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Como en la mayoría de los procesos evaluadores, este responde a las fases típicas:
- Planificación.
- Ejecución.
- Resultados.
Pero se el añade una fase previa de análisis del encargo y una posterior en la que se
miden los impactos o efectos.
A partir del informe preliminar y las reflexiones iniciales sobre usuarios, expectativas,
usos y condiciones (plazos, información disponible…) se establecen las estrategias de
profundización en el conocimiento de la intervención, de negociación y comunicación,
metodológica y organizativa.
A partir del análisis encargado, se identifican las necesidades a las que responde dicha
intervención, su contexto, los objetivos estratégicos, operativos, medidas, productos,
resultados e impactos, etc. En definitiva la evaluación debe ser descrita y documentada
de forma apropiada y clara para la identificación y compresión de los principales
elementos de dicha intervención.
Hay que profundizar en los análisis y los estudios existentes sobre la intervención a
evaluar, y realizar análisis comparativos con otras intervenciones similares, para cubrir
aquella parte de la evaluación sobre la que no halla suficientes publicaciones existentes.
Todas las fuentes utilizadas deben de ser descritas con precisión de manera que se pueda
apreciar la validez y fiabilidad de estas. Cualquier error debe de ser corregido.
La estructura del informe final debe adecuarse a las exigencias de sus destinatarios, para
que la comunicación sea efectiva, para que gestores y decisores públicos dispongan de
argumentos, evidencias y orientaciones que les sean útiles para la toma de decisiones, la
planificación y la gestión de los recursos públicos. Así como, los informes teniendo en
cuenta que deben hacerse públicos, deben redactarse de modo que la ciudadanía los
entienda.