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Herwin Andrés Corzo Laverde.

Un sentido político y el problema de la nación.

De los caracteres nacionales, es un ensayo de David Hume que toca problemas


antropológicos, físicos, biológicos y sociológicos; sin embargo, no rehúye, ni trata
de hacerlo, a un innegable sentido político. Ésta es, de hecho, su especificidad
principal: a partir de análisis racionales (en tanto pretendidamente experimentales)
de categorías netamente científicas, extrae conclusiones que, en su mayoría, tienen
mayor trascendencia política que natural. Al respecto cabe también analizar que sus
conclusiones tenían un fundamento contextual particular que, aun hoy, tiene efectos
variados.

Junto con la condena inicial a la recepción acrítica de las generalidades de un


carácter nacional como elemento definitivo para calificar a un sujeto según su
origen, práctica que para el inglés es propia del “vulgo” (Hume, 2005, p. 97), Hume
acepta la influencia de la pertenencia a una nación en el carácter de un sujeto como
un elemento identificador no necesario; es decir, las características propias de una
nacionalidad no excluyen la posibilidad de que en el seno de una cultura
determinada se dé un sujeto contrario a sus costumbres.

La determinación hecha por la nacionalidad a un sujeto puede tener, según Hume,


causas morales o causas físicas; siendo aquellas las que actúan como razón para
algo y éstas las atmosféricas como el frío o el calor que llevan a la naturaleza
humana a comportarse de manera disímil según el territorio ocupado. Que las
personas se ven influenciadas por su medio lo comprueban ejemplos particulares,
como el caso de los soldados y los curas, teniendo los hombres de armas un
carácter noble y desprendido y los curas una tendencia a la hipocresía, el orgullo,
el dogmatismo y la venganza. En estos ejemplos es palpable el efecto político del
ensayo; siendo estrictamente experimentales sus premisas, deriva conclusiones
atronadoras para la casta sacerdotal como elemento social y de poder. La crítica a
la religión, y sobre todo a sus autoridades, es más profunda que una simple revisión
de sus costumbres; éstas, son solo una consecuencia de la entidad misma del culto
que promueve la abnegación servil de sus feligreses ante los pretendidos enviados
de Dios que, en cuanto tales, necesitan ser intrínsecamente superiores a la raza
pecadora llana, impulsándolos a negar sus pasiones en beneficio de una hipocresía
que a la larga es útil: a los sacerdotes, porque mantiene su autoridad moral; a los
feligreses, porque construye una autoridad a la que se puede seguir acríticamente;
y a la religión misma, porque resguarda intactas sus estructuras jerárquicas.

Entre las posibles causas morales o físicas, Hume, considera que solo las primeras
tienen asidero en la realidad; ésto, lo comprueba comparando la gran cantidad de
ejemplos de determinaciones por causas morales frente a los nulos casos de
nacionalidades derivadas de causas físicas: el centenario gobierno chino, al que
sigue “(…) la más grande uniformidad de carácter imaginable.” (Hume, 2005, p.
101); la diferencia entre naciones cercanas con distintas formas de gobierno como
Atenas y Tebas, que a pesar de su proximidad territorial y similitud atmosférica
guardan diferentes caracteres; las naciones separadas en un mismo país; los
grupos cerrados que reafirman sus propias costumbres como los judíos; las similitud
entre las naciones de ultramar y sus colonizadores, etc.

La anterior es, también, una muestra clara del talante político del ensayo. El
elemento que va a primar entre las causas morales va a ser la forma de gobierno;
es así como, por ejemplo, un gobierno absolutista impide el desarrollo de
profesiones liberales y las personalidades que se derivan de estas prácticas; un
gobierno monárquico promueve la realización de los valores de su nobleza; y un
gobierno republicano fomenta las castas de librepensadores.

Surge entonces, a partir del razonamiento de Hume, una distinción “objetiva” de


gobiernos. A partir del carácter general de su población (valiente-cobarde, instruida-
ignorante, alegre-taciturna) se puede juzgar un gobierno. Basta con calificar el
prototipo de nacional para derivar inmediatamente un calificativo igual para su
estructura política; si una nación tiene elementos generales de bondad se deduce
que su gobierno es igualmente bondadoso. Esto tiene innegables ventajas políticas
para el contexto de Hume; sus conclusiones apoyan la superioridad de su medio y
raza.
La negación de las causas físicas, como patrón de conducta apolítico, resulta
necesaria para el autor. Afirmar la existencia de estas causas implicaría aceptar que
hay condicionamientos prácticamente inquebrantables para el poder de la razón,
concepto gratamente valorado. En cambio, resaltando la posibilidad de la mente
para imponerse a su ambiente se establece una relación de superioridad entre el
hombre, animal racional, y el resto del mundo físico, mera acumulación de materia
y energía; ésto, sin perjuicio del innegable énfasis de la teoría de Hume en las
emociones.

Surge aquí también la importancia valorativa de las causas morales; no sería posible
realizar un juicio de valor sobre el carácter de un hombre que no ha tenido la
posibilidad de superar las limitantes de su ambiente. En efecto, un hombre bueno o
malo es tal en virtud de que tuvo la posibilidad de elegir entre el bien y el mal;
configurado por su ambiente, resulta más difícil juzgar su conducta y a este
propósito calificador funciona, por un lado, la negación de la determinación absoluta
de la nacionalidad y, por otro, la afirmación de las causas morales sobre las físicas.

El texto gira en torno a la relación de configuración nación-sujeto; sin embargo, el


concepto de nación es altamente indeterminado y, desde el punto de vista que
maneja Hume, ha sido ampliamente criticado1.

El concepto de nación nace como respuesta a dinámicas occidentales,


específicamente europeas, hecho que explica, en parte, por qué la delimitación de
los efectos de la nacionalidad no suele beneficiar a los territorios periféricos2.
Estructuralmente, la nación sirve para cohesionar un grupo poblacional bajo un
paraguas común; el grupo generado, unido por la idea del nosotros, debería
ofrecerse protección derivada de la empatía de las creencias comunes3. Es así
como el concepto de nacionalidad es altamente homogéneo por necesidad: la idea
de un grupo con un conjunto de costumbres y una lengua exige, ante todo, unidad;

1
Para una noción general de las propuestas críticas véase (Lopes, 2015), (Pabón, 2015), (Ariza, 2015).
2
En tanto alejados de los territorios centrales de producción de saber y cultura; es decir, los territorios no
europeos.
3
Véase (Meza, 2006).
es por esto que su origen es necesariamente opresivo. Para consolidar una nación
hacen falta tácticas para desaparecer las expresiones culturales disímiles. Desde el
punto de vista originario de la idea de nación, estrictamente ligado al Estado, no hay
cabida para la diferencia. El núcleo común de creencias, lengua, religión y símbolos
es necesario para que una sola nación impulse a un solo Estado en su interior y
frente a amenazas exteriores.

El matiz político de lo que, para Hume, genera un carácter, es frecuente producto


de relaciones violentas de superposición de creencias. Ésto ha sido sostenido por
diversos autores que consideran que ciertos conceptos derivados de la modernidad
colonizadora representan su origen a la perfección y, por tanto, sus desarrollos
contemporáneos son igualmente opresores. Un ejemplo que evidencia lo anterior,
es la comparación que hace Hume de las nacionalidades europeas con las
periféricas: unas superiores por naturaleza a las otras, secundarias, no solo en
medios sino, sobre todo, en capacidades (Hume, 2005, p. 103). El contexto histórico
en el que se encuentra Hume anticipa el surgimiento de los movimientos
independentistas en las colonias europeas; por esto, necesita la dominación
efectiva y ontológica de las colonias que los muestre como intrínsecamente
superiores al otro. Éste es, de hecho, el mismo orden de ideas impuesto
verticalmente por la religión. De la misma manera que un sacerdote alzado por
encima del resto de la humanidad considerará necesaria la hipocresía para
mantener su estatus, el europeo necesita la misma tela de fingimientos para estar
por encima del otro colonizado. La jerarquía europeo-colonizado tiene la misma
base de la relación sacerdote-feligrés; uno es mejor que otro (el europeo porque
sabe más y mejor, y el sacerdote porque está en directa relación con Dios), uno
enseña al otro y uno oprime al otro. Vale la pena así, citar al mismo autor cuando
dice:

Porque, como observan los químicos, todo gas, cuando es elevado a


cierta altura, se convierte en el mismo, con independencia de los
materiales de que haya sido extraído. Del mismo modo, estos
hombres, siendo elevados por encima de la humanidad, adquieren un
carácter uniforme que les es enteramente propio, y que, en mi opinión,
es, generalmente hablando, no el más amable que ha de encontrarse
en la sociedad humana. (Hume, 2005, p. 98)

El carácter político del ensayo de Hume sobre los caracteres nacionales supera las
premisas experimentales. Si bien sus fundamentos son ejemplos, en el caso de la
comparación de diferentes nacionales, y analogías, en el caso de los soldados y los
curas, sus conclusiones no son estrictamente científicas sino, sobre todo, políticas.
Es este mismo matiz el que, analizado en su contexto, sirve para reafirmar una
superioridad; la suya sobre el otro colonizado.

Bibliografía
Ariza, R. (2015). DESCOLONIZAÇÃO JURÍDICA NOS ANDES. En A. W.
Fernández, Constitucionalismo, descolonización y pluralismo jurídico en
Amériza latina (págs. 165-179). Ciudad de México: CENEJUS.

Hume, D. (2005). De los caracteres nacionales. En D. Hume, Escritos impíos y


antirreligiosos (págs. 97-108). Madrid: Ediciones AKAL.

Lopes, R. (2015). O CONHECIMENTO JURÍDICO COLONIAL E O


SUBALTERNO. En A. W. Fernández, Constitucionalismo, descolonización y
pluralismo jurídico en América latina (págs. 195-215). Ciudad de méxico:
CENEJUS.

Meza, V. N. (2006). Teoría constitucional e instituciones políticas. Bogotá D.C.:


Temis.

Pabón, V. C. (2015). LO “PLURINACIONAL” COMO RETO HISTORICO:. En A. W.


Fernández, Consatitucionalismo, descolonización y pluralismo jurídico en
américa latina (págs. 263-272). Ciudad de México: CENEJUS.

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