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DOCTRINA EUCARISTICA
En primer lugar debemos diferenciar las dos doctrinas teológicas
existentes sobre la Eucaristía: la católica de la Transubstanciación y la
luterana de la Consubstanciación. A pesar de que ambas se refieren a la
Eucaristía, son totalmente distintas en cuanto a la transformación y al
sentido y esencia del pan y del vino.
Recordemos las palabras de Jesús al decirnos: “Yo soy el pan vivo, bajado
del cielo. Si uno como de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:51). Y sigue
diciendo Jesús: “El que coma de mi carne y bebe de mi sangre, tiene vida
eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida
y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí, y yo en él” (Juan 6:54-56).
Esta presencia real y única de Cristo en la Eucaristía fue negada por Martín
Lutero (1483-1546), quien elaboró una doctrina teológica
denominada Consubstanciación, que sostiene erróneamente que en la
Eucaristía coexisten las sustancias originales del pan y del vino,
conjuntamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
LA TRANSUBSTANCIACION
El Concilio de Trento (1545-1563) resume y confirma la fe católica cuando
afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la
especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en
la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la
consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del
pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo, Nuestro Señor, y de toda la
sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. La Iglesia Católica ha
llamado justa y apropiadamente a este
cambioTransubstanciación” (Catecismo Católico, numeral 1376).
Con ello toda la sustancia del pan y del vino desaparece al convertirse en
el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, de tal manera que bajo
cada una de las especies, y bajo cada parte cualquiera de las especies se
contiene Cristo entero.
San Ambrosio de Milán (340-397) dijo respecto a la conversión
eucarística: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la
naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado; y de que
la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza porque por la
bendición, la naturaleza misma resulta cambiada” (Myst. 9, 50, 52).
CONCLUSION
El sacerdote ministerial presenta a Dios los dones del pan y de vino, los
inmola y los ofrece al transubstanciarlos en el Cuerpo y en la Sangre de
Cristo, obrando en nombre y con el poder del mismo Señor, de tal modo
que por sobre él sólo está el poder de Dios.
A este respecto Santo Tomás de Aquino decía: “El acto del sacerdote no
depende de potestad alguna superior, sino de la divina, de tal modo que ni
siquiera el Papa tiene mayor poder que un simple sacerdote para la
consagración del Cuerpo de Cristo” (Suma Teológica 3, 82).