Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
La « cuestión colonial »
1Una de las sesiones del seminario mensual de nuestro equipo de investigación fue dedicada, en
diciembre del año 2002, a una discusión sobre el status y la « identidad » histórica de los dominios
españoles entre el siglo XVI y las independencias. Se pusieron en tela de juicio las palabras y las
realidades encubiertas por las voces « colonia » y « colonial ». La discusión tuvo, por una parte, un
enfoque comparativo. El status de los dominios hispanoamericanos fue comparado con el grado de
autonomía política de que disfrutaban los reinos y virreinatos europeos de las coronas de Castilla y
Aragón (Jean-Michel Sallmann). La cronología y los enfoques propios de otra gran historiografía «
colonial », la de la India, fueron presentados por Sanjay Subrahmanyam. Por otra parte, Juan Carlos
Garavaglia expuso « el problema de fondo », la « subordinación de una sociedad a otra » y los datos
socio-económicos (la producción de metales preciosos, el trabajo forzoso, el intercambio desigual) que
permiten hablar de ladependencia de los territorios americanos respecto a la península ibérica y, más
generalmente, a las potencias europeas. Mi propia propuesta consistió en cuestionar el uso al mismo
tiempo a-crítico y maquinal, tendencioso y reificado que, a mi manera de ver, nosotros los
historiadores latinoamericanistas solemos hacer del adjetivo « colonial » para calificar y describir sin
discriminación cualquierdato, cualquier fenómeno histórico ocurrido en América durante el período
anterior a la independencia. Planteé el problema de la reificación del « concepto » (¿« colonia » es un
concepto ? ¿« colonial », una categoría descriptiva, analítica, axiológica?) así como la necesidad de
repensar los usos que los historiadores hacemos de él y las implicaciones reflexivas y no-reflexivas que
tienen tales usos. Entre otras cosas, sugerí que quizá el apego a una historia basada en un enfoque
sistemáticamente « colonialista », al reducir drásticamente la identidad iberoamericana a « lo colonial
», tendía a aislar el conjunto de nuestra historiografía de otras que, dedicadas también a grandes
conjuntos políticos y culturales, bien podrían proporcionarnos modelos de referencia e instrumentos de
rigor y de heurística en cuanto a lo aparentemente singular de nuestro objeto de estudio. Tal es el caso
del imperio otomano : a pesar de que es contemporáneo del imperio español, los latinoamericanistas lo
ignoramos soberanamente a la hora de analizar un fenómeno tan relevante para nosotros como, por
ejemplo, la creación de un conjunto político basado en sociedades sumamente heterogéneas,
diseminadas a lo largo de territorios muy extensos, cuya convivencia conoció una duración plurisecular.
2La discusión un tanto acalorada que acogió tales propuestas resultó en parte del carácter esquemático
de mi ponencia – presentada, como las demás, en unos escasos diez minutos. Lo que sigue responde a
la necesidad de poner las ideas en claro de manera desapasionada. No tiene la pretensión de acabar
con el tema ni de construir un baluarte en torno a una posición dogmática. El punto de vista es el de
una historiadora, por lo tanto no es necesariamente similar al de los antropólogo ; la perspectiva
privilegiada es la de la historia de lo político concebido de manera amplia pero sin la pretensión de
abordar a fondo, por ejemplo, cuestiones de historia económica. No es más que un ensayo cuya
función es permitir que la discusión siga en pie sobre fundamentos un poco más sólidos.1
3Son varias las formas mediante las cuales se reifican o « cosifican » – valga el neologismo – los
conceptos, las nociones y las categorías de análisis. La reificación es a menudo el desconocimiento del
carácter construido de las nociones y su utilización como categorías no-pensadas y « autóctonas » en
el campo de una disciplina. En el caso del quehacer histórico, la reificación sobreviene, primero, al
aplicar a épocas distintas dentro de un extenso período, unas mismas categorías y calificativos.
Secundo, cuando se olvida que los conceptos y categorías no son esencias y substancias eternamente
iguales a sí mismas, sino que tienen una historia, cargan una memoria y ostentan unos significados tan
distintos como las formaciones sociales en las cuales nacieron y se siguen empleando. Según las
épocas, las sociedades y los grupos socio-culturales, las voces y los conceptos cobran sentidos
sumamente diferenciados, sentidos que a su vez pueden llegar a implicar, como en el caso de la
palabra « colonia » y sus derivados, valores y valoraciones altamente polémicas, cargadas de
afectividad, de ideología, de pasiones y del recuerdo de experiencias militantes o vitales. De colonia a
Notas
1
Trataré sobre todo de Hispanoamérica, sin que ello impida comparaciones con otras regiones de colonización europea.
2
¿Acaso tales fenómenos sociales, estudiados para los siglos XIX o XX, se califican de « nacionales » o « independientes » ? En
cuanto a la calificación de « postcoloniales », tampoco puede satisfacer las exigencias de análisis y comprehensión.
3
Estas líneas se basan en François-Xavier Guerra, « The implosion of the Spanish Empire : Emerging statehood and Collective
Identities », in Luis Roninger y Tamar Herzog,The Collective and the Public in Latin America. Cultural identities and Political
Order, Sussex Academic Press, 2000, pp. 71-94.
4
Cabe observar que, en el caso de México, la corriente indigenista – en el caso de Manuel Gamio por ejemplo – fue proclive a
reconocer que la legislación indiana (« colonial ») había sido a fin de cuentas más favorable a los indígenas que la
supuestamente igualitaria de los liberales decimonónicos. Tal valoración iba a la par con la elaboración del nacionalismo
posrevolucionario, que tendió a integrar dentro de la historia y de la identidad « nacional » los aportes de las sucesivas épocas
desde antes de la Conquista, cf. A. Lempérière, « D'un centenaire de l'Indépendance à l'autre (1910-1921). L'invention de la
mémoire culturelle du Mexique contemporain », in F.-X. Guerra (éd.), Mémoires en devenir. Amérique latine XVIe-XXe
siècles, Bordeaux, Maison des Pays Ibériques, pp. 269-292. 5 Francois-Xavier Guerra, « L’Amérique latine face à la Révolution
française », en L’Amérique latine face à la Révolution française, Caravelle, n° 54, 1990, pp. 7-20.
6 Algelia es uno de los pocos casos decimonónicos que se asemeja de cerca a la colonización española renacentista : conquista
militar ; coexistencia desigual entre los vencidos y un gran número de pobladores oriundos de la metrópoli, así como la tentativa
– frustrada en tiempos de Napoléon III – de crear un orden jurídico protector de los « indígenas ». Obvian las diferencias, entre
las cuales sobresalen primero la sobrevivencia vigorosa de la religión musulmana, segundo la no-coincidencia entre el sistema
político propio de los colonizadores (estado-nación, ciudadanía política) y la condición política (o más
bien la condición desprovista de derechos políticos) de los colonizados.
7
Tal es la posición de Carmen Bernand : « La première forme moderne de l’impérialisme occidental fut
l’œuvre de l’Espagne et du Portugal », « Impérialismes ibériques », in Marc Ferro, Le livre noir du
colonialisme. XVIe-XXIe siècle : de l’extermination à la repentance, Paris, Robert Laffont, 2003, pp. 137
179 (p. 137).
8
En el campo historiográfico, una muestra en Stanley J. Stein and Barbara Stein, The colonial heritage of
Latin America : Essays on Economic Dependance in Perspective, Oxford, Oxford University Press, 1970.
9
Marc Ferro, op. cit. El título se inspira directamente en Le livre noir du communisme. Crimes, terreur,
répression (Robert Laffont, 1997) y es probable que provoque el mismo tipo de polémicas.
10
Una ilustración de esta mutación en el testimonio de Rigoberta Menchú, cf. Annick Lempérière, « Moi,
Rigoberta Menchú, témoignage d'une indienne internationale », Le parti pris du document, revue
Communications, n° 71, pp. 395-434.
11
Philippe Castejon, Le statut de l’Amérique hispanique à la fin du 18e siècle : les Indes occidentales sont-elles des colonies ? ,
Mémoire de maîtrise de l’université Paris-I, 1993. « colonia » se decía también de las « naciones » extranjeras establecidas en el
territorio peninsular, por ejemplo la « colonia » de los comerciantes franceses de Cádiz.
Gastón Gordillo
1 Annick Lempériére nos advierte atinadamente sobre la reificación de conceptos a menudo utilizados
como modelos pre-armados antes que como categorías históricas. En forma general, su llamado de
atención sobre los riegos de la utilización mecánica del mote “colonial” a los más diversos escenarios y
momentos, sin una adecuada contextualización histórica, me parece acertada. No obstante, Lempériére
oscila entre esta advertencia (del todo entendible) y un cuestionamiento más radical del mismo
concepto de “colonia”, al que por momentos pareciera querer desechar y reemplazar por otro tipo de
armazón conceptual (que no es claramente esbozada). Por ello, por momentos su trabajo gira en torno
a una discusión semántico-terminológica. Lo problemático, a mi entender, es que esta deconstrucción
de “lo colonial” pareciera sugerir que de hecho no hubo algo históricamente sustancial que merezca ser
llamado como tal. La conclusión lógica de este razonamiento, llevado a su extremo, es la negación de
que algo llamado colonialismo haya alguna vez existido. Lempériére no llega a hacer esta afirmación,
pero una lectura “posmoderna radical” de su artículo llevaría en esa dirección. Creo que no es
necesario referirme en detalle a lo riesgoso de tal perspectiva, pues toda discusión de los significados
de “lo colonial”, en sus múltiples manifestaciones, no puede dejar de reconocer que algo
históricamente nuevo y poderoso comenzó a transformar el continente americano con la invasión
ibérica.
2Aclaro que escribo estos comentarios no como historiador (mucho menos historiador colonial) sino
como antropólogo interesado en cuestiones históricas, lo que hace que la discusión detallada de los
diversos tipos de “colonias” existentes en América Latina escape a mi campo de investigación. Pero sí
creo importante discutir la afirmación de Lempériére de que es necesario separar “historia” y
“militancia” y analizar el colonialismo poniendo de lado “cualquier sistema de valor” y “cualquier
valoración de nuestros objetos de estudio”, en aras de crear una perspectiva “no-ideológica” y “no-
valorativa”. Sorprendentemente, en contraste con su crítica al uso ortodoxo de categorías históricas,
Lempérière cae aquí en los presupuestos epistemológicos más ortodoxos de la historiografía positivista,
en su creencia en una historia neutral y libre de valores. Este llamado a la neutralidad es más
problemático por el tipo de categoría en cuestión. Obviamente, no existe concepto libre de cargas
ideológicas. Pero hay pocas categorías que evoquen tanto como el “colonialismo” o lo “colonial”. Podrá
ser cierto (como señala Lempérière) que estos conceptos no despertaban hace siglos las pasiones que
despiertan hoy, pero intentar analizarlos desde la supuesta esterilidad valorativa de un gabinete
académico me parece tanto un autoengaño como un gesto política e intelectualmente conservador. El
hecho de que por mucho tiempo el concepto de colonialismo no fuera cuestionado, antes que expresar
una valoración “neutral”, nos habla justamente de la hegemonía de los discursos ideológicos que lo
naturalizaban. Digo esto porque quienes más defenderían una valoración supuestamente neutral del
colonialismo son sus apologistas. Por dar un ejemplo similar, hoy en día sonaría sospechoso hacer un
llamado a estudiar el concepto de “genocidio” desde una perspectiva “libre de valores”. Todo estudio
sobre la Alemania nazi o sobre Rwanda en 1994 implica necesariamente un posicionamiento ético con
respecto a víctimas, cómplices y victimarios. Algo similar ocurre en todo estudio histórico sobre la
“cuestión colonial”. Negar este posicionamiento es caer en una ceguera epistemológico-política que no
hace más que naturalizar, y en última instancia legitimizar (aunque más no sea involuntariamente), las
relaciones de poder que constituyeron el colonialismo.
Un relativismo de corte similar sobrevuela la discusión de Lempérière sobre el concepto de “conquista”,
que según la autora desde la antigüedad clásica hasta las guerras napoleónicas no tuvo connotaciones
peyorativas o negativas. Lempérière parece haber olvidado preguntar para quiénes la noción de
La cuestión colonial
1Abordar el tema de esta discusión sobre la cuestión colonial exige primero una aclaración de mi
parte: es obvio que el uso del termino “periodo colonial”, o “época colonial” para hablar de todo el
lapso que va desde 1492 á 1825, si bien es una convención generalmente aceptada por los
historiadores de ambos lados del Atlántico, poco nos dice sobre los cambios y permanencias que la(s)
sociedad(es) en cuestión ha(n) tenido en esos tres largos siglos. Es una convención, pero su grado de
conceptualización como hito de demarcación y sobre todo, como forma de periodización, es igual a
cero.
2El problema que quisiera tratar aquí es otro y a él me quiero referir. Es decir, ¿existe algo que
podemos llamar “relación colonial”, sea que lo analicemos desde el punto de vista político, sea que lo
estudiemos desde una mirada estrictamente económica? Este es, para mí, el punto más relevante y
desde el cual se deberán leer las páginas que siguen. El autor lamenta dos cosas y desde ya se
disculpa frente a los potenciales lectores: primero, la mayor parte de lo que sigue resulta de una
obviedad absolutamente desarmante, pero es evidente, en el marco de esta discusión, que es
indispensable recordar determinados hechos; segundo, la extensión es excesiva, pero nos pareció
necesario tratar algunos aspectos con cierto detalle.
9Como vemos, comparando los cereales importados desde el Báltico y los metales preciosos
americanos –es decir, plata y oro-se observa que hay una relación inversamente proporcional entre
valor y peso (las especias asiáticas ocupan un lugar intermedio). Pero, sobre todo, queda claramente
expuesto el papel superlativo de la relación mercantil con América, pues –recordando que además de
estos flujos mercantiles existen otros que deberían también tenerse en cuenta- parece claro que
aproximadamente la mitad del valor de las importaciones europeas está constituida por los metales
preciosos llegados del Nuevo Mundo en esos años.
10Otro dato cuantitativo servirá también para mejor situar el papel de las posesiones americanas en la
economía peninsular: a mediados del siglo XVI, los ingresos procedentes de las Indias constituían –con
un total de 367 millones de maravedíes- el rubro más relevante de todas la rentas de la Real Hacienda
castellana (le seguían las “alcabalas-tercias” peninsulares con una cifra de 333 millones de
maravedíes). Por supuesto, estos ingresos de Real Hacienda procedentes de América, no siempre
estaban presentes cuando se les necesitaba –como sí ocurría con las alcabalas interiores- y por ello,
eran considerados ingresos no fijos, pero, ello no obsta para sopesar la importancia que había
adquirido en el sistema hacendístico castellano. Todavía a fines del XVI, los almojarifazgos sevillanos,
el almojarifazgo mayor y el de Indias eran las más cuantiosas de las rentas arrendadas, según señala
Gelabert. En ese momento, las posesiones americanas de Castilla enviaban a Europa –de acuerdo a los
datos presentados en el libro editado por Ernst Van den Boogaart y sus colaboradores- unos 13
millones de pesos anuales, frente a los 4 millones llegados desde Asia, los 3,750 millones que envía el
Brasil, quedando muy atrás el África con 0,750 millones. En el total de las exportaciones llegadas de
América se calculan para ese entonces 2 millones en productos americanos y 11 millones en metálico.
11Obviamente, la economía europea sufriría un enorme impacto con la irrupción de esa masa enorme
de metales preciosos. Esto nos obligará a evocar muy brevemente el problema de la relación entre el
metal americano y la economía europea durante el periodo. A partir de los años 1500/ 1503, los
precios europeos detienen su evolución negativa; así desde esa primera década y sobre todo, desde
mediados del siglo XVI, una ola inflacionaria sacudiría ahora a la economía europea; ésta se
convertiría, poco a poco, en uno de los centros más dinámicos de la economíamundo en formación. En
1934, Earl Hamilton, publicó en inglés su libro El tesoro americano y la revolución de los precios en
España, 1501-1650; mediante este estudio, al relacionar la inflación europea con la llegada del metal
americano, reforzó notablemente a los sostenedores de las teorías cuantitativistas de la moneda
(mayor llegada de metales desde América durante el XVI, mayor inflación y a contrario, a menor
llegada de metales, deflación y crisis durante el siglo XVII). Hoy sabemos que las cosas fueron un poco
más complejas -sin ir mas lejos, varios estudios puntuales europeos muestran que la inflación se
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 17
disparó en determinados lugares antes de la masiva irrupción del metal americano- e incluso, algunos
autores, ante la discrepancia en el tempo de la evolución de los precios entre productos alimenticios y
productos manufacturados (la inelasticidad de la demanda de los precios de los alimentos -frente una
población que está creciendo-hace que esos precios se adelanten en el movimiento alcista) elaboran
hoy una sucesión de acontecimientos completamente distinta a la imaginada hace setenta años por
Hamilton: mayor actividad económica -sobre todo, en el mercado interno > mayores
precios > creciente demanda de metales preciosos >mayor actividad minera. Y es necesario señalar
que, en las primeras décadas del siglo, el naciente mercado americano estaba todavía bastante ligado
la economía peninsular.
importaciones exportaciones
28Los datos –aproximativos, pero bastante realistas-de Canga Argüelles son claros: la Nueva España
representa el 46% de las exportaciones totales a la metrópoli y casi el 58% del metálico enviado. Es el
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 21
corazón económico y el área más relevante del imperio. El virreinato peruano (sin el Bajo Perú –
Charcas-que desde 1776 dependerá del nuevo virreinato creado en Buenos Aires) es la segunda
colonia en importancia económica para la Madre Patria. En lo que se refiere a la Nueva Granada, las
cifras de Canga Argüelles para el rubro “mercancías” parecen muy altas (según los datos actuales de
Colmenares y Jaramillo Uribe). El Río de la Plata se ubica ya en el tercer lugar en cuanto al peso del
metálico enviado a España después del Perú (este metal precioso consiste en la plata producida en las
minas altoperuanas y en menor parte, en el oro llegado desde Chile) y La Habana ocupa junto con
México –pero, siendo una colonia mucho menos importante desde el punto de vista demográfico- el
primer lugar como centro exportador de mercancías (se trata sobre todo, de las exportaciones de
azúcar que han crecido en forma constante después de los sangrientos episodios de Saint Domingue en
ocasión de las rebeliones de esclavos). No olvidemos que a fines del XVIII, la Nueva España tenia
alrededor de 6 millones de habitantes, las Antillas españolas no llegaban al millón (800.000
probablemente) y todo el virreinato del Río de la Plata tendría un poco más de un millón de habitantes.
Ello quiere decir que lo que podríamos llamar -con todas las precauciones del caso y tomándolo más
bien en forma metafórica- “capacidad exportadora per capita” sería de de 5,6 duros por habitante en la
Nueva España, de unos 11 duros en La Habana y de 7 duros en el Río de la Plata. ¡Ya vemos bien
porque Cuba era considerada la “perla de las Antillas”!
29Pero, estas cifras dan más de si. Si volvemos al cuadro 1, comprobamos que en dos colonias (la
Nueva España y el Río de la Plata) la relación metálico/mercancías en las cantidades totales importadas
desde la metrópoli es la más alta, siendo además casi exactamente idéntica –un 71% de las
importaciones está constituido por el metal precioso. Los datos originales de las fuentes rioplatenses
confirman en líneas generales estas cifras aproximativas que da Canga Argüelles tomando las fuentes
españolas, pues a fines del siglo XVIII, el metálico representa el 80% de lo exportado desde el Río de
la Plata. Pero, quizás estos números de Canga Argüelles se equivocan en algo que nos parece
fundamental y el trabajo de Josep Fontana viene aquí en nuestra ayuda con cifras mucho más cercanas
a la realidad en lo que se refiere a la relación entre el valor de las importaciones hacia la Madre Patria
y el de sus exportaciones en dirección a las colonias. En efecto, para 1792 tenemos 739,6 millones de
reales de vellón de importaciones desde América (compuesto de 318 millones en mercancías y 421
millones en metálico) y 429 millones de exportaciones desde España a América. Los datos
pormenorizados para el intercambio legal con América durante el lapso 1782/1796 –el mejor momento
del tráfico colonial en la etapa del Libre Comercio-estudiados por John Fisher dan una cifra global de
225 millones de pesos fuertes de exportaciones a las colonias americanas contra unos 545 millones de
importaciones a la península para todo ese periodo.
30Nuestros propios estudios sobre el comercio rioplatense confirman esta relación entre el nivel de las
exportaciones y el de las importaciones o para decirlo más claramente: la metrópoli envía a las
colonias menos de lo que recibe de ellas. Y los datos mexicanos tal como los presenta una fuente como
la obra de Lerdo de Texada también atestan acerca de esta relación desigual. Hay que señalar que esto
debe calcularse tomando en cuenta los precios en España en ambos rubros o en el sentido inverso, los
precios en los puertos americanos también para los dos rubros de entrada y salida; es decir, lo que
hoy llamaríamos precios FOB (free on board). Dado que no se trata de balanzas comerciales de
estados independientes–en ese caso, la diferencia entre lo que se exporta y lo que se importa deberá
ser saldada en algún momento en beneficio del país que más envía-existe aquí un flujo constante de
valor entre las colonias y la Madre Patria. Evidentemente, la relación colonial se basa en este supuesto
obvio.
31En la actualidad, algunos historiadores como Leandro Prados de la Escosura y en menor medida,
Enrique Llopis, opinan que el papel de la relación colonial era ínfimo en el marco de la economía
española de fines del siglo XVIII. Ya sabemos que especialistas como Patrick O’Brien afirmaron en su
momento que “el comercio entre Europa occidental y las regiones de la periferia…constituyen un
elemento insignificante en función de explicar el acelerado crecimiento experimentado par el centro del
sistema mundial después de 1750”. Recientemente Josep María Fradera ha retomado algunos aspectos
de esa polémica en un estudio sobre el colonialismo en el siglo XIX y como veremos, el tema sigue
abierto a la discusión.
32En efecto, varios historiadores, como el propio Fradera, Josep Fontana y Carlos Marichal tienen una
posición distinta y hasta completamente opuesta. Como también parece ser la opinión de John Fisher
que ha realizado uno de los estudios más exhaustivos sobre el comercio colonial en la última etapa del
periodo. Comenta Fisher un documento en el que el ministro Diego de Gardoqui en 1794 señala que el
déficit comercial español con los restantes países europeos (Francia, Inglaterra, Holanda, los estados
alemanes, los estados italianos y Portugal, en ese orden) era de alrededor de 404 millones de reales
anuales –es decir, 20 millones de pesossiendo, además, la mitad de ese déficit atribuible a la
importación de mercancías que serían después re exportadas a América. Pero, Gardoqui agrega
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 22
seguidamente que el tráfico americano dejaba a España unos 184 millones de reales de superávit
neto una vez pagado ese déficit con Europa –pues éste, al contrario de lo que ocurría con el superávit
colonial, si había que compensarlo en algún momento. En ese mismo documento de 1794, el ministro
da cifras acerca de ese superávit español en el intercambio con las colonias hispanoamericanas
(exportaciones a América 332 millones de reales, importaciones de América 938 millones de reales)
que confirman ampliamente los datos que hemos citado precedentemente de los trabajos de Joseph
Fontana y de John Fisher. Cuenca Esteban mostró ya hace tiempo el papel que las entradas monetarias
provenientes de las colonias tenían en el marco de los ingresos ordinarios de la monarquía. En todo
caso, no hay dudas, por ejemplo, que la historia de la Guerra de Independencia en la península –es
decir, la guerra contra los ejércitos napoleónicos-hubiera sido mucho más difícil sin los 30.000.000
pesos que la Nueva España envió (sin ningún tipo de contrapartida) durante esos años a la Madre
Patria, tal como lo ha demostrado Carlos Marichal en un libro reciente, con abundantes cifras y datos
difíciles de desmentir. Como también es indudable que la llamada “Guerra de América” –es decir la
guerra de las colonias norteamericanas contra Inglaterra entre 1779 y 1783, en la cual España
participaría contra la potencia europea-fue financiada en gran parte por la plata llegada desde la
colonia mexicana. Y que, además, todo el sistema defensivo del Caribe español y las Filipinas también
estaban sostenidos económicamente gracias a los situados llegados anualmente desde la Nueva
España, al igual del papel similar que cumplían, en otros contextos regionales, las Cajas Reales de
Lima (guarniciones chilenas y de Panamá), las de Potosí (gastos y guarnición de Buenos Aires) y las de
Santafe de Bogotá y Quito (guarniciones de Cartagena y Guayaquil). Quizás sea cierto que el peso de
la relación colonial fuera efectivamente ínfimo en relación al PBI hispano, pero las finanzas imperiales
no podían pasarse sin sufrir merma del flujo anual de plata americana.
33En efecto, el papel de las colonias americanas fue relevante en función del mantenimiento de la
estructura fiscal imperial durante el último periodo colonial. Podemos decir que una de las
consecuencias de las Reformas Borbónicas fue justamente esa. Siguiendo los detallados estudios
realizados al respecto por Carlos Marichal y sus colaboradores en lo que hace al papel específico de la
Nueva España en este contexto, podemos distinguir tres niveles: primero, la tesorería de la Nueva
España tiene una función central en el mantenimiento de sus fuerzas de defensa y de sus respectivo
“presidios” (fuertes y destacamentos fronterizos) en todo el ámbito virreinal. Segundo, esta tesorería
posee también un papel destacado en toda la estructura defensiva en Asia y el Gran Caribe. En efecto,
como ocurría en otras partes del Imperio hispánico, toda esa panoplia de fuerzas militares y fuertes
que se extienden a lo largo y a lo ancho del espacio caribeño (llegando a también a Guatemala en
algunos momentos) y de las islas Filipinas (incluyendo las Marianas), dependen estrechamente de los
situados enviados desde la Nueva España. Sin situados novohispanos no hay Imperio en Asia ni en el
Caribe, área vital para la continuidad del dominio colonial español y donde se encontraban algunas de
las “joyas” del Imperio hispano, como la isla Cuba (y su producción azucarera). Y tercero, la Nueva
España llego a ser responsable a fines del periodo colonial de casi el 75% del total de las remesas
enviadas desde las colonias a la Tesorería General de España. Señalemos de paso (volviendo
nuevamente sobre la polémica acerca del papel de las colonias americanas en relación a España) que
el total de las remesas americanas destinadas a la Tesorería General (es decir, exclusivamente, los
envíos en manos del estado) se sitúan alrededor del 25% de los ingresos de esa Tesorería durante la
segunda mitad del siglo XVIII –dejando de lado los años de guerra y por lo tanto, de interrupción del
tráfico marítimollegando incluso a superar el 69% [1809] y el 62% [1810] en los momentos más
trágicos de la Guerra de Independencia contra los ejércitos de Napoleón en la Península. Sin ingresos
coloniales, la Guerra de Independencia peninsular hubiera sido muchísimo más dura.
34¿De dónde salen estos ingresos en el caso específico de la Nueva España? Primero tenemos los
ingresos regulares del sistema fiscal que ha sufrido profundas transformaciones a partir de mediados
del XVIII, cuando se inicia la larga serie de innovaciones en la estructura del dominio colonial que
conocemos como “Reformas Borbónicas”. Transformaciones destinadas a acentuar la presión fiscal,
como lo hemos podido comprobar patentemente en nuestras investigaciones sobre el impuesto a la
circulación llamado alcabala. En efecto, en el caso específico de este impuesto, el paso de los
arrendamientos al sistema de percepción directa da como resultado un aumento considerable de la
recaudación de las alcabalas (efectivamente, éstas pasan de 10.248.444 pesos entre 1762 y 1776 a un
total de 26.164.694 pesos en los años 1780-1795). El aumento es imponente y los datos analizados en
el capítulo II del libro citado de Carlos Marichal La bancarrota del virreinato, muestran claramente que
este crecimiento de la presión fiscal no se agota en este caso específico y da como resultado final un
peso de la fiscalidad per capita que resulta incluso superior al de las sociedades europeas de la época.
Segundo aspecto que debe ser analizado: los préstamos y donativos que la Corona exigirá a sus
súbditos coloniales en forma creciente a medida que la crisis fiscal se acentúe en la Península; entre
1781 y 1800 se colectaron en la Nueva España más de 20 millones de pesos en concepto de esos
rubros y recordemos que todos los habitantes (ricos y pobres) debieron hacer frente a esos
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 23
donativos graciosos, incluidas las comunidades indígenas, cuando ya era evidente que no había más
posibilidad de seguir extrayendo ingresos fiscales de otras fuentes. Y last but not least, como si todo lo
anterior no fuera ya excesivo, la Corona acudió al expediente –de funestas secuelas para la
continuidad del sistema de dominación colonial en la Nueva España- de la llamada “Consolidación de
los Vales Reales”.
35Pero, volvamos un poco para atrás. Decíamos antes que existía un flujo constante de valor entre las
colonias y la Madre Patria. ¿En que mecanismo se basa ese flujo? Hay aquí una compleja
concatenación de causas que es imposible estudiar en este –ya demasiado largo-artículo. Pero,
podemos centrarnos en uno de los aspectos más importantes por el papel que juega en la relación
colonial, es decir, la producción minera. Ya sabemos cual es el peso de la exportación de metales
preciosos en la relación colonial. Veamos ahora algunos aspectos de las formas productivas y del costo
de la fuerza de trabajo en esta área tan vital.
36Vayamos a Potosí. El sistema original de la mita había sido alterado mucho durante el transcurso del
siglo XVII y en el siglo XVIII ya quedaba poco de él. Ante todo, las cantidades totales sufrieron una
baja constante, siendo ya unos 12.000 en 1630, para pasar a unos 4.000 en la época del Duque de la
Palata y estabilizarse en una cifra algo superior a los 3.000 indígenas en el siglo
37XVIII. Pero, la mayor alteración y la que va a introducir la forma de explotación más dura de la
fuerza de trabajo, tiene que ver con la implantación del sistema de “tareas” en lugar del de la “jornada
laboral”. Este sistema eliminaría en la práctica -ya que no en la legislación- la división original entre
una semana de trabajo forzado y dos de trabajo libre, pero, sobre todo, fue el que posibilitó que la
minería potosina aumentara la cantidad de mineral procesado con un número de mitayos casi
constante durante toda la segunda mitad del siglo XVIII. Al incrementar el número de cargas que se
exigían de los apiris mediante el sistema de tareas (incremento que con frecuencia resultaba de
alteraciones en el tamaño de los sacos en que los mitayos extraían el mineral), los azogueros obligaron
de hecho a los mitayos a funcionar como trabajadores forzados durante casi todo el año que
permanecían en Potosí; mas, no sólo los mitayos sino también a sus familias que terminaban
asumiendo en parte la obligación para “llenar las tareas”. De este modo, una porción sustancial del
incremento de las cantidades de plata producida en las minas recayó sobre el trabajo desplegado por
los mitayos y por sus familias durante el siglo XVIII (es decir, en última instancia, nuevamente sobre la
comunidad campesina indígena que los sostenía) y no fue el resultado de innovaciones tecnológicas de
fondo. Todo ello se da en el marco de rendimientos en metal fino que había caído a casi una décima
parte de los que imperaban a fines del siglo
38XVI: de 50 marcos de plata pura por cajón, a una cifra que oscilaría entre los 4 y los 8 marcos por
cajón.
39Como se ve, una tecnología atrasada para las pautas de la época –a fines del XVIII casi todos los
ingenios potosinos estaban, además, en manos de arrendatarios que poco interés tenían en mejorar
esas condiciones-con rendimientos decrecientes que se acentúan al llegar a fines del periodo y
con una tasa de sobre explotación (y auto explotación campesina) de la fuerza de trabajo indígena.
Así, uno de los misterios (aparentes) de la continuidad de la actividad minera potosina se basa –en
gran parte- en costos empresariales muy bajos de reproducción de la fuerza de trabajo y por lo tanto,
en un costo final de producción de la plata (mercancía, pero al mismo tiempo, medida de todos los
valores) más barato en relación a los europeos de la época. Alexander von Humboldt se había
asombrado durante su visita a La Valenciana en Guanajuato al comprobar que con una tecnología tan
atrasada respecto a la de Himmelfsfürst en Sajonia (el ilustrado ingeniero prusiano conocía muy bien
esa mina, pero los datos cuantitativos que expone en su obra están tomados aquí de la obra de
Abuissonde Voisins sobre las minas de Freiberg) se podía producir plata en forma comparativamente
más barata, ganando además el doble. ¿Qué hubiera dicho si hubiese descubierto cuales eran las
condiciones de producción en las minas de Potosí?
40Mas, sigamos con nuestra argumentación, ¿qué quiere decir en realidad que la plata tiene en
América un costo de producción más bajo? Pues bien, eso significa que la plata es más barata y que
por lo tanto, todas las mercancías –y en especial, aquellas que han sido importadas desde Europa y
Asia-son más caras. Es decir, hace falta más plata para adquirir las mismas mercancías. He aquí la
explicación de una parte de misterio de la relación colonial y de porqué entran a Europa más valores de
los que salen para América.
41El panorama es idéntico si nos referimos a las mercancías que Europa importa desde los territorios
coloniales. Si hablamos de la grana cochinilla habría que mencionar a los “repartos de mercancías” que
constituyen el sistema económico que posibilita la continuidad de la producción de esa materia tintórea
en la región de Oaxaca en la Nueva España –y los “repartos de mercancías” son la manifestación de un
sistema de comercialización que muy poco tiene que ver con los precios de mercado, constituyendo en
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 24
realidad una forma coactiva de circulación y de producción de mercancías, aunque hoy algunos
autores, como Jeremy Basques y A. Ouweneel digan que fueron “beneficiosos”, pues integraron los
indígenas al mercado (habría que saber si realmente ellos querían integrarse y esto es quod erat
demostrandum). En otros casos (por ejemplo, el de los cueros rioplatenses), nos encontramos ante
una forma de producción de campesinos pastores y labradores que funcionan sobre todo a partir de la
explotación –y autoexplotación-de la fuerza de trabajo familiar. Otro tanto ocurre con los llamados
“poquiteros”, los productores del añil en la región centroamericana del actual Salvador, que constituye
así mismo un área de producción campesina. En todas estas situaciones, los productos destinados
finalmente a la exportación son adquiridos casi exclusivamente gracias un intercambio de mercancías –
es decir, sin acudir al uso del circulante- que se asemeja mucho a formas coactivas de
comercialización, con precios inflados y aprovechando (o acentuándolo artificialmente) el aislamiento
de las familias campesinas productoras. ¿Y qué decir entonces de la esclavitud imperante en los
ingenios cubanos productores de azúcar o en las haciendas cacaoteras de los mantuanos en
Venezuela?
42Todo este complejo de formas productivas tan alejadas de cualquier cosa que se asemeje al
“mercado libre”, como la producción campesina de los “poquiteros” salvadoreños, la esclavitud de los
africanos en Cuba o la producción indígena de grana en Oaxaca a través de los repartimientos, revela
las peculiares condiciones de producción y los precios finales de intercambio de esas mercancías
cuando entran en contacto con aquéllas, emisarias de los sistemas de producción más avanzados
imperantes en Europa. He aquí, nuevamente, otro aspecto que contribuye a explicar ese flujo
constante de valor entre la economía colonial y la metropolitana.