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¿Cómo afrontar el miedo a la

muerte?
San Josemaría responde a la pregunta de un médico
en Perú sobre cómo ayudar a los enfermos a afrontar
el temor a la muerte.

Oye hijo mío, sólo te voy a contar una pequeña


anécdota. No hace mucho, un amigo vuestro, a quien
quizá no conocéis personalmente –es un hombre que
dirige algunas empresas, está muy ocupado, y viaja
constantemente de una parte a otra- me explicaba que
suele encontrarse con otros colegas y hacen un plan
trienal o quinquenal de trabajo: da gusto –comentaba
él-, porque se les ocurren todas las posibilidades,
¡todas, todas! Solo les falta una, y les digo: vosotros,
que habéis previsto esto, lo otro, lo de más allá,
¿habéis previsto que nos podemos morir?…
¡Tremendo! No lo tienen previsto y ¡es lo único
seguro!

La muerte, hijos míos, no es un paso desagradable. La


muerte es una puerta que se nos abre al Amor, al
Amor con mayúscula, a la felicidad, al descanso, a la alegría. No hay que esperarla con
miedo. Realmente un médico la considera desde otros puntos de vista; pero un médico
cristiano, como tú –yo me he dado cuenta de cómo la ves, ¡qué Dios te bendiga!- debe
mirarla de un modo positivo. Y los demás también. No es el final, es el principio. Para un
cristiano morir no es morir; es vivir. Vivir con mayúscula. De modo que no tengáis miedo a
la muerte.

Enfrentaos con la muerte. Dad la cara. Contad con ella; tiene que venir… ¿Por qué vas a
tener miedo? Esconder la cabeza debajo del ala con miedo, con pánico ¿por qué? Señor, la
muerte es la vida. Señor, la muerte para un cristiano es el descanso, y es el Amor y de ahí no
salgo. ¿Era esto lo que tú querías que te dijera?

Mas allá > Cap 28, SURCO


875 El verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios. Porque,
en cada instante —si lucha para vivir como hombre de Cristo—, se encuentra
preparado para cumplir su deber.

876 Cara a la muerte, ¡sereno! —Así te quiero. —No con el estoicismo frío del
pagano; sino con el fervor del hijo de Dios, que sabe que la vida se muda, no se
quita. —¿Morir?... ¡Vivir!

877 Doctor en Derecho y en Filosofía, preparaba una oposición a cátedra, en la


Universidad de Madrid. Dos carreras brillantes, realizadas con brillantez.
Recibí un aviso suyo: estaba enfermo, y deseaba que fuera a verle. Llegué a la
pensión, donde se hospedaba. —“Padre, me muero”, fue su saludo. Le animé,
con cariño. Quiso hacer confesión general. Aquella noche falleció.

Un arquitecto y un médico me ayudaron a amortajarle. —Y, a la vista de aquel


cuerpo joven, que rápidamente comenzó a descomponerse..., coincidimos los
tres en que las dos carreras universitarias no valían nada, comparadas con la
carrera definitiva que, buen cristiano, acababa de coronar.

878 Todo se arregla, menos la muerte... Y la muerte lo arregla todo.

879 La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la
existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se
acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre... No cabe, en ningún
caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin.

Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un


cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son
caducos, para renacer en Cristo, que es eterno.

880 Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo... Porque
El ya sabe que le amas..., y de qué pasta estás hecho.

—Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡pero has de


buscarle!

881 «Non habemus hic manentem civitatem» —no se halla en esta tierra nuestra
morada definitiva. —Y, para que no lo olvidemos, aparece con crudeza, a veces,
esta verdad a la hora de la muerte: incomprensión, persecución, desprecio... —Y
siempre la soledad, porque —aunque estemos rodeados de cariño— cada uno
muere solo.

—¡Soltemos ya todas las amarras! Preparémonos de continuo para ese paso, que
nos llevará a la presencia eterna de la Trinidad Santísima.

882 El tiempo es nuestro tesoro, el “dinero” para comprar la eternidad.

883 Te has consolado con la idea de que la vida es un gastarse, un quemarla en el


servicio de Dios. —Así, gastándonos íntegramente por El, vendrá la liberación
de la muerte, que nos traerá la posesión de la Vida.

884 Aquel sacerdote amigo trabajaba pensando en Dios, asido a su mano paterna, y
ayudando a que los demás asimilaran estas ideas madres. Por eso, se decía:
cuando tú mueras, todo seguirá bien, porque continuará ocupándose El.

885 ¡No me hagas de la muerte una tragedia!, porque no lo es. Sólo a los hijos
desamorados no les entusiasma el encuentro con sus padres.

886 Todo lo de aquí abajo es un puñado de ceniza. Piensa en los millones de


personas —ya difuntas— “importantes” y “recientes”, de quienes no se acuerda
nadie.

887 Esta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento


fecundo; hacer, de un mal, un bien. Hemos despojado al diablo de esa arma...; y,
con ella, conquistamos la eternidad.

888 Tremendo se revelará el juicio para los que, sabiendo perfectamente el camino,
y habiéndolo enseñado y exigido a los otros, no lo hayan recorrido ellos mismos.

—Dios los juzgará y los condenará con sus propias palabras.

889 El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que
desean identificarse con El.

890 Sólo el infierno es castigo del pecado. La muerte y el juicio no son más que
consecuencias, que no temen quienes viven en gracia de Dios.

891 Si alguna vez te intranquiliza el pensamiento de nuestra hermana la muerte,


porque ¡te ves tan poca cosa!, anímate y considera: ¿qué será ese Cielo que nos
espera, cuando toda la hermosura y la grandeza, toda la felicidad y el Amor
infinitos de Dios se viertan en el pobre vaso de barro que es la criatura humana,
y la sacien eternamente, siempre con la novedad de una dicha nueva?

892 Cuando se choca con la amarga injusticia de esta vida, ¡cómo se goza el alma
recta, al pensar en la Justicia eterna de su Dios eterno!

—Y, dentro del conocimiento de sus propias miserias, se le escapa, con eficaces
deseos, aquella exclamación paulina: «non vivo ego» —¡no soy yo quien vive
ahora!, ¡es Cristo quien vive en mí!: y vivirá eternamente.

893 ¡Qué contento se debe morir, cuando se han vivido heroicamente todos los
minutos de la vida! —Te lo puedo asegurar porque he presenciado la alegría de
quienes, con serena impaciencia, durante muchos años, se han preparado para
ese encuentro.

894 Pide que ninguno de nosotros falle al Señor. —No nos será difícil, si no
hacemos el tonto. Porque nuestro Padre Dios ayuda en todo: incluso haciendo
temporal este destierro nuestro en el mundo.

895 El pensamiento de la muerte te ayudará a cultivar la virtud de la caridad, porque


quizá ese instante concreto de convivencia es el último en que coincides con éste
o con aquél...: ellos o tú, o yo, podemos faltar en cualquier momento.

896 Decía un alma ambiciosa de Dios: ¡por fortuna, los hombres no somos eternos!

897 Me hizo meditar aquella noticia: cincuenta y un millones de personas fallecen al


año; noventa y siete al minuto. El pescador —ya lo dijo el Maestro— echa sus
redes al mar, el Reino del Cielo es semejante a una red barredera..., y de ahí
serán escogidos los buenos; los malos, los que no reúnen condiciones,
¡desechados para siempre! Cincuenta y un millones mueren al año, noventa y
siete al minuto: díselo también a otros.

898 En cuerpo y alma ha subido a los Cielos nuestra Madre. Repítele que, como
hijos, no queremos separarnos de Ella... ¡Te escuchará!

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