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Escribe con lápiz de pasta. Al presentar algún ítem de esta prueba escrita con lápiz grafito, estarás
autorizando al profesor para marcarlo como incorrecto.
Limítate a responder cada pregunta en un máximo de 10 líneas (Desarrollo)
Evita las faltas ortográficas, por cada tres faltas, se te descontará un punto en el puntaje final. Ahora
bien, si tienes dos o menos, serás gratificado con 3 puntos en tu puntaje final.
Destaca las ideas y/o palabras claves. Esto ayudará a la comprensión cabal de tus respuestas.
Marca con una V si la aseveración es verdadera o con una F si esta es falsa, si es falsa
debe ser justificada. 2 puntos c/u
En las proximidades de las elecciones parlamentarias surge nuevamente el debate en torno a la falta
de interés en la política, mostrada en el bajo nivel de inscripción de los jóvenes en los registros
electorales. Las soluciones más en boga son, por un lado, la inscripción automática y el voto
voluntario.
Respecto de lo primero hay pocas dudas. No tiene sentido, como dirían los economistas,
incrementar los costos de la participación: tener que inscribirse en lugares relativamente lejanos al
hogar o el trabajo o los centros de estudio, a horas determinadas en que se perturban las actividades
laborales, domésticas o estudiantiles sin que haya ningún incentivo, ninguna opción todavía
estructurada, es obviamente favorecer la no inscripción si, además, después el voto será obligatorio
o se le multará por no votar. Es obvio: la inscripción tiene que ser automática, cumplida la edad
correspondiente, haya que invertir lo que haya que invertir y no cabe ningún argumento en
contrario sobre dificultades técnicas.
Más importante me parece insistir en la necesidad del voto obligatorio. Todo cambio en este
aspecto en el sentido de decretar el voto voluntario va, en primer lugar -y esto no es una cuestión
menor- en contra de la tradición chilena. Pero, sobre todo, es la respuesta incorrecta a lo que se
llama la falta de interés en la política o la distancia entre la gente y la política y significa aumentar
ambas.
El voto es no sólo un derecho individual irrenunciable, sino también un deber social igualmente
irrenunciable. Es la única forma universal de participación en las cosas de la comunidad política y en
la elección de sus representantes. Al igual que los impuestos, en los que se trata de contribuir
económicamente a la subsistencia de la sociedad como tal y no en referencia a los propios intereses
individuales y donde a nadie se le pregunta si quiere o no pagar o cuánto quiere pagar, en la
participación en los destinos de la sociedad nacional-estatal de la que se forma parte, la contribución
a ella es obligatoria y el voto es el mínimo indispensable de involucramiento ciudadano.
Incluso en la medida que se vaya profundizando la participación ciudadana en asuntos locales,
presupuestos municipales y algunos grandes temas nacionales, ello deberá suponer el voto y
participación obligatoria para evitar que estos asuntos lo resuelvan minorías activas o poderes
fácticos, lo que igualmente ocurre cuando la no inscripción o la abstención son altas.
Uno de los peores argumentos a favor del voto voluntario es que éste permitiría medir el interés, la
apatía o el rechazo a las opciones en juego, como si se tratara de un indicador de encuestas y no el
acto simbólico y efectivo esencial de la participación en la vida democrática. Si quiere obtener la
expresión activa de rechazo a las opciones en juego o incluso a la política misma, y si se considera
que el voto en blanco -que siempre ha sido una buena expresión de ello- es insuficiente, no veo por
qué no se agrega entre las causas aceptables de abstención o en la cédula misma de votación, la
opción por la objeción de conciencia. Con ello se salvaguarda la libertad individual de no elegir algo
o a alguien, pero se exige que se haga de ello un acto explícito de expresión ciudadana.
Hacer del voto algo voluntario es despreciar el carácter indispensable de la política en la vida de un
país y es otro paso más en su desvalorización y desprestigio.
http://www.elmostrador.cl/modulos/noticias/constructor/detalle_noticia.asp?id_noticia=29547
2) ¿En qué consiste el voto para Garretón? ¿Estás de acuerdo? Fundamenta tu respuesta con
argumentos propios.
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4) Señala los principales argumentos que esgrime para validar dicha tesis. Fíjate también que
exhibe contraargumentos para validar, por oposición, su tesis.
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5) ¿A qué conclusión llega? Señálala explícitamente.
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(Texto 2)
Hace un tiempo conversando con Ignacio Prieto, casi sin querer, coincidimos en una idea: las escuelas de fútbol están
matando la esencia del jugador, y a la larga, tal vez maten el fútbol como lo conocemos. Me explico, en el aprendizaje del
juego, y en esto puso énfasis Prieto, los primeros años son fundamentales, por no decir decisivos. Se crea una asociación libre
del niño con los elementos que conforman la actividad: el campo, la pelota, los compañeros, el reglamento… Es una instancia
tremendamente enriquecedora, donde los niños crean su propio universo, de una forma espontánea, con una mínima
intervención de los adultos.
No es muy difícil ver el fenómeno en su totalidad y la importancia que tiene para los niños. En un lugar (plaza, calle, cancha
de barrio, colegio), enfrentados a la realidad y con sus iguales, desarrollan herramientas y relaciones sociales, a la vez que se
enfrentan al juego sin complejos ni miedos- no existe el adulto “sancionador”- involucrándose de manera sana y creativa, en
este caso, con el fútbol. Sin un molde pre establecido, los grupos de niños conforman equipos, jerarquías, dinámicas sociales
y niveles de exigencia. Son instancias cruciales y, por sobre todo, sanas, no contaminadas y educativas.
Un niño en la plaza debe esforzarse por jugar, por ser admitido, por superarse. Pero, de la misma manera, no compite con el
afán de complacer un ente superior o “promovedor” que lo aleje de sus pares. Es la esencia del amateurismo y del juego si se
quiere. Hacerlo por placer, por aprender, para ganar amigos, para disfrutar de la dinámica del fútbol (la pichanga) en todo su
esplendor. Inútil es aquí detallar, porque se da por descontado, que los más grandes jugadores de fútbol todos provienen, sin
excepción, de ese juego esencial y libre. Ese balompié sin ataduras, ni jerarquías, espontáneo, limpio y que no discrimina ni
racial ni socialmente.
Con el Nacho Prieto llegamos a la conclusión de que los niños que juegan fútbol apenas deben ser intervenidos hasta los
diez años. Que jueguen libres, hagan paredes con las cunetas, construyan pelotas de calcetín y marquen los arcos con
bolsones o chalecos. Que ellos decidan quien va al arco o tira el penal, quien es el “bueno” o el “último elegido”. Y ese
“último elegido” se va a esforzar para que en la próxima pichanga haya uno peor que él y salir de esa penosa situación. Contra
muchos teóricos de la educación actual señalo que esto no es “discriminación” o “bullyng”, es la vida nada más, una
reproducción a escala del mundo, donde los eventos son azarosos, complejos y se deben desarrollar habilidades para
sobrevivir.
Todos los que nos acercamos al fútbol cruzando una calle hacia una plaza donde jugaban niños sin prejuicios sabemos el
valor incalculable de esa experiencia. Que había grandotes mejores que uno, enanos peores, cabros “chanchos” que pegaban
patadas, burlas por una pifia, pelotas arriba del árbol y huidas en desbande porque apareció “el viejo del rastrillo”. Para la
mayoría, sin dudas, son los mejores recuerdos de la infancia. Aprendimos de la mejor manera: corriendo, saltando, haciendo
amigos, celebrando goles cuando la noche caía. Y el mejor sabor del mudo era el agua de la manguera.
Algo fundamental también: lo que pasaba en la pichanga se quedaba en la pichanga. Nunca intervenía un adulto, ni cuando
se producían las peores mochas, ni cuando los pelusones de la cuadra del lado se choreaban la pelota. Todo se arreglaba
entre nosotros, sin colgarse de las pantalones del papá o la falda de la mamá. Es decir, fomentaba la responsabilidad
individual.
Bueno, todo lo anterior se está perdiendo. Hoy miles de niños sólo tienen una instancia para jugar y aprender: las escuelas
de fútbol. Ahí todo es distinto claro. Primero, hay que pagar por algo que antes se hacía gratis (único costo: rodillas
peladas). Luego hay un “adulto” o “profesor” que manda. Él forma los equipos, él dice quien juega y quien no. Y como es un
negocio, todos los clientes deben jugar. Para eso están los padres vigilando. Claro, si pagaron por una hora de fútbol exigen
que su niño juegue una hora. Se subentiende que la iniciativa infantil queda severamente anestesiada en un contexto así.
Han proliferado las “escuelas oficiales” donde los clubes cobran por usar sus marcas. El ambiente es seguro, reglamentado,
hay implementos, horarios fijos. Se “mecanizan” los movimientos, se corrigen los defectos, se profundizan los conceptos. La
imagen es recurrente: un partido en una cancha sintética, un adulto arbitrando, varios niños con petos sentados en la banca
esperando que el “profe” les diga cuándo jugar, padres grabando con smartphones las hazañas de sus retoños.
1- ¿Cuál es el tema del texto?
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3- Señale de manera explícita (textual) dos argumentos utilizados por el emisor del texto.
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b) ____________________________________________________________________________________
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