Carné: 1-16-2410 Fecha: 16 de marzo del 2,019 LA LEY El pensamiento de Pablo sobre la Ley es difícil de entender porque parece hacer muchas afirmaciones contradictorias. Afirma que los que cumplan la Ley serán justificados (Ro. 2:13) y encontraran vida por ella (Ro. 10:5; Gá. 3:12); pero al mismo tiempo dice que nadie será justificado por la Ley (Ro. 3:20), sino que el código escrito lleva la muerte (2 Co. 3:6), porque la Ley no puede dar vida (Gá. 3:21). La enseñanza de Pablo acerca de la Ley se enfoca en una interpretación teológica de dos clases de justicia: legalismo y fe. En Romanos 10, Pablo deja muy claro el aspecto fundamental: establecer la propia justicia (por obras) o someterse a la justicia de Dios (por fe). Antecedentes del pensamiento de Pablo sobre la Ley Para entender el pensamiento paulino sobre el papel de la Ley, debemos tener en cuenta su triple antecedente de la religión veterotestamentaria, el judaísmo y sus propias experiencias. Israel fue constituido como pueblo de Dios no por méritos alcanzados por la obediencia a la Ley, sino por elección libre de Dios. La Ley fue dada como un medio para vincular a Israel con su Dios. La recompensa de la obediencia a la Ley era la preservación de la relación positiva con Yahveh. La obediencia a la Ley era una expresión de confianza en Dios, y solo quienes le ofrecían esa confianza eran realmente su pueblo. En el periodo intertestamentario se produjo un cambio fundamental en el papel de la Ley en la vida del pueblo. La observancia de la Ley se convierte en la base para el veredicto de Dios respecto al individuo. Este nuevo papel caracteriza al judaísmo rabínico. La Torá se convierte en el único mediador entre Dios y el ser humano. Con la obediencia a la Ley se garantizan tanto la justicia como la vida en el mundo venidero. Es cierto que el arrepentimiento desempeñaba un papel muy importante en la piedad judía. En el ser humano hay un impulso malo tanto como uno bueno, por lo que nadie puede alcanzar una perfección sin pecado. Por tanto, la persona “justa” no es la que obedece la Ley sin excepción, sino solo aquel que se esfuerza por reglamentar su vida de acuerdo a ella. El hombre justo no es pues el que llega a guardar la Ley, sino el que intenta hacerlo, se esfuerza en ello, y se arrepiente si falla. Era el arrepentimiento el que garantizaba la eficacia de los sacrificios por el pecado. Aunque es cierto que fue la bondad de Dios la que entregó la Ley a Israel, y le proporcionó la base para la salvación, ésta depende de las buenas obras, incluyendo el arrepentimiento. Es evidente que la vida de Pablo como judío fue la obediencia legalista a la Ley. Fue su celo por ella lo que le había cegado ante la revelación de la justicia de Dios en Cristo. Lo que como judío había pensado era justicia, ahora se daba cuenta de que era la esencia misma del pecado, porque su orgullo por la justicia propia (Fil. 3:9) le había cegado ante la revelación de la justicia divina en Cristo. La Ley en la era mesiánica Muchos elementos de la interpretación que Pablo hace de la Ley no solo no tienen un equivalente en el judaísmo, sino que difieren tanto de éste. Pablo representa una interpretación cristiana original que puede entenderse solo desde su perspectiva escatológica: con Cristo ha empezado la era mesiánica. Los profetas habían anunciado un día en el que Dios haría un nuevo pacto con su pueblo, cuando la Ley ya no sería un código externo, sino que sería implantada dentro de las personas, escrita en sus corazones (Jer. 31:33). Con Cristo ha llegado una nueva era en la que la Ley desempeña un papel nuevo y diferente. Esta diferencia es que el Espíritu Santo ha sido dado a los seres humanos para que escriba la Ley en sus corazones y con ello pasar a ser un poder interior, dador de vida, que produce justicia. Pablo no afirma la abrogación total de la Ley, para que así la justicia pueda llegar a los creyentes. Afirma que la Ley ya no sirve relacionada con la justicia en Cristo, y la consecuencia es que la Ley ya no es una forma de justicia para el creyente. Esto es cierto porque Cristo es el fin de la Ley. Cristo ha dado por finalizada la era de la Ley porque ha cumplido todo lo que la Ley exige. Aunque los creyentes han experimentado la libertad de la nueva era en Cristo, siguen viviendo en la perversa era presentes. La actitud adecuada para las personas de la nueva era respecto a la era antigua debe ser neutral. Los cristianos pertenecen a dos mundos al mismo tiempo y tienen obligaciones respecto a ambos. La Ley como voluntad de Dios La Ley es y sigue siendo la Ley de Dios (Ro. 7:22), no es pecaminosa (Ro. 7:7), sino santa, justa y buena (Ro. 7:12) porque proviene de Dios (Ro. 7:14). La Ley misma da testimonio de la justicia de Dios (Ro. 3:21). La exigencia de la Ley es tal que solo el amor puede satisfacerla (Ro. 13:8). Pablo dice enseguida que la circuncisión esta en realidad en el corazón y que ser judío es tener el corazón recto respecto a Dios (Ro.2:25-29). El fracaso de la Ley Aunque la Ley sigue siendo para Pablo la expresión justa y santa de la voluntad de Dios, ha fracasado en hacer que las personas sean justas delante de Él. La debilidad y pecaminosidad del ser humano le hacen incapaz de prestar obediencia a lo que exige la Ley. La razón de que la Ley no pueda hacer justas a las personas pecadores es que es un código externo, mientras que los corazones pecaminosos de los seres humanos necesitan un poder interno transformador. La reinterpretación de la Ley Al reflexionar sobre el fracaso de la Ley en contraposición con la obra de Cristo en cuanto a que aquella condujera al conocimiento de la justicia de Dios, Pablo formula una nueva interpretación del papel de la Ley dentro de los propósitos redentores generales de Dios. Si la salvación es por vía de la promesa y no de la Ley, ¿cuál fue el papel de la Ley en el propósito salvador de Dios? Al responder esta interrogante, Pablo llega a la conclusion de que la Ley muestra que es el pecado. Solo la luz de la vida en Cristo puede entender cuál es la situación bajo la Ley; y solo como cristiano se puede entender por qué ella solo puede condenar a muerte a la persona siendo como es santa, justa y buena. La razón no es la naturaleza pecaminosa de la Ley sino la naturaleza pecaminosa del ser humano. La permanencia de la Ley Al cumplir la promesa dada a Abraham, Cristo ha concluido la era de la Ley e iniciado la era de Cristo, que significa para el creyente libertad de la esclavitud y el fin de la Ley. En Cristo, Dios ha hecho lo que la Ley no podía hacer, a saber, condenar el pecado en la carne, para que la exigencia justa de la Ley se pudiera cumplir en aquellos que andan según el Espíritu (Ro. 8:3-4). Toda la Ley se cumple en una frase: “amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Gá. 5:14). Ningún conjunto de normas puede decirle a uno como llevar las cargas de otro (Gá. 6:12); solo el amor puede dictar semejante conducta. Sin embargo, la Ley de Cristo, que es la ley del amor, sí cumple la Ley. Así Cristo ha dado por acabada la Ley como camino de justicia y como código ritual, pero ella como expresión de la voluntad de Dios es permanente; y la persona en la que mora el Espíritu Santo y está vivificada por el amor, puede cumplir la Ley de una forma que nunca pudieron lograr los que estaban bajo la Ley.