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Enrique Vila-Matas, El viaje vertical, Barcelona, Anagrama-Quinteto, 2006, p. 9. A partir de ahora
indicaremos entre paréntesis los números de página de la edición consultada.
historia que indaga en el sentido de la odisea, los abismos, la identidad, el descenso
y como no, la literatura. Asistimos en esta novela a algo parecido a lo que se anuncia
en el prefacio de Altazor: «La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres
creer./ Vamos cayendo, cayendo de nuestro zenit a nuestro nadir y dejamos el aire
manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo./
Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del zenit al nadir porque ese es tu
destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote,
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más larga tu duración en la memoria de la piedra.» Asistimos en esta novela a un
viaje, interno y externo, por el que el protagonista va cayendo porque quizás ese es
su destino y el de todos. Federico Mayol, septuagenario a la deriva, ve cómo los
bastiones de toda su larga vida quedan derrumbados por un inesperado giro del
destino: su mujer lo abandona, viéndose cuestionado como padre de familia y con
todo lo que ello representa, su legado humano, empresarial y creencial. Presencia el
declive de todo lo que ha sido su existencia hasta el momento y se ve obligado a
arrastrar junto a sus vivencias los fantasmas de la soledad, la vejez, la locura y la
huida. Es así como emprende una travesía sin retorno que lo llevará a reformular
tanto su identidad personal como cultural, para revivir el drama de toda una
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generación . Se presenta como una novela de aprendizaje poco al uso que asienta sus
bases en lo absurdo y en mecanismos paródicos para situar al protagonista entre la
supervivencia y el suicidio: «Nada colmaba tanto sus aspiraciones en la vida como
sentir que se hundía. Había algo en el fondo muy atractivo en jugar una partida
sonriente y mortal con las fuerzas del abismo» (p. 203). Dicho aprendizaje a la
inversa, en plena vejez, se lleva a cabo con un magistral dominio de la técnica
narrativa «que se revela en la planificación de encuentros y desencuentros, la
graduación de las situaciones, la capacidad de observación de lo minúsculo, el
aliento constante y creciente de fabulación, el disparate surrealista (...) y por
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http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/altazor--0/html/ff25e1d4-82b1-11df-acc7-002185ce
6064_2.html#I_1_ [consultado el 8 de septiembre de 2016]
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«Julián había hecho diana en el punto débil -el trauma esencial, lo llamaban algunos doctores- de la
personalidad de Mayol: la interrupción definitiva, a causa de la guerra civil, de sus estudios; esa
interrupción que le había hecho moverse por la vida sintiéndose a veces inferior a mucha gente de su
generación, que habiendo podido regresar a la escuela tras la guerra, ostentaban títulos universitarios»
(p. 71).
supuesto, los numerosos homenajes a los escritores que ama, ensartados con
naturalidad en una ficción de sugestivo y raro desenlace».4
El viaje es una constante en toda la obra vilamatiana, pero se localiza con especial
exuberancia en las novelas de finales del siglo pasado: la que nos ocupa, El viajero
más lento (1992) o Lejos de Veracruz (1995), aunque luego vuelva a él en otras obra
como El mal de Montano (2002) y Doctor Pasavento (2005), por poner algunos
ejemplos. La marcha del autor se presenta como viaje infinito, periplo ni demasiado
real ni demasiado inventado, «odisea sin retorno», una estrategia de fuga, de pérdida
continua siempre hacia delante: «Si existiera en esta vida un colosal y extraordinario
encanto, éste para mí consistiría en estar donde no estoy para desde allí poder desear
dónde estar, que sería en ninguna parte», declara el protagonista de Lejos de
Veracruz, que evidencia aquí, y en muchas otras obras del autor5, igual que en El
viaje vertical, el deseo de ser otro cualquiera.
El punto de partida viene apuntalado por el tema del fracaso, de germen beckettiano:
«llevaba una semana al borde del abismo y aquella tarde vagabundeaba» (p. 10). El
inicio viene marcado por un desplome que sabe al hombre insatisfecho, incompleto
en busca de la inefable felicidad. Al ser expulsado por su mujer, el personaje toma
conciencia de que es «un viejo, un hombre fuera de lugar» (p. 55), por lo que se
acciona «un mecanismo de reflexiones» (p. 54) que no se hubiera cuestionado en
otras circunstancias. La decadencia se revela como síndrome de desalojamiento del
ser, rompiéndose la rutina lineal de la existencia para dar paso a un merodeo sin
rumbo que distorsiona la realidad cotidiana. A partir de este punto de inflexión
circunstancial ajeno a él, la caída le servirá a Mayol como motor para salir en busca
de una reordenación de su vida, una fugaz vía para reinventarse y suplir las
carencias asumidas, aunque el tiempo luche en su contra y le haga darse cuenta al
final de que el margen que le queda es escaso. El cambio se materializa gracias a «la
sensación de estar vivo: la maravilla y el horror de la conciencia» (p. 57), la
asunción del peregrinaje. Federico Mayol viene a representar así el paradigma de la
esperanza en el hombre quien, resucitado de sus cenizas, consigue enderezar su vida
para encontrar un nuevo rumbo y reinventarse gracias al viaje y la cultura. La bajada
iniciática representa un triunfo sobre la muerte, ya que «una persona, a la edad que
sea, se enamora y resucita, se renueva por completo, se le renueva la mirada y la
ilusión» (p. 69). No en vano, el título original pensado para el libro era El descenso,
inspirado en un poema de William Carlos Williams que un día Vila-Matas escuchó
recitar al gran Octavio Paz, y que reza así6:
5 Aparece el tema de la identidad en títulos como Impostura (1984), Una casa para
siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), Exploradores del abismo (2007), El
juego del otro (2010) o Perder teorías (2010).
6 Pura López Colomé (prólogo, traducción y selección), William Carlos Williams ,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, Coordinación de Difusión
Cultural Dirección de Literatura, 2011, p. 11.
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El descenso / hecho de desesperanzas / y sin consumación / nos revela un nuevo
despertar: / que es el otro lado / de la desesperación. / Por lo que no pudimos llegar a
consumar, / por aquello / negado al amor, / por lo que perdimos en la expectativa / el
descenso continúa / sin fin e indestructible.
Parecía un adolescente que toma decisiones como quien caza espinillas o moscas,
pero con la ventaja que le daba -a diferencia del adolescente real que no conoce los
límites del sufrimiento- la experiencia de una larga vida. (p. 68)
Mayol tenía muy desarrollado el sentido del humor. Hasta en las situaciones más
trágicas se le escapaba la risa. En los instantes en que se abrían para él abismos de
tristeza tenía visiones cómicas. (p. 17).
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Tal y como señala Ángel Basanta:
Narración y desdoblamientos
Interesante resulta, pues, la incursión que hace la voz narrativa en una tercera
persona aparentemente omnisciente hasta revelarse un acólito de la historia que
acompaña en la caída al protagonista y que se revelará en uno de los personajes
principales. Parece que el autor, al camuflarse tras este personaje, nos esté narrando
su propio drama como escritor: «A veces tengo la impresión de que surjo de lo que
he escrito como una serpiente surge de su piel. Es muy posible que tenga algo de
ofidio, o sea de serpiente» (p. 127). Así, con quien se siente identificado en realidad
Vila-Matas no es solo con su protagonista, sino también con Pedro Ribera, el
narrador, quien sustenta el papel de testigo tal y como lo hace el propio autor. Este
participa de la historia contando la acción, fuente de lo bello en una personal poética
de la impostura. Lo que hay de autobiográfico en la novela recae sobre Mayol, que
pertenece a la propia generación del padre de Vila-Matas9; y a su vez Ribera hace
tándem con el escritor para representar el heredero de la tradición catalana y por
ende de la historia de su progenitor. Asistimos de este modo a un desdoblamiento
identitario por parte del escritor en dos de sus personajes para abarcar una realidad
imperfecta que aparece denunciada de una forma original. Si bien uno se replantea
toda su vida desde la guerra civil y el franquismo, gran drama generacional al que
apela la obra, las consecuencias mismas de esa historia apelan a una realidad más
inverosímil, si cabe, que la propia ficción.
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Todo esto nos lleva a recordar el concepto de «otredad» del yo vilamatiano, que se
anexa con comodidad a la máxima rimbaudiana del «yo es otro» para integrarse en
otros yoes y conformar una voz autorial desdoblada, recurso muy frecuente en sus
historias, plagadas de correspondencias entre personajes, autor y escritores; donde el
motivo del doble y su significación plural de un mismo ser vertebra parte sobre todo
de su última producción. La desintegración o duplicidad del «yo» opera en el plano
de la creación para dar cabida en esta novela a reflexionar sobre la creación literaria,
construyendo la voz narrativa con diferentes miradas. Tal y como sostiene Natalia
Cancellieri, el escritor propone10:
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interesarse por los libros y las islas lejanas, a asistir a conferencias sobre temas que
hasta el momento no le interesaban y a ir construyendo una trayectoria
irremediablemente identitaria. El espacio va de este modo conformando el recorrido
físico y espiritual del protagonista, y cada una de las etapas representará en sí misma
los fragmentos reunidos de su imprevista y excéntrica caída. Excentricidad que
legitima quizás que el descenso apunte, en su vertiente más artística y vanguardista,
a una dirección inversamente constructiva. De ahí que Vila-Matas envíe a su
protagonista al corazón de sí mismo, materializado en una serie de aventuras tan
ricas de brutal realidad (drama) como de simbolismos: la verticalización metafísica
de la propia memoria y de la cultura literaria contemporánea, especialmente la
portuguesa, en búsqueda del autoconocimiento. Para ello deambula por paisajes
reales y en el mismo movimiento traza un recorrido de lecturas y referencias, de las
cuales se destacan la poesía de Fernando Pessoa, el cine de Manoel de Oliveira o la
poesía portuguesa más reciente (Pedro Tamen y Al Berto). Sin rumbo, Vila-Matas
corporeiza el flâneur literario, con un divagar que pone atención en lo pequeño y lo
irónico a la manera del paseante suizo tantas veces citado por nuestro escritor,
Robert Walser: «no le quedaba otra salida a su vida que la de practicar tanto el arte
de la soledad como el arte de caminar» (p. 85).
Así, Oporto se convierte en el «primer puerto de su fuga sin fin» (p. 84); en Lisboa
recorre la ciudad hasta llegar a Boca do Inferno, término donde se convierte en un
individuo «aislado» como lo está una isla. Anticipa el final del periplo y su
connotación metafísica. Se va materializando la progresión vivida por el recién
estrenado héroe, que reconstruye su vida a medida que se desprende de su pasado
reciente y recupera la adolescencia a través del imperfecto recuerdo (y de la
imaginación). Acelera su propia desaparición en el plano de lo real para convertirse
en el protagonista de una novela. El punto de llegada es Madeira, donde el viaje
termina y la cual asocia Mayol de forma explícita con la Atlántida. Aquí el proceso
de culturalización se hace patente hasta el punto en que el protagonista se descubre a
sí mismo como una isla y verdadero habitante de esta:
(...) jugó a verse como una isla inventada, quizás porque estaba todavía bajo los
efectos del sueño intranquilo con el que había despertado aquel día: Imaginó el viejo
rostro de esa isla cubierto de arrugas que eran los ríos profundos y al mismo tiempo
eran las cicatrices de su catalana vida. La arruga principal era una señal muy
antigua, del tiempo de la guerra; los aires universitarios la estaban transformando en
una cicatriz lúdica y muy decorativa (p. 213)
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sintió que él era la Atlántida misma y que, en breve tiempo de una noche, temblaba
entre terremotos e inundaciones y, dejando atrás la sardana extraña, iniciaba su
último descenso y, en una inmersión muy vertical, se hundía en su propio vértigo (p.
242)
De este modo, las ciudades recorridas vienen a ser imágenes concretas de ideales
perseguidos, paraísos perdidos al mismo tiempo en el pasado que en el futuro,
«donde convergen sin conflicto la memoria y el deseo»11. Llegar al final, por tanto,
supone recuperar un pasado olvidado o alcanzar el sueño tan largamente ansiado,
irónicamente al final de la vida:
¡Qué poco le faltaba ya para no ser él absolutamente nadie y no ser nada, que era sin
duda lo más fantástico de ser un pobre viejo que se hundía! (...) la vejez era la edad
más próxima al gran cambio, la famosa muerte a la que se le atribuye la fabulosa
posibilidad de cambiarlo todo (p. 203, 204).
En este sentido, El viaje vertical podría considerarse, tal y como señala Juan
Antonio Masoliver Ródenas, parte de un ciclo integrado por Lejos de Veracruz
(1995) y Extraña forma de vida (1997), por compartir los conceptos de alejamiento
y extrañeza que guían a Mayol. La novedad ahora es que los papeles aparecen
invertidos: no se trata de hijos enfrentados a los padres sino padres que se ven
enfrentados a sus hijos.
El movimiento de la escritura
En definitiva, en esta novela asistimos a un viaje físico y espiritual que abrirá tantas
puertas como divagaciones literarias e imaginativas sea capaz de generar la fantasía,
a partir de elementos presentes en la narrativa del autor: el azar, la revelación y los
sueños. El protagonista, en su renacer cultural, llega a entender el significado de lo
artístico, lo cual le permite avanzar en su periplo como el viajero más lento: «Mayol
vino a decirle a Julián que el camino del arte es la impostura y que la única fuente de
lo bello era la acción» (p. 73). Se pone de relieve, una vez más, la peculiar relación
que tienen casi todos los personajes de Vila-Matas con la realidad, la trascendencia
de la ficción para ir creando un itinerario propio. Detrás del drama más obvio, al
final veremos cómo ese deseo de exploración y descenso a los abismos representa
una línea recurrente en la literatura del escritor barcelonés, así como la identidad, la
presencia de la cultura o los viajes en la confluencia de literatura y vida,
materializadas en una sutil fusión de preceptos genéricos o en el replanteamiento de
los cánones preestablecidos. Tal y como apunta el título, el viaje vertical se nos
presenta como una «búsqueda metafísica a lo más profundo desde la realidad
convencional»12, que tras un periplo de isla en isla
12 Juan Antonio Masoliver Ródenas, «El visitante de las islas», Letras Libres,
agosto 1999, pág. 95.
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llevará al protagonista a la Atlántida (la Cataluña sumergida), la cual simboliza el
momento histórico en que Mayol todavía no veía interrumpido su futuro. Así, el
desplazamiento hacia lo incomprensible, impulsado por la necesidad de corregir la
realidad, hace que se se perciba latente el anhelo profundo de un autor que se atreve
a reafirmar la existencia como literatura: «Mi literatura siempre está situada en todas
las partes del mundo, para mí todos los hombres somos iguales»13, mensaje que
apunta a la universalidad: el movimiento de conciencia representa un regreso al
origen, que viene a ser, a su vez, un refugio contra una realidad adversa, de lo que se
desprende el valor de la ficción. El viaje nunca es repetitivo, de ahí su prodigalidad,
ya que implica un cambio, deformación de la cotidianeidad, una manera de escapar
aunque sea hacia un deslizamiento incierto sin miedo a alcanzar la última meta que
nos queda: el abismo14: «Me iré, por qué no, hacia la nada» (p. 83). El vagabundeo
geográfico y el movimiento de la escritura dirigen al «yo» (personaje, narrador o
autor) hacia la reflexión interior, hacia la exploración del ser y la relación entre vida
y literatura. Para Sergio Pitol, la obra del autor barcelonés representa una «escena de
descenso, una caída, el viaje interior en uno mismo, una excursión hacia el fin de la
noche, la negativa absoluta de regresar a Ítaca; en síntesis: el deseo de viajar sin
retorno»15.
Más allá de entretenernos, Vila-Matas consigue con esta novela ofrecernos ciertas
dosis de lo que somos, trasladándonos a otras formas extrañas de vida, para ser
capaces de consentir el pavoroso paso de la existencia. Sabe dar profundidad a las
parodias, alimentar el absurdo sin alcanzar lo grotesco y cultivar una libertad
narrativa que se aleja, sin soltarse, de la tradición más realista. Pues, tal y como
apunta el protagonista de esta personal odisea: «tal vez la auténtica vida de alguien
fuera a menudo la vida que uno no llevaba» (p. 38).
13 https://www.youtube.com/watch?v=zZmjZp_Qo74 [consultado el 11 de abril de
2016].
14 Años más tarde Vila-Matas recuperará este concepto en un volumen de cuentos
titulado Exploradores del abismo (2007).