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Información personal
Nacimiento 1864
Rioja, Perú
Fallecimiento 1952
Lima, Perú
Nacionalidad Peruana
Información profesional
Ocupación Político
Julio César Arana del Águila (Rioja, San Martín, 1864 - Magdalena del Mar, Lima, 1952).
fue un empresario cauchero y políticoperuano. Amasó una cuantiosa fortuna con la
explotación del caucho en la región amazónica. Su empresa, la Casa Arana, se convirtió
en 1907 en la Peruvian Amazon Rubber Company, con participación de capitales
británicos y con sede en Londres. Al desatarse los llamados “escándalos del Putumayo”,
en la región fronteriza entre Perú y Colombia, fue sindicado como el responsable de la
explotación y la muerte de miles de indígenas amazónicos, a los que empleaba como
trabajadores esclavizados. Los resultados de una investigación realizada por Roger
Casement, a instancias del gobierno británico, motivaron que fuera procesado
judicialmente, pero el inicio de la primera guerra mundial frustró el proceso. Llegó a ser
senador por Loreto y presidente de la Cámara de Comercio de esa región.
Índice
Documentación de su servicio[editar]
Artículo principal: Genocidio del Putumayo
El esquema empresarial de Arana y otros caucheros no era viable sin una política de
terror, crueldad y sadismo hacia las tribus indígenas. La explotación del caucho a escala
multinacional requería de cientos de trabajadores sin apenas retribución, producción
constante y el dominio de una zona que no importaba mucho a ningún gobierno.
El autor Wade Davis hace un recuento de algunos de los hechos más horripilantes en su
libro El río, exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica:
"En 1904 contrató a doscientos guardianes de Barbados y les encomendó la tarea de acorralar a
cualquiera que intentara escapar (...) Los caucheros, a quienes se les permitía 'civilizar' a los indios,
atacaban al alba, atrapando a sus víctimas en las malocas y ofreciéndoles regalos como excusa a
su esclavitud. Una vez en garras de deudas que no podían comprender y a riesgo de la vida de sus
familias, los huitotos trabajaban para producir una sustancia que no podían usar. Los que no
cumplían con su cuota, los que veían que la aguja de la balanza no pasaba de la marca de los diez
kilos, caían de bruces a la espera del castigo. A unos los golpeaban y azotaban, a otros les cortaban
las manos o los dedos. Se sometían, porque si oponían resistencias sus esposas y sus hijos
pagarían por ello."2
Temerosos los peruanos por el atropello a un agente del gobierno de Colombia trataron de
conciliar con los comisarios nacionales, el comandante en jefe de la guarnición, señor
Polack, se entrevistó con el comisario Orjuela y en tono muy amable le propuso arreglar el
asunto, llevándolo al lugar donde había sido apresado y poniéndolo en completa libertad.
Orjuela sin embargo no accedió a los planteamientos de Polack considerando que la
nación sabría cobrar el ultraje, cometido en su persona, a la soberanía nacional y el hecho
de tener al inspector del Putumayo, Gabriel Martínez preso desde hacia un mes. Le afirmó
que de esto tendría noticia el gobierno de Colombia en pocos días; que nuestro territorio
no neutralizado había sido invadido por fuerzas regulares del Perú y que la ofensa a
Colombia estaba hecha; "que esto no lo podríamos arreglar nosotros en esa situación y
que nuestro gobierno sabría pedirle explicaciones al Perú por la violación de su territorio y
consiguientes crímenes cometidos dentro de él." Al no prestarse a acuerdo alguno,
resolvieron remitirlo con Martínez, a Iquitos: "Volví al calabozo y el 16 de enero nos
condujeron a bordo del vapor "Liberal", en donde nos encerraron en la bodega de proa, en
un espacio que solo podía dar cabida a tres personas y que fue destinado para nueve
prisioneros."
Sin ventilación, ni luz y con una temperatura superior a los 40 grados. Estando todos
enfermos del estómago, solo se les permitían salir al excusado una vez al día lo que
convirtió el reclusorio en una letrina. Tras veinte días en estas condiciones y ya en Iquitos
ante el comisario en esa ciudad nuevamente se negó en cualquier tipo de arreglo o
indemnización pues consideró que el gran ofendido había sido la patria colombiana.
En 1909, el periódico londinense Truth, publicó el testimonio de Hardenburg bajo el
título The Devil's Paradise (El paraíso del diablo). Walter relataba con detalle sus
observaciones y otros testimonios que había logrado recoger durante sus meses de
estadía en Iquitos; denunció la existencia de un verdadero régimen de esclavitud en el
Putumayo, en el cual los indios eran forzados a trabajar, sometidos a la tortura en el cepo
y al látigo, expuestos a hambrunas y a las pestes provocadas por las precarias
condiciones de trabajo, entre otras formas de represión. Algunos de los hechos relatados
por Hardenburg incluían que a los indígenas
"los torturaban con fuego, agua y la crucifixión con los pies para arriba. Los empleados de la
compañía cortaban a los indios en pedazos con machetes y aplastaban los sesos de los niños
pequeños al lanzarlos contra árboles y paredes. A los viejos los mataban cuando ya no podían
trabajar, y para divertirse, los funcionarios de la compañía ejercitaban su pericia de tiradores
utilizando a los indios como blanco. En ocasiones especiales como el sábado de Pascua, sábado de
gloria los mataban en grupos o, con preferencia, los rociaban con queroseno y les prendían fuego
para disfrutar con su agonía".
..Los agentes de la Compañía obligan a los pacíficos indios del Putumayo a trabajar día y noche, sin
la más mínima recuperación salvo la comida necesaria para mantenerlos vivos. Les roban sus
cosechas, sus mujeres, sus hijos. Los azotan inhumanamente hasta dejarles los huesos al aire...
Toman a sus hijos por los pies y les estrellan la cabeza contra los árboles y paredes... Hombres,
mujeres y niños sirven de blanco a los disparos por diversión y en oportunidades les queman
con parafina para que los empleados disfruten con su desesperada agonía...
W. Hardenburg, 19094
En 1910 siguen las denuncias sobre las brutalidades de la Casa Arana y Hardenburg
afirma que más 40.000 indígenas habían sido asesinados. Truth también insistió en que
era una "compañía limitada inglesa con directores y accionistas ingleses". Esta verdad
horrorizó al público británico.5
En el ámbito internacional se empezó a hablar de los "crímenes del Putumayo", a raíz de
las torturas y asesinatos de indígenas cometidos por algunos empleados de las
firmas caucheras, delitos que, se decía, eran conocidos por los directivos de esas
empresas. Esta versión tuvo eco en Inglaterra y fue el pretexto ideal para que los ingleses
intervinieran en el conflicto proclamando su interés por proteger a los nativos de la zona.
Los relatos recogidos por quienes pudieron tomar nota de ello son realmente aterradores:
el cónsul inglés en Río de Janeiro, que enviara la corona para investigar: Sir Roger
Casement, y algunos viajeros que pasaron por esos territorios. En sus informes se habla
de atrocidades sin nombre, que van desde obligar al indígena a comer partes de su
cuerpo, hasta de arrojar a los perros las cabezas de los indígenas incinerados vivos.
Todos estos problemas llevaron a Julio César Arana del Águila a defenderse ante
la Cámara de los Comunes en Londres. En el juicio, su principal defensa fue
presentándose como "civilizador de indios". En breve tiempo redactó diversos escritos en
Inglaterra y España con la intención de apuntalar su defensa, uno de los cuales es
el libro Las cuestiones del Putumayo (1913). En los procesos abiertos por estos crímenes
en Colombia y el Perú, se llegó a hablar de hasta 30.000 indígenas asesinados.
Finalmente, los directivos acusados en Iquitos –255 personas– no llegaron a ser juzgados
y los delitos prescribieron sin que se sancionase a nadie. Los gobiernos colombianos antes
de 1930, nunca hicieron algo frente a las atrocidades de la compañía de Arana, porque por
un lado, poco o nada les interesaba lo que les sucediera a los indígenas, y por otro, desde
los orígenes de la explotación del caucho en el Amazonas colombiano, tenían buenas
relaciones con Arana. Por ejemplo, en el gobierno del general Reyes (1905-1910) el cónsul
en Manaos era un cauchero peruano, y el mismo general en tiempos de juventud había
tenido negocios con Arana, ya que su familia y él tenían el negocio de la explotación de la
quina, y utilizaban las mismas rutas que el caucho. Por tanto, alquilaban las
embarcaciones de la Casa Arana.
En la actualidad, los indígenas que habitan el norte del río Putumayo, recuerdan las
historias de sus abuelos, como las más atroces que hayan vivido estas naciones,
principalmente los Uitoto, pero también los Nonuya, Muinane, Andoke, Bora y Miraña.
La defensa de Arana[editar]
Los llamados “crímenes del Putumayo” tuvieron una amplia resonancia internacional,
especialmente en Inglaterra, país en donde los políticos buscaban algún pretexto o excusa
para intervenir en la región. Cabe señalar además el doble rasero con que los británicos
actuaban al “escandalizarse” con dichos crímenes, en tiempos en que en el marco del
“imperio británico” ocurrían excesos igualmente reprobables (léase Irlanda, Sur de África,
Australia, Jamaica y la India). Tampoco los Estados Unidos, país donde también llegaron
los ecos estridentes del escándalo, se libraba de la hipocresía, con el asunto de la
reducción de los pieles rojas.
Arana debió justificarse ante la Cámara de los Comunes y publicó libros esclarecedores
tanto en Reino Unido como en España, como el titulado Las cuestiones del
Putumayo(Barcelona, 1913).
Arana insistió de manera tenaz que él no había tenido una vigilancia directa y personal
sobre los métodos empleados para la recolección del caucho, por lo que ignoraba si se
habían cometido las crueldades espantosas que se achacaba al personal subalterno, entre
ellos los negros de Barbados, así como a algunos de sus directores, entre ellos el
colombiano Ramón Sánchez y el boliviano Armando Normand. Aseveró que él no podía
haber dado órdenes para cometer semejantes crímenes, basándose en la razón de que
jamás habría diezmado a la población indígena ya que eso habría ido contra sus propios
intereses (su negocio requería de mucha mano de obra).
La defensa de Arana la asumió el doctor Carlos Rey de Castro, quien señaló que el
escándalo fue desatado por las siguientes razones:
La propaganda intensa y onerosa desatada por Colombia, país que quería apoderarse
del territorio situado entre el Putumayo y Caquetá, que entonces disputaba al Perú.
Algunos accionistas británicos de la Peruvian Amazon participaron en la intriga contra
Arana.
El gobierno británico actuó movido por intereses políticos, ya que con la excusa de
ayudar a los nativos pretendía intervenir en los asuntos de Sudamérica (era la época
de la expansión de los imperialismos).
Casement era un neurótico, poseído por un afán enfermizo de notoriedad. Además, a
decir de Rey de Castro, recibía dinero de Colombia.
La Sociedad Anti-esclavista y de Protección de los Aborígenes, si bien realizaba una
campaña humanitaria, tenía al mismo tiempo el propósito oculto de aniquilar a toda
empresa cauchera no británica para favorecer la producción de la India.
El periodista peruano Benjamín Saldaña Roca (de Iquitos) sacó a la luz estos
escándalos basándose en informes de empleados despedidos y de algunos
oportunistas, quienes previamente habían intentado chantajear a Arana, pidiéndole
dinero a cambio de guardar silencio.
El estadounidense W. E. Hardenburg (el que publicó en la prensa londinense los
testimonios escalofriantes citados anteriormente), también fue acusado por Arana de
chantaje, así como de falsificación.
Los negros barbadenses dieron declaraciones falsas o exageradas, a veces llevados
por su odio a los blancos y otras veces en espera de recompesas.
Algunos empleados colombianos de la Peruvian Amazon hicieron similares
declaraciones por patriotismo.
Otros testimonios provenían de personas de nula confianza: revoltosos, díscolos o
alborotadores.
Los indios nativos se sumaron a la ola de acusaciones por su inclinación a la mentira o
por rencor a sus patrones.
La prensa mundial se hizo eco del asunto por puro sensacionalismo.6
Ciertamente, causa suspicacia el hecho que las denuncias se enfocaran sobre Arana y los
caucheros peruanos, mas no sobre los caucheros colombianos, quienes también habrían
cometido tropelías en aquella zona.
Hay que tener en cuenta contexto internacional entre Perú y Colombia para entender a
profundidad este asunto y no caer en el recurso facilista de achacar todo al supuesto
espíritu “genocida” de Arana. Como ya se ha dicho, ambos países se disputaban una
extensa región amazónica fronteriza, entre el Putumayo y el Caquetá. El 6 de julio de 1906
se había celebrado un modus vivendi entre ambas naciones, que neutralizó la zona en
disputa y facilitó, indirectamente, por la ausencia de autoridades civiles, policiales o
militares, la acción de gente inescrupulosa. Cuando en octubre de 1907, la cancillería
colombiana pidió unilateralmente el cese del modus vivendi, la cancillería peruana pidió a
Arana que ayudara con sus empleados a repeler una posible invasión colombiana. Se
produjeron así choques entre peruanos y colombianos. El gobierno de Lima veía por eso a
la empresa de Arana como un símbolo tangible de la defensa del territorio patrio. Mientras
que Colombia, interesada en apoderarse de esa zona, desató una campaña intensa y
vilipendiosa contra Arana y su empresa, por lo que cobran fuerza los argumentos de la
defensa de Arana, aunque hayan sido refutados durante el proceso en Inglaterra, en el
cual la abundancia de pruebas hacía prácticamente inútil una defensa basada
fundamentalmente en acusaciones contra quienes asumieron la investigación.
Vida política[editar]
Instalado nuevamente en el Perú, habiendo vuelto de Argentina, Arana se interesó otra vez
en la política, y en la década de los años 1920 (Oncenio), fue elegido senador suplente por
el departamento de Loreto. Cuando el senador titular asumió como Ministro de Estado,
ocupó dicho escaño durante un prolongado periodo. Su labor en el parlamento estuvo
orientada a promover el progreso de la región amazónica, con iniciativas como la de la
creación de un régimen de protección a las propiedades indígenas, en 1923; la reducción
de los cánones tributario para la explotación del petróleo en la montaña, también de 1923;
o la creación del Colegio Nacional de Iquitos, efectuado mediante Ley Nº 5100 del 18 de
mayo de 1925.
Fue uno de los más tenaces opositores al Tratado Salomón-Lozano de 1927, porque éste
estipulaba que el Perú renunciaba a la margen izquierda del río Putumayo –donde Arana
tenía propiedades concedidas por el gobierno peruano– y desconocía la nacionalidad
peruana de sus pobladores. Incluso escribió un texto donde defendía su posición adversa
a este tratado: El protocolo Salomón-Lozano (1927).
Su vida política duró hasta la caída del oncenio de Augusto B. Leguía y Salcedo (27 de
agosto de 1930), tras lo cual decidió retirarse de la vida pública. Julio C. Arana fue
notoriamente una de las figuras más controvertidas de la selva peruana y de la historia del
Perú, pues para unos fue un inclemente explotador de indios, mientras que otros vieron en
su figura a un fervoroso defensor de la soberanía nacional. Alejado de la selva en la que
tanto bregó, murió en Lima.
El tema de la empresa de Julio César Arana, la "Casa Arana", ha sido objeto de estudios
acerca de lo que es capaz de hacer el ser humano por negocios. Es el caso de los
estudios de Michael Taussig acerca del terror y la tortura.
En la literatura[editar]
El premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa describe a Julio C. Arana en su
novela El sueño del celta:
Era un hombre más bajo que alto, moreno, de rasgos mestizos, con una insinuación asiática en sus
ojos algo sesgados y una frente muy ancha, de cabellos ralos y cuidadosamente asentados, con
raya en el medio. Llevaba un bigotito y barbilla recién escarmenados y olía a colonia… Su expresión
era impenetrable. En su mirada dura y fría había algo inflexible… Este hombrecito atildado,
ligeramente rechoncho, era pues el dueño de ese imperio del tamaño de un país europeo, dueño de
vidas y haciendas de decenas de miles de personas, odiado y adulado, que en ese mundo de
miserables que era la Amazonia había acumulado una fortuna comparable a la de los grandes
potentados de Europa. Había comenzado como un niño pobre, en ese pueblecito perdido que debía
ser Rioja, en la selva alta peruana, vendiendo de casa en casa los sombreros de paja que tejía su
familia. Poco a poco, compensando su falta de estudios —sólo unos pocos años de instrucción
primaria— con una capacidad de trabajo sobrehumana, una intuición genial para los negocios y una
absoluta falta de escrúpulos, fue escalando la pirámide social. De vendedor ambulante de
sombreros por la vasta Amazonia, pasó a ser habilitador de esos caucheros misérrimos que se
aventuraban por su cuenta y riesgo en la selva, a los que proveía de machetes, carabinas, redes de
pescar, cuchillos, latas para el jebe, conservas, harina de yuca y utensilios domésticos, a cambio de
parte del caucho que recogían y que él se encargaba de vender en Iquitos y Manaos a las
compañías exportadoras. Hasta que, con el dinero ganado, pudo pasar de habilitador y comisionista
a productor y exportador. Se asoció al principio con caucheros colombianos, que, menos inteligentes
o diligentes o faltos de moral que él, terminaron todos malvendiéndole sus tierras, depósitos,
braceros indígenas y a veces trabajando a su servicio. Desconfiado, instaló a sus hermanos y
cuñados en los puestos claves de la empresa, que, pese a su gran tamaño y estar registrada desde
1908 en la Bolsa de Londres, seguía funcionando en la práctica como una empresa familiar. ¿A
cuánto ascendía su fortuna? La leyenda sin duda exageraba la realidad. Pero, en Londres, la
Peruvian Amazon Company tenía este valioso edificio en el corazón de la City y la mansión de
Arana en Kensington Road no desmerecía entre los palacios de los príncipes y banqueros que la
rodeaban. Su casa en Ginebra y su palacete de verano en Biarritz estaban amueblados por
decoradores de moda y lucían cuadros y objetos de lujo. Pero de él se decía que llevaba una vida
austera, que no bebía ni jugaba ni tenía amantes y que dedicaba todo su tiempo libre a su mujer.
Por su parte, muchos decenios antes de "El Sueño del Celta", ya el escritor
colombiano José Eustasio Rivera, había denunciado los crímenes de la casa Arana en su
novela "La Vorágine" (1924).