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¿A quién sirve el Grial transgénico?

(AdelaCortina)
Escrito por Adela Cortina lunes, 03 de mayo de 2004
El 19 de abril entró en vigor la nueva normativa europea sobre trazabilidad y etiquetado
de los alimentos que, con mejor o peor fortuna, suelen llamarse "transgénicos". Se trata
con ella de garantizar, ante todo, el derecho de los consumidores a elegir con
información adecuada entre los alimentos convencionales y ...

El 19 de abril entró en vigor la nueva normativa europea sobre trazabilidad y etiquetado


de los alimentos que, con mejor o peor fortuna, suelen llamarse "transgénicos". Se trata
con ella de garantizar, ante todo, el derecho de los consumidores a elegir con
información adecuada entre los alimentos convencionales y los que se han obtenido
mediante ingeniería genética, a los que el mundo anglosajón ha dado en denominar
"organismos modificados genéticamente" (OMG), un nombre que va ganando en
aceptación.

El consumidor tiene derecho a elegir según sus preferencias, o según convicciones


morales, como la del vegetariano que rehúsa consumir un alimento vegetal que contenga
proteína animal. Etiquetado y trazabilidad que cuentan con una larga historia, garantizan
la información necesaria para proteger el derecho de los consumidores a la libre
elección. Pero también con este tipo de normativas se agiliza la comercialización de
algunos productos, que encontraban dificultades para lograrlo mientras no existieran
garantías suficientes para el público, y se genera confianza hacia un mercado, como el de
los alimentos transgénicos, que por el momento algunos países europeos contemplan con
prevención. Una prevención que contrasta con el interés de la Comisión de las
Comunidades Europeas en potenciar la investigación y el mercado de los transgénicos en
el ámbito de la Unión.

Si la Unión Europea -se dice- quiere alcanzar la meta que se propuso en Lisboa (2000)
de convertirse en 2010 en la economía más competitiva y dinámica del mundo, no puede
perder el tren de las biotecnologías, en este caso aplicadas a la alimentación. Y no sólo
porque es muy prometedor, sino porque quien lo deja pasar pierde en capacidad
investigadora, sus especialistas se ven obligados a emigrar a otros países, las
universidades pierden prestigio, la industria deja de jugar una baza excepcional, y en el
futuro nos vemos obligados a pagar por lo que otros han investigado y comercializado.
En cualquier cálculo prudente es necesario tener en cuenta tanto el coste de hacer como
el de no hacer.

Sin embargo, el tren de las biotecnologías despierta sospechas en países como el nuestro.
Y no porque, por decirlo con Daniel Ramón, repugne la modificación genética de la
naturaleza, que en realidad viene practicándose desde el neolítico, desde que se inventó
el cruce de parentales para mejorar las cualidades de animales y plantas, ni tampoco por
una especial aversión al uso de la ingeniería genética, que goza de una amplia aceptación
cuando se aplica a fármacos.

Tal vez el nudo gordiano de la cuestión estribe en que no acaba de saberse a ciencia
cierta -y nunca mejor dicho- dónde nos va a llevar ese tren de las biotecnologías, que
siempre se mueve en el marco de la incertidumbre y el riesgo. Si a esa estación en que
todos los seres humanos tendrán alimentos suficientes para acabar con el hambre,
ahorrando además en pesticidas, consumiendo productos de mayor calidad, con prácticas
agrícolas más sostenibles que reduzcan la erosión del suelo y beneficien al medio
ambiente, y a las generaciones futuras, elevando la producción de los países en
desarrollo. O, por el contrario, a una estación donde las principales beneficiarias serán
las grandes empresas monopolísticas, localizadas sobre todo en los países ricos, que
cobrarán a los pobres sumas impagables por el uso de patentes, se cuidarán bien poco de
la contaminación ambiental, llenarán el mercado de alimentos no sólo insípidos, sino en
ocasiones dañinos, a corto o largo plazo, y obligarán a los consumidores a comer sólo
productos transgénicos, porque expulsarán del mercado a los convencionales.

Dos posibles estaciones: lo óptimo o lo pésimo. El fundamentalismo biotecnológico, que


promete explícita o implícitamente el riesgo cero, e invita a dar luz verde sin
precauciones ni controles al mercado de transgénicos, del que al parecer no saldrán sino
bienes, y tacha de retrógrados a quienes presentan la menor duda; o el fundamentalismo
antibiotecnológico, que exige la abstención sin paliativos, porque ningún poder de este
mundo puede garantizar el riesgo cero en condiciones de incertidumbre, como es obvio
en las cosas humanas, y silencia los beneficios que se pierden con la abstención,
condenando por irresponsables a quienes puedan pensar otra cosa.

La vieja costumbre de situar a las gentes ante esos dilemas que exigen optar en el
incendio de un museo por salvar la vida de un gato o un cuadro de Rubens, como si el
ser humano no pudiera idear soluciones como intentar apagar el incendio, o ahuyentar al
gato para que se salve solo, mientras me esfuerzo en descolgar el rubens, si es que es
manejable. Afortunadamente, solemos encontrarnos más que con dilemas, con
problemas que hay que resolver ponderando posibles beneficios y perjuicios; pero eso sí,
sin guardar cartas en la manga y desde una voluntad decidida de apostar por lo mejor. La
pregunta es entonces: "¿Lo mejor para quiénes y en qué condiciones? ¿A quién sirve el
Grial?". Suele utilizar la Nueva Genética la metáfora del Grial para expresar el gran
potencial remediador de las biotecnologías. Y, aunque tal vez exagere, no estaría de más
recordar esa pregunta a la que debían responder los aspirantes a encontrar el Cáliz de la
Cena: "¿A quién sirve el Grial?". Y -podríamos añadir por nuestra cuenta- ¿en qué
condiciones debería hacerlo? Porque lo que he ido aprendiendo a través del diálogo con
diversos expertos, muy especialmente con Carlos Alonso, Daniel Ramón y Carlos
Romeo, es que la cuestión no es "sí" o "no", sino "¿para quién?" y "¿cómo?".

Los beneficiarios pueden ser, claro está, la industria y el comercio de gran calado y los
investigadores que trabajan a su sombra. Pero justamente la impresión de que ellos son
los beneficiarios lleva a las gentes sencillas a desconfiar de que el Grial les sirva también
a ellas y a los demás afectados, es decir, a las generaciones futuras y al medio ambiente,
e incluso de que se use sin poner en peligro su seguridad.

Por eso, si las biotecnologías proporcionan y pueden proporcionar grandes beneficios a


la humanidad en su conjunto y al medio ambiente, importa modificar la percepción que
las gentes tienen de ellas y evitar que se conviertan -por decirlo con Rafael Pardo- en
"tecnologías problemáticas", infundiendo confianza. En este sentido camina la normativa
de la Unión Europea, pero las normativas quedan raquíticas si no las arropa un amplio
debate social sobre el marco ético que puede prestarles legitimidad. Un marco que, por
contribuir al debate, podría contemplar acciones como las siguientes:

1. Sustituir la vieja idea de progreso, que se identifica en realidad con el bienestar de


unos pocos, aun a costa de olvidar al resto y esquilmar la naturaleza, por la de desarrollo
sostenible, que intenta compatibilizar la producción de alimentos con la conservación de
los ecosistemas, para asegurar la supervivencia y el bienestar de las generaciones
presentes y futuras y el medio ambiente.

2. Tomar como marco ético de las biotecnologías el de una "ética de la responsabilidad"


por las consecuencias de las intervenciones, en la que se encuadra el principio de
precaución, incorporado ya en la legislación europea e imprescindible para garantizar
seguridad en el control de los riesgos e inspirar confianza.

3. Potenciar la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones, aunque las


regulaciones competan a aquellos a quienes corresponde. Lo cual exige una amplia y
veraz información, que empieza en la escuela y continúa a través de los medios de
comunicación, un profundo debate, y también articular mecanismos de participación,
como las conferencias de ciudadanos o los referenda, que han tenido ya lugar en otros
países.

4. Poner las bases para que las empresas biotecnológicas asuman su responsabilidad
corporativa, que consiste en intentar que crecimiento económico, cohesión social y
protección del medio ambiente caminen en paralelo.

5. Lograr que las instituciones públicas y los organismos internacionales potencien la


investigación con OMG para los países en desarrollo que no pueden pagarlas. Aunque en
esos países, como en todos, las medidas políticas, económicas y sociales en el nivel local
son indispensables para lograr una distribución justa también de los beneficios de las
biotecnologías, la actuación internacional es en este caso igualmente ineludible.

6. Abrir un amplio debate sobre el problema de las patentes biotecnológicas en relación


con los países en desarrollo, que ni las normativas antiguas ni las nuevas quieren
contemplar, cuando es un asunto de justicia básica.
Publicado en El País, 2027-04-04

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