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UNA MADRE QUE BUSCÓ A JESÚS

Jesús se fue en dirección a las tierras de Tiro y Sidón. Una mujer cananea que
llegaba de este territorio, empezó a gritar: “¡Señor, hijo de David, ten compasión
de mí! Mi hija está atormentada por un demonio”. Pero Jesús no le contestó ni
una palabra. Entonces sus discípulos se acercaron y le dijeron: “Atiéndela. Mira
cómo grita detrás de nosotros”. Jesús contestó: “No he sido enviado sino a las
ovejas perdidas de la casa de Israel”. Pero la mujer se acercó a Jesús y, puesta
de rodillas, le decía: “¡Señor, ayúdame!” Jesús le dijo: “No se debe echar a los
perros el pan de los hijos”. La mujer contestó: “Es verdad, Señor, pero también
los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces
Jesús le dijo: “Mujer, ¡Que se cumpla tu deseo!” Y en aquel momento quedó
curada su hija. (Mateo 15: 21-28).
La mujer cananea nos da una gran lección que tenemos que aprender con
exactitud:
- Hay que buscar a Jesús para conocerlo como él es.
- Hay que quitarse la venda de los ojos para poder ver su bondad, que
siempre está ahí para acogernos y ayudarnos.
- Hay que abrir nuestra mente para acceder a su verdad que lo supera todo.
- Hay que abrir el corazón para recibir su amor que purifica nuestro pasado,
llena de sentido nuestro presente, e ilumina nuestro futuro con la luz de la
esperanza.
La fe, cuando es verdadera: no tiene límites ni fronteras, no se cansa, es capaz
de afrontar todos los riesgos, vencer todos los miedos y superar todos los
obstáculos.
La fe, cuando es verdadera, es sencilla y humilde.
No es fácil creer, pero cuando creemos, paradójicamente, la vida se nos hace
más fácil y todo lo que nos sucede, bueno o malo, tiene sentido y valor.
No es fácil creer, pero cuando creemos, podemos alcanzar lo que buscamos con
afán, y muchas veces algo mejor.
Quien cree de verdad no se angustia por nada ni por nadie, porque la fe es
confianza en la verdad de Dios, que sabe lo que hace y por qué lo hace; en el
amor de Dios que todo lo puede; en la bondad de Dios que siempre quiere
nuestro bien.
Quien cree de verdad sabe que después de la oscuridad viene la luz; después
de la tempestad, llega la calma; después de la noche, el amanecer.
Quien cree de verdad sabe que Dios cumple todas sus promesas, al pie de la
letra, porque es sabio y justo.
La fe profunda y confiada es alimentada y fortalecida por la oración fervorosa y
valiente, como la de esta mujer cananea, que no escatima esfuerzos para lograr
lo que busca: que Jesús se detenga, escuche su petición, y sane a su hija
enferma.
La fe profunda y confiada es reconocida siempre por Dios, que penetra los
corazones de quienes se acercan a él; y es atendida siempre: unas veces, como
en este caso que nos narra el Evangelio, de manera positiva; en otras ocasiones
Dios se queda en silencio, como si no oyera ni viera nada, pero el silencio de
Dios siempre es fecundo, como su Palabra.
Dios nos pide creer con una fe firme y profunda, generosa y valiente.
Una fe que sea capaz de dejar atrás todos los prejuicios y todas las dudas.
Una fe que no pare de crecer.
Una fe cada vez más madura y más honda.
¡Qué ejemplo de amor de una madre por su hija!
El amor de esta madre le dio el coraje y la valentía para buscar la sanidad para
su hija, su hija estaba endemoniada. Ella había oído de Jesús y tenía el
conocimiento de que Jesús el Señor era Hijo de David, ya que esas son las
palabras que expresa cuando se acerca a Él: “Ten Misericordia de mí Señor, Hijo
de David; mi hija está gravemente atormentada de un demonio”
“Él no le contestó una palabra”. Él tenía sus razones. Pero ella siguió
implorándole, aun cuando los discípulos procuraron despacharla. Por fin Jesús
habló a la madre, abriendo la puerta para hacer un milagro.
Él dijo: “No es lícito tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos”. ¿Fue un
reproche? ¡NO! Más bien fue el requisito previo al milagro. Sencillamente Jesús
le dijo que ella no merecía lo que pedía. ¡Y ella estaba de acuerdo! “Es cierto
Señor, pero los perrillos comen migajas que caen de las mesas de sus dueños”.
Su respuesta tocó de tal manera el corazón de Jesús que Él contestó y le dijo:
“Mujer grande es tu fe; sea hecho lo que quieres.” Y la Biblia declara: “Su hija
fue sana desde aquella hora” Mt.15:21-28
Todo lo que pidió fue una migaja, y recibió un milagro. La verdad es tan sublime
y a la vez sencilla: esta madre Sirofinecia recibió lo que deseaba porque creía
que la cosa más grande que podía pedir era una cosa pequeña para Dios- y
confesó que no estaba pidiendo porque lo merecía, pero por la gracia de Dios. Y
su hija endemoniada quedó sana. ¿Por qué? Porque la madre se contentaba con
las sobras- si venían de la mesa de Dios. Ella no pidió cualquier migaja, pidió
una migaja del Creador, porque sabía que las migajas de Dios son Milagros para
el ser humano.
Dios tenemos que ser como esta mujer insistente con fe sin desmayar pidiéndole
que se manifieste con poder sobre los enfermos tanto del alma como del cuerpo.

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