niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma muy en serio, de manera que aunque
hay una clara diferenciación entre el plano teatral y el real hay una relación intima entre el
poeta y ese mundo paralelo resultado de su invención. Dicho juego de la fantasía tiene unas
consecuencias importantes: muchas emociones penosas en sí mismas pueden convertirse en
una fuente de placer para el auditorio del poeta (p.10) el adulto en lugar de jugar, fantasea,
y el escenario teatral es el motivo preciso para evocar y materializar en cuerpo ajeno todos
los deseos mas profundos de su ser, todo por una razón, el adulto se avergüenza de sus
fantasías y necesita hacer catarsis en los personajes de la obra.
Freud nos indica que los escritores de novelas e historias tienen un protagonista que
constituye la atención general, con el cual intentan por todos los medios conquistar nuestra
simpatía:
El teatro tal como lo presenta Shakespeare permite vislumbrar la vida como un espectáculo
y una tragedia de la que cada espectador a su modo se siente conmovido e identificado
conforme a sus miedos y perversidades; es el medio para hacer catarsis sobre acciones que
mueven pensamientos pero que en una esfera real tienen límites y consecuencias tan
funestas como en las obras de Shakespeare; de manera que el sentido de Macbeth y otras
obras de Shakespeare no tienen un efecto moral, su intención dista.
Es preciso dar paso al tercer objetivo que nos ocupa en este texto, con base en la sección
240 de las reflexiones de Nietzsche en Aurora que nos resultará útil para establecer si el
teatro de Shakespeare tiene un efecto moral en su auditorio: Sobre la moralidad del
escenario: Quien piense que el teatro de Shakespeare tiene un efecto moral, y que la vista
de Macbeth le repele a uno irresistiblemente del mal de la ambición, está en el error: y está
otra vez en el error si piensa que Shakespeare mismo sentía como él siente. (…)
Con todo lo anterior, es preciso concluir que, la lucha desesperada entre el bien y el mal ha
estado siempre presente en la historia de la literatura, sin embargo como lo podemos
deducir del fragmento de Aurora y en palabras de Wilson Night la literatura no tiene
vocación moral. Por otro lado, resulta clara la intención que entraña Macbeth en nosotros, y
es la misma razón por la que nos horrorizamos, nos identificamos con él, o al menos con su
imaginación; todos poseemos en cierto grado una imaginación proléptica, pero en Macbeth
es absoluta, para el nada es imposible, todo lo que pueda soñar o desear es perfectamente
posible sin importar las consecuencias. Por eso nos agrada…por eso nos horroriza.
Bibliografía