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Julio César Arana del Águila

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Julio César Arana

Información personal

Nacimiento 1864
Rioja, Perú

Fallecimiento 1952
Lima, Perú

Nacionalidad Peruana

Información profesional

Ocupación Político

Cargos ocupados Senador de Perú

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Julio César Arana del Águila (Rioja, San Martín, 1864 - Magdalena del Mar, Lima, 1952).
fue un empresario cauchero y políticoperuano. Amasó una cuantiosa fortuna con la
explotación del caucho en la región amazónica. Su empresa, la Casa Arana, se convirtió
en 1907 en la Peruvian Amazon Rubber Company, con participación de capitales
británicos y con sede en Londres. Al desatarse los llamados “escándalos del Putumayo”,
en la región fronteriza entre Perú y Colombia, fue sindicado como el responsable de la
explotación y la muerte de miles de indígenas amazónicos, a los que empleaba como
trabajadores esclavizados. Los resultados de una investigación realizada por Roger
Casement, a instancias del gobierno británico, motivaron que fuera procesado
judicialmente, pero el inicio de la primera guerra mundial frustró el proceso. Llegó a ser
senador por Loreto y presidente de la Cámara de Comercio de esa región.

Índice

 1Empresario del caucho


 2Documentación de su servicio
 3La defensa de Arana
 4Vida política
 5En la literatura
 6Referencias
 7Lecturas relacionadas
 8Véase también
 9Enlaces externos

Empresario del caucho[editar]


Hijo de un sombrerero, solo tuvo estudios elementales. Se inició en el comercio y la
explotación del caucho y otros productos, en Yurimaguas, en plena selva peruana, a partir
de 1881. La explotación del caucho, a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo
XX había despertado en toda esa zona la llamada fiebre del caucho.
En 1889, se trasladó a Iquitos y en algunos años amplió sus operaciones caucheras en las
riberas del Putumayo.
La cercanía de la zona con Colombia le permitió enlazarse con compañías de ese país,
como Larrañaga, Ramírez y Cía., de La Chorrera, entre otras, cuyas explotaciones se
realizaban en la riberas del río Igaraparaná y el río Caraparaná, afluentes del río
Putumayo.
En 1899, Arana observó que a lo largo del Putumayo, zona toda ella cauchera, había una
extensa población indígena; imaginó entonces las grandes ventajas que le reportaría una
mano de obra esclava a fin de competir hasta la destrucción de sus rivales más
inmediatos, los Casa Suárez, Fitzcarrald, Vaca Díez y demás "siringueros" o extractores
de caucho. Aprendió los procedimientos criminales de la "Calderón", compañía cauchera
del Putumayo que, a partir de 1900, esclavizaba a los indígenas para colocarse en
envidiable situación productiva. Los infelices habitantes naturales de las riberas de los ríos
Cara-paraná, al alto Cahuinarí e Igara-paraná –es decir, los huitoto, andoque, bora y
nonuya– fueron utilizados para la extracción de goma, su carga y transporte y los oficios
propios de los campamentos. Sus tradiciones como el cultivo, la caza y otras actividades
propias de sus comunidades les fueron entonces prohibidas.1
Sus éxitos comerciales catapultaron a Arana a la alcaldía de Iquitos en 1902. A partir de
esa fecha asumió diversos cargos públicos, entre ellos el de presidente de la Cámara de
Comercio y de la Junta Departamental.
La bonanza de sus negocios lo llevó a instalar una sucursal en Manaos, Brasil, en 1903,
con la intención de evitar la intromisión de agentes comisionistas. Dueño ya de una
sustanciosa fortuna, constituyó la sociedad J.C. Arana y Hnos. y rápidamente adquirió la
cesión de derechos de los ocupantes de muchos gomales, llegando a tener hasta 45
centros de recolección. No bastándole los negocios en territorio peruano, abrió
exitosamente agencias en Londres y Nueva York, sustituyendo la sociedad familiar por
la Peruvian Amazon Rubber Company, constituida en Londres en 1907 y respaldada con
un capital de £ 1.000.000. En esta nueva compañía se mantuvo como gerente, asesorado
por cuatro directores ingleses.
Su creciente poder le permitió adquirir gran número de explotaciones caucheras en la
margen colombiana del Putumayo. Sus anteriores propietarios alegaron ante el gobierno
colombiano que el método de adquisición de Arana consistía en la amenaza directa con
sus hombres armados. El Gobierno colombiano desoyó estas protestas. Los competidores
de Arana contribuyeron entonces a difundir su fama de desalmado genocida. Esta imagen
del cauchero sin escrúpulos sirve al argumento, años después, de la novela "La vorágine",
del colombiano José Eustasio Rivera, cuyo escenario es la frontera del Perú y Colombia.
Rivera se valió de testimonios directos para escribir su célebre relato.
En las explotaciones caucheras de la Peruvian Amazon Rubber Co., guardias armados
obligaban a los indígenas al trabajo sin descanso. Había allí dependencias donde se les
torturaba si no aportaban las cantidades de caucho requeridas.

Documentación de su servicio[editar]
Artículo principal: Genocidio del Putumayo

El esquema empresarial de Arana y otros caucheros no era viable sin una política de
terror, crueldad y sadismo hacia las tribus indígenas. La explotación del caucho a escala
multinacional requería de cientos de trabajadores sin apenas retribución, producción
constante y el dominio de una zona que no importaba mucho a ningún gobierno.
El autor Wade Davis hace un recuento de algunos de los hechos más horripilantes en su
libro El río, exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica:
"En 1904 contrató a doscientos guardianes de Barbados y les encomendó la tarea de acorralar a
cualquiera que intentara escapar (...) Los caucheros, a quienes se les permitía 'civilizar' a los indios,
atacaban al alba, atrapando a sus víctimas en las malocas y ofreciéndoles regalos como excusa a
su esclavitud. Una vez en garras de deudas que no podían comprender y a riesgo de la vida de sus
familias, los huitotos trabajaban para producir una sustancia que no podían usar. Los que no
cumplían con su cuota, los que veían que la aguja de la balanza no pasaba de la marca de los diez
kilos, caían de bruces a la espera del castigo. A unos los golpeaban y azotaban, a otros les cortaban
las manos o los dedos. Se sometían, porque si oponían resistencias sus esposas y sus hijos
pagarían por ello."2

Un joven ingeniero ferroviario estadounidense, Walter Hardenburg, ese mismo año, de


paso por el Putumayo, presenció también grandes vejaciones y asesinatos a los nativos y
homicidios y persecución a los colombianos. El 12 de enero de 1908 presenció la
"adquisición" por parte de empleados de la Casa Arana, de las últimas propiedades
colombianas en el Cara-paraná. Las víctimas: David Serrano, propietario de La Reserva,
Ildefonso González, dueño de El Dorado, y los propietarios de La Unión, Ordóñez y
Martínez. Una vez en que apareció el vapor "Liberal", acompañado por la lancha de guerra
"Iquitos" con 85 hombres de la guarnición de esa ciudad en predios de La Unión, los
peruanos fueron recibidos por los colombianos Duarte y Prieto, quienes conocedores de la
violencia de los militares y empleados de los Arana, de inmediato ordenaron el retiro de las
tropas peruanas. Los de la Casa Arana sonriendo les dijeron que venían en son de paz
para hacerles una oferta. Estaban dispuestos a pagar veinte mil libras esterlinas por todo,
con el fin de que los colombianos se retiraran de la zona. Los colombianos sonríen
nerviosamente y tratan de ganar tiempo para lograr los abastecimientos que vienen en el
vapor "Liberal" de los asaltantes. De inmediato desapareció la amabilidad peruana.
Querían todo el caucho producido o lo tomaban por la fuerza. Tras un infernal tiroteo,
algunos colombianos cayeron y los demás corrieron a buscar refugio en la selva. Los
heridos fueron rematados de inmediato. Ese día murieron: el inspector de policía Primitivo
Melo, Gustavo Prieto, Pedro León Santos, Juan Escobar, Ramón Castro, Francisco
Duarte, Benjamín Muñoz, Abelardo Rivera, David Serrano, Vicente y Francisco Ramírez,
Luís Jaramillo, Félix Lemus, Juan Ancerra, Fernando Quimbayas y muchos otros. Los
peruanos se apoderaron de todo, mil arrobas de caucho, ganados, máquinas y hasta de
las indias quienes les servirían sexualmente.
Davis narra así el apoderamiento del genocida Arana de las propiedades de Serrano:
En diciembre de 1907 envió a Miguel Loayza, su capataz, a El Encanto a persuadir a David Serrano,
uno de los colombianos, de que abandonara su campo en La Reserva. Los peruanos atacaron de
forma avasalladora, ataron a un árbol a Serrano, violaron a su esposa en su presencia y lo
abandonaron a su suerte descendiendo por el río con su hijo, quien luego fue obligado a trabajar
como sirviente en El Encanto. La esposa, también secuestrada, se convirtió a la fuerza en la
concubina de Loayza.3

Ni siquiera las autoridades colombianas se salvan de los atropellos. El ingeniero


Hardenburg presenció los abusos cometidos contra los inspectores Jesús Orjuela O. y
Gabriel Martínez. Orjuela ante la carencia de recursos y personal para protección de los
connacionales en un acto de extremo valor pero algo ingenuo, buscó mediante el diálogo
acabar con los atropellos pero fue detenido en Puerto Argelia por tropas del Perú bajo el
mando del capitán Ramiro de Ozman.
"El día 12 de enero de 1908, por la noche, llegaron al sitio donde me encontraba preso, la lancha de
guerra "Iquitos" y el vapor mercante "Liberal" (de la Casa Arana). En la lancha venía el capitán Arce
Benavides con parte de la guarnición de Iquitos, la cual ascendía a 85 hombres uniformados y venía
armada con una ametralladora y dos cañones. En el vapor venían 60 empleados de La Casa Arana,
de los subvencionados por el Gobierno del Perú, todos armados, y traían, además, un cañón."
"Conducido a la lancha de guerra, en donde estaban reunidos los jefes y demás empleados, me
tomaron cuenta de mi conducta, por el hecho de llamarlos a un arreglo amigable, y en medio de
insultos y amenazas me bajaron a empujones y golpes por la escalera, me arrojaron de cabeza
entre la bodega o purón, y allí cayeron cuatro marineros encima, quienes por orden del comisario del
Perú, señor Jorsi, me pusieron dos cadenas y dos grillos en los pies".

Temerosos los peruanos por el atropello a un agente del gobierno de Colombia trataron de
conciliar con los comisarios nacionales, el comandante en jefe de la guarnición, señor
Polack, se entrevistó con el comisario Orjuela y en tono muy amable le propuso arreglar el
asunto, llevándolo al lugar donde había sido apresado y poniéndolo en completa libertad.
Orjuela sin embargo no accedió a los planteamientos de Polack considerando que la
nación sabría cobrar el ultraje, cometido en su persona, a la soberanía nacional y el hecho
de tener al inspector del Putumayo, Gabriel Martínez preso desde hacia un mes. Le afirmó
que de esto tendría noticia el gobierno de Colombia en pocos días; que nuestro territorio
no neutralizado había sido invadido por fuerzas regulares del Perú y que la ofensa a
Colombia estaba hecha; "que esto no lo podríamos arreglar nosotros en esa situación y
que nuestro gobierno sabría pedirle explicaciones al Perú por la violación de su territorio y
consiguientes crímenes cometidos dentro de él." Al no prestarse a acuerdo alguno,
resolvieron remitirlo con Martínez, a Iquitos: "Volví al calabozo y el 16 de enero nos
condujeron a bordo del vapor "Liberal", en donde nos encerraron en la bodega de proa, en
un espacio que solo podía dar cabida a tres personas y que fue destinado para nueve
prisioneros."
Sin ventilación, ni luz y con una temperatura superior a los 40 grados. Estando todos
enfermos del estómago, solo se les permitían salir al excusado una vez al día lo que
convirtió el reclusorio en una letrina. Tras veinte días en estas condiciones y ya en Iquitos
ante el comisario en esa ciudad nuevamente se negó en cualquier tipo de arreglo o
indemnización pues consideró que el gran ofendido había sido la patria colombiana.
En 1909, el periódico londinense Truth, publicó el testimonio de Hardenburg bajo el
título The Devil's Paradise (El paraíso del diablo). Walter relataba con detalle sus
observaciones y otros testimonios que había logrado recoger durante sus meses de
estadía en Iquitos; denunció la existencia de un verdadero régimen de esclavitud en el
Putumayo, en el cual los indios eran forzados a trabajar, sometidos a la tortura en el cepo
y al látigo, expuestos a hambrunas y a las pestes provocadas por las precarias
condiciones de trabajo, entre otras formas de represión. Algunos de los hechos relatados
por Hardenburg incluían que a los indígenas
"los torturaban con fuego, agua y la crucifixión con los pies para arriba. Los empleados de la
compañía cortaban a los indios en pedazos con machetes y aplastaban los sesos de los niños
pequeños al lanzarlos contra árboles y paredes. A los viejos los mataban cuando ya no podían
trabajar, y para divertirse, los funcionarios de la compañía ejercitaban su pericia de tiradores
utilizando a los indios como blanco. En ocasiones especiales como el sábado de Pascua, sábado de
gloria los mataban en grupos o, con preferencia, los rociaban con queroseno y les prendían fuego
para disfrutar con su agonía".

..Los agentes de la Compañía obligan a los pacíficos indios del Putumayo a trabajar día y noche, sin
la más mínima recuperación salvo la comida necesaria para mantenerlos vivos. Les roban sus
cosechas, sus mujeres, sus hijos. Los azotan inhumanamente hasta dejarles los huesos al aire...
Toman a sus hijos por los pies y les estrellan la cabeza contra los árboles y paredes... Hombres,
mujeres y niños sirven de blanco a los disparos por diversión y en oportunidades les queman
con parafina para que los empleados disfruten con su desesperada agonía...
W. Hardenburg, 19094

En 1910 siguen las denuncias sobre las brutalidades de la Casa Arana y Hardenburg
afirma que más 40.000 indígenas habían sido asesinados. Truth también insistió en que
era una "compañía limitada inglesa con directores y accionistas ingleses". Esta verdad
horrorizó al público británico.5
En el ámbito internacional se empezó a hablar de los "crímenes del Putumayo", a raíz de
las torturas y asesinatos de indígenas cometidos por algunos empleados de las
firmas caucheras, delitos que, se decía, eran conocidos por los directivos de esas
empresas. Esta versión tuvo eco en Inglaterra y fue el pretexto ideal para que los ingleses
intervinieran en el conflicto proclamando su interés por proteger a los nativos de la zona.
Los relatos recogidos por quienes pudieron tomar nota de ello son realmente aterradores:
el cónsul inglés en Río de Janeiro, que enviara la corona para investigar: Sir Roger
Casement, y algunos viajeros que pasaron por esos territorios. En sus informes se habla
de atrocidades sin nombre, que van desde obligar al indígena a comer partes de su
cuerpo, hasta de arrojar a los perros las cabezas de los indígenas incinerados vivos.
Todos estos problemas llevaron a Julio César Arana del Águila a defenderse ante
la Cámara de los Comunes en Londres. En el juicio, su principal defensa fue
presentándose como "civilizador de indios". En breve tiempo redactó diversos escritos en
Inglaterra y España con la intención de apuntalar su defensa, uno de los cuales es
el libro Las cuestiones del Putumayo (1913). En los procesos abiertos por estos crímenes
en Colombia y el Perú, se llegó a hablar de hasta 30.000 indígenas asesinados.
Finalmente, los directivos acusados en Iquitos –255 personas– no llegaron a ser juzgados
y los delitos prescribieron sin que se sancionase a nadie. Los gobiernos colombianos antes
de 1930, nunca hicieron algo frente a las atrocidades de la compañía de Arana, porque por
un lado, poco o nada les interesaba lo que les sucediera a los indígenas, y por otro, desde
los orígenes de la explotación del caucho en el Amazonas colombiano, tenían buenas
relaciones con Arana. Por ejemplo, en el gobierno del general Reyes (1905-1910) el cónsul
en Manaos era un cauchero peruano, y el mismo general en tiempos de juventud había
tenido negocios con Arana, ya que su familia y él tenían el negocio de la explotación de la
quina, y utilizaban las mismas rutas que el caucho. Por tanto, alquilaban las
embarcaciones de la Casa Arana.
En la actualidad, los indígenas que habitan el norte del río Putumayo, recuerdan las
historias de sus abuelos, como las más atroces que hayan vivido estas naciones,
principalmente los Uitoto, pero también los Nonuya, Muinane, Andoke, Bora y Miraña.

La defensa de Arana[editar]
Los llamados “crímenes del Putumayo” tuvieron una amplia resonancia internacional,
especialmente en Inglaterra, país en donde los políticos buscaban algún pretexto o excusa
para intervenir en la región. Cabe señalar además el doble rasero con que los británicos
actuaban al “escandalizarse” con dichos crímenes, en tiempos en que en el marco del
“imperio británico” ocurrían excesos igualmente reprobables (léase Irlanda, Sur de África,
Australia, Jamaica y la India). Tampoco los Estados Unidos, país donde también llegaron
los ecos estridentes del escándalo, se libraba de la hipocresía, con el asunto de la
reducción de los pieles rojas.
Arana debió justificarse ante la Cámara de los Comunes y publicó libros esclarecedores
tanto en Reino Unido como en España, como el titulado Las cuestiones del
Putumayo(Barcelona, 1913).
Arana insistió de manera tenaz que él no había tenido una vigilancia directa y personal
sobre los métodos empleados para la recolección del caucho, por lo que ignoraba si se
habían cometido las crueldades espantosas que se achacaba al personal subalterno, entre
ellos los negros de Barbados, así como a algunos de sus directores, entre ellos el
colombiano Ramón Sánchez y el boliviano Armando Normand. Aseveró que él no podía
haber dado órdenes para cometer semejantes crímenes, basándose en la razón de que
jamás habría diezmado a la población indígena ya que eso habría ido contra sus propios
intereses (su negocio requería de mucha mano de obra).
La defensa de Arana la asumió el doctor Carlos Rey de Castro, quien señaló que el
escándalo fue desatado por las siguientes razones:

 La propaganda intensa y onerosa desatada por Colombia, país que quería apoderarse
del territorio situado entre el Putumayo y Caquetá, que entonces disputaba al Perú.
 Algunos accionistas británicos de la Peruvian Amazon participaron en la intriga contra
Arana.
 El gobierno británico actuó movido por intereses políticos, ya que con la excusa de
ayudar a los nativos pretendía intervenir en los asuntos de Sudamérica (era la época
de la expansión de los imperialismos).
 Casement era un neurótico, poseído por un afán enfermizo de notoriedad. Además, a
decir de Rey de Castro, recibía dinero de Colombia.
 La Sociedad Anti-esclavista y de Protección de los Aborígenes, si bien realizaba una
campaña humanitaria, tenía al mismo tiempo el propósito oculto de aniquilar a toda
empresa cauchera no británica para favorecer la producción de la India.
 El periodista peruano Benjamín Saldaña Roca (de Iquitos) sacó a la luz estos
escándalos basándose en informes de empleados despedidos y de algunos
oportunistas, quienes previamente habían intentado chantajear a Arana, pidiéndole
dinero a cambio de guardar silencio.
 El estadounidense W. E. Hardenburg (el que publicó en la prensa londinense los
testimonios escalofriantes citados anteriormente), también fue acusado por Arana de
chantaje, así como de falsificación.
 Los negros barbadenses dieron declaraciones falsas o exageradas, a veces llevados
por su odio a los blancos y otras veces en espera de recompesas.
 Algunos empleados colombianos de la Peruvian Amazon hicieron similares
declaraciones por patriotismo.
 Otros testimonios provenían de personas de nula confianza: revoltosos, díscolos o
alborotadores.
 Los indios nativos se sumaron a la ola de acusaciones por su inclinación a la mentira o
por rencor a sus patrones.
 La prensa mundial se hizo eco del asunto por puro sensacionalismo.6
Ciertamente, causa suspicacia el hecho que las denuncias se enfocaran sobre Arana y los
caucheros peruanos, mas no sobre los caucheros colombianos, quienes también habrían
cometido tropelías en aquella zona.
Hay que tener en cuenta contexto internacional entre Perú y Colombia para entender a
profundidad este asunto y no caer en el recurso facilista de achacar todo al supuesto
espíritu “genocida” de Arana. Como ya se ha dicho, ambos países se disputaban una
extensa región amazónica fronteriza, entre el Putumayo y el Caquetá. El 6 de julio de 1906
se había celebrado un modus vivendi entre ambas naciones, que neutralizó la zona en
disputa y facilitó, indirectamente, por la ausencia de autoridades civiles, policiales o
militares, la acción de gente inescrupulosa. Cuando en octubre de 1907, la cancillería
colombiana pidió unilateralmente el cese del modus vivendi, la cancillería peruana pidió a
Arana que ayudara con sus empleados a repeler una posible invasión colombiana. Se
produjeron así choques entre peruanos y colombianos. El gobierno de Lima veía por eso a
la empresa de Arana como un símbolo tangible de la defensa del territorio patrio. Mientras
que Colombia, interesada en apoderarse de esa zona, desató una campaña intensa y
vilipendiosa contra Arana y su empresa, por lo que cobran fuerza los argumentos de la
defensa de Arana, aunque hayan sido refutados durante el proceso en Inglaterra, en el
cual la abundancia de pruebas hacía prácticamente inútil una defensa basada
fundamentalmente en acusaciones contra quienes asumieron la investigación.

Vida política[editar]
Instalado nuevamente en el Perú, habiendo vuelto de Argentina, Arana se interesó otra vez
en la política, y en la década de los años 1920 (Oncenio), fue elegido senador suplente por
el departamento de Loreto. Cuando el senador titular asumió como Ministro de Estado,
ocupó dicho escaño durante un prolongado periodo. Su labor en el parlamento estuvo
orientada a promover el progreso de la región amazónica, con iniciativas como la de la
creación de un régimen de protección a las propiedades indígenas, en 1923; la reducción
de los cánones tributario para la explotación del petróleo en la montaña, también de 1923;
o la creación del Colegio Nacional de Iquitos, efectuado mediante Ley Nº 5100 del 18 de
mayo de 1925.
Fue uno de los más tenaces opositores al Tratado Salomón-Lozano de 1927, porque éste
estipulaba que el Perú renunciaba a la margen izquierda del río Putumayo –donde Arana
tenía propiedades concedidas por el gobierno peruano– y desconocía la nacionalidad
peruana de sus pobladores. Incluso escribió un texto donde defendía su posición adversa
a este tratado: El protocolo Salomón-Lozano (1927).
Su vida política duró hasta la caída del oncenio de Augusto B. Leguía y Salcedo (27 de
agosto de 1930), tras lo cual decidió retirarse de la vida pública. Julio C. Arana fue
notoriamente una de las figuras más controvertidas de la selva peruana y de la historia del
Perú, pues para unos fue un inclemente explotador de indios, mientras que otros vieron en
su figura a un fervoroso defensor de la soberanía nacional. Alejado de la selva en la que
tanto bregó, murió en Lima.
El tema de la empresa de Julio César Arana, la "Casa Arana", ha sido objeto de estudios
acerca de lo que es capaz de hacer el ser humano por negocios. Es el caso de los
estudios de Michael Taussig acerca del terror y la tortura.

En la literatura[editar]
El premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa describe a Julio C. Arana en su
novela El sueño del celta:
Era un hombre más bajo que alto, moreno, de rasgos mestizos, con una insinuación asiática en sus
ojos algo sesgados y una frente muy ancha, de cabellos ralos y cuidadosamente asentados, con
raya en el medio. Llevaba un bigotito y barbilla recién escarmenados y olía a colonia… Su expresión
era impenetrable. En su mirada dura y fría había algo inflexible… Este hombrecito atildado,
ligeramente rechoncho, era pues el dueño de ese imperio del tamaño de un país europeo, dueño de
vidas y haciendas de decenas de miles de personas, odiado y adulado, que en ese mundo de
miserables que era la Amazonia había acumulado una fortuna comparable a la de los grandes
potentados de Europa. Había comenzado como un niño pobre, en ese pueblecito perdido que debía
ser Rioja, en la selva alta peruana, vendiendo de casa en casa los sombreros de paja que tejía su
familia. Poco a poco, compensando su falta de estudios —sólo unos pocos años de instrucción
primaria— con una capacidad de trabajo sobrehumana, una intuición genial para los negocios y una
absoluta falta de escrúpulos, fue escalando la pirámide social. De vendedor ambulante de
sombreros por la vasta Amazonia, pasó a ser habilitador de esos caucheros misérrimos que se
aventuraban por su cuenta y riesgo en la selva, a los que proveía de machetes, carabinas, redes de
pescar, cuchillos, latas para el jebe, conservas, harina de yuca y utensilios domésticos, a cambio de
parte del caucho que recogían y que él se encargaba de vender en Iquitos y Manaos a las
compañías exportadoras. Hasta que, con el dinero ganado, pudo pasar de habilitador y comisionista
a productor y exportador. Se asoció al principio con caucheros colombianos, que, menos inteligentes
o diligentes o faltos de moral que él, terminaron todos malvendiéndole sus tierras, depósitos,
braceros indígenas y a veces trabajando a su servicio. Desconfiado, instaló a sus hermanos y
cuñados en los puestos claves de la empresa, que, pese a su gran tamaño y estar registrada desde
1908 en la Bolsa de Londres, seguía funcionando en la práctica como una empresa familiar. ¿A
cuánto ascendía su fortuna? La leyenda sin duda exageraba la realidad. Pero, en Londres, la
Peruvian Amazon Company tenía este valioso edificio en el corazón de la City y la mansión de
Arana en Kensington Road no desmerecía entre los palacios de los príncipes y banqueros que la
rodeaban. Su casa en Ginebra y su palacete de verano en Biarritz estaban amueblados por
decoradores de moda y lucían cuadros y objetos de lujo. Pero de él se decía que llevaba una vida
austera, que no bebía ni jugaba ni tenía amantes y que dedicaba todo su tiempo libre a su mujer.

Por su parte, muchos decenios antes de "El Sueño del Celta", ya el escritor
colombiano José Eustasio Rivera, había denunciado los crímenes de la casa Arana en su
novela "La Vorágine" (1924).

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