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I.-
Con respecto a los niños: se destruye la imagen de la “niñez ingenua”; éstos llegan a tomar
decisiones motivados por odio, por irresponsabilidad, por sadismo y, a veces, por una inocencia
macabra. En su contrapartida, los adultos se presentan enfermos de soledad, perdidos y, también,
como abusadores de esa niñez (en “Como si estuvieras jugando” observamos a la abuela que
enseña a sus hijos a mendigar, o en “El inocente” donde se refieren al menor con frases tales como
hubiese sido preferible que naciera muerto, o era una desgracia para la madre ). El clima general
se presenta como enfermizo, violento.
Desde la estructura, los relatos, en su mayoría, comienzan con un párrafo que pareciera
funcionar como marco introductorio, como si nos fuera a presentar la escena, los personajes, a
contextualizar la historia. Sin embargo, no ocurre esto. Nos presenta datos superficiales, apenas una
escenografía. La primera oración aparece, generalmente, con un sujeto ambiguo o tácito (no hay
nombres, no hay marcas de género), u oraciones impersonales; el lector entra a un mundo que
debiera conocer de antemano, como en una conversación ya empezada. Es así que hasta el segundo
párrafo no se sabe bien de qué se trata el conflicto.
“Quizá el fracaso de mi vida se explica por las sucesivas
intervenciones de mi abuela en todo aquello que para mí pudiera
significar un motivo de distracción o de ingenuo regocijo” (La
Intrusa)
No puede plantearse como factor común a todos los relatos un tipo de narrador (se alternan
las 1º persona con la 3º - a veces testigo, a veces protagonista) o los espacios (ya sean abiertos o
cerrados). Como si cada historia, cada anécdota necesitara un clima particular. Y cada narrador hace
a ese clima distintivo.
En La Viuda, el narrador plantea el relato desde una mirada desde afuera de esa casa,
asumiendo todo lo sabido a través de los chismes (todos habíamos oído hablar de ella y su marido).
Lo que se sabe es por dichos; se muestra cómo, desde el afuera, se observa y se elucubran historias,
se llenan las elipsis, aquello que no se puede ver en el adentro. Asimismo, se recupera en el discurso
escrito marcas de lo coloquial, como por ejemplo: la sucesión de subordinadas en el discurso
indirecto.
“El casamiento del abogado con la enfermera fue el comentario de la
ciudad. Que el viejo no esperase que se enfriara el cadáver de su
madre para casarse con una mujer que podría ser su hija y que habría
de engañarlo con el primer hombre joven que le saliera al paso, era
una locura” (pág. 9)
Las palabras señaladas reafirman el lugar que tiene todo aquello que refiere al placer: se
mira como lascivo, pernicioso, como señales del fervor del mal (palabras que utiliza el narrador), de
una actividad desmesurada. Todo lo contrario a lo que debía ser una señorita: “recatada, femenina”.
Debía tocar el piano, leer libros recomendados por la Acción Católica, ropas oscuras.
(Comentario: Uno no puede evitar relacionar esto con algunos dichos sobre el matrimonio, las
señoritas de clase media que escribiera Roberto Arlt)
Este mundo de adultos, entonces, se mira desde el lugar de los fracasados (por una
economía que los desplaza) o por construir una sociedad donde los valores morales son los que
marcan las conductas políticamente correctas de aquellas que los llevaría al infierno. “Otras chispas
más violentas que aquellas provocadas por su coquetería femenina la matarán muy pronto”
Volviendo al tema del orden temporal de los hechos y para recuperar algunos tópicos
planteados en este recorrido sobre los relatos de Juan José Hernández, quisiera analizar el cuento La
creciente.
Por un lado, aparece un narrador en 3º, omnisciente, que organiza los hechos, intercala los
fragmentos de diálogos en el mismo cuerpo de la narración. El orden temporal se presenta
entrecortado, se van intercalando anécdotas o datos necesarios para comprender algunas
situaciones, caracterizar el clima familiar de Busi (es a través de la mirada de éste, mediatizada por
el narrador en 3º, que conocemos la historia) y explicar algunos hechos (Busi se queda mirando las
imágenes de la ‘Historia Sagrada’y esto justifica lo que el niño va pensando al final del relato).
Así, se nos presenta nuevamente tópicos ya observados en los otros cuentos: una familia sin
diálogo entre padres e hijos, adultos que de tan fracasados quieren morirse (la madre siempre repite
esa frase), los niños que descubren las mentiras de los grandes (el padre ha matado a unos gatitos
pero, a su hijo Busi, le explicó que se los había dado a una fábrica de escobas).
En cuanto a la presentación de los hechos, aparecen rupturas cronológicas. Como el
conflicto del cuento pasa durante una excursión al río, el narrador para la historia, para informarnos
cómo han empezado esas excursiones y nos presenta a los tres chicos, en especial a aquel que
sufrirá las consecuencias de esa excursión: Leo.
Esta ruptura temporal también se sostiene por las elipsis. Un ejemplo de ello es el salto del
momento en que los chicos dejan a Leo buscando moras, al diálogo de la madre de Busi con el
policía. Recién allí se nombra la existencia de la creciente.
Nuevamente, tenemos en Leo a un personaje marcado por un defecto físico: es tartamudo,
que “a veces tenía ataques de nervios durante los cuales se mordía la lengua y echaba espuma por
la boca” Estas características le vienen de familia, las lleva en la sangre: y se señala como
antecedente al abuelo (una vez más se plantea la relación abuelos y nietos, los padres están
borrados)
Así como antes señalé que los cuerpos poco agraciados se recuperan al darles un valor más
místico y trascendental, Leo, a pesar de su defecto físico, aparece como un Niño Dios ligeramente
bizco, un poco retardado. Esta relación con lo sagrado se recuperará en el párrafo final del relato,
cuando Busi espera que no le haya pasado nada a Leo durante la creciente y en su mente se va
mezclando todo lo que le ha pasado en su pequeña vida.
“La nube era la cara de Dios y el río la voz de Dios, airada. ¿Para
qué juntar moras? Su abuelo bebió una botella de querosén. Nadie
sabía si las flores de su jardín eran dalias o repollos. Nieto de un
alcohólico , decía. Por eso tiene los ojos de Niño Jesús bizco que
habla con los Doctores de la Ley....”(pág. 157)
Y así continúa mezclando lo ocurrido con su padre y los gatitos, las historias leídas en el
libro ‘La Jungla Negra’, para recordar -como lo haría un chico impresionado- la historia del Diluvio
(la creciente es vivida como tal, Busi conoce esto por haber leído la Historia Sagrada) y el final, con
la pregunta retórica “¿Por qué te abandonamos?“ suena a la culpa de los que han abandonado al
Mesías, al Niño con el defecto físico.
Para terminar esta primera parte, me parece interesante señalar cómo el juego (propio del
mundo infantil) se vuelve perverso, o genera situaciones ambiguas en el mundo adulto. Así, la
abuela que enseña a mendigar a su nieta como si fuera un juego y la disfraza de cieguita, la
protagonista de El disfraz, justamente se disfraza de princesa. para engañar a un hombre y así
conseguir su objetivo: perder su virginidad (y también vengarse de todas aquellas que gozan del
cuerpo ya que ella no ha podido hacerlo hasta entonces). En La Señorita Estrella, nuevamente el
juego de “actuar” frente a su padre, totalmente inválido (incluso, no puede hablar) se presenta como
un juego violento y violatorio, podría decirse.
“Cuando le crezca la barba le tejeré una corona de pámpanos: será un
rey griego. Debo ser cautelosa y no excederme demasiado. Mi padre
suele tener reacciones inesperadas. ^Precisamente, el día que le puse
el turbante me tomó del pelo con violencia; tuve que morderle la mano
para que me soltara.” (pág. 177)
II:-
Este sucinto recorrido por los relatos de El inocente me permite sospechar algunas líneas de lectura
que podré observar en el resto de la producción de Juan José Hernández y plantear cuáles se fueron
modificando en los sucesivos textos del autor.
Puedo simplemente mencionar el tópico del viaje a la Capital, que aparece en Como si estuvieras
jugando y en la novela La ciudad de los sueños, donde quien realiza el viaje ya no es la representante de
la clase baja para emplearse de mucama, sino una referente de la clase media pueblerina que intenta y
encuentra su lugar en esta ciudad. Y preguntarme entonces de las razones de ese corrimiento.
O en el cuento La favorita (del libro que lleva el mismo nombre, de 1977) donde nuevamente el
cuerpo aparece como mercancía: la madre de la protagonista la ha educado para satisfacer a los hombres, su
apariencia fue siempre la de una persona destinada al ocio, al bienestar (y no al fracaso como el ejemplo
visto en este trabajo).
Aparecen, en general, una tensión permanente entre adultos y niños; en este juego de fuerzas se van
estructurando las historias para contar algo más. Y la ruptura del orden lineal de las historias, con sus elipsis,
sus disgreciones, retardan los hechos para poder crear un clima donde todo puede pasar. Y todo pareciera
tener una razón; pero justo ésta no se encuentra necesariamente dentro del texto, hay que buscarla en ese
“espíritu de provincia” (que se traslada a la ciudad) y que circula por su narrativa.
Bibliografía.