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Contexto Filosofía del Color

Rodolfo Tomás Aldea


Estudiante de Doctorado en Filosofía UAH
roaldea@uahurtado.cl

Resumen

En el contexto de la filosofía del color, las teorías realistas sostienen que el color
es una propiedad de los objetos con independencia de la mente. Los anti-realistas
sostienen, en cambio, que fuera de la mente solo se encuentran elementos físicos
que no son en sí mismos coloreados. Por último, en las últimas décadas ha tomado
fuerza una tercera alternativa de tipo “relacional”, que pretende resolver la disputa
a propósito de un modo particular de comprender nuestra conexión perceptual con
el color, aunque con ello parecen no hacerse cargo de la clásica pregunta por la
dependencia o independencia mental del color. En el presente texto se expondrá
el contexto y los desafíos de las diferentes alternativas para dar cuenta de la
naturaleza del color.

Muchos de los debates contemporáneos en torno al fenómeno del color están motivados por
el deseo de conciliar dos perspectivas aparentemente en conflicto: por una parte, el color es
percibido por los seres humanos como uno de los elementos fundamentales que constituyen
el mundo que nos rodea, mientras que, por otra, la ciencia moderna nos dice que ese mundo
que nos rodea está compuesto, en último término, por campos y partículas físicas que no son
en sí mismas coloreadas.

Dentro de la literatura filosófica, es posible encontrar estos dos enfoques bajo los nombres
de perspectiva manifiesta y perspectiva científica, respectivamente1. Usualmente la
perspectiva manifiesta va asociada al refinado balance desde el sentido común acerca del
mundo que nos rodea –y de los objetos ordinarios en él– donde su aparecer coloreado es
explicado simplemente en términos de los objetos siendo de tal o cual color. En la perspectiva

1
Esta metáfora de las dos perspectivas se la debemos a Wilfrid Sellars, aunque él utiliza los términos manifest
image y scientific image respectivamente, Sellar (1963). He decidido traducir “image” por “perspectiva”,
manteniendo el espíritu del concepto, con el fin de evitar eventuales malos entendidos dado que “imagen” y
“color” son ideas íntimamente relacionadas.

1
científica, en cambio, el color percibido parece no jugar ningún rol explicativo de peso al
momento de describir físicamente el universo y sus elementos en él.

Otra manera de plantear lo anterior, es sosteniendo que el problema del color se puede
expresar a partir de una triada de proposiciones (aparentemente) incompatibles:

1. En la experiencia del sentido común, los colores son propiedades de lo que vemos.
2. Lo que se ve es –normalmente– un cuerpo público, físico y existente.
3. En los reportes detallados que los científicos elaboran sobre los objetos físicos
existentes, la propiedad del color no tiene lugar.2

De este modo, el desafío para toda teoría que adecuadamente pretenda comprender el
fenómeno del color, radica en conciliar consistentemente el modo y las características del
color tal como es percibido (i.e. como una propiedad del mundo) sin contradecir las
afirmaciones científicas sobre la materia.

Dada esta concepción del desafío que conlleva una teoría del color, si es que ahora nos
preguntamos por las teorías filosóficas –o familias de teorías– que se comprometen con la
tarea de conciliar la perspectiva manifiesta y la perspectiva científica, nos daremos cuenta de
que las alternativas pueden comprenderse dentro de tres posibilidades.

La primera es negar que los objetos físicos posean realmente una propiedad como el color.
Las teorías de este tipo admiten el hecho de que los objetos se muestran coloreados a la
percepción, pero sostienen que esto es solo una apariencia. El conflicto se resuelve, entonces,
suprimiendo el fenómeno del color del mundo externo. Como ejemplo de este
eliminitavismo3, consideremos la siguiente cita:

“El rosado-durazno del atardecer no es una propiedad del cielo al atardecer; es


una propiedad de modelo interno del cielo del amanecer, un modelo creado por
tu cerebro. El cielo del amanecer no tiene color. El mundo no está habitado por
objetos coloreados en absoluto. (…) Allá afuera, frente a nuestros ojos, hay solo
un océano de radiación electromagnética, una salvaje y furiosa mixtura de
diferentes longitudes de onda” (Metzinger, 2009, pág. 20).

2
Esta segunda manera de plantear el problema que da origen a los debates contemporáneos entorno al
color se lo debemos a Keith Campbell (1969).
3
Ver: Hardin (1993, 2004) Boghossian and Velleman (1989), Averill (2005), Chalmers (2006), Maund (2006),
Pautz (2013

2
Una segunda posibilidad es defender la idea de que los colores son –efectivamente-
propiedades de los objetos físicos. Algunas teorías de este tipo consideran que el color debe
ser identificado con una propiedad física de los objetos, mientras que otras nos dicen que es
una propiedad que los objetos físicos poseen más allá (over and above) de sus propiedades
físicas4. El conflicto se resuelve, en este caso, suprimiendo –o al menos minimizando– el
carácter subjetivo de la experiencia, al momento de establecer la naturaleza del color. En
relación a la identificación del color con propiedades físicas, consideremos la siguiente cita:

“(el físicalismo) es la perspectiva de que los colores son propiedades físicas que
nosotros a veces verídicamente percibimos que los objetos poseen”.
Y más adelante,

“los colores deben ser identificados con propiedades cuyas naturalezas a) sean
especificables en modos que no utilicen los conceptos del color y b) no están
constituidos por las relaciones con los estados mentales de quien los percibe”
(Byrne and Hilbert, 1999).

Respecto al caso de las versiones no-reductivas, Cohen nos dice que:

El primitivista sostiene que los colores son irreductibles, en el sentido de que no


hay una identidad de tipo verdadera e informativa en la forma de [C = P], donde
C es el nombre del color y P toma una propiedad en términos que no incluyen
vocabulario del color. Los primitivistas piensan que los colores son propiedades
genuinas, pero que su irreductibilidad las hace primitivas, o sui generis (Symons
& Calvo, 2008).

Una tercera posibilidad se encuentra en aquellas teorías que sostienen que el color debe ser
entendido como una propiedad relacional, en la medida en que para que un objeto posea un
color en particular, éste debe estar relacionado de determinada manera con un sujeto que los
perciba. Una de las variantes más comunes de este relacionalismo defiende la idea de que el

4
Las primeras quedan categorizadas como teorías reductivas del color. Ver: Tye (2000) y Byrne and Hilbert
(2003). Las segundas como no-reductivas (aunque éstas últimas también pueden ser encontradas bajo el
nombre de primitivistas). Ver: Watkins (2005), Westphal (2005) y Brogaard (2010)

3
color constituye esencialmente una disposición a causar una experiencia perceptual
determinada5.

Dado que la ciencia se ocupa de las propiedades físicas de los objetos –y de sus relaciones
con otros objetos físicos– y no de la relación de dichas propiedades con sujetos de percepción,
los disposicionalistas sostienen que su posición no contradice las proposiciones científicas,
en la medida en que sigue siendo verdadera la afirmación de que los elementos fundamentales
del universo –en sí mismos, sin mediar relación alguna con la percepción subjetiva– no
contienen la propiedad del color. Para ilustrar este disposicionalismo, consideremos la
siguiente cita:

“Las cosas tienen disposiciones para reflejar ciertas longitudes de onda de luz y
absorber otras –estas propiedades disposicionales son llamadas reflectancias
espectrales de superficie. La luz reflejada de un objeto impacta la retina, y esta
información es procesada por el cerebro. Esto resulta en una experiencia de color
de un cierto tipo” (Logue, 2016).

De este modo, tenemos que el contexto dentro del cual se presentan las posibilidades de
resolver el problema del color planteado a partir del conflicto entre una perspectiva
manifiesta y una perspectiva científica, da lugar a diferentes teorías –o familias de teorías–
que se agrupan comúnmente bajo los nombres de eliminitavismo (los colores no
pertenecen a los objetos físicos), físicalismo y primitivismo (los colores pertenecen a los
objetos físicos y son idénticos a propiedades físicas o propiedades sui generis) y
disposicionalismo (los colores son ciertas propiedades de los objetos para verse de cierta
manera en relación a un sujeto de percepción).

La discusión filosófica en torno al color típicamente toma la forma de, ya sea una
elaboración de alguna de estas posibilidades, o al menos de la demostración de que alguna
de estas alternativas es preferible por sobre otras.

5
Y como consecuencia, recibe el nombre de disposicionalismo. Ver: McGinn (1993), Smith (1990), Johnston
(1992), Jackson (1996), McLaughlin (2003) y Cohen (2004).

4
Debido al contexto que da origen al debate, la filosofía del color tiene la particularidad de
estar fuertemente asociada a la ciencia y sus progresivos descubrimientos en la materia6. Sin
embargo, a pesar de esta íntima colaboración, es preciso señalar que la tarea específica de la
filosofía en este caso no se halla en la investigación científica, sino en el análisis conceptual.
Y dicho análisis está guiado principalmente por una pregunta ontológica (“¿qué son los
colores, existen?”) la cual, a su vez, introduce una pregunta de locación (“¿dónde debemos
hallar a los colores –afuera en el mundo, o únicamente dentro de la mente?”).

Esta especificidad del análisis conceptual en torno al fenómeno del color, permite reunir las
teorías ya mencionadas (eliminitavismo, físicalismo, primitivismo y disposicionalismo) bajo
tres categorías, dependiendo de cómo responden a las preguntas ontológicas y de locación.
Estas tres categorías son las de realismo, anti-realismo y relacionalismo7.

Dado que el físicalismo, ciertas formas de primitivismo y el disposicionalismo responden a


la pregunta ontológica sosteniendo que los colores sí existen, entonces caen bajo la categoría
de realismo, es decir, afirman que los colores son reales (objetos como naranjas y limones
tienen los colores que mayormente les atribuímos).

Sin embargo, como el físicalismo y el primitivismo afirman que la locación de los colores se
encuentra afuera en el mundo, con independencia de quien los perciba (ya sea en la forma de
una propiedad física o de una propiedad sui generis), mientras que el disposicionalismo
defiende la idea de que los colores dependen en parte de quien los perciba, entonces para
respetar esta importante diferencia se vuelve necesario crear la categoría de relacionalismo
(si bien, también se trata de un realismo).

El eliminitavismo, en cambio, responde negativamente a la pregunta ontológica, en la medida


en que sostiene que los objetos físicos, con independencia de quien los perciba, no son
coloreados, y por tanto esta alternativa cae bajo la categoría de un anti-realismo, es decir,
sostiene que los colores no existen “realmente” (naranjas y limones no son coloreados). Por
extensión, también responde negativamente a la pregunta por su locación, en la medida en

6
Como sostiene Francisco Varela “el color ofrece un dominio paradigmático donde nuestro doble interés en
la ciencia y la experiencia humana confluye con naturalidad” (F. J. Várela, 1997, pág. 185) y también
Chirimuta, “(la filosofía del color) es el extraño campo en el que la práctica de recolección de datos y el de la
especulación metafísica, parecen compartir un propósito común” (Chirimuuta, 2015, pág. 1).
7
Ver: (Chirimuuta, Outside Color (2015) Capítulo 3).

5
que, si los colores “no son reales”, ciertamente entonces tampoco existe ningún “lugar” donde
encontrarlos.

Notemos que las posturas realistas –en otros ámbitos muy cercanas al cientificismo– en el
caso de la filosofía del color, en cambio, están motivadas por el intento de rescatar la creencia
del sentido común (es decir, de la perspectiva manifiesta) de que los colores pertenecen a los
objetos externos, con independencia de nuestra mente. En este sentido están impulsadas, al
menos en parte, por “la necesidad de reconciliar el sentido común con la ciencia”
(Chirimuuta, 2015, pág. 32).

El anti-realismo, en cambio, presenta su caso en contra de las creencias que concebimos


desde el sentido común respecto al color (como que son propiedades de los objetos mismos)
con una impronta fuertemente cientificista. Esto no es de extrañar, pues hace eco de una
postura de desconfianza bastante generalizada entre científicos respecto del sentido común,
y que se arrastra desde la llamada “revolución científica”. Como nos dice Varela:

(…) cuando el mundo newtoniano empezó a derrumbarse, fue un derrumbe del


sentido común. Fue el descubrimiento de que el espacio no es lo que parece ser,
que el tiempo no es lo que parece ser, que la ciencia estaba más allá del sentido
común. Las respuestas ya no eran simplemente sencillas; eran complejas. Es así
como prendió la idea en la ciencia de que no se puede confiar en el sentido
común. Solo se puede confiar en el aparato lógico de las matemáticas, que es
muy complejo (…) Es por este motivo que los resultados de la ciencia muchas
veces son contrarios al sentido común. Pero los científicos se sienten muy
orgullosos de esto. Piensan que, puesto que tienen un método muy puro, pueden
realmente obtener resultados que correspondan a la realidad (Varela, 1997, pág.
43).

Las categorías que subsumen a las teorías del color, y que he esbozado bajo los rótulos de
anti-realista, realista y relacional cuentan con sus propios desafíos, así como con desafíos
colectivos. Mientras que el anti-realismo pareciera no hacerse cargo de la perspectiva de la
primera persona, ni de que la experiencia subjetiva del color verdaderamente pareciera

6
informarnos verídicamente sobre fenómenos en el mundo8, el caso del realismo no logra
explicar suficientemente el hecho de que pareciera no existir una correspondencia uno a uno
entre el color percibido y alguna propiedad física o alguna propiedad sui generis.

En el caso del relacionalismo, el problema más evidente es que los colores no se ven (o no
se presentan) ni como una relación ni como una disposición para quien los percibe. Otro
problema parece ser que la explicación relacional implica circularidad: el rojo es la
disposición de verse de tal forma ¿de qué forma? Rojo. Si el concepto rojo se está utilizando
de la misma manera, hemos explicado el rojo en términos de verse rojo, lo cual realmente no
explica ni describe el fenómeno. Esto, a su vez, no puede llevar a una regresión al infinito,
como algunos han sostenido:

• El color rojo es la disposición a verse rojo.


• El color rojo es la disposición a verse dispuesto a verse rojo.
• El color rojo es la disposición a verse dispuesto a verse rojo a verse dispuesto a verse
rojo (y así ad infinitum) (Logue, 2016).

Finalmente, el problema común a todas las categorías es que, al final del día, ninguna logra
realmente articular un relato lo suficientemente eficaz como para resolver el conflicto entre
la perspectiva manifiesta y la perspectiva científica (o al menos mostrar de que el conflicto
se trata, en realidad, de uno aparente).

--

El proyecto de investigación en el que trabajo se inscribe en este contexto de la filosofía del


color, con el propósito de aportar a la empresa de conciliar la perspectiva manifiesta con la
perspectiva científica. De las tres categorías dentro de las cuales se subsumen las diferentes
teorías –realista, anti-realista y relacional– me haré cargo de un modo particular de
comprender esta última alternativa, más allá del difundido disposicionalismo, al que recién
referí.

8
Ya sea en la cotidianeidad, al elegir frutas y verduras en el mercado, o en las ciencias, para medir la
velocidad y distancia de galaxias.

7
8
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