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com/teoria-literaria/genero-fantastico-segun-todorov/
El primero en enunciarla es el filósofo y místico ruso Vladimir Soloviov: “En el verdadero campo de
lo fantástico, existe, siempre la posibilidad exterior y formal de una explicación simple de los
fenómenos, pero, al mismo tiempo, esta explicación carece por completo de probabilidad
interna”. Hay un fenómeno extraño que puede ser explicado de dos maneras, por tipos de causas
naturales y sobrenaturales. La posibilidad de vacilar entre ambas crea el efecto fantástico.
Llegamos así al corazón de lo fantástico. En un mundo que es el nuestro, el que conocemos, sin
diablos, sílfides, ni vampiros se produce un acontecimiento imposible de explicar por las leyes de
ese mismo mundo familiar. El que percibe el acontecimiento debe optar por una de las dos
soluciones posibles: o bien se trata de una ilusión de los sentidos, de un producto de imaginación, y
las leyes del mundo siguen siendo lo que son, o bien el acontecimiento se produjo realmente, es
parte integrante de la realidad, y entonces esta realidad está regida por leyes que desconocemos.
O bien el diablo es una ilusión, un ser imaginario, o bien existe realmente, como los demás seres,
con la diferencia de que rara vez se lo encuentra.
Lo fantástico ocupa el tiempo de esta incertidumbre. En cuanto se elige una de las dos respuestas,
se deja el terreno de lo fantástico para entrar en un género vecino: lo extraño o lo
maravilloso. Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las
leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural.
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“Llegué a pensar que, para engañarme, los demonios habían animado cadáveres de ahorcados”
(pág. 158).
“Llegué a pensarlo”: he aquí la fórmula que resume el espíritu de lo fantástico. Tanto la
incredulidad total como la fe absoluta nos llevarían fuera de lo fantástico: lo que le da vida es la
vacilación.
¿Quién vacila en esta historia? Lo advertimos de inmediato: Alfonso, es decir el héroe, el personaje.
Es él quien, a lo largo de la intriga tendrá que optar entre dos interpretaciones. Pero si el lector
conociera de antemano la “verdad”, si supiera por cuál de los dos sentidos hay que decidirse, la
situación sería muy distinta. Lo fantástico implica pues una integración del lector con el mundo de
los personajes; se define por la percepción ambigua que el propio lector tiene de los
acontecimientos relatados. Hay que advertir de inmediato que, con ello, tenemos presente no tal o
cual lector particular, real, sino una “función” de lector, implícita al texto (así como también está
implícita la función del narrador). La percepción de ese lector implícito se inscribe en el texto con
la misma precisión con que lo están los movimientos de los personajes.
La vacilación del lector es pues la primera condición de lo fantástico.