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TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

Origen del hombre


El género humano es un recién llegado a la Tierra. No llevamos mucho tiempo aquí, en comparación
con la larga existencia del planeta, pero sí más del que se suele pensar. Y periódicamente los científicos
siguen encontrando nuevos fósiles y haciendo nuevas mediciones cada vez más antiguas.
Con el paso del tiempo se hallaron restos óseos (huesos) de seres que no eran totalmente humanos, aunque
se parecían más a éstos que a los simios debido a la estructura de su esqueleto. Se les llamó homínidos, y
representan una larga serie de especímenes que fueron antepasados (o ramas colaterales) de los modernos
seres humanos.
Pero antes que aparecieran los homínidos, en la Tierra, al menos en algunos lugares de ella,
campeaba la especie llamada procónsul.
En el Mioceno Antiguo africano, de 22 millones a 18 millones de años, se encuentra el género
procónsul. Es el más antiguo y recuerda a los grandes primates vivos y alaegiptopiteco.
El procónsul era un cuadrúpedo de movimientos lentos, arborícola. Su capacidad craneana oscilaba
entre 154 a 180 centímetros cúbicos y su dieta era frugívora. El principal yacimiento del proconsul es Rusinga
(Kenia), en donde el medio ambiente se ha supuesto como un bosque tropical húmedo, oscilando hacia un
medio más seco con arbolado difuso.
Considerado como antepasado de grandes simios y de humanos, el procónsul presenta, en general,
una combinación única de caracteres entre mono y antropoide. Por ejemplo, los huesos del tobillo son
estilizados, semejantes a los monos. El pulgar del pie es robusto, posee acetábulo grande y plano, caracteres
semejantes a los antropoides.
Entre otras características, su muñeca es similar a la de los simios catarrinos: en ambos existe una
articulación directa entre muñeca y cúbito.
Existe, sí, un debate sobre la determinación de su comportamiento, mitad arborícola y mitad terrestre
(cuadrúpedo). Asimismo, presenta un dimorfismo sexual muy marcado.
Además del procónsul, se conocen cuatro géneros más. El micropithecus y el dendropithecus en Kenia
occidental, donde coinciden con restos del procónsul. Sin embargo, el afropithecus y
el turcanapithecus aparecen en el norte de Kenia, donde el procónsul es desconocido.
El dendropiteco era arborícola, pero adaptado a una marcha cuadrúpeda. Por otro lado, el afropiteco
muestra un avance en la separación entre gibones y los grandes primates hominoides, que se calcula
sucedieron entre los 17 millones y 18 millones de años. En el Mioceno Medio nos encontramos con la
supervivencia del procónsul hasta los 8 millones a 9 millones de años. A su lado se encuentra
el kenyapithecus, que aparece en yacimientos keniatas datados aproximadamente entre los 16 millones y los
14 millones de años, y se tiende a considerarlo como el ancestro de varios homínidos, criaturas que eran
más parecidas al hombre que al mono, del Mioceno, entre ellos del australopithecus.
Los homínidos más antiguos fueron los australopithecos. Se los encontró por primera vez en África
del sur, y luego también en África oriental. Habitaban estas zonas un una época que va desde los 4 millones
de años a los 2-1,5 millones de años. Pudieron tener la talla y la complexión bastante pequeña (1-1,50 metro
de estatura y 30-60 kg.) y un cerebro (380-550 cc) no mayor que el de un chimpancé, pero caminaban
erguidos y en dos patas como nosotros.
En 1925, el paleontólogo Dart descubría en la gruta de Taungs, en el Transvaal, un cráneo infantil, en
el que observó que algunos rasgos tenían un marcado carácter humano. Con mucha prudencia le
denominó Australopithecus africanus. El descubrimiento de Dart pasó inadvertido. La mayoría de los
investigadores creyeron que se trataba de un fósil de chimpancé joven. Pero once años después, el
paleontólogo Broom descubría en la gruta Sterkfontein, en las inmediaciones de Pretoria, otro cráneo del
mismo tipo, perteneciente a un individuo adulto. Desde entonces (1937) continuó la búsqueda de manera
sistemática en África del Sur, hasta 1949. Gracias a ello se descubrieron un gran número de fósiles, cráneos
y otros restos óseos que confirmaban las primeras conclusiones de Dart.
Los descubrimientos de la actividad humana primitiva, realizados en los yacimientos donde fue
hallado el Australopithecus, no ofrecen dudas. El australopiteco representa probablemente el primer homo
faber (hombre fabricante) conocido que tallaba ya los guijarros por una sola cara.
Es difícil eludir la tentación de suponer al australopiteco como origen de una raza humana que
conduce al Homo sapiens, pero debemos resistir a ello. En efecto, la paleontología humana está condenada
a observar únicamente un número limitado de individuos: unos pocos hitos repartidos en un espacio de varios
centenares de miles de años. De la evolución de los homínidos nunca se podrán conocer más que unas
pocas etapas determinadas.
Hace 2,4 millones de años aparecía el Homo habilis ("hombre hábil"), primer integrante del género
Homo ("hombre" en latín), del cual formamos parte, y según los paleoantropólogos fue el primero en fabricar
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herramientas de piedra (las más antiguas datan de 2,5 millones de años). Caminaba erguido y tenía un
cerebro mayor (500-800 cc) al de los australopitecos, aunque no su talla (1,40 m de altura y 30-40 kg.).
Por esta época tenemos dos géneros de homínidos coexistiendo en África. Un grupo de
australopitecos y el género Homo. Los australopitecos se dividían en dos especies: Australopithecus ("simio
del sur") africanus, que era grácil y de talla más bien pequeña, y habitaba en África del sur;
y Australopithecus robustus, que eran más corpulentos y habitaban África oriental. Ambas especies eran
principalmente recolectoras, y comían raíces y frutos duros. Del género Homo estaba el Homo hábiles,
habitaban en el África oriental, y eran carroñeros y recolectores.
Todos estos primeros homínidos eran de poca talla. No aparecen grandes homínidos hasta hace 1,6
millones de años, época en que entra en escena el Homo erectus (hombre erecto). Este pitecántropo (mono-
hombre) fue el primero en extenderse más allá de África, llegando a aparecer en Asia continental (China) e
insular (Java), Europa y Medio Oriente. El Homo erectus ya tenía un cerebro bastante desarrollado (750-
1.250 cc) y una altura y peso (1,5-1,80 m y 40-80 kg.) como nosotros. Hace aproximadamente un millón de
años era el único homínido sobre la tierra, los demás se habían extinguido, y continuó siéndolo hasta hace
unos 200 mil años.
El australopiteco se sitúa en el peldaño más antiguo y elemental. Los pitecántropos representan el
peldaño siguiente y corresponden a un estadio de desarrollo síquico e intelectual más avanzado.
El primer descubrimiento de restos de un pitecántropo se remonta a fines del siglo pasado. Fascinados por el
problema de la cuna de la humanidad, los sabios de la época emitieron diversas hipótesis.
Eugéne Dubois, durante su estancia en Indonesia como médico militar, en 1891-1892, encontró en la
isla de Java un molar, una bóveda craneana, un fémur, un diente y un fragmento de mandíbula.
Dubois dio al individuo a que pertenecían estos huesos el nombre de Pitecanthropus erectus; es decir,
“hombre-mono de pie”, y la estratigrafía permitió situar a éste a principios del pleistoceno medio, hace medio
millón de años.
Mientras permaneció aislado entre los hallazgos de la paleontología, el pitecántropo de Java fue
objeto de duras controversias entre partidarios y adversarios de la teoría evolucionista. Durante treinta años,
varias expediciones se esforzaron en vano por descubrir nuevos restos de pitecántropo. Por fin, en 1921, el
sueco Gunnar Anderson descubrió dos molares de aspecto humano entre los restos petrificados de
diferentes mamíferos que llenaban las grietas y cavernas de Chukutien, en los alrededores de Pekín. En
1927, Davidson Black encontró allí mismo un nuevo molar, y en 1929 la primera bóveda craneana. Desde
entonces, las excavaciones de estos yacimientos se sistematizaron y en 1939 fueron exhumados los restos
de unos cuarenta individuos de todas las edades, que se les conoce con el nombre de sinántropos.
Durante mucho tiempo se creyó que el grupo de los pitecántropos podía ser localizado en los países
del Extremo Oriente, pero en 1954 las excavaciones de los yacimientos de Ternifin, en Argelia, permitieron
exhumar tres mandíbulas y un parietal que ofrecían las mismas características del pitecántropo.
El Atlanthropus mauritanicus era contemporáneo del sinántropo y sus restos aparecen siempre con
abundantes objetos de sílex tallados por ambos lados.
Este último hallazgo ha movido a los investigadores a emparentar con el grupo de los pitecántropos al
hombre de Heidelberg, cuya mandíbula superior fue encontrada en 1907 en Mauer, cerca de Heidelberg, y al
hombre del Montmaurin, hallado en el sudoeste de Francia, cuya mandíbula manifiesta caracteres muy
semejantes a los del Atlanthropus. La difusión de los pitecántropos ha correspondido, pues, a todo el Antiguo
Continente durante casi trescientos mil años (todo el pleistoceno medio).
La mandíbula de Mauer (Heidelberg) se halló en un estrato prechelense, y el individuo que la poseyó tenía
muy fuertes elementos pitecoides aunque su dentadura es perfectamente humana. En las exploraciones de
1928 se encontraron algunos restos más de este homo; carece de barbilla, tiene pómulos salientes, frente
aplastada y huidiza, y seguramente las circunvoluciones craneales serían de gran sencillez.
Hace unos 600.000 años, la tierra entró en una serie de eras glaciales. Enormes capas de hielo
llegaron a cubrir el norte de Europa, América y Asia. El nivel del mar llegó a descender hasta 90 metros por la
acumulación de agua en los grandes glaciares que se formaron. El Homo erectus aprendió a dominar el
fuego ya hace unos 500 mil años, descubrimiento muy importante para la supervivencia, como abrigo para el
rudo clima imperante para la cocción de los alimentos (más digestivos que crudos).
El pitecántropo era pequeño, apenas llegaba a 1,60 metro, tenía la frente hundida, los arcos
superciliares muy salientes y las mandíbulas prominentes. Vivía de la caza, mejor dicho, de la caza con
trampa, pues utilizaba en realidad la zanja.
La mayor parte de su industria lítica —sílex de dos caras—, más que para el combate era utilizada
para trabajar la madera y descuartizar animales. Sus armas eran, sobre todo, hachas, mazas, arpones y
jabalinas. Por otra parte, han sido halladas pruebas de una artesanía ósea y de astas de cérvido.
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En las cavernas de Chukutien se ha encontrado carbón de madera, cenizas y vestigios de fuego. El


sinántropo conocía, pues, el arte característicamente humano de “domesticar” el fuego. Ello nos lleva a la
memoria el mito griego que cuenta cómo los hombres se prosternaban ante el fuego robado a los dioses por
Prometeo.
Hace unos 200 mil años, los primeros homínidos con cerebro tan grande como el nuestro
evolucionaron a partir del Homo erectus. Era el hombre de Neanderthal (Homo sapiens neanderthalensis),
que habitó en Europa y Medio Oriente. Sus características faciales y corporales estaban especialmente
adaptadas al frío. Tenían los labios más gruesos y eran más bajos que nosotros, y su cerebro era mayor
(1.600cc) al nuestro (1.400-1.500cc).
El tercer peldaño de la evolución humana es el hombre de Neandertal que, por su desarrollo cerebral, su
género de vida y su capacidad inventiva, está más próximo del homo sapiens que del pitecántropo. Se le
conoce desde mucho antes que sus predecesores, puesto que en 1856 los restos de un hombre de esta raza
fueron descubiertos por unos obreros en los alrededores de Dusseldorf, en una cueva del valle de
Neanderthal.
Hace aproximadamente cien mil años aparece en África el primer ser humano casi como nosotros,
pero llamado Homo sapiens arcaico u hombre de Cro-Magnon. Treinta mil años antes los neandertales se
extinguían y ya estaban los hombres completamente modernos, Homo sapiens, y unos 5.000 años más tarde
el hombre ya habitaba todos los continentes del mundo a excepción de la Antártica.
Corría 1868 cuando, en una localidad francesa llamada Les Eyzies, ubicada en el departamento de
Dordoña, se encontraron, en un abrigo rocoso llamado Cro-Magnon, restos fósiles humanos. Investigaciones
posteriores comprobaron que tenían más de 40.000 años y que este era el representante más antiguo del
homo sapiens sapiens; es decir, el primer ancestro del hombre moderno, cuyo desarrollo había comenzado
en el periodo llamado Paleolítico superior (hace más de 600.000 años).

Cráneo humano, evolución


El cráneo humano ha cambiado drásticamente durante los últimos tres millones de años.
La evolución desde el australopithecus hasta el homo sapiens, significó el aumento de la capacidad craneana
(para ajustarse al crecimiento del cerebro), el achatamiento del rostro, el retroceso de la barbilla y la
disminución del tamaño de los dientes.
Los científicos piensan que el increíble crecimiento de tamaño del cerebro puede estar relacionado con la
mayor sofisticación del comportamiento de los homínidos.
Los antropólogos, por su parte, señalan que el cerebro desarrolló su alta capacidad de aprendizaje y
razonamiento después de que la evolución cultural, y no la física, cambiara la forma de vida de los seres
humanos.
Evolución de la especie humana
Especie procónsul 22 a 18 millones de años
Australopithecus ramidus 5 millones a 4 millones de años
Australopithecus afarensis 4 millones a 2,7 millones de años
Australopithecus africanus 3,0 millones a 2,0 millones de años
Australopithecus robustus 2,2 millones a 1,0 millones de años
Homo habilis 2,2 millones a 1,6 millones de años
Homo erectus 2 millones a 0,4 millones de años
Homo sapiens 400.000 a 200.000 años
Homo sapiens neandertalensis 200.000 a 130.000 años
Homo sapiens sapiens 130.000 años antes de Cristo
Cro-Magnon 40.000 años antes de Cristo hasta hoy

Fuentes Internet:
http://www.geocities.com/gabylago99/onas.html
http://www.artehistoria.com/historia/contextos/52.htm
http://www.bbc.co.uk/spanish/news000925hielo.shtml
http://www.artehistoria.com/frames.htm?http://www.artehistoria.com/historia/contextos/60.htm
http://terraeantiqvae.blogia.com/temas/prehistoria.php
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2.1. Monogenismo y poligenismo. Status Quaestionis

Rubén HERCE

A. Una aproximación a la relación monogenismo-pecado original


La existencia del mal es algo en lo que todo el mundo parece estar de acuerdo; en lo que hay diferencias
es en la interpretación. Para algunos ateos la realidad del mal es utilizada como argumento contra la
existencia de Dios1; para los cristianos, en cambio, el mal es un problema o un enigma que sólo se puede
iluminar definitivamente a la luz de la fe. La fe cristiana no es, en todo caso, una especie de remedio
doméstico que desdibuja la existencia del mal, ni un elemento acomodaticio que evita los conflictos con
algunas interpretaciones científicas, ni tampoco un acto vacío de racionalidad que se opone a la ciencia. Más
bien el conocimiento de la fe está abierto a las ciencias, cuya autonomía respeta, y aprecia su contribución a
la hora de purificar la interpretación del dato de fe. De igual modo, la actividad científica tiende a reconocer
su limitación metodológica y admite la existencia de realidades como el mal que escapan a su metodología y
para las que una racionalidad más amplia que la meramente científica podría tener respuesta. La pregunta
sobre el mal es una pregunta espiritual bien formulada, que hace referencia a hechos contrastables y para la
que la ciencia no tiene una respuesta.

Ahora bien, ¿qué sucedería si en algún momento se asocia necesariamente la existencia del mal con un
pecado2 cometido por la primera pareja de seres humanos? ¿Podría entonces la ciencia llegar a decir que
no existió esa primera pareja y por lo tanto poner en tela de juicio la doctrina católica sobre el pecado? Para
dar una respuesta adecuada a esa pregunta, habría que examinar dos presupuestos implícitos:

1. Que la ciencia pueda demostrar que nunca existió una primera pareja.

2. Que la doctrina católica requiera del monogenismo como único modo de explicar la existencia del pecado
en el mundo.

El primer presupuesto no es sencillo de contrastar. Es cierto que algunos datos científicos parecen
señalar la necesidad de un grupo notable de individuos y no sólo de una pareja humana para dar razón de
todo el genoma humano actual. Sin embargo, también es cierto que otros datos científicos actuales, y la
misma teoría de la evolución, parecen apuntar a un origen de la especie humana en torno a un momento
espacio-temporal concreto, no disperso. Aun así, en el caso hipotético de que hubiese existido una primera
pareja, con los datos científicos actuales no parece que pudiésemos descubrirla, ni parece que se vaya a
poder encontrar en el futuro. Por lo tanto, la posibilidad de detectar científicamente el monogenismo no
parece viable pero, a día de hoy, tampoco parece posible sostener un origen multirregional de la especie
humana. El monofiletismo de la especie humana (una procedencia común en torno a un grupo) parece la
única hipótesis válida para entender su origen. Respecto al segundo presupuesto cabe señalar que, si bien
cuenta en su haber con una tradición que tiende a afirmar el monogenismo, la Iglesia Católica no se ha
llegado a pronunciar dogmáticamente en esa dirección 3. De hecho, las conocidas afirmaciones de Pio XII –
que, en realidad, no centran el problema del pecado en el relato del Génesis sobre la creación del hombre,
sino en la afirmación paulina de Jesucristo como el nuevo Adán– evitan explícitamente un vínculo completo
con el monogenismo:

1
LE POIDEVIN, R., Arguing for Atheism: An Introduction to the Philosophy of Religion, New York: Routledge, 1996,
102-103.
2
Según el Catecismo de la Iglesia Católica 1850: «El pecado es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo
malo a tus ojos cometí” (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros
corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como
dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado es así “amor de sí hasta el desprecio de
Dios” (SAN AGUSTÍN, civ, 1,14, 28)». Énfasis añadido
3
Cfr. Audiencia General de Juan Pablo II del 29 de enero de 1986 y Carta de la Pontificia Comisión Bíblica al Cardenal
Suhard, Arzobispo de París, sobre la fecha de las fuentes del Pentateuco y sobre el género literario de los once primeros
capítulos del Génesis, 16 de enero de 1948.
TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

«cuando se trata (...) del poligenismo, entonces los hijos de la Iglesia no gozan de esa libertad [de adherirse
a esta doctrina (libertad de la que sí gozan respecto al evolucionismo)], ya que los fieles cristianos no
pueden aceptar la opinión de quienes afirman o bien que después de Adán existieron en esta tierra
verdaderos hombres que no procedían de él, como primer padre de todos, por generación natural, o bien
que Adán significa una cierta multitud de antepasados, ya que no se ve cómo tal opinión pueda
compaginarse con lo que las fuentes de la verdad revelada y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia
proponen acerca del pecado original, que procede del pecado verdaderamente cometido por un Adán y que,
transmitido a todos por generación, es propio de cada uno» 4 .

A la luz de lo anterior, las reflexiones de estas páginas se centran en mostrar datos de la ciencia que –y
ésta es la tesis que aquí se defiende– parecen ser más compatibles con el monogenismo que con el
poligenismo, tanto por motivos científicos, como filosóficos y teológicos. En cualquier caso –y esto es
importante señalarlo– hablar de la doctrina del pecado original es distinto que hablar del origen monogenista
del ser humano: aun cuando se detectase una única pareja en el origen, ¿cómo podríamos saber que
cometieron el primer pecado? Se podría decir que, a falta de una mejor explicación sobre el origen del
hombre y sobre el origen del mal en el mundo, la comprensión vigente sigue siendo válida. Aun así, es
importante investigar y comprobar si las anomalías detectadas son tales y si conducen necesariamente
hacia una nueva comprensión en la que el poligenismo tenga un papel más relevante. No sería bueno
permanecer subidos en una rama que estuviera empezando a pudrirse. Según la opinión generalizada más
contrastada sobre la evolución biológica, los individuos de una nueva especie proceden, en números
reducidos y mediante híbridos de baja fertilidad, de una especie diferente; estableciéndose un aislamiento
reproductor entre los antiguos y los que han sufrido un cambio genético5.

El problema se plantea cuando algunos autores defienden que las fuerzas ciegas de la naturaleza
serían suficientes para dar razón de la evolución. Bastaría con recurrir a la combinación de unas variaciones
al azar en el material genético con una selección natural que filtra los resultados de esas variaciones para
que sólo sobrevivan los mejor adaptados. Así se explicaría la apariencia de finalidad que se da en los
vivientes, sin necesidad de afirmar que existe un plan divino 6. Esta última explicación no es completa, ya que
sólo se refiere a los vivientes desde el punto de vista de la ciencia natural, dejando sin respuesta los
interrogantes que se plantean la filosofía y la religión. Si ya el psiquismo animal plantea serias dificultades de
explicación, que se intentan responder con una combinación de emergencia y complejidad, el ser humano en
su totalidad, con su capacidad de conocer, amar, padecer y obrar libremente, se erige en el problema
explicativo central de las teorías evolucionistas. Los científicos pueden afirmar que el organismo humano
proviene de otros organismos y, sin embargo, posee unas características que difieren notablemente del resto
de vivientes.

B. Qué datos aporta la ciencia

4
PÍO XII, «Litt. enc. Humani generis, 12-VIII-1950, n. 30», AAS 42 (1950) 576. El subrayado es mío
5
5 De aquí la dificultad para definir dónde empieza y dónde acaba una especie, en términos generales, desde el punto de
vista biológico.
6
Frente a esta idea, el Magisterio de la Iglesia, sin comprometerse en cuestiones científicas opinables, subraya que la
evolución es compatible con la creación y la providencia, y que, por tanto, no responde a un simple juego de fuerzas
ciegas. Juan Pablo II, Audiencia general, El hombre, imagen de Dios, es un ser espiritual y corporal, 16-IV-1986:
Insegnamenti, IX, 1 (1986) 1041: «Por tanto, se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ven
dificultades para explicar el origen del hombre, en cuanto cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Es preciso,
sin embargo, añadir que la hipótesis propone solamente una probabilidad, no una certeza científica. En cambio, la
doctrina de la fe afirma de modo invariable que el alma espiritual del hombre es creada directamente por Dios. O sea, es
posible, según la hipótesis mencionada, que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías
de la vida, haya sido preparado gradualmente en las formas de seres vivientes antecedentes. Pero el alma humana, de la
cual depende en definitiva la humanidad del hombre, siendo espiritual, no puede haber emergido de la materia»
TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

Los métodos de investigación de los paleoantropólogos se han enriquecido con el aporte de otras
ciencias como la genética, la neurociencia o incluso la lingüística. Esto ha permitido tener una visión más
completa, a la vez que ha aumentado el nivel de contraste que pueden alcanzar las hipótesis sobre el origen
del hombre. Sin embargo, todavía hay que seguir investigando para llegar a conclusiones más firmes. En el
presente apartado se intentará resumir lo que dicen las hipótesis más contrastadas respecto a las siguientes
preguntas: ¿Dónde se puede ubicar el origen del hombre? ¿Cuándo y cómo ha evolucionado? ¿Qué espacio
queda para el poligenismo? Además, como enfoque metodológico, convendría entender la evolución de
modo análogo al desarrollo de un ser humano7, en el que la evolución biológica (hominización) va unida a la
evolución cultural (humanización).

a. Una primera aproximación


Teniendo en cuenta algunos datos biológicos y culturales, a día de hoy, parece que el origen de la
especie biológica humana tuvo lugar con la aparición de los primeros Homo habilis en el África subsahariana,
en torno a la región de los grandes lagos, hace unos 2 millones de años. Fuera de este tronco común de la
especie humana, que engloba a todos los que han sido catalogados con el género Homo, quedarían los
Australopithecus: especie de la que parece provenir el hombre 8. Entre las características biológicas que
diferencian a los Homo de sus antecesores se encuentran: la capacidad de desarrollar algunos útiles, su
modo de dar a luz o el desarrollo de su cerebro. La interconexión entre estas dos últimas se apreciaría, por
ejemplo, en que, para poder tener un cerebro mayor, el Homo, debido a la estrechez del canal del parto,
tendría que atravesar éste antes de que su cerebro estuviese suficientemente desarrollado. De este modo, al
nacer con un desarrollo cerebral menor en relación a su desarrollo final, los Homo quedarían indefensos y
requerirían del grupo y de los cuidados postparto durante un tiempo largo para sobrevivir 9.

Dentro de la especie Homo10 se puede distinguir entre el Homo habilis, que está en el origen de la
especie, y el Homo erectus, que evoluciona a partir del Homo habilis y que «sale de África» por primera vez
hace un millón de años. En esa expansión, el Homo erectus da lugar por evolución a los Neandertales en
Eurasia, a los Denisovanos en Asia, al Homo floresiensis (que probablemente fue un Homo erectus que
sufrió un proceso de pitecantropización por aislamiento reproductivo) en la isla de Flores y al Homo sapiens
en África11.

Este Homo sapiens, cuyo origen se remonta a hace unos 200.000 años, dio lugar a una segunda
«salida de África», en varias oleadas, hace unos 100.000 años. En su expansión, el Homo sapiens colonizó
de nuevo todo el mundo, conviviendo y mezclándose genéticamente con los Neandertales y Denisovanos
que ya ocupaban Europa y Asia. Con el paso del tiempo el Homo sapiens fue la única subespecie o

7
LÓPEZ MORATALLA, N., La dinámica de la evolución humana: más con menos, Pamplona: Eunsa, 2007, 18: «Los
dos grandes procesos temporales de los seres vivos –la evolución y el desarrollo embrionario– presentan idéntico
dinamismo: de lo simple a lo complejo a través de los mecanismos de cambio de información genética, y de la regulación
y retroalimentación del mensaje genético»
8
Con el descubrimiento del A. sediba, y su estudio exhaustivo [BERGER, L. R., «The Mosaic Nature of
Australopithecus sediba», Science 340 (2013) 163-165], han surgido nuevos problemas a la hora de indicar con precisión
la especie de Australopithecus de la que provendría el hombre
9
LEAKEY, R. E., La formación de la humanidad, Barcelona: Orbis, 1986. ARTIGAS, M. y TURBÓN, D., Origen del
hombre. Ciencia, Filosofía y Religión, 2 ed. Pamplona: Eunsa, 2008, 41-58. TURBÓN, D., La evolución humana,
Barcelona: Ariel, 2006.
10
Conviene aclarar que el término «especie» aquí no se emplea en el sentido biológico sino en el sentido de la
paleoantropología. Si se habla de especie biológica hay que decir que todos son humanos.
11
En el planteamiento que sigue, el Homo habilis se podría considerar como Homo pre-erectus y el resto como Homo
post-erectus. En realidad todos se podrían considerar como miembros de una única especie entendida como Homo
erectus en sentido amplio. Sin embargo, conviene distinguir al conjunto de la especie Homo de los Homo sapiens que en
la actualidad pueblan la tierra y que prodecen de una variante del Homo erectus a través de un cuello de botella que tuvo
lugar hace unos 150.000 años.
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población humana que sobrevivió, dando lugar a la variedad de razas que pueblan la tierra 12. Por lo tanto, se
puede hablar de una única especie humana con dos linajes y dos salidas de África. Los humanos actuales
que pueblan la tierra son descendientes directos del segundo linaje, aunque todos los que salieron de África
mantienen trazas genéticas (entre un 2 y un 8%) de los descendientes del primer linaje que salió de África13.

b. ¿Dos tipos de hombres?


En la actualidad algunas investigaciones insinúan que el segundo linaje era significativamente distinto del
primero al subrayar las diferencias que «nos harían humanos»14.

Otros autores sugieren que los Homo sapiens tenían un tipo de inteligencia mayor que los Neandertales,
quienes por ejemplo poseían una complexión y un cerebro más grande que los Homo sapiens así como una
mayor robustez física y, sin embargo, no llegaron a sobrevivir en un momento de mayor adversidad
climática15. Según esos estudios antropológicos culturales, la diferencia residiría en que los Neandertales
tendrían una gran pericia, pero carecerían de memoria operativa. La pericia correspondería con la habilidad
para desarrollar automatismos que funcionan y aplicarlos a distintos momentos de la vida, mientras que la
memoria operativa permitiría pensar «out of the box» para crear respuestas más imaginativas ante los
nuevos problemas16. Aun así, no parece que se pueda sostener que la expansión del primer linaje Homo
fuera una expansión de homínidos pero no de hombres. Este modo de pensar estaría en la base del modelo
multiregional, según el cual, los homínidos colonizaron el mundo y después aparecieron los hombres en
distintas áreas geográficas. Se trata de una teoría poligenista que se apoya en la explicación darwinista del
origen de las especies y que en la actualidad ha sido descartada.
Frente a este modelo poligenista de pensar, ha surgido otro más reciente debido, entre otras, a las
investigaciones genéticas de Li y Durbin. Según las investigaciones de estos autores, para dar razón de toda
la variabilidad genética que se encuentra en los seres humanos actuales sería necesaria una población
efectiva de algunas decenas de miles de miembros, en un momento histórico donde se habría producido un
cuello de botella en la población humana. Según ellos sería posible encontrar un antecesor común de todos
los hombres actuales tanto por la parte paterna como por la parte materna. Sin embargo, los dos no
coincidirían en el tiempo17 y además se requeriría del aporte genético de otros individuos para dar razón de la
variabilidad genética actual18.
Este trabajo, junto a otros realizados con anterioridad, descartan la posible existencia de lo que se denominó
«Eva mitocondrial» o «Adán Cromosoma Y»19, como antecesores comunes de todos los humanos. Aun así
parece claro que se requieren más investigaciones para precisar las conclusiones. Quizá, para valorar y
profundizar bien el alcance de estas investigaciones, convendría tener en cuenta:

12
EXCOFFIER, L., «Human demographic history: refining the recent African origin model», Current Opinion in
Genetics & Development 12 (2002) 675-682.
13
STRINGER, C., «What makes a modern human», Nature 485 (2012) 33-35
14
HU H. Y. et al., «Evolution of the human-specific microRNA miR-941», Nature Communications 3 (2012) 1145,
doi:10.1038/ncomms2146. PRÜFER, K. et al., «The complete genome sequence of a Neanderthal from the Altai
Mountains», Nature 505 (2014) 43-49.
15
WYNN, T. y COOLIDGE, F. L., «Evolución de la mente: del neandertal al hombre moderno», Mente y cerebro 32
(2008) 14-15
16
Ibíd., 12-21.
17
La variabilidad genética de origen materno se mide por el ADN mitocondrial y la paterna por el cromosoma Y.
Aunque el estudio de esas variabilidades dé el mismo árbol filogenético, como la medida del tiempo tiene lugar en un
corto periodo evolutivo, no pueden coincidir en el tiempo porque se trata de una cuantificación estadística de la velocidad
de cambio. Si coincidieran seria indicio de manipulación de datos.
18
LI, H. y DURBIN, R., «Inference of human population history from individual whole-genome sequences», Nature 475
(2011) 493-497. SCALLY, A. y DURBIN, R., «Revising the human mutation rate: implications for understanding human
evolution», Nat. Rev. Genet. 13 (2012) 745-753.
19
Sin ir más lejos, los mismos autores de los estudios reconocieron la posibilidad de que hubiesen existido otros
individuos cuya contribución genética se podría haber perdido.
TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

 Cuál es el grado de fiabilidad del modelo matemático que usan y cuáles son los presupuestos
implícitos que tienen en cuenta o que no se consideran. Ya que detectan un cuello de botella hace
unos 150.000 años, lo que correspondería bien con los datos paleoantropológicos sobre la aparición
de los Homo sapiens y su expansión, pero sin embargo no detectan un cuello de botella en la aparición
del Homo habilis, lo que contrasta con la paleoantropología.
 Que la muestra sobre la que está hecho el estudio (la secuenciación completa del genoma humano de
1092 individuos actuales) quizás no sea suficientemente significativa para hacer una inferencia tan
prolongada en el tiempo.
Frente a datos de la genética que parecen señalar la aparición de una nueva especie, no a partir de un
antecesor común sino a partir de una población numerosa, se sigue considerando como válida la búsqueda
genética de los MRCA (Most Recent Common Ancestor)20.
A tenor de los datos científicos actuales la aparición de una nueva especie podría haber tenido lugar por
una reordenación cromosómica. De este modo, la nueva especie se habría separado de su especie
originante en una pocas generaciones ya que los híbridos intermedios entre unos y otros serían poco fértiles.
Además, en el caso específico de la aparición de seres conscientes, se podría formular la hipótesis de la
existencia de un aislamiento reproductor «cultural»: los primeros humanos se reconocerían mutuamente
como distintos y tenderían a relacionarse entre ellos, sin necesitar de un aislamiento reproductor «biológico»
que impida la reproducción con los primates que les han dado paso 21.
c. Una nueva aproximación
En 2013 la revista Science22 publicó un artículo sobre la evolución humana en el que se describe la
aparición de cinco cráneos en Dmanisi (Georgia) y se concluye que la variación intergrupal de la especie
humana debía ser mucho mayor que la estimada por las estrechas clasificaciones de las subespecies Homo.
La variación en la forma del cráneo y de la morfología observada en esta pequeña muestra de cinco
individuos implicaría que todos ellos derivan de una sola población de Homo erectus, sin necesidad de
distinguir entre tres especies Homo (H. erectus, H. habilis y H. rudolfensis), como se había hecho hasta
ahora. Si los cinco fósiles de Dmanisi, muy distintos entre sí, pertenecieran a una sola población de Homo
erectus, entonces cabría afirmar que todas las clasificaciones de «especies» Homo en realidad son
variaciones de una única especie. Más que un «árbol» con diferentes ramas de hombres, nos
encontraríamos ante una única especie con momentos de separación y aislamiento genéticos y con
momentos de mezcla e intercambio23.
De este modo, las diferencias morfológicas observadas entre los fósiles atribuidos a Homo sapiens
modernos y a Neandertales entrarían dentro de la variación observable en una sola especie. Más que de
estrechas variaciones intergrupales en diferentes especies, cabría hablar de una amplia variación intergrupal
en una única especie. De este modo tampoco resultaría sorprendente descubrir que tanto los Neandertales
como los Denisovanos se cruzaron con los Homo sapiens, una conclusión difícil de mantener si se
considerasen como diferentes especies biológicas.
Recientes hallazgos en la cueva Denisova de las montañas de Altai (Siberia) 24 han revelado que no
solo habría flujo de genes entre los Neandertales y los Denisovanos con los Sapiens, sino que también
existiría una cuarta fuente implicada en el intercambio de genes. Esa cuarta fuente correspondería con un
antiguo linaje humano que se habría separado hace más de un millón de años, siendo por tanto el Homo
erectus su origen más probable. Sea cual sea el nombre que elegimos para este linaje misterioso, lo que

20
ROHDE, D. L. T. et al., «Modelling the recent common ancestry of all living humans», Nature 431 (2004) 562-566.
21
Un resumen de una hipótesis sobre el proceso biológico que pudo dar lugar al hombre se puede leer en LÓPEZ
MORATALLA, N., La dinámica de la evolución humana: más con menos, Pamplona: Eunsa, 2007, 117; y en «Origen
monogenista y unidad del género humano: reconocimiento mutuo y aislamiento procreador», Scripta Theologica 32/1
(2000) 205-241.
22
LORDKIPANIDZE, D. et al., «A Complete Skull from Dmanisi, Georgia, and the Evolutionary Biology of Early
Homo», Science 342 (2013) 326-331.
23
GIBBONS, A., «A new view of the birth of Homo sapiens», Science 331 (2011) 392-394.
24
PRÜFER, K. et al., «The complete genome sequence of a Neanderthal from the Altai Mountains», Nature 505 (2014)
43-49.
TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

estos resultados mostrarían es que el flujo genético fue posible no sólo entre los contemporáneos, sino
también entre los linajes antiguos y más modernos, ampliando por tanto el concepto de especie no sólo
geográficamente sino también temporalmente.
Los fósiles de hace unos 2 millones de años y los de los Sapiens modernos serían parte de una única
especie, morfológicamente diversa y con un amplio rango geográfico.
Por otra parte, algunos científicos han logrado secuenciar el ADN mitocondrial de unos fósiles del Pleistoceno
Medio (hace aproximadamente 400.000 años) a partir de una muestra de la Sima de los Huesos en
Atapuerca, España. Al hacerlo, han descubierto que su pariente genéticamente más próximo no estaría entre
el linaje que llevó a la aparición de los Neandertales sino entre los Denisovanos de hace unos 40.000 años
en Siberia25.
Si bien es cierto que las conclusiones alcanzadas por cada una de estas investigaciones podrían ser
refutadas individualmente –y por eso no constituyen el fundamento único de esta argumentación–, también lo
es que, junto a investigaciones previas que no se recogen en este artículo, apuntan a la unidad genética de la
especie Homo desde hace unos 2 millones de años. Poco a poco la concepción de la evolución como una
estructura en candelabro está siendo reemplazada por una red de linajes genéticos entretejidos que, con el
paso del tiempo, se ramifican, desaparecen o se fusionan de nuevo. Convendría, por tanto, ir abandonando
tanto las divisiones entre humanos del primer y del segundo linaje, como si fuesen especies diferentes, como
las divisiones debidas a los avances culturales. Nuestra evolución biológica y cultural es demasiado fluida
para restringirla a algunas etapas unidas por transiciones.
El reto ahora está en seguir profundizando, no sólo en la información aportada por la genética, la
neurobiología o la paleoantropología biológica o cultural, sino en nuestra comprensión integral de todos ellos.
Conviene profundizar aún más, tanto en la investigación genética para aclarar la relación de los linajes y la
historia de los seres humanos y de sus antecesores, los Australopithecus, como en el uso de las nuevas
tecnologías para investigar los viejos yacimientos arqueológicos o en la investigación de lugares que
actualmente conservan un enorme potencial para nuevos descubrimientos.
Así, por ejemplo, el uso de nuevas tecnologías ha permitido descubrir en 2013 que los Neandertales de
La Chapelle-aux-Saints en Francia enterraban intencionalmente a sus muertos, mientras que a muy poco
distancia, en El Sidrón, al norte de España, llevaban una conducta caníbal 26. Aquí se encuentran dos
patrones de comportamiento muy diferentes dentro de los Neandertales, que, dicho sea de paso, también se
han dado en épocas más recientes.
Análogas diferencias culturales se aprecian entre algunos Sapiens del suroeste de Europa que pintaban
en las paredes de cuevas y muchos de sus contemporáneos que no parece que lo hicieran. O más
recientemente en el comportamiento tribal de los habitantes de las islas Andamán que, por lo datos genéticos
actuales, han habitado esa isla en grupos de unos pocos miles de personas durante aproximadamente unos
60.000 años, sin apenas mezcla genética con otros individuos venidos de fuera27. Todo esto apunta a la
necesidad de tener en cuenta no sólo los datos biológicos sino también la acumulación de conocimiento y la
transmisión cultural a la hora de valorar la evolución y el desarrollo del hombre.

C. Qué aporta la cultura

En este último apartado se va a dar un nuevo enfoque a lo expuesto hasta ahora. Para ello conviene
distinguir entre el proceso biológico y el cultural que se dan en la evolución humana. Al primero se le
denomina hominización y consiste en el proceso de formación del tipo morfológico del hombre o, en otras
palabras, en la secuencia de cambios que conducen a la forma biológica del hombre tal y como lo
conocemos hoy. Mientras que al segundo se le denomina humanización y es el proceso por el que el hombre

25
MEYER, M. et al., «A High-Coverage Genome Sequence from an Archaic Denisovan Individual», Science 338 (2012)
222-226.
26
RENDU, W. et al., «Evidence supporting an intentional Neandertal burial at La Chapelle-aux- Saints», PNAS 111
(2014) 81-86.
27
ENDICOTT, P. et al., «Multiplexed SNP Typing of Ancient DNA Clarifies the Origin of Andaman mtDNA
Haplogroups amongst South Asian Tribal Populations», Plos One 1 (2006) e81.
TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

adapta el ambiente a sí mismo. En ese proceso, la plasticidad del cerebro, cuya evolución se retroalimenta
por las presiones ambientales, a la vez que se va formando conforme a las nuevas habilidades desarrolladas,
ha debido jugar un papel fundamental.
Entre los animales, las nuevas especies o subespecies se diversifican y adaptan pronto a los diferentes
nichos ecológicos. Mientras que entre los seres humanos, aunque haya existido un proceso de hominización,
lo que debe haber contado más significativamente es la humanización28.
Por tanto se puede afirmar que en el origen del hombre estarían presentes los dos procesos evolutivos:
el primero se aprecia claramente en el Australopithecus, que tiende a una especialización morfológica
manteniendo una capacidad craneal estable; el segundo, sin embargo, es propio del género Homo y está
caracterizado por el constante aumento de su capacidad craneal con una paulatina especialización cerebral.
Dicho desarrollo cerebral apareció ya hace poco más de 2 millones de años y está simultáneamente ligado al
inicio de la aparición de formas culturales como la fabricación y perfeccionamiento de herramientas líticas
(Homo habilis), el uso del fuego (Homo erectus) o los enterramientos intencionados (Neandertales). Es decir
hay un proceso simultáneo de mejora morfológica y de enriquecimiento cultural.
Este paralelismo entre hominización y humanización, puede ser interpretado como un emergentismo,
según el cual el hombre, tanto en su aspecto somático (hominización) como psíquico-cultural (humanización),
es fruto ciego del azar evolutivo y del devenir histórico; o bien, suponer que el hombre comienza a ser
inteligente en un determinado momento, a partir del cual el proceso de su transformación morfológica está
guiado no sólo por la genética sino también por una instancia psíquica que provoca una progresiva
adaptación somática29.
Según esta segunda postura, el Homo habilis podría ser ya humano, aunque con unas potencialidades
menos desarrolladas, de modo análogo a los estados previos del crecimiento de cada ser humano. El
proceso de especialización del hombre sería posterior a su humanización: primero sería hombre y después
se especializaría seleccionando los cambios aleatorios morfológicos y funcionales más acordes con su ser.
De este modo, por ejemplo, los cambios morfológicos favorables al ejercicio de la racionalidad que se
establecen en una población serían seleccionados porque les proporciona una ventaja adaptativa 30.
Es algo parecido a lo que hemos visto al describir la inteligencia de los Neandertales como pericia, frente
a la inteligencia de los Homo sapiens que ya tendrían memoria operativa 31 y por tanto serían más creativos.
Esto les daría una ventaja adaptativa que les permitiría sobrevivir mejor ante las dificultades climáticas 32.
Por otro lado, parece evidente la necesidad que el hombre tiene de un ambiente cultural estimulante
para desarrollar su cerebro33: no solo es una cuestión de lo que es, sino también de lo que se va haciendo 34.
Pensemos por ejemplo qué sucedería si eliminásemos todo rastro de seres humanos sobre la tierra y sólo
sobreviviesen dos niños sin más intercambio cultural que el que tuvieran con los animales y el que se
pudiesen proporcionar entre ellos. Al no haber un ambiente cultural, a pesar de que son plenamente
humanos, no se podría desarrollar mucho su inteligencia y podemos incluso suponer que parte de sus

28
La diferencia entre hominización y humanización reside en cuál es el proceso que gobierna la evolución del hombre: el
proceso biológico en un caso y el cultural en otro. Desde la aparición del hombre lo cultural tendería a predominar sobre
lo biológico, si bien los dos procesos estarían presentes. Al principio lo biológico tendría una gran relevancia, que poco a
poco sería reemplazada por lo cultural. Así por ejemplo, la inventiva humana permitiría triunfar poco a poco sobre unos
retos medioambientales para los que la mera biología resulta insuficiente.
29
JORDANA, R., «El origen del hombre. Estado actual de la investigación paleoantropológica», Scripta Theologica 20/1 (1988) 96ss.
30
FISHER, S. E. y RIDLEY, M., «Cuture, Genes and the Human Revolution», Science 340 (2013) 929-930, recoge
varios ejemplos de investigaciones sobre este tipo de cambios.
31
GEARY, D. C., «El cerebro primitivo en las aulas modernas», Mente y cerebro 60 (2013) 28-33.
32
WYNN, T. y COOLIDGE, F. L., «Evolución de la mente: del neandertal al hombre moderno», Mente y cerebro 32
(2008) 12-21.
33
GRÜTER, T., «De primitivos a humanos», Mente y cerebro 60 (2013) 19: «Debemos imaginarnos el incremento del
tamaño del cerebro a lo largo de la evolución como una carrera constante entre las ventajas e inconvenientes de una
cognición más óptima. Ello explicaría por qué el encéfalo de los sucesores del Homo erectus siguió creciendo
independientemente de los otros homínidos».
34
PAGEL, M., «Adaptados a la cultura», Mente y cerebro 60 (2013) 22-27.
TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

facultades más elevadas y sus correlatos en el cerebro se atrofiarían, mientras ellos pondrían todo su
esfuerzo en sobrevivir.
En este caso hipotético ¿qué clase de cultura transmitirían a sus descendientes? Muy poca. Y así una
generación tras otra, de modo que el proceso de culturización al principio debería ser muy lento porque el
hombre, aunque fuese libre y consciente de sí mismo, tendría que aprenderlo todo de cero, porque los
grupos para transmitir los conocimientos de unos a otros serían muy pequeños, porque la mayoría de sus
recursos se emplearían en sobrevivir y porque su inteligencia no sería tan elevada como la nuestra.
Solo con el paso del tiempo la mejor adaptación de lo que es propiamente humano conlleva una des-
especialización morfológica. El dominio que ejerce el espíritu y la posibilidad de utilizar instrumentos,
independiza al hombre con respecto al medio: no necesita adaptarse morfológicamente. Los animales se
modifican para adaptarse al medio, pero el hombre adapta el medio a sus necesidades.
El destino morfológico del hombre está ligado a su racionalidad, y cuando es capaz de modificar el
medio, deja de estar inmerso en la biología y se escapa poco a poco de los procesos de selección natural35.

Bibliografía
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Atheism: An Introduction to the Philosophy of Religion, New York: Routledge, 1996.
 PRÜFER, K. et al., «The complete genome sequence of a Neanderthal from the Altai Mountains», Nature 505
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 RENDU, W. et al., «Evidence supporting an intentional Neandertal burial at La Chapelle-aux-Saints», PNAS 111
(2014) 81-86, doi: 10.1073 /pnas. 1316780110.
 ROHDE, D. L. T. et al., «Modelling the recent common ancestry of all living humans», Nature 431 (2004) 562-
566.

35
JORDANA, R., «El origen del hombre. Estado actual de la investigación paleoantropológica», Scripta Theologica 20/1
(1988) 98.
TEMA II: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

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 STRINGER, C., «What makes a modern human», Nature 485 (2012) 33-35.
 TURBÓN, D., La evolución humana, Barcelona: Ariel, 2006.
 WYNN, T. y COOLIDGE, F. L., «Evolución de la mente: del neandertal al hombre moderno», Mente y cerebro 32
(2008) 12-21.
TALLER:
1. Lectura de los textos del compendio.
2. Elaborar un cuadro comparativo, donde se pueda comparar lo que se propone en los textos y las
tesis que defiende el vídeo: “La odisea de la especie”.
3. Exponer en el taller los cuadros.
4. Llegar a una conclusión grupal acerca del origen del hombre.
5. Control de lectura.

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