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MARÍA

“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu
palabra… Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me
dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el
Poderoso; Santo es su nombre”. Lucas 1:38, 46-49



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Por Rev. Rubén Concepción

La Biblia distingue a muchas mujeres valientes, humildes, abnegadas y de fe. Entre


todas ellas resalta a María. Si bien nosotros no la idolatramos, ni le damos culto ni
adoración, reconocemos que Dios puso los ojos en ella para cumplir el más
grandioso de los planes: la redención de la raza humana.

María fue una mujer escogida por Dios para ser madre. En efecto, aquella doncella
hebrea reunía cualidades hermosas que hicieron que el Señor se fijara en ella para
llevar a cabo el gran misterio de la encarnación de Jesús.

De importancia crucial es que la mujer sea consciente de que el privilegio y el


honor de dar la vida a otro ser humano provienen directamente de Dios. Por
desgracia, hay mujeres que no valoran el don divino de ser madres, y el hijo viene a
convertirse para ellas en una carga, en algo molestoso, y hasta deciden la vida o la
muerte sobre él.

MARÍA, UNA MUJER HUMILDE

Este siglo XXI se ha caracterizado por el aumento vertiginoso de los embarazos


causados por el sexo prematrimonial. El embarazo de las jóvenes solteras pone
abruptamente el punto final a la infancia y a la inocencia, para marcar el inicio de
las responsabilidades de una mujer adulta.

En lo que atañe a María, ella nunca había conocido varón y, en su tiempo, quedarse
embarazada fuera del matrimonio era considerado como un delito digno de
muerte. María sabía, pues, que exponía su vida al aceptar llevar en su seno lo que
parecería el fruto de la fornicación, y todavía más al estar desposada con José. No
obstante, son hermosas las palabras que pronunció aquella joven cuando recibió el
mensaje del ángel Gabriel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a
tu palabra” (Lc. 1:38).

MARÍA, UNA MUJER DE FE Y DE PIEDAD

María confiaba totalmente en Dios, y por eso aceptó el reto de llevar en su seno al
Creador. Aquella joven entendió que ser la madre del Mesías haría de ella una
mujer bienaventurada entre todas las generaciones pasadas o futuras (Lc. 1:48).
Solo una madre es capaz de transmitir la ternura, el cariño y la bondad que
emanan de Dios; y esto es lo que hace de ellas unos seres especiales e inolvidables.

MARÍA, UNA MUJER DE CONFIANZA

Me llama la atención que, en distintas partes de los Evangelios, se repite esta frase:
“Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2:51). En el corazón de
María siempre hubo una disponibilidad espiritual para el servicio, y ella supo
guardar en secreto todo lo que el ángel le había revelado con respecto a Jesús y su
misión mesiánica antes de que naciera.

Desde el nacimiento de Cristo, María supo también que tendría que experimentar,
como madre, un dolor inmenso. En efecto, cuando María y José llevaron a Jesús al
templo para que fuera circuncidado, Simeón le profetizó: “Y una espada traspasará
tu misma alma…” (Lc. 2:35). María tenía una confianza maternal en Cristo, y en las
bodas de Caná fue a Jesús como una madre que ve las capacidades y los talentos de
su hijo.

María puso toda su confianza en Jesús, sabiendo que Él era capaz de ayudarla en
aquella situación. Por este motivo, ella les dijo a los que atendían a los comensales
de la boda: “Haced todo lo que os dijere” ( Jn. 2:5).

María le había inculcado principios morales sólidos, y que Él no dañaría nunca su


testimonio ni tampoco traería la deshonra a su casa. Es menester concienciarnos
de que los principios y los valores fundamentales de la vida se enseñan
principalmente en el hogar, no en la iglesia ni en la escuela.

MARÍA, UNA MUJER FIEL

Es revelador, en cuanto al carácter fiel de María: “Estaban junto a la cruz de Jesús


su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena” (
Jn. 19:25). En medio de tanto dolor y sufrimiento, la madre de Jesús estaba al pie
de la cruz, como una madre que apoya a su hijo.

Jesús también era consciente de su responsabilidad filial: “Cuando vio Jesús a su


madre, y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre:
Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella
hora el discípulo la recibió en su casa” ( Jn. 19:26- 27).

En medio de su cruel agonía, Jesús puso la mirada cariñosa de un hijo en María,


estaba preocupado por el bienestar futuro de aquella quien fuera su madre en
la Tierra. Él no la quiso abandonar ni entregarla en manos de cualquiera. Así pues,
la confió al apóstol Juan, que era su discípulo amado. Cristo supo valorar a la suya
hasta su partida de esta tierra.

María es una fuente de inspiración: estuvo al pie de la cruz, cuando todos los
amigos y los discípulos de Jesús lo habían abandonado. María fue una mujer
valiente, fiel, dispuesta, reservada, llena de fe y de piedad.

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