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MITOS PERUANOS PARA NIÑOS

COSTA

WA-QON

Había una vez una viejecita a quien llamaban Saloma. Tenía un nieto. Cornelio se llamaba, y
una nieta llamada Escolástica. Residían en Huayputo, pasando animales.

Cierta vez la abuelita los mandó a pastar ganado a Huayopampa. Cuando llegaron a esa pampa
se pusieron a jugar, de repente, vieron rodar de las alturas a Wa-qon. Levantaba polvaredas y
el ruido era sordo. Aterrados, corrieron donde su abuela:

-Ahí viene el Wa-Qon, persiguiéndonos. Doña Saloma los escondió detrás de dos montículos,
uno de bosta y otro de maíz.

El Wa-Qon llegó.

-¿Dónde están mis pequeños Willkas?

-Corriendo se fueron a Huaros. Pero baila primero, señor Wa-Qon.

Entonces la viejita Saloma lo hizo danzar.

Mientras así bailaba, el nito que permanecía escondido, se asomó con temor para ver si Wa-
Qon era hombre o qué cosa era. Vio que Wa-Qon tenía colmillos retorcidos y unos cuernos
enormes.

Cuando se cansó de bailar fue a Huaros. Al llegar la gente le ofrecía a sus hijos por turno para
que el Wa-Qon los devorara. Las mujeres tenían que entregarle madejas de lana para que se
parchara su ropa haraposa que de tanto rodar estaba en hilachas. Así, dicen, se evitaba la
sequía. (1)
HISTORIA DEL CHAPERITO

Recopilado por Moisés Retamozo Silvestre

La historia de este niño está llena de verdaderos milagros y prodigios divinos, la tradición y
algunos cronistas españoles anotan la presencia de esta imagen en acciones prodigiosas, así
por anotar tomaremos dos:

“Después de realizarse el Combate de Quillapata cerca al pueblol de Obrajillo al ser derrotados


los españoles, se retiran por las alturas de Canta y luego bajan queriendo ingresar a la ciudad
por el lugar llamada Chinquilpata, Canta con sus guerrillas ofrece resistencia y al atacar los
españoles notan que el ejército Canteño era inmenso dirigidos por un militar de alta
graduación, pero muy pequeño que cabalgando en un caballo blanco instaba a la tropa a
atacar a los españoles, esto al ver así se retiran y son derrotados el jefe español” Ricafor que
comandaba este ejército por el contrario recibe el impacto de una bala en la pierna,
rompiéndose esta, así herido se retira. ¿Quién era ese militar?

“La otra presencia del niño se realiza, cuando en Canta se recibe una comunicación del ejército
chileno firmada por Letelier en donde amenaza a los Canteños si no deponen sus armas, ya
que los chilenos querían entrar a Canta por Chillón, consultando esta comunicación al pueblo,
este decide salir a enfrentar al enemigo, se forma el ejército en base a los guerrilleros y estos
sacan en procesión a la Virgen y al Niño para despedirse y notan en su rostro el color
sonrosado y con una expresión de mucho entusiasmo parten rumbo al encuentro con los
chilenos, este acontecimiento anunciaba ya un triunfo, así fue el día 26 de junio de 1881 en el
lugar llamado Sangrar los Canteños escriben una página gloriosa en la lucha con los chilenos
los derrotan aniquilando en el campo de batalla a parte del poderoso ejército chileno cuyo jefe
era el sanguinario Joaquín”(2)
SÍPAN

Recopilado por Hilda Martínez Humpire

Según versiones del pueblo de Siupan, en este pueblo vivía un muchacho de condición
humilde, sin trabajo, pasando penurias. Un día decidió huaquear una de las huecas del pueblo
de Sipán, para esto, se preparó tomando unos brebajes llamado Huasca para hacerle alucinar
por las noches. En una de esas noches se le aparecieron guerreros incas, los cuales le indicaron
el lugar exacto donde él haría un hallazgo grandioso. La señal que le indicaron los guerreros
consistía en que él vería a una lechuza levantar el vuelo y caer perpendicularmente en el punto
señalado, el cual se encontraba en medio de dos huacas. De inmediato se puso a escarbar
hundiendo una varilla, la cual se hundió con facilidad. Este joven encontró grandes tesoros de
oro macizo, de incalculable valor, llegando hasta el segundo nivel de la tumba y de la noche a
la mañana se volvió millonario.

La gente del pueblo dice que un día este muchacho se embriagó y empezó a dar a conocer el
origen de su riqueza, encontrándose con gente envidiosa quienes se encargaron de delatarlo
ante las autoridades; al ser buscado, este trató de huir, escuchándose a lo lejos detonaciones
de pistola. Versiones de la gente del pueblo nunca más se supo su paradero. Se comenta que
fue asesinado ese día desapareciéndolo por completo y nunca se supo nada del joven.

Sin pensar que más tarde se hallaría el descubrimiento del Señor de Sipán que se hallaba en el
tercer nivel. (3)
LA VIRGEN DE CHAPI

Recopilado por Yolanda Ayudante De los Santos

En el departamento de Arequipa, en la zona llamada la Puna, la virgen se le aparecía a los


campesinos y hablaba con ellos. Pero un día, tres mercaderes iban con sus burros a la Puna, se
quedaron ahí porque sus animales se cansaron y amarrándolos a unos arbustos se echaron a
dormir. De repente en sus sueños, se les aparece una mujer hermosa que les dice: -Están
durmiendo sobre mi cuerpo, levántense –y despertándose asustados se alejaron del lugar para
dormir.

Al amanecer se despertaron y fueron a ver sus burros donde los habían dejado y al no
encontrarlos pensaron que había venido un abigeo en la noche y les había robado, ya que
estos fueron atados a unos arbustos.

Continuaron buscándolos hasta que los encontraron entre unos peñascos, durmiendo y
saciados de pastizales. Regresaron al mismo lugar y vieron en un llano la imagen de la virgen
de Chapi, la quisieron levantar y no pudieron. Fueron al pueblo de Arequipa a informar de lo
sucedido y la gente los tomó por locos; y tanto fue la insistencia de ellos ante el párroco, que
este decidió ir al lugar acompañado de dos autoridades, un mercader y el piloto del
helicóptero. Cuando llegaron, quisieron sacar la imagen pero fue inútil porque la hélice levantó
una tempestad de arena. Se quedaron a dormir y en sueños se les presentó una señora,
vestida de campesina, con un niño y les dice en quechua: -Chaipi, chaipi –que quiere decir: que
la dejen ahí, que no la saquen. De ahí proviene la palabra Shapi.

Se levantaron creyendo que era un sueño de sugestión e intenta sacar la imagen con el mismo
resultado; entonces el párroco dice: -dejémosla, es decisión de la virgen –y se van. Luego,
como de costumbre, los campesinos van a ver a la señora linda, y esta se apareció en imagen;
por eso, ahí construyen la primera iglesia en la puna; ahora, es una catedral hermosa.

De Los adoradores de la Luna (C.T.M.)


Rully Falla Failol

EL PEROL DE ORO

En el cerro Coipa, ubicado al costado del cerro Andamarca, en Penachi, hay un perol grande de
oro escondido entre el roquedal. Los habitantes de estas zonas saben de su existencia, pero no
se atreven a buscarlo porque, según cuentan, una vez que lo ubican provoca en las personas
sentimientos incontrolables de odio.

Cierto día, dos amigos íntimos que buscaban su ganado hacía varios días, llegaron a las faldas
del cerro Coipa. Sin estar enterados del misterioso perol de oro. Avistaron en la cima
escarpada el brillo intenso de un precioso metal, olvidándose del ganado que buscaban.
Presurosos comenzaron a subir por los abruptos espacios, rodeados de abismos, cardos, y
ortigas ponzoñosas. Sin que ningún obstáculo detuviera sus pasos treparon, haciendo
esfuerzos inusitados, cuando al fin de la difícil jornada, se hallaron frente al perol de oro que
brillaban intensamente. Atónitos quedaron y de pronto la incontenible codicia llenó sus
corazones, y los amigos, olvidándose de tan noble sentimiento, lanzáronse cual dos fieras
sobre la presa, inciándose una lucha feroz, por el tesoro encontrado.

Los otrora amigos, trabados en mortal disputa, con los rostros sangrantes, el cansancio
quitándoles las fuerza y cada cual pensando en ser el único dueño de la riqueza que brillaba
frente a ellos, no se dieron cuenta que grandes buitres venidos de las montañas, lanzando
graznidos inmensos y aleteos, bajaron y con sus potentes garras levantaron el perol de oro,
llevándolo a lugares inaccesibles del cerro. Los otrora amigos, desfallecientes, quedaron
tendidos en un charco de sangre. (5)
María Rostoworowski

LA HERMOSA CAPULLANA

En las tranquilas playas de Tumbes nada hacía presagiar lo que sucedería aquel día de 1528.
Apenas los galeones españoles se acercaron a la costa y fueron avistados por los pobladores de
Tumbes, estos corrieron a comunicárselo a su cacica, la Capullana.

Se trataba de los galeones de Francisco Pizarro, los primeros españoles que llegaban a nuestras
costas. Conocedora de la noticia, la Capullana ordenó a unos balseros que fueran a recibirlos.

Contentos por el trato recibido los españoles les regalaron espejuelos, cuchillos y sartas de
cascabeles y también les dieron de probar vino. Los naturales regresaron alegres a tierra y
contaron a su cacica lo sucedido.

Llena de curiosidad la Capullana invitó a los extranjeros a que fueran a verla. Dos españoles
bajaron a la playa en un botecito y con ellos llevaron a un esclavo negro, a un gallo y a un
puerco.

Llegados a tierra los pobladores admirados cogieron al negro, lo zambulleron en el mar y lo


frotaron afanosamente.

-Mira –decían-, no sale la pintura –y el negro se reía de ellos.

Cuando el gallo cantó ¡cocorocó, cocorocó! se armó un gran alboroto.

Entonces el cerdo se puso a gruñir y la gente alegremente le tiraba por la cola.

Entonces a los españoles se les ocurrió llenar de pólvora sus arcabuces y disparar al aire.

¡Qué susto se llevaron todos!

No así la hermosa Capullana quien se acercó a los hispanos y por señas les preguntó:

-¿Qué quieren de esta tierra?

Y los españoles contestaron:

-¡Oro y más oro!

Al escuchar esto la Capullana se rio ya que para su gente el oro solo tenía el valor de ser bello.
Así pues hizo traer y cargar las balsas con comida, agua y harto oro.

Feliz con los regalos recibidos, Pizarro invitó a la Capullana y su corte a visitar su nave. A su
llegada la recibió y saludó con el sombrero en la mano y la galanteó mientras la hermosa
Capullana recorría desde la popa hasta la proa. Luego le ofreció regalos y tomaron rico vino de
Castilla.

Al día siguiente la Capullana ofreció un banquete a los recién llegados. Bajo una fresca ramada,
bebieron y comieron sirviéndose asado de venado, pescados, chupes y humeantes guisos de
patos y perdices.
Después de unos días Pizarro se despidió llevándose consigo a un joven que bautizaron con el
nombre de Felipe, con quien regresó a España a contar al rey lo visto en el Perú. (6)
María Wiesse

LA IRA DE KON

Kon, el creador del mundo, el espíritu divino, llegó del Norte, flotando sobre el mar. Con una
sola palabra Kon hizo florecer los campos, dio furtos a los árboles y agua a los ríos; la costa del
Perú primitivo –porque Kon, lo quiso –era fértil, risueña, verde, con valles y quebradas, que la
lluvia generosamente regaba. Kon amaba a los hombres y por eso les dio en abundancia los
bienes de la tierra y los goces de la vida. Pero las criaturas fueron malas y ofendieron al
Creador. Entonces Kon dejó sentir su ira y castigó a los hombres de la Costa. Ordenó a las
lluvias no caer más sobre los campos de aquella región. Los prados floridos, los árboles
cargados de frutos, los valles amables, los ríos caudalosos se marchitaron y se secaron,
convirtiéndose en inmensos arenales grises, desolados y tristes.

Pero Kon tuvo piedad de sus criaturas y, para que no muriesen todas, permitió que en algunos
valles florecieran frutos y plantas y que se secase la fuente de las aguas en algunos ríos.

Esta es la leyenda de la costa del Perú, que se relataba en los tiempos del Perú primitivo. (7)
EL MITO DE NAIMLAP Y LA ESTATUA DE ESMERALDA

Naimlap, fundador de Lambayeque y su primero soberano desembarcó, en época desconocida,


viniendo probablemente de Centro América, en la desembocadura del actual río de
Lambayeque, llamado antiguamente Fuquisllanga. A cosa de una legua de este lugar construyó
su primer templo, llamado Chot, que es actualmente la Huaca Chotuna, situada en las
inmediaciones del sitio que es hoy conocido con el nombre de Lambayeque viejo, lo que ahora
es terreno de la hacienda Bodegones.

El guerrero trajo consigo y colocó en el mencionado templo un ídolo que representaba la


imagen del jefe, hecho de una sola piedra verde, que la leyenda ve como esmeralda, a la cual
llamaban Yampallee, que quiere decir estatua o efigie de Naimlap, porque en realidad tenía el
aspecto, tamaño y atributos de aquel guerrero.

El mito establece que Naimlap, a fin de que se siguiera creyendo en su existencia y en su poder
divino, se enterró en la Huaca Chotuna, junto con su propia efigie. Quiso de esta manera, el
jefe mochica, que su recuerdo no desapareciera, suponiendo que la estatua de esmeralda le
daría la oportunidad de continuar gobernando a su pueblo y que por este medio se vivificará
eternamente su memoria.

Poco después de su muerte, sus numerosos descendientes, para hacer creer a las súbditos que
el soberano era inmortal, esparcieron las voces que él, por su propia voluntad, se había dado
alas y elevándose al cielo, continuaba normalmente su gobierno, convirtiéndose así, como en
todas las mitologías, de hombre en semi-dios. Con el fin de hacer aún más real esta creencia,
que viene a ser el primer secreto de Estado en la historia de las tierras yungas, los familiares de
Naimlap, se repartieron por todas direcciones, con el objeto, según dijeron de buscar el cuerpo
de su jefe desaparecido tan misteriosamente.

La leyenda que actualmente, todas las noches, a las doce en punto, se oye el canto raro y
estridente de un gallo, se deja oír una música especial, como si fueran trompetas y se ve una
deslumbrante fogata de color verde, en la parte más alta de la Huaca. Es la leyenda del gallo
encantado, la campana de oro y el cerro que arde, la cual se descompone así: el gallo llama a
los hombres a la guerra, es el clarín del combate; las trompetas anuncian el final de la batalla,
es el triunfo y el resplandor verde proclama la hazaña del guerrero, puesto que es el propio
Naimlap, dentro de la estatua de esmeralda que alumbra, con el poder del héroe todos los
contornos, como tea que simboliza su conquista, para orientarlos en la lucha y para perpetuar
el recuerdo de su gloria.

El hijo mayor de Naimlap, Cium, siguiente la tradición real se encerró en el subterráneo de la


Huaca Chotuna y conservando el ídolo de su padre al lado se dejó morir de hambre, no solo
para ocultar su muerte al pueblo, sino también para hacer creer que su raza era inmortal.

Entre los sucesores directos de Naimlap llegamos al último de los de la dinastía, a Tempelloc,
en quien termina definitivamente la sucesión debido al hecho siguiente: Tempelloc, siendo el
duodécimo descendiente, en línea directa, pretendió variar el lugar de ocupación del ídolo,
que se venía venerando en la Huaca de Sioternic, que se llama ahora la Huaca de la Cruz, y que
desempeñaba las funciones de palacio, ya que Naimlap había separado formalmente la política
de la religión.

Tempelloc, al realizar tal hecho, rompió la tradición dinástica y mutiló la leyenda heroica. Poco
después de su realización recibió un insólito aviso, pues se le apareció el demonio, bajo la
forma de una bella mujer, tratando de seducirlo y de calmar sus temores y recelos, y una vez
que se hubo consumado el atentado sobrevino el castigo y la desgracia. En efecto, comenzó a
llover ininterrumpidamente, por espacio de una Luna, lo que trajo como consecuencia la
inundación de las ciudades, la destrucción de los caminos, la pérdida de las cosechas, la
muerte de los animales y la huida de los hombres, a los que naturalmente siguió un año de la
más completa esterilidad, sequía y hambruna. Todo era desolación, miseria y desgracia y sobre
el primitivo Estado mochica cayó la cólera del ciclo.

Los sacerdotes del templo de Chot, guardadores de la fe religiosa, y los guerreros habitantes
del palacio de Sioternic, cuidadores de la tradición política, consideran mal con el demonio y al
hecho de haber roto la costumbre, quebrantando la fe y desobedecido la ley, era el
responsable directo del desastre que había caído sobre el pueblo, se sublevaron contra su
autoridad y atándole de pies y manos, y en procesión pública, lo arrojaron al mar.

Y así, trágicamente, terminó la dinastía de Naimlap, fundador y primer soberano de


Lambayeque, a pesar de los ruegos de Tempellec a Xllang, el Dios-Sol de la mitología mochica.
(8).
EL ATOGHUARCO

Recopilado por Uber Crisostomo Rojas

Atoghuarco es un sitio peligros. Allí la carretera hace un doble recodo, cerca al puente de
madera que está tendido sobre el río. Allí empieza el caudaloso Cañete, que corre tumultuoso
entre rocas altísimas cortadas a pico. Si el viajante levanta la vita hacia una de esas rocas
altísimas verá la figura perfecta de un zorro colgado del cuello, como si un escultor milagros la
hubiera tallado en la dura piedra. Pregunté el origen de esta figura y me contaron esta historia.

Un día llegó a Tanta, pueblo de pastores, un ser extraño de piel blanca, cabellos rubios y
destacaba por su gigantesco tamaño, sin duda era un Huaccha. Nadie supo de dónde venía,
mas si sabían que se dedicaba a robar gallinas y a los más tiernos corderitos. Así se alimentaba
y vivía en una cueva cercana. El terror cundió entre los pobladores y lo llamaban Atog. Entre
las mozas pastoras la más linda era la Mariacha: joven, alegre y bella. Mariacha también temía
al Atog.

Una tarde de vuelta al pastoreo, en una senda estrecha, cuando menos se lo imaginaba, se
encontró de improviso con el Atog. Aterrada de miedo corrió sin rumbo y al ver que el gringo
lo perseguía, loca de terror se desvió del camino hasta dar con el abismo. Miró hacia atrás,
estaba cerca a su perseguidor. El Atog sudoroso con el rostro alterado, con el esfuerzo
completo y gozoso de ver a su presa acorralada pensó que para ella no había escapatoria. La
iba a tomar por la espalda cuando la pastora con un grito terrible, que se confundió con el
silbido del viento, se dejó caer al abismo. El Atog también perdió el equilibrio y resbaló al
abismo quedando colgado del cuello en las zarzas que allí crecían.

Con el transcurso del tiempo, el Atog se iba transformando en un petrificante zorro, mientras
abajo, en el río flotaba las multicolores prendas de vestir de la bella y hermosa Mariacha. (9)

De El geniecillo (C.T.M.)
EL PAN DE ORO

Recopilado por Dora Gloria Ramos Salas

Hace muchos años el cerro la Colina era un cerro que contenía mucho oro. La gente de esos
tiempos cuando tenían necesidades económicas se dirigían al cerro a pedir favores. En la
noche el cerro daba señales de su riqueza mediante fogatas en todas sus laderas, las llamas de
un azul intenso. Al ver estas señales mucha gente se dirigía con caballos y burros.

El cerro daba riqueza en forma de pan, cereales, tubérculos y frutas; conforme llevaban se
convertía en oro. La noticia corrió por todo el valle y otros lugares desde donde venían
muchísima gente con más de cinco acémilas. La ambición de la gente hizo que el cerro se
enojara para ya no brindarles ningún favor.

Hoy en día el cerro todavía tiene riqueza, en las noches sobre todo los martes y viernes arde, al
ver esto los huaqueros y brujos del lugar intentan llegar al cerro pero regresan enfermos y
hasta mueren. (10)

De El geniecillo (C.T.M.)
MITO DE LA MISHA DE LOS SIETE COLORES, LAS AGUAS BRAVAS, LA SERPIENTE DE PLATA Y
LA VOZ DEL SOL

En la hacienda llamada “Palambe”, en el lindero entre Lambayeque y Cajamarca, existe un


cerro aislado y abrupto, célebre por la furia de sus vientos, que casi lo hacen inaccesible y
porque la leyenda lo ha hecho de una laguna misteriosa, donde habita una serpiente de plata.

Antes de que el Sol fuera dueño de las esferas, señor de los espacios y amo de los cielos era un
simple mortal, casado con su hermana la Luna, ser humano como él.

Cuando ambos consortes recorrían los mundos, tratando de encontrar un lugar que les sirviera
de albergue y un sitio que pudieran convertir en hogar permanente, llegaron a la cima de
aquel cerro, que era bello, tranquilo, alegre y accesible, y encantados de la paz que se
disfrutaba en él se establecieron allí.

La Luna, aun cuando era un ser femenino, no disponía de los lujos ni de las necesidades de la
moda o de la apariencia, y, por lo mismo no conocía los espejos, los collares, las pulseras, los
afeites o las pinturas, y el matrimonio vivía feliz y dichoso. Pero una mañana en que la Luna se
bañaba en la laguna, que en lo más alto de aquel cerro existía, un bejuco de color verde pálido
le rodeó el cuello y las hojas azules, rojas y violetas de la misha de los siete colores le cubrieron
la cara. Tranquilizada la superficie de las aguas, la Luna, se miró a sí misma, convirtiendo a
aquella laguna en el primer espejo de la humanidad, se vio bella, adornada con el primer collar
y las primeras pinturas de la mujer y enamorándose de sí misma se negó a abandonar la
laguna, a pesar de los requerimientos del sol, su esposo.

Ante las constantes negativas de la consorte, el marido, poniendo en práctica sus artes
mágicas procedió al encantamiento del cerro y de sus contornos e hizo que sus aguas
tranquilas se volvieran bravas, para que no reflejaran más ninguna faz en su superficie y para
que rompiéndose el encantamiento, su esposa, volviera a su poder, hizo que el bejuco se
convirtiera en serpiente de plata, a la cual dio el encargo de velar y cuidar del agua de la
laguna; hizo que la planta que adornó los labios y las mejillas de la Luna fuera desde entonces
la yerba de los magos o de los brujos y que tuviera los siete colores, puesto que se los había
dado a la Luna y, por último, no turbaran el reposo de su hogar y para que otros dioses no
pretendieran arrebatarle sus encantos.

Desde entonces las aguas de aquella laguna se volvieron bravas; en sus orillas y rodeándola
nació y creció la misha de los siete colores, como una prueba palpable de que ese lugar
pertenecía a la familia del Sol; fue creada la serpiente de plata, para que vigilara su hogar, y,
por último hizo que sus gritos se convirtieran en vientos rápidos y ares vertiginosos probando
así que la voz del amor de los Cielos se extiende y se oye por todos los ámbitos de la Tierra.

Inaccesible es el cerro, porque la voz espanta, el que mire las aguas se convertirá en bejuco; el
que toque la misha se volverá una planta y quien vea a la serpiente de plata morirá espantado.
(11)
LA HISTORIA DEL NIÑITO DEL MILAGRO

Recopilado por Liliana Aleman Iman

En la provincia de Chiclayo, distrito de la ciudad de Eten, hay una historia del Niñito del
Milagro. Se dice que hace muchos años unos hombres fueron a la playa de esta misma ciudad
a pescar, horas después veían que no pescaban nada, de repente vieron aparecer a un niño
que venía desde el fondo del mar, caminaba encima de las aguas con dirección hacia ellos.
Estos hombres se asustaron y echaron a correr. Estos hombres voltearon y veían que el niño
los perseguía pero hasta cierto lugar y luego desapareció. Ellos se miraron y decidieron
regresar por sus cordeles de la pesa y cuando ellos se acercaron donde estaban sus
pertenencias encontraron que estaban llenos de peces; entonces, ellos dijeron que fue un
milagro; corrieron a ver lo que había sucedido y encontraron huellas de los pies de un niño, era
el lugar donde había desaparecido, pero siempre quedó la duda.

Pasaron 6 meses. En el mes de julio y se estaba celebrando una Misa de Pentecostés, acudió
mucha gente, entre ellos dos de los pescadores. Al momento que el sacerdote levanta la ostia
para enseñar el cuerpo de Cristo, en ese mismo momento vieron aparecer un Niñito en la
ostia; la gente desesperada quedó asombrada. Los pescadores se acercaron y reconocieron
que era el mismo niñito que se apareció en la playa. El sacerdote y el público estaban
sorprendidos. Esta aparición duro 5 minutos y luego desapareció. También estaban presentes
dos sacerdotes franciscanos que confirmaron la existencia de este milagro, desde entonces
creyeron en los pescadores y levantaron una Capilla y un altar con el mismo rostro de este
niñito en la playa. La gente dice que este niño siempre desaparece de su altar y comienza a
caminar por la playa. A partir de entonces todos los años del mes de enero y julio se celebran
una gran fiesta en reconocimiento a sus milagros; la gente le tiene mucha fe y la gente llega de
todo sitio a participar de esta fiesta (12).

De La leyenda del venado (C.T.M.)


LA MELCHORITA

Recopilado por Ofelia Quispe Ventura

Cuentan que había en un pueblo, una humilde niña, la cual era muy bonita. Dicen que ella
tenía una ollita pequeña, que en ella hacía comer a toda su familia y no solo eso sino que
también daba de comer a toda la gente que le pedía, algo increíble pero ella no sé cómo pero
hacía alcanzar la comida.

Por eso esta niña es bien recordada y está en la memoria de todos, debido a todos los milagros
que hizo con las personas, los cuales tienen mucha fe en ella, es decir, por la Melchorita. Ya
que se halla enterrada en Chincha. (13)
MITO DEL ORIGEN DEL MOCHICA Y EL ALGARROBO

Luchaban en todas las esferas cósmicas los dos poderes eternos: los Dioses y los Demonios, el
Genio de bien y el Poder Maligno, para establecer la supremacía de sus propios derechos y
rodaban por los diferentes mundos y los espacios siderales, en abierta y constante rebelión.

El Bien pretendía crear al ser que los ayudara en la obra de la evolución, al hombre, y el mal
quería impedir esta realización, que le conllevaría un enemigo declarado.

Surcando el Universo, llegaron aquellas fuerzas luchadoras a la Tierra, en la cual nada existía
fuera del algarrobo, que era una planta rastrear, reptante, indeleble y raquítica, la cual nada
era, nada significaba, ni nada producía. Y a pesar de su mínima importancia una de las lianas
del algarrobo se enroscó en los pies del Genio del Mal, accidente que fue aprovechado por su
enemigo para dominarlo.

Entonces, y en agradecimiento, dijo el jefe de los Dioses: “Como si te hubieras adelantado a


mis deseos, has contribuido a mi victoria. Tú serás desde hoy mi siervo, mi semejante y mi
aliado. Para que tengas poder, tú serás el candidato elegido para ser Hombre y tendrás las
características un Dios encerrado, de un Dios en potencia, de un Dios encadenado. Hombre
por fuera y Dios por dentro serás, desde ahora, grande y fuerte en tu aspecto, severo y sereno
en tu forma; eterno y constante en tu vida. No necesitarás sino de Mí, el Sol, para vivir, porque
a nadie debes tu emancipación sino a ti mismo y a Mí”.

Y al conjunto mágico se creó el indio mochica, que salió del propio árbol del algarrobo, ya
mayestático.

Pero el demonio, que no estaba muerto sino cautivo, produjo su maldición, diciendo: “Puesto
que te has tornado en mi enemigo y has contribuido a mi derrota. Yo, el Genio del Mal, en
oposición a las virtudes que te han sido otorgadas, te conde, para siempre una parte de mí
mismo. Serás mi vasallo, mi prójimo y mi aliado. Aunque seas grande y fuerte, el juego de la
pasión te convertirá en cenizas; aunque seas severo y sereno, te conmoverás cuando el viento
de la adulación te roce; aunque seas eterno y constante en tu vida pesará sobre ti el soplo del
olvido y de la ingratitud, y aun cuando solamente necesitarás del Sol para vivir y perdurar,
estarás unido a la Tierra, con todos su vacíos y defectos, puesto que solo así podrás aprovechar
de aquella primicia celestial. Y ten presente que a Mí también debes tu liberación. A ti y a Mí”.

Por esto:

El algarrobo es Dios: él jamás llora;

el algarrobo es Diablo: nunca reza;

no necesita nada en su grandeza,

nada pide jamás, ni nada implora.

El algarrobo es Dios. Desafiante y austero, solo fuerte, nace y crece donde la aridez de la tierra
nada ofrece; majestuoso y solemne se fortifica con la propia arena candente, con la arena
muerta, que no produce y realiza el milagro de vivir de la nada.
El algarrobo es Diablo. Lo demuestra así su indestructibilidad; es eterno como el Mal, y se burla
del Tiempo, domina a la Tierra y se ríe de la Naturaleza.

Representando, pues, al Dios y al Diablo, Bien y Mal, Cielo e Infierno, los pares de opuestos;
realizándose en él la dualidad completa, que es la Unidad absoluta, simboliza la perfección.
Faltaríale, tan solo, el sello de propia personalidad, el aporte humano. Pero el algarrobo
también lo posee.

En su aspecto morfológico tiene la corteza broncínea como el color del indio; el corazón rojizo
del árbol representa la sangre del mochica y sus espinas y aguijones son los cabellos hirsutos
del yunga. Por su interpretación intrínseca es rebelde, altivo e incorruptible.

El algarrobo primero se rompe antes de que doblarse y el indio muere con su secreto; el fruto
del árbol es de color dorado como el de aquel Sol que los indios adoraban; su madera se
petrifica en el agua, tal su constancia y así proceden los mochicas en sus costumbres
ancestrales que aún subsisten; si en el árbol rebota el hacha, el mochica rechaza al castellano;
vive aislado y solo como existió aquella civilización; y, como el indio, a pesar de vientos y
tempestades, inundaciones y sequías, que representan la conquista y el atropello, el pillaje y la
ruina, ambos, el algarrobo y el mochica subsisten iguales, venciendo al Eterno. Duro es el
corazón del árbol como es impenetrable el pensamiento del indio; el árbol no permite que a
sus expensas viva planta alguna, como la civilización nombrada que no permitió extrañas
influencias, y así como ella no se cansa de esperar nunca la resurrección de su antiguo poderío,
tampoco el árbol se fatiga de retar al Sol y de lidiar con la arena. Y así, juntos ambos,
desafiando al tiempo y a la muerte, son uno solo en esencia y un bosque es una raza, porque:

Ese árbol desafiante nunca llora;

y aquel indio solemne nunca reza;

si aquel nada pretende en su grandeza,

este nada pide jamás ni nada implora. (14)


LAS ISLAS DE SAN PEDRO

Recopilado por Cámac Lozano, Henry

Cuentan que las islas que se pueden apreciar en la playa San Pedro al sur de Lima, eran
personas; dicen que antiguamente en el Templo de Pachacamac vivía una princesa llamada
cahuillaca quiera era muy hermosa la más deseada de todo el imperio, un día cuando de todo
el imperio, un día cuando ella paseaba por el jardín del Palacio se sentó a descansar bajo un
árbol de manzana. En lo alto del árbol estaba Cuniraya escondido al verla quedó totalmente
enamorado de tan bella princesa, es así que el rey hizo llamar a todos los Dioses para saber
quién era el padre del hijo del Cohuillaca.

Llegaron todos los Dioses entre ellos llegó Cuniraya, pero él llego como mendigo una vez
reunidos todos Cohuillaca dijo hijo mío ve con tu padre y el niño fue al mendigo, todos se
quedaron asombrados. Ella no soportó que el hijo fuera de un mendigo salió corriendo hacia la
playa él la persiguió, pero por más que gritó no la pudo alcanzar ella se perdió con las olas y él
también convirtiéndose en enormes rocas. La más grande dicen que es Cuniraya la mediana es
Cahuillaca y la pequeña es la hija de ambas. (15)
EL HOMBRE CABALLO

Recopilado por Andrea Arango Sánchez

En la provincia de Chincha, específicamente en el distrito de Sunampe cuentan los pobladores,


que existía un ser extraño, aquel era mitad hombre y mitad caballo.

Todos vivían angustiados porque este hombre caballo salía a partir de las 6:00 pm y comía
seres humanos.

La gente ya no podía salir o quedarse en la plaza de armas hasta tan tarde. Decían que si una
persona lo veía a la media noche en luna llena y lo acariciara pues se le cumpliría un deseo y
esto hombre caballo moriría.

Nadie se atrevía porque podía ser mentira lo del deseo. Una noche un señor se arriesgo y el
deseo que iba a pedir era ser rico y tener todas las comodidades del mundo. Llegó la noche y
vio al hombre caballo y al acercarse vio que este animal se enfurecía al verlo. Al señor le dio
miedo y empezó a correr y correr y n ese trayecto veía en su camino mucho dinero
desparramado, entonces se detuvo a recoger todo el dinero, cuando de pronto ve acercarse al
hombre caballo y lo devora dejando la calle llena de sangre.

Ahora aquel lugar está prohibido de pasar por las noches en tiempo de luna llena porque
nuevos inmediatamente por él y al día siguiente en toda la calle encuentras varias monedas
que si las recoges te vuelves pobre, ellas desaparecen solas.

De El lagarto de oro (C.T.M.)


EL MITO DE LAS ESTRELLAS Y DE LOS HOMBRES

Los antiguos mochicas se creían descendientes de cuatro estrellas primitivas o sea de dos
parejas matrimoniales de astros, que habían procreado a todos los mundos.

Era cuestión fuera de duda, para los primeros mochicas, que todo lo celestial tenía un exacto
duplicado terreno. El aforismo cabalístico de “Así como es arriba es abajo” era, para ellos, un
artículo de fe religiosa.

En lo que respecta a sus creencias sobre los astros eran primitivas y restringidas. Así, por
ejemplo, la Luna era más poderos que el Sol y también más útil, ya que se dejaba ver de noche
y porque despejaba las tinieblas. Y se dejaba ver de noche especialmente para perseguir a los
ladrones y castigarlos, puesto que era el vicio del robo el que ella más aborrecía. En segundo
lugar veneraban al planeta Venus, a Sirio y a la constelación de las Pléyades o Siete Cabrías,
que según sus creencias era la autora y creadora de todo el ganado cabrío, vigilando y cuidado
del mejor desarrollo y conservación de los rebaños.

Aquella doble pareja estelar, autora de todos los humanos, parece que estaba constituida por
las estrellas de las constelaciones del Can Mayor y del Pescado Austral. Las dos estrellas más
grandes y brillantes dieron origen a los nobles, a los principales, a los más inteligentes de los
mochicas, mientras que de las otras dos estrellas, las más pálidas y pequeñas, procedieron los
humildes, los tontos y los plebeyos. Por esto solo los nobles podían desempeñar las más
elevadas funciones del Estado, puesto que eran del mejor linaje celeste y estaban protegidos
evidentemente por sus progenitores del cielo, estándoles reservado, a los de clase inferior, de
acuerdo también con su origen, los cargos, oficios y menesteres de menor importancia.

¿Cómo podría desempeñar, por ejemplo, el cargo de adivino o sacerdote público, un mochica
que no tuviera a su favor un origen importante? En caso contrario no existía la garantía
nacional, la fe pública ya que pesando sobre ellos la responsabilidad del pueblo y la vida propia
del Estado, bien fuera en los que respecta a las calamidades, a las enfermedades, a las
guerras, a los hombres y los triunfos, y estando por su propio origen y descendencia,
amparados por sus padres del Cielo, no debieron equivocarse nunca.

De esta manera, los primeros habitantes de las tierras lambayecanas se aseguraban la bondad
de los cielos y adoraban a los rastros, las lluvias, los vientos, el rayo, el relámpago, el trueno y
las auroras, porque eran manifestaciones del amor o de las cóleras divinas. (17)
MITOLOGÍA DE LAS ISLAS DE PACHACÁMAC

Después de la creación de la tierra por Pachacámac, los otros dioses vagaban por el mundo
tomando distintas apariencias. En aquel tiempo en las alturas del valle de Lurín vivía una bella
joven llamada Cavillaca, esta princesa era cortejada por todos los caciques de la comarca, ella
no aceptó a ninguno porque era muy vanidosa. El Dios Kon llamado Cuniraya se enamora
perdidamente; convertido en “piojoso” trata de conquistar el amor de la joven obteniendo
solo el desprecio, herido en su amor se transformó en pájaro.

Un día cuando la bella joven descansaba debajo de un lúcumo, el pájaro hace caer uno de sus
frutos, la joven se lo comió porque le gustaba mucho, enseguida quedó embarazada. Nueve
meses después dio a luz un varoncito, cuando el niño tenía un año la madre quería saber quién
era el padre, para salir de la duda manda a reunir a todos los caciques del lugar, entre ellos
ingresa al palacio el Dios Kon. El niño escoge a su padre, gateando se acerca al piojoso, al ver
esto la princesa herida en su orgullo, agarró a su hijo y se vino corriendo para la costa, el
piojoso mientras tanto convertido en uno de los dioses más hermosos y sumamente triste
busca a su amada en todos los lugares del valle.

Cavillaca, con su hijo en brazos seguía avanzando rápidamente a la costa, el Dios Kon le seguía
pero a su paso se encontraba con muchos animales; a los animales que le daba esperanzas de
encontrarla les bendecía como al cóndor, halcón, león y otros y a los que le desalentaban y se
mofaban con su dolor les maldecía como al loro, al zorrino, a la serpiente y pájaros de mal
agüero.

Después de subir y bajar muchas quebradas llegó a la playa de San Pedro de Lurín. El corazón
se le partió cuando vio que su amada y su hijo se había convertido en dos piedras una grande y
una pequeña. Hoy en día es conocido como las dos islas de la Playa de San Pedro de Lurín. (18)
MAMALUNA

En el departamento de Arequipa, provincia de Castilla, distrito de Ayo. En ese pueblo Ayo dice
cuando la luna se escondía, salían los gentiles. Era tipo de duende los cuales se apoderaban de
los pobladores de esta región. Se les metía al corazón y morían vomitando espuma blanca; por
tal motivo cuando los pobladores veían que la luna se ocultaba entonces comenzaban a gritar
todos los habitantes de esta región padres e hijos “REGRESA MAMALUNA”, para evitar que
salgan los gentiles. (19)
LA PASTORA Y EL MACANCHE

Recopilado por Salinas Espinoza, Vanesa

En la cálida y acogedora provincia de Sullana, existe hace muchos años el caserío de MONTE
ABIERTO, situado en el distrito de Ignacio Escudero, en cuyos campos se encuentros cerros
raros y de mágica belleza, en los cuales crecen grandes algarrobos, que sirven de refugio y
descanso a pastores y sus rebaños. En estos lugares abundan toda clase de insectos; así como
variedad de aves y otro tipo de animales ardillas, zorros. Pero lo que todos temen es la
presencia de “Macanches”, por ser una de las víboras venenosas y más grandes de la región.
Esta zona se caracteriza porque en la falda de los cerros existen muchas cuevas abiertas de
peñascos y cuando el sol se encuentra en lo alto, se dibujan en las pampas las sombras de
gallinazos. Cuentan antiguos moradores, que en estos campos en uno de esos días sombríos
sucedió un hecho espeluznante, el romance de la “Pastora” y un “Macanche” y cuyo nido de
amor rea una de las cuevas que existen en esta zona. Este insólito romance se inicia cuando
cierto día en que la Pastora conducía su rebaño de cabras por estos parajes, al pasar cerca de
una de las cuevas, sintió de pronto curiosidad y un deseo irresistible que la impulsó a ingresar
a una de ellas. Su asombro fue muy grande, cuando dentro de la cueva divisó a un enorme
“Macanche”, en su madriguera. Pasado el susto, la pastora experimentó una extraña sensación
en todo su ser y así temblando por el espanto, se sintió atraída por el reptil que la miraba,
cautivándola y seduciéndola como si fuera un enamorado. Así fueran pasando los días y en el
corazón de la pastora iba creciendo con más fuerza un sentimiento, de tal manera que acudir a
la cueva era como si se tratara de una ineludible cita de amor. Los padres de la Pastora
ignoraban lo que le pasaba a su hija, hasta que una noche algo raro experimentaron, pues
tuvieron la impresión de que alguien había ingresado a su dormitorio, preocupados por su
seguridad y temiendo que algo malo le pasara decidieron ingresar en horas de la madrugada y
grande fue la sorpresa, cuando en la cama de su hija encontraron algunos extraños y raros
huevos, pero al no encontrar explicación de lo sucedido, llenos de asombro se retiraron. La
Pastora aprovechó el momento para cogerlos y con infinita ternura los colocó junto a su pecho
y los llevó a un lugar más seguro; pero como esta escena la repitió varias veces, sus padres
sospecharon que algo raro le pasaba. Una mañana la siguieron y grande fue su sorpresa al ver
que los huevos que encontraron en la cama, ahora estaban en la madriguera del “Macanche”,
y al cuidado amoroso de ella, fue entonces tal la indignación que se apoderó de ellos que no
tuvieron más remedio que armarse de palos y machetes dándole al instante cruel muerte al
animal, sin pensar en las consecuencias. Este inesperado final causó tanta pena y dolor a la
Pastora, sucede cuando poco a poco el sufrimiento la fue consumiendo e irremediablemente
dejo de existir.

Desde entonces cuentan que en los cerros del barrio San Miguel (Monte Abierto),
especialmente en las noches de luna llena, se escucha a la distancia un sonido parecido a un
gemido lastimero de una mujer, que cual eco misterioso resuena en toda la zona y todos
coinciden que debe ser la Pastora que murió de amor evocando a su “Macanche” (20)

De El lagarto de oro (C.T.M.)


HISTORIA DEL MITO CELESTE

El Sol y la Luna constituyen un matrimonio de estirpe real. Las estrellas, cometas, nebulosas y
demás elementos estelares forman la corte. Todas las mañanas los esposos se separan para
juntarse nuevamente en las noches, a excepción hecha de las noches de Luna llena, en que el
ayuntamiento es impropio.

No solo la Tierra y los seres que la habitan se aprovechan del Sol, también el agua, cuando lo
refljeja, se convierte en nube, donde se cobijan los espíritu buenos; mientras que el viento
huracanado, el viento frío, que no se detiene nunca, lo nubla ocultando, por lo mismo, a los
espíritus malos, los cuales embisten furiosamente y en son de guerra a los demás elementos,
para destruirlos; pero el Sol ha colocado sus defensas y fortalezas, que son los cerros y
montañas, para desviarlos, detenerlos y convertirlos nuevamente en lluvia y granizo,
haciéndoles sentir así que se encuentran sujetos a su poder y a su arbitrio.

Así también son los hombres, nubes y aguas, aguas y nubes, según sea su propio progreso y su
natural evolución. Hombres buenos: nubes blancas, lluvia fecundante, paz, serenidad y
producción; hombres malos: nubes negras, tormenta, desorden y ruina. De aquí explicado
porque se le rendía culto al Sol siempre con alabanzas, nunca son ruegos y se le hacían
ofrendas de flores y de frutos, que eran los productos de la tierra, vivificadas por las aguas.

Cuando se produjo el primer eclipse solar, los hombres, creyendo que era la muerte definitiva
del Sol, su padre, se prepararon a morir también con Él, ya que sabían que dormía o
descansaba cada noche, como ellos, y que como ellos también tendría que descansar
eternamente; pero cuando la ocultación temporal pasó y el Sol dio nuevamente su gloria, ya
que los hombres comprendieron que era inmortal o que había triunfado sobre la muerte.

Y para darle mayor certidumbre a esta creencia, el Sol les dijo:

“Concentrad vuestros pensamientos en las aguas tranquilas, para que os volváis mejores y me
reflejéis en vuestros cuerpos, que por este solo hecho se volverán iluminantes. Vuestros ojos
se tornarán en lagunas tranquilas y quietas que yo calentaré, viviendo en el seno de vosotros, y
sin que los sepáis se os dará el privilegio, al fin, de tener mil ojos para ver lo invisible. Si no me
veis a veces no es culpa mía, sino de vosotros que no abría los ojos el espíritu, ya que vuestra
oscuridad mental me oculta. Todos los seres son iguales al Sol, en lo físico, siendo sanos y en lo
espiritual, siendo buenos”. (21)
Carlos Augusto Rivas

KON WARPA, EL REY QUE SE CREYÓ DIOS

Kon Warpa, soberano rey de las alturas, en los años de su trémula longevidad veía venir sus
últimos días. En la plenitud de su reino todo lo creyó suyo, hasta ser el dueño del tiempo y
nadie osó ir contra su voluntad y autoridad suprema, y menos aún en contra de sus ideales que
eran mandato de ley entre sus súbditos.

Aquel que desobedeciera a la altiva divinidad sería castigado ejemplarmente, por eso todos le
veneraban como rey y como dios de los cielos fulgurantes.

Nunca nadie creyó que en su decrepitud perecedera, el tiempo le fuera contrario a su voluntad
y, para evitar que eso se conozca, decidió buscar las sagradas aguas de la eternidad que los
ichmas decían conocer. Después de tanta búsqueda llegó a la conclusión que todo era en vano,
fue entonces cuando conoció el congojo de la tristeza, hasta resignarse a esperar lo
irremediable, la muerte. Solo eso le quedaba.

Kon Warpa, en los tiempos de su reino, dominó con la investidura del tirano impiadoso que no
supo del perdón, por eso para él no dabía la indulgencia de quienes cometieran el grave delito
de mirarlo de frente, porque no está permitido ver al dios como a cualquier ser de la tierra. Así
se hizo conocer.

Kon Warpa, entre los cóndores, era el más poderoso y cruel de los animales.

Hubo de hacerse sentir cuando supo que las chinchillas eran las más felices de la tierra por ser
los animales con piel más apreciable y fina.

-Aquí no hay más privilegio que el que yo poseo –dijo irascible Kon Warpa y ordenó que se
extermine a todas las chinchillas.

OJO AQUÍ NO SE NOTA su voracidad con las chinchillas en el menor tiempo posible, mientras
que las torcazas, en veloz vuelo, fueron a poner en alerta a las sentenciadas pedestres de las
colinas. Fue por ellas; las torcazas, que las chinchillas supieron de su injusta condena.

Challcha, el viejo chinchilla, agradeció el aviso que le permitiría evitar el exterminio que se
cernía sobre ellos, sin darse cuenta que en ese momento, los crueles halcones ya rodeaban la
región de las colinas en emboscada y empezar la cruenta matanza de la que solo algunas
chinchillas pudieron escapar, mientras que las torcazas huían sin rumbo, por entre los tupidos
pinares, río abajo, hacia Hurin, donde encontraron la paz en medio de los frutos del dios
Ichimay.

Kon Warpa, en su lecho de agonía, veía venir la muerte y el recuerdo de sus ruindades hacía
más intenso y lacerante su dolor, su grito de arrepentimiento y enorme pena fue su sentencia.
El mal regado por su voluntad era el mal sembrado en su alma rencorosa e infeliz, por lo que le
provocaba espanto al saber que las ganas de vivir era inútiles. Su cuerpo plumífero se
consumía lenta e irremediablemente, como cuando se pone el sol sin que nadie pueda
detenerlo; y cuando aún le quedaba el último suspira de vida, comprendió que ya no podía
cumplirse su ley, sino la ley de la naturaleza que finalmente terminó con su aciaga vida de
déspota. (22)
SOBRE EL NOMBRE DE HUACHO

Recopilado por F. Cecilia Fiestas

El nombre de Huacho se lo pusieron de esta manera: Antes para llegar a Lima, llegaban a una
parte de donde todos los que venían del interior de allá del norte descansaban en esa parte. N
esa hacienda había patos silvestres, gallinas alzadas; había de todo, pues allí comían,
descansaban pa’ llegar a Lima. En ese tiempo no había todavía Pasamayo, se iban por arriba y
tenían que descansar allí, llegaban todos allí.

Entonces, el último que llegó fue uno de Talara, cansao y se acostó a dormir, pero ya había un
buen número y estaban agradecidos de ese sitio que los abrigaba, que había de todo: yuca,
camote; allí, nadie no tenía dueño. Y entonces llegó pues que principiaron a dialogar, a discutir
entre ellos qué nombre podían ponerle a ese sitio que siempre los ha salvado. Decían: “Bueno
hay que ponerle “Bienvenido”, o ponerle “Buena Fe”, varios nombres así. Uno le decían,
“Libertad, porque aquí nos hemos librado del cansancio, ya estamos listos pa’ ir a Lima”. Pero
en eso, había el talareño, que no entró en voto; en eso viene una gallina y ¡bum!, le pica así sus
dedos.

Y él se asusta pue´, porque ya tenían su dicho ellos ¡Gua! ¡Gua! pa’ todo era ¡Guaaa!, los
talareños tenían ese dicho. Todos estaban discutiendo que nombre le ponían. Viene la gallina,
le pica las uñas y se levanta: ¡Gua chooo! Como si estuviera arreando la gallina. Los demás
decían: ¡Guacho hay que ponerle, Guacho ‘ta bien!

Y así terminaron por decirle Huacho a esa ciudad, hasta hoy. (23)

De Mamaluna (C.T.M.)
Nelly Soto Solsol de Vila

LA PALMERA DE SIETE CABEZAS

Una palmera que tiene en su tronco, seis direcciones, en cada tronco, conos de nueve a diez
centímetros y una antigüedad de 400 a 500 años de vida haciendo un recuento general de las
seis vertientes, ya que cada figura significa un año, ha dado lugar a la siguiente leyenda:

El bosque cachichano tenía como elementos enigmáticos, palmeras, callados, huarangos,


olorosos eucaliptos en donde vivían para disfrutar de los frutos y bondades, algunos zorros,
lechuzas, búhos, culebras, pariguanas y mariposas como hijas predilectas del mismísimo
demonio.

No podía haber en el mundo un lugar escogido y adorado como Cachiche por su tranquilidad y
la soledad, en donde las hechiceras podían demostrar lo mejor de su arte en cada Congreso
que se realizaba una vez al año.

A nivel nacional el aquelarre reunía a las hechiceras más sabias, ellas llegaban portando en
cajas y maletas lo mejor de su arte para consultar el destino de nuestro país.

Se cuenta que una noche, en un concierto de brujería mientras buscaban las informaciones
deseadas, su aliado, el diablo, pidió el sacrificio de una bruja, la elegida recibió la noticia como
una parte del ritual considerándolo normal y necesario, pensando salvarse de aquella muerte,
se puso sus alas blancas y sus ojos de gato y voló y voló sobre su escoba hacia la más alta de las
palmeras, se escondió entre las hojas y los racimos.

Las brujas que la perseguía lanzaron un hechizo, la datilera cayó al suelo en forma de serpiente
entrando y saliendo erecta de la tierra como una víbora que ocultaba una arte de su cuerpo, la
bruja saltó en seis ocasiones y antes de morir, lanzó una maldición al pueblo, el día que crezca
la sétima cabeza, Ica desaparecerá por completo.

Las seis cabezas, están vivas con racimos de dátiles, de la matriz se bifurcan seis palmeras
como los tentáculos de un pulpo gigantesco.

Los cachichanos cortan los brotes de la sétima cabeza para que no se cumpla la profecía. (24)
MITO DE LA CAPULLANA DE LAMBAYEQUE Y EL REY DEL MAR

La capullana de Lambayeque, Susa Cunti, viuda de Paucar Taita, tenía dos hijas cuando Pizarro
llegó a sus dominios el 26 de octubre de 1532; la mayor se llamaba Anya Cusa y la menor,
impúber aún, Cusi Chunca.

Susa Cunti, la madre, invitó a los españoles a un banquete en su palacio, siendo este el primer
festejo que se realizó entre peruanos y españoles, el cual tuvo lugar en el palacio de la
capullana, en las inmediaciones de la Huaca Sioternic, conocida hoy con el nombre de Huaca
de la Cruz, lugar que en la actualidad pertenece a la hacienda Bodegones.

En aquel tiempo la ciudad de Lambayeque se encontraba situada más hacia el oeste del lugar
que hoy ocupa, y a distancia de una legua del actual río de su nombre.

Entre los participantes hispanos se encontraban, además de Pizarro, Alonso de Molina, Nicolás
de Rivera, Francisco de Cuellas, Domingo de Soraluce, unos de los tres de la isla del Gallo, Juan
Barbarán, que con el tiempo sería encomendero de Lambayeque, quien tuvo parte en el
rescate de Atahualpa, Bocanegra y Pedro de Alcón, el más joven, el más impetuoso y el de
mejor talante.

La capullana había dispuesto que sus mejores bailarinas entretuvieran a sus huéspedes,
contando entre las principales a Nanca Paya, Ini Ranta, Sucha Maitar, Anta Cocras y Llana
Suma; que sus mejores hombres les sirvieran, habiendo designado especialmente a Hurma
Cunto, Cuyo Huasi, Punga Tucta, Cusi Rampa y Rondo Cupas. Hacía de “ichurri”, adivino o
confesor, Pacar Anta y Runa Chumbi, desempeñaba las funciones de escanciador principal.

Pizarro y los suyos ingresaron al palacio de la capullana entre una doble hilera de parejas, que
portaban en sus manos ramas verdes y espigas de maíz, saludando con gritos entusiastas y
ademanes expresivos. La capullana se sentó junto a Pizarro y cuidó que Alcón, el guerrero
preferido, fuese situado entre sus dos hijas. Los demás concurrentes, españoles y nativos, se
colocaron en forma desordenada y libre.

El agasajo consistió en papas, mote, charqui, pescado, chirimoyas, mangos y chicha de quinua
y de maíz.

Las mujeres vestían así; camisa o “unca” de algodón, túnica o “amaco” de color amarillo y
manto o “lliclla”, que estaba prendido por delante con un alfiler de oro o “tupu” y sostenido
con una faja o “chumpi” de lana de vicuña, de diversos colores. La cabeza estaba adornada con
una cinta circular de color azul, llamada “huincha”, y del cuello les colgaba la “timpunga” o
medallón, que hacía el oficio de amuleto. Los hombres vestían camiseta y calzón corto, de
algodón y poncho de lana de vicuña. Hombres y mujeres se encontraban sin sombre y
tampoco llevaban calzado alguno.

Los españoles se adornaron, para el banquete, con escofión dorado, gorra y medallas, jubón
de terciopelo, calzas negras y espada y puñal al cinto.

Las “chirimías” y las cajas acompañaban el danzar de las bailarinas y los yaravís de los cantores.

Tal es la visión de la fiesta, pero escuchemos ahora lo que nos cuenta la leyenda.
Susa Cunta, la capullan madre, sabía que la virgen Cavallaca había sido fecundada, impúber
aún, de una manera misteriosa, por el Dios Coniraya, según la vieja leyenda de los indios
caribes, quienes por haber sido antiguos navegantes dieron a ese Dios las prerrogativas del
Señor del Mar. Susa Cunti, creyó que habiendo llegado los castellanos por el mar, deberían
tener estrechas relaciones con el Dios Coniraya, y como Cusi Chunca era niña aun concibió la
idea de hacerle ese agasajo al nuevo Dios, en quien veía al apuesto castellano Alcón, para que
se efectuara la fecundación portentosa.

Sin embargo, Alcón, puso los ojos y los deseos en Anya Cusa, la mayor, en vez de cumplir con la
leyenda del Dios del mar, que ignoraba en absoluto, y resolvió quedarse en Lambayeque,
habiendo perdido el juicio cuando Pizarro se lo prohibió, llegando hasta insultar y pelear con
sus compañeros y su propio jefe, considerándose señor y dueño de aquellas nuevas tierras,
aunque en realidad su locura se debía las diferentes composiciones que a base de “ornamo”,
“datura” y “huanarpo” le había hecho dar la capullana, a fin de hacer efectivo e impostergable
el milagro.

Pero como quiera que aquel milagro de la fecundación misteriosa, tan esperado, se realizó, no
en Cusi Chunca, la pequeña, sino en Anya Cusa, la mayor, la capullana madre hizo que el
“huatac” o adivino consultara con los “sonopas” o ídolos particulares, que fueran realizados los
ritos de estilo, como eran la interpretación de los ensueños; arrojar hojas de coa al aire y
estudiar su caída; examinar el andar de las arañas; la situación de Venus y el sonar de los
granos de maíz al ser cocidos. La conclusión fue desastrosa: el Dios blanco no era dios, puesto
que había fecundado a la mayor y no a la impúber y por lo tanto no merecía ni consideración,
ni respeto, ni temor.

Y el veredicto fue terrible; cuando nació el primer mestizo del Perú, la madre y el fruto fueron
enterrados vivos en la cámara secreta del templo de Chot. Y una vez al año, en el aniversario
de la muerte, se escuchan chillidos y gemidos, interpretándose estos como los dolores del
alumbramiento de la madre y aquellos como el llanto de hambre del pequeño. (25)
EL SEÑOR CAUTIVO DE AYABACA

Recopilado por Luis Rodríguez Paredes

El Señor Cautivo de Ayabaca (Sechura). Angelo dice que una vez un señor leñador fue a buscar
leña. Por la parte de afuera del pueblo encontró un madero, al cortarlo con el hacha vertió
sangre, y ese madero lo llevaron a una casita, ahí lo tenían. Como necesitaban un santo
patrono de Ayabaca habían decidido mandar hacer de ese madero la imagen. Entonces como
no había escultor en el pueblo se van a Ecuador a buscar. Nombraron una comisión especial,
cuando iban a buscar al escultor encontraron a tres caballeros que venían vestidos de blanco,
poncho blanco y con caballos blancos. Entonces les dijeron que se van a buscar un escultor que
hiciera la imagen del Seño Cautivo. Entonces ellos dijeron que podían hacerlo. Hicieron trato y
se comprometieron en hacerlo en ocho días, pero que los dejaran tranquilos. Ellos se metieron
en esa casita y que solamente le alcanzarían la comida por la ventanita. Y a los ocho días van a
entregar la imagen. Entonces dicen que diariamente le llevaban el desayuno, almuerzo y
comida. Así sucedieron los ocho días y después ya no recibieron la comida, pero no estaban.
Ya bueno, los señores preocupados porque no estaban ni la imagen ni ellos, entonces
rompieron la puerta y se encontraron con que estaba la imagen preciosa de ese señor Cautivo.
Encontraron la imagen lista y los alimentos de los ocho días estaban intactos. (26)
María Wiesse

LOS DIOSES

Sobre la ancha playa de arena un grupo de pescadores, inclinados ante el Océano, le ofrecía
plegarias, culto, adoración. Eran los hombres de la Costa, ene l Perú primitivo, que rendían
culto al dios mar, a la “Mama-cocha” o madre mar, como lo llamaban porque en sus aguas
encontraban alimentos.

En aquellas remotas edades el hombre creía que el mundo estaba lleno de dioses.
Sencillamente veía a la divinidad en las montas y en la tierra con sus frutos, en el fuego, en las
piedras precisa, como las esmeraldas, en el jaguar, en el cóndor, en la lechuza, en la serpiente
y en los monos.

Cada región tenía sus divinidades, sus mitos, sus creencias, que surgían de su fauna, de su
flora, del aspecto de su suelo. Así los costeños adoraban y veneraban al mar y los andinos al
cóndor que habita en los picachos de la Cordillera.

Y además de aquella multitud de dioses, encarnados en los animales, en los frutos de la tierra,
en las piedras preciosas y en las aguas del mar, los peruanos primitivos creían en tres espíritus
divinos, en tres seres inmortales; Kon y Pachacamac, adorados en la costa y Wirakocha, en la
Sierra. (27)
Carlos Augusto Rivas

EL DIOS DE LAS SIETE VIRTUDES

En tiempos inmemoriales –decía los tapus en sus cantos guerreros-, cuando el mundo era
inhóspito como tierra baldía, el hombre aun no habitaba la Pachamama, no existían los árboles
con frutos, ni aves que vuelen por los cielos; solo existían, en las remotas profundidades, seres
extraños de los que nunca nadie supo nada, hasta que se habló de un dios desconocido que
poseía siete virtudes. Aquel dios cierto día decidió otorgarle al mundo su gracia para que la
tierra no se más estéril ni triste.

El dios desconocido –que los tampus rehusaron dar su nombre –fue el primer dios de los
dioses y su creación dio origen a todo cuanto existe en la Tierra: a su fecundidad la convirtió en
mar; a su alegría, en luz; a su soledad, en motona; a su melancolía, en manantial; a sus dolores,
en rayos y truenos; y fue su pesar la lluvia, a su tristeza la convirtió en árbol y nació el llanto en
los sauces, y a su felicidad la convirtió en hombre.

Aquellos hombres que en un principio, moraban en la recóndita hondonada, no sabían de su


origen, supieron por boca del pashuro que la única manera de vencer al tiempo era apostando
por la existencia.

- No rendirse ante el infortunio, porque no hay infortunio que no sea dolor, y el dolor es
anunciación de muerte y toda muerte es condena –dijo el Pashuro.

Así nació el trabajo.

Y el trabajo hizo al hombre, lo que es de hombre a plenitud y fue humano: sentir, amar, odiar;
las nuevas virtudes en él, dio origen a su pensamiento que fue como el colle, flor que sirve de
follaje, pero no para todos los seres, pues no todos debían gozar de las tres virtudes humanas,
porque el dios desconocido así lo quiso.

Un día el dios desconocido dijo:

-El trabajo será consecuencia de todas las virtudes, de él dependerá el hombre y del hombre
dependerá la naturaleza, a la que transformará porque ella es su continuidad.

Solo así se supo que aquel dios desconocido era el dio Ichimay, el dios de los frutos, los
quechuas a sus tierras la llamaron Chinchaysuyo y cuenta que el dios Ichimay fue vencido por
el dios Pachacamac, sepultándolo en el olvido, por eso los tampus preferían no nombrarlo ni
rendirle pleitesía para que no reviva entre los hombre el sentimiento profanado con ojos de
odio.

Así se supo de las siete dadivosas virtudes del dios Ichimay y que dio origen al mundo. (28)
Eduardo de la Cruz Yataco

CÓMO LOS CÓNDORES Y GALLINAZOS PERDIERON LAS GARRAS

Así me lo contó don Félix:

En los tiempos en que los hombres aun no llegaban al valle del Rímac, cuando los animales
hablaban, entre ellos y con los dioses, sucedió un acontecimiento digno de recordarse.

Resulta que los animales no podían vivir tranquilos porque nos abusivos y crueles
depredadores asolaban por los valles del Rímac, Lurín, Mala y Chillón, hasta en riachuelitos
menores como los carrizales de Mamaq y las acequias que besaban las bases de los cerros San
Cristóbal y Las Ramas, que luego, bordeando las pampas de Amancaes, seguían por Comas
hasta desembocar en las playas del Callao. Tampoco se estaba seguro en las faldas de los
cerros, ni en los arenales de Comas, ni en las pampas de Medio Mundo, Amancaes y Collique.
Eran unas jactanciosas y malvadas aves: cóndores y gallinazos, que además de raudo vuelco
contaban con afiladas e hirientes garras, causando el terror entre los animales del cielo, la
tierra y las aguas.

Por más que pájaros y paloma volaran a ras del suelo o trataron de esconderse entre mitos,
molles y lúcumos no tardaban en ser advertidos por estos cazadores volátiles, que además
tenían buena visión, pues podían detectar desde las alturas de Chosica, a un gorrioncillo que
estuviera en Maranga. Pequeños roedores como cuyes, vizcachas y hucuchas o ratones d
campo igualmente eran presas fáciles, apenas si podían tomar pocos minutos de calor cuando
reverberaba el sol. Otros pequeños mamíferos como zorros, viringos (perros autóctonos del
Perú) y hasta zorrillos no se libraban, al menor descuido, de una muerte segura. Los animales
más grandes como alpacas, llamas, tarucas y vicuñas cuidaban con mucho tacto a sus crías,
pues podían ser rápidamente arrebatadas. Hasta culebras y lagartijas tenían que cuidarse. Las
cosas se pusieron más difíciles cuando los bagres hicieron saber que algunos habían sido
devorados cuando estaban en las peñas húmedas de ríos, acequias, puquios y charcas.

Si bien Apukonticiviracocha lo había creado todo y celosamente equilibrado, sin embargo


Supay, el demonio, quería hacer de gallinazos y cóndores el terror de la región; otros
depredadores como el gavilán, el cernícalo y el coquito no quisieron hacerle caso; el tucu o
lechuza no había aceptado, pero se encontraba indeciso pues Supay le ofreció hacerlo el
monarca de la noche, lo que motivó la desconfianza del biococho, pájaro nocturno, que volaba
majestuosamente en las noches de luna.

Con la malévola gestión del Supay todos los lugares cercanos a Lima volviéronse intransitables.
En su afán de dominar los cielos y las noches Supay llamó a todas las aves con garras para un
plan final de dominio. Cóndores y gallinazos aceptaron y se afilaban ansiosos las garras.
Gavilanes, cernícalos y coquitos no quisieron unirse al malévolo tratado. El tucu lo pensó con
mucha calma, lo pensó y lo repensó, pero quería aceptar, pues eso lo convertiría en el
monarca absoluto de las noches y las tinieblas. El biococho que era un ave del Hanan Pacha,
hijo de Quilla, la luna, se enteró de la trama y decidió contarlo a los lores, que como eran los
más habladores difundirían la subversiva confabulación.
La reunión se realizaría en la pampa de Medio Mundo, Supay lo dirigiría desde el cerro de Las
Ramas, donde estaban unas oquedades que eran la salida del Hurin Pacha o infierno andino.
Algunas jarjachas (monstruos endemoniados mitad llama mitad mujer) estarían en la Boca del
León asegurando que nadie entrara por allí. Las tectes (cabezas voladoras) su ubicarían a la
entrada de la Pampa de Medio Mundo, por la parte que muchísimo tiempo después sería el
Paseo de Aguas.

Mientras todo hacía pensar que los malvados lograrían su propósito; los demás animales,
comunicados por los lores de lo que les esperaba si Supay juntando fuerzas de las oscuridades
llevaba a cabo su plan de exterminio, decidieron organizarse; especialmente las aves que eran
las más perjudicadas. Llegaron muy temprano, con los primeros rayos del alba. El lugar de
reunión fue la Pampa de Amancaes. Hermoso y fértil lugar circundado por un riachuelo que
permitía crecieran pastizales; variadas flores, entre las que destacaba la flor de Amancaes;
árboles como guayabos, mitos, pitajayas, molles, chirimoyos, guanábanos y lúcumos que
daban sabrosos frutos y semillas para alimento de aves, mamíferos y pequeños reptiles. Ahí
llegaron los lores, que dirigían la asamblea capitaneados por su gran jefe el guacamayo;
marrones e inquietas cuculíes; negriblancas y primaverales satarrositas; permanentes de la
sierra a la costa, que bajaron por la quebrada de Matucana, cruzaron el río Rímac por
Ascarrunz y entraron por los manantiales que ahora se llaman de Otero y Santa Rosa;
negrísimos y brillantes chivillos que no paraban de saltar para ver si venía algún enemigo;
terrosas perdices habilísimas en confundir su color con el d los suelos costeños; blanquísimas y
larguiruchas garzas; cuchos o pelícanos con sus colgantes bolsas bajo el pescuezo; piqueros
venidos desde las lejanas islas de la Mamacocha; llegados del norte, los huanchacos; con
discretísimo color gris los chaucatos; variadísimas aves acuáticas que de todo el mundo
llegaron comandadas por huashuas venidas desde los que ahora conocemos como pantanos
de Villa; cerraban el innumerable grupo los tornasolados veloces e iridiscente picaflores, que a
pesar de ser muy difíciles de cazar, de todos modos se solidarizaban con los débiles.

Cuando ya atardecía y después de muchas discusiones, las aves acordaron recurrir a los dioses.
No había otra manera de solucionar el grave trance. Las aves marinas partieron para hablar
con la Mamacocha, diosa del mar. Los jilgueros volaron muy ligeros a conversar con los apus
de las alturas andinas. Los picaflores se dirigieron raudamente a Mamaq, diosa de los
carrizales, donde ellos anidaban. Los chivillos fueron a conversar con el dios de Pachacamilla,
hijo del gran Pachacámac, dios de los temblores. Las pichuchancas fueron al encuentro de la
diosa de la lluvia: Chaclla. Los loros volaron en ensordecedora parvada hacia el Rímac, dios del
valle y de la fertilidad. Los chaucatos llegaron hasta el gran Pachacámac.

Los dioses ya estaban enterados de los latrocinios de cóndores y gallinazos, pero dudaron de
cómo pone coto a las desventuras de los pequeños desvalidos. Mamacocha se disculpó
alegando que los problemas estaban en la tierra, que no podía hacer anda mientras no lleguen
al mar. Los Apus, después de recibir como ofrendas apachetas (montoncitos de piedras
superpuestas) que los jilgueros con mucho esfuerzo les colocaron dijeron que llamarían a los
más viejos par que soluciones el problema pero que ellos se reunían cada mil años para
arreglar muchas cosas y no podían hacerlo rápidamente, como los jilgueros proponían. Los
picaflores hablaron con Mamaq, la encontraron regando unas flores, grandes y olorosas en la
pampa de Lurigancho, cortésmente les dijo que estaba preocupada con las innumerables
lluvias y gran inundación que traería el calentamiento de la Mamacocha, que mucho tiempos
después los seres humanos conocen como los trastornos del Niño. Loros y chivillos hablaron
con los dioses Rímac y Pachacamilla, ellos les manifestaron que estaban esperando
instrucciones de su padre Pachacámac, quien les había ofrecido un oráculo o templo que se
levantaría cuando los itchmas y los lurin, poblaran humanamente el lugar, en toco caso mejor
hablen con Pachacámac. Los chaucatos fueron a conversar con el dios Pachacámac. Lo
encontraron en un lugar entre los valles del Rímac y del Chillón, donde los hombres muchísimo
tiempo después construirían el templo de Garayar, en su honor. Los escuchó y les dijo:

- Esto no lo puedo arreglar yo porque estoy muy preocupado por temblores y terremotos que
superan en estruendo a Illapa, el rayo. Solo lo puede hacer el dios de dioses, mi padre
Apukonticiviracocha.

- Dónde lo podemos encontrar –inquirieron los angustiados chaucatos.

- Vayan al Cuzco, en sus alturas hay una montaña mayor, que con el tiempo los humanos
llamarán Machu Picchu. Pero vayan ustedes los chaucatos, presidiendo al grupo, no los loros
que por ser muy bulleros pueden ofender el silencio y la majestad del mayor de todos los
dioses. A ustedes los nombro mensajeros y para que estén bien representados deben
revestirse con plumas de todos los colores. Reúnan a todas las aves y que ellas les den una
pluma de diferente color, así podrán representar a todas las de este valle y de todo el
Tahuantinsuyo.

Regresaron los chaucatos e hicieron conocer lo que el dios Pachacámac había recomendado.
Todos presurosos regalaron plumas al mensajero para que se cumpliera el pedido del dios de
los temblores. El loro donó una verde, una amarilla obsequió el jilguero, una negrísima brindó
el chivillo, una marrón alcanzó la paloma, una blanca entregó la garza, el picaflor se hizo
presente con plumas iridiscentes. Así alcanzó el chaucato, por esa oportunidad, la
representatividad de todas las aves.

Llegaron en maravilloso y deslumbrante cortejo, capitaneados por el chaucato,


ordenadamente hasta Machu Picchu. En lo alto estaba Apukonticiviracocha, que flanqueado
por Chasca, Quilla, Illapa, Inti y Turmanyé (el arco iris) platicaba sobre el templo del
Coricancha, que les construirían hombres muy sabios y trabajadores. Se acercó al chaucato y
pidió ser escuchados.

Oyó con paciente atención a todos los manifestantes. Luego el dios de todos los dioses llamó a
los cóndores, los gallinazos y las lechuzas o tucos. Cuando Illapa, el trueno, los conminó para
que volaran hacia Machu Picchu para escuchar las quejas, muy arrogantes y creidazos, le
dieron la espalda y fueron donde Supay; pero este ya había sido combatido por Maqma,
Chaclla, Rímac y Pachacámac. Derrotado había dejado la Pampa de Medio Mundo y se había
metido por unos huecos que se abrieron en el cerro de Las Ramas, acompañado de jarjachas,
tictes y otros demonios, en una nube de azufre, hacia el Hurin Pacha. Los cóndores, los
gallinazos y las lechuzas tuvieron que comparecer. Los depredadores no pudieron justificar sus
atropellos, pero pidieron ser perdonados. La lechuza alegó que ella era menos poderos por su
tamaño y no se había reunido con el Supay.
Apukonticiviracocha decidió entonces que: a gallinazos y cóndores, por ser tan dañinos, les
quitaba las garras, de ahí en adelante no podrían cazar y más bien servirían para limpiar los
territorios del Tahuantinsuyo, alimentándose de los animales muertos. A la lechuza, por
hipócrita y no haber hecho lo que gavilanes, cernícalos y coquitos decidieron, la condenó a
salir solo de noche, pues antes podía hacerlo también de día, y además ser anunciadora de la
muerte, cuando lleguen los hombres tú avisarás en sus tejados, al caer la noche, si alguiern va
a morir, por eso te van a perseguir. Al biococho le dijo que no fue sincero y debió avisar a su
madre la diosa Quilla y lo condenó a volar de espaldas a la tierra y el pecho hacia la luna. Al
chaucato le dijo que si bien no podía conservar plumas tan variadas, seguiría siendo el
mensajero pues su vista y gorjeo avisarían a todos los animales cuando pasase algún
depredador aéreo pequeño, pues ya dejaban de ser peligrosos el cóndor y el gallinazo.

Desde allí, en todos los valles y ciudades, las aves viven y gorjean tranquilas, de todos modos
cuentan con el canto del chaucato, pero para depredadores menores. Gallinazos y cóndores
son ahora, más bien, los que limpian los campos y las ciudades. Las lechuzas solo ululan por las
noches y procuran alejarse de los hombres porque estos las consideran aves de mal agüero. Y
al biococho hay que verlo en las noches de luna, pues avergonzado, sale muy poco.

Así me lo contó don Félix. (29)


María Rostorowski

MOLLEP, EL BRUJO DE PACASMAYO

En Talambo, un pueblito de la costa, vivía el brujo Mollep, al que todos llamaban El Piojoso.

Su aspecto era feroz ya que tenía unos colmillos enormes que asustaban a la gente.

Pero en lugar de temerle, el pueblo vivía feliz con la presencia de Mollep, ya que según cuenta
la leyenda su cuerpo recubierto de piojos daba origen a la riqueza del valle.

Envuelto en una manta cuajada de miles de piojos, Mollep andaba murmurando:

-Tengo frío, tengo frío.

Los insectos provocaban muecas de asco y rechazo en la gente, pero él los protegía diciendo:

-Son mis hijos, no los toquen.

Aunque se apartaban de Mollep, las gentes de Talambo no le tenían miedo porque creían que
sus piojos les traían suerte. Es más, decían que si los insectos se multiplicaban significaba que
sus cosechas serían buenas y tendrían abundante comida. Por ello, el Señor de Talambo
protegía a Mollep y le hacía llegar regalos, abundante chicha y ricos manjares.

Mollep vivía así tranquilo y feliz en el cerro Coslechec, en el valle de Pacasmayo. Sin embargo,
muy pronto su fama llegó a otras comarcas y la gente comenzó a comentar maravillada la
riqueza que Mollep fomentaba.

Pronto en un valle vecino se conocieron también las noticias de Talambo y la causa de su


bienestar.

Envidioso, Fallempisan, el Señor de Lambayeque, envió una embajada a Mollep pidiendo le


hiciera una visita y ofreciendo regalarle ricas y abrigadas mantas de lana de vicuña.

Pero Mollep movía la cabeza y se negaba a abandonar su casita.

-¿Para qué moverme de aquí?

Mis hijitos, mis piojitos están contentos, díganle al Señor de Lambayeque que no iré a su
pueblo.

Al conocer la respuesta Fallempisan montó en cólera y decidió raptar al insolente piojoso que
había desdeñado su invitación.

-Tengo que apresar a Mollep, El Piojoso, así mi pueblo y yo seremos ricos –se dijo el Señor.

Secretamente Fallempisan preparó un poderoso ejército y de noche, en sigilosa marcha


atravesó el desierto y llegó a la cercanía de Pacasmayo.

Esperó que llegara una noche muy oscura, sin luna y rodeó la casita de Mollep. Entonces sus
soldados presurosos lo prendieron cuidando de no espantar a los piojos.
Fallempisan no hizo caso de las protestas de Mollep y en vano fueron sus ruegos para que lo
dejasen en Coslechec.

Metido en una hamaca cerrada, y rodeado de soldados, Mollep fue conducido a Lambayeque.
Ahí viviría Mollep, El Piojoso, por el resto de sus días, rodeado de lujo y abundancia, aunque
añorando su casita en la punta del cerro de Talambo.

Desde entonces en Lambayeque reinó la abundancia y la gente se sintió feliz, mientras que en
Pacasmayo el pueblo llora la ausencia de Mollep, y mantiene la esperanza de rescatarlo algún
día. (30)
SIERRA

Teodoro Meneses

EL MITO DEL ARCO IRIS

Antes de que viniera el Inca Pachacútec a estos lugares, este pueblo de Huanta era un lugar
silvestre lleno de bosques. En esa época remota existía aquí una laguna inmensa. En las orillas
de esta laguna vivían unos gigantes largos y grandes. Se llamaban Huillca y no le tenían miedo
a nadie, aunque pocos eran poderosos. Se alimentaban de arcilla y agua salada. El padre y jefe
de ellos se llamaba Turuncana.

Dicen que un día Turuncana reunió a los Huillca y les habló así: “En este momento una mujer
muy hermosa llamada Chirapa (Arco Iris) acaba de buscarme, vestida con toda clase de hilos
de tejer, y me ha dicho: -Te busco porque estoy huyendo de mi enemigo Mancharu. A ti,
porque te quiere, te pido me des refugio.

“Luego, cuando a ella le alcancé mi mano, me dijo: -Todavía no me agarres.

“Cuando estaba por acercarme a ella: -Todavía no te muevas –me dijo-. Y cuando le hablé –
Todavía no me hables –me dijo-. Mancharu podría oírnos.

“Es cierto que Mancharu está siguiendo las huellas de esta joven; por eso, cuando alguien
pregunte por ella hay que decir haciéndole extraviar: ‘Está amarrada, está hechizada’.

“Ella es la que da noticias de Mancharu. Dice que es un mono negro, de cabeza horrible, se
parece a la nube, se parece al río. Camina como el trueno: ¡Bunrururún! Sus ojos
relampaguean hasta arder. Es muy colérico. Su boca tiene una espuma venenosa. No hay que
dejarse sorprender por él durmiendo. Con su lengua lo disuelve, lo carcome todo. A quien se
duerme lo desuella, lo empapa todo.

“Diciéndome esas cosas Chirapa se acercó a mí, luego se ocultó en mis manos convirtiéndose
en un ovillo pequeño. Nosotros vamos a esperar pues a Mancharu. Vamos a extraviarlo en su
camino; y si no, en nuestra laguna vamos a hacerlo padecer, vamos a ahogarlo. Vigilen todo,
mirando bien, escuchando todos ustedes. Si este enemigo me encuentra solo y me vence,
ustedes también pueden ser exterminados”. Así habló Turuncana mirando a un lado y a otro.

Mientras hablaba, el Gran Huiracocha ya había dispuesto lo que había de suceder; y entonces,
el temor de Turuncana de esta manera se hizo realidad:

Turuncana, de todas maneras, durante el mes que transcurrió de día y de noche, se mantuvo
despierto esperando a Mancharu, y, cuando no llegaba él ni nadie, sus ojos parpadearon un
solo instante. En ese parpadeo Mancharu llegó y agarrándole del cuello lo hizo pedazos y
arrojó su cuerpo muy lejos. En el momento en que lo agarró del cuerpo, el agua de la laguna
toda se vació; y, allí mismo, los Huillcas, en los lugares donde se encontraban, se sentaron
para no moverse más; y es por eso que, hasta hoy en día, se encuentran donde los vemos: Uyu
Huirca, Alleu Huillca, Pichja Huillca; Mayhua Vilca; así se llaman los cerros que están en esos
lugares.
Y el ovillo de Chirapa, cayéndose de las manos de Turuncana, rebotó aquí y allá huyendo,
como algo que estuviera haciendo un puente. Desde entonces hasta ahora, va moviéndose sin
cesar de manantial en manantial, de laguna en laguna, de cerro en cerro, levantando un
puente. Desde esa época también, Mancharu, convertido ya en río Mantaro, por el lado del
cerro Huatuscalla está subiendo hacia la selva persiguiendo a Chirapa(1).
MARÍA FRONTAURA ARGANDOÑA

TEMPLOS DEL SOL

Tiwanaku, el Lago Sagrado, Illimani, la Capital Imperial, Pachakhámaj, Inti Khakha, las Islas,
eran santuarios natos.

Son símbolo viviente del poderío del culto solar. Todos ellos se comunicaban
subterráneamente con los Palacios Reales de Cuzco y las Islas del Sol y de la Luna.

Los recogimientos de las Ajllas en Khoati, han sido fuente vital de acontecimientos epopéyicos.
Las vírgenes del Culto, eran también recursos de amnistía: los Jefes sometidos, eran invitados a
elegir la más bella para esposa, lejos de ser condenados a la última pena como ha ocurrido casi
siempre a través de la Historia de otros pueblos. Vinculado ya el Jefe, era lógico que todo
cuanto le perteneciera pasara, de buena voluntad, a engrandecer la Corte Imperial.(2)
CIRO ALEGRÍA

LA FLAUTA DEL PAN (*)

*Primer capítulo de una novela inédita.

Ese pequeño ser moreno nació como todos los niños andinos, sobre un lecho de pieles de
carnero –afuera viento, lluvia o luna- una noche cualquiera. Tras un breve chillido comenzó a
vivir en los días un nuevo hombre con su secreto destino. Se entiende que llegó dentro de la
choza. Otros vienen a campo abierto, con la sencillez del animal o más bien con la naturalidad
del fruto porque el indígena peruano es un producto de la tierra, su expresión animada, la
gleba hecha forma y aun voz y aun canto.

El taita, llamado Silverio, estuvo en un rincón esperando tranquilamente pues la coca que
distendía uno de sus carrillos le había dicho con su dulzura que el hijo viviría. Sus manazas de
dedos leñosos bañaron mal que bien en una larga batea rústica de húmeda blancura, el
cuerpecito crispado de frio y por fin la madre envolvió su tierna suavidad en rojos pañales de
bayeta. Berna era el nombre de ella y en ese momento se entregó al reposo con la actitud de
una corza tranquila, hasta que su marido le dio un mate de la sopa de harina que había
preparado en el fogón de inquietas llamas.

Olía a comida, a sangre, a madera fresca. La batea fue labrada por el Silverio, a hachazos, para
tal ocasión e imponía su peculiar aroma de bosque herido. Afuera las venteantes narices en
perenne acechar de los cóndores, los pumas y los zorros, percibirían de seguro el hálito de la
nueva vida, del nacimiento de otro ser, de la posible presa. ¿Un aullido venía desde lejos? El
Silverio, que tenía también algo de ellos, sorbía lleno de una primitiva emoción el fuerte olor
del nacimiento. Aunque a él le animaba el pecho con una suerte de angustiada alegría. ¡Nacer,
vivir! Y recordó cómo otro joven ser estuvo un día bajo el peligro de centenares de garras
filudas, de picos curvos y voraces. Fue en el potrero llamado Patibamba y el Silverio, que era
repuntero, lo vio todo desde unos cerros por donde seguía el rastro de yeguas remontadas.

Sucedió que, de pronto, comenzaron a revolotear los cóndores, allá abajo, lejos, sobre una
hoyada. Y una vaca principió a mugir con mugidos agudos y empavorecidos y luego otras vacas
contestaban e iban hacia ella corriendo. Y bramaban también los cerros y entonces se ponían
de pie más vacas, que mugían a su vez y corrían hacia la tropa que ya se había formado en
torno a la que dio el primer alarido. Y conforme iban juntándose las vacas iban juntándose los
cóndores y una especie de rueda vibrátil y negra cernía su amenaza sobre el ganado. Por
último los cóndores descendían planeando vigorosamente y las vacas corrían de un lado para
otro, saltando, dando vueltas, rechazándolos con las astas. El Silverio estaba lejos pero creía
percibir el zumbar trepidante de las alas, la ganchuda prestancia del pico y las garras, la cólera
ronca de los graznidos y los resoplidos medrosos y cargados d furia, y el golpe sordo de los
saltos potentes, y el brillo fugaz de las cornamentas buidas. Era una lucha poderosa y frenética
cuyo final no podía calcularse. Llegaban más y más cóndores, llegaban más y más vacas. Las
vacas mugiendo y corriendo, brotadas y sospechadamente de las laderas amarillas, de las
encañadas rojas, de los montales verdinegros; los cóndores caídos verdaderamente del cielo,
de un cielo intensamente azul en vuelo raudo. Y he allí que, de entre unos arbustos rodeados
por las vacas, se incorporó, sin duda temblando, un pequeño animal blanco y negro. Era una
tenera que había nacido la noche anterior posiblemente. Los cóndores, entonces, viendo
mejor la presa, redoblaron la furia de sus ataques y las vacas el celo de su defensa. Quizá
alguna vaca sangraba ya, acaso algún cóndor tenía el pecho herido. Era todo una sucesión
impetuosa de aletazos y cornadas. Y he allí que la vaca madre se acerca al pequeño y lo lame
en medio de la baraúnda y se pone a su lado y lo incita a caminar. Y he allí que el frágil ser se
esfuerza, que logra andar y madre e hijo avanzan entre la tropa que sigue mugiendo, luchando,
desesperándose. Y he allí que hay una quebrada de verde y denso bosque y que madre ehijo
ingresan y se pierden en él seguidos de unas cuantas vacas. Y he allí por fin, que los dóndores,
viéndose detenidos por el muero de ramas, comienzan a irse elevando el vuelo lentamente y
que el ganado que permaneció fuera de la quebrada se va calmando, jadea y toma, poco a
poco, los amarillos senderos. Unos momentos después los últimos cóndores se pierden en la
inmensidad azul y las vacas, quietas, descansa al pie de los árboles o ramonean el pasto por
aquí y por allá. Otro mulato, parado sobre una loma, brama profunda y poderosamente y su
bramido llena la tierra, llena los cielos y es como un llamado a la paz dirigido por la fuerza...

La Berna había terminado la sopa y miraba a su marido quien, acuchillado junto al fogón, con
la cabeza de pelo lacio emergiendo del viejo poncho, aparecía silencioso y cetrino como una
piedra.

Él volviose y le preguntó:

-¿Quieres más?

-Yasta güeno.- respondió ella.

Se puso entonces a apagar el fogón. Chasqueaban las brasas, entre nubecillas de cenizas, bajo
ramalazos de agua. ¿Y por qué se olvidaban? ¡Santo Cristo! El Silverio alcanzó a su mujer un
puñado de ceniza a la vez que, para alumbrar, agitaba un tizón prodigando un rastro de luz a
modo de una gran luciérnaga. Ella humedeció la ceniza con saliva y signó con una espesa cruz
la tierna frente. Chilló de nuevo el pequeño y los taitas dijeron que el Shápiro nada podría ya
con él porque la cruz lo salva. Con esto se durmieron dentro de las nudosas paredes de piedra
y bajo el tupido techo pajizo del pequeño bohío que surgía como un hito de la vida humana en
la vasta y abrupta soledad del Ande.

Era una noche de viento aquella y este salvaje cóndor de las sombras bajó del amplio cielo a
aletear furiosamente sobre los cerros vez tras vez se abatió sobre la choza y la feble puerta de
varas que templaban una piel raída. Vez tras vez pasó graznando, hasta el amanecer,
graznando inútilmente sobre el silencio de los hombres y las rocas.

Al otro día la madre hizo un viaje de tres leguas en busca del taita cura, que administraba una
capilla rechoncha ubicada a la lado de la casa-hacienda de blancas arquerías, para que
bautizara en toda regla pequeño. “Monín, monín”, dijo el taita cura, que era un chapetón
corpulento y locuaz, cuando vio la carita violácea del niño nativo. Después de ojear el
almanaque, le puso de nombre Zenón y además Luna por el padre y Ollacnica por la madre,
siendo padrinos el hacendado don Isac Cáceres y su mujer, doña Dolores. Para terminar lo
escribió todo en un grueso libro.
-¿Así es que hay un nuevo peoncito? Guapo, buen repuntero como el taita, -dijo riendo
hacendado. Y agregó, ya un poco solemnemente: -Toma tu sal, hija, y que nunca le falte a este
cristiano.

En un talego dio a la madre seis libras de sal. Doña Dolores, por su parte, hizo muchas fiestas al
niño y estrechó contras sus enormes senos de blanca abundosa, acabando por regalarle un
escapulario.

Le Berna retornó con el mismo trotecito que la había llevado, rememorando gustosamente la
ceremonia. Veía arder la cera amarilla y ondular el agua oscura de la pileta de piedra. El
hacendado tenía la cara muy seria y su mujer rezaba a media voz con gemebundo acento. El
taita cura sabe Dios lo que decía, echó sobre la cabeza del caisha todas las cosas de rigor y
muchas cruces. ¡El Shápiro habría tenido que irse bien lejos! Por lo demás, el regalo de don
Isac era bueno y su deseo mejor, ya que la sal es lo que más falta en esas regiones donde todo
lo dan los animales y la tierra. Y es que la sal la tiene el Estado, una rara entidad hasta cierto
punto incomprensible, que no la entrega sino por la plata. La Berna, cuando escaseaba en la
casa-hacienda, tenía que ir por ella hasta los pueblos. En la puerta del despacho había una lata
azul a rayas blancas. Los togados que sabían leer afirmaban que allí decía “estanco”. La chica
se regía solamente por el color. Y como un recuerdo trae a otro, le llegó el del triste caso de
sus parientes Illavilca, que vivieron en unas riscosas alturas. El año fue malo, las heladas
chamuscaron las siembras y los Illavilca se quedaron tan pobres, tan pobres, que no tenían ni
para comprar sal. Y comían sus contadas papas sin sal, sorbían su exigua sopa sin sal. Y cada
día se ponían más débiles, más enclenques y ya no podían ni trabajar para el año nuevo año.
Así es que resolvieron preparar su pobre comida con el agua salobre de los puquiales, porque
se puede hacer eso, a veces, con tal de tener suerte o resistir, y cocinaron, pues, con esa agua
y el agua estaba mal y todos se envenenaron y murieron. Había sido la agonía muy
desamparada, muy triste, que unos a otras se miraban quejándose sin encontrar consuelo.
Quien más resistió fue el Calixto, mozo veinteañero que se echó a caminar cumbres abajo en
pos de remedio. Sus fuerzas vacilantes fallaron en una escarpada pendiente y rodó por ella
hiriéndose en las aristas de las rocas. A sus gritos acudieron algunos pastores y él aun pudo
contarles con palabras entrecortadas lo ocurrido. Se tomaba el vientre torturado, quejándose:
“sal, la sal... no tuvimos... y el agua mala... mala…” hasta que murió. Por él se supo. A la Berna
se le encogió el corazón pensando en la falta de sal y su pequeño.

Este simulaba un envoltorio sobre la espalda, bajo el amplio rebozo, y estaba poseído del
natural y feliz desconocimiento de su misma presencia y las reacciones que provocaba. Era
pobre y ante su venida el padre recordó el ataque los cóndores, don Isac calculó un peón, la
madre pensó en la última miseria de la carencia de sal y todos hicieron que fuera cristiano
porque hay un Shápiro rondador y también porque -¿quién lo sabría?- hace cuatrocientos y
tantos años cambiaron los tiempos. El niño tenía el cuerpo envuelto por una larga faja que lo
ceñía apretadamente desde los hombros a los pies. Semejaba una larva en espera del
crecimiento y la libertad. Como una larva, o más bien dicho como un joven animal, o mejor aún
como un niño, se puso a vivir y a crecer en la inconsciente y secreta búsqueda de la plenitud.

Así pues, Zenón Luna está ya en la existencia.(3)


MARÍA WIESSE

EL ÁGUILA Y LOS HALCONES

Reinaba Huaina Cápac, el sabio y poderoso monarca, que engrandeció el Imperio,


conquistando nuevo territorios, haciendo trazar caminos y construir edificios, palacios,
templos y fortalezas.

En el Cuzco se celebraba la fiesta magnífica del Sol: el Inti Raymi. La muchedumbre,


congregada en la plaza mayor, vio que cruzaba el cielo un águila seguida por muchos halcones,
que le daban caza. Los halcones rodearon al ave real y la golpearon hasta hacerla caer al suelo.
Se recogió al águila y con grandes cuidados se la quiso hacer vivir. Pero a los pocos días murió
el altivo y soberbio señor los aires y sombríos presagios atormentaron al Inca y a los miembros
de su familia.

Vieron en aquel acontecimiento como una señal misteriosa, como una advertencia
sobrenatural de algo terrible, por suceder.

-Y Huaina Cápac recordó una antigua profecía, que anunciaba la destrucción del Imperio, la
extinción de la dinastía imperial y del pueblo del Tahuantinsuyo.

Temblores muy fuertes sacudieron, en aquel tiempo la tierra y las montañas del Perú. Cayeron
grandes peñascos de la Cordillera de los Andes. El mar también mostrábase agitado por
movimientos extraños y en el cielo aparecieron cometas, que inspiraban pavor a las gentes.

La luna, una noche, apareció rodeada con tres cercos o anillos: uno color de sangre, el segundo
de un negro verdoso y el tercero semejante al humo.

Mandó llamar el Emperador a un mágico o adivino, para que le explicara estos fenómenos. El
adivino, con el rostro triste y los ojos llorosos, anunció al monarca tremendas catástrofes para
sus descendientes y mucho derramamiento de tu real sangre. De manera que en pocos años se
acabará todo; de lo cual quisiera reventa, llorando. El segundo cerco negro nos amenaza que
de las guerras y mortandad de los tuyos, se causará la destrucción de nuestra religión y la
enajenación de su imperio y todo se convertirá en humo, como significa el cerco tercero, que
parece de humo.

Así habló el agorero, explicando al Emperador, los cercos d la luna.

Y tres años después, que los halcones vencieron al águila, supo Huaina Cápac, que unos
hombres blancos y barbudos, vestidos con raras vestiduras, se acercaban, por el mar, en
grandes barcas, a las costas del norte del Tahuantinsuyo. (4)
PITUSIRA

Cuentan que en los tiempos del famoso Imperio de los Incas existía en la ciudad de Calca, que
antes se llamaba Callca, un señor altivo, orgullo y noble; este hombre se hacía llamar Orcco
Huaranca, y su fama de conquistador y guerrero era conocida por toda la comarca. Un día,
después de sus acostumbradas correrías, trajo consigo a una niña, fruto de unos amores que él
había ocultado. Llamó a la niña Pitusira. Pasaron los años y Pitusira se transformó en una
hermosa doncella; era la Diosa de Orcco Huaranca, solicitando la mano de Pitusira. Entonces el
gran cacique les dijo: “Concederé la mano de la bella Pitusira a quien de vosotros haga llegar el
agua hasta mi propiedad”.

Ritisiray había conquistado el corazón de Pitusira; pero ambos tuvieron que llevar a cabo su
audaz empresa. Sahuasiray construyó una represa en una alta montaña, en donde había una
laguna (esta represa hasta ahora existe, siendo un maravillosa obra de ingeniería) Ritisiray hizo
llegar el agua por las faldas de una montaña que por su forma la llaman “Corazón”. Sahuasiray
salió triunfando, al lograr traer el agua desde las alturas hasta las tierras de Orcco Huaranca.

Pitusira se casó con el orgulloso Sahuasiray. Ritisiray asistió a la boda con el corazón
destrozado, y en su cerebro imaginaba horrorosos pensamientos. Una noche tempestuosa, en
que la furia los truenos azotaban Callca, Pitusira huyó a las alturas en busca de su amado:
luego de encontrarse, subieron muy arriba, a la corrillera; pero Dios quiso castigarlos y
convirtió a Pitusira en un monolito de piedra junto con su mado Ritirisay. Desde entonces es
que ese cerro permanece nevado y siempre frío.(5)

Recopilado por José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos.


ANDRÉ MICHAUD

PACHA MAMA

La figura sobrenatural más importante es la Santa Tierra o Pachamama, parte superficial de la


tierra sobre la cual la gente vive y cultiva. En ocasiones especiales (al techar una casa por
ejemplo), se hace un rito específico para que la Pacha Mama no se enoje con los nuevos
residentes; no hacerlo, pondría en peligro de enfermedad y aún de muerte, a los miembros del
hogar. Me dicen que nadie jamás sería tan tonto como para no cumplir con este rito. Además
en unas pocas ocasiones especiales se percibe a la Pacha Mama como una posible agresora,
por ejemplo si no se hace el rito o si no se lo hace correctamente. Por lo general la Pacha
Mama está considerada como protectora o mejor dicho, como alguien que le puede ayudar a
una persona a cumplir sus aspiraciones y quien pueden influenciar favorablemente en su
suerte, con tal de que la traten bien. Muchas veces se compara a la Pachamama con los seres
humanos; “como como nosotros, le gustan las flores, el vino, el alcohol, y las hojas de coca;
ella necesita cuidado y atención”. Constantemente invocan a la Pachamama, en su rol de
protectora. Según las circunstancias, sin ella, no pueden iniciar ninguna labor, ni mandar un
pedido ni escribir cartas, ni matar animales, ni tomar alcohol.

Cuando se busca un apoyo más importante, se hace una ofrenda muy compleja, cuyo
elemento principal es el feto de la llama (que está considerado como caliente). Tal ofrenda se
hace en colaboración con el yachaq.(6)
EL HOMBRE Y LOS TRES HUEVOS

Había una vez un hombre muy pobre que decidió ir a la orilla del río a recoger leña y, cuando
estaba recogiendo la leña, vio un pez grande. Esto le causó alegría y decidió atraparlo.

Una vez que lo tenía en las manos, el pez empezó a decir:

- Me comerás, pero no te olvides lo que te digo. En mi estómago tengo tres huevos. Enterrarás
estos tres huevos en tres esquinas de tu casa y luego de veintiún días verás el resultado.

El hombre, admirado, regresó a su casa llevando el pez y la leña.

Al llegar a su casa empezó a cortar el estómago del pez y aparecieron los tres huevos. Luego de
sacarlos del estómago del pez, los enterró en las tres esquinas de su casa; como había dicho el
animal.

El hombre esperó veintiún días. De los tres huevos enterrados salieron tres jóvenes hermosos,
cada uno con su respectivo árbol, espada y hacha. Al mismo tiempo aparecieron tres caballos.
Desde aquel entonces los tres jóvenes acompañaron al hombre como si fueran sus hijos.

Un día, uno de los hermanos decidió irse a la ciudad en busca de trabajo, pero antes de irse le
dijo al hombre pobre:

- Papá, iré a buscar trabajo en la ciudad para comprar nuestra ropa, comida y todo lo que nos
hace falta. Después de una semana volveré a contarte los resultados, si encontré o no trabajo.
En caso de que alguna vez me pase algo camino a la ciudad, tú lo sabrás, pues mi arbolito de
vida a simple vista comenzará a secarse.

Pasados unos días el hombre observó que el árbol de su hijo se marchitaba y dijo llorando:

-¡Pobre mi hijo! ¿Dónde estará?

Y el otro hermano, al ver llorar a su padre por su hermano, le dijo:

-¡Yo iré en busca de mi hermano! Como él – si algo me llegara a suceder- mi árbol se encargará
de hacerte saber.

Entonces tomó su hacha y su espada, se montó en su caballo y así se fue en busca de su


hermano.

Después de una semana comenzó a secarse su árbol y el hombre pobre se puso a llorar
mientras decía:

-¡A dos de mis hijos he perdido, mejor no les hubiera permitido irse!

El último de los tres hermanos, al ver llorar intensamente a su padre, decidió ir a buscar a sus
dos hermanos, pero el hombre pobre dijo:

-¡No vayas! ¡No quiero perderte también a ti!

El muchacho dijo tercamente:


-¡Yo iré en busca de mi hermano y nadie me lo impedirá!

Tomó su caballo, su hacha, su espada y se fue en busca de hermano.

Cuando estaba en el camino, se encontró con una bruja que le dijo:

-Juguemos una partida de casino.

Aceptó la propuesta y mientras jugaban, la bruja soltó una carta y dijo:

-Recoge la carta.

Pero el joven –sabiamente- no hizo caso porque sabía que era una trampa para quedar
atrapado. Luego de tanta insistencia de la bruja, empezó a levantar la carta que se había caído.
El joven pudo ver un puñal en la mano que la bruja tenía bajo la mesa. Inmediatamente le dio
una patada en esa mano; luego logró quitarle el puñal y le dijo:

-¡Tú sabes de mis hermanos y si no quieres que corte la cabeza, entrégamelos!

La bruja –arrepentida- se comprometió a entregarlos. Apresurada abrió la puerta del cuarto


donde tenía prisioneros a los hermanos y a mucha gente más. Así el joven liberó a sus
hermanos.

Los demás salieron del cuarto corriendo y mataron a la bruja a pisotones. Después los tres
jóvenes se reunieron y regresaron donde su padre quien al verlos sonrió de alegría.(7)
EL MITO DE YACANA

Recopilado por Salinas Espinoza, Vanesa

La constelación que llamamos Yacana, es el camac de las llamas, o sea su fuerza vital, el alma
que las hace vivir. Yacana camina por un gran río (la Vía Láctea). En su recorrido se pone cada
vez más negra, tiene dos ojos y un cuello muy largo. Se cuenta que Yacana acostumbraba
beber agua de cualquier manantial, y si se posaba encima de alguien le transmitía mucha
suerte. Mientras esté hombre se encontraba aplastado por la enorme cantidad de lana de
Yacana, otros hombres le arrancaban la fibra. Todo esto ocurría siempre de noche.

Al amanecer del día siguiente se vía la lana que habían arrancado la noche anterior. Esta era de
color azul, blanca, negra, parda, las había de toda clase, todas mezcladas. Si el hombre
afortunado no tenía llamas, rápidamente compraba algunas y luego adoraba la lana de la
Yacana en el lugar donde la habían arrancado. Tenía que comprar una llama hembra y otra
llama macho, y solo a partir de estas dos podía llegar a tener dos mil o tres mil. Esta era la
suerte que la Yacana confería a quienes se posaba encima de ellos. Se cuenta que en tiempos
muy antiguos, esto les ocurrió a muchas personas en muchos lugares. A la media noche y sin
que nadie lo sepa la Yacana bebe toda el agua del mar, porque de no hacerlo el mar inundaría
al mundo entero.

Yutu (la perdiz) es una constelación pequeña que aparece antes que la Yacana. Según cuenta la
tradición, la Yacana tiene un hijo que cuando mama ésta se despierta. También hay tres
estrellas que caminan juntas y en línea recta. A estas les han puestos nombres de Kuntur
(cóndor), Suyuntuy (gallinazo) y Huamán (halcón). La tradición cuenta que cuando aparecen
estas estrellas más brillantes que antes, ese año será bueno para el cultivo. Si en cambio
aparecen poco brillantes, ese será un mal año, con mucho sufrimiento.(8)

De El lagarto de oro (C.T.M.).


LOS CHOCLOS DEL INCA

Recopilado por Milagros Lázaro Palomino

En la época antigua un hombre enamorado le pide la mano a una hermosa mujer y le dice voy
a vender coca al Cusco para poder casarnos y ella aceptó. Él va feliz por el camino hacia Cusco
y se encuentra un Inca, se queda asombrado de encontrarlo solo y tenerlo frente a él.

El Inca le pide que le invite lo que está llevando y este extiende su manta y le invita a chacchar.
Fue tanta la conversación que chacharon 12 horas y se lo terminaron todo, ya satisfechos el
hombre se da cuenta que no tiene nada y se pone a llorar porque ya no podría casarse con su
amada. El Inca al ver esto arranca tres choclos y se lo da para que lo lleve a su prometida y con
eso hagan una gran y hermosa fiesta, y él asombrado se va, en el camino pesaba y decidió
dejar uno y llevar dos, pues no se vio ambición porque llegó y lo que le dio a su prometida era
oro con lo que logro hacer realidad su matrimonio.(9)

De Los cazadores de condenado (C.T.M.)


LA MADRE PAPA

Recopilado por Libias Cabello, Robay

Wiracocha y Supay al no saber cómo terminar una acolada discusión, apostaron a crear un
nuevo dios para la creación ya existente. Supay pensó en un dio físicamente muerta; para ello,
talló las rocas duras creando muñecos fuertes, gigantes y macizos, pero carentes de corazón y
mente. Estas criaturas sembraron el terror y la cocha pensó en un dios que fuera la síntesis de
todos los seres ya existentes, para lo cual convocó a una reunión a toda la naturaleza para
contarles su plan y pedirles colaboración.

La papa, la dama más respetada del reino vegetal, rompió el silencio general: Yo ofrezco mi
corazón para alimentarlo cada día y mi piel para protegerlo. Ante tan generosa disposición
todos asintieron con satisfacción y hasta el mismo Wiracocha la miró emocionado y lleno de
amor. Verdaderamente se merecía ser la dama más querida y respetada. El locuaz y
larguirucho maíz no se quedó atrás: El nuevo dios ha de ser alto como yo, mi pelo para él, mis
granos para sus dientes y mi corazón para su comida y bebida. Nuevamente todos se alegraron
ante semejante muestra de generosidad. El frijol se ofreció para sus ojos, el gorrión ofreció su
noble sangre, el jilguero su trino, el mono su gracia, el picaflor su cerebro; y así todos dieron
algo de sí.

Wiracocha, famoso por sus obras de cerámica, aprovechando algo de todos fabricó hermosos
muñecos. Todos se durmieron soñando con la creación, menos Wiracocha que tuvo que
concluir sus obras. La luna y las estrellas fueron las únicas testigos del prodigio de aquella
noche. Así fue, al amanecer todos se sorprendieron y admiraron a los primeros hombres
nacidos de ellos durante ese largo sueño de espera.

Supay reconoció las virtudes de las criaturas de Wiracocha pero propuso una disputa entre las
criaturas. Los muñecos de piedra se movieron lentamente en sus intentos de aplasta a los hijos
de la papa quienes con la agilidad de los monos demostraron sus grandes virtudes de
inteligencia e intuición. Simulando huir condujeron a los muñecos pétreos hacia los precipicios
donde se desbarrancaban haciéndose pedazos, algunos cayeron en las trampas de pozos
cavados y cubiertos de ramas; otros, simplemente se cayeron al perder le equilibrio. En
muchos lugares aún podemos ver a los hijos del Supay plantados, astillados o caídos para
nunca levantarse, astillaos o caídos para nunca levantarse más.

Con el triunfo de los hijos de la papa, el Supay perdió la apuesta y huyó para siempre.(10)

De La madre papa (C.T.M.)


CARLOS VILLANES CAIRO

TULUMANYA, EL DIOS ARCO IRIS

Los hombres se multiplicaron; las plantas inundaron la tierra y los pájaros el aire.

Satisfechos de su obra, Wirakocha y sus dos ayudantes, decidieron caminar una vez más por
todos los lugares de su creación.

Sin embargo, a medida que avanzaban se iban desilusionando. Los hombres hechos de piedra
eran mucho y se peleaban por los alimentos. Las plantas cubrían de vegetación las zonas bajas,
resultaban escasas para el sustento y algunas hasta venenosas, y entre los animales también
había continuas disputas, porque algunos eran muy grandes y otros demasiado pequeños.

Todo esto mortificó enormemente a Wirakocha, pero lo que rebasó su enojo y le produjo una
cólera muy fuerte fue la actitud de los hombres: le desconocieron, no le rindieron culto y
volteándole las espaldas se mostraron muy ingratos.

Indignado, habló el dios:

- Les castigaré con el fuego y con el agua.

Los hombres se rieron.

Wirakocha alzó sus brazos al cielo y el sol se detuvo y comenzó a crecer y a crecer como una
inmensa bola de fuego y se fue acercando a la tierra. Asombrados, los hombres vieron como
las plantas empezaron a secarse y los animales a morir.

Los manantiales, las lagunas y los ríos se cubrieron de una densa neblina que luego ascendió al
cielo llevándose sus aguas.

Ocurrió entonces que Wirakocha apareció con toda su majestad y los hombres lejos de
rendirle tributo huyeron atemorizados a sus cuevas, mientras la tierra se calcinaba de sed.

Y el vengativo dios, dando cumplimiento a su palabra, envió la segunda parte de su castigo: el


agua. Cayó en forma de lluvia, de chorreras y torrentes, de avenidas rugidoras que,
rápidamente, lo inundaron todo obligando a los hombres a salir de sus cuevas y a refugiarse en
las cimas de los cerros, porque el líquido elemento continuaba subiendo.

El fuego y el agua mataron a muchos hombres y a muchos animales, de estos perecieron


especialmente los más grandes. Sin embargo, algunos monstruos del agua no murieron. Recién
entonces lo hombres imploraron al dios supremo, por su nombre de Apu Kon Tikse Wirakocha
Pachayachachi, y las avenidas rugientes, las chorreras, las lluvias y los torrentes se calmaron
igual que la ira del Señor Supremo del Fuego, la Tierra y el Agua.

Y alumbró de nuevo el sol pero de gran tamaño y la tierra comenzó a secarse de nuevo y los
hombres clamaron a grandes y desesperadas voces por Wiracocha, creyendo que el castigo de
fuego no había cesado.

Cuando la tierra estaba oreada, es decir, casi seca, habló Wiracocha:


- Les enviaré de nuevo las plantas y la vida, pero los que ya murieron no volverán jamás.

El sol volvió a su sitio y desde entonces los hombres conocieron la muerte.

Entre la tierra oreada se mostraron hojitas de quinua, de papa, de maíz y luego apareció un
gigantesco arco de colores que puso sus dos pies sobre la madre tierra (Pachamama) recién
fecundada por designio de Wirakocha.

Este arco iris a quien los wankas le llaman Tulumanya es un dios muy bueno, aparece después
de la lluvia cuando sale el sol y apuntan sus penachos las semillas germinadas en el vientre de
la tierra. Luego Tulumanya se esconde en las aguas dormidas de los pequeños estanques y
desaparece.

Tulumanya deja veces encinta a las mujeres descuidadas que se bañan en las aguas dormidas
cuando él aparece. También pudre los dedos de los niños que lo apuntan y es mal sueño de los
que lo sueñan; sin embargo, es bueno porque trae abundante cosecha.(11)
EL AMARU

Abrumados por las grandes penas, doblándoseles los miembros desfallecientes, animales y
hombres corrían sin sosiego; cantando plegarias los hombres, pidiendo en dichas plegarias
calmar el hambre y la sed que tenían.

Cuentan que en aquellos remotos tiempos, el cielo que azul era y también con nubes plateadas
y blancas que manaban agua, tornóse en azul pero sin nueves. La fecunda tierra toda era negra
sin flores ni frutos, pues ni contados granos había en sus provisiones.

Y dicen que todo esto aconteció cuando hombres y animales pecaron y ofendieron, porque
olvidaron lo mandado y creado para ser justos.

En tales penas y miserias ni troncos viejos ya había. Dicen, además, que perdieron de la
memoria la forma del adorado maíz.

Desde las altas punas, cansados de correr, vicuñas y llamas y más animales de patas ya
gastadas, bajaron sin miedo a los valles en busca de sustento; y llegaron a los sitios antes
verdes y a las tupidas quebradas y solo de ellas ruinas encontraron. Las aves con vuelo débil se
atrevía a entrar a las viviendas y apenas podían mover las alas. En fin, tal era el castigo, que ni
sombra encontraron los cuerpos de los hombres y animales, que caían sin vida.

Los contados sobrevivientes a tan amargo dolor, todas las mañanas se sobrecogían de miedo,
porque amanecían los días cada vez más llenos de desesperación.

Para conjurar esta maldición, vinieron de lejas comarcas al cauce de un río sin agua ancianos y
jóvenes entendidos en el oficio de curar los males. Así reunidos agotaron las gracias secretas y
ritos hasta entonces convenidos; y todos se dolieron al saber que había remedio para tan
grande mal.

Cierto día, el más anciano de ellos, sorteaba el buen o mal augurio con tres hojas de coa que
eran las únicas que quedaban; y tembló de alegría, porque dichas hojas cayeron en su dorso
revelando el bien, pues le miraron de cara. Corrió el anciano a pesar de su vejez y anunció tan
buen augurio; y todos esperaron en calma.

En tales circunstancias, un hermoso cóndor, que también era conocedor de misterios y que era
el más fuerte y velos de las aves voló sin cansancio por noches y días entres, buscando el
remedio. Pero pronto se dio cuenta que las fuerzas le abandonaban; sintió la muerte; y no
queriendo caer por el suelo, de un último esfuerzo se alzó a morir pesadamente en la cumbre
más alta de la región, el Allakchiri. (El así llamado Allakchiri es un elevadísimo cerro de
engañadores caminos que se abren en precipicios; y su aspecto es sombrío y respetable. Su
cumbre inaccesible domina el vasto paisaje del hermoso pueblecito de Querobamba).

Viendo Allakchiri las agonías del cóndor, que era su confidente y mensajero, le habló de este
modo: “Querido cóndor, mi único amigo. ¡Qué serían de mis días sin ti! Eres el único que
rompe mi soledad llegándote hasta mi cumbre; te amo entrañablemente, y no voy a permitir
que mueras.

“Por ti desgarro mi secreto que en seguida irás a repartirlo.


“La causa de vuestros males fue originado por el fiero Amaru, dotado de vida humana y que
vive en el fondo del lago que está junto al pueblo y que es tan temido de animales y hombres
porque devora en sus ondas a todo ser que a él se llega.

“Él, para poseer la flor de escarcha (el sullawayta) que le da vida, se disfrazó y raptó la flor.
Algunos le temieron pero los otros le siguieron y de maldades se llenaron los hombres; porque
esa flor representa el bien y la abundancia. Es así que la preciada flor fue devorada por el cruel
Amaru.”

Y terminando agregó: “Para rescatar la flor será necesario que de los hombres y animales,
aquel que fuera tan puro y cristalino como la flor escarcha se arroje al fondo del lago”.

Oyendo el cóndor esta increíble revelación voló a gran velocidad, a pesar de estar
desfalleciente, y llegándose a los hombres les contó tan buena nueva. Desafiando el miedo, los
hombres se encaminaron al lago y una vez llegados, suponiendo los unos ser más puros que los
otros, se ahogaron en el agua. Pero durante muchos días el sacrificio no dio resultado alguno.

Pero cuando se hubo hundido un pastorcillo que vino de lejas punas, se agitaron las aguas;
moviose con gran violencia la tierra, caían los cerros envueltos en polvo y rodaban con
atronador ruido; el viento volaba con fieros crujidos; en fin todo era rechinar de ira.

El miedo dominó a todos y cayeron desmayados; y cuando de su desmayo hubieron vuelto en


sí, habían recuperado la calma, y postrados, prometieron no pecar más.

De pronto, vieron que de las aguas del Amaru Cocha, subían al cielo copos de nueve negros y
blancos: eran todos aquellos que se sacrificaron, menos el pastorcillo que a cambio del
Sullawayta, quedó para siempre en el fondo del lago, pues fue él quien los purificó por haber
sido el más limpio y bueno de todos. De las figuras de nubes que se levaban del lago, las
blancas representaban a los buenos y las negras a los malos.

Y así subidos al cielo, las nueves, de tan grande pena, lloraron abundantes lágrimas, las cuales
se tornaron en lluvia.

Aseguran que desde entonces la tierra es verde con flores y frutos; que la flor del agua
amanece en las flores de la tierra y que el cóndor no ha envejecido sino por las patas, que con
los años solo ha perdido las plumas de su duro pescuezo.(12)

Recopilado por José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos.


MAMA KACHI (Madre Sal)

Recopilado por Libias Cabello, Robay

Kachi, era una joven sumamente bella, mucho más hermosa que la flor de Anqo, estuvo
comprometida con Cake Rillque: un joven trabajador, honrado y sincero; tres valores morales
que hacen de una persona ser llamado runa u hombre. Pero como todos admiraban la gran
belleza de Kachi, ella comenzó a sentirse demasiado importante que pensó –
equivocadamente- tener derecho a grandes riquezas, a vestirse mejor que las diosas y a ser
servida con los más exquisitos manjares. Su soberbia, su trato despreciativo y sus palabras casi
ofensivas fueron muy mal recibidos por todos los de su ayllu; hasta que finalmente, llegaron a
detestarla.

Cake Rillke fue una de las víctimas de sus rechazos. Su amor no fue correspondido, por el
contrario solo recibió desprecios. Con el corazón herido y desesperado maldijo su suerte.
Luego marchó en busca de la tierra del olvido, ubicado en las orillas de un inmenso cráter.

Los cuyes que estuvieron calentándose debajo del fogón había escuchado todo y comenzaron
a murmurar de la vanidosa Kachi. Hasta que un cuy, poco amante de cuchicheos, intervino en
forma enérgica para acallar a los murmuradores: “Una cosa es cierta –dijo-, Kachi es la mujer
más bella, pero también es la más mala porque no tiene humildad. Kachi es como una flor
llena de veneno”.

Kachi no encontró un hombre digno de su corazón, pero se enamoró perdidamente del


radiante Inti. Cada mañana salía recibirlo y todo el día se pasaba observándolo. Conocía
perfectamente por donde aparecía radiante y por donde se ocultaba guiño tras guiño. Mi
querido Inti, solamente a mí me miras de frente –pesaba-, a los demás les envía sus sobrantes.

En busca de una fórmula que le hiciese llegar hasta su amado Inti, acudió al templo de
Pachamarca. Los sacerdotes que conocía la conducta de Kachi, la escucharon y le aconsejaron
que abandonara sus absurdas pretensiones. Desilusionada del poder de los sacerdotes
Pachamarca fue en busca de la bruja Achikay, conocida sacerdotisa del temible Supa. Achikay
también conocía la conducta de Kachi, la escuchó con beneplácito y le dijo: que siendo la
mujer más bella tenía derecho a todo. Recomendó a Kachi descender por un túnel profundo
hasta llegar a la ciudad de los piñiñinkus, donde reposa el Inti y donde podría atraparlo con
facilidad. Así lo hizo, entró por un túnel cuya boca estaba debajo del imponente
Mishawayunca. Durante los tres días que duró el descenso encontró una vida muy diferente,
de formas oscuras y grotescas. Al fin halló la ciudad de los piñiñinkus y el Inti penetró por unos
segundos besándole en la mejilla. ¡Ya lo atrapé! –gritó tan fuerte que estremeció a una roca
que cayó sobre el camino delgado tapándola para siempre. Pero Kachi seguía gritando: ¡Ya lo
tengo, mío solamente mío, ya lo tengo...!

El viento fúnebre de las profundidades de la tierra aloca hasta al más cuerdo, dicen los que
saben. Kachi muy tarde comprendió su suerte fatal, su condición prisionera eterna mientras
que afuera la bruja Achikay se reía a carcajadas, Kachi lloró desconsoladamente hasta que sus
lágrimas formaron caudalosos ríos subterráneos e inmenso mares. Su moco que
imparablemente salía, comenzó a filtrase por las grietas de las rocas y gustó a todos los
curiosos que la probaban.

De tanto llorar y lamentarse de su conducta pasada terminó envejeciéndose rápidamente.


Algunos obreros de las minas de sal cuentan haber soñado y visto a la Mama Kachi muy vieja,
horriblemente fea y que por sus fosas nasales salía permanentemente abundante lavas de
moco que asquearían a cualquiera.(13)

De La madre Papa (C.T.M.)


SERGIO QUIJADA JARA

PIZARRO Y EL CHIHUACO

A la caída del Imperio del Tahuantinsuyo por la invasión española y cuando Pizarro y sus
huestes emprendieron viaje al centro del Perú, los chasquis noticiaron el día de la llegada a
Taratambo; a dicho lugar concurrieron miles de indios para ver de cerca a los españoles y se
cree que llegaron a ese lugar el 26 de julio de 1534. Al continuar el viaje de Pizarro a Jatun
Xuxa, la mayoría de los curiosos formaron inmensa caravana, entre los que se hallaban cientos
de vecinos de Tapo.

Pizarro en Jatun Xauxa, y después de un largo descanso, dividió la expedición en dos


fracciones: una para proseguir viaje al Cuzco y otra para retroceder a la costa.

La segunda guarnición después de la estadía en el valle del Mantaro mantashayacu emprendió


viaje de retorno por la ruta de Ricrán y Tapo. El recibimiento del ayllu de Ricrán fue solemne y
las enseñanzas que se dictaban los españoles influyeron en Tapo para que los preparativos
fueran superiores. Anunció el Chasqui de Shururuyoc que los españoles se acercaban a Tapo.
En efecto, fueron recibidos con admiración. Delante de los jinetes un indio cargaba una pesada
Cruz de Pacte que fue confeccionada en Ricrán para fundar la Iglesia. Llegado a la plaza
principal y ante el público de rodillas, el jefe de la expedición colocó la Cruz en el lado norte de
la plaza donde más tarde se construyó la iglesia.

El jefe extremeño manifestó que la planicie del frente (Ycahapa-Catasha Ucruto) ofrecía una
zona apropiada para fundar la capital del Perú y preguntó: ¿cuál de ustedes saber hacer planos
de pueblos? Presente el mejor plano y Tapo será la capital del Perú.

Al día siguiente, después del desayuno, el extremeo reclamó los planos, planos que los
curiosos habían trazado en la plazuela, en los arenales de las playas Toropuquio, donde resultó
el mejor plano con calles, playas, templos y camposanto. El audaz conquistador exclamó: “Este
trazo está muy bien”. Pero, ¿qué sucedió? Parte de las calles estaban borradas. El chihuacho
las había rascado. Que si el maldito chihuaco no hubiera rascado el plano, Tapo habría sido la
capital del Perú. (14)
ELOY BARRIENTOS

EL NIÑO JESÚS DE AYAVÍ

Ayaví es un pueblo huancavelicano que se encuentra en una llanura agreste, cubierta de ichu,
a unos 3800 metros sobre el nivel del mar.

Este lejano pueblo es visitado masivamente cada año por miles de fieles enfervorizados por
una incomparable fe religiosa.

El 30 de setiembre es la fiesta más grandiosa del lugar. Es una festividad en honor al Niño
Jesús, congregando a miles de personas venidas de diferentes regiones del país.

Narran los habitantes de esa comarca que hace muchos años, sin saber ¿cuántos?, no existía
casa alguna en ese paraje andino, solo habían estancias aisladas de ganado auquénido.

Cuando estaban pastando sus llamas, unos pastores, observaron a lo lejos a un chiquillo
jugando entre los roquedales que ahora se localizan a un costado del pueblo. Entre esas rocas
existían puquiales y, en uno de ellos, jugaba un misterioso niño. Los campesinos trataron de
acercarse a conversar con él, pensando que se había extraviado por ese lugar pero, el travieso
párvulo desapareció raudamente. Insistieron en su búsqueda con la esperanza de conocer la
procedencia de tan inesperado personaje, pues, no lo encontraron.

Con el correr del tiempo, los pastores consideraron que este chiquillo en realidad era el Niño
Jesús que les había bendecido con su visita, por tal motivo, decidieron construirle una Capilla,
encomendando a la vez, esculpir una imagen a semejanza del extraño personaje a fin de que
ser venerado. Los encargados del cuidado de la Iglesia y del Niño, cuando van a cambia su
vestimenta para celebrar su fiesta de aniversario siempre lo encuentran con su ropa raída y
sucia, sus zapatos rojos, impregnado de espinas y muy empolvado, como si hubiese salido del
templo y caminado mucho.

La gente asegura haberlo visto así y, que hace milagros, por lo que se piensa es prodigioso con
todos los fieles que acuden a solicitar una gracia a este lejano paraje andino. (15)
CÉSAR PÉREZ ARAUCO

LA MONJA DE PASCO

Cuentan que al instaurarse el monasterio de las Hermanas Nazarenas en la Villa de Pasco, la


presencia de las enclaustradas, detrás de los gruesos muros del convento, había logrado
amainar en algo, el espíritu levantisco, camorrista y pervertido de sus pobladores. No
obstante, a muy poco itempo de instaurada, retornó con más ímpetu y más virulencia, la
indisciplina. No eran pocos los muertos que aparecían por sus calles, ni menos los escándalos
cotidianos.

Apesumbrada por estos sucesos, Sor María de la Concepción, a la sazón madre superior del
convento, juzgó que todo esto ocurría por falta del auxilio espiritual de un sacerdote, ya que
los que se encontraban en Vicco y Ninacaca, muy pocas veces asomaban por la Villa.

Encomendose tanto al Hacedor y puso tanta fe en sus rezos que un día el Todopoderoso se le
presentó circundado de un brillo hermosamente luminoso y en el marco de un coro celestial
de ángeles.

-¿Qué deseas, hija mía?- dijo el Supremo.

-Padre mío: la perversidad se ha adueñado de este pueblo. Las gentes han olvidado tu
existencia y viven en desorden, en pecaminoso desorden. Muchas gentes mueren sin el auxilio
de un sacerdote, condenando su alma a los atroces castigos del infierno.

-¿Qué sugieres que hagamos, hija mía...?

-Te pido que aplaques los apetitos pecaminosos de hombres y mujeres y les des la paz
espiritual de tu gloria.

-¡Así lo haremos, hija mía!-. Y al ver que la monja en un r de llanto permanecía de rodillas sin
ánimo de poder levantar los ojos al Todopoderoso, el Señor preguntó: -¿Deseas algo más hija
mía?

-Sí padre. Aquí hay… has personas que mueren sin confesar sus pecados y sin arrepentirse
porque no se confiesan.

-¿... Y ...?

-Te pido que me des a mí –tu humilde sierva- licencia para confesar como los sacerdotes y
autoridad para poder perdonar los pecados.

-¿Podrás, hija mía, tener el valor de guardar el secreto de la confesión?

-Sí, padre – respondió Sor María de la Concepción, encendida de fe y esperanza.

-Bien – dijo el Señor – meditaré sobre el asunto; entre tanto, quiero que guardes esta cajita
durante tres días. Contiene un gran secreto y te pido que no la abras. Luego de pronunciar
estas palabras, la visión desapareció.
Los dos primeros días, Sor María de la Concepción guardó celosamente la cajita, pero a medida
que las horas transcurrían, la curiosidad la invadía con más fuerza. Tanta fue su curiosidad y
tanto su desatino que casi al borde dl tercer día, abrió la caja llena de curiosidad y, al
momento, un hermoso pájaro de vivos y brillantes colores tomó los aires y se alejó por una de
las ventanas abiertas del monasterio. Al momento apareció el Señor que le decía:

-¿Ves, hija? Tú no puedes servir para confesora, porque aún antes de los tres días de poseer un
secreto, ha parecido que te faltar tiempo para divulgarlo. Dedícate a servir a tu prójimo y deja
esa misión que me pides, para los sacerdotes. Ellos sabrán mantener cerrado el cofre de los
secretos.(16)
EL ÁRBOL FANTASMA

Recopilado por Libias Cabello, Robay

¿Te acuerdas del árbol grande que comía el corazón y quitaba el alma a los hombres? Ese árbol
existe y pobre del que se encuentre con él. Hoy es nublado. En remotos tiempos parecidos al
de hoy, en la cumbre que queda sobre Mishawayunca se levantaba un árbol negro, inmenso y
frondoso, árbol contorneado por el arco iris y que se levantaba uniendo la tierra con el sol o
con la luna. ¿Quién era capaz de atreverse a subir ese árbol? ¿Quién no le temió? Sólo unos
cuentos hombres amaron ese árbol y en el morro hicieron cosas misteriosas.

Recién en estos tiempos lo llaman Árbol Fantasma en Onkón. Pero en realidad el Árbol
Fantasma no había sido más que el arco iris negro. Cierta vez un hombre iba por Pucayacu
llevando su ollita de manteca en la espalda y no se había percatado de que en el morro de
Mishawayunca estaba de pie el Árbol Fantasma; de haberlo visto se hubiera escapado dejando
su ollita de manteca. El gigante árbol olió la grasa y cayó sobre el hombre como una sombra
negra. El hombre había muerto allí mismo, arrojando sangre por la nariz y por la boca.
Seguramente su corazón fu consumido y su alma capturado y condenado para siempre.

Solo el hombre sabio, solo el que conoce los secretos de todos los remedios puede ordenar a
este arco iris negro, para que vuelva al vientre de la tierra y no cause males en este mundo.(17)

Cecilia Granadino (y Conwell Jara Jiménez)


INCAS EN TAQUILE

“Antiguamente los hombres de Taquile no vivían por los cerros, solo por las pampas. Era gente
que no usaba ropas, vivía desnuda. Hacían huecos en la arena y ahí dormían.

No sabía cocinar, se alimentaban de paiku, que es una planta que es como la quinua, algo así,
con sus granitos. Igualita es.

Con el tiempo llegaron los Incas. Como antes no habían estas aguas del lago Titicaca, los Incas
llegaron a Taquile a través de los ríos.

Llegaron en balsas hechas de grandes troncos.

Causaron mucho miedo. Cuando el Inca los llamó, muchos escaparon, pero dos nomás se
acercaron. Era un hombre y una mujer. Y estaban desnudos, sin ropas, con nada.

El Inca les preguntó:

-Y ustedes, ¿por qué no tienen ropas como nosotros?

Los de Taquile no le entendieron porque ellos no sentían ni frío ni calor, y no necesitaban


vestimentas.

El Inca se fue y con el tiempo regresó trayendo harta ropa, que repartió a cada uno; después
cuando estaban ya todos vestidos, el Inca les enseñó a trabajar y a hacer sus casas; cómo
labrar la piedra, cómo hacer las medidas. Y bonitas salían sus viviendas.

Y como las ropas se fueron rompiendo y envejecieron, el Inca pensó: que mi esposa les enseñe
a las mujeres a hilar, a tejer, a hacer polleras –que antes se llamaban aqus-; y el mismo Inca les
enseñó a los hombres a hacer sus chullos.

Después, el Inca trajo unas combas y cinceles de oro, y les entregó para que ellos mismo
trabajen.

El Inca entonces les dejó como tarea que hicieran casas muy bonitas. Y se fue. Cuando regresó
otro día, la gente de Taquile ya había hechos sus casas.

Viendo esto el Inca, se alegró y dijo que les esperaba de aquí en adelante mucho trabajo. Y que
tenían que sembrar papa y otras semillas. Que eso tenían que aprender. Volvió a marcharse.

Al volver les trajo semillas de papa. Como en esa época Taquile era una montaña boscosa,
llena de cerros con árboles, el Inca comenzó a quemar. De un lado comenzó a quemar,
quemaron bastante, pero no quemaron todo. Y el Inca dijo:

-Ahora vamos a construir los andenes para que sembremos.

El Inca comenzó. Él, puso la primera piedra. De un canto de la isla todos trabajaron los
andenes. Antes, los antiguos, no sabían qué cosa eran los andenes. Ni para qué servían.
Cuando cavaron un andén, ahora sí, el Inca dijo:

-Ahora vamos a voltear la tierra.


El Inca hizo entonces –en presencia de todos los de Taquile- una chakitaqlla. Cogió el ch’uhu y,
raspándolo, hizo una chakitaqlla. Luego, comenzó a voltear la tierra. Todos miraban cómo lo
hacía. Le dio ahí el poder al primero que se le acercó. Este aprendió primero.

A las mujeres, el Inca también les enseñó a golpear los terrones qurpas con un troco que
nosotros llamamos qurpa waqtana.

Con eso las mujeres dejaban bien bonita la tierra, dejándola listita para sembrar.”(17-1)

(Ricardo Marca Huatta)

EL INCA Y SU ESPOSA

“Así el Inca y su esposa les enseñaron a sembrar, con chakitaqlla. Con una chakitaqlla, con
uñita no más, toditos aprendieron. El Inca hacía bonito el trabajo, recto, derechito sembraba.
Los Taquile al comienzo chueco sembraban. La esposa del Inca entonces les dijo:

-Así derechito van a sembrar.

Cuando se sentaron a descansar, el Inca antes de irse, les dijo:

-Cuando la semilla crezca, así grandecita, voy a volver para aporcar.

El Inca se fue, pero un tiempo después volvió y les enseñó a hacer aporques. Volvió a irse y dijo
que volvería para la cosecha. Cuando la papa creció ya era la cosecha, el Inca volvió;
escarbaron la papa.

Pero el Inca les enseñó a escarbar, en orden, yendo por un canto. ¡Las papas dicen que salían
grandes, como cabezas de gente! La gente contenta quedó.

La señora del Inca les enseñó entonces a hacer watia (asar papas en hornillo de terrones). Y,
para que coman más todavía, el Inca les trajo ch’aqu que gustó mucho; antes no lo conocían.
Así, supieron sus sopas. Y, de ahí, les dijo que de ahí en adelante ellos mismos iban a sembrar y
cosechar.

El Inca otro día, al ver sus ropas rotas, se quedó pensando. Les enseñó a hacer un telar para
que hagan sus bayetas. Primero comenzó a hilar un pedazo, para que vean todos; luego, los
hombres empezaron a hacer igual.

El Inca dijo:

-Las mujeres sigan hilando.

Harta lano trajo el Inca y les dejó una tarea:

-Me iré, pero a mi regreso quiero ver que ustedes ya hayan hechor hartas bayetas.

A su regreso el Inca cortó una tela y se vistió. La gente de Taquile solo miraba, calatitos
estaban. Y el Inca, dijo:

-Otro día que yo regrese, quiero verlos a todos vestidos.


A su regreso, todos tenían sus ropas. Después el Inca les trajo mucha lana negra para las
señoras. El Inca contento quedó.

La mujer del Inca luego a las mujeres les enseñó a trabajar la paja; y qué bonitas cosas sacaron.

Otras gentes vinieron de otras partes y aprendieron a vestirse, para no sentir vergüenza.

El Inca entonces dejó un poder a un jefe de Taquile, para que siguiera haciendo telares y
distribuyera la ropa para cada uno. Los hombres siguieron haciendo bayeta, para que las
mujeres hicieran con ella chuku (manto que se usa en la cabeza).

Las mujeres aprendieron a hacer el chuku.

El Inca trajo la coca para que la sembraran en Taquile, pero como faltaba el terreno, los
taquileños hicieron un andén y ahí sembraron. Crecieron grandes, enormes, como de cuarenta
centímetros.

La mujer Inca les enseñó a las mujeres a cocinar, a pescar, a sacar la escama; todo
aprendieron. Todas las comidas. La leña la trajeron los de Taquile, cada uno traía una leña para
atizar el fuego. El Inca cocinó una papa, la cortó con su cuchillo de oro, con eso la pelaba. Y
todos pelaron su papita. Cada uno lo hizo.

Luego de ver que los Taquile ya no comían crudo nada, esas flores ya no comían, el Inca dijo:

-Vamos a hacer una gran casa para ahí hacer asambleas, para que ahí discutan sus trabajos.

Hecha la casa grande, también sirvió para guardar las cosechas. Como hubo bastante cosecha,
ahí se guardó y se llenó la casa.

Antes solo se juntaban, no se casaban. Servinakuy hacían, no conocían matrimonio. El Inca


juntó a los nativos de Taquile y les enseñó que así tuvieran sus wawitas (bebés).

También les enseñó a contar en los khipus a sus wawitas. Estas wawitas salieron amautas
(sabios), y enseñaron a otras wawitas. Y así siguieron viviendo los de Taquile.

El Inca les enseñó a adorar a la Pacha Mama. A levantar su templo. A hacer cosas de oro, plata.
Y todos aprendieron. Luego el Inca se fue y nunca más volvió.”(17-2)

(Alipio Huata Cruz).

LOS ABUELOS SABÍAN MUCHO

“Los abuelos sabían mucho. Nos enseñaban a tejer. Yo no he tejido faja calendario, pero sí las
otras fajas antiguas. Antes habían menos dibujos. A mí me gustaba tejer el qullu chuwa (plato
de madera, dibujo en forma de cruz). Desde antes mis abuelitos tejían eso, pero nunca conocí
lo que significaba. Se tejer verde con rojo. Cada cruz es una estrella. Eso lo tejíamos en el
centro de la faja; y a los dos bordes, solo tejíamos una hilera de puntitos. Cada uno era una
estrellita. Hatun Cruz (Cruz Grande), le decían; tal vez sería la cruz del sur.”(17-3)

(Antolina Huatta Machaca)


PIEDRA SAGRADA

Es la historia de la piedra sagrada del castigo. Se cuenta que antiguamente las leyes eran
siempre así:

-Ama suwa... no robes

- Ama qella... no seas ocioso

- Ama llulla... no mientas

La historia dice que en Taquile existía una piedra en Ququnu, que es un lugar ceremonial por
abajito de Quanipata, en el sector de Kollata. Se llama así porque en esa zona crece una
plantita llamada Kolla y que usamos para “pagar”, para sahumar las ovejas. Ahí crece más que
en otras partes; pero ahora está desapareciendo. Esta piedra era para el castigo, para los
ociosos. Ahí amarraban a todos los varones como escarmiento para que no siguieran
cometiendo lo mismo. La piedra era muy especial y estaba acondicionada para ello. También
existía otra piedra igual pero que estaba en la otra isla, en la isla del sol. Esa era para las
mujeres. En esa piedra se castigaba solamente a las mujeres. Con ello hacían que en la isla
hubiera menos ociosos, menos personas que no les gustaba el trabajo.

La piedra tiene en la parte de atrás un agujero donde se amarraba las manos del que se iba a
castigar. También tiene tallados como para sentarse.

Hace tiempo, como la agricultura es lo primero en Taquile y también por desconocimiento, con
tal de usar ese sitio para sembrar, la gente sacó la piedra y la han partido por la mitad. Una
parte ya no se sabe dónde está. Ha desaparecido. (17-4)

(Luis Tito Flores Yucra)


Cecilia Granadino (y Cronwell Jara Jiménez)

¿POR QUÉ ESTE LAGO SE LLAMA TITICACA?

“Yo era muy niño –recuerdo que tendría unos siete u ocho años- cuando una vez estuve en
Ch’illkachupa, ese lugar donde desde lo hondo de un pozo salta un ojo de agua.

Estaba yo jugando con unos chiquitos, cuando mi mamá me pidió que fuera al ojo de agua a
lavar unas ropas.

Silbando nos fuimos bajando una quebrada, cuando de repente vimos a un gato que dormía
sobre una piedra, tomando sol ahí junto al pozo.

Dejamos de hacer bulla porque apenitas vimos algo, nos pareció muy extraño. ¡Era un gato sin
orejas! Oscuro de piel, brillante. Quisimos cazarlo.

Despacito fuimos acercándonos.

Cuando, rápido y como si nos hubiera olido, alzó la cabeza, abrió los ojos –unos ojos grandes,
más grandes que los de un gato real-, saltó de la piedra y veloz, ¡qummm! desapareció.

Se había arrojado al pozo.

Quisimos sacarlo de ahí pero era imposible.

Pude ver de él solo las bolitas de aire que subían desde el fondo del agua, diciendo: “Pur pur
pur...”

Nunca más lo vimos.

Pero, aquí en Taquile, todos sabemos que ese gato existe. Mis abuelos y otros taquileños,
también lo han visto.

Malo dicen que es. De noche atrapa gallinas, patos y se los lleva el monte; ahí les chupa la
sangre. Es un gato que parece vampiro. Pero no es un vampiro. Es el tiq tiq. Sabemos que es él
porque también otros lo han visto. Mucho le gusta la sangre, no la carne.

Lo llamamos tiq tiq desde antiguo. Cuentan los abuelos que muchos tiq tiq había en el Lago
Titicaca. Los españoles también lo vieron. De ahí su nombre.

“Titicaca” debe sonar así: “Tiq tiq qaqa” (Tij tij ja ja), como pronunciamos en quechua.

“Tiq tiq”, que significa el nombre de ese gato, tal como los gentiles lo llamaban. Y “qaqa”, que
significa entre otras cosas también: roca, piedra.

Es decir: “Donde abundan los tiq tiq de piedra”.

El tiq tiq (o ticsi), sabe sabe vivir en la tierra y en el agua. Antes, cuando había lago, caminaba
como felino en la pampa. Al aparecer el Lago se acostumbró y vive allí. Solo sale para cazar. No
camina bien porque no tiene patas. Se arrastra como una foca porque sus patas están como
atrofiadas. Se cuenta también que antes el ticsi era un dios, a quien se le adoraba en una de las
islas que eran de pura roca. Entonces, Titicaca significaría también: “La piedra donde se adora
al ticsi” (porque al ticsi le gusta además, echarse sobre la piedra a descansar).”(17-5)

(Alipio Huata Cruz)

“El tiqsi o titi es como un gato. Vive en pozos. Todavía hay; ahorita hay. Colita tiene, pero
chiquita. Come gallina, mejor dicho, muerde a la gallina pero no se la come, su sangre le
chupa.

Titi misi es este animalito, no tiene orejas, parece como such’i. Es un gato medio pescado; pero
no es fácil para ver”.(17-6)

(Francisco Huatta Huatta)


LA ANTIGUA CIUDAD DEL CIELO

Recopilado por Celso Enrique Madrid C.

Cerca al distrito de Paca se engalana majestuosa y serena la encantada laguna de Paca. Se


menciona que hace muchos años existía una ciudad que estaba muy cerca del cielo, su
denominación se debe al resplandor azul del cielo y la quietud de su población, pero en unos
años adelante se convirtió en una ciudad bulliciosa, jaranera y alegre.

Se celebraba con algarabía las fiestas heredadas de sus antepasados.

Un día en medio de la fiesta en donde reinaba la alegría desbordante se presentó un anciano


pidiendo que le dieran agua para calmar su sed, tocando las puertas de algunos habitantes, la
mayoría no le hacían caso, lo echaban y se negaban a darle agua. Una señora le acercó agua y
algo de comer, luego el anciano le dijo: castigaré a toda esta gente me seguirá e irás tras mío,
tocaré la tinya y no debes mirar hacia atrás y la mujer no hizo caso y se convirtió en piedra, el
anciano tiró la tinya y la ciudad se convirtió en una laguna, desde entonces se dice que fue la
antigua ciudad de Jauja.

Por las noches según los lugareños escuchan tañer una campana y se cree que hay muchos
tesoros escondidos de los incas, llamas cargadas de oro y plata, se asoman la superficie de la
laguna desde las dos la madrugada. (18)

De La laguna de las sirenas (C.T.M.)


Eloy Barrientos

WAWAMISI: NIÑO GATO

En un lejano pueblo de Castrovirreyna, en Huancavelica, vivía una pareja de jóvenes esposos


dedicados al pastoreo de ovejas. Fruto de este matrimonio nació un hermoso niño, llenando
de felicidad al humilde hogar.

Los primeros años de convivencia conyugal todo fue comprensión y felicidad, a pesar de su
precaria situación económica. Debido a la presencia de prolongadas sequías en la región los
animales morían cada día, hasta que una rara enfermedad, terminó con todos.

En esos lares también escaseaba el trabajo y los campesinos tenían que emigrar a diferentes
ciudades en busca de un mejor porvenir.

Una fría mañana, el esposo con el pretexto de conseguir leña marchó al monte para jamás
retornar.

Las horas, días y meses pasaron y el esperado marido no aparecía; la desesperada mujer no
sabía qué hacer. Con el niño a cuestas recorría a diario diferentes lugares con la esperanza de
encontrarlo, pensaba en sus adentros que algo le había sucedido. Su vida era un calvario.

A toda hora lloraba pidiendo al Todopoderoso la presencia de su esposo sin esperanza alguna.

En un momento de ofuscación, la joven madre abandona al infante en una cueva sin tener en
cuenta que el infeliz quedaba expuesto a muchos peligros.

Era una noche fría, el párvulo se hallaba envuelto solamente en una vieja manta descolorida.

A gran distancia se oía los gritos del niño abandonado sin que nadie se apiade de él.

Cuando estuvo a punto de sucumbir por inanición y falta de abrigo, providencialmente pasó
por ese lugar una gata montés que, al encontrar un “raro animal” en serio peligro, se acercó
sigilosamente a él, y tomando con sus férreos colmillos se lo llevó a su madriguera. Allí le
brindó el cariño de madre, amamantando cada día hasta que el niño se acostumbró con su
nueva madre.

El chiquillo fue creciendo robusto y sano como cualquier niño de su edad. Era obediente y
decidido pero, no podía pronunciar palabra alguna, solo se comunicaba a base de gestos y
señas. Cuando era presionado para que pueda hablar; solo decía: “¡miau, miau!”, por ese
motivo era conocido por el apelativo de Wawamisi, que en quechua significa “niño gato”.

Al llegar a la edad juvenil, ya no moraba en la lóbrega cueva, donde había transcurrido su


niñez; día a día fue relacionándose con los humanos y conociendo muchos lugares sin
avergonzarse de su pasado, distinguiéndose por su gran sensibilidad social.

En pocos años se convirtió en líder y defensor de los humildes, siendo admirado y respetado
por todos.
Este joven luchador social propugnaba en sus grandes concentraciones luchar contra la
injusticia y la opresión. Mientras esto exista no habrá paz ni libertad, manifestaba.

Con el abandera de la justicia social, los terratenientes de esa región lo miraban con recelo. Los
innumerables abusos que antes habían cometido estos poderosos señores, ahora ya no se
presentaban, al contrario, desaparecieron.

Awamisi, en una masiva manifestación de los moradores fue elegido gobernador de su pueblo,
desempeñando sus funciones sin distingos personales, con honestidad y eficiencia. (19)
Luis E. Valcárcel

LOS SIETE HIJOS DE KATU

Era la gran serpiente como la madre de todo lo creado, tan antigua como el mundo. Sola,
abandonada de sus hijos, prolongabase su existencia entre largos bostezos y el sueño de
piedra de sus buenas digestiones.

Se ha de saber que los hijos de Katu eran siete, como otras tantas plagas que caían de lo alto
sobre la tierra.

De continuo recogían noticias de los ausentes, siempre malas noticias de fechorías y


desaguisados.

Qué diablo de vagabundos.

El zorro, la comadreja y hasta la lechuza y el murciélago llevaban su candelita de chismes a la


mama Katu.

Muy compungidos los taimados dolíanse de la ajena desgracia. Pero la vieja protestaba.

-No solo defectos tienen mis hijos –solía replicar.

-¿Tiene alguna virtud uno solo de ellos? Le interrogaban, con el propósito de molestarla.

Pero, antes, veamos quiénes eran los siete hijos de la serpiente.

Cuentan las rapsodias que las fuerzas que dominan en el cielo salen de una cueva y que todas
proceden un mismo vientre. El rayo, el trueno, la lluvia, la helada, el viento, la nevada y el
granizo son los siete hijos de la serpiente Katu, una de las grandes madres de la creación.

Son todos ellos vagabundos empedernidos que, olvidados de quien les dio el ser, pululan por la
tierra, sin dios ni ley. Una vez el amauta Wallpa visitó a la vieja Katu en su sagrada y misteriosa
cueva. Y conversaron de este modo:

-¿Estás contenta, Mama, de la vida que llevas? ¿No maldices a tus hijos, que te dejan en
completo abandono, en desvalida ancianidad?

-Es mi destino, sabio Wallpa. Mis hijos ya no lo son desde que salieron de mi seno. Los
pobrecitos defectuosos, andan por el mundo y olvidan, porque ése también es su sino.

-Pero, al menos, que te visitaran de tarde en tarde.

-Sí, suelen venir los chiquillos, y ¡cómo gozan al verme! Cada uno tiene su propia virtud y la
exhibe cuando está junto a la madre. Ya ves como Para (la lluvia) es tan bueno y tan útil para el
hombre y para la naturaleza entera. ¿Crecerá la hierba, podríamos alimentarnos, tendríamos
la belleza del campo sin él?

-Dices verdad, mas debes reparar en que no es siempre cuerdo. Comete tantas locuras: hoy
derrama tanta agua que convierte los campos en un fangal, maltrata las plantas, desboca los
ríos, inunda y destruye; y mañana, todo lo contrario: no suelta ni gota y mueren los animales y
el campo se agosta y hay hambre y peste y males mil.

-Es cierto, es cierto. Por eso le llamo el “loco”. Como pobre Waira (el viento), a quien solo
puede criticársele falta de reposo. Waira es “el atolondrado”. No quiere decir eso que deje de
ser muy útil. Se lleva con rapidez los malos miasmas, las enfermedades, las negras nubes. Y
luego tiene benéfico dominio sobre sus hermanos.

- Perdona, Mama, que sea yo quien haga resaltar solamente los defectos. Hay que ser justos,
ante todo. Mira lo que hace Waira con mayor frecuencia y observarás que perjudica su
atolondramiento. Se pone a correr por la tierra y no repara en que atropella y destruye.

-Yo no oculto los vicios, porque son tan veniales...

- No tanto, considera con menos benignidad las graves faltas de Kasa (la helada). Con
muchísima frecuencia malogra las cosechas.

-Querido amauta, recoge tu justificado enojo y juzga con mayor equidad.

-¿No sabes que Kasa es tuerto y que tropieza y cae, estropeando, por desgracia, nuestros
sembradíos?

Menos daño produce, sin embargo Riti, (la nevada), y eso que el infeliz es completamente
ciego.

-Gracias, amauta, que no te ensañes. Sea igual tu benevolencia con el infeliz Chijchi (el
granizo). Repara en que es cojito.

-Cojo, y como tal, un bribonazo.

-¿Observaste cómo se complace en “patear” los maizales?

-Bromista y juguetón. No hay maldad. Como no puede caminar derecho, se le hace difícil
caminar por las sendas.

-Y se lanza a campo traviesa.

-¿Qué me dices de Illapa (el rayo)?

-¿No es adorado, acaso?

-Es verdad. Él enciende la fogata de la cima. Mata y destruye cuando se encoleriza. Es un bello
resplandor lejano, si su ánimo se serena.

-Kajya (el trueno), el menor de todos, mi “sullka”, nació partido el labio.

-Por eso es tan hablador y vocinglero. ¿A qué tanto ruido cuando no hace falta?

-Es tan tierno, pobrecito; su alegría me hace bailar el corazón.

-Tú Wallpa, el sabio entre los sabios, dime ¿qué debo hacer?
-Mama Katu, eres eterna y tus hijos dependerán siempre de ti. Será preciso que sepas
educarlos. Que no hay a que maldecirlos como a menudo ocurre.

-¡Ay de mí!

-Puedes hacerlo y comienza por Illapa el mayorazgo; dios y todo, que sepa encender el fuego
que crea y no el que destruye.

- Él es un dios

-Pero tú le diste el ser y no se rompe el vínculo. Eres su madre. La madre de un dios.

-¿Y los demás?

-Como buena madre, cuida de los inválidos. No permitas que vaguen por el mundo, el ciego, el
tuerto y el cojo. Guárdalos en la cueva.

-¿Cómo será?

-Al hablador aconsejale que hable menos, cuando solo sea útil.

-Pero si el pobrecito tiene la boca partida.

-El viento no debe pasarse los días y las noches sopla que sopla, sin ton ni son; que sople
cuando haga falta.

-¿Y la lluvia?

-Pues que entre en razón. Siendo como es un bienhechor, que no pierda un minuto su buena
fama. Que siempre se le bendiga.

-Gracias, sabio Wallpa, por tus consejos.

Y Mama Katu, afanosa, siglo tras siglo, trata de cumplir las instrucciones del amauta. Los siete
hijos, perennemente jóvenes, no se encarrilan por disciplinas de senectud. Quieren ser libres, y
lo son; y andan sueltos por el mundo, repartiendo bienes y males con juvenil descuido.(40)
Edwin Tito Quispe

EL ORIGEN DEL LAGO TITICACA

Cuentan los abuelos que la zona en donde ahora viven los puneños era antiguamente un
inmenso valle llamado Tierra Eterna. En la parte en la que ahora está el lago se desarrolló un
pueblo también muy grande llamado Pueblo Eterno.

Aquellos eran tiempos felices. Nadie sabía que era el sufrimiento. La tierra era generosa: daba
abundantes frutales y plantas maravillosas que no había que cuidar. Bastaba con recoger los
frutos y servirse lo que uno necesitase. Había también plantas de las que brotaba la lana con la
que se confeccionaban hermosos vestidos como los que jamás nadie ha visto. El clima siempre
era perfecto: no había exceso de lluvias, ni existía la sequía. Los animales vivían entre los
hombres porque eran muy mansos.

Los hombres eran poderosos porque convertían las montañas en llanuras con solo disparar sus
ondas. Todos poseían oro y joyas. Las calles del pueblo estaban llenas de palacios, templos y
santuarios revestidos de oro y plata con incrustaciones de piedras preciosas. Pero, ocurrió que
estas personas desobedecieron el mandato divino cometiendo una falta grave y el Dios padre
muy enojado se dirigió a ellos:

-Ustedes ya no viven según mi mandato, por lo tanto les prohíbo escalar la cumbre sagrada.
Nadie tendrá derecho a subir al santuario, y si alguien lo intentase, perecerá.

Esta sentencia fue escuchada por el diablo que desde ese momento se dedicó a tentar a los
hombres:

-Si escalan el santuario podrán poseer el mismo poder que el Dios supremo, les decía.

Entonces los hombres intentaron subir a la cumbre sagrada, cuando en eso el Dios supremo
encolerizado les envió miles de pumas para que devoren a toda la población. Aterrados
pidieron protección al diablo, quien se los llevó a las profundidades de la tierra, debajo del
lago, en donde siguen viviendo convertidos en espíritus malignos.

Tanto dolor produjo al Señor supremo el hecho de que los hombres hubiesen pedido ayuda al
demonio que eclipsó el sol e hizo temblar a la tierra como si fuera el fin del mundo. Al mismo
tiempo todos los seres celestiales empezaron a llorar amargamente provocando terribles
tormentas de lluvia que duraron todo el día y toda la noche. Poco a poco, el pueblo fue
desapareciendo debajo de las aguas, quedando al final en lo más profundo del lago. No quedó
ni un animal vivo. Solo se salvó, por obra divina, una pareja de humano que logró cogerse de
un tronco de sauce que se mantuvo a flote. Solo ellos dos, porque los demás no pudieron
escapar de la muerte. Finalmente, el Dios supremo sintió compasión e hizo que la lluvia cesara.
Pasada la tormenta la pareja de sobrevivientes contempló millares de pumas muertos (titis)
que flotaban sobre las aguas con sus vientres de color gris (qaqa) hacia arriba.

Así cuenta la historia del origen del lago llamado Titicaca y del Pueblo Eterno que está
sumergido en sus profundidades, el que –según dice- puede verse en las lúgubres noches de
luna nueva. (20)
Rómulo Pajuelo Prieto

EL PRÍNCIPE ALLPAMAYU

Erase un apuesto guerrero, príncipe de noble estirpe, cuya fama había transmontado los
límites del reino de los Auquis Puquio, tanto por su belleza varonil como por su bravura, sin
embargo contrastaba con estas virtudes un a egolatría enfermiza; menospreciaba a todo
humano, no había ser más perfecto que él, esto hacía sufrir al monarca padre, porque tenía
cifrada todas sus ilusiones para garantizar la continuidad de su descendencia ya que era el
único hijo varón que tenía.

El reino había alcanzado un esplendor especial, la agricultura y la ganadería se había elevado


considerablemente, dándoles tiempo para edificar castillos, andenes y chullpas ubicados en la
cumbre de las elevada paredes de la quebrada, donde enterraban a sus muertos, todo esto
bajo la diestra orientación del príncipe Allpamayu.

El padre al sentirse fatigado por los años, presintiendo su muerte, decidió imponer su
autoridad, para que Allpamayu contrajera matrimonio, en vista de que no surgía el mínimo
interés por hacerlo, porque consideraba que no había mujer que estuviera a la altura de su
persona. Cuando salía de casería, en los manantiales de límpidas aguas reflejaban su imagen
como un bruñido espejo, se extasiaba contemplando su espléndida figura, que aumentaba su
arrobamiento, es decir, estaba enamorado de sí mismo.

El monarca envío emisarios a los reinos vecinos en busca de información sobre alguna princesa
cuya belleza podría hacer que brotara en Allpamayu el amor por una mujer. Encontraron en el
reino de Atun-Huaylas a la candidata ideal, la princesa Coyllur, quien además de ser hermosa
poseía todas las cualidades femeninas; habilidad en diferentes artes, inteligente, hablar dulce y
una sencillez sin par que realzaba aún más sus atributos.

Con la facultad que tenía como padre y soberano, impuso a que contrajera matrimonio a su
bien amado hijo Allpamayu, no le quedó más que obedecer. Como tal se realizó una regia
boda, la princesa Coyllur no tardó en enamorarse perdidamente de su amado príncipe, sin
embargo este no sintió la más mínima emoción, tomándola como si fuese una sirviente más. El
tiempo pasaba sin mejorar las relaciones entre ambos, por el contrario desde que murió el
padre, al tomar a su cargo el reino se hizo más déspota, la humillaba en todo momento,
Coyllur fue consumiéndose en medio de su tristeza, hasta que su noble corazón dejó de latir.

Ante tanta soberbia vino el castigo de sus dioses, Allpamayu quedó convertido en nevado,
ubicándolo en la parte más solitaria de la cordillera blanca, para que no fuera fácilmente
observado, y a la princesa Coyllur lo puso delante de él, también convertida en nevado para
ocultar más al arrogante príncipe. Es por eso que el nevado más bello del mundo “Alpamayo”
se encuentra escondido a los ojos de los visitantes, mientras que Coyllur bajo el nombre de
“Santa Cruz”, es apreciado sobre todo por los huaylinos, incluso se confunde con el
“Alpamayo”, y de sus deshielos se forman tres hermosas lagunas: El Taullicocha con hermoso
azul cielo, el Coyllur-Cocha, en cuyas aguas los rayos del sol y en las noches claras de luna llena
tililan a semejanza de miles de estrellas, recordando la belleza de la noble princesa, y el Yana-
Cocha que con su tétrica fisonomía evoca la tristeza que sentía al sentirse desdeñada. (21)
Anónimo

MITO DE YAKANA

Dicen que la hemos llamado Yakana es la creatriz de las llamas y que se mueve en medio del
cielo. También nosotros los humanos la hemos visto venir como algo negro. La sosodicha
Yakana tiene su órbita dentro de la Vía Láctea. Es muy grande y se mueve por el cielo,
apareciendo como un lugar oscuro, con dos ojos y con cuello muy largo. A esta la gente la
llama Yakana.

La Yakana solía tomar agua de los manantiales y si el destino de alguno era la fortuna, ella caía
sobre él. Esta persona era oprimida por su gran cantidad de lana, mientras algún otro
arrancaba la lana de la Yakana.

Esta aparición ocurría de noche. Así, al día siguiente, cuando amanecía, el hombre descubría la
lana que había arrancado. Descubría que la lana era azul, blanca, negra y jaspeada, lana de
todos colores, toda bien abatanada. Ya que no tenía llamas, iba a negociar la lana de inmediato
y adoraba a la Yakana en el lugar donde la había vito, donde había arrancado la lana. Después
de adorarla, se compraba una llama hembra y una macho. Gracia a esta transacción, llegaba a
tener dos o tres mil llamas. Respecto a lo que acabamos de contar se dice que, en tiempos
antiguos, la Yakana se apareció de modo semejante a mucha gente en toda esta provincia.

Y cuentan que la Yakana, a media noche y sin que lo sepa nadie, se toma el agua del mar. Si no
se la tomará, el mar podría cubrir todo el mundo en un instante.

Hay un lugar negro que se mueven en frente de la susodicha Yakana. A este lo llaman Perdiz.
Se dice que también que la Yakana tiene un hijo y parece como si estuviese dando el pecho al
niño (Urioste 1983: 217 y 219). (22)

Francisco Carranza Romero

ORIGEN DE LOS HOMBRES

-Y, ¿cómo aparecieron los hombres?

Nos mira con cierta sonrisa mientras acaricia su barba. En el silencio que precede a cada relato
todos miramos a ese anciano que nunca se cansó con nuestras preguntas y repreguntas.
Algunos que ya lo habíamos escuchado más de una vez, nos preparamos para gozar la versión
de hoy. “Todo cuento no se repite igual; porque hasta el mismo narrador ya no es el mismo del
día anterior”, nos dijo una vez cuando le corregimos su versión anterior. Tenía toda la razón.
Nada se puede repetir dentro del tiempo.

Muchos dicen: Los primeros hombres salieron de las cuevas y de las profundidades de los
túneles que atraviesan el corazón de las montañas donde actualmente viven los piñiñicos,
enanos de color un poco oscuro. Estos hombres son los que mejor conocen las vetas de los
minerales, los ríos escondidos y los caminos subterráneos.

Otros sostienen: Los hombres salieron del vientre del agua donde actualmente aún se puede
ver al yaku runa (hombre de agua), al duende y al qucha llama (llama de laguna). El hombre de
agua tiene la cabeza cónica, dirige el curso de los ríos y solo cuando se enoja produce
aluviones.

Y no faltan algunos que comentan: Los hombres descendieron del espacio acompañaos de
fuertes huracanes. Se dice que esos hombres suspiraban cada vez que miraban las estrellas
porque añoraban su lugar de origen. Se dice que ellos eran poderosos porque de un soplo
podían cambiar el rumbo de las nubes. El wayra runa (hombre de viento) todavía vive entre
nosotros porque así lo quiere y no porque se haya olvidado su camino de retorno.

Como quiera que hayan aparecido los hombres, todos viven gracias a Patsa Mama, por eso,
cuando mueren, se convierten en polvo de la tierra.

Todos esos hombres, como la mazorca de granos de diferentes colores se mezclaron y


remezclaron durante tantos milenios de convivencia. (23)
Eloy Barrientos

TAITA SARA: PADRE MAÍZ

En el lejano distrito de Pillpichaka en la provincia de huancavelicana de Castrovirreyna, se


encuentra la misteriosa Choclococha que en quechua significa: choqllo, mazorca de maíz y
qocha, laguna.

Según los antiguos habitantes del lugar, el dios Illapa, compadecido de los hombres que sufrían
de constante escasez de alimentos en esta tierra, a través de truenos y relámpagos hizo
descender del cielo a Taita Sara, a fin de salvar de morir por inanición a esta menesterosa
gente que deambulaba a diario por diferentes lugares en busca de sustento.

Este mesías cósmico, enviado por el poderoso dios pagano, era un extraño señor, de cabellos
rubios y largos; de ojos vivaces, frente amplia, contextura gruesa y agiles pies.

Muy severo y parco en el hablar, parecía un rudo cacique indígena, por su fortaleza física.

Al arribar a este mundo terrenal, trató de buscar un lugar propicio para vivir contento.

Recorrió desiertos, valles, ríos y montañas sin encontrar su ansiada morada. Cuando
atravesaba la cordillera andina sin esperanza alguna, su dios que lo vigilaba de cerca,
comprendiendo la incómoda situación en que se hallaba fue en su ayuda, descendiendo
furiosamente para incrustarse en la tierra. A consecuencia de su estrepitosa caída abrió un
inmenso forado en el suelo de donde comenzó a brotar cantidad de agua, para después formar
una inmensa laguna, obligando en ese instante a su protegido introducirse en las verdosas
aguas, enseguida el extraterrestre dios, fijó la mirada al lóbrego firmamento pidiendo apoyo a
otros dioses amigos para culminar su ansiada empresa. Ni bien dejó de implorar, del cielo
cayeron inmensas rocas y hielo alrededor de la laguna, transformándose en elevadas
montañas.

Fueron los descendientes de Taita Sara, convertidos en doradas mazorcas de maíz, los
encargados de diseminar este milagroso cereal por todas las regiones del mundo, dejando su
paso un mensaje de vida y esperanza a miles de seres hambrientos. (24)
Francisco Carranza Romero

LA MADRE PAPA

Pachacámac y Supay, al no poder cómo terminar una discusión acalorada, apostaron en crear
un ser más desarrollado y listo de toda la creación ya existente. Era la quinta jornada.

Supay pensó, inmediatamente, en un ser físicamente fuerte. Talló incansable las duras rocas, y
dentro de breve tiempo contempló con orgullo su gran obra: muñecos gigantes, fuertes y
duros, tal como los había deseado. Sus criaturas sembraban terror y destrucción por donde
pasaban, eran invencibles. Sin embargo, ese gran tallador no se había dado cuenta de que a
sus graníticos hijos les faltaba dos cualidades muy importantes: sentimiento e inteligencia.

Pachacámac quiso y pensó en una criatura síntesis de todos los seres ya existentes. Convocó a
una reunión a todos los seres donde les contó su plan y les pidió su colaboración.

La papa, la dama más respetada del reino vegetal, rompió el silencio general.

-Ofrezco mi corazón como alimento de cada día, y ofrezco mi piel para protegerlo del frío y
calor.

Ante tan generoso gesto, todos la contemplaron admirados y aceptaron su oferta, y hasta el
mismo Pachacámac la miró emocionado y lleno de amor, realmente se merecía ser la dama
más respetada y querida.

El larguirucho y locuaz maíz no quiso quedarse atrás, carraspeó como cuando el viento mueve
sus hojas secas, hasta que todos voltearon hacia él.

-El nuevo ser ha de ser alto, delgado, ágil y hermoso como yo. Le ofrezco mis suaves pelos, y
mis granos para sus dientes, para su comida y bebida. Y yo deseo presidir todas sus fiestas
pequeñas y grandes... habló tan rápido y emocionado que ni se cuidó de estarse alabando ante
todos.

-Gracias, maíz, así será. Solo no le daré tu savia dulce, seductora y embriagadora ni tu corazón
que cuando se seca se vuelvo fofo –comentó Pachacámac sonriente e irónico.

Otra vez todos se alegraron de la generosidad. Otros también querían participar en la creación
de la nueva criatura pero, en ese momento, no se les ocurría nada; además, temían
equivocarse ante la asamblea tan importante. El frijol se ofreció para los ojos, el gorrión
ofreció su noble sangre, el jilguero su voz, el mono su gracia, el picaflor su cerebro, el perro su
olfato, y así, todos dieron algo de sí.

Pachacámac, famoso por sus obras de cerámica, aprovechando algo de todos fabricó
hermosos muñecos. Pero, algo les faltaba cuando llegó la dama de manto oscuro y fino que los
cubrió y arrulló maternalmente. Todos se durmieron soñando en la creación, menos
Pachacámac que, aprovechando esa tranquilidad y privacidad, terminó su obra. La Luna y las
estrellas fueron las únicas testigos del prodigio de aquella noche. Así fue, al amanecer todos se
sorprendieron y admiraron a los primero hombres nacidos de ellos durante ese largo sueño de
espera. Eran bellas criaturas que, como podían comunicarse, comenzaron a transformar el
mundo con sus obras, cantos, risas y llantos.

Supay reconoció, de mala gana, las virtudes de las criaturas de Pachacámac; pero, pensando
en la fortaleza física de sus hijos, propuso una disputa pública. El reto fue aceptado y toda la
naturaleza se preparó para presenciar la contienda.

Los muñecos de piedra se movieron lentamente como cerros en sus intentos de aplastar de un
pisotón a sus rivales. Los hijos de la papa, moviéndose con la agilidad de los monos,
demostraron sus grandes virtudes de inteligencia e intuición. Simulando que huían condujeron
a los muñecos pétreos hacia las cejas de los precipicios donde con un empujón o simplemente
por perder el equilibrio se desbarrancaban y se hacían pedazos. Algunos cayeron en las
trampas de profundos pozos cubiertos con ramas, donde al instante los enterraron. Toda la
naturaleza proclamó la indiscutible victoria de los hijos de la papa. El avergonzado Supay huyó
lejos pero muy lejos.

Aún podemos ver en muchos lugares los restos de los hijos del Supay plantados, astillados y
caídos para no levantarse nunca más. Ellos se lamentan de no haber podido llegar a ser como
los hijos de la papa que abren nuevos caminos, llevan los ríos hacia zonas secas, siembran
árboles donde antes no había nada y descubren tantos misterios. (25)
Carlos Villanes Cairo

EL VALLE DE LOS WANKAS Y EL AMALU, LA SERPIENTE ALADA

Nuestro valle, el majestuoso valle de los wankas, con toda seguridad el más amplio y hermoso
de cuantos existen, custodiado, ahora, por dos cadenas de montañas y dividido en dos por un
ancho y caudaloso río en cuyas riberas abundan las tierras de cultivo y los pueblos artesanos,
no fue así en un principio.

Era un gran lago de aguas negras, mal olientes y profundas, en cuyas angostas riberas los
hombres vivían pobres, mal alimentados y en permanente zozobra. Eran las angustiadas
víctimas de unos gigantes monstruos marinos que habitaban el lago.

Los hombres sufrían mucho y decidieron invocar la memoria de Wirakocha. Para ello hicieron
sacrificios, pidiendo a grandes voces su protección. El Señor Supremo del Fuego, la Tierra y el
Agua escuchó las plegarias y ordenó al dios Tulumanya que fuera en ayuda de los atribulados
wankas.

Tulumanya posó sus piernas de siete colores en los extremos del lago y produciendo un gran
ruido, como el de las rocas que se abrían, hizo nacer de su pecho a un macho de la gran
serpiente alada llamada Amalu.

El Amalu tenía junto a la cabeza un par de alas membranosas y puntiagudas como las del
murciélago, el pico achatado similar al de algunas aves del lago. El resto de su cuerpo era de
serpiente, cubierto de grandes y relucientes escamas. Al nacer su caída fue tan estruendosa
que tembló la tierra y el lago se estremeció hasta sus mismas profundidades.

De allí para adelante el lomo del lago se crispaba porque en sus entrañas se libraban colosales
batallas entre el gran Amalu y los demás monstruos que moraban allí. Y poco a poco el hijo de
Tulumanya fue venciendo a sus colosales enemigos.

Cada mañana cuando aparecía el sol, entres las brumas, a flor del agua aparecían los cuerpos
medio devorados de los monstruos, grandes como montañas pero definitivamente muertos.

Un día el gran Amalu amaneció rugiendo, recostado sobre una orilla del lago. Había vencido a
todos sus enemigos y se mostraba hambriento. Desde entonces, los hombres le llevaban
grandes cargas de alimentos y a duras penas conseguían calmar su insaciable hambre. El
monstruo crecía y nada lo llenaba. Cada año, en vez de envejecer, se sentía más nuevo porque
cambiaba de piel como lo hacen hasta ahora las serpientes.

Angustiados otra vez, los hombres imploraron a Wirakocha y el Señor Supremo ordenó a
Tulumanya que destruyera al Amalu. El dios Arco Iris parió en consecuencia un nuevo
monstruo. Era un nuevo Amalu, tan grande como el primero pero más grueso y de escamas
más oscuras.

Ambos monstruos vivían en permanente batalla. Sus cuerpos se renovaban y sus heridas
cambiaban rápidamente de escamas y sanaban. Las aflicciones de los pobres wankas se
duplicaron. Los animales al no saciar su creciente voracidad comenzaron a devorar a los
hombres y una vez más cundió la desesperación general. Inclusive, comenzaron a nacer
pequeños amalus.

Enterado Wirakocha se propuso destruir definitivamente a los monstruos y creó a dos nuevos
dioses: el Rayo (Aulit) y el Viento (Waywa) quienes sin esperar más desencadenaron una feroz
batalla contra los amalus. Estos se escondieron en las profundidades del lago sin dar cara al
Rayo ni al Viento, tratando de eludir sus ataques.

Entonces el Rayo a golpe de fuego quebró una orilla del lago y el Viento empujó a las aguas
que se desbordaron por la Cascada Amarilla (Karwapaccha o Carhuapaccha como hoy la llaman
los chonguinos) hacia el sur que es como una cicatriz en medio de la roca viva y pronto el lago
se fue secando y los cuerpo s delos amalus quedaron al descubierto.

En un desesperado intento los malvados engendros volaron al cielo tratando de huir, pero el
Viento les hizo volver y el Rayo les dio, por fin el combate definitivo.

Poco antes de morir los amalus se estiraron y crecieron más todavía convirtiéndose en piedra y
se transformaron en las dos cadenas que amurallaban el lago seco de los wankas; el que a su
vez se fue convirtiendo en un gran valle cuando apareció su majestad, el río que lo divide al
que llamaron Río Grande (Jatunmayo). Luego se llamó Río de los Wankas (Wankamayo) y
ahora le dicen, sin saberlo, Desembocadura, porque Mantaro significa “desembocadura” en el
idioma de los campas de la selva, hasta donde también llegaron los viejos wankas.

Pero los hijos de los Tulumanya no han muerto aunque sí, con los años se han empequeñecido.
Ya no son como sus padres. Son más chicos y viven escondidos de la furia del Viento y el Rayo.
Algunas veces, especialmente, cuando los sembríos están en flor, el hijo de Tulumanya escapa
de su madriguera y pretende subir a una nube cargada de tormenta.

Tulumanya hijo, entonces, adopta la forma de una serpiente de granizo, blanca, alada y
ondulante, pugnado por meterse a la nube. Casi siempre la descubre alguna campesina y agita
su manta y su sombrero para llamar al Viento quien a su vez le avisa al Rayo el que a fuego
limpio parte en dos al maligno y lo tira nuevamente al suelo. El Amalu se esconde y siempre
permanece alerta, tratando de fugar a la nube y desde allí desparramar su granizo sobre los
sembríos que apuntan sus primeras flores. (26)
Nísida Villasante Torres de Orosco

CATALINA HUANCA Y SU PODERÍO

La famosa dama india ponderada por poseer una personalidad descollante, con cualidades
excepcionales como fortaleza, honra, dignidad, valentía, generosidad, etc. , poseedora de
inmensas riquezas en grandes extensiones de tierras agrícolas y mineras, en tesoros de oro,
plata y piedras preciosas, en especies traducidas en obras de arte, tejidos, etc. en propiedades
como mansiones, casas, haciendas, estancias, corrales, etc. y en animales: hatos de alpacas y
llamas, rebaños de ovejas, etc., está rodeada de grandes quimeras que conducen a querer
saber todo lo real que de ella se ha dicho a través de los tiempos.

Catalina Huanca Acopacha, hija de un cacique de los señoríos huancas, de linaje proveniente
de nobles emparentados con el inca, nació en Concepción a mediados del siglo XVI y fue
bautizada católica, se forjó una mujer virtuosa e ingresó entre las primeras a la Tercera Orden
Franciscana. Vivió en Concepción, San Jerónimo, Lima y en los lugares donde tenía
propiedades porque ella misma administraba sus bienes. Tenía bajo su mando una multitud de
indios a los que valoraba y retribuía su trabajo con generosidad, velando por su salud y
necesidades.

Se le recuerda por su filantropía al construir obras de beneficio público como caminos, canales
de riego, puentes, etc. En la edificación del puente colgante “La Balsa”, sobre el río Mantaro
que antes se llamaba Wancamayo, entre Concepción y los pueblos de la margen derecha,
mandó poner cargas de oro y plata para fortalecer los cimientos y su duración, según
costumbre de la época. Asimismo en Lima colaboró con la compra de azulejos para los
claustros del convento de San Francisco, trayéndolos de España y en la edificación del Hospital
de Santa Ana, más una fundación para que allí se atendieran los indios.

Sus propiedades dentro del territorio de Concepción fueron muchas y en todos sus climas. Aún
se encuentran vestigios de alguna de sus minas y fundiciones como Uñimarca en el límite con
Uchubamba, Ayano en San Francisco de Macón y corrales con arquerías en Cochas. Siguiendo
hacia Uchubamba por un camino en gradería que ella hizo empedrar con lajas labradas, se
encuentran también las minas de Pan de Azúcar de su propiedad, que son de oro, pero que
como son minas encantadas, los hombres que entran a la cueva ya no regresan y las calaveras
se encuentran dispersas como calabazas.

Tan generalizada es la afirmación que Catalina Huanca escondió sus tesoros en todo este
ámbito, que los buscadores de tapados y de yacimientos minerales horada en todas partes en
las noches de víspera de San Juan (23 de junio) y en las de luna llena, atraídos por lucesitas de
llamas encendidas y diversos animalitos que se presentan sorpresivamente y se esconden,
signos certeros de su existencia.

Se continúa buscando los fabulosos tesoros de catalina Huanca y su imagen se refleja en el


deseo de riqueza y superación que abrigan los habitantes de todas las generaciones del ancho
valle del Mantaro. Es ella también el prototipo de la mujer de este suelo, con mucho poder,
muy dueña de sí misma, de su trabajo, de su dinero y en fin..., de su estirpe huanca. (27)
HUALLALLO HUACRAVILCA

El cerro se llama Huallallo Huacravilca, porque es un cerro bien alto, nevado. Es cordillera,
pues. Antes, dice; era bien malo; por ahí no se podía caminar.

Las piedras bailaban. A veces, cuando uno caminaba, con todo y piedra se caían.

Todavía queda la paliza pircada, junto a la laguna. Todavía está el quinhual junto al cerro, por
ahí nomás, estaba la puerta al Huacravilca. Los más valientes que entraban, no salían. Ahí iban
los antiguos, hacían su “mesa” de ofrendas para la “Herranza”, porque el Huallallo vivía en el
cerro. Ahí tenía su ganado, las tarucas, las vicuñas, hasta leoncitos tenía.

Cuando era chico, me contaban que una muchacha subió hasta la punta, ahí se quedó
dormida, pues. Ahí nomás desapareció.

Los antiguos contaban que se la veía de lejos, con su vestido verde y su blusa amarilla, lavando
ropa o cocinando. Si uno se acercaba, ahí nomás, desaparecía. Los jóvenes eran jalados a la
laguna. Yo ya no he visto, pero el Huallallo era bien bravo.

Antes, dice; un ingeniero, un tal Balarín, fue al Huacravilca y reventó dinamita, buscando
minerales. Así desapareció la puerta que estaba en Punco, así se llamaba el sitio. De ahí, el
Huacravilca se amansó. Por eso, poco a poco la nieve está desapareciendo. Yo todavía he visto
nieve al otro lado del cerro, cuando era chico, he visto ocho tarucas en la quebrada del
Condorsay, entonces, deje amarrado mi caballo y me fui detrás de los venados. Cuando
disparé “¡Brum!”, la tierra comenzó a sonar, nieve caía y yo me escapé. Para dar la vuelta, los
venados habían desaparecido.

Antes, había harto ganado. Una fecha, cuando estaba en el corral, escuché el ganado, eran dos
“puntas” grandes. Harto sonaba, de ahí, nomás, desapareció el ruido.

Ahora, todo está seco. Ni siquiera hay neblina, por eso, ya todo es pobre. En la pampa casi no
hay nada, este año ni siquiera hay manantiales.

Es por eso que en Herranza se cantaba al Huacravilca, porque era el patrón que hacía
aumentar a los ganados, ahora ya no es así.

Así es, pues. (28)


Eloy Barrientos

NIÑO PUQUIO

Un humilde niño puquiano, diariamente era enviado por sus padres a pastar su rebaño de
ovejas.

Un atardecer, cuando los rayos solares irradiaban débilmente las faldas de los escarpados
cerros, aparece a su alrededor del sorprendido pastor, un extraño párvulo rubio, de ojos
azulinos de y apariencia aldeana con quien trama gran amistad. Los dos jugaron alegremente,
repitiéndose la escena cada vez que el pastor acudía a ese lugar, donde el desconocido amigo
esperaba todo solícito para continuar divirtiéndose.

Desde el momento que apareció el niño rubio, los carneros regresaban a su estancia bien
comidos, a pesar, de no existir en ese agreste sitio forraje suficiente para subsistir, por tal
motivo, sus progenitores entraron en sospecha. El agua también era escasa, se tenía que
recorrer grandes distancias para conseguirla, representando un serio problema para la
supervivencia de personas y animales.

Un soleado día, después que las criaturas retozaron alegremente por esos páramos solitarios,
el niños pastor tuvo necesidad de ver, llegado casi a la desesperación; comenzó a pedir agua y
el líquido elemento no había en ese lugar, ante este conmovedor trance, su ocasional amigo le
dijo: “levanta esa piedra, allí encontrarás lo deseado”. En ese momento, cuál sería su sorpresa,
cuando al retirar la roca, el agua comenzó a brotar a borbotones para satisfacción y gozo del
sediento chiquillo.

El alicaído rebaño, se transformó, los animales crecía cada día más robustos y sanos, causando
admiración y disgusto entre los comuneros.

Movidos por la curiosidad, los padres y del pastorcito fueron a verificar lo que estaba
sucediendo. Conforme iban avanzando por sinuosos camino, observaron a gran distancia el
rebaño suyo disfrutando de envidiable pasto verde que en esa época del año nunca se
presentaba.

Los padres quedaron asombrados al escuchar el relato pormenorizado del hijo, de lo sucedido
en los días que dialogaban y se divertían con su amigo gringo.

En ese instante de emoción, los tres se arrodillaron para dar gracias a Dios por el milagro
concedido a través del generoso niño desconocido, llegando a manifestar que era el Niño
Jesús, quien había acudido prestamente por mandato de su padre a socorrer a los humildes
pastores.

En la actualidad, en ese lugar, no falta agua, agua cristalina bendita, que da vida a toda la
comarca.

Niño Puquio, es el sitio donde se realizó el milagro y en memoria de este maravilloso


acontecimiento lleva este nombre, quedando a escasos kilómetros de la ciudad puquiana. (29)
Carlota Carvallo de Nuñez

EL TAYTA NIÑO

En un pueblo de nuestras serranías hay una iglesia, en donde se venera una imagen del Niño-
Dios, a quien los fieles llaman cariñosamente el Tayta-Niño. La gente refiere que hace mucho
tiempo el Tayta-Niño quiso vivir entre los hombres y vino a la tierra.

Le habían dicho que en aquellos lugares se cometía muchos abusos con los pobres y que los
ricos eran crueles y despiadados y quiso comprobarlo. Resolvió hacerles una visita la víspera de
Navidad, para lo cual tomó la apariencia de un viejo mendigo... y fue de casa en casa pidiendo
limosna. La gente, ocupada con los preparativos dela fiesta, apenas si lo socorría con un
mendrugo de pan.

Al fin, cuando ya anochecía, llegó ante una hermosa mansión toda iluminada, en donde el
señor del lugar se divertía bulliciosamente en compañía de sus amistades. Preguntó a una
mujer de la vecindad, quien era el propietario de aquella casa y ella le respondió que este era
un hombre malo y egoísta. A través de las ventanas abiertas el mendigo lo vio sentado en
torno de una mesa llena de sabrosos manjares. Se acercó a la casa y pidió una limosna. Como
esta le fue negada, el pordiosero insistió, llamando otra vez a la puerta, por lo cual el señor,
lleno de indignación, envió a dos de sus servidores para que lo arrojaran lejos del pueblo y así
no siguiera molestando a sus invitados.

El Tayta-Niño salió del pueblo lleno de tristeza y se refugió en un cerro vecino, desde donde se
dominaba toda aquella región... De pronto las aguas de los ríos vecinos empezaron a
desbordarse y a inundarlo todo. Lluvias torrenciales cayeron del cielo y poco después aquel
pueblo fue convertido en una inmensa laguna y no quedo ni rastros de él ni de sus moradores.

Mientras tanto el Tayta-Niño siguió su camino. Llegó a una pequeña aldea, y como se sintiera
cansado y hambriento, se dirigió a una choza, en donde brillaba una luz. Llamó a la puerta y
salió a recibirlo una pobre mujer que vivía allí con sus dos hijos. Todos ellos trabajaban en el
campo, laborando la tierra, desde la mañana hasta la caída del sol. Aunque no tenían dinero,
compartieron con el mendigo las escasas provisiones que habían guardado para celebrar la
Nochebuena.

Luego la mujer le dio el lecho de uno de sus hijos para que descansara. Antes de retirarse a
dormir, aquel hombre le pidió unas flores que hallaban al pie de una pequeña imagen. –Estas
flores están marchitas- dijo la mujer. Y salió al campo, en donde recogió algunas lindas flores
silvestres. Hizo con ellas un ramo y se las dio al pordiosero.

Cuando la mujer despertó a media noche, advirtió que toda su casa se hallaba iluminada. En el
rincón en donde dormía el mendigo, vio al Niño-Dios acompañado de dos ángeles. Su cuerpo
resplandecía como una estrella.

Entonces comprendió que había alojado en su casa al Señor y se postró para adorarle.
A la mañana siguiente el Tayta-Niño, bajo la apariencia del mendigo, se despidió de la mujer y
de sus dos hijos y agradeció su hospitalidad. Había visto que la gente era buena, y decidió
quedarse en el pueblo para siempre.

Los vecinos lo veían todas las mañanas frente a la iglesia, bajo la forma de una paloma blanca.
Poco después apareció misteriosamente la imagen del Tayta-Niño sobre el altar y allí se le
venera desde entonces. También puede verse al lado de la estatua, un ramo de flores de oro.
Son las mismas que aquella mujer recogió en medio del campo, para obsequiarle al mendigo
en una noche de Navidad. (30)
José María Arguedas

MITO DE INKARRI (31)

(Informante Mateo Garriaso)

Dicen que Inkarrí fue hijo de mujer salvaje. Su padre, dicen que fue el Padre Sol. Aquella mujer
salvaje parió a Inkarrí que fue engendrado por el Padre Sol.

El Rey Inka tuvo tres mujeres.

La obra del Inka está en Aqnu. En la pampa de Qellqata está hirviendo, el vino, la chicha y el
aguardiente.

Inkarrí arreó a las piedras con un azote, ordenándolas. Las arreó hacia las alturas con un azote,
ordenándolas. Después fundó una ciudad.

Dicen que Qellqata pudo haber sido el Cusco.

Bueno. Después de cuanto he dicho, Inkarrí encerró al viento en el Osqonta, el grande. Y en el


Osqonta pequeño amarró al Padre Sol, para que durara el tiempo, para que durara el día. A fin
de que Inkarrí pudiera hacer lo que tenía que hacer.

Después, cuando hubo amarrado el viento, arrojó una barreta de oro desde la cima de
Osqonta, el grande. “Si podrá caber el Cusco”, diciendo. No cupo en la pampa de Qellqata. La
barreta se lanzó hacia adentro, “No quepo”, diciendo. Se mudó hasta donde está el Cusco.

¿Cuál será tan lejana distancia? Los de la generación viviente no lo sabemos. La antigua
generación, anterior a Atahualpa, la conocía.

El Inka de los españoles apresó a Inkarrí, su igual. No sabemos dónde.

Dicen que solo la cabeza de Inkarrí existe. Desde la cabeza está creciendo hacia adentro: dicen
que está creciendo hacia los pies.

Entonces volverá, Inkarrí, cuando esté completo su cuerpo. No ha regresado hasta ahora. Ha
de volver a nosotros, si Dios da su asentimiento. Pero no sabemos, dicen, si Dios ha de
convenir en que vuelva.
MITO DE INKARRI (31-1)

Inkarrí, él, dicen, tuvo la potencia, de hacer y de desear.

No sé de quién sería hijo. Quizá del Padre Sol.

Como era el Segundo Dios podía mandar.

En la pampa de Qellqata pudo haber sido el Cuzco. Desde el Osqonta, Inkarrí arrojó una
barreta hasta el Cusco. Por encima de la pampa pasó, ensombreciéndola. No se detuvo. Llegó
hasta el Cuzco. ¿Dónde estará el Cuzco? No lo sé.

Inkarrí arrojaba las piedras, también. En las piedras también hundía los pies, como sobre barro
ciertamente. A las piedras, al viento, él les ordenaba. Tuvo poder sobre todas las cosas.

Fue un hombre excelente. Fue un joven excelente. No lo conozco.

No es posible que ahora viva. Dicen que su cabeza está en Lima. ¡Cuánto, cuánto habrá
padecido! No sé nada de su muerte. Ya su ley no se cumple. Como ha muerto, ni su ley se
cumple ni se conoce.

Debe haber sido nuestro Diosito quien lo hizo olvidar. ¡Qué será! Yo no lo sé. Pero, ahora el
agua, los naturales, y todas las cosas se hacen tal como Dios conviene que se hagan.

Está claro en Qellqata, la chicha hirviente, el vino hirviente, el aguardiente hirviente. Obra de
Inkarrí.
Federico Castillo Pacheco

ORIGEN DEL HUASCARAN Y EL HUANDOY

Provincia de Yungay

Departamento de Ancash

Cientos de años antes que la cultura del Callejón de Huaylas fuera sometido por el aguerrido
inca Pachacútec, las elevadas y blancas montañas del Huascarán y el Huandoy no existían.

Todo comenzó en el seno de la poderosa tribu Yunga, en la que gobernaba el cacique


Weraqtsa; valiente pero autoritario e irascible.

Por entonces allí, como en otros lugares, el albeldrío de la mujer, en cosas de casamiento era
nulo; en efecto, Weraqtsa ya había resuelto unir a su hija Wandy con Tikush, joven caciquede
la tribu Recuay, para fortalecer, mediante esta alianza vecinal, su poderío en el hermoso valle
del río Santa.

Pero, desgraciadamente, desde tiempo atrás, la encantadora Wandy mantenía, secretamente,


relaciones amorosas con un apuesto mancebo de la guardia llamado Wascar; por cuya razón,
y, para sorpresa de Weraqtsa, la noticia de su inminente unión con Tikuah fue recibida por ella
con disimulada amargura.

Mas el secreto de Wandy y Wascar dejó de ser tal, más pronto de lo esperado, porque la mala
fortuna quiso que, cierta noche, fueran observados, por uno de los fieles servidores de
Weraqtsa, en plena intimidad; quien, sin hacerse esperar, dio aviso a sus vasallos de confianza,
hacer comparecer, inmediatamente, a la bella doncella, ante su presencia, para explicar el
motivo de aquella conducta extraña y, sobre todo, darle un castigo ejemplar por tal
desobediencia.

Sin embargo, conocedora del fiero temperamento de su padre y gracias al sexto sentido de
mujer, Wandy presintió no solo el castigo que le esperaba con sutiles argucias logró
afortunadamente confundir y luego huir disfrazada de sirvienta, prácticamente, de manos del
enviado de Weraqtsa, hasta se aventuró en informar a su adorado pretendiente que, habiendo
sido descubierto el romance, ahí corrían un serio peligro y que la única solución era la fuga.
Así, ambos decidieron escaparse, con rumbo desconocido, antes del nuevo día.

Fatalmente, la huida de los amantes fue descubierto, demasiado temprano, por los vasallos del
insensible cacique; el que, furibundo, hizo ejecutar primero al mensajero inepto y después
mando a un selecto grupo de guerreros en busca de los fugitivos; y como quiera que Wascar
no contaba con medios defensivos suficientes ni podía competir solo con la bravura de
cincuenta guerreros, a pesar de su sobre humana resistencia, fueron fácilmente capturados y
regresados al lugar de origen.

Ya en presencia del poderoso Weraqtsa y sus consejeros, cual vulgares criminales, fueron
juzgados y sentenciados a una muerte lenta y cruel: Wascar por pretender lo reservado a la
nobleza y Wandy por resistir a la autoridad del cacique. Antes se les escarneció y torturó y
luego se les condujo a la cima del más elevado de Yunga. Allí se les ató, de manos y pies y el
uno frente a la otra, en postes elevadísimos de piedra; y se les abandonó semidesnudos y a la
suerte. El frío, la lluvia, el hambre, la sed y el dolor de verse separados les hicieron gemir,
clamar a los dioses, renegar de la existencia y llorar tanto que con sus lágrimas se formó la
laguna Chinancocha.

Y Kamakoq, el dios principal de los Huaylas, que estaba mirando y oyendo, pacientemente,
tales sufrimientos y lamentos, desde su trono en las nubes, se compadeció del dolor de estas
dos criaturas y, para que no padecieran más, transformó primero a Wandy en la cumbre del
Huandoy y después a Wascar en el soberbio Huascarán: dos hermosos y elevados picos
nevados que sobresalen orgullosos y desafiantes de entre las demás montañas de la, sin igual,
Cordillera Blanca.

Según el mito, ahí permanecerán ambos, mientas el mundo sea mundo, como un mudo
testimonio de un amor imposible.

Así se cierra el cuadro trágico: Weraqtsa-Tikush y Wascar-Wandy.

-.–

Ahora bien, la prueba histórica de este suceso radica en que: el Huandoy es más bajo que el
Huascarán, la antes laguna Chinancocha y hoy Llanganuco se encuentra entre ambos, este
hecho fue tan famoso y conocido que los incas lo recogieron en forma de poesía. (32)
Francisco Carranza Romero

LA MADRE COCA

Kuka, que en castellano es conocida como coca, era una bella ñusta que vivía aprendiendo
todas las cosas que debían saber las mujeres de su época y pueblo: tejía, bordaba, aprendía
canciones y bailes para cada oportunidad, memorizaba relatos, proverbios, trabalenguas,
adivinanzas, obras teatrales; identificaba las estrellas y sabía qué significaban para la vida.
Sabía la cortesía y etiqueta para cada caso. Es decir, sabía lo suficiente como para ser
considerada una ñusta respetable.

Estando recluida en el akllawasi, gineceo dedicado a las nobles, escuchó noticias muy
alarmantes de la boca de las mamakuna, matronas que cuidaban de la educación de las ñustas
escogidas. Habían llegado unos barbudos blancos que andaban sobre animales más grandes
que las llamas, tenían armas como truenos y rayos, olían a guano y eran muy extraños porque
comían metales preciosos como el pájaro cuchipiyo. Eran unos hambrientos de oro.

Una tarde de lluvia y niebla llegaron esos forasteros al acllahuasi y con prepotencia pidieron
posada y comida. Después de saciar su estómago se apoderaron de todas las joyas, mataron a
las mamakuna que se opusieron y violaron a todas las chicas. Eran, realmente, unos
indeseables.

Cada uno se apropió de una chica y la ñusta Kuka llegó a ser propiedad de un barbudo
maloliente con muchas cicatrices en todo el cuerpo. Este, que en cada lugar se hacía de otra
mujer, había llegado al pueblo con su tropa de mujeres. Kuka se sintió humillada, peor que
cualquier basura. Sus padres habían muerto defendiéndose de los despojadores. Ella estaba
sola, pero no quería permanecer más con ese barbudo.

Una noche contó su triste suerte a un muchacho de su pueblo. Y ambos, después de


lamentarse de la desgracia general, decidieron fugarse con el objetivo de internarse en la selva
donde sería más difícil de ser hallados. La selva oculta a todo el que entra en ella.

Cuando la estrella Taclla apareció sobre la cresta del nevado cada uno de ellos salió de prisa
por la empinada cuesta. Después de unas dos horas de camino se encontraron en el lugar
convenido, emocionados de poder fugarse continuaron subiendo la ladera. Pero, para sus
desgracias, una vieja barragana se había dado cuenta de que Ñusta después de salir sigilosa no
había regresado desde hacía más de dos horas. Comedida fue a avisar al patrón para
prevenirle que una de sus chicas se había ido, seguro para engañarle con otro.

El patrón, enojado, la identificó, la llamó y buscó por toda la casa y sus contornos, y al no
hallarla, mandó a sus criados que rápido le ensillaran su caballo bayo y le soltaran su galgo
negro rastreador. Al amanecer los jóvenes ya habían culminado la cima y ahora corrían por una
inmensa pampa a la orilla de una laguna grande. El viento frío de la jalca les azotaba el rostro.
En esos momentos el perseguidor también alcanzaba la cima con el caballo botando espuma
por la boca. Picó los ijares haciendo bracear a la bestia por la pampa hasta que vio a los
fugitivos. Soltó a su galgo para que los alcanzara. Así que cuando recién llegaban los delicados
rayos del sol el perro ya estaba debajo de una roca grande donde se habían subido los jóvenes.
El cazador de animales y personas ladraba furioso, babeante y mostrando sus grandes caninos
fluidos. Allí llegó el barbudo perseguidor.

-Perdón, patroncito –gemía la desgraciada Kuka, arrodillada y con las dos manos juntas como
la vizcacha-. Ya no haré más, patroncito...

-¡Perra! ¡Puta! Yo no perdono a nadie, ahora vas a ver lo que voy a hacer con este maldito
indio.

De un latigazo tumbó al muchacho que rodó sobre las piedras y cuando estaba levantándose lo
derribó de un puntapié en el pecho. El muchacho exhaló un grito sordo de ahogo agarrándose
el pecho con las dos manos. El barbudo, desenvainó la espada, presionó la punta sobre el
cuenco entre el cuello y el pecho de la indefensa víctima. Y luego azuzó a su perro.

-¡Lucero, muerde!, ¡Lucero, muerde! Es tu desayuno, Lucero.

El galgo, como otras veces, comenzó a morder por todas partes al muchacho que se
acurrucaba y pataleaba. La muchacha, en su desesperación, saltó sobre el hombre, hasta que
un manazo la hizo rodar. El airado patrón hundió la espada en el cuenco de donde borbotó un
manantial de burbujas rojas. Lucero se prendió de esa parte, comenzó a saborear la sangre y
carne aun tibias y con violencia iba destrozando su presa con la violencia de los perros
cazadores. El barbudo amarró de las manos a la chica temblorosa, se tiró sobre ella con la
misma violencia de su perro y así iba saciando su lujuria. Kuka se sintió totalmente
abandonada, huérfana de huérfanas; en su impotencia y desesperación pensó que el lejano
cielo azul, los cerros, la dura tierra, todos eran sordos, ciegos e insensibles. Hombre y perro se
saciaron de sus presas; el caballo resoplaba, movía las orejas y batía la cabeza. Iniciaron el
retorno arrastrando a Kuka, el caballo galopaba por el camino cascajoso y duro hasta que
aparecieron unos viajeros que venían en sentido contrario. Ante esto, el barbudo jinete desató
la soga, dejó el cuerpo ensangrentado y empolvado y continuo maltrecho, lo envolvieron con
sus ponchos, la reconocieron, la levantaron y, lamentándose de los tiempos cambiados, se
llevaron cargando hacia la región cálida de la montaña. La desfigurada e hinchada muchacha
murió después de unas convulsiones largas en que abría y cerraba las manos de dedos
crispados.

En el lugar que la enterraron creció una planta de hojas verdes, menudas y fragantes. Una
planta como otras que crecían en esa chacra. Una anciana que estaba de paso por ese lugar
escuchó muy interesada el relato de la muerte de la joven y se acercó a observar esa planta
que, realmente, no tenía nada especial; pero esa noche tuvo dos sueños. En el primer sueño,
una bella ñusta de trenzas gruesas, de monillo verde y de bata negra y bordada de flores de
muchos colores le ofreció un puñado de hojas verdes. Y pronto se alejó prometiéndole volver
con más hojas y flores. En el segundo sueño, era la misma muchacha pero de rostro y cuerpo
llenos de llagas y sangre, lloraba desconsolada en el mismo lugar donde estaba el arbolillo. La
anciana, compadecida, se le acercó.

-Dime niña, ¿quién eres y por qué lloras tanto? –la acarició tratando de consolarla-. ¿Acaso a
tu temprana edad has cometido algún delito grave?
-Yo soy Kuka, mamita. Lloro y sufro por tanta gente que muere por culpa de los desalmados y
barbudos forasteros... –no pudo continuar, el dolor y la ira la ahogaban. Después de una larga
pausa habló resuelta- Pero, mamita, óigame bien: yo me vengaré. Me convertiré en la
perdición de ellos, los seduciré con mi gracia de niña violada antes de ser mujer y los mataré
lentamente hasta a sus insaciables descendientes. Esto me aconsejan nuestras Huacas...

Al despertar, la anciana recordó las palabras de los mayores que “los sueños del alba son
revelaciones”, y aun con las imágenes frescas de sus dos sueños, se levantó temprano y se
dirigió a ese arbolito para hacerle una visita especial. Llegando allí cogió algunas de sus
seductoras hojas, las masticó lentamente y le habló desde lo más profundo de su ser.

-Mamita Kuka, dime qué puedo hacer para calmar tu dolor. –Un viento fresco sacudió las
ramas, y la anciana sintió el dulzor de las hojas dentro de su boca. Sonrió acariciando al
arbolito-. En cuanto al mandato de las Huacas, haz lo que te aconsejan; si ellas hablan, saben el
porqué. Pero cuida a nuestra gente, sigue dándole compañía, sabiduría y valor.

Otro viento fresco movió las ramas, y las hojas dentro de su boca saltaron alegres. Todo estaba
claro.

Antes de marcharse contó sus sueños a los de la casa y pidió a todos que cuidaran mucho esa
planta y que llevaran sus semillas a todos los lugares para que las palabras de Kuka tuvieran su
real cumplimiento. Así se hizo.

Y ahora, hijos de la Madre Coca, cantemos todos:

“Ayllullay, ama waqaytsu

Markallay, ama ñakaytsu

Mama Kuka kutimunqam

Saprakuna ushatsiqnin”

(No llores, ayllu querido.

No sufras, pueblo querido.

Volverá la Madre Coca

para acabar con barbudos.)

alza tus brazos, hermano. Abre tus manos, hermano. Recibe las verdes hojas. Comulguemos
todos juntos. (33).
Alejandro Ortiz Rescaniere

ACHIKEE

Achikee era una mujer que se había peleado con Dios.

Era su enemiga.

Una larga noche, dos niñitos no tenían qué comer.

Sus padres los dejaron perderse. Entonces caminaban en un lugar muy oscuro; encontraron
una vieja que prometiéndoles una rica comida les hizo entrar a su casa. Envió a uno de ellos a
buscar agua para hacer cocinar papa. Cuando el hermanito regresó, Achikee le dio de comer
piedras calientes, como si fueran papas sancochadas. Luego la malvada devoró a uno de los
hermanos. El otro, tomando los huesos de su hermano, se escapó.

La vieja persiguió a la hermanita. Teeta Mañuco hizo caer una cuerda de lo alto. Por allá la
chica subió. En el cielo Teeta Mañuco hizo reconstruir los huesos del pequeño. Achikee subió
también por la cuerda. Pero un ratón cortó la soga con sus dientes agudos. Cayendo Achikee,
gritaba: “A la pampa, sobre la pampa...” pero se estrelló sobre unas rocas peladas.

De su sangre nacieron por primera vez las zarzamoras, de su vestido rojo nacieron las plantas
espinosas y todo lo que crece donde no se puede cultivar. (34).
María Wiesse

EL PAÍS DEL SOL

Había una vez, y de esto hace miles y miles de años, un gran país, en el que no habitaba
criatura humana alguna.

En el cielo de un azul purísimo el sol resplandecía y derramaba su luz vivificante sobre los
árboles, sobre las plantas y sobre los animales, pero en la región no había una sola criatura
humana, que recibiese la luz bienhechora del sol...

Y pasaron las mañanas y pasaron las tarde y las noches, que formaban el cortejo monótono y
largo de los meses y de los años y el sol brillaba tan solo para los grandes bosques y la floresta
exuberante; para los campos incultos, donde erraban gigantes y extraños animales; para los
rudos picachos de las sierras y las playas bañados por el mar.

Aquel país –donde no había un solo hombre- era un inmenso territorio de una maravillosa
variedad de climas, paisajes, fauna y flora. Era un territorio compuesto de tres regiones, que
tenían cada una su fisonomía y su aspecto propios; tres regiones tan distintas entre sí, que
hubieran podido hacer tres países y que, sin embargo, formaban un solo todo vastísimo,
hermoso y de gran riqueza.

La costa: suaves llanuras, un cielo pálido, de delicados tonos grises, valles floridos, arenales
desolados, playas de doradas arenas. El calor fuera tremendo si del océano no vinieran frescas
brisas, brumas que hacen más agradable la temperatura. La Costa principia en las playas,
donde mueren las olas y termina al pie de la gran cadena de montañas, al pie de la Cordillera
de los Andes.

Y se levanta altiva, imponente, bravía la Sierra con sus picos audaces, sus gargantas profundas,
sus cumbres resplandecientes de inmaculada blancura –la nieve ha revestido para siempre los
cerros -, sus ríos que descienden cantando por valles y quebradas. En la Sierra los valles son
más floridos, más risueños que en la Costa y el firmamento es de un azul intenso, de una
transparencia de cristal. Los campos, que gozan de lluvias frecuentes y copiosas, son de un
verde limpio y tierno.

En las mesetas o altiplanicies de la Cordillera sopla un viento helado y no crecen ni árboles, ni


plantas; solo prospera una yerba menuda y un árbol pequeñito, es la Puna áspera y desolada. Y
en una de aquellas altísimas mesetas brilla, como una piedra preciosa, un lago extenso y
profundo como el mar y en cuyas aguas serenas se refleja el azul maravilloso del cielo.

La región oriental de ese inmenso país está cubierta de árboles, de plantas, de verdura
exuberante y espléndida. Es la selva, mundo misterioso y enorme, que encierra un tesoro de
riquezas vegetales.

Allí en la selva, en el Oriente el sol quema; el sol alumbra con violencia, con exceso. Y las lluvias
caen tan copiosas, que inundan la espléndida foresta. Los ríos corren, arrastrando abundante
caudal de agua. Todos van a formar el río, que tiene más agua del mundo; un río, que en el
transcurso de los siglos, será uno de los caminos del continente americano.
Ese maravilloso y vastísimo país de playas, llanuras, valles, cerros, montañas, bosques, lagos y
ríos, ese país que esperaba al hombre, era lo que es hoy, nuestra patria; era el Perú. (35).
Federico Castillo Pachecho

EL ESPÍRITU DEL RÍO HUATANAY

Provincia de Cuzco

Departamento de Cuzco

Durante el reinado del inca Roca Inca, el sexto soberano del Tahuantinsuyo y el primero de la
dinastía de los Hanan Cuzco, se realizó en el seno de la ciudad del Cuzco una monumental obra
de hidráulica urbana, el desenterramiento y canalización del río Huatanay.

En el Cuzco de aquella época las creencias, costumbres y ceremonias satánicas estaba a la


orden del día, pues abundaban los agoreros y hechiceros, al morir un noble era enterrado
junto con sus mujeres y servidores vivos, sacrificaban seres humanos al cerro Huanacaure y
hasta hablaban con los demonios. Por otra parte, según cuentan nuestros abuelos, por el
Cuzco de entonces se deslizaban, de levante a poniente, dos pequeños arroyos: uno por el
centro y otro por la orilla. Estos arroyitos eran los únicos que abastecían a la creciente y
sedienta población. No obstante, aquí como en otros lugares, corrían ignorados e
inaprovechados, grandes y pequeños ríos subterráneos; esperando el ingenio o la mano
descubridora del hombre.

En efecto, estando orando, en cierta ocasión, el inca Roca Inca, muy preocupado por la falta de
agua en el Cuzco, en lo más alto del cerro Chaca a Ticeviracocha y Huanacaure, al Sol y los
incas, sus ancestros; consultándole por dónde y cómo se podría llevar alguna acequia o río a la
ciudad, se vio relucir un enceguecedor relámpago y luego se oyó un trueno tan fuerte que los
pocos acompañantes del inca huyeron espantados; y este, al tenderse sobre el suelo para
protegerse de un posible rayo, escuchó casualmente el rumor de un río subterráneo. El
soberano inca, muy contento y bien creído de haber sido escuchado por los dioses, le rindió
culto y muchos sacrificios de agradecimiento; y enseguida mandó reunir unos diez mil
hombres, a órdenes de un enérgico y capacitado curaca de nombre Acahuana Inca, para que
construyeran, por el centro de la ciudad del Cuzco, un canal enlosado como lecho artificial del
río que después desenterrarían.

Mas, en cuanto se inició las labores de desenterramiento del río, hizo su aparición el
mismísimo demonio en forma humana; pero de un brillante color ceniza, la mirada
irresistiblemente penetrante como del gato y la voz tan sonora que hacía vibrar los nervios de
los que le oían, dejando en la piel una sensación como de hincones de aguja. Preguntando
quién y de dónde era, el extraño personaje dijo llamarse Corcca Apuy ser el espíritu del río
subterráneo; y luego les manifestó su voluntad de que el río descubierto no fuera usado por la
población y menos encausado por la ciudad, pues de lo contrario una sola maldición lanzada
por él podría echar a perder el trabajo de tantos meses y hombres.

En vista de ello, y no deseando molestar a Roca Inca por pequeñeces, Acahuana Inca suplicó
personalmente a Corcca Apu, en nombre del inca y del pueblo cuzqueño, que permitiera
desenterrar y usar el río descubierto; pero este se negó rotundamente argumentando que ya
en otra circunstancia había consentido disecar una laguna salobre, en medio de la ciudad, para
construir una hermosa y gigantesca plaza.
Entonces Acahuana Inca ofreció darle –siempre que fuera posible –lo que exigiera a cambio del
desenterramiento y utilización del río subterráneo; y en esta oportunidad el misterioso Corcca
Apu aceptó y pidió que, el día siguiente, le llevara una doncella de la nobleza incaica, joven,
hermosa y ricamente ataviada de vestidos y joyas. Pero el jefe de los trabajadores, siempre
pensando en no molestar al inca por trivialidades, buscó una doncella de estirpe humilde pero
joven y bella; y hallado en la persona de la hija de un tal Polli Auqui Tito llamada Illa Tuya le
engalanó y entregó conforme a lo convenido.

Pasado algún tiempo y cuando las obras ya estaban bien avanzadas, Corcca Apu se dio cuenta
del engaño y, lleno de furia, empezó a vengarse calentando, no se sabe cómo, las aguas del río
desenterrado a tal punto que, diariamente, morían quemados muchos trabajadores. Luego
alardeaba de sus poderes afirmando que no solo podía calentar las aguas de todos los ríos y
mares sino también nada ni nadie era capaz de matarle y menos herirle; y hasta se burlaba de
todos diciendo que podían seguir trabajando, pues ningún daño les sobrevendría. Entonces
Acahuana Inca, no pudiendo soportar semejante vanagloria y mentira, le dio un porrazo en la
cabeza sin causarle el menor daño; y Corcca Apu le respondió con una furibunda maldición
transformándole, en el acto, en un gran peñón. No contento con esto, el cobarde Corcca Apu
quiso ahorcar, usando sus propias trenzas , a la bellísima Illa Tuya; pero habiendo ella
solicitado, con mucha fe, el auxilio del poderoso dios Ticeviracocha fue escuchada; y Corcca
Apu tuvo que seguir la misma suerte de Acahuana Inca. Así quedó, sana y salva, la hermosa Illa
Tuya.

Enterado el inca Roca Inca del raro acontecimiento, castigó a los subordinados inmediatos del
curaca Acahuana Inca y amonestó severamente a los demás; lo uno por no haberle avisado y lo
otro por haberse burlado de lo que él consideraba el dios de los ríos; y luego, aunque un poco
compungido, nombró un nuevo jefe (de cuyo nombre no hay memoria) para que continuara la
obra y, esta vez, los trabajos se realizaron y terminaron sin tropiezos. De este modo, al río ya
desenterrado y canalizado lo denominaron Huatanay.

Los dos grandes peñones, en los que se convirtieron los personajes centrales de nuestro relato,
se levantaban, desafiando al tiempo, en la parte más elevada del extremo norte del Cuzco de
entonces, bajo los nombres de Corcca Apu y Corcca Curaca; hasta que el inca Inca Yupanqui
inició, sobre ellos, la construcción de la gigantesca fortaleza de Sacsahuamán.

-.-

Ahora bien, sobre la descripción del antiguo Cuzco circulan conjeturas dispares y hasta
contradictorias, en efecto, Cieza nos dice que por la ciudad del Cuzco no pasaba ningún río ni
arroyo, pero habían pequeñas fuentes de las que se abastecía la población, Garcilaso, por el
contrario, indica la existencia de cuatro pequeños arroyos de agua dulce y una hermosa fuente
de agua salobre en el centro de la ciudad, y no faltan quienes señalan la presencia de dos
riachuelos, atravesando la ciudad, el Huatanay y el Tulumayo; pero sea como fuere, yo no hago
Historia sino Literatura basado en las tradiciones orales. (36).
María Wiesse

LA NIÑA Y SU CÁNTARO

Grandes nubes negras oscurecen el cielo. Un hombre de alta estatura y gran fuerza, que lleva
una maza en una mano y, en la otra una honda recorre el firmamento. Es el dios de la
tempestad. Su hermana es una linda niña, que sostiene un cántaro de agua. El hombre se
acerca a la bella y graciosa joven y rompe el cántaro que ella lleva. Entonces resuenan los
rugidos del trueno, se encienden los relámpagos, el granizo golpea la tierra, la nieve cubre las
montañas y la lluvia cae sobre los campos. Se ha desatado la tempestad, al romperse el
cántaro de la niña.

En el mundo los hombres no tienen miedo, cuando ruge el trueno y brillan los rayos y
relámpagos.

Wirakocha, el creador del mundo, es el que ha dispuesto que estalle la tempestad, cada vez
que el hombre de la honda y de la maza rompa el cántaro de agua de su hermana, la linda
diosa de la lluvia. (37)
Francisco Carranza Romero

OTROS HIJOS DE LA MADRE TIERRA

En tiempos lejanos, cuando aún no se podía contabilizar nada, Patsa Mama fue atacada de
fiebres y raras convulsiones. Aquellos tiempos eran antes de la aparición de dos soles en el
firmamento, por eso difícil ordenar los datos dispersos. No creo que haya alguien que pueda
contar con precisión todo lo que pasó entonces. Pero , lo que ahora les refiero es lo que pude
escuchar de unos y otros mayores.

Era una fiebre rara que la hacía temblar y delirar. Su piel se movía como airadas olas que suben
y bajan con violencia, nada era sólido, todo era como la mazamorra espesa de papa rallada en
pleno hervor. Exhalaba vapores calientes, finos velos de seda que lentamente fueron
cubriendo la desnudez de su cuerpo ardiente. Estuvo sumida por tanto tiempo que parecía que
iba a acabarse.

Por suerte, la terrible terciana la abandonó, y todo su cuerpo excitado y su piel bullente se
quedaron paralizados. Las olas altas se quedaron arriba, las bajas se quedaron sin poder
levantarse, y las que estaban bajando o ascendiendo se quedaron en el proceso. Aparecieron
unas crestas rocosas de afiladas puntas y de cabezas romas, mientras los valles profundos se
quedaron boquiabiertas mirando para siempre el azul cielo lejano. Las mesetas se convirtieron
en gradas esperando al futuro ser para tenerlo en sus faldas y rodillas.

El vapor que la cubría se elevó para luego caer convertida en gotas interminables que
formaron fuentes, lagos, mares y ríos. Patsa Mama, aparentemente, ya estaba reposada y
tranquila, solo por unos cuantos cráteres seguía expulsando la fiebre interna que aún la poseía.

Desde su profundo vientre, a través de estrechísimas grietas, comenzaron a salir a la superficie


los apallicos, piñiñicos, duendes y ayras, que cada vez que salían sufrían mucho a no poder
quedarse fuera para siempre como los otros seres que cubrían y transformaban la tierra.

Apallicos

De las profundas y laberínticas gargantas salen los apallicos que, a veces, al ser sorprendidos
por el día o por otros seres se quedan convertidos en piedras de formas muy extrañas. Por eso,
todos debemos tener cuidado con cerros y piedras de formas raras, porque dentro de ellos
pueden estar los apallicos esperando apropiarse del espíritu de los seres vivos. Especialmente,
una mujer embarazada debe evitar acercarse a cerros con apallicos que pueden apropiarse del
espíritu de su indefensa criatura.

En los pedregales de Lampay hay apallicos. Una noche de luna llena, el anciano Shilli Huisa
pasaba despreocupado, precisamente por allí, cuando en la orilla del riachuelo encontró
acurrucada a una criatura. Se conmovió al comprobar la desnudez y abandono del pobre niño,
que al instante le comenzó a rogar con llantos.

-¡Apallikallkamay! ¡Apallikallkamay! (¡Álceme en sus brazos, por favor! ¡Álceme en sus brazos,
por favor!) –lloraba y alzaba sus bracitos.
Cuando ya estaba por alzarlo, su coca brincoteó dentro de su boca avisándole el peligro. En ese
momento se acordó de los apallicos, parado y pensativo dudó si esa criatura era realmente un
ser desgraciado y abandonado o el apallico del que había oído relatos pero nunca los había
visto. En vez de alzarlo en sus brazos lo tocó con sus llanques. Al primer contacto, la criatura
gimiente se transformó en un ser violento, abrió su boca, rugió y mostro sus agudos dientes de
murciélago. El rugido fiero convocó a muchos niños grotescos dispuestos al ataque, como si los
pedregales se convirtieran en apallicos. Don Shilli, acorralado, tuvo la serenidad para pensar,
sacó el bollo de coca que estaba masticando y con eso les amenazó tirarlos. Apenas olieron el
olor de la coca se distanciaron de él, pero seguían rodeándole en círculo más grande.

-Mamita coquita, gracias por avisarme el peligro. Dame valor y serenidad. Ahora ayúdame a
pensar para salir del peligro.

Así le habló al bollo verde de coca que tenía en la mano izquierda, que es la apropiada para
lidiar con seres de otro mundo. Otra vez puso en su boca y sintió el dulce y cariñoso sabor de
su coca. Se acordó de que en la ladera sobre Lampay algunos estaban majadeando sus chacras,
silbó tan fuerte y provocativo que despertó a los perros pastores que aullaron y ladraron, y
hasta algunos pastores silbaron como para espantar pumas y zorros. Ante tanta alarma, los
apallicos comenzaron a empequeñecerse o quizás a alejarse, pero, poco a poco se fueron
disipando de su contorno. Así don Shilli se salvó del ataque de los apallicos de Lampay.

Realmente, esos diminutos seres no pueden comer a la gente porque no tienen estómago
como nosotros, solamente les arrebatan la vida y el espíritu.

Piñiñicos

Por esas estrechas y profundas gargantas también salen unos seres diminutos de forma
humana, son los piñiñicos. Ellos no atacan, salen a la superficie para conocer este mundo y
respirar el aire nuestro. Solo podrían atacar para defenderse.

Los niños pastores, a veces juegan con estos hombrecillos amables, graciosos y de eterna
infancia que viven en el interior de la Patsa Mama. Ellos también se cuidan de las aves rapaces
porque estas, a veces las confunden con sus presas, por eso andan con sus hondas y piedras
redondas dispuestas a ser usadas ante cualquier ataque. En la pelea, dicen los que lo han visto,
son incansables, valientes, ágiles y fieros que vencen a pumas, osos y cóndores despistados.
Por eso, los que ya los conocen bien, prefieren compartir el aire y la tierra porque los piñiñicos
son, en realidad, inofensivos.

Solamente hay que evitar que una mujer joven duerma sola en los parajes del piñiñico, este
puede hacer la travesura de poseerla mientras esté sumida en profundo sueño. Su engendro
es un hombre diminuto pero bien proporcionado.

En Manchay Puncu aparecen los piñiñicos. Verlos o no verlos, no es un problema porque ellos
son seres muy pacíficos.

Huaracllay
El duende del Callejón de Conchucos se llama waraqllay, porque aparece solo en la hora del
alba. Este hermoso niño se baña muy temprano en los remolinos, corrientes, fuentes y lagos.
Su llanto es quizás su lenguaje infantil de comunicación. A veces se pasea por los alrededores
de su morada acuática, y cuando es sorprendido por algún extraño, deja su excremento que es
como gelatina o chocolate espeso y batido, y luego, desaparece de nuestra vista o se introduce
dentro de la naturaleza sin necesidad de que haya un hueco o camino. Es como una imagen
luminosa que aparece o desaparece.

En Cachca, pastizal debajo de nuestro nevado Apu Raju, cada amanecer del veinticinco de
diciembre hemos visto su excremento que parece a sangre coagulada, no apesta, son
montoncitos que indican su itinerario. Nuestros ganados comen a quitadas esos manjares para
ser más fértiles y saludables.

En la madrugada de la Navidad, después del segundo canto del gallo, arreamos nuestros
ganados hacia el pastizal debajo de los nevados para que nuestros animales sean los primeros
en lamer la caquita del niño recién nacido. Por todos los caminos de los cerros sobre el valle de
Quitarcsa hay coros polifónicos del ¡ñaa!, ¡baa! de cabras y ovejas; de silbidos, gritos y risas de
reconocimiento y provocación de muchachos y muchachas que van a comenzar ese día con los
juegos de tumbarse, pintarrajearse y echarse harinas. No se sabe si el huaracllay espera ese día
para dejar sus benditas caquitas por tantos lugares o quizás, asustado por el ruido de
muchachos y animales que se movilizan a los pastizales antes del alba, sufre una indigestión.
Lo cierto es que ese día siempre deja sus montoncitos en Cachca y en otros pastizales.

Agradecidos de que nuestros animales aumentan por ese gesto tan amable del duende, le
dejamos canchitas y gotas de leche sobre unas piedritas planas. Estamos seguros de que él,
desde otra dimensión, nos está mirando sonriente y juguetón, y espera nuestro reencuentro
cada madrugada del veinticinco de diciembre.

El huaracllay no es ofensivo con nadie, es la manifestación de la ternura de la naturaleza. Verlo


o escucharlos es una suerte que muy pocos la podrán tener en toda su existencia. Y él no se
manifiesta en cualquier lugar, en cualquier época ni a cualquier persona, sabe escoger a sus
amigos según la pureza de sus pensamientos e intenciones. Por eso, la gente de Quitaracsa no
le teme ni trata de ahuyentarlo con ritos como las bendiciones y misas. Ellos no se incomodan
con los que no les hacen ningún mal.

Según los entendidos, los apallicos, piñiñicos y duendes aumentan porque los espíritus de los
que no pudieron nacer por cualquier causa se les unen. Son seres que sufren por no haber
podido llegar a ser personas, se quedaron en la frontera de aquel mundo y de este mundo.

Los apallicos se han vuelto grotescos y violentos por la rabia contenida contra sus padres que
les negaron deliberadamente el derecho de nacer. Por eso agreden, asustan y se han vuelto
enemigos de los seres humanos.

Los piñiñicos y duendes, aunque también envidian la vida de los seres humanos, comprenden
que sus padres los perdieron sin haberlo querido ni programado. Compadecen a sus madres, y
a veces lloran porque también desean la compasión de los seres vivos. Por eso, cuando pueden
o tienen la suerte de comunicarse con alguien, se sienten muy felices y tratan de retribuirle
con alguna muestra de buena suerte. (39).
SELVA

Ricardo Álvarez

EL NACIMIENTO DEL DIOS TSLA

Yakonera una mujer pira que se convertía en tigre o en mujer según sus conveniencias. Vivía
con los tigres y era conviviente de un gran tigre con quien había tenido 20 hijos tigres.

En un ataque a un poblado Piro, participa de la matanza de todas las mujeres y después de


elegir entre los sobrevivientes masculinos a un joven Piro lo cubre con una piel de tigre para
que no fuera devorado.

Luego se retrasa en el regreso al poblado de los tigres y se queda a vivir con los Piros. Sin
embargo, Yakonero regresa al lugar de la refriega en busca de unas pulseras que había
perdido. Ya estaba embarazada de Tsla y sus dos hermanos Muichkajite, quienes desde su
vientre le pedían flores. En un intento de recoger una flor es picada por una hormiga venenosa
que le produce gran dolor. Enfadándose contra sus hijos se golpea el vientre.

Cuando intenta regresar al caserío de los hombres no recuerda el camino y al preguntarle a su


hijo Tsla, este le da los datos cambiados con lo cual regresa al caserío de los tigres.

Se esconde en las vigas del techo de su antigua casa mientras su suegra-tigre la oculta de los
tigres.

Sin embargo, los tigres la descubren pero no la devoran a pedido de la suegra-tigre sino que la
ofrecen para servicios de despiojarlos. Al llegar el tigre que había sido su marido, Yakonero no
puede tragar sus piojos y es devorada por los tigres.

La suegre-ttigre logra salvar la matriz de Yakonero y sacar a los tres niños: Tsla, quien es la cría
de manacaraco y sus hermanos Muichkajite que son crías de la pucacunga.

Cuando crecen Tsla y los hermanos Muichkajite matan a los tigres para vengar la muerte de su
madre. (1)
EL CREADOR

(Narrado por Ernesto Vaquinahua)

Dicen que el creador solamente les daba yuca cocida. No les daba el tronco. Solamente les
daba la raíz. Ya que les daba solamente la raíz, solamente cuando iban a la casa del creador
podían tomar masato. Solo allí tomaban masato.

El creador solamente les daba la raíz de la yuca, y por eso en esa forma no más se la comían.
Todo les daba ya cocido: sachapapas, papas y camotes. No les daba crudo. Cocido, nomas.

Pasó mucho tiempo así, en que les daba solamente cosas cocidas. Un día cuando creador fue a
sacar yucas, un hombre le siguió, guardando cierta distancia para espiar. Luego oyó que el
creador, quien había ido a sacar yucas, hablaba.

Decía (al ventosear): -¡Ah! (qué rica) la yuca cuyos troncos he puesto en la boca de los huecos.

El hombre escondido dijo: -¿Así que es el tronco lo que él sembró? ¿Cómo podría yo robarle
eso? ¿Cómo podría yo conseguírmelo para poder sembrar yo mismo? ¿Cómo lo haría? No
parece haber ninguna manera de conseguirlo.

Cuando el creador había sacado suficiente yuca para una masateada y su mujer había llenado
su canasto, su gente se lo llevó en fila hasta su casa. Fueron.

Cuando el jefe había caminado una pequeña distancia, avispas y víboras se amontonaron a las
ramas de la yuca. Había toda clase de víbora. Cada rama tenía su huasamachaco y su
loromachacaco. Y abajo en la tierra, shushupes, cascabeles y pumamachachos. Allí se
amontonaron. Cuando el dueño se iba, ellos venían en montones debajo de las plantas. Las
avispas hacían lo mismo. Cuando el dueño quería sacar yucas, sacudía las plantas diciendo:

-Váyanse –y con un zumbido fuerte se iban. Se iban todos. Sus nidos quedaban allí colgados,
vacíos. Cuando el dueño se fue, ellos regresaron.

Así fue cuando el hombre espió: -¿Cómo voy a conseguirlo? Si podría quitar siquiera esa ramita
de allí. Voy a tratar de quebrar una rama.

Cuando supo que el dueño había llegado a su casa, fue a la chacra. Caminó andando de
puntillas (acercándose a la yuca).

Dio una mirada a la yuca. Las avispas le habían descubierto y furiosas salían como una nube
hirviendo. El hombre corrió, agarró una rama y la quebró. Se dio a la fuga con un nubarrón de
avispas que le seguían. Le picaban la cabeza. (El dolor) era como para dejar la rama pero hizo
una carrera loca. Salió de la chacra y entró en el monte tupido. Las avispas le siguieron.

Cuando corría, el palito de yuca se raspaba contra el monto y se pelaba, perdiendo las yemas.
Solamente la parte que tenía en el puño no se peló. Apenas dos yemas le quedaron al palito.
No quedó ni una yema en todo resto de la rama; solamente aquellas donde había agarrado. El
resto no tenía. Ya no había nada para sembrar. El dolor comenzó a calmar, y se fue a su casa.
De ida, dejó la ramita en el suelo y al llegar se echó en la hamaca, porque las avispas le habían
picado la cabeza. Tenía mucha fiebre.
Su mujer le decoró las plantas de los pies con tatuajes pintados con achiote. Le abrió la hamaca
y le pintó las plantas de los pies. Él quedó echado, con fiebre.

El dueño salió a averiguar en todas las casas:

-¿Quién me ha quitado mi palo de yuca?

Pasó más adelante (con la misma respuesta):

-No lo hemos visto.

Pasó de una casa a otra: -¿Ustedes no me han quitado mi palo de yuca?

-No, no hemos traído ningún palo de yuca.

De allí, fue en otra dirección. Averiguó por todas partes.

-Me falta preguntar solamente en esa casa –dijo, y se acercó.

Al llegar: -¿Quién de ustedes me ha quitado mi palo de yuca? ¿No me han quitado mi palo de
yuca?

-No sabemos nada. No hemos vito tu palo de yuca. No sabemos.

No he hecho más que quedarme echado, con fiebre –respondió.

-¿Tú no me has quitado mi palo de yuca?

-Yo no he tomado tu palo de yuca. No lo he visto. Estoy echado con fiebre.

-Tú mismo lo has traído. ¿Quién más puede ser? Tú mismo lo has traído.

Se había dado cuenta de que tenía fiebre por las picaduras de las avispas.

-Dime de mi palo de yuca. Habiéndome quitado mi palo de yuca, confiésamelo.

-Yo no sé nada de tu palo de yuca. No lo he visto. No sé nada.

-No es cierto. Tú mismo lo has tomado. Yo te quisiera dar un macanazo.

Le dio un macanazo en la cabeza pero haciendo la macana pasara raspándole la cabeza. Luego
se fue.

Al siguiente día, regresó nuevamente.

-Tú mismo me has robado mi palo de yuca –dijo al llegar. –Tú lo has tomado. Yo sé. Dime,
dime, y yo te explciaré algo. No te voy a hacer ningún daño.

Cuando... no... las dos yemitas que había escondido en un tronco podrido, estaban creciendo.
Esas dos yemas que tenía en el puño ya habían crecido, eran plantas grandes. Ya grandes.
Tenían ramas por todo el tronco.

-Lo robé porque yo quería hacer una chacra para mí mismo –confesó.
-Sí, así te dije ayer: tú fuiste. Tengo un fuerte deseo de matarte.

Le hizo pasar su macana sobre la cabeza con fuerza, pero apenas raspándole la cabeza.

-¿Dónde está? Ve a decirme dónde, pues. Ve a decirme dónde lo has escondido.

-Vamos a ver.

Lo llevó.

-Aquí está.

-¡Eh! Me has robado mi palo de yuca. ¡Eh! Yo lo sabía. Pues, haz una chacra y come.

Ten cuidado no de desperdiciar uno de mis palos de yuca. Has una chacra y come. Ven, te voy
a explicar. Después de explicarte, yo voy a dejarte –dijo.

Luego, indicando una rama (dijo): -Esta es la yuca “maquisapa rumo”. Y el nombró todas las
ramas de la planta. –Esta que va por aquí es la yuca “yanayacu”. Esta que viene por aquí es la
yuca “perdiz azul”. Esa de allí es la “mano de mono”. Esta la “perdiz”. Esta es la “cunchi rumo”.
Esta por acá es la “lengua de huaishuashi”.

Nombró todas las ramas. Toditas las ramas. Para el beneficio del hombre, puso un nombre a
cada rama. Decía: -Esta es de ese tipo.

-Esta tiene ese nombre. Esta se llama así. Esta se llama así –dijo. Puso un nombre a cada rama
que salía del tronco.

-Has chacras y come. Ten cuidado no dejar secar uno de mis palos de yuca. Yo no he dejado
secar ni uno, pero tú me lo has quitado –le dijo, hablándole seriamente.

Regresó a su casa, pero tenía cólera. Tanta cólera tenía, que decidió irse para siempre.

-Yo me voy porque ustedes me han robado mi palo de yuca. De allá voy a ver qué tal hacen
chacra y comen.

Su casa estaba en un claro como este, pero cuando se fue definitivamente, sacó la casa con
toda la tierra que tenía a su alrededor, y se la llevó.

Sacó la tierra con toda su casa. Cuando fueron a tomar su masato, la casa estaba elevada
solamente un poco. Más o menos a la altura (de nuestra rodilla). Todavía podían tomar con él.

La próxima vez que fueron, estaba más alta (a nivel del pecho). Así iba elevándose. Desde
arriba él bajaba el masato a ellos con sogas. Luego ya no alcanzaba. No había como ir a tomar
más. Ya estaba muy alto.

Así fue elevándose. Se dice que el cielo fue con él. Solía estar muy bajo. El monte era muy bajo,
como del tamaño de estos frutos anona. A esa altura era fácil matar a los monos. Para cocinar
sus yucas, solamente las exponían al sol, la cocinera, se protegía con un cuero de venado, y el
sol las cocía. Se cocía en el sol. El sol y el cielo estaban muy bajos. Y cuando él se fue, también
se fueron con él. Fueron elevándose cada vez más. Todo junto, hasta estar muy alto. Alto,
como lo vemos ahora. Ya no veían. Estaban tan altos como vemos el cielo ser ahora.

Dicen que el monto creció conforme iba elevándose el cielo. Ya era alto como ahora. Árboles
grandes.

Así es que él se fue. Así dicen.

Allí termina el cuento. El mezquino se fue. Se llevó el cielo. Se lo llevó. (2)

De Textos Capanahua, recopilado por Betty Hall Loos y Eugene E. Loos.


Róger Rumrill

AMAZONÍA MÁGICA

El viejo Oroma, el más viejo de los ancianos del pueblo de Terrabona, tenía fama de ser el
mejor narrador de historias de los pueblos aledaños al río Amazonas.

Decían que en cierta ocasión, durante las celebraciones de las fiestas de San Juan, en Tapira,
un pueblo vecino a Terrabona, había permanecido contando historias durante tres días con sus
noches, sin dormir, comiendo juanes de arroz con gallina envueltos en horas de bijau cuando
tenía hambre y tomando chicha de maíz cuando tenía sed.

-¿De dónde saca tantas historias, relatos y cuentos el viejo Oroma? –se preguntaba la gente
asombrada, sobre todo porque Oroma nunca repetía los mismos cuentos. La gente que se
hacía esta pregunta intentaba responderse diciendo: “Oroma, cuando era joven, viajó por toda
la Amazonía y en esos viajes recogió sus historias”. “Inventa sus cuentos porque tiene mucha
imaginación”. “Lee libros y allí en esos libros conoce las historias que después nos cuenta”. “Ha
viajado por el mundo y en las grandes ciudades y con otras gentes aprendió las historias”. “Es
un brujo y cada cierta época del año se interna solo en el bosque virgen y allí escucha las
historias de la madre naturaleza”.

Todo esto y mucho más decías las gentes tratando de explicar la sabiduría narrativa del viejo
Oroma.

Y desde Terrabona, Tapira y otros pueblos llegaban las gentes para escucharle contar historias
en la fiesta de San Juan, en la Semana Santa, en la Navidad, durante las velaciones de los
Santos, en los velorios cuando moría alguien del pueblo y en las noches de luna llena cuando
hacía mucho calor.

Los que gozaban más de las historias del viejo Oroma eran los muchachos de Terrabona, lugar
donde vivía y pasaba la mayor parte de sus días el narrador. En un tiempo había vivido en
Breatña, en el canal del Puinahua, donde se había establecido la mayoría de sus diez hijos. Allí
había vivido hasta cumplir los noventa años; pero, luego, se trasladó a Terrabona, con uno de
sus hijos, el menor de todos, que era un maestro de escuela de 25 años de edad.

-Don Oroma, cuéntanos historias –le pedían los muchachos que más asiduamente le visitan en
su casa de los extramuros del pueblo: Gabriela, Jeff, Nelly, Jaime, Camuchín, Walter, Selva,
Chava y Olinda Serafina.

El viejo Oroma nunca se hacía de rogar. Carraspeaba afinando la suave y fresca voz a pesar de
los años, se sentaba sobre un grueso tocón de caoba y preguntaba:

-¿Qué historia quieren escuchar esta tarde?

-La historia del chullachaqui, don Oroma –solicitaba antes que todos, Camuchí, una niña de
color caoba y con unos ojos negros y brillosos como la resina del árbol copal.

-Pero hagan de cuenta que no están aquí en mi casa. Transpórtense imaginariamente al mismo
corazón del bosque virgen –les pedía el viejo Oroma a los niños y comenzaba su historia. (3)
José Luis Jordana Lagunas

JÉMPUE, EL PICAFLOR, Y EL ORIGEN DEL FUEGO

Cuando los aguarunas empezaron a poblar la selva del Alto Marañón no conocían el fuego. En
aquel tiempo tampoco sabían cultivar la tierra, no poseían chacras y carecían de yuca y de
plátanos. Sufrían de hambre y de frío. Morían muchos niños a los pocos días de nacer, porque
no había cómo abrigarles y calentarles.

Como no tenían fuego, los aguarunas no cocinaban la carne ni los otros alimentos. Buscaban
choros y camaroncitos por las quebradas y cuando conseguían algunos, se los metían debajo
del brazo, bajo las axilas. Así los tenías un rato que cambiaban levemente de color y luego se
los comían. Esta era la forma de cocinar de los antiguos aguarunas. También comían el palo de
balsa1 cocinándolo por el mismo procedimiento de mantenerlo unos minutos debajo del
sobaco.

Otra manera de cocinar consistía en colocar los choros, camarones o pescaditos sobre una
estera tejida de chambira en el sol. Así los dejaban hasta que bien soleados, se secaban.
Después los comían sin sazonar, pues tampoco conocían la sal.

Iwa2 el gigante que se alimentaba de gente, era el único que poseía el fuego. Lo cuidaba con
mucho esmero. No se lo daba a los aguarunas. Y estos no se atrevían a quitárselo, ya que
mataba a los aguarunas y se los comía.

Pero un día, Jémpue3 y Yampits4 se pusieron de acuerdo para robarle el fuego al gigante Iwa.

-Mientras yo agarro el fuego, tú, Yampits, aprovecha para conseguir toda clase de semillas que
tiene Iwa para sembrar en su chacra.

Así hablaba Jémpue, el picaflor. Yampits, la palomita de monte, también conversaba:

-De acuerdo. Tú vete por allá, yo iré por este otro lado.

El picaflor se fue a una quebrada y se remojó bien sus plumas, luego se tendió en la trocha por
donde ha de pasar las mujeres de Iwa al volver la chacra.

Regresaban ya las mujeres de Iwa por la trocha5, cuando encontraron al picaflor mojado,
tumbado en el suelo tiritando de frío.

-¡Pobrecito picaflor! ¡Está muerto de frío! Vamos a llevarle a la casa para que se caliente un
poco.

Así las mujeres de Iwa. Lo recogieron y una de las mujeres se lo metió dentro de su vestido
para vaya entrando en calor. Y llegando a la casa lo dejaron junto al fuego de la candela.

Mientras tanto, otras de las mujeres de Iwa se encontraba cerca de la casa de Yampits, la
palomita, que parecía estuviese muerta de hambre. La mujer la cogió y la llevó también a la
casa. Se preguntaba:

-¿Qué cosa comerá este pajarito? Voy a probar a ver si come semillas.
Y la mujer le daba de comer, boca a boca, semilla de frijoles, de maní y de maíz. La palomita de
monte se las tragaba todas. Las guardaba en su buche, no las digería. La mujer al ver que la
paloma comía bien las semillas la dejó en el suelo para que siguiese comiendo sola, mientras
ella se iba a preparar la yuca y los plátanos.

Mientras tanto el picaflor, Jémpue, cerca de la cama poquito a poquito se iba arrimando cada
vez más al fuego y se iban secando sus plumas. Cuando ya estaban bien secas sus plumas,
quiso meter su colita en el fuego. Pero Iwa lo vio y gritó:

-¡El picaflor está quemándose su cola! ¡El picaflor se está quemando!

Una mujer fue corriendo y lo quitó del fuego. Lo puso más lejos. Pero el picaflor seguía
pensando en robar el fuego.

Pasó un tiempo y los Iwas se olvidaron del picaflor. Este se acercó calladito al fuego de la
candela y poniéndose de espaldas introdujo su larga colita en la saltarina llama del fogón. Se
quemó y se prendieron sus plumas. El picaflor vio su colita encendida y echando abundante
humo, levanto vuelo y salió de la casa del gigante Iwa.

Iwa gritaba:

¡El picaflor está robando el fuego! ¡El picaflor está robando el fuego!

Quisieron agarrarlo, pero no lo lograron. El picaflor escapó llevándose el fuego hacia el interior
del bosque. Volaba llevando su colita envuelta en llamas. Cuando encontró árboles secos,
árboles buenos para la Jémpue, el picaflor, golpeaba con su colita el tronco y encendía. Iba
dejando el fuego por todas partes.

Y cuando ya estaba el picaflor por atrasase porque las llamas alcanzaban su cuerpo, se lanzó
contra el agua del Marañón y se zambulló unos segundos. La llamita se apagó.

Desde aquel día, todos los picaflores tienen su cabeza medio blanca del color de la ceniza.

Los aguarunas salieron a recoger el fuego y lo llevaron a sus casas y desde entonces procuran
que nunca se apague.

Yampits, la palomita, aprovechando que estaban todos los Iwas preocupados con la huida de
Jémpue llevándose el fuego, se escapó también volando. Y llegó a casa de un aguaruna y
vomitó todas las semillas que había tragado en casa de Iwa. Y así obtuvieron los aguarunas las
semillas del frijol, del maní y del amíz. Y a partir de entonces los aguarunas empezaron a
sembrar en sus chacras.

Desde aquel día, los aguarunas mantienen siempre encendido el fuego de la candela, durante
el día y por la noche, y de esta manera pueden cocinarse los alimentos, asarse los plátanos y
las yucas, ahumar la carne par que no se pudra y calentarse los pies, durante las noches frías
de los días lluviosos. (4)

1 Palo de balsa: Es el árbol llamado topa de madera liviana, esponjosa y que flota muy bien en
el agua. Se utiliza para la construcción de balsas. Una balsa de 20 topas gruesas puede soportar
tranquilamente unos 2000 kilos de carga.
2 Iwa: Nombre propio de un gigante de la antigüedad que exterminaba a los aguarunas y se los
comía.

3 Jémpue: El picaflor.

4 Yampits: Paloma del norte.

5 Trocha: Camino, sendero o vereda, abierto a través de lo muy exuberante de la selva, muy
difícil de transita por las raíces que lo atraviesan, el lodo y aguas empozadas, las lianas o
bejuco cuelgan de los árboles en todas las direcciones, etc.
J. M. Guallart

EL MITO DE NUNKUI

Antiguamente los aguarunas no tenían yuca. Comían la corteza de la huahua. Otras veces se
ponían decajo de la axila trozos de uasica y así cocinaban. Tampoco tenían fuego.

Una vez fueron unos aguarunas a cazas. Vieron que, por una quebrada, venían flotando
cáscaras de yuca. Dijeron:

-¿De dónde viene la yuca?

Subieron quebrada arriba. Allí había una chacra. Había mucha yuca plantada y de toda comida.
Junto a la quebrada. Núnkui estaba pelando yuca, y gritaba y reía. Había allí tres Núnkui: dos
mujeres grandes y una chiquita. Dijo un aguaruna:

-Dame yuca para sembrar.

-Pídele a esa otra –dijo.

-No, dale tú...

No querían darles. Por fin Núnkui dijo:

-Bueno, te daré a mi hijita, cuídala bien. También yo quiero vivir con los aguarunas. Cuando yo
salga a vivir con los aguarunas no morirán más, no trabajarán en la chacra.

Dijo Núnkui a su niñita:

-No vuelvas a mi casa; tiene que ayudar a estos.

Dijo al aguaruna:

-Mete a Núnkui en su cercadito dentro de tu casa, bien tapada. A los tres días la sacas con la
cara bien pintada de súa, bien adornada para llamar la yuca.

Los aguarunas llevaron a Núnkui a la casa, le hicieron dentro un corralito bien tapado. Hicieron
como les había dicho Núnkui. A los tres días la sacaron.

-¡Núnkui! ¡Di que haya maduros! (plátanos maduros)

-Llajitsamo kappan há há…

Aparecieron las paredes llenas de cabezas de plátanos colgados. Otra vez dijeron:

-¡Núnkui! ¡Di que haya masato!

-Llajitsamo niajamanche há há...

Apareció una muitsa bien llena de masato, rebosando.

Otra vez dijeron:


-¡Núnkui! ¡Di que haya carnes ahumadas!

-Llajitsamo neje puengamo há há...

Sobre el fuego hubo carne ahumada; sajino, mono, paujil, todo animal hubo.

El hijo del aguaruna comenzó a comer madura y a beber chapo.

Un día habían ido los mayores a la chacra y quedó solo el muchacho con Núnkui. Dijo:

-¡Núnkui, di que haya Iguanchi!

Núnkui no quería llamar al Iguanchi. Por fin dijo:

-Llajitsamo Iguanchi há há...

Aparecieron unos Iguanchis bien feos. Entonces el muchacho se asustó.

-¡Llévate los Iguanchis! –dijo.

-No puedo, por eso te dije que te iban a asustar.

El muchacho se enojó y comenzó a arrojar cenizas a los ojos de Núnkui. Núnkui llorando se
subió a lo alto de la cumbrera.

La mujer de la casa estaba en la chacra y vio que los plátanos se hacían tumbá, y la yuca
tsamin-tsamin, y los camotes inchinchi. Dijo:

-Algo le pasa a Núnkui, ¿qué será?

Volvió corriendo a la casa. Núnkui estaba llorando en lo alto de la cumbrera y cantaba:

Kénku, kenkú huhuita

dukujumá

pajandúsaje,

yuamno...

(Guayaquil, Guayaquil

llévame a comer a la

espalda de mi mamá...)

Dijo la mujer:

-Bájate, hijita; no te vayas, yo no te he hecho –dijo.

No quiso bajar. Entonces los Núnkui le enviaron un Guayaquil para que vuelva con ellos, y
Núnkui se escondió dentro. Los aguarunas querían cortar el Guayaquil para que se no fuera,
pero el Guayaquil volvía a crecer siempre. Todavía están marcadas las cicatrices de los
machetazos (son los nudos del Guayaquil). Núnkui se fue con los suyos.

El aguaruna, al rajar el Guayaquil para buscar a Núnkui, encontró dentro a Iki. Iki era como
niño pequeñito. El aguaruna le llevó a su casa y dijo:

-¡Di que venga yuca!

No trajo yuca. Entonces el aguaruna se airó y le aplastó con el pie. Le despreció. Allí se pudrió.
Por la noche comenzó a llorar. Antes no hubo Iki.

La mujer dormía llorando porque ya no tenía yuca. Soñó con Núnkui. Núnkui le dijo:

-Mañana saldrás sin comer, bien de mañanita. En esa quebrada, a la vuelta, voy a dejar toda
semilla: de yuca, de maíz, de toda comida.

-¿Por qué diría eso? –pensó al despertar. ¡Voy a ir sin comer! –dijo.

Bien de mañanita salió. Encontró guardada toda clase de semilla. Núnkui dijo:

-Cuando la lleves, siembra chacra pequeña, sin comer de ella. Cuando dé, siembra chacra más
grande. Entonces puedes comer.

Les dejó yuca para sembrar, porque el que la había maltratado era muchacho. Si hubiera sido
mayor, no hubiera dejado nada. (5)
Francisco Izquierdo Ríos

EL ÁRBOL DE PAN

En los solares o huertas de la Selva surge, inconfundible, un árbol extraño, el Pan del Árbol,
como en la región lo llaman.

Un árbol de hojas anchas y muy verdes y de frutos abultados, redondos, en cuyas ramas
gruesas el viento, de tiempo en tiempo, estrella su cólera.

Solitario, a veces, parece llorar recóndita pena junto a la casa abandonada de un solar...

-¡La pena del pobre!

A veces cuando menuda lluvia cae y el día es sombrío, con gallinazos en sus ramas, íntima
tristeza veo en el temblar.

-¡La tristeza del pobre!

Así como en el misterio de las lunas nuevas, que ponen su fulgor en sus ramas gruesas.

Pero, bendito el árbol que calma el hambre del pobre. ¡Bendito mil veces el Árbol del Pan! (6)
Arturo Burga Freitas

BAJO EL CIELO DE LOS CHAMAS

Los cunibos, indios viejos, expertos en las artes del remo y la pesca, en los ríos de la selva
amazónica, viven en las márgenes del río Ucayali, desde tiempos inmemoriales. Río al que ellos
llaman “Parú” también desde remotos tiempos, extraña coincidencia con Virú o Perú, nombre
de este país suramericano. Entre la infinidad de tribus que pueblan la hoya del Amazonas esta
es una de las más viejas y fecundas en mitos, conocimientos astronómicos y leyendas extrañas
y caprichosas; aplicables, sin embargo, a las necesidades de su vida diaria. Se explican la
mayoría de los fenómenos astronómicos y de la naturaleza por la intuición y la imaginación,
llegando a alcanzar, por este medio, a veces, hasta la realidad misma.

Pero fuera como fuera: son poseedores de una esplendente imaginación e interpretan la
existencia de las estrellas y planetas del cielo como signos, en las noches cálidas de la jungla,
poblada de misterios y peligros mil para el hombre extraño, poco avezado al medio. El sol y la
luna, la luz y las sombras, en los días y las noches, sirven a la rica imaginación de estos indios
para tejer bellísimos romances y leyendas de maravilla, de apreciable valor dentro de la
mitología americana: leyendas que habrían causado la admiración y provocado, sin duda, más
de una página acabada al mismo Flammario, de haberlas conocido.

Llaman Bari al Sol y Use a la Luna. El año solar, llamado por ellos Baritia, consta de doce
lunaciones.

No tienen una teogonía o sistema de creencias perfecto, pero creen en las fuerzas ciegas de la
naturaleza, son más bien panteístas: la luz, la tempestad, los árboles, las flores, los pájaros, son
para ellos motivo de adoración, a los que rinden culto en grandes fiestas, rociadas con
abundante masato, bebida fermentada de yucas. Como sucede por ejemplo en la celebrada
fiesta de la pishta, a la que concurren grandes pobladas de indios de la tribu, desde las más
apartadas regiones. Durante días de días se ven bajar las canoas por el Mueraya: especie de
mago que recibe de un espíritu superior, el gran Mueraya, la ciencia y la sabiduría, así como
también la facultad de curar las enfermedades. En ella se entonará el Manchay, cántico
sagrado, antes de la ceremonia de la circuncisión de las vírgenes, invocando el alma de las
flores, a las plantas, el sol, la luna y los elementos de la naturaleza, para alcanzar el favor y la
felicidad de las doncellas, las que después de la ceremonia, pasados unos ocho días al cuidado
de las mujeres más ancianas de la tribu, quedarán aptas para el concubinato y a disposición de
los mejores varones de la misma.

Al atardecer del gran día, en el momento más culminante de la ceremonia, los cunibos,
hombres, mujeres y niños, bailando en amplios círculos, elevan sus canciones al cielo:

“Vengan los gratos perfumes de la selva,

“Vengan los gratos perfumes de la selva,

“Vengan las sonajas del cedro y de la palma

“¡Vengan!
“Vengan las aves magníficas y las perfumadas flores.

“¡Vengan!...

Tienen por Bari una veneración singular, concediéndole una importancia semejante a Use, la
luna, la diosa blanca de los cielos, oscuras matas de la selva inmensa esparciendo sus pálidos y
limpios reflejos, creen ver en las manchas del disco lunar una joven sensata al pie de una gran
montaña, ostentando el sombre de plumas de guacamayo, distintivo de la tribu. Tiene el rostro
apoyado en una mano y pintado completamente de negro...

Cuéntase en torno a esta creencia la siguiente leyenda: “el dios Habi, considerado como el
principio de la dignidad, tuvo dos hijos: Bari –el Sol –y Use –la luna-, la que se distinguió desde
temprana edad por su extraordinaria belleza y virtudes, así como por la bondad de su carácter
y su austera castidad; empero, como los dioses se casan entre hermanos, Use, la diosa blanca,
debió ser, andando los tiempos, esposa de su hermano el Sol.

Cierta hermosa tarde estival, sentada la diosa blanca a orilla de un lago de aguas tranquilas,
contemplaba distraídamente su imagen divina retratada en la límpida superficie, cuando el
turbulento Bari, pensando mofarse de ella, se untó las manos de huito, fruto silvestre, que da
una resina de un negro profundo de azabache, muy común en estas regiones, y, acercándose a
la hermana por la espalda, de puntillas, quedamente, le pintó el rostro con esta resina,
dejándoselo completamente de negro. Al verse así, desfigurada, la casta diosa cayó en
profunda pena, poniéndose a llorar inconsolablemente.

Bari reconoció entonces su error y trató de consolarla. ¡Pero ya tarde!... pues conteniéndolo
con la mano la diosa blanca le dijo: “Apártate, amado mío. Nadie hasta hoy se ha atrevido a
tocar una sola hebra de mis cabellos; solo tú me has arengado de esta manera, eternamente...
Pero no me volverás a ver”... Y dicho esto emprendió raudo vuelo a través de los espacios
siderales, yendo a ocultar su vergüenza en las tinieblas del cielo; apareciendo solo de tiempo
en tiempo, de noche en noche, rodeada de una aurora de luz, simbolizando la tristeza.

Y es por eso que, desde entonces, la luna sale solo siempre de noche, cuando el sol ya se había
ido, para no encontrarse jamás con el ingrato amante. (7)
Hernán Jempe

EL PICAFLOR Y EL TATATAO

Antiguamente el Picaflor y el Tatatao eran seres humanos y vivían juntos como amigos en una
sola casa. Un día, entre los dos amigos se pusieron de acuerdo para demostrar, delante de
otras personas, su habilidad, su fuerza, en cuanto al trabajo de la chacra. Ellos querían ver
quién terminaba primero.

Al día siguiente se fueron temprano llevando sus herramientas de trabajo al sitio donde
decidieron realizar dicha actividad.

El hombre Picaflor era el que regresaba primero, pero la gente no creía en la habilidad de
Picaflor. En cambio, Tatatao demoraba mucho en regresar, entonces la gente decía que
Picaflor no trabajaba y que Tatatao trabajaba mucho. Por eso, a Picaflor le daban de beber
agua de maní cocinado cuando venía del trabajo, y a Tatatao le daba de tomar masato de maní
bien espeso que le agradaba mucho.

Un día los vivientes de la casa, ocultándose, fueron a ver quién trabaja en realidad y quién no
trabaja, porque la gente todavía dudaba. Es allí donde justamente la gente supo que Picaflor sí
trabajaba, él terminó el rozo y la tumba al mismo tiempo. En cambio Tatatao no trabajó nada,
se demoraba porque para él era una vergüenza regresar temprano.

Para la gente, la habilidad que demostró Picaflor era admirable. Entonces cuando regresaron a
la casa cambiaron la confianza sobre los hombres. Para Picaflor prepararon masato de maní, y
para Tatatao, agua de maní cocinado, mezclando con la resina de un tubérculo silvestre
llamado “sunkip”1.

Picaflor llegó a la casa primero y en seguida le dieron de tomar masato de maní, bebida que
nunca antes había probado, por eso Picaflor se quedó sorprendido. Al mismo tiempo llegó
Tatatao, al que le dieron de beber una bebida destinada solamente a él. Después de tomarla,
empezó a rascarse el cuello, por efecto de la bebida. De tanto rascarse el cuello, este se iba
poniendo colorado y no podía hablar bien. Después de un rato de tanto grita, el hombre se
convirtió en Tatatao y se fue volando, entonces la gente lo maldijo diciéndole:

“Por no saber trabajarte has convertido en ave, y nunca conquistarás la habilidad”.

Así lo maldijeron, escupiéndole. Por eso dicha ave canta como había gritado cuando le dolía el
cuello.

Cuando Picaflor quedó solo, ordenó a dos mujeres llamadas “Juat”2 que siembren rápido.
Picaflor decía que la chacra era grande, por eso sembraban en forma dispersa para terminar
rápido.

Las mujeres al llegar a la chacra despreciaban a Picaflor y reían de él, lo insultaban diciéndole
que las había engañado, que la chacra era grande. Picaflor escuchaba lo que decían las
mujeres.
Picaflor, como había dejado la chacra escupiendo, no dijo nada, porque él sabía lo que iba a
suceder.

Una de las mujeres dijo a su hermana:

¡Me llama hacer la necesidad!

La otra le contestó:

“Vete corriendo al borde la chacra”

Pero la mujer no pudo llegar porque la chacra cada vez se iba ampliando más. Entonces la
mujer dijo: “Hermana, aquí nomás voy a defecar”.

La expresión les causó risa y continuaron riéndose, hasta que después de un rato ellas se
convirtieron en sapo.

En la actualidad siempre se escucha su grito en los montes donde hay chacras. De esta manera
Picaflor maldijo diciendo:

“He querido que los hombres no sufran en el trabajo y las mujeres tampoco, pero no han
respetado lo que yo había señalado, y además me han despreciado. Nunca podrán dejar de
trabajar y así morirán”.

Así contaban nuestros antepasados. (8)

GLOSARIO:

1 Sunkip: En Huambisa significa un tubérculo, como especie de huitina.

2 Juat: En Huambisa significa sapa, que antiguamente fueron mujeres.


Cecilia Barcellos

MUSHI O EL NIÑO DIOS

Los hermanos Santi y Belisho eran dos colegiales de unos doce a catorce años. Habitaban en
las cercanías del río Huallaga, a pocos kilómetros de distancia, más exactamente a orillas del
lago Sanango, en Yurimaguas.

Era costumbre de los lugareños levantarse temprano, antes que la luz del alba diluya
completamente las sombres de la noche y algunos se internaban en el monte a cortar leña,
escogiendo con cuidado los palos secos que puedan arder mejor. Santi era el más
experimentado en este oficio; en cambio Belisho siempre estaba reuniendo plumas de aves
silvestres porque su habilidad era preparar flores de plumas. Para él era como jugar con una
cometa y más que un oficio constituía una diversión. Se internaron en la espesura de los
montes y hacia el amanecer habían llegado los hermanitos cerca de una alta palmera llamada
poloponta, cuando escucharon una melodía que los animaba a seguir su ritmo en un canturreo
natural, casi sin esfuerzo. Santi y Belisho empezaron a tararear la música hasta que se dieron
cuenta y sin mediar palabra alguna, decidieron curiosear e investigar el origen de tan
contagiosa melodía. Al pie de la poloponta encontraron a un niño muy hermoso que dormí a
plácidamente y su respirar profundo era la causa de pequeños vientecillos fluidos en
armoniosas notas, componiendo un ritmo que había despertado la curiosidad de los
colegiales. Aquello era un prodigio. Se sentaron a su lado con el propósito de observar al
pequeño durmiente, el cual parecía menor que ellos. Pero, eso de ser mirado por extraño tan
directamente y el aire puro despertó al pequeño infante, al que pusieron nombre Mushi,
diminutivo de músico, imitando la costumbre de los selváticos de llamarse así.

Despertarse y dar fin al concierto pulmonar fue todo uno y en cambio la animosidad de Mushi,
el reciente amiguito, se expresaba en simpáticas improvisaciones de uno que otro juego. Sus
risas llenaron el espacio y la selva les ofreció sus mejores aromas de la madrugada. Fue una
mañana feliz en que la ternura de la inocencia, las voces y sus matices de alegría infantil
engalanaron un rinconcito de la Amazonía. Pasó el tiempo en un suspiro, la hora del desayuno
y la de ir a la escuela, cuando Santi reparó en el Sol muy alto y asustado dijo:

-¡Ay Dios! Y ahora ¿qué hacemos? Se ha hecho tarde y no tenemos leña; y tú, Belisho, ni
siquiera avecillas para usar sus plumas en las flores.

El misterioso Mushi sonrió y agitó las manos en el aire. Surgió en el viento un coro de pájaros,
melodías que se entremezclaban al compás del movimiento que ejecutaba el pequeño Mushi e
iban apareciendo por entre la maleza los guacamayos, loros parlanchines, pájaros carpinteros,
una serie de paujiles y trompeteros. Se hizo presente la pinsha vestida de negro azabache y
dorado collar, varias familias de turpiales de las colonias vecinas, llorando como niñitos hacían
fondo al concierto increíble que dirigía un maestro más increíble aun. Después que la marcha
de los pájaros entro en un ritmo más lento, hizo un gesto nuestro pequeño y sopló
fuertemente. En respuesta las aves sacudieron sus alas, cubriéndose todo el espacio libre con
una danza de plumas que al llegar al suelo, por la gravedad terrestre, iban quedando regadas,
formando miles de flores de plumas.
Nuestros amigos, Santi y Belisho, estaban asustados con ese movimiento maravilloso de la
naturaleza. Eran testigos de algo extraordinario y no podían creer lo que veían. Enseguida
Mushi, el amigo mágico, dirigió sus manos a los arbustos, trazó unos signos en el aire y
respondiendo la floresta, obediente a sus manos, soltó sus ramas que iban juntándose en una
hermosa pila de leña, que los hermanos llevaron más tarde a casa, en varios viajes.
Despidiéronse de Mushi como si lo hicieran de un amigo cualquiera, pero con secreta
admiración. Fue así como los colegiales alegraron al Niño Dios con sus juegos y a cambio
recibieron leña y flores para alegrar a mamá, perdiendo de vista al autor del milagro, el
pequeño Mushi. Muchas fueron las veces que retornaron a la poloponta a buscar entre el
follaje, por los árboles y las altas ramas. Todo fue inútil porque no lo encontraron y recordaban
aquellos momentos como de magia y extraña felicidad. Nuestros amiguitos habían perdido ya
las esperanzas, pensaban que sería un niño sabio de algún país lejano.

Un día la familia llevó a los dos colegiales de visita, hasta el lugar donde vivían los abuelos, que
era el pueblo de Yanayaco y emprendieron viaje por un camino de trocha, sable en mano, para
limpiar la maleza que les impedía el paso. Lo primero que hicieron al llegar a la población fue ir
a la iglesia para agradecer a Dios por haberles facilitado al camino. Era la víspera de navidad y
cuál no sería su sorpresa cuando descubrieron a Mushi, el amigo misterioso, elevando en uno
de los altares de este pueblo y la gente le rezaba llevando cirios encendidos y flores naturales.
Santi y Belisho se miraron y casi dudando preguntaron a sus padres quién era ese niño al que
todos le decían oraciones. Su madre, muy enojada por cierto, repuso:

-Pero ¿qué les pasa? ¿de cuándo acá no saben reconocer al Niño Dios? ¿para qué van a la
escuela?

Ellos se asombraron todavía más, pero era él, no cabía duda. Se arrodillaron respetuosos y en
signo de amor no le dejaron flores, sino un trompo con su huaraca, unas bolas y piedrecitas de
colores. Los allí presentes no supieron entender el gesto, pero al día siguiente, Jesús tenía en
sus manos aquellos tesoros de Santi y Belisho. (9)
Róger Rumrill

EL RENACO Y EL ESPÍRITU DEL HOMBRE DEL BOSQUE

El anciano narrador los vio entusiasmados y dijo:

-El renaco es un árbol que crece en las tahuampas y en los bosques que se inundan con las
crecientes de los ríos en los inviernos de la Amazonía. Junto a un renaco, crece otro y otro y
otro. Decenas, centenares y miles de renacos forman un renacal.

Los renacos son árboles altos con muchas ramas; pero, sobre todo, con muchísimas raíces. Son
raíces que se hunden profundamente en el suelo. Un renaco, que también se llama ficus,
jamás es arrancado de raíz por una tormenta como otros árboles. Tan profundamente están
infiltradas sus raíces en el suelo, que llegan hasta los ojos de agua. Por eso en los renacales
siempre hay agua, porque las raíces del renaco buscan los ojos de agua.

El renaco representa y simboliza el espíritu del hombre del bosque en la Amazonía. Como el
renaco, nosotros los hombres y mujeres de la Amazonía hundimos nuestras raíces hasta el
fondo de la realidad. Nos fijamos al suelo, buscamos los ojos de agua, es decir, nos enraizamos
en nuestra propia realidad y buscamos nuestra identidad en el ojo de agua de nuestras
creencias y en el legado de nuestros ancestros.

Como las raíces del renaco, que tienen formas caprichosas, retorcidas, como si la madre del
bosque los hubiera estrujado, haciendo que se asemejen a las anacondas, a otros animales o a
las formas humanas, el espíritu del hombre y el de la mujer del bosque se parecen a estar
raíces, son espíritus, muchas veces atormentados, que se retuercen de dolor, de rabia, que
hacen esfuerzos por sobreponerse a las dificultades de la vida como el renaco a las dificultades
de la naturaleza.

El renaco es también egoísta como el hombre. No permite que ninguna otra especie de árbol
crezca junto a él, que le dispute el espacio del aire y del sol, del suelo y del agua. Si un cedro,
una caoba, un shihuahuaco o un tornillo crecen junto a él de una semilla que el viento hizo
volar o que un guacamayo arrojó con sus heces, el renaco lo abraza, lo ahoga y lo mata; por
eso al renaco le llaman también matapalo.

-¿Es cierto, don Oroma, que en los renacales viven los sacha runas y los chullachaquis? –
preguntó Olinda Serafina, Hoyitos, interrumpiendo el fluido relato del viejo Oroma.

-Es cierto, y voy a llegar a ese punto –contestó y prosiguió con su narración-. Los grandes
renacales de la Amazonía son como santuarios de la naturaleza. En las aguas oscuras y quietas
de los renacales viven las anacondas y los lagartos. Allí llegan para descansar los sacha runas,
los chullachaquis, los shapingos, los shapshicos y otros espíritus del bosque.

El día que los renacales mueran será el anuncio de alguna catástrofe en la Amazonía.

-Todo lo que nos ha contado lo he visto en mi sueño –exclamó alborozada Olinda Serafina,
Hoyitos.
-Es la flor de la bubinzana que te hizo soñar –dijo el viejo Oroma y, luego, agregó –Y ahora les
contaré sobre la charapa. (10)
José Luis Jordana Lagunas

AJAIMPI Y EL NIÑO SOL

Ajaimpi1 era un hombre tragón de gran estatura. Comía abundante carne, siempre mal
cocinada. Con frecuencia comía carne humana. Agarraba a los hombres aguarunas y
huambisas con trampas como si fueran pajaritos y se los comía.

Una vez Ajampi mató a una mujer huambisa y se la llevó a una quebrada cercana para sacarle
los intestinos y lavarla, y después comérsela. Le rajó el vientre con su cuchillo y empezó a
limpiarla. De pronto con gran sorpresa, Ajampi, encontró dentro de la mujer un huevo chiquito
como de paloma de monte.

¿Qué será este huevito? –Lo llevaré para comerlo.

Lo agarró. Siguió lavando a la mujer y pedaceándola2. Luego Ajaimpi se metió al agua de la


quebrada para bañarse y refrescarse un poco. Sobre una piedra había puesto el huevecillo
junto a la orilla. De repente, una garza llamada tuantá3 vio desde lejos el huevecito. Se acercó
despacito para que Ajaimpi no la sintiese y agarrando el huevo con su pico, se lo llevó a su nido
para incubarlo. Y Ajaimpi no se dio cuenta que una garza le estaba robando el huevito. Y
cuando salió de bañarse recién comprobó que el huevo había desaparecido.

La garza incubó el huevito. Después de un tiempo reventó el huevo y de él salió el Niño Sol. Era
muy pequeñito. Dejando el nido de la garza, el Niño Sol se fue a refugiar al bosque.

El Niño sol tuvo hambre. Se dirigió a la chacra de Ajaimpi y encontró una planta de ají4 que
tenía bastante fruta. La probó. Al Niño Sol le gustó la fruta del ají y comenzó a comer. El Niño
sol acababa con toda la fruta del ají.

Un día, Ajaimpi se fue a ver su chacra y no encontró ningún fruto de ají. Se preguntó
extrañado:

-¿Quién será el que tanto está acabando con mi fruta del ají? Cuando vine la vez pasada he
visto que había muchos frutos en esta planta de ají, ¿cómo es que ahora no hay? ¿quién se los
comerá?

Ajaimpi le avisó a su señora:

-Mejor me voy a hacer un escondite en la chacra para ver quién está terminando mi ají. Voy a
chapar al ladrón.

Y preparó su escondite bien disimulado.

Un día muy temprano, estaba Ajaimpi escondido en su chacra, y al mismo tiempo que salió el
sol, apareció también en la chacra el Niño Sol y comenzó a comer la fruta del ají. Decía:

-¡Qué rica es! ¿Qué rica es! ¡Con todo gusto está comiendo!

En ese instante salió de su escondite Ajampa y le dijo:

-Hijito, ¿qué estás haciendo? ¿Así que tú eres el que acaba con mi ají?
-Sí yo soy. Me gusta mucho y no tengo otra cosa para comer.

Contestó el Niño Sol. Y quería escapar. Pero lo chapo Ajaimpi y se lo llevó a su casa. Ajaimpi le
decía al Niño Sol:

-Yo soy tu padre. ¿Por qué has huido de esa manera? Mira, tú vas a vivir siempre con nosotros.

Entonces Ajaimpi cogió al Niño Sol y lo envolverá su itipuk, el vestido de los hombres
aguarunas. Y el Niño Sol como era muy chiquitito y era la primera vez que veía gente, lloraba
tristemente. Y así fue como en Niño Sol se quedó en casa de Ajaimpi.

Cuando el Niño Sol ya estaba un poco grandecito, pidió a su padrastro Ajaimpi que le fabrique
una cerbatana chiquita. Y Ajaimpoi preparó una cerbatana de carrizo del tamaño de un
lapicero. Y el Niño Sol vigilaba al lado de su padrastro Ajaimpi. Y cuando descubría alguna
mosca o zancudo le picaba a su padrastro, soplaba su diminuta cerbatana y atravesaba con sus
pequeños dardos.

Y Ajaimpi le preparó una cerbatana larga de dos metros y medio como la que utilizan los
aguarunas del Alto Marañón. Y el Niño Sol con esa cerbatana se iba al monte y cazaba
bastantes pajaritos. Los pájaros que mataba los colocaba en su cintura y daban toda la vuelta a
su cintura. Cuando iba a regresar a su casa, los ensartaba con una soguita vegetal y los colgaba
en su hombro. Y si mata cualquier animal grande, lo cargaba sobre la espalda, y, regresaba a
casa de Ajaimpi. Y como Ajaimpi era tragón se comía todito. Ajaimpi comía solo. No dejaba
ninguna parte para su hijo Sol. Y Ajaimpi siempre tenía hambre y terminaba con todo.

El Niño Sol preguntaba a su padrastro.

-Papá, ¿has dejado alguna carne para que coma?

Y Ajaimpi respondía:

-Bueno, hijo, tú no tienes nada que comer. Si quieres comer, vete a cazar más pájaros.

Y el Niño Sol se molestó. Se fue al bosque a perseguir más pajaritos. Y mató bastantes pájaros
y animales. Y cuando estaba por regresar a casa de Ajaimpi, se le apareció una palomita
llamada Yapangam5 que cantaba así al Niño Sol:

-Alcánzame la punta de tu cerbatana poniendo un taponcito en su punta. Poniendo un


taponcito en su punta, alcánzame tu cerbatana. Y te contaré todo.

El Niño sol se detuvo un rato. Pensaba:

-¿Por qué me dirá así? Voy a alcanzarle el extremo de mi cerbatana para que se baje la paloma
del árbol.

Y el Niño Sol puso un taponcito en la punta de su cerbatana y le acercó a la palomita. La


paloma se paró sobre la cerbatana, bajó a la tierra y habló así al Niño sol. Le dice:

-Mira, Niño Sol, tú estás terminando con todas mis familias. Ya casi no quedamos ningún
pájaro. Tú has matado bastantes pajaritos, para servir a tu padre. Pero lo que tú crees que es
tu padre, no es tu verdadero padre. Él ha matado y ha comido a tu madre. Y a él estás
sirviendo. Tú no te das cuenta.

Y la paloma todavía dijo más:

-Por dar de comer a tu enemigo, estás acabando con todos los pájaros, ahora quisiéramos que
nuevamente nos multipliques, porque quedamos muy pocos.

El Niño sol se arrepintió al escuchar las palabras de la paloma y se resintió mucho. Dijo:

-Como zonzo estoy sirviendo a mi enemigo, al que comió a mi madre. Ahora primero voy a
multiplicar a los pájaros. Después castigará a Ajaimpi.

Y diciendo así, sacó las plumas de los pájaros muertos que tenía colgando en su cintura y los
colocó en su cerbatana. Soplaba el Niño Sol la cerbatana y las plumas salían convertidas en
pájaros vivos que se marchaban volando. Metía más plumas en la cerbatana, soplaba de
nuevo, y salían toda clase de pájaros. Así el Niño Sol difundió las aves por todo el mundo.

La paloma le aconsejaba otra vez:

-Ahora al llegarte a esa loma que está para bajarte a la casa, agárrate los retes de semillas que
te regaló Ajaimpi, para que no suenen, y así podrás escuchar como Ajaimpi está tocando
música soplando la calavera de tu madre y oirás todo lo que está hablando.

Entonces el Niño Sol se despidió de la palomita y se dirigió a su casa. Al llegar a la loma, se


sujetó bien los aretes de semilla para que no sonasen. Antes de entrar a la casa, el Niño Sol
desde la puerta miró y vio a Ajaimpi que estaba tocando música con la cabeza de su madre
como si fuera una calabacita. Ajaimpi hablaba así:

-Tú hijo se ha ido al monte a buscar pájaros. Dale más suerte, para que encuentre muchos
pájaros. Ya pronto va a venir tu hijito.

Al entrar el Niño Sol a la casa, Ajaimpi, que no lol había sentido, seguía tocando música con la
cabeza de su madre. El Niño Sol molesto suelta de golpe sus aretes y en ese instante, al
escuchar el ruido como campanitas de los aretes, se asustó Ajaimpi. Quiso esconder la
calavera. Pero se le escapó, se le cayó al suelo y la calavera rodando de donde estaba parado el
Niño ÇSol.

Entonces la calavera, al ver al Niño Sol, derramó lagrimas porque era la cabeza de su madre, y
peor se pegaba el Niño Sol.

Ajaimpi decía:

-Hijo, ¿por qué me estás haciendo estas cosas?

Y comenzó a pegar al Niño Sol. Pero el Niño Sol le decía:

-No, padre, no te portes mal conmigo. Aquí he traído bastantes pajaritos. Prepárate para que
comas.
Entonces Ajaimpi dejó de pegar al Niño Sol para siempre tenía hambre y se puso a cocinar los
pajaritos y los comía todos. No daba nada a su mujer ni al Niño Sol. Todo acababa.

Por eso, así como el Ajaimpi siempre comía solo cocinado, los aguarunas, hasta hoy día,
cuando ven a alguien que come solito, mal cocinado y traga bastante, lo increpan llamándole
¡Ajaimpi!

Más tarde el Niño Sol le pide a su padrastro que prepare una lanza para matar un venado que
ha visto en el bosque.

-Ya soy mayor –repetía. Pero Ajaimpi decía:

-Mejor voy a preparar dos lanzas para irnos juntos al bosque y matar juntos al venado que
dices que has visto.

Y preparó dos lanzas de pona, madera de palmo, el Niño Sol le dice a Ajaimpi:

-Mira, padre, vamos a hacer una prueba. El que tirando la lanza, acierte a tumbar a ese pijuayo
tierno vaya a matar al venado. Pero si tú no tumbas el pijuayo no puedes ir. Y si yo no lo
tumbo, tampoco, en ese caso puedes ir tú solo.

Ajaimpi aceptó la prueba. Primero lanzó Ajaimpi falló y dio en mala parte. Luego el Niño Sol
arrojó su lanza y acertó en el pijuayo tierno y lo tumbó al suelo. Dijo el Niño Sol:

-Padre, quisiera que mi madre vaya muy temprano a la chacra, porque yo quizás mate pronto
el venado y poder regresar antes de que llegue mi madre. Mejor que mi padre vaya temprano
a sacar la yuca y así podremos comer venado con yuca.

Ajaimpi estaba de acuerdo, así que envió a su hijo muy temprano a la chacra a sacar yuca. El
Niño Sol también se fue a la chacra a esperar a la mujer. En realidad no quería matar venado,
sino buscaba matar a la mujer de Ajaimpi.

Llega la mujer de Ajaimpi a la chacra y comienza a sacar la yuca, por detrás se le acerca
calladito el Niño Sol y le hinca la lanza en la espalda pronunciando estas palabras:

-¡Hazte venado! ¡Hazte venado! ¡Hazte venado!

Y la mujer de Ajaimpi se transformó en venado. Todo su cuerpo se hizo venado. Pero la cabeza
permanecía no se hacía cabeza de venado.

El Niño Sol esperó un poco más, pero como la cabeza no se transformaba y seguía siendo
cabeza de mujer, la cortó y la dejó clavada en una estaba. Y el Niño Sol conjuró a la estaca con
estas palabras:

-Si en cualquier momento te llama alguien, tú vas a responder con estas palabras: Estoy
andando en la chacra, todavía estoy pelando la yuca. Y si te vuelven a llamar, contestas: Ahora
estoy echando yuca en la canasta. Y si te llaman otra vez, respondes así: Ahora ya estoy
caminando hacia la casa. Y si de nuevo te vuelven a llamar, contestas así: Ahora estoy lavando
las yucas en la quebrada. Y si otra vez volviesen a llamarte contestas: Ahora estoy cortando las
hojas de plátano para tapar la olla.
Así dejó conjurando. El Niño Sol regresó a la casa con la carne de la mujer de Ajaimpi, pero sin
la cabeza. Le dice a Ajaimpi:

-Papá, ya maté el venado. Vamos a preparar. Ayúdame a pelar, a trozar y a limpiar la carne de
venado.

Y comenzaron a descuartizar la carne de venado. Y Ajaimpi sacó una olla grande barro y ahí
comenzaron a cocinar la carne. Y Ajaimpi no se daba cuenta que estaban cocinando a su propia
mujer. Ya habían cocinado todo, pero no llegaba su mujer y Ajaimpi preguntaba:

-¿Por qué no llega tu madre? Llámala para que venga pronto con la yuca.

El Niño Sol comenzó a llamar:

-Mamá ¿qué estás haciendo? ¿Por qué no vienes?

Y la estaca que sostenía la cabeza de la mujer, que había sido conjurada, respondía:

-Estoy andando en la chacra, todavía estoy pelando la yuca.

Y a cada rato llamaba el Niño Sol:

-Mamá, ven rápido, ¿por qué no vienes todavía?

Y la estaca que sostenía la cabeza de la mujer, que había sido conjurada, respondía:

-Estoy andando en la chacra, todavía estoy pelando la yuca.

Y a cada rato llamaba el Niño Sol:

-Mamá, ven rápido, ¿por qué no vienes todavía?

Y la estaca conjurada respondía sucesivamente, cada vez más fuerte, a cada llamada:

-Ahora estoy echando las yucas en la canasta.

-Ahora ya estoy caminando hacia la casa.

-Ahora estoy lavando las yucas en la quebrada.

-Ahora estoy cortando las hojas de plátano para tapar la olla. Ya estoy llegando.

Pero Ajaimpi, como era tragón, estaba bien apurado para comer la carne y le pidió al Niño Sol
que le sirviera. Y comienza a comer carne. Cada rato comía, sin darse cuenta que estaba
comiendo la carne de su propia mujer. Cuando estaba por terminar, el Niño Sol le dice:

-Padre, tú puedes irte a bañar. Estás cansado. Hace mucho calor. Mejor vete a refrescarte a la
quebrada. Allí he dejado sékejmu6 para que te enjabones y te laves bien.

Se fue Ajaimpi a bañarse a la quebrada. Se enjabonó bien su cuerpo con sékejmu. También se
lavaba la cabeza. Pero se le metió espuma de sékejmu en sus ojos y le daba comezón. Se
rascaba los ojos y así demoró bastante en bañarse.
Mientras tanto se fue el Niño Sol a buscar la cabeza de la mujer y la cocinó con todos sus
aretes y con todo lo demás. Preparó todo antes de que llegara Ajaimpi. Y cuando llegó Ajaimpi
este preguntó:

-¿Todavía no llega tu madre? ¿Cómo tanto?

-Papá, no llega.

Respondió el Niño Sol. Y el tragón Ajaimpi decía:

-Como tu madre no llega, sírveme lo que queda de carne. Cuando ella llegue, que se tome el
caldo.

-Pero solo queda ya la cabeza.

Decía el Niño Sol y Ajaimpi le contestaba:

-No importa, sácame la cabeza que voy a comer.

Entonces el Niño Sol hizo que Ajaimpi se sentará en el chimpui7, y le sacó en un plato la cabeza
de su madre.

Al ver la cabeza de su mujer, Ajaimpi exclamó:

-¿Has matado a tu madre? ¿Por qué mataste a tu propia madre?

Ajaimpi se molestó y quería matar al Niño Sol. Quiso agarrar su lanza, pero al agarrarla se
quebró por la mitad. Porque el Niño Sol había conjurado a las lanzas, estacas, mesas y bancas
para que se pudriesen como si fuesen atacados por el comején8. Todo estaba podrido. Ajaimpi
agarraba palos y estacas y todos se rompían porque estaban huecos, comidos por el comején
por dentro. Quería tomar las bancas, pero se le deshacían en las manos. Quiso tomar un
patach9 y también se le quebró en la mano. No podía matar al Niño Sol.

Entonces el Niño Sol agarró su lanza, que era muy dura, y comenzó a herir a Ajaimpi,
diciéndole:

-¡Hazte inválido! ¡Hazte hombre inválido!

Ajaimpi se cayó inmóvil al suelo. Pero no contento el Niño Sol lo sacó afuera de la casa. Y lo
colocó de esta manera: desnudo, las piernas abiertas, la mano derecha bajo de su espalda, la
mano izquierda la dejó libre y puso una flor para que los picaflores viniesen a ella.

Así lo dejó en el suelo. No se podía mover porque los picaflores venían a chupar la flor que
tenía en su mano. Ajaimpi intentaba agarrarlos con su mano izquierda que tenía libre. Pero
difícilmente podía agarrar algún picaflor. Pero, el que agarraba, crudo se lo comía. Eso solo
comía carne, otra cosa para comer, no tenía. Y Ajaimpi sufría.

Entonces vinieron los pájaros a salvarle. Ajaimpi sujetado bien fuerte por las raíces, arbustos,
bejucos crecían a su alrededor. Toda una maraña de plantas le tenía completamente
amarrado. Primero llegó, Mashu10, con su lampa11. Estuvo un rato intentando machetear los
bejucos y raíces pero su lampa se mellaba y se terminó rompiendo. El paujil12 se amargó y se
fue.

Llegaban otras aves, pero ninguna podía desatar a Ajaimpi. Entonces llegó el pájaro carpintero,
Tátashani13 con su poder de hacer huecos. Con su pico destrozó todo lo que sujetaba a
Ajaimpi. Por fin, Ajaimpi pudo levantarse. Estaba bien cansado por haber estado echado en el
suelo durante varios días.

Ajaimpi, muerto de hambre, quería matar con su cerbatana pájaros, pero no sabía cazar con
cerbatana y no los acertaba. Le rogó al Niño Sol:

-Por favor, ¡mátame pajaritos para que pueda comer!

El Niño Sol brujeó a los pájaros para que se hiciesen los muertos, para que cuando estuviesen
muchos pájaros en el suelo, agarrasen a Ajaimpi y se lo llevasen. El Niño Sol disparaba sus
flechas de la cerbatana, pero no tiraba a dar. No quería acertarles. Y los pájaros caían al suelo
haciéndose los muertos. Y cuando hubo muchos pájaros de todas las clases tirados por tierra,
de pronto se levantaron todos del suelo al mismo tiempo y agarrando a Ajaimpi se lo llevaron
por el aire.

Y lo condujeron volando río Marañón abajo. Y los pájaros dejaron a Ajaimpi sobre el río
Santiago colocando sus pies uno a cada lado de sus orillas. Y sus manos las dejaron libres.
Entonces Ajaimpi no dejaba pasar los peces, porque todos los agarraba para comérselos. Los
pájaros al ver esto, brujeados por el Niño Sol, que quería que los peces pudiesen pasar río
arriba, escondieron la mano derecha de Ajaimpi, dejando libre la mano izquierda. Y de esta
forma, solo agarraba muy pocos pescados. Y con el tiempo, el brazo de Ajaimpi se convirtió en
una rama. Y todo su cuerpo poco a poco se fue transformando en un árbol frondoso.

Hasta hoy día, los habitantes del Alto Marañón pueden encontrar este árbol grande a orillas
del río Santiago.

Y porque el Niño Sol convirtió a Ajaimpi en un árbol frondoso, en la actualidad los pescados
pueden surcar aguas arriba por el río Santiago sin ninguna dificultad y a sus habitantes, los
aguarunas y huambisas, nunca les falta pescado fresco para comer. (11)

1 Ajaimpi: Nombre propio de un ser antropólogo de la mitología aguaruna que mató y se


comió a la madre del Niño Sol.

2 Pedacear: Cortar en pedazos, descuartizar.

3 Taanta: Una variedad de garza de gran tamaño.

4 Ají: Con este nombre se conocen diversas especies vegetales de nuestra selva amazónica. Se
usa para sazonar los alimentos. También se usa para curar hemorragias por sus propiedades
hemostáticas.

5 Yápangam: Paloma silvestre.

6 Sékejmu: Una planta de la montaña, cuyas raíces se utilizan como jabón, ya que al
restregarlas y mojarlas con agua desprenden, una especie de espuma blanca.
7 Chimpui: Asiento especial, propio de los jefes de una comunidad nativa. Es redondo y de
diferente forma. (Cfr.s.v)

8 Comején: Especie de termes, llamado también hormigas. Son insectos que atacan a millares
las construcciones ocasionando daños irreparables. Hacen gigantescos nidos en los palos y
troncos podridos.

9 Pátach: Palo fijado al pie de la cama donde los aguarunas ponen los pies al dormir para
mantenerlos calientes, ya que encienden una pequeña candela que se mantiene encendida
toda la noche.

10 Mashu: El paujil (ave).

11 Lampa: Sinónimo de pala recta, palana.

12 Paujil: Especie de gallinácea, parecido al pavo, pero más elegante en sus formas. Su plumaje
es negro intenso y su pico rojo. Está dotado de una cresta ósea. Su carne es exquisita y
abundante como la del pavo.

13 Tátasham: Una variedad de pájaro carpintero.


Róger Rumrill

EL CHULLACHAQUI, DIOS ECOLÓGICO DEL BOSQUE

Don Oroma dio inicio a su relato de la siguiente manera:

-Así como los cerros tienen sus dioses, que son sus guardianes y protectores, los muquis, los
bosques de la Amazonía también tienen sus dioses, sus protectores y sus guardianes, son los
sacha runas, chullachaquis, yashingos, shapschicos, shapingos, shatucos, shitacos, shollacos.
Les contaré sobre los chullachaquis.

Los chullachaquis son de pequeña estatura, por lo que pueden moverse mejor en el bosque.
Son de color oscuro y tienen una cabeza desproporcionada para su tamaño; pero más que por
su pequeña estatura, su cabezota y su color oscuro, el chullachaqui tiene una característica
muy especial en sus pies. Estos son desiguales y de allí viene su nombre en el idioma de los
incas, chulla, desigual, y chaqui, pies. Uno de sus pies apunta hacia adelante y el otro, hacia
atrás.

Y en sus pies está la clave de su secreto, el enigma de su existencia y el misterio de su relación


con los hombres.

Muchas veces, los hombres y las mujeres caminando en el bosque y en la orilla de un arroyo
encuentran las huellas de un pie que ha caminado en una dirección. Si están desorientados,
puede ser que sigan la dirección de esas huellas que no conducen a ninguna parte; pero
también puede ocurrir que sigan las huellas en dirección contraria y ocurra que vuelvan y
retornen al punto de donde partieron.

Entonces, los hombres y las mujeres, siguiendo estas huellas, van y vienen en una ida y un
retorno sin término, circulando, girando como es el tiempo y la vida en el bosque, que no tiene
principio ni fin.

El chullachaqui tiene buen humor, le gusta jugar y es un ser sonriente. Le encantan los niños.
Cuando estos estás solos en sus chozas, porque los padres se han ido a la chacra, de pesca o de
cacería, se acerca y juega con ellos. Para no asustarlos con su cabezota y sus pies desiguales se
transforma en el padre, la madre, el hermano o hermana, el tío o el amigo.

Cuando decide irse, porque supone que los padres de los nños están por llegar, el niño, la niña
o los niños le siguen por el bosque, confundidos por la apariencia del chullachaqui usa todas
sus artes. Lanza truenos y rayos que asustan a los hombres, hace llover copiosamente para
apagar el fuego del bosque, avisa a las isulas, las grandes hormigas venenosas para que
ataquen a los taladores; también, a las huayrangas, las avispas gigantes para que piquen y
produzcan fiebre.

El chullachaqui castiga a los hombres que son enemigos de los animales del bosque, a los
cazadores que matan con crueldad y demasía a la fauna de sajinos, huanganas, venados,
tapires, ronsocos, majases, añujes, carachupas, otorongos, monos, aves como paujiles,
trompeteros, pavas, pucacungas y perdices.
Para castigar a un cazador, el chullachaqui se transforma en un venado, la pieza de caza más
apetecible y más buscada del cazador. Convertido en venado, se deja ver por el cazador a tiro
de arma, luego rápidamente se aleja y, después, se detiene, esperándole. Cuando este le da
alcance y otra vez lo tiene en la línea de mira de su escopeta, el venado se aleja otra vez y así
prosigue con este juego hasta llevar al cazador al interior del bosque virgen donde lo deja,
finalmente, perdido.

Lo mismo hace con los cazadores de monos. Se transforma en un hermoso mono choro o una
maquizapa y se hace perseguir por el cazador hacia el interior del bosque. Allí desaparece de la
vista de este que, al final, pierde no solo al mono sino también la trocha para regresar. El
chullachaqui también puede transformarse en un paujil, la gran ave del tamaño de un pavo
que vie en el corazón de la selva, para engañar a los cazadores ambiciosos y llevarlos a lo más
profundo del bosque y dejarlos perdidos.

El chullachaqui también hace su chacra en medio del bosque. Muchas veces se puede
escuchar, en plena selva, un golpe seco de machete o de hacha como de alguien que está
trabajando en el bosque. Es el chullachaqui que está haciendo su chacra.

-Don Oroma, ¿usted ha visto alguna vez un chullachaqui? –preguntó Camuchín,


interrumpiendo el relato del viejo, sin poder contener su curiosidad. Los demás muchachos
estaban muy atentos, imaginando estar en el bosque, siguiendo las huellas de los pies
desiguales.

-Sí, he visto no solo una sino varias veces al chullachaqui. Les voy a contar sobre aquella vez
que me encontré con él y que se transformó en mi hermano Otoniel. Vengan todos conmigo –
dijo y comenzó su relato-. Era el mes de enero de un año que recuerdo muy bien, que se ha
quedado fijo en mi memoria porque se año el río Amazonas se desbordó, creció como no lo
había hecho en mucho tiempo, inundando las chacras y las casas en todos los pueblos. Con la
naturaleza que cambia y se transforma, también cambia la vida de los hombres, porque como
ustedes saben, la vida del hombre en el río y en el bosque tiene dos etapas muy marcadas, el
invierno y el verano, las dos únicas estaciones que conocemos del clima y que también son
estaciones de nuestras vidas.

En ese mes de enero, solo conocíamos el agua y el bosque inundado. Solo había tierra en la
restinga, una parte alta del bosque donde los animales habían buscado refugio. Tomé mi
canoa y me dirigí a la restinga para buscar tortugas motelos y huevos de perdiz.

Desde que puse los pies en la restinga, mientras caminaba por la hojarasca húmeda del monte,
presentí que algo extraño me iba a pasar. El primer aviso fue el canto de la chicua, el pájaro de
mal agüero. Luego una serpiente loro machaco se cruzó en mi camino. La serpiente también es
un mal anuncio. Súbitamente escuché voces a mi espalda. Giré rápidamente el rostro y,
asombrado, vi que mi hermano Otoniel avanzaba hacia mí.

-¿Qué haces aquí? ¿Cuándo has retornado de Tapira? –le pregunté. Él había viajado al pueblo
de Tapira recién el día anterior y tenía previsto regresar el fin de semana.

-Llegué esta mañana y como me enteré que has venido a la restinga, he venido a darte alcance
–contestó con naturalidad.
-Pero no has traído tu escopeta. ¿Con qué vas a balear? –le dije, sorprendido de que estuviera
en la restinga sin su arma.

-Te voy a ayudar a cargar lo que tú mates –respondió prestamente.

El bosque, que hacía solo unos instantes era un concierto de cantos de pájaros, de aullidos de
monos, de la estridencia de las cigarras y de algún lejano rugido del tigre otorongo, se había
quedado, extrañamente, en silencio.

El silencio se quebró con las palabras de Otoniel.

-Estoy escuchando el canto de un paujil –me dijo apuntando en la dirección a una hilera densa
de palmeras tagua.

-Ven, sígueme –dijo y caminó con gran agilidad y destreza debajo de las palmeras.

En ese instante volvió a cantar la chicua y tuve miedo. Empecé a correr detrás de Otoniel y
grité:

-Espérame.

Se detuvo para mirarme y fue, en ese momento, en que pude ver sus pies desiguales en la
hojarasca.

-¡El chullachaqui! –grité aterrorizado y emprendí una loca carrera con dirección a mi canoa.

Después de ese susto, abandoné la cacería de animales para siempre.

-Otra historia, otra historia, cuéntanos otra historia –pidieron los muchachos en coro.

El viejo Oroma carraspeó afinándose la voz. Levantó su humanidad de 97 años, caminó hacia la
cocina, tomó con mano firme una mocahua de arcilla y se sirvió la blanca y espumosa bebida
de yuca llamado masato.

-Está un poco fermentada para ustedes, por eso no les ofrezco –se disculpó y se sentó
nuevamente en el tocón.

El sol, que hace poco era como un incendio, se apagaba lentamente en las aguas del
Amazonas.

-Queremos escuchar la historia del ayaymaman –pidió Gabriela, a quien le decían la Pacuchita
por el color castaño de sus cabellos.

-Bien, les contará sobre ayaymaman –aceptó el viejo Oroma y, curiosa y coincidentemente, en
ese mismo momento el ayaymaman cantaba en el cercano bosque del pueblo. (12)
Luis Urteaga Cabrera

EL VIENTO GRANDE

Relatan los abuelos que antiguamente los hombres y los vientos sabían convivir en armonía.
Todo el tiempo se movían estos por la floresta rizando las aguas de ríos y lagunas y meciendo
la fronda de los bosques. Transmitían los preceptos de los Espíritus Tutelares, protegían el
vuelo de las aves y flechas, esparcían las semillas y aromas de la floresta, llevaban y traían los
cantos de los pájaros y los suspiros de los amantes.

Al escucharse el trino del pájaro shane se aparecían en las cabañas agitando los flecos de los
techos de palma y lo primero que hacían era barrer cuidadosamente la hojarasca de los patios.
Apresuraban el oreado de los shitontes, racotes y cushmas tendidos a secar sobre arbustos y
bejucos. Avivaban la candela de los fogones para apurar la preparación de la comida. Se
acercaban a ls tinajas que contenía el agua y soplaban las impurezas de su superficie. A tal
grado de confianza habían llegado que ingresaban a las cabañas con pisadas silenciosas sin
preocuparse que la gente estuviera o no vestida.

Prudentes, acomedidos y tiernos, acariciaban las mejillas de los niños, desenredaban los
cabellos de las ancianas, aliviaban la fiebre de los enfermos. Y después de acompañar a la
gente en sus actividades refrescando sus frentes agobiadas por el calor, se retiraban
discretamente llevándose maleficios y zancudos.

Nuestros antepasados encargaban a los muerayas, sacerdotes de la tribu, devolver las visitas y
estos viajaban hasta la morada alta por el camino del ayuahuasca, llevando sus mejores
canciones y melodías que era lo que más apreciaban los vientos.

Cierto día nuestros antepasados son sorprendidos por un turba de vientos jóvenes y
juguetones. Tan pronto se encuentran entre la gente, descubren muchas oportunidades de
diversión. Uno se dedica a desviar las flechas de los cazadores. Otro se entretiene
confundiendo los cantos de los pájaros. Otro arranca sonidos a las flautas y tambores colgados
de los horcones. Otro se regocija llenando de tierra la boca de los habladores. El más atrevido
disfruta levantando las faldas de las muchachas y el más travieso apagando los fogones de las
mujeres apuradas.

Uno de nuestros antepasados que vigila con ansiedad el hervido de una olla de regreso de una
larga partida de caza, se exaspera al ver que este viento apaga la candela una y otra vez. Se
acerca hasta el travieso, lo sorprende echando ceniza a las brasas y llamas y lo resondra
airadamente. Humillado por los gritos, el joven viento se retira arrastrándose entre la
hojarasca y el polvo y se pierde en la maleza.

No transcurre mucho tiempo y una madrugada la gente despierta alarmada en sus


mosquiteros. Un ruido aterrador, como un sacudimiento de los bosques, se ha metido a sus
sueños. La gente abandona las cabañas en todo el río y sale amedrentada a la pálida luz de los
luceros.

Y ven cómo el resplandor azul de la madrugada se oscurece por las nubes de arena que se
levantan de las playas; cómo las aguas de los ríos y lagunas son sacadas de sus cauces y
arrojadas sobre los bosques; cómo los árboles son arrancados de raíz y vuelan por los aires con
los animales del monte; cómo, finalmente, las cabañas son desprendidas de la tierra y
arrebatadas girando con sus moradores que se pierden en lo alto dando alaridos.

Es un ventarrón grande y desconocido que llega a castigar el agravio cometido y son pocos los
que logran librarse de su cólera.

Comienza entonces una época de desdicha para los shipibos. Los vendavales llegan uno tras
otro, cuando menos se espera, causando desolación y terror. La gente vive atada a los árboles
con las lianas más gruesas y resistentes. Pero este intento de burla el castigo enfurece más a
los vientos que arranca de raíz los árboles más grandes llevándose a los infelices.

Hasta los muerayas más serenos viven atemorizados. Y tal vez por esto son incapaces de
brindar amparo a la gente, procurar consuelo a su aflicción ni encontrar el remedio para
combatir al mal. El más reposado, amable y sabio de ellos, que sospecha el origen del mal y a
quien el viento grande parece respetar, se despido de la gente y se interna en lo profundo del
bosque. Cumple con las exigencias del ayuno más riguroso y por el camino del ayahuasca
emprende viaje a la morada de los vientos. Al cabo de un tiempo lo ven reaparecer maltratado
por las penurias del viaje y escuchan sus palabras;

-Los Altos Espíritus me concedieron autorización para visitar el mundo de los vientos. He
llevado súplicas y presentes para aplacar su cólera. La ofensa, sin embargo, ha sido grave y ni
siquiera la dulce música de mi flauta ha conseguido apaciguarlos. Pero he visto en sus cabañas
el árbol del pate, el guayabo y la bubinzana. Ellos que moran entre los vientos disfrutan de sus
alegrías y han aprendido a resistir sus enojos. Arriesgándome a ser destruido, me ingenié para
traer sus semillas. Sería bueno sembrarlas junto a las cabañas y mejor todavía que aprendamos
a no levantar la voz para evitar ofenderlas y provocar su cólera.

Así habla el Alto Mueraya, pero no todos quedan convencidos.

-Cómo va a ser –dudan los muerayas vencidos-. Hemos visto volar por los aires bosques
enteros. No hay árbol que soporte la furia de un viento grande.

Y contagian a mucha gente su incredulidad por las palabras del Alto Mueraya y su desinterés
por las semillas. Solo unos cuantos escuchan con atención sus instrucciones y las siembran
delante de las cabañas. Y están atentos al nacimiento de las plantitas. Y las libran de hierbas y
abrojos a fin de que nada les impida crecer. Y las riegan y les dan sombra. Y el Alto Mueraya las
protege con sus cantos y sagrados para que no sufran daño. Pronto son arbustos y alcanzan su
tamaño debido y florecen y echan frutos.

Cuando aparece el ruido aterrador que anuncia la llegada del viento grande, amarran a estos
árboles sus niños y familiares, sus canoas y armas, sus telares y víveres, sus pertenencias más
valiosas. Como siempre, el viento no respeta los árboles más gruesos e imponentes. Pero no
ocasiona ningún daño a estos árboles pequeños que ante su furia se mecen y agarra a la tierra.

Sirve de lección para los incrédulos que han logrado sobrevivir. Y desacredita a los muerayas
vencidos por el miedo que desaparecen en el monte. Sus seguidores se apresuran a
sembrarlos juntos a las cabañas reconstruidas.
Poco a poco los grandes vientos van calmando su ánimo y olvidando el agravio. Pero de vez en
cuando alguno lo recuerda y viene para arrasar un monte, destruir una plantación, arrebatar
cabañas y cosas. Cada vez menos porque los shipibos aprendimos la enseñanza y jamás
alzamos la voz ni menos proferimos gritos. Y en nuestras cabañas florecen el pate, la guayaba,
la bubinzana. (13)
Francisco Izquierdo Ríos

LOS LIC-LICS Y DIOS

En las verdes pampas de los valles serranos, que por lo general tienen lagunas blancas que
parecen , a la distancia, maravillos espejos, viven en parejas los extraños Lic-lícs, que cuando
alguien pasa, bien vuelan por encima de él lanzando chillidos agudos, bien se paran, no muy
lejos, a levantar sistemáticamente las cabezas al cielo... son aves zancudas del tamaño de un
opllo, de pecho níveo y cuerpo gris... A veces salen a las lagunitas que la lluvia deja en las
plazuelas de los pueblos y las gentes sencillas toman como mal agüero, como aviso de muerte
o de cualquiera otra fatalidad... ¡Ay, si llegan a volar por sobre una choza, lanzando sus
chillidos característicos; los moradores se estremecen de miedo, sobre todo los padres de la
familia... Y no dejan, pues, de producir inquietud, cuando en los caminos se oyen sus chillidos a
través de la niebla, reino fantástico por donde vuelan...

Por la particularidad que tienen de alzar las cabezas hacia el firmamento, las gentes dicen que
señalan el lugar donde se encuentra dios. Los niños que, ya en sus andanzas vagabundas, ya
cuando van a las chacras o a cortar leña, encuentran a estas aves, las preguntan como a
personas, y con toda la seriedad del caso:

-Lic-líc, ¿dónde está Dios?

Y las aves, desde las orillas de las lagunas o de cualquier sitio de la pampa, alzan las cabezas al
cielo, como si contestaran diciendo que allí está... Y no solo los niños hacen esta pregunta a los
bellos y extraños Lic-lícs, sino que también los mismos adultos.

-¿Dónde está Dios?

Y los Lic-lícs alzan, graciosamente las cabezas al firmamento. (14)


Cecilia Barcellos

MUNAININI Y EL MANGUARE

Desde siempre el hombre de la selva vive al acecho, debido al temor nacido por una pródiga
naturaleza, la misma que se impone y lo rodea principalmente de sonido y color. Los ojos no
pueden ver más allá dela tupida maleza, rota por la voluntad cuando las exigencias del subsistir
lo obligaban; en cambio, sus oídos si saben distinguir los rumores del bosque, las pisadas de un
gran mamífero, el ruido de la hojarasca causado por el otorongo traicionero, el canto de la
chicharra que anuncia la lluvia, el estremecimiento que sacude al bosque por el paso de una
manada de sajinos, el roce de una rama por la serpiente que se enrosca; todo ello lo mantiene
en actitud de alerta y esto no significa que no ame a su selva porque allí encuentra el sustento
y se alegra a la hora del mitayo, donde se reúnen los suyos con los cazadores, los mitayeros.

De esos andares el hombre vuelve a su tambo en la canoa, grácil embarcación de madera


ahuecada. Antiguamente utilizaba los añosos troncos carcomidos por el tiempo. Así, en su
aventura diaria, descubre que solo el sonido es capaz de avisar y lo utiliza en su provecho, por
eso imita a los pájaros carpinteros, golpea los troncos y en ese afán escucha los maderos
alegres, los que son capaces de vencer la inmensidad del bosque, los temidos dioses
enfurecidos que embravecen en lo alto y braman con la lluvia. Entonces el hombre piensa
capturar las voces que dominen los ruidos y los rumores que lo atemorizan. De allí surge... el
manguaré.

En las riberas del Pinduyacu, un joven bora, trasladado a esas tierras por su costumbre de
caminante, departía amigable con otros jóvenes huitotos, disfrutando en los quehaceres de la
caza y de la pesca. Munainini había recogido los conocimientos de sus antepasados y vivía bajo
la protección de la de la Madre del Ojé Blanco; él conocía cuál era el tronco sonoro, por eso
revelación del misterio otorgado a los que son hijos del monte. Munainini, vigoroso y activo,
sintió el deseo ferviente de tener su propia chacra, por eso se alejó, surcando el río a varias
vueltas de navegación.

Un día luminoso, de esos en que la tierra transmite su fuerza fecunda, después de un


aguacero, momento en que las ramas húmedas aún ofrecen una sensación de agradable
frescura, Munainini divisó un lugar apropiado, donde existían algunas plantaciones de yuca y
plátanos, posiblemente rezagos de labranza de otro chacarero, que lo abandonara, pues la
maleza amenazaba envolviéndolos con su fonda. Pensó que allí podría instalarse. Machete en
acción y hacha par los leños sirvieron adecuadamente para terminar su tambito, el bioaín. Sin
embargo, a la caída de ese atardecer, la soledad se acrecentó. Fue una inquietud apaciguada
con la magia de los troncos sonoros, luego de elegir los más convenientes, separándolos de la
copa, los trabajó con una ranura para sacar las fibras que entorpecían su resonancia. Vencida
la angustia del primer momento, el sol, la luna, las estrellas, los animales del monte, los
grandes árboles y todos en la aventura, sus sueños, sus recuerdos. Munainini planeaba invitar
a sus vecinos, los jóvenes huitotos, tener una familia y, estableciéndose en las cercanías.

Tal como suele ocurrir de año en año, las lluvias incrementaron el caudal de los ríos. El
Pinduyacu, su ille also imani, se desbordó, arrasó con violencia el cerco del corral que con
tanto esmero construyó Munainini, venciendo la fuerza del atadijo que unía las cañabravas y
se llevó algunas aves; pero lo más penoso para el joven bora fue ver flotar, vertiginosamente, a
la velocidad de la corriente, a uno de sus queridos troncos, el de la voz fina que cortaba la brisa
con su canto sutil. Munainini intentó alcanzarlo, mas las aguas del río amenazaron con el
estruendo de la creciente, temibles muyunas se formaron inesperadamente a sus pies,
arrebatándole, tal vez, una compañía que amenguaba el aislamiento en que vivía. Nada pudo
hacer, la acometida fluvial con toda su violencia le estaba robando. Meciase el manguaré, el
de la voz fina, atrapado por las aguas en medio de una palizada y seguía su curso inexorable,
bamboleándose a ratos, corriendo con mayor intensidad o enredándose con otras ramas,
vulgares maderos para su alma cantarina. Veíase maltrtado por los estragos de la riada,
avanzando sin parar. En una de las tantas vueltas del torrente, después de una curva, tuvo la
suerte de tropezar con las aletas de un enorme ojé blanco, corpulento árbol que prestó sus
raíces al paso del manguré hembra, justo al aproximarse a la confluencia del Pinduyacu con el
Putumayo, cuando un grupo de boras, habitantes de la zona, preparaba una masateada, de
esas que suelen celebrar en grande.

Munainini estaba triste, pese al apoteósico sol, jitoma, que lo acompañó un rato después. Los
animales se desplazaban ágiles por el bosque, jugando, brincando y acariciándose. Entonces
sintió profundamente la pérdida del manguaré hembra. Ya no se oía tampoco la voz grave y
majestuosa de su pareja, el manguaré macho, el que vence al rayo y al trueno; seguramente
estaría abandonado en la chacra de Munainini.

La Madre del Ojé Blanco, oyendo los tristes lamentos de aquel tronco atajado entre sus aletas,
decidió intervenir. Esa noche sus ramas se transformaron en onoyis, brazos alargados, con los
cuales alcanzó a tocar el manguaré hembra, brotando los ritmos que transporta la brisa a
distancias increíbles por la cuenca del río. Su voz cantarina, melancólica y dulce, con ese
lamento que penetra en el alma, despertó a los nativos del lugar y en ese amanecer lo
aprovecharon para llamar la atención de los amigos de otras comunidades que vendrían a su
reunión. Munainini, mientras tanto, también había escuchado las quejas nocturnales, aunque
no ubicaba su procedencia. Esa fue una larga noche, el ribereño insomne apenas si pudo pegar
los ojos y a eso del alba volvió a escuchar la voz cantarina. Sin titubeos subió a su canoa
portando el manguaré macho, navegó por el curso de las aguas. Después de muchas curvas
llegó a la playa del Ojé Blanco, en el preciso momento en que una mujer, Shimigae, tocaba el
toronco perdido, el tronco sonoro, el de la voz fina, su manguaré hembra.

Munainini aparecía como un invitado más de la gran masateada, atracó su canoa, descendió
con el manguaré macho colocándolo junto al que vibraba con su voz cantarina y empezó a
tocarlos en pareja. Munainini y Shimigae, Kwampi y Kwatsé, sintieron las voces alegres, graves
y agudas, de los finos maderos y ya nunca más permitieron su separación porque el canto
triste, el llanto que brota de la soledad había desaparecido para siempre. (15)
Róger Rumrill

EL ÁRBOL PALACIO

Andoas es un pueblecillo muy antiguo que crece como un bosque en la orilla del río Pastaza, en
la Amazonía peruana. Quizás no tan antiguo como el pueblo; pero, probablemente centenario,
muy cerca a Andoas se eleva un inmenso árbol de lupuna, uno de los árboles más altos y más
hermosos del bosque tropical.

La lupuna de Andoas posee, como todas las lupunas, un ramaje inmenso que tiene la forma de
un paraguas. Un paraguas gigante que es un verdadero palacio para miles de criaturas del
bosque.

El árbol palacio está poblado de muchas especies vegetales. Sobre su voluminoso tronco y sus
ramas se hospedan bellas orquídeas que se alimentan de la intensa humedad y de la luz solar
que brilla en el trópico desde el amanecer hasta el crepúsculo. Sobre el tronco de la lupuna
también vive, adherida fuertemente, una planta trepadora conocida como llamaplata.

Los cazadores guardan hojas de llamaplata en los bolsillos porque, sostienen, les trae suerte en
la cacería y les llega el dinero a manos llenas.

Crecen, en las altas ramas de la lupuna, piñas silvestres que son muy útiles para la vida de
otras especies. En la época de lluvias, que empieza en noviembre y termina en mayo, el tallode
las piñas y las hojas forman un depósito natural de agua. Esta es el agua que toman los pájaros,
las ranas y muchísimos insectos que habitan en el palacio de la lupuna en los ardientes
veranos, cuando el bosque y sus habitantes sudan de calor y se mueren de sed.

Desde lugares distantes del bosque llegan los pájaros a vivir o simplemente a descansar en el
árbol palacio. Quienes llegan todos los días muy puntuales, aunque no sean ingleses, son el
señor y la señora gallinazo. Después de una exhibición acrobática de sus habilidades de
señores del espacio, se descuelgan de los cielos azules y descienden en la lupuna a las cuatro
de la tarde. Allí, en una de sus ramas preferidas, permanecen observando la vida de los otros
habitantes del bosque, desde su alta atalaya que es la lupuna, y, cuando son las seis de la tarde
en el reloj de la señora perdiz, levantan vuelo en dirección de su casa.

Muy puntual también, como la mayoría de los habitantes del bosque, es una pareja de loros.
Aunque no es la única que llega a la lupuna, es la más conocida porque es la visitante infaltable
del árbol. A esta pareja, de brillante color verde con un mechón de plumas rojas en la cabeza,
le encanta conversar. Especialmente la señora lora es una conversadora inagotable. Está al
corriente de los sucesos que acontecen en muchos kilómetros a la redonda de la lupuna. Las
demás aves le piden consejos. La señora tucán es una de ellas. Se escucha diálogos como este
entre la señora lora y la señora tucán.

-Señora lora, en las últimas semanas estoy subiendo un poquitín de peso. ¿Qué me aconseja
ustedes para mantenerme en forma? –pregunta la señora tucán.

Bueno, lo primero que le aconsejo es hacer mucho ejercicio. La vida muy quieta y sedentaria
no es recomendable para las señoras como nosotras. Hay que consumir menos grasas y
azúcares. Le recomiendo una dieta en base a cítricos tan ricos como camu-camu –propone la
señora Lora.

Visitantes asiduas del árbol palacio son las oropéndolas. Un grupo de ellas decidió quedarse a
vivir en la lupuna en el último invierno. Como ocurre con las oropéndolas o páucares del
bosque amazónico, estas necesitan estar protegidas de sus enemigos –especialmente las
serpientes, a las que les gusta comer huevos y pichones de oropéndolas –por pequeños; pero
eficaces guardianes como son las avispas. Previo acuerdo, oropéndolas y avispas construyeron
sus casas.

Estas oropéndolas que habitan en la lupuna y aquellas que solo llegan de paseo y para
descansar inundan de múltiples y maravillosas voces el árbol palacio; puesto que las
oropéndolas poseen el don natural de la imitación. Mientras vuelan por el bosque,
paseándose, explorando, buscando alimentos, estudiando la naturaleza, observando la vida
cotidiana de otros seres, escuchan el canto, el grito, las palabras, los susurros, los quejidos, los
aullidos, los rugidos de los habitantes del bosque y aun las palabras del hombre, el llanto del
niño y la risa de las muchachas. Sus finísimos oídos graban toda esta sinfonía, esta
orquestación de sonidos y, luego, ellas son capaces de repetirla en sus complejas melodías y
matices.

Es por eso que hay días, puede ser en las mañanas o en las tardes, en que el árbol palacio se
llena de todas las voces de la Tierra y la gran lupuna de Andoas es como un mundo melodioso
entre el río, el bosque y los cielos. (16)
Abner Tenazoa Orbe

EL TUNCHI

Es un personaje místico que la tradición Ucayalina a hecho de él, un extraño ser, que causa
mucho pánico.

El tunchi, es el alma de una persona que ha fallecido y que sale a deambular por el mundo.
Pero a medida que la ciudad va absorbiendo al campo, dando paso a la urbanización y la
ideologización de la misma va desapareciendo esas creencias.

Pero la ciencia nos explica que el tunchi, es la creación del pueblo y que la Psique, alma o
tunchi; son procesos mentales que se reflejan de la realidad objetiva y hecho pensamiento.

Ahora voy a narrar como, la gente concebía antiguamente, al personaje, tunchi. Había un
señor apellidado Galán, vivía cerca de una isla, que en época de verano se formaba extensas
playas. Por ese paraje, abundaba las taricayas, cupisos, que ponían abundantes huevos.

En los meses de verano la gente moradora de esos caseríos y de la isla en particular, acudían a
charapear llevando costales, mosquitero y cigarro mapacho.

La playa que se formaba en la cabecera de la isla, no ofrecía ningún peligro; mientras la playa
de la vuelta de la isla, era peligrosa, porque allí abundaba tunchis y malignos, que no dejaban
charapear a la gente, perseguían a quienes se encontraban por allí; con sus silbidos que
causaba miedo. Por eso los charaperos no acudían mucho a esa isla de la vuelta, según
manifiestan los moradores antiguos. Por allí habían muerto muchas personas, y cuyas almas
penaban en las noches.

Tres jóvenes nuevos dado de baja del ejército peruano, por haber cumplido el tiempo del
servicio. Decidieron irse a charapear, la isla daba miedo en la comarca. Antes de la partida,
prepararon su mosquitero, cigarro mapacho y llevaron aguardiente, para tener más valentía. A
eso de las seis de la tarde fue la partida, en una canoa; llegando a las siete de la noche a la
playa. Y se acomodaron tras de una aleta de catahua que el invierno, había dejado en media
playa y en cuyo alrededor se erigía la prominiente playa. Los licenciados del ejército, por el
momento no tenían miedo, además porque estaban un tanto chaspados. Pues los tunchis se
paseaban cerca a los charaperos que les aterrorizaba continuar caminando. Después de haber
avanzado un largo trecho encontraron un pequeño chicosal y uno de ellos el más bromista,
dijo vamos, haciéndolos esconder a esos tunchis, así lo hicieron, se enterraron todo el cuerpo
en la arena, solamente quedaban sus cabezas. Se quedaron callados y desde su escondite,
observaban. Los tunchis empezaron a silbar y el bromista de los charapeos, le remedaba a los
tunchis. De pronto escucharon un llanto fúnebre, todos los charaperos se quedaron en
silencio, solamente se escuchaba el zumbido de los zancudos, el viento movía el chicosal.

En esos momentos, un tunchi se paró cerca a ellos y dijo entre voz muy espantosa. ¡Dónde se
metieron! ¡Por qué no se van! Pero el más bromista de los charaperos seguía remedándole.

Seguidamente el tuchi, agarró una espada y se montó en un gigante perro, comenzó a buscar a
los intrusos. Paso cerca al escondite de los charaperos, ellos se levantaron en un solo acto
tirando arena al aire, gritando ¡aso carajo! Y al escuchar el grito, el tunchi desapareció
rápidamente. Los tres charaperos, se quedaron riéndose, prendieron sus cigarros mapacho y
ya lejos por el monte espeso, escuchaban silbidos de los tunchis.

Cuando todo parecía tranquilo, sin que menos pensaron, encontraron un saco lleno de huesos
humanos; se pusieron estupefactos. Comenzaron a sentir escalofrío, en unos momentos uno
de los charaperos quiso defecar y se retiró a unos treinta metros del chicosal. En esos precisos
instantes sintió que alguien le tocó su shaño con una mano totalmente frío; se volteó y no vio a
nadie, trató de correr pero se cayó desmayado, botando espuma por la boca. Mientras tanto
sus dos compañeros, al ver que demoraba su amigo, decidieron ir a buscarlo encontrándolo
moribundo, espumeando, solo alcanzó a decir a sus compañeros que se vayan porque si no
ellos también correrán la misma suerte. Agarraron a su compañero ya muerto, y lo llevaron al
pueblo. Llegaron a la ciudad y la vecindad se quedó asustada por el triste cuadro. Esa noche
velaron al infortunado joven y al siguiente día después del entierro, el tunchi de la playa, hizo
soñar a los dos jóvenes restantes que si no se apuraban, hubieran corrido la misma suerte del
fallecido porque ellos habían llegado a la morada de los tunchis. (17)
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Huaros (Canta, Lima). Recogido por Ortiz Rescaniere.
(2) De El lagarto de oro de C.T.M. Informante: Teodoro Huamán (84 años) Canta, 2004.
(3) De Los adoradores de la luna de C.T.M. Informante: Juan Carlos Morales Pardo,
dibujante publicista, 30 años, texto procedente de Lambayeque.
(4) De Los adoradores de la luna de C.T.M. Informante: Yesenia Ayudante de los Santos,
estudiante (22 años), texto procedente de Arequipa.
(5) De Dioses, hombres y duendes. Leyendas de Motupe, Chocope y Penachi de Rully Falla
Failo C.
(6) De El origen de los hombres y otros cuentos del antiguo Perú de María Rostworoski.
(7) De Quipus. Relatos peruanos para niños de María Wiesse.
(8) Tomado de Augusto León Barandiarán. Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas.
(9) De El geniecillo de C.T.M. Informante: Jacinta Soto Ramos (23 años), estudiante. Texto
procedente de San Antonio de Tanta-Yauyos, recogido en 1996.
(10) De El geniecillo de C.T.M. Informante: Petronila Montellanos Sacramento, ama de casa
(50 años), Texto procedente de La Rinconada, Pachacámac (Lima).
(11)Tomado de Augusto León Barandiarán. Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas.
Informante: Rómulo Paredes.
(12)De La leyenda del venado de C.T.M. Informante: Dionicia Chanamé Quispe (90 años),
su casa. Texto procedente de Eten (Chiclayo), recogido en mayo de 1996.
(13)De La mujer manantial de C.T.M. Informante: Julio Tasayco Arteaga (58 años),
lustrador de zapatos, texto procedente de Chincha Alta, recogido en noviembre de
1996.
(14)Tomado de Augusto León Barandiarán de Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas.
Informante: Fuentes orales.
(15)De El lagarto de oro de C.T.M. Informante: María Lozano Pomasunco (53 años),
comerciante, texto procedente de Pachacámac, recogido en noviembre de 2004.
(16)De El lagarto de oro de C.T.M. Informante. Paquita Sánchez Chumbianca (67 años),
texto procedente de Chincha, recogido en setiembre de 2004.
(17)Tomado de Augusto León Barandiarán, de Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas.
Informante: José Isique.
(18)Recopilado por Dora Gloria, Ramos Salas. E insertado por El geniecillo de C.T.M.
Informante: Emilio Rodríguez García (Buena Vista. Lurín-Lima)
(19)Recopilado por Patricia Contreras Vizcardo. E insertado en Mamaluna. Informante:
Cornelia Vizcardo Adrián (Arequipa).
(20)De El lagarto de oro de C.T.M. Informante: Fernando Vilchez Espinoza (45 años),
carpintero. Texto procedente Sullana (Piura), recogido en octubre de 2004.
(21)Tomado de Augusto D. León Barandiarán, de Mitos, leyendas y tradiciones
lambayecanas. Informante: Julio C. Rivadeneyra.
(22)De Lurín entre mitos, fábulas y leyendas. de Carlos Augusto Rivas.
(23)De Mamaluna de C.T.M. Informante: Porfirio Querevalu Panta (83 años), comerciante.
Texto procedente de Huacho, recogido en mayo de 1997.
(24)De Ica entre brujas y lagunas, de Nelly Soto Solsol de Vila.
(25)Tomado de Augusto León Barandiarán, de Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas.
Informante: José Fiestas.
(26)De Los adoradores de la luna de C.T.M. Informante: Matilde Rivera Torres (68 años),
ama de casa. Texto procedente de Ayabaca (Piura).
(27)De Quipus. Relatos peruanos para niños de María Wiesse.
(28)De Lurín entre mitos, fábulas y leyendas de Carlos Augusto Rivas.
(29)Inédito. Texto alcanzado al autor de este libro.
(30)De El origen de los hombres y otros cuentos del antiguo Perú de María Rostworowski.

SIERRA

(1) De Cuentos quechuas de Ayacucho de Teodoro Meneses. Traducido por Edmundo


Bendezú.
(2) De Mitología aymara-quechua de María Frontaun Argandoña.
(3) En 3, N° 5, junio, 1940. Pp.11-15
(4) De Quipus: relatos peruanos para niños de María Wiesse.
(5) De Mitos, leyendas y cuentos peruanos, de Francisco Izquierdo Ríos y José María
Arguedas. Recogida en Calca (Cusco) por Olga Huanta, estudiante del colegio “Miguel
Grau” de Magdalena del Mar, Lima.
(6) Versión de André Michaud. En Allpanchis N° 2, Cusco, vol. II, 1970. P.13.
(7) En Relatos andinos. Recopilado por el estudiante David Sinchi Ramos.
(8) De El lagarto de oro de C.T.M. Informante: Alberto Uchurima Sulcaray (50 años),
obrero. Texto procedente de Víctor Fajardo – Alcamenca (Ayacucho).
(9) De Los cazadores de condenas de César Toro Montalvo. Informante: Clemente Quispe
Melo (11 años), estudiante, texto procedente del Cusco.
(10)De La Madre Papa de C.T.M. Informante: Consuelo Cabello M (58 años), ama de casa.
Texto procedente de Ocros-Ocros (Ancash)
(11)De Los dioses tutelares de los Wankas, de Carlos Villanes Cairo.
(12)De Mitos, leyendas y cuentos peruanos de José María Arguedas y Francisco Izquierdo
Ríos. Recogida por la alumna Racila Ramírez (Colegio “Miguel Grau” de Magdalena
Nueva), en Querobamba, Lucanas (Ayacucho)
(13)De La Madre Papa de C.T.M. Informante: Serafín Cabello Oliva (83 años), agricultor.
Texto procedente de Oncoy-Ocros (Ancash)
(14)En Folklore Americano Nº 16. Lima, 1969-70.pp 152-153. Informante: Marino César
Córdova, profesor de Junín. Recogido y recreado por Sergio Quijada Tara.
(15)De Narraciones populares, cuentos, leyendas, historia. Tradiciones y costumbres de Ica,
Ayacucho, Huancavelica y Apurímac de Eloy Barrientos.
(16)De Folklore literario de Cerro de Pasco. Cuentos y leyendas, de César Pérez Arauco.
(17)De La Madre Papa de C.T.M. Informante: Serafín Cabello O. (83 años), agricultor. Texto
procedente de Oncoy-Ocros (Ancash)
(17-1) al (17-6) De Las ranas embajadoras de la lluvia. Cuatro aproximaciones a la Isla
de Taquile, de Cecilia Grandino y Cronwell Jara Jiménez.
(18)De La laguna de las sirenas de C.T.M. Informante: Juan C. Avila (69 años), mecánico.
Texto procedente de Jauja (Junín).
(19)De Narraciones populares, cuentos, leyendas, historias. Tradiciones y costumbres de
Ica, Ayacucho, Huancavelica y Apurímac de Eloy Barrientos.
(20)De Relatos de la literatura oral escrita del altiplano puneño, de Edwin Tito Quispe.
(21)De Huaylas mágico. Antología de mitos, leyendas, tradiciones y cuentos de la provincia
de Huaylas, de Rómulo Pajuelo Prieto.
(22)De Madre Tierra, Padre sol. Mitos, leyendas y cuentos andinos de Francisco Carranza
Prieto.
(23)De Narraciones populares, cuentos, leyendas, historias. Tradiciones y costumbres de
Ica, Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, de Eloy Barrientos.
(24)De Madre Tierra, Padre Sol. Mitos, leyendas y cuentos andinos, de Francisco Carranza
Prieto.
(25)De Los dioses tutelares de los Wankas, de Carlos Villames Cairo.
(26)De Tradiciones, cuentos y leyendas.
(27)De Los tesoros de Catalina Huanca, de Nicolás Matayoshi. Informante: César Millán, de
Chongos Alto.
(28)De Narraciones populares, cuentos, leyendas, historias. Tradiciones y costumbres de
Ica, Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, de Eloy Barrientos.
(29)De Cuentos de navidad, de Carlota Carvallo Núñez.
(30)Versión de Mateo Garriaso, cabecilla de ayllu de Chaupi, ciudad de Puquio, Provincia
de Lucanas, Departamento de Ayacucho; recogida por Arguedas en 1953. José María
Arguedas, “Puquio, una cultura en proceso de cambio”, Estudios sobre la cultura actual
del Perú. Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1964, p.228 (Notas de
Edmundo Bendezú).
1. Vestidos ceremoniales o lugar donde se realizan ceremonias, según Holguín. La
pampa de Qellqata es una meseta, a 4000 m. de altura; se encuentra a unos 30 Km. de
Puquio. Todos aseguran que en la pampa existe un manantial hirviente de aguas
termales. (Nota del traductor).
2 Montaña, al este de Puquio. Se asegura que existen ruinas en la cima.
(30-1) Versión de Nieves Quispe, cabecilla del ayllu de Qollana, recogida por Arguedas
en Puquio en 1953. J. M. Arguedas, “Puquio, una cultura en proceso de cambio”.
Estudios, pp. 230-231.
(31)De Narraciones del folklore peruano, de Federico Castillo Pacheco.
(32)De Madre Tierra, Padre Sol, de Francisco Carranza Romero.
(33)Versión de Alejandro Rescaniere, en De Adaneva a Inkarrí. Una visión indígena del
Perú. Lima, Retablo de Papel Ediciones, INIDE, 1973. Relato recogido por Rescaniere en
Vicos en 1965.
(34)De Quipus: relatos peruanos para niños, de María Wiesse.
(35)De Narraciones del folklore peruano, de Federico Castillo Pacheco.
(36)De Quipus: relatos peruanos para niños, de María Wiesse.
(37)De Madre Tierra, Padre Sol, de Francisco Carranza Romero.

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(1) Versión del padre Ricardo Alvarez: en “Los Piros”. En Anthropologica, Lima, Año III, Nº
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(2) De Textos Capahanua, recopilados por Betty Hall Loos y Eugene E. Loos: Comunidades
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(8) De Cacamewa y otros relatos indígenas y ribereños.
(9) De Munainini y el Manguare, de Cecilia Barcellos.
(10)De Narraciones de la Amazonía, de Roger Rumrill.
(11)De José Luis Jordana Lagunas, en Mitos e historias aguarunas y huambisas de la Selva
del Alto Marañón.
(12)De Narraciones de la Amazonía, de Roger Rumrill.
(13)De El universo sagrado de Luis Urteaga Cabrera.
(14)De Tierra peruana de Francisco Izquierdo Ríos.
(15)De Munainini y el Manguare, de Cecilia Barcellos.
(16)De Narraciones de la Amazonía, de Roger Rumrill.
(17)De A través de la Amazonía, de Abner Tenazoa Orbe.

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