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Durante el año 2017 hice dos semestres de prácticas del grado de

psicología en un Centro de Inserción Social (C.I.S.) compartiendo el PRIA-


MA (PrRograma de Intervención para Agresores de violencia de género en
Medidas Alternativas —a la pena de cárcel—) con cinco estudiantes en
prácticas de los grados de psicología, pedagogía y criminología; cuatro
mujeres y yo, que formábamos el grupo interventor bajo la supervisión de
una asociación. La población diana del programa son condenados por
sentencia firme a penas inferiores a dos años por delitos relacionados
con la violencia de género. Es decir: población no reclusa que realizaban
el programa de forma impuesta por la sentencia y, precisamente, como
alternativa a su ingreso en prisión.

Desde un punto de vista formal, el programa PRIA adopta un enfoque


cognitivo conductual, que parte de la idea de que «igual que la conducta
violenta es aprendida, se puede enseñar al hombre violento formas
alternativas de comportamiento adaptado en la relación de pareja. El
objetivo pasaría por intervenir en áreas relacionadas con el manejo de las
emociones, los pensamientos erróneos, las habilidades de relación y la
resolución de problemas». Creo que el concepto nuclear del programa es
perfectamente válido: la sentencia, por sí sola, no va a cambiar al agresor;
sino que habría que llevar a cabo alguna clase intervención sobre él para
que no vuelva a agredir. Por lo demás, concuerda plenamente con el
objetivo último del sistema penales español, que no es otro que la
reinserción de los individuos en la sociedad. La cuestión es si lo que se
hace actualmente, y en las condiciones en las que se hace, es lo más
adecuado y eficaz para alcanzar dicho objetivo.

¿Es realmente posible rehabilitar a un


maltratador?
En febrero de 2006 se emitía un capítulo de Salvados dedicado al maltrato
machista y que generó ciertas controversias, especialmente por el
momento en que mostraba el testimonio de un maltratador (de espaldas a
la cámara y con la voz distorsionada). Hubo momentos ciertamente
delicados, como cuando afirmó que «la machacaba. Y se me daba bien, la
verdad» [puede verse aquí (primera parte) y aquí (segunda parte).
Atención: Contenido potencialmente sensible].

Otra de las intervenciones más comentadas (además de la de la jueza) fue


cuando entrevistaron a un psicólogo relacionado con la empresa que ganó
un concurso público del Gobierno Vasco para desarrollar el Programa
Gakoa (análogo al PRIA). En un determinado momento, Jordi Evole le
pregunta «¿Hay porcentajes de éxito en la terapia que hacéis con
maltratadores?» a lo que Jorge Freudenthal, respondía «Es difícil, pero si
que te puedo decir que, yo creo que entorno a un… 70% - 80% de las
personas con las que trabajamos no vuelven a ejercer una violencia de la
forma que lo han hecho».

En lineas generales, su discurso es bastante certero y coherente durante


toda la entrevista, pero aquí es obvio que se equivoca: ¿Qué significa
exactamente eso de que no vuelven a ejercer violencia "de la forma que lo
han hecho"? De la misma forma no, de acuerdo, pero entonces ¿de "otra
forma" sí que vuelven a ejercer violencia machista? ¿Acaso existen formas
tolerables de violencia machista? ¿Son entonces seguros sus usuarios para
la integridad, no sólo física sino mental y emocional, de las mujeres una
vez concluyen el programa Gakoa o no lo son? Respecto a los datos que
aporta, creo que estaremos de acuerdo en que es una absoluta
irresponsabilidad hablar de unos índices de reinserción tan optimistas y
halagüeños, basándose en lo que nos presenta como una creencia o
incluso una estimación improvisada (en el vídeo vemos como titubea y
parece que haga el cálculo mentalmente, a ojo y sobre la marcha).

Pero es que, acto seguido, continúa diciendo: «ya simplemente con el


mero hecho o el miedo que tienen algunos a repetir todo el proceso, todo
el nivel judicial, de todo el sistema, entrar en prisión… eso ya frena
bastante a las personas y una vez que ya hayan pasado por una, es mas
difícil que vuelvan a pasar por otra». Aquí básicamente está reconociendo
que una de las principales motivaciones de sus usuarios para evitar la
reincidencia podría ser el miedo a las consecuencias. No un
convencimiento intrínseco y honesto acerca de no volver a causar daño a
una mujer jamás. Ni que el programa haya dado sus frutos y logrado
erradicar o hacerles deconstruir los prejuicios machistas que tenían y que
suponen un factor de riesgo entorno a la conducta del maltrato. Cabe
preguntarse ¿Qué podría pasar si (en cualquier momento y por el motivo
que sea) dicho miedo desaparece? ¿Que podría pasar si llegan a un estado
mental en el que ya les da igual todo? Muchos maltratadores se suicidan
después de asesinar a sus mujeres. ¿Les va a retener el miedo a repetir
todo el proceso, el nivel judicial y la posibilidad de entrar en prisión?
Porque yo diría que no. Desde luego no es que ofrezca demasiada
confianza.
Júzguenlo por ustedes mismos. Dentro vídeo (min 2:07):

Pero dejémonos de vaguedades: En la página web de Instituciones


Penitenciarias encontraréis publicadas algunas evaluaciones del PRIA,
tanto sobre el programa en sí mismo y su nivel de eficacia, como de los
índices de reincidencia de los agresores. Son interesantes, consultadlas,
pero… por lo que yo he aprendido de mi experiencia, la realidad no
necesariamente coincide con ellas.

La intervención que conozco de primera mano se realizó para intentar la


reinserción (y evitar así la reincidencia) de un grupo de 13 usuarios de
distintas edades, nacionalidades, niveles socioeconómicos y educativos,
creencias religiosas y una sola cosa en común: todos eran hombres. Para
empezar, frente al estereotipo (interesado) del maltratador como una
persona monstruosa, no reconoceríais a ninguno de los sujetos
intervenidos por la calle. De hecho, no reconocéis a ninguno: son vuestros
hermanos, vuestros compañeros de estudios o de trabajo, vuestras
actuales parejas. Muchos de los penados de mi grupo consiguieron
ocultar (tanto la condena como la realización del programa de dos horas a
la semana, durante diez meses) a su entorno laboral y familiar. Puede ser
cualquiera. Podría ser yo.

En segundo lugar, el enfoque cognitivo conductual es la elección de


preferencia para promover el cambio de conducta, y está contrastado
empíricamente. Pero la conducta que se intenta cambiar son las
diferentes formas de agresión a la pareja o expareja. Se presupone que la
razón es una falta de determinadas destrezas de relación. Pero en el grupo
sobre el que intervine la mayoría eran sujetos perfectamente funcionales,
incluso hiperfuncionales, desde el punto de vista de sus destrezas sociales.
Educados, simpáticos, inteligentes, encantadores. Si tenían dificultades de
relación, en la mayoría de los casos pasaban desapercibidas, excepto con
la pareja o expareja. Les prestaríais vuestro coche. Les daríais las llaves de
vuestra casa. Y alguno os regaría las plantas. Sin que se lo pidierais.

El programa PRIA es un programa psicoeducativo, no terapéutico. ¿Se


puede llevar a cabo a un intervención psicoeducativa sobre agresores
machistas sin apenas mencionar el machismo? ¿Es efectiva una
intervención tan inespecífica que, en 8 de sus 11 unidades, serviría lo
mismo para un agresor machista que para un (o una) adolescente que
tiene problemas de relación con su familia o su grupo de pares?

De las 328 páginas que desarrollan el programa PRIA los siguientes


términos aparecen mencionados el número de veces que se indica:
Machismo, (5 veces, una de ellas, en la bibliografía), Machista (4 veces),
Patriarcado (3 veces), Patriarcal (1 vez), Feminismo (3 veces), Feminista (8
veces, 5 de las cuales son ejemplos con una connotación negativa).

La violencia de género es un género de violencia. El enfoque del programa


PRIA despolitiza la violencia machista y el machismo, pues ésta no se da
en un espacio contextual neutro, sino muy específico y perfectamente
situado y, al identificar erróneamente la violencia machista como violencia
generalizada, interviene sobre las causas equivocadas. Por hacer un símil,
es como recetar paracetamol para el enfisema pulmonar. Si además de
tener un enfisema, te duele la cabeza, es probable que te alivie la jaqueca.
Y poco más.

El problema no es el plancton que traga la ballena. El problema es el mar


contaminado. Ni siquiera. El problema es Platón, y Aristóteles, y Santo
Tomás de Aquino, y San Agustín, y Darwin. Y Freud. El problema es la
cultura. Patriarcal. La única que existe. El problema no es la sentencia
condenatoria. El problema es el juez. El problema es el sistema judicial. El
problema somos los hombres y nuestra cultura compartida: la
masculinidad.

Como fenómeno estructural a la sociedad, el machismo construye


nuestra percepción y orienta la significación de nuestra realidad (de la
realidad masculina, que interpretamos como la única posible). Es por esa
razón que, quien no es un hombre generalizadamente violento, puede
ejercer violencia contra las mujeres (sean pareja o expareja) en
determinadas situaciones. Ese debería ser el eje del programa. No se
debería intervenir solo para que los hombres, conservando intacto su
machismo, dejen de agredir a las mujeres en esas mismas situaciones. Eso
sólo sirve para, en el mejor de los casos, redirigir la violencia; en el peor,
para enseñarle nuevas estrategias de maltrato, como emplear formas
más sutiles (no tipificadas o más difíciles de probar ante un tribunal) de
violencia machista.
Ninguno de los hombres del grupo se reconocía como machista, ni al
principio ni al final de la intervención. La mera sugerencia los indignaba.
Algunos hablaban directamente de denuncia falsa. Otros, minimizaban o
relativizaban la violencia («pero… si no la he matado ni nada…»). Hay una
anécdota que creo que resultará bastante representativa. Cuando en el
grupo interventor manifestamos nuestra preocupación ante la falta de
efectividad que estaba teniendo nuestra intervención, (debido
precisamente a su carácter neutral e inespecífico) se propuso introducir
un elemento no previsto en el programa: proyectar, y analizar con el
grupo la película Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín (Aquí una escena)
durante dos sesiones consecutivas. Varios de los hombres confesaron,
durante la fase de análisis, que era la primera vez que se habían visto a sí
mismos como agresores. Al concluir el programa, unánimemente ellos
mismos afirmaron que habían sido las sesiones más productivas.

Así que retomamos la pregunta: ¿Es realmente posible rehabilitar a un


maltratador? Con este panorama no es de extrañar que haya compañeras
feministas mucho más escépticas acerca de dicha posibilidad o de la
conveniencia de dichos programas. Nadie estáNo estoy diciendo este tipo
de programas que sean completamente inútiles. No lo creo así. Pero
desde luego, si lo más efectivo del programa es el pase de una película
que ni siquiera estaba en el mismo, quizás haya llegado el momento de
pararse a reflexionar y hacer una profunda crítica. Quizás ha llegado el
momento de que la sociedad deje de mirar al dedo cuando el dedo
feminista señala al origen estructural de la problema que sufre: las
creencias machistas. Quizás ha llegado el momento de que la ciudadanía
presione a las instituciones para obligar a repensar el programa. A
mejorarlo. Y que, de este modo, los profesionales que efectivamente
creemos en la reinserción del maltratador, tengamos herramientas
realmente útiles con las que poder trabajar, desde la seriedad y el rigor
científico.

Roberto Plaza y Anónimo

"Yo me aventuraría a pensar el que Anon (anónimo), quien escribiera tantos poemas
sin firmarlos, fue a menudo una mujer."

Virginia Woolf Formatted: Space Before: Auto, After: 18 pt, Line


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