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La liebre y la tortuga
El cuervo y el zorro
Había una vez un cuervo que descansaba en un árbol, tras
haber logrado robar un queso de la ventana de una casa.
Cerca caminaba un zorro que olió el fuerte aroma, vio al
cuervo y le dijo:
-¡Hola! Qué buen día hace, además tu plumaje es muy
bonito. Le queda muy bien.
El cuervo se sintió muy bien con lo que le dijo el zorro. Le
entraron ganas de cantar para celebrarlo, abrió el pico,
pero entonces dejó caer el queso.
El zorro, sonriendo, corrió hacia el queso y lo atrapó con la
boca antes de caer al suelo.
Moraleja: presta atención cuando alguien te dice cosas
bonitas. Puede que sea por interés.
La pulga y el hombre
Un hombre disfruta de un buen sueño cuando de repente comenzó a sentir
picazón por todo el cuerpo.
Molesto por la situación, buscó por toda su cama para ver qué era lo que
les estaba causando tanta molestia. Tras su búsqueda encontró a una
minúscula pulga y le dijo las siguientes palabras:
– ¿Quién te crees que eres insignificante bicho, para estar picándome por
todo mi cuerpo y no dejarme disfrutar de mi merecido descanso?
– Contestó la pulga: Discúlpeme señor, no fue mi intención molestarlo de
ninguna manera; le pido por favor que me deje seguir viviendo, ya que
por mi pequeño tamaño no creo que lo pueda molestar mucho. El hombre
riéndose de las ocurrencias de la pulga, le dijo:
– Lo siento pequeña pulga, pero no puedo hacer otra cosa que acabar con
tu vida para siempre, ya que no tengo ningún motivo para seguir
aguantando tus picaduras, no importa si es grande o pequeño que pueda
ser el prejuicio que me causes.
Moraleja: nos enseña a que todo aquel que le hace daño a otra
persona, debe estar dispuesto a afrontar las consecuencias. Ya que
cuando uno molesta, agrede u ofende a otros compañeros, debe saber
que sus actos irán seguidos de unas consecuencias.
El conejo y el cerdo
Había una vez en un colegio un conejo muy presumido que
todos los días llevaba sus zapatitos muy limpios,
relucientes, brillantes.
En su misma clase también estaba el cerdito Peny, que
tenía mucha envidia al conejo por sus zapatos.
Pero el cerdito al vivir en una charca de barro sabía que
nunca conseguiría tener unos zapatos como los de su
amigo conejo.
Todos los días limpiaba y limpiaba, pero nada seguían igual
de sucios.
Un día jugando en el recreo tenía que hacer una carrera
para ver quien era el más veloz. El cerdito asustado, no
sabía que hacer, ya que sus zapatillas no eran como las de
su amigo.
El día de la carrera, el cerdito Peny no se lo pensó, y salió
corriendo a la par que el conejo.
Mientras corría, solo pensaba en ser el ganador y no
rendirse nunca, tal y como le decía su madre.
Al llegar a la meta, todos se quedaron asombrados por la
rapidez del cerdito Peny, no entendían como podía haberle
ganado al conejo y sus superzapatillas.
Moraleja: da igual el zapato que lleves, el esfuerzo por
conseguir una meta que te propongas no está en los
zapatos sino en ti. Debes ser feliz con lo que tienes,
sentirte a gusto contigo mismo y confiar en ti.
Familia de hormigas
Había una vez una familia de hormigas formada por la
madre, el padre y su dos hijitas.
Pronto se acercaba el invierno, así que toda la familia salió
en busca de comida ya que si no morirían.
Paseando por el prado, se encontraron con otra hormiga,
pero esta no era de su misma especie, ya que era de color
rojo y le faltaban dos patitas.
Angustiada, la hormiga roja les pidió ayuda para que la
llevasen hasta su casa, ya que podría morir enterrada por
la nieve.
La madre hormiga rotundamente dijo que no, ya que no
pertenecía a su especie y si se enteraba el resto de
hormigas negras podrían echarle del prado.
Así que la familia siguió su camino, pero una de las hijas
no pudo aguantar y se dio la vuelta para ayudar a la
hormiga roja, aun sabiendo que podrían echarla del prado
para siempre.
Una vez llegaron las dos a la casa de las hormigas rojas,
estas sorprendidas por la solidaridad de la hormiga negra,
le regalaron toda la comida que tenían.
Gracias a esta recompensa, la familia de la hormiga negra
pudo sobrevivir todo el invierno gracias a la familia de
hormigas rojas.
El gato y el ratón
Cat Garage Drawing Comic Image Mouse
Una vez, un gato muy hambriento vio entrar a su casa a
un ratoncito. El felino, con muchas intenciones de agarrarlo
y luego comérselo, se acercó a la ratonera para decirle:
– ¡Qué guapo y lindo estás ratoncito! Ven conmigo,
pequeñito, ven… dijo con dulce voz el gato.
La mamá del ratoncito escuchó las intenciones que tenía el
hábil gato y le advirtió a su hijo diciendo:
– No vayas hijito, tú no conoces los trucos de ese bribón.
El gato insistente le dijo nuevamente al ratón:
– Ven, pequeñito ven. ¡Mira este queso y estas nueces!
¡Todo eso será para ti!
El inocente ratoncito le preguntó de nuevo a su madre:
– ¿Voy mamá?… ¿voy?
– No hijito, ni se te ocurra ir, sé obediente, le dijo
nuevamente su madre.
El gato nuevamente volvió a engañarlo diciendo:
– Ven, te daré este sabroso bizcocho y muchas cosas más…
– Puedo ir mamá, por favor te lo suplico – dijo el ratoncito.
– ¡Que no, tontuelo! No vayas. – Insistió la mamá ratona.
-No me hará nada mamá. Sólo quiero probar un pedacito…
– dijo por última vez el ratoncito, y sin que su madre
pudiera detenerlo, salió rápidamente de su agujero.
A los pocos instantes, se oyeron unos gritos que decían:
– ¡Socorro, mamá, socorro! ¡Me come el gato!
La mamá ratona no pudo hacer nada para salvar a su
ratoncito que murió devorado por el gato.
Moraleja: esta fábula nos enseña que debemos obedecer
a nuestros padres y respetar sus decisiones, ya que ellos
siempre querrán lo mejor para nosotros y el no hacerles
caso nos puede pasar factura como al ratoncito de la
historia.
El ciervo y el cervatillo
Esta fábula trata sobre dos ciervos, uno joven y otro más
mayor.
Ambos querían quedarse a vivir en el monte ya que tenia
alimentos para todo el año, pero esto solo podía ser posible
si ambos luchaban, ya que solo había provisiones para uno.
El cervatillo joven tenía muy claro que ganaría, ya que era
más veloz y mas rápido que el ciervo anciano.
A la mañana siguiente cuando se encontraron para luchar,
el ciervo anciano le propuso que se marchara, ya que sabía
perfectamente que el iba a ser el ganador.
El cervatillo tozudo y enfadado se dispuso a luchar hasta
que fue perdiendo poco a poco sus cuernos.
Sorprendido de que el ciervo anciano le ganara, preguntó:
-¿Como lo has hecho?, no puede ser, si yo soy más. joven
y más veloz que tú.
A lo que respondió el anciano:
-mira mis cuernos y tendrás la respuesta.
El cervatillo sorprendido se dió cuenta de que los cuernos
estaban intactos, eran mucho más fuertes y robustos que
los suyos.
Moraleja: debemos respetar a las personas mayores, ya
que el ser una persona mayor no quiere decir que sean
patosos o lentos, sino todo lo contrario, ya que nos
pueden enseñar muchas cosas que aún no sabemos.
El mono y el delfín
Había una vez un marinero que se comprometió a realizar
un viaje muy largo. Para hacer más entretenida la travesía,
se llevó con él a un mono para divertirse durante la larga
travesía.
Cuando estaban cerca de la costa de Grecia, una muy
ruidosa y violenta tempestad se levantó e hizo naufragar a
la débil nave. Su tripulación, el marinero y su mono
tuvieron que nadar para así poder salvar sus vidas.
Mientras tanto, el mono que luchaba contra las olas, fue
visto por un delfín; el cual creyendo que era un hombre,
fue a salvarlo deslizándose debajo él y transportándolo
hacia la costa.
Cuando estaban llegando al puerto, el delfín le preguntó al
mono:
– Mono ¿eres ateniense (nacido en Atenas)?, y él mono por
darse de muy presumido y mentiroso, le respondió:
– Sí, y tengo también parientes muy importantes viviendo
allí –
El delfín le preguntó de nuevo si conocía el Pireo (el famoso
puerto de Atenas). El mono creyendo entonces que se
trataba de un hombre, le contestó que no solo lo conocía,
sino que también era uno de sus mejores amigos.
El delfín indignado por tantas mentiras que el mono decía,
dio media vuelta y lo devolvió a alta mar.
Moraleja: las propias mentiras del mentiroso son las que
se encargan de revelar la verdad en un pequeño
descuido. Las mentiras tienen las patas muy cortas, por
tanto siempre saldrá a la luz la verdad.
El Astrónomo
En un país muy lejano, donde la ciencia es muy importante
para sus habitantes, había un anciano astrónomo al que le
gustaba realizar el mismo recorrido todas las noches para
observar las estrellas.
El perro y el reflejo
Había una vez un perro, que estaba cruzando un lago. Al
hacerlo, llevaba una presa bastante grande en su boca.
Mientras lo cruzaba, se vio a si mismo en el reflejo del
agua. Creyendo que era otro perro y viendo el enorme
trozo de carne que llevaba, se lanzó a arrebatársela.
Decepcionado quedó cuando, por buscar quitarle la presa
al reflejo, perdió la que el ya tenía. Y peor aún, no pudo
obtener la que deseaba.
Moraleja: no hay que envidiar a los demás y debemos
ser felices con lo que somos y con lo que tenemos, ya que
como dice el dicho “la avaricia rompe el saco”. Tenemos
que conformarnos con lo que tenemos, y no pedir o exigir
más a nuestros padres, sino queremos que nos pase lo
que al perro.
El aceituno y la higuera
El aceituno ridiculizaba a la higuera porque, mientras él era
verde todo el año, la higuera cambiaba sus hojas con las
estaciones.
Un día una nevada cayó sobre ellos, y, estando el aceituno
lleno de follaje, la nieve cayó sobre sus hojas y con su peso
se quebraron sus ramas, despojándolo inmediatamente de
su belleza y matando al árbol.
Pero al estar la higuera desnuda de hojas, la nieve cayó
directamente a la tierra, y no la perjudicó en absoluto.
Moraleja: No debemos burlarnos de las cualidades
ajenas, pues las nuestras pueden ser inferiores. Debemos
ser respetuosos y tolerantes con el resto de personas.
El zorro y la cabra
Una vez un zorro estaba vagando por la oscuridad, cuando
or desgracia cayó en un pozo. Intentó salir pero no podía.
No tenía otra alternativa que permanecer allí hasta la
mañana siguiente. Al día siguiente, una cabra llegó por allí,
miró al pozo y vio al zorro. La cabra preguntó “¿qué estás
haciendo ahí, señor zorro?”
El astuto zorro respondió:
“Vine aquí para beber agua. Es la mejor que he probado en
mi vida. Ven y pruebala por ti misma. Sin pensar ni siquiera
por un rato, la cabra saltó al pozo, apagó su sed y buscó
una forma de salir. Pero al igual que el zorro, también
fue incapaz de salir.
Entonces el zorro dijo:
“Tengo una idea. Ponte de pie sobre tus patas traseras.
Subiré sobre tu cabeza y saldré. Entonces yo te ayudaré a
salir también”.
La cabra era inocente e hizo lo que el zorro le dijo.
Mientras caminaba, el zorro dijo:
“Si hubieras sido lo suficientemente inteligente, nunca
hubieras entrado sin ver cómo salir”.
Moraleja: Mira ante de saltar. No hagas algo ciegamente
sin pensarlo antes.
El huevo de oro
Había una vez un rico comerciante de tela que vivía en un
pueblo con su esposa y sus dos hijos. Tenían una gallina
hermosa que ponía un huevo todos los días. No era un
huevo normal, sino un huevo de oro. Sin embargo, el joven
comerciante no estaba satisfecho con lo que solía obtener
todos los días.
Quería conseguir todos los huevos de oro de su gallina en
muy poco tiempo. Por tanto, un día pensó y al fin concluyó
en un plan. Decidió matar a la gallina y juntar todos los
huevos.
Al día siguiente, cuando la gallina puso un huevo de oro, el
hombre lo cogió, tomó un cuchillo afilado, cortó su cuello y
cortó su cuerpo abierto. No había nada más que sangre por
todas partes y ningún rastro de ningún huevo en absoluto.
Estaba muy triste porque ahora no conseguiría ni siquiera
un solo huevo.
Debido a su codicia, comenzó a ser más pobre y finalmente
se convirtió en un mendigo.
Moraleja: Si deseas más, puedes perder todo. Es
necesario estar satisfecho con lo que uno tiene y actuar
sin codicia.
La hormiga y la mariposa
Una hormiga trabajadora se encontraba reuniendo
provisiones bajo el fuerte sol de verano a orillas del río. De
pronto, el suelo bajo ella cedió, y la hormiga cayó al agua
donde estaba siendo violentamente arrastrada.
Desesperada, la hormiga gritaba
-¡Ayuda, socorro, auxilio, me ahogo!-
En eso, una mariposa se da cuenta de la situación de la
hormiga y rápidamente buscó una ramita, la agarró con
sus patitas y se lanzó hacia donde estaba la hormiga;
tendiéndole la rama y salvándola.
La hormiga muy feliz le dio las gracias y ambas siguieron
su camino.
Al poco tiempo, un cazador furtivo se acerca por detrás de
la mariposa con una red; en silencio se disponía a
capturarla, pero justo cuando ya tenía la red sobre la
cabeza de la mariposa ¡sintió un piquete muy doloroso en
su pierna! Gritando soltó la red y la mariposa al darse
cuenta, salió volando.
Mientras volaba, la mariposa desconcertada giró su cabeza
para ver qué había herido al cazador, y se dio cuenta que
era la hormiga a la que ese mismo día había salvado.
Moraleja: Haz el bien, sin mirar a quien. La vida es una
cadena de favores.
El viento y el sol
Una vez, el viento y el sol tuvieron una discusión
-Yo soy el más fuerte, cuando yo paso, los árboles se
mueven; hasta puedo derribarlos si quiero- dijo el viento.
-El más fuerte aquí soy yo, yo no derribo árboles, pero
puedo hacerlos crecer- Le respondió el sol.
-Voy a demostrarte que soy el más fuerte ¿ves a ese
hombre con chaqueta? Se la voy a quitar con mi soplido-
dijo el viento.
Así, el viento sopló con todas sus fuerzas, pero mientras
más fuerte soplaba, más fuerte el hombre se aferraba a su
chaqueta, y el viento se cansó de soplar.
Entonces fue el turno del sol, y este, lanzando todos sus
rayos hacia el hombre, hizo que se quitara la chaqueta de
tanto calor.
-Bien, tú ganas, pero debes admitir que yo hice mucho
más ruido- dijo el viento al final.
Moraleja: cada persona tiene sus propias capacidades y
a menudo vale más la maña que la feurza.
El hijo y el padre
Un día, un joven iba por la calle de noche después de salir
de su trabajo; apurado recorría los rincones solitarios de la
ciudad pues esa noche su madre le había dicho que
lo esperaba en casa con una deliciosa cena.
Faltando sólo unas cuadras para llegar, el joven ve a lo
lejos la figura desgastada por la edad de alguien que
aguardaba en la esquina de una acera para cruzar la calle
mientras un semáforo estaba en verde.
–Tonto viejo, ¿por qué no cruzas si no vienen carros? ¡Yo
sí cruzaré, tengo un compromiso importante!- pensó el
joven acelerando el paso.
Pero al llegar a la esquina de aquella acera se dio cuenta
¡ese hombre era su padre!
-¿papá?-
-hola hijo-
-¿Qué hace acá?-
-Voy para la casa, vamos tarde, tu mamá seguro se
molesta-
-Papá, no vienen carros-
-sí ya veo-
-Papá aquí no hay policías-
-Pero es un barrio seguro, no hacen falta ni a estas horas
de la noche-
-Papá no hay cámaras-
-No me había fijado, ¿eso es bueno o malo?-
-¡Papá nadie nos está viendo! ¡Vamos a cruzar que vamos
tarde!-
-¡¿QUÉ?! ¡YO ME ESTOY VIENDO!-
Moraleja: Siempre podremos engañar a los demás, pero
nunca podremos engañarnos a nosotros mismos. Una
conciencia tranquila es la clave para vivir en paz con uno
mismo.
El enfermo y el doctor
En un hospital se encontraba internado un enfermo cuya
salud decaía con el pasar de los días. Éste no veía mejoras
en su estado.
Un día, el Doctor que le revisaba se encontraba dando sus
habituales rondas. Al entrar en la habitación del paciente
le preguntó a éste qué le aquejaba.
El enfermo sin dudarlo respondió que estaba sudando más
de lo normal. Ante esto el Doctor dijo:
– Todo parece normal. Estás bien.
Al día siguiente, el Doctor volvió a visitar al paciente. Éste
indicó que se encontraba más enfermo que el día anterior,
y que tenía mucho frío. Ante esto el Doctor respondió:
– No pierdas la paciencia, todo está bien.
Pasaron algunos días y el Doctor volvió a visitar al enfermo.
Éste, visiblemente desmejorado, volvió a indicar que se
encontraba más enfermo y no conseguía conciliar el sueño.
El Doctor respondió nuevamente:
– Estás bien.
Al retirarse el Doctor de la habitación, escuchó al enfermo
decir a sus familiares:
– Creo que me voy a morir de estar bien, pero cada día
estoy peor.
Ante esto, el Doctor sintió vergüenza y entendió que debía
prestar más atención a las necesidades de sus pacientes.
Moraleja: hay profesiones que requieren de constancia y
disciplina. Es importante preocuparse por otros y
escuchar sus necesidades, para evitar jugar con sus vidas
y bienestar.
El gato y el cascabel
En una casa de una gran urbe vivía un gato grande y
consentido por sus dueños. Dicho gato tomaba toda la
leche que gustaba, y sus amos le consentían y cuidaban,
esforzándose por darle todo lo que quisiera.
El gato tenía una confortable cama para él solo, y pasaba
sus días persiguiendo a un grupo de ratones que también
vivían en la casa. Cada vez que uno de estos ratones se
asomaba para tomar algo de alimento, el gato aparecía y
ferozmente le cazaba.
Los ratones eran atosigados por el gato de tal manera que
ya no podían salir de su ratonera para conseguir alimento.
Un día, los ratones se reunieron para buscar una solución
a sus problemas. Tanto los niños como los jóvenes y los
viejos deliberaron infructuosamente en busca de
soluciones.
Hasta que un joven ratón propuso una alternativa que a
todos gustó: ponerle un cascabel al gato para así saber
cuándo merodeaba fuera de la ratonera.
Todos los ratones vitorearon y acordaron que ésta era la
mejor alternativa. Hasta que uno de los ratones más viejos
preguntó:
– ¿Quién se encargará de poner el cascabel en el gato?
Inmediatamente todos los ratones se desanimaron, puesto
que no apareció ningún voluntario.
Se dice que hasta el día de hoy los ratones pasan las tardes
deliberando quién se encargará de la temeraria labor,
mientras que la comida continúa escaseando.
Moraleja: a veces las mejores soluciones vienen
acompañadas de grandes sacrificios.
El adivino
En la plaza pública de un pueblo, un adivino se encargaba
de leer la fortuna de quienes le pagaban por ello. De un
momento a otro, uno de sus vecinos se acercó para
contarle que la puerta de su casa había sido rota y que sus
pertenencias habían sido robadas.
El adivino se paró de un brinco y corrió hacia su casa para
ver qué había sucedido. Sorprendido al entrar en su
morada vio que ésta se hallaba vacía.
Uno de los testigos del evento entonces preguntó:
– Tú, que siempre estás por ahí hablando del futuro de los
otros, ¿por qué no predijiste el tuyo?
Ante esto, el adivino se quedó mudo.
Moraleja: el futuro no puede ser previsto. No hay que
confiar en aquellos que dicen que pueden predecir lo que
va a pasar con nuestras vidas.
La mula vanidosa
Había dos mulas de carga que trabajaban para diferentes
amos. La primera mula trabajaba para un campesino y se
encargaba de llevar pesadas cargas de avena. La segunda
mula trabajaba para el rey y su labor consistía en llevar
cuantiosas sumas de monedas de oro.
La segunda mula era sumamente vanidosa y orgullosa de
su carga. Por esta razón, caminaban altanera y haciendo
ruido con las monedas que llevaba. Tanto ruido hizo un día
que, unos ladrones se percataron de su presencia y le
atacaron para robar su carga.
La mula se defendió con fuerza, hasta perder su carga y
terminar gravemente herida. Al caer sobre el suelo
adolorida y triste, preguntó a la primera mula:
– ¿Por qué me pasó esto? ¿por qué esos ladrones robaron
mi carga?
Ante este cuestionamiento la otra mula respondió:
– A veces lo que parece un gran trabajo no lo es. Es mejor
pasar desapercibido para no despertar la envidia de otros.
Moraleja: es mejor ser discreto que vanidoso cuando se
tiene algo de gran valor. Muchas personas pueden
sentirse envidiosas cuando se habla mucho de lo que se
tiene.
El elefante y el león
En la selva todos los animales le rendían culto al león como su
rey. Veían en él una figura fuerte, valiente, fiera y elegante. No
les importaba que llevara muchos años gobernándoles.
Sin embargo, algo que todos los animales de la selva no
conseguían entender era que, al lado del tenaz león siempre se
encontraba un viejo y lento elefante. Cada animal de la selva
ardía en deseos de estar al lado del mandatario en lugar del
elefante.
El rencor y los celos de los animales fueron gradualmente
creciendo. Un día todos los animales decidieron hacer una
asamblea para que el león eligiese a un nuevo compañero.
Una vez inició la asamblea, la zorra tomó la palabra:
– Todos pensamos que nuestro rey es increíble, no obstante,
coincidimos en que no tiene un buen criterio para escoger
amigos. Si hubiese elegido a una compañera astuta, hábil y
hermosa como yo, esta asamblea no tendría lugar ni sentido.
Después de la zorra continuó el oso:
– No me cabe en la cabeza cómo nuestro rey, un animal tan
imponente, puede tener como amigo a un animal que carece
de garras grandes y fuertes como las mías.
Ante los comentarios de los demás, el burro por su parte
señaló:
– Yo entiendo perfectamente lo que está pasando. Nuestro rey
eligió al elefante como su amigo porque tiene unas orejas
grandes como las mías. No me eligió a mí primero porque no
tuvo el placer de conocerme antes que al elefante.
Tal fue la preocupación de todos los animales por reconocer sus
cualidades sobre las del elefante, que no consiguieron ponerse
de acuerdo y jamás lograron entender que el león prefería al
elefante por su humildad, sabiduría y modestia.
Moraleja: los valores como la humildad, el desinterés y la
modestia pueden hacer que las cosas más valiosas de la vida
vengan por sí solas. La envidia es una pésima consejera.
El guepardo y el león
Una vez, los animales de la sabana estaban un poco
aburridos y decidieron buscar maneras de divertirse.
Unos fueron a los pozos a saltar en el agua, otros se
pusieron a trepar árboles, pero el guepardo y el león,
aprovecharon la ocasión para probar sus cualidades frente
a todos y decidieron hacer una carrera.
– ¡Atención! Si queréis entretenimiento aquí está: seremos
testigo de una carrera de velocidad entre el león y el
guepardo. ¿Quién ganará? Acercaos y lo sabréis en
minutos.
Entonces los animales se animaron y se acercaron
curiosos. Murmuraban entre ellos sobre cuál era su favorito
y por qué.
– El guepardo es veloz. La victoria es suya – decía la jirafa.
– No estés tan segura amiguita. El león también corre
rápido – le respondía el rinoceronte.
Y así cada cual abogaba por su candidato. Mientras tanto,
los corredores se preparaban para la competencia.
El guepardo, se estiraba y calentaba sus músculos. No
estaba nervioso sino que se preparaba para dar un gran
espectáculo y dejar clara su ventaja sobre el león.
Por su parte, el león solo se sentó a observar el horizonte
y a meditar. Su esposa, la leona, se le acercó y le preguntó:
– Querido, ¿qué haces aquí? La chita está poniéndose a
tono para la competencia y tú solo estás aquí sentado con
la mirada perdida. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
– No, mujer. Tranquila. Estoy meditando.
– ¿Meditando? A segundos de una carrera con el animal
más veloz de la sabana, ¿tú meditas? No te entiendo
querido.
– No tienes que entenderme cariño. Yo ya preparé mi
cuerpo para esta carrera durante todo este tiempo. Ahora,
necesito preparar mi ánimo.
El clan de los elefantes mayores, fueron quienes
prepararon la ruta y marcaron las líneas de salida y de
meta. Los suricatos serían los jueces y un hipopótamo
daría la señal de salida.
Llegó el momento y los corredores se pusieron en posición:
– En sus marcas- comienza a decir el hipopótamo-
listos…¡fuera!
Y arrancaron a correr el león y el guepardo, quien
enseguida tuvo la ventaja.
Los competidores se perdieron rápidamente de vista de los
animales ubicados al principio de la pista.
La victoria parecía ser del guepardo, pero al minuto de
haber empezado, dejó de ser tan veloz. El león seguía
corriendo a su ritmo pero cada vez estaba más cerca de
alcanzarla, hasta que al fin la superó y allí aumentó la
velocidad y le ganó.
Moraleja: No por ser más veloz, ganas una carrera. A
veces, basta con utilizar tus energías de una forma
inteligente.
La abeja y el fuego
Había una vez una abejita que siempre visitaba un jardín
lleno de girasoles. La abejita se pasaba las tardes
conversando con los girasoles más pequeños.
En su casa, le decían que el jardín era para polinizar, no
para conversar. Pero ella sabía que podía hacer ambas
cosas. Y le encantaba.
Sus amigos girasoles eran divertidos y siempre hablaban
de cuánto admiraban el sol. Un día, quiso darle una
sorpresa a los girasoles y se fue a buscar un cerillo
encendido.
Con gran esfuerzo encontró uno en un basurero y se las
ingenió para encenderlo en la estufa de una casa en la que
siempre olvidaban cerrar las ventanas.
Con todas sus fuerzas llegó al jardín y cuando estaba cerca
de sus amigos, se le cayó el cerillo. Afortunadamente, se
encendió el riego automático porque era justo la hora de
regar el jardín.
La abejita casi se desmaya del susto y sus amigas también.
Moraleja: por muy buenas que sean tus intenciones,
siempre debes calcular los riesgos de tus acciones.
Tilín el desobediente
Había una vez un caballito de mar llamado Tilín, que tenía
un amigo cangrejo llamado Tomás. Les encantaba pasar
las tardes jugando juntos y visitando arrecifes.
Los padres de Tilín le habían dicho siempre que tenía
permiso para jugar con su amigo cangrejo, siempre que no
saliera a la superficie.
Un día, le ganó la curiosidad y le pidió a Tomás que lo
llevara a la orilla. Este se negó a llevarlo pero Tilín insistió.
El cangrejo accedió pero con la condición de que solo
fueran hasta una roca por un momento y regresaran
enseguida.
Así lo hicieron, pero cuando subieron a la roca, no se dieron
cuenta que una lancha de pescadores venía del otro lado y
cuando los vieron lanzaron su red.
Tilín sintió que algo le tiró muy fuerte hacia abajo y se
desmayó. Cuando despertó, estaba en su cama con sus
padres. Al ver que despertaba Tilín, ellos suspiraron de
alivio.
Lo siento mamá y papá. Solo quería ver la superficie una
vez. Sentir el aire de allá arriba. ¿Qué pasó con Tomás? -
dijo Tilín.
Lo siento Tilín. Él no pudo escapar- respondió su mamá con
la cara triste.
Moraleja: es mejor obedecer a los padres porque tienen
más experiencia y conocimientos.
El zorro irresponsable
Érase una vez Antonie, un zorrito que iba a la escuela en
el bosque.
Un día la maestra les asignó una tarea que consistía en
tomar del bosque 5 ramitas durante 10 días y hacer con
ellas una figura.
Al final de los 10 días, todos expondrían sus figuras. La
mejor escultura ganaría un regalo.
Todos los zorritos salieron hablando de lo que pensaban
hacer; unos harían la torre Eiffel, otros un castillo, otros
grandes animales. Todos se preguntaban cuál sería el
regalo.
Los días pasaban y aunque Antonie decía que estaba
avanzando en su tarea, la verdad era que no había
empezado siquiera.
Todos los días al llegar a su madriguera, se ponía a jugar
con lo que encontrara y a pensar en cuánto le gustaría
comerse un pastel de moras.
Faltando un día para la entrega, la maestra le preguntó a
los zorritos sobre sus avances con la tarea. Uos decían que
ya habían terminado y otros que ya casi.
La maestra les dice:
Me alegra mucho oír eso niños. El que haga la escultura
más bonita, se llevará este rico pastel de moras.
Era el pastel con el que Antonie soñaba. Al salir de la clase,
Antonie corrió a su madriguera y en el camino tomó tantas
ramas como pudo.
Llegó y comenzó a realizar su proyecto pero ya era muy
poco el tiempo que le quedaba y no logró hacer su tarea.
Al llegar a su clase el día de la presentación, todos los
demás llevaban bonitas obras menos Antonie.
Moraleja: Cuando pierdes tiempo por pereza, no puedes
recuperarlo y podrías perder buenas recompensas.
La carrera de perros
Érase una vez una carrera de perros que se celebraba cada
año en un pueblito remoto.
Los perros debían correr un tramo de mil kilómetros. Para
lograrlo, solo se les daba agua y tenían que sobrevivir con
lo que pudieran encontrar.
Para la gente de los demás poblados, esta carrera era la
más complicada del mundo. Llegaba gente de todas partes
del mundo a poner a prueba a sus canes.
En una ocasión, se presentó a la carrera un perro flaco y
viejo. Los demás perros se reían y decían:
Ese perro viejo y flaco no aguantará y se desmayará a los
pocos metros.
El perro flaco les respondio:
“Quizá sí, quizá no. Quizá la carrera la gane yo”.
Llegó el día de la carrera y, antes de la voz de partida, los
perros jóvenes al viejo le decían:
“Bueno viejo, nos llegó el día, por lo menos tendrás la dicha
de decir que en esta carrera participaste un día”.
El perro viejo sin inmutarse respondió:
“Quizá sí, quizá no. Quizá la carrera la gane yo”.
Salieron los perros al escuchar la voz de partida, los
veloces pronto tomaron la delantera, detrás iban los
grandes y los fuertes, todos a la carrera.
El perro viejo iba el último.
Al cabo de los primeros tres días, los veloces se
desmayaron por agotamiento y falta de comida. Siguió así
la carrera y los perros grandes, al viejo le decían:
Viejo los rápidos se salieron ya. Es un milagro que sigas en
pie, pero eso no significa que a nosotros nos ganés.
El perro viejo como siempre, muy tranquilo respondió:
“Quizá sí, quizá no. Quizá la carrera la gane yo”.
Pronto los perros grandes se agotaron; por su gran tamaño
toda el agua se acabaron, y de la carrera fueron sacados.
Finalmente quedaban los fuertes y el perro viejo. Todos
estaban sorprendidos porque el perro viejo iba cada vez
más cerca de los fuertes.
Ya casi al final de la carrera los perros fuertes sucumbieron
y decían: “¡No puede ser! Ahora dirán que todos los perros,
fuertes, grandes y jóvenes, ante un viejo cayeron”.
Solo el perro viejo la meta logró cruzar. y al lado de su amo
fue feliz a celebrar.
Moraleja: Si te concentras en la meta y eres
consecuente, puedes conseguir lo que quieres.
El gallo puntual
¡Kikirikiii!
Cantó el gallo a las 5 de la mañana, como era su costumbre.
Su canto marcaba el inicio de la faena en la granja; la señora
va a la cocina para preparar el desayuno, su esposo va al
campo a recoger la cosecha del día y los chicos se alistan para
ir a la escuela.
Al ver esto todos los días, un pollito le pregunta a su papá gallo:
Papi ¿por qué todos los días cantas a la misma hora?
Hijo, canto a la misma hora porque todos confían en que yo
cumpla con mi trabajo y los despierte. Así todos pueden cumplir
sus labores con puntualidad.
Otro gallo que pasaba por allí, escuchó la conversación y le dice
al pollito:
Tu papá se cree importante, pero no es cierto. Fíjate, yo canto
cuando quiero y no pasa nada. Él por gusto propio canta todas
las mañanas.
El papá gallo dijo:
¿Eso crees? Hagamos algo: mañana cantas tú a la hora que
quieras, pero te quedas en el poste después de cantar.
¿Es un reto? – dijo el envidioso gallo.
Sí, eso es- le afirmó el papa gallo.
Al día siguiente, según lo planeado, el otro gallo cantó en el
poste, pero esta vez no fue a las 5 de la mañana, sino a las
6:30.
Todos en la casa se levantaron como locos; corrieron
atropellándose unos con otros, malhumorados. Todos iban
retrasados a sus labores.
Ya listos, salieron todos, pero antes de irse, el señor de la casa
agarró al gallo que aún seguía en el poste y lo encerró como
represalia por haberlo despertado tarde.
Moraleja: No menosprecies el trabajo ajeno por insignificante
que parezca. Además, es importante ser puntual.
El caballo presumido
Un día llegó un campesino a la tienda del pueblo en busca
de un animal de carga que lo ayudara a transportar las
herramientas para el campo.
Habiendo visto a todos los animales que el tendero le
ofrecía, el campesino procedió a cerrar el trato en el
interior de la oficina de la tienda.
En el establo, los animales quedaron ansiosos esperando
enterarse por cuál de ellos se había decidido el campesino.
Un caballo joven les decía a todos:
“Listo yo ya me voy, el campesino me elegirá, soy el más
joven, bello y fuerte aquí así que mi precio él pagará”.
Un caballo viejo que allí se encontraba le dice al joven:
“Cálmate chico que con ser tan presumido, no ganarás
nada. Al cabo de unos minutos, entraron el campesino y el
vendedor. Llevaban dos cuerdas en mano y enlazaron a
dos borriquitos.
El caballo relinchando fuerte decía:
“¿Qué pasó aquí? Pensé que a mi era al que elegirían”.
Los caballos más viejos, al joven con risas le decían:
“Mira chico, al campesino solo le importaban animales para
el trabajo no un animal bello y joven”.
El loro y el perro
Había una vez un loro y un perro que se cuidaban entre
si.
El loro daba compañía al perro y al hablar mucho le
entretenía. Por su parte, el perro protegía al loro de otros
perros que se lo querían comer.
Sin embargo, el loro a veces hablaba demasiado, y seguía
haciéndolo aunque el perro le pedía que se callase para
dejarlo dormir.
Un día el loro estuvo hablando desde la mañana hasta la
noche, incluso cantó varias canciones mientras el perro
intentaba dormir. Al final el perro dejó de intentar dormir
y se quedó despierto sin poder hacer nada.
A la mañana siguiente el loro se despertó, empezó a
hablar, pero se dió cuenta que el perro ya no estaba para
escucharle. Se había ido, seguramente porque así le
dejaría descansar. Prefería estar solo que mal
acompañado.
Moraleja: No hay que molestar a nuestros amigos.
Intenta tratarlos bien para que quieran estar a tu lado.