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No tan inocente: un recorrido por la narrativa de Juan José Hernández.

por Paula Bein


(Facultad Filosofía y Letras UBA)
Los relatos de Juan José Hernández tienen la simpleza de quien narra una anécdota trivial,
recuerdos que provienen de la vida en una ciudad o pueblo del interior. En esa frescura de lo que se
rememora, en ese contar inocentemente algún suceso, se pueden encontrar situaciones ambiguas,
que llegan a encerrar algo de lo siniestro, algo de lo inexplicable racionalmente, de lo morboso, el
lado oscuro de las personas y de las cosas.
En ese clima inocente, nada parece escandalizar (o el relato termina justo cuando podría
venir la reacción “políticamente correcta”) en ese pequeño universo que se nos presenta. El devenir
se acepta como se acepta todo en ese clima pueblerino: la pobreza, la injusticia, la muerte, la
resignación a ese presente para nada prometedor. Así, en sus relatos pueden observarse el conflicto
humano, el cruce de clases sociales (la clase media y los desplazados como en Julián), las
relaciones violentas y perversas entre adultos y niños (Como si estuvieras jugando) o cómo esos
niños observan y narran ese mundo de adultos vencidos (El inocente. También en este punto se
podría ver el contacto con los cuentos de Silvina Ocampo; sobre todo en su libro La furia)
Economía narrativa, sentido de la composición, de la relación elocuente de las acciones,
mínimas y recatadas, podrían ser algunas de las frases para describir la escritura de Juan José
Hernández.
La idea del presente trabajo es adentrarse en la narrativa de este poeta y narrador tucumano,
tomando como base sus libros de cuentos: El inocente (1965) y La favorita (1977); así como sus
novelas La ciudad de los sueños (1977) y Así es mamá (1996).
Analizar cómo, a partir de ciertos ejes como el mundo de los niños y el de los adultos, se va
construyendo un ambiente siniestro.

I.-
Con respecto a los niños: se destruye la imagen de la “niñez ingenua”; éstos llegan a tomar
decisiones motivados por odio, por irresponsabilidad, por sadismo y, a veces, por una inocencia
macabra. En su contrapartida, los adultos se presentan enfermos de soledad, perdidos y, también,
como abusadores de esa niñez (en “Como si estuvieras jugando” observamos a la abuela que
enseña a sus hijos a mendigar, o en “El inocente” donde se refieren al menor con frases tales como
hubiese sido preferible que naciera muerto, o era una desgracia para la madre ). El clima general
se presenta como enfermizo, violento.
Desde la estructura, los relatos, en su mayoría, comienzan con un párrafo que pareciera
funcionar como marco introductorio, como si nos fuera a presentar la escena, los personajes, a
contextualizar la historia. Sin embargo, no ocurre esto. Nos presenta datos superficiales, apenas una
escenografía. La primera oración aparece, generalmente, con un sujeto ambiguo o tácito (no hay
nombres, no hay marcas de género), u oraciones impersonales; el lector entra a un mundo que
debiera conocer de antemano, como en una conversación ya empezada. Es así que hasta el segundo
párrafo no se sabe bien de qué se trata el conflicto.
“Quizá el fracaso de mi vida se explica por las sucesivas
intervenciones de mi abuela en todo aquello que para mí pudiera
significar un motivo de distracción o de ingenuo regocijo” (La
Intrusa)

“Habitaba la vieja casa construída a fines del siglo, en la década del


ochenta, frente a la plaza principal.” (La Viuda)

No puede plantearse como factor común a todos los relatos un tipo de narrador (se alternan
las 1º persona con la 3º - a veces testigo, a veces protagonista) o los espacios (ya sean abiertos o
cerrados). Como si cada historia, cada anécdota necesitara un clima particular. Y cada narrador hace
a ese clima distintivo.
En La Viuda, el narrador plantea el relato desde una mirada desde afuera de esa casa,
asumiendo todo lo sabido a través de los chismes (todos habíamos oído hablar de ella y su marido).
Lo que se sabe es por dichos; se muestra cómo, desde el afuera, se observa y se elucubran historias,
se llenan las elipsis, aquello que no se puede ver en el adentro. Asimismo, se recupera en el discurso
escrito marcas de lo coloquial, como por ejemplo: la sucesión de subordinadas en el discurso
indirecto.
“El casamiento del abogado con la enfermera fue el comentario de la
ciudad. Que el viejo no esperase que se enfriara el cadáver de su
madre para casarse con una mujer que podría ser su hija y que habría
de engañarlo con el primer hombre joven que le saliera al paso, era
una locura” (pág. 9)

Otro tanto ocurre en El inocente:


“Estábamos acostumbrados a que se dijera de Rudecindo que era una
desgracia para su madre, que hubiera sido preferible que naciese
muerto, y otras frases por el estilo que empezaban con un piadoso
‘Dios nos libre y guarde’ o ‘Que Dios no me castigue, pero...’ y que
terminaban con un suspiro de resignación”.(pág. 53)
Lo interesante de este último ejemplo, es que el narrador (como se ve a medida que avanza
la lectura) es un niño: es la mirada de éste – impúdica, inocente, irónica- sobre ese mundo adulto,
que, así presentado, se plantea como hipócrita.
Este relato me permite plantear un cruce entre varios textos: es analizar cómo los cuerpos
humanos se cosifican. Por ejemplo, Rudecindo “parecía dormitar en una actitud idéntica a la del
Buda de porcelana”, “La enfermera quedó desconsolada, como si le hubieran roto su juguete
preferido” ( se refiere a la mujer que acaba de fallecer. La Viuda, ), Y también se animalizan,
“Parezco un insecto suntuoso” (El disfraz), “Tiene cara de cabrito” (Como si estuvieras
jugando), “se transforma en una enana grotesca o en una araña” (Matrimonio)
Antes de dejar el tema de los cuerpos, quisiera señalar otro detalle: es que aquellos que se
presentan como cuerpos deformes, desde algún lugar se los trata de recuperar como objetos
sagrados o con algún significado “espiritual” o “superior”. En este movimiento, me parece leer una
vez más esa mirada irónica, humorística, de ese saber popular de ‘intentar ver algo bueno incluso en
lo malo’.
En El disfraz, la narradora-protagonista tiene una joroba (nunca la nombra como tal pero se
plantean indicios de esto: “... se atrevió a tocarme. Dijo que le traería suerte”). Ella misma se
presenta como perteneciente a una raza de elegidos: “Mi raza, en otras épocas disfrutó del apoyo
de los poderosos, fuimos favoritos de príncipes...” o “pertenezco a un linaje muy antiguo”. Así
también Rudecindo, El inocente, se parecía a un Buda, o cuando el narrador dice que “de haber
nacido entre los antiguos musulmanes, hubiera gozado de un prestigio comparable al de un santo”.
Los cuerpos, entonces, se transforman en objetos inertes, sin sentido, puro adorno; se
animalizan (pierden su categoría de seres civilizados, muchas veces son insectos) o los cuerpos
deformes sólo pueden recuperarse en la medida en que pueda relacionárselos con algún pasado más
digno, más honorífico, más trascendental.
Y para verse el cuerpo, es necesario el espejo. Mientras el cuerpo de “los elegidos” es
mirado en forma positiva (aunque tal vez la expresión ‘irónicamente positiva’ sea la más adecuada).
“... me contemplo en el espejo. La imagen me sobresalta de
admiración. Parezco un insecto suntuoso de ojos saltones y piernas
delicadas.” (El disfraz pág. 35)
el de aquellos que no lo son, tienen la marca del fracaso.
“Con una cara como la mía no se puede ir muy lejos” (La intrusa.
Pág. 117)
En este rastreo de cadenas semánticas relacionadas con el cuerpo, cabe señalar en el cuento
La intrusa las relaciones con lo diabólico: intenso olor a azufre en el destino de Miguel
Altolabelli”,
Antes planteé la tensión entre el mundo de los adultos y el mundo infantil. En “Como si
estuvieras jugando”, observamos la dejadez de una madre que abandona sus hijos a su abuela para
que los críe. Podríamos decir que en general, en estos relatos, no hay una imagen de familia
tradicional: uno de los padres ha muerto, o estos aparecen como ausentes, despreocupados por la
existencia de sus propios hijos. Esa madre ha hecho el recorrido típico de las mujeres de provincia:
viajar a la Capital para trabajar de mucama, dejar a sus hijos con la abuela, enviar dinero cada tanto,
teniendo hijos por ahí: “Ya aparecerá de nuevo por aquí con otro hijo a cuestas que yo tendré que
criar...” se dice la abuela cuando entiende que nunca recibirá ayuda de su propia hija. Es así que
aparece el tema del conflicto humano, de lo familiar: la pérdida de lazos, y, tal vez, de algo tan
básico como la imagen de madre (cuando aparece Rosa, sus hijos no la reconocen)
Siguiendo con este cuento, al igual que en otros, este mundo adulto es un mundo de
fracasados. Esa abuela que apenas puede subsistir con sus nietos vendiendo cigarros o melones. A
quien, además, se le van muriendo las gallinas y, las que le quedan, ya no ponen huevos, ya no
producen. Todo el cuento presenta el proceso de alguien que tenía poco y pasa a tener nada. La
única salida es mandar a los niños a mendigar a través del juego: disfraza a la más pequeña de
cieguita.
Se repite en varios cuentos esta relación de abuelas y sus nietos, marcando especialmente
una gran disciplina que se impartía desde estos adultos: en Venganza, la abuela se niega a darle una
piedra a su nieto por considerarla una reliquia; el nieto se venga abriéndole las jaulas a los pájaros.
En La intrusa, el narrador le hecha la culpa de sus fracasos a la estricta rigidez de su abuela por
aquello que pudiera provocar placer al nieto. Mundo adulto relacionado, entonces, no sólo con el
fracaso sino también, con la pérdida de ideales, de progreso en las generaciones siguientes. El
placer estaba prohibido, sólo había obligaciones.
En el cuento Dánae, no aparecen los niños, sólo hay dos adultos como protagonistas. El
clima de decadencia, de soledad, de fracaso circula por todo el texto. Él, solo en la cocina,
cebándose mate, preparando apenas unas papas hervidas y ella durmiendo. La narración se sostiene
por todo lo que se desea y no se tiene: “Piensa que sería agradable escuchar el sonido de la lluvia
sobre las plantas, si hubiera plantas” (pág. 142). El desamparo de ese departamento donde “la ropa
cuelga de clavos y las cucarachas salen de sus zapatos” (pág. 143)
Esa misma idea de matrimonios desarticulados, donde el lazo amoroso ya no existe (¿habrá
existido en algún momento en esas parejas?) aparece, también, en el relato Matrimonio, con la
diferencia que en éste, el marido narra las razones por las que decidió matar a su esposa, aunque
durante el mismo, esto no se cumple o no se ha cumplido hasta ese momento.
En particular, quisiera analizar en este cuento la forma en que aparecen estructurados los
hechos (que se repite en otros). La narración no es lineal, ni respeta el orden cronológico. Comienza
relatando desde la afirmación de que Gladys ha muerto. Y, sin embargo, hacia el final, aclara que, al
momento del mismo, Gladys “no ha muerto todavía”. Se podría afirmar que el tema es lo
temporal:, ya que recuerda el momento en que descubre “aquella alimaña oscura” que se alojaba
en el cuerpo de ella; luego, se nos presenta la historia de Gladys a través de fotos (donde recupero lo
afirmado anteriormente en relación a cómo se perciben los cuerpos):
“Gladys a los cinco años: a primera vista, una niñita disfrazada de
española, con abanico, peinetón y mantón de manila, pero la graciosa
niñita, si se la observa atentamente, se transforma en una enana
grotesca o en una araña. A los catorce años: una muchacha ojerosa,
vestida con el uniforme del colegio de las monjas mercedarias; en una
de sus manos hay un misal; en la otra, una rosa (no tardé en advertir
la manera lasciva con que sus dedos aprietan la flor). Por último
Gladys a los dieciocho: inclinada graciosamente sobre una fuente,
simula beber. El examen minucioso de este retrato me horrorizó, hasta
tal punto me pareció turbadora su boca entreabierta como para
alcanzar un execrable deleite” (pág. 109) (subrayado mío)

Las palabras señaladas reafirman el lugar que tiene todo aquello que refiere al placer: se
mira como lascivo, pernicioso, como señales del fervor del mal (palabras que utiliza el narrador), de
una actividad desmesurada. Todo lo contrario a lo que debía ser una señorita: “recatada, femenina”.
Debía tocar el piano, leer libros recomendados por la Acción Católica, ropas oscuras.
(Comentario: Uno no puede evitar relacionar esto con algunos dichos sobre el matrimonio, las
señoritas de clase media que escribiera Roberto Arlt)
Este mundo de adultos, entonces, se mira desde el lugar de los fracasados (por una
economía que los desplaza) o por construir una sociedad donde los valores morales son los que
marcan las conductas políticamente correctas de aquellas que los llevaría al infierno. “Otras chispas
más violentas que aquellas provocadas por su coquetería femenina la matarán muy pronto”
Volviendo al tema del orden temporal de los hechos y para recuperar algunos tópicos
planteados en este recorrido sobre los relatos de Juan José Hernández, quisiera analizar el cuento La
creciente.
Por un lado, aparece un narrador en 3º, omnisciente, que organiza los hechos, intercala los
fragmentos de diálogos en el mismo cuerpo de la narración. El orden temporal se presenta
entrecortado, se van intercalando anécdotas o datos necesarios para comprender algunas
situaciones, caracterizar el clima familiar de Busi (es a través de la mirada de éste, mediatizada por
el narrador en 3º, que conocemos la historia) y explicar algunos hechos (Busi se queda mirando las
imágenes de la ‘Historia Sagrada’y esto justifica lo que el niño va pensando al final del relato).
Así, se nos presenta nuevamente tópicos ya observados en los otros cuentos: una familia sin
diálogo entre padres e hijos, adultos que de tan fracasados quieren morirse (la madre siempre repite
esa frase), los niños que descubren las mentiras de los grandes (el padre ha matado a unos gatitos
pero, a su hijo Busi, le explicó que se los había dado a una fábrica de escobas).
En cuanto a la presentación de los hechos, aparecen rupturas cronológicas. Como el
conflicto del cuento pasa durante una excursión al río, el narrador para la historia, para informarnos
cómo han empezado esas excursiones y nos presenta a los tres chicos, en especial a aquel que
sufrirá las consecuencias de esa excursión: Leo.
Esta ruptura temporal también se sostiene por las elipsis. Un ejemplo de ello es el salto del
momento en que los chicos dejan a Leo buscando moras, al diálogo de la madre de Busi con el
policía. Recién allí se nombra la existencia de la creciente.
Nuevamente, tenemos en Leo a un personaje marcado por un defecto físico: es tartamudo,
que “a veces tenía ataques de nervios durante los cuales se mordía la lengua y echaba espuma por
la boca” Estas características le vienen de familia, las lleva en la sangre: y se señala como
antecedente al abuelo (una vez más se plantea la relación abuelos y nietos, los padres están
borrados)
Así como antes señalé que los cuerpos poco agraciados se recuperan al darles un valor más
místico y trascendental, Leo, a pesar de su defecto físico, aparece como un Niño Dios ligeramente
bizco, un poco retardado. Esta relación con lo sagrado se recuperará en el párrafo final del relato,
cuando Busi espera que no le haya pasado nada a Leo durante la creciente y en su mente se va
mezclando todo lo que le ha pasado en su pequeña vida.
“La nube era la cara de Dios y el río la voz de Dios, airada. ¿Para
qué juntar moras? Su abuelo bebió una botella de querosén. Nadie
sabía si las flores de su jardín eran dalias o repollos. Nieto de un
alcohólico , decía. Por eso tiene los ojos de Niño Jesús bizco que
habla con los Doctores de la Ley....”(pág. 157)
Y así continúa mezclando lo ocurrido con su padre y los gatitos, las historias leídas en el
libro ‘La Jungla Negra’, para recordar -como lo haría un chico impresionado- la historia del Diluvio
(la creciente es vivida como tal, Busi conoce esto por haber leído la Historia Sagrada) y el final, con
la pregunta retórica “¿Por qué te abandonamos?“ suena a la culpa de los que han abandonado al
Mesías, al Niño con el defecto físico.
Para terminar esta primera parte, me parece interesante señalar cómo el juego (propio del
mundo infantil) se vuelve perverso, o genera situaciones ambiguas en el mundo adulto. Así, la
abuela que enseña a mendigar a su nieta como si fuera un juego y la disfraza de cieguita, la
protagonista de El disfraz, justamente se disfraza de princesa. para engañar a un hombre y así
conseguir su objetivo: perder su virginidad (y también vengarse de todas aquellas que gozan del
cuerpo ya que ella no ha podido hacerlo hasta entonces). En La Señorita Estrella, nuevamente el
juego de “actuar” frente a su padre, totalmente inválido (incluso, no puede hablar) se presenta como
un juego violento y violatorio, podría decirse.
“Cuando le crezca la barba le tejeré una corona de pámpanos: será un
rey griego. Debo ser cautelosa y no excederme demasiado. Mi padre
suele tener reacciones inesperadas. ^Precisamente, el día que le puse
el turbante me tomó del pelo con violencia; tuve que morderle la mano
para que me soltara.” (pág. 177)

II:-
Este sucinto recorrido por los relatos de El inocente me permite sospechar algunas líneas de lectura
que podré observar en el resto de la producción de Juan José Hernández y plantear cuáles se fueron
modificando en los sucesivos textos del autor.
Puedo simplemente mencionar el tópico del viaje a la Capital, que aparece en Como si estuvieras
jugando y en la novela La ciudad de los sueños, donde quien realiza el viaje ya no es la representante de
la clase baja para emplearse de mucama, sino una referente de la clase media pueblerina que intenta y
encuentra su lugar en esta ciudad. Y preguntarme entonces de las razones de ese corrimiento.
O en el cuento La favorita (del libro que lleva el mismo nombre, de 1977) donde nuevamente el
cuerpo aparece como mercancía: la madre de la protagonista la ha educado para satisfacer a los hombres, su
apariencia fue siempre la de una persona destinada al ocio, al bienestar (y no al fracaso como el ejemplo
visto en este trabajo).
Aparecen, en general, una tensión permanente entre adultos y niños; en este juego de fuerzas se van
estructurando las historias para contar algo más. Y la ruptura del orden lineal de las historias, con sus elipsis,
sus disgreciones, retardan los hechos para poder crear un clima donde todo puede pasar. Y todo pareciera
tener una razón; pero justo ésta no se encuentra necesariamente dentro del texto, hay que buscarla en ese
“espíritu de provincia” (que se traslada a la ciudad) y que circula por su narrativa.
Bibliografía.

* Romano, Eduardo Estudio Preliminar a Narradores Argentinos de Hoy.


Editorial Kapelusz. Bs. As. 1971
* Historia de la Literatura Argentina Editorial Centro Editor de América Latina. Bs.
As 1987

Todas las referencias al texto de J.J. Hernández fueron sacadas de:


* Hernández, Juan José El inocente Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
1965

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