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La literatura juvenil.

Temas tratados:
< La literatura juvenil puede ser tan buena y tan
mala como la literatura para adultos.
< Argumentos a favor de la literatura juvenil
< Argumentos en contra de la literatura juvenil

Últimamente estoy leyendo más literatura infantil que nunca, en parte


porque quiero saber qué leen mis alumnos y alumnas y en parte porque la
existencia de este género me genera (valga la «rebuznancia») cierta
inquietud. Me jacto de pertenecer a un tipo de persona, ya en extinción en
estos tiempos de respuesta rápida y en caliente, que antes de criticar algo
trata de informarse sobre ello y saber lo más posible del tema para no meter
la pata y que me pillen con el culo al aire (y aún así me pillan, vaya si me
pillan).

Solo por eso, por ejemplo, leí la horrorosa saga de Crepúsculo, para poder
ponerla a parir sin tapujos y contestar con un sonoro «sí» a esa tan odiada
pregunta que hacemos siempre (con razón): «¿Pero te lo has leído?»
(Y también por eso no me oiréis nunca hablar de 50 sombras de Grey.
Aprendí la lección y ahora ya sé que nadie va a devolverme las horas y las
neuronas que una emplea en leer ciertos libros solo para poder ponerlos
verdes.)
Con los años también he conseguido que mis opiniones, que siempre han
sido de un tajante que raya en lo borde, se moderen un poco en según qué
cosas. Un buen ejemplo de esto es mi recelo a ciertos tipos de literatura,
entre ellos la juvenil. Siempre he renegado un poco bastante de ella y he
sentido cierto rechazo a la hora de coger un libro dirigido a un público
adolescente. Arrugaba la nariz cuando me hablaban de autores de literatura
juvenil, como si fuera un género menor, y me reía (hacia dentro, que hacia
fuera me daba palo) cuando un adulto me decía que había disfrutado con un
libro que yo consideraba de niñas pijas.
Al mismo tiempo, y en un alarde de contradicción que es uno de mis rasgos
más distintivos, estaba enganchada hasta el tuétano a la saga de Harry
Potter, y cada vez que alguien se burlaba de mí por vivir de aquella manera
un mundo creado para niños y niñas, yo contestaba con la dichosa pregunta:
¿Pero te lo has leído? ¿Sabes siquiera de qué va, más allá de la magia y de
la cicatriz de marras?
La respuesta, siempre, era un orgulloso «no». Un «no» que ocultaba un
«yo no pierdo el tiempo con porquerías» que no se atrevían a decirme a la
cara porque saben que puedo llegar a ser muy, muy borde y por defender a
Snape podría llegar a las manos.

Tardé años en darme cuerna de que mi reacción cuando alguien me decía


que se había leído Crepúsculo y le había encantado, que su autor favorito
era ese de los títulos largos y cursis escritos en azul sobre fondos blancos y
paisajes idílicos, o que lo importante es leer aunque sean novelas rosas (y
entiéndase el término para definir el peor tipo de novelas rosas, no esas
comedias románticas muy bien escritas que tocan temas serios a través del
humor y situaciones rocambolescas; hablo de las de a euro el kilo, donde
alguien siempre pierde los botones de la camisa en un arranque de pasión y,
si coges los libros prestados, siempre se abren solos en las escenas más
calenturientas), esa reacción, digo, era igual que la de la gente que se reía
de Harry Potter.
Y un día me detuve a pensar. ¿Estaba siendo injusta? ¿Tenía derecho a
juzgar a la gente por el tipo de libros que leía?

La respuesta a ambas preguntas fue un rotundo sí. Cada uno puede leer lo
que quiera, y yo obviamente nunca le voy a decir a alguien en el autobús
que qué haces, alma cándida, deja eso que te va a freír las neuronas, ¿no
estarías mejor viendo vídeos de gatitos? Pero admito que juzgo a la gente
por lo que lee, y me hago una idea de cómo es esa persona a través de los
libros que le veo entre las manos. Igual que juzgo a las personas por sus
hábitos higiénicos, por si fuma o no, por si lleva a sus hijos a un colegio
privado o público, y hasta por lo que llevan en el carro en el supermercado.

(Por suerte, son juicios que me guardo y que no van a ir a ningún lado. Soy
maestra, no jueza, y tengo la buena costumbre de no emitir juicios sobre
menores de edad, que no tienen culpa de la gran mayoría de sus elecciones.)

Pero claro, me dije, si Harry Potter es tan maravilloso y tiene unos valores
tan fantásticos, si está tan bien escrito a pesar de ser una saga infantil, ¿no
podían otras obras juveniles estar igual de bien escritas? Si leer a Stephen
King, contra el que durante años había tenido un millón de prejuicios, me
había hecho ver que la literatura popular también puede ser de calidad, ¿no
podía pasar lo mismo con la «young adult»?
Así que me lancé a buscar libros, eché mano de los ahorros (por qué son tan
caros los libros, jopé) y empecé a leer lo que leen los jóvenes (y sí, sé que
eso ha sonado a octogenaria que quiere hacerse la guay con sus nietos). Y
llegué a una conclusión tan categórica como inútil:
La literatura juvenil puede ser tan buena y tan mala como
la literatura para adultos.
Como investigadora no tengo precio, lo sé.

Ante tamaño descubrimiento, me dio por hilar un poco más fino, y en lugar
de decidir si era buena idea darles a los chavales y chavalas los libros
del youtuber de moda en lugar de La isla del tesoro, decidí hacer dos listas.
Cual Rory Gilmore, separé en dos columnas los pros y los contras de la
literatura juvenil.
Muy a diferencia de Rory Gilmore, esta lista no me llevó ni a Yale ni
a Harvard, pero alguna conclusión saqué.

Argumentos a favor de la literatura juvenil


 La literatura juvenil trata de temas que importan a los chicos y chicas.
No quiero decir con esto que crea que solo deban leer sobre su mundo, pero
sí es verdad que, si se sienten identificados, es probable que les guste más y
así lean más a gusto. No debemos olvidar que están en una etapa de la
vida en la que creen que nadie les entiende, que hay cosas que solo les
pasan a ellos, que son los primeros en descubrir el amor, el dolor, la
ansiedad, etc. Leer ciertos libros escritos para su edad les ayuda a ver que
no es así.
 El lenguaje es actual, por lo que es más asequible. Ojo, eso también
podría incluirse dentro de la lista de contras, porque a veces es tan natural
que desaparece la división entre el lenguaje escrito, culto (por muy a su
altura que esté) y el lenguaje vulgar más chabacano. No les voy a pedir
que hablen como Galdós, pero tampoco quiero que suenen como los
de Mujeres, Hombres y Viceversa, y «princesas del pueblo» ya abundan.
 Muchos de los libros juveniles van más allá de ese supuesto público
objetivo y la frontera entre literatura juvenil y literatura a secas se
diluye. Tratan a sus lectores como adultos, como seres inteligentes
capaces de llegar a conclusiones por sí mismos, sin necesidad de
explicaciones superfluas. Esto queda claro cuando un adulto puede leerlo
sin pensar «ah, claro, que esto está escrito para gente más joven». Me pasa
con los libros de Nando J. López, o La segunda revolución: Heredero, de
Costa Alcalá, o cualquiera de John Green, que es capaz de hablar de amor
sin ser ñoño y tratando muchos más temas.
 Algunos autores y autoras tiene muy presentes una serie de valores que
quieren transmitir. Hay diversidad en sus novelas; rompen los roles de
género, hay personajes ambiguos, fuertes o débiles que piden ayuda; vemos
la lucha entre el bien y el mal, elecciones difíciles entre lo que es bueno
para uno o para el grupo… No llegan a ser didácticos (ningún adolescente
permitiría que le dieran lecciones desde la página), pero cuidan las formas
y el mensaje que transmiten. Y para mí esto es fundamental a esta edad.
 Utilizan una sintaxis correcta, un lenguaje culto sin ser pedante, se
estructuran como cualquier otra novela, sin trampas y con giros
complicados. Tienen una dificultad mínima y piden un esfuerzo, que los
lectores y lectoras hacen porque la historia les engancha y lo merece.
 Beben de fuentes anteriores. Hacen referencia a clásicos, ya sea porque
los imitan (bien) o porque utilizan elementos y los adaptan a sus fines. A
veces, con suerte, algunos llegan a leer estas fuentes originales.
Todo esto ocurre con los libros buenos, sí, pero por desgracia abundan los
malos. No voy a hablar de porcentajes, porque no he echado cuentas, pero
un paseo por la sección juvenil de cualquier librería me produce cierta
inquietud. Y sí, ya sé que tiene que haber de todo, y que hay libros malos
para adultos también y no pasa nada (mentira: pasa, claro que pasa, ¿cómo
creéis si no que se reproducen ciertos estereotipos?). Pero creo que en lo
que a literatura infantil y juvenil respecta debemos vigilar, o al menos
conocer, qué leen nuestros chicos y chicas, porque en más de una ocasión
tendremos que hacer de contrapeso a los mensajes que reciben.

Argumentos en contra de la literatura juvenil


 Las tramas son simplistas y repetitivas en muchas de las sagas y
géneros. (Sí, ya sé que esto también ocurre en los libros para adultos, pero
eso no me vale como excusa. Recordad: os juzgo.) Si queremos que
nuestros adolescentes tengan una mente hábil y desarrollada, debemos
darles libros que les reten, no que les adormezcan. Basta de sagas de
vampiros, por favor. Como si con una no hubiera sido suficiente.
 Muchas novelas dirigidas a un público más joven perpetúan roles y
estereotipos de género que deberíamos estar intentando eliminar, no
continuar. Solo con un vistazo a las portadas se puede ver qué libros son
para chicas y cuáles para chicos. Algunos parecen estar preparando ya a sus
lectoras para esos en los que saltan los botones de la camisa (de hecho,
algunos son calcos sin sexo explícito). El tema del amor romántico, de la
búsqueda de la pareja como único motor de la vida, está presente en
muchos más libros de los que me gustaría. En los de los chicos (porque hay
libros de chicos y libros de chicas, y solo eso ya debería hacernos tirarnos
de los pelos), ellos son aguerridos y fuertes y viven aventuras, y en la
mayoría la presencia de las chicas es casi figurativa. ¿Dónde, dónde está
ese test de Bechdel, que yo lo vea?
 Tratan a sus lectores como idiotas. Dan explicaciones innecesarias,
describen situaciones que la mayoría de adolescentes no necesitan que les
expliquen. Y al mismo tiempo parecen olvidarse cómo es tener quince
años, o qué se siente cuando en tu casa hay problemas y tus padres están a
punto de divorciarse. (Nada me echa más para atrás que los libros en los
que este tema se trata desde una perspectiva adulta y terminan cambiando el
punto de vista para que hablen los padres –o sea, el autor o autora– en lugar
de contarlo desde el punto de vista adolescente.)
 El lenguaje es básico y simplista, hay errores sintácticos (total, como es
para once o doce años y no se van a dar cuenta…), y hay tantas repeticiones
que te aburre seguir leyendo, como si temieran que se fueran a perder.
¿Alguno de estos autores que trata a los pre-adolescentes como idiotas ha
escuchado alguna vez la complejidad que tienen sus juegos simbólicos?
Creo que más de uno y una escribe sin tener una idea clara de cómo son los
niños y niñas.
 Está bien hablar de temas que les afectan, pero no solo y únicamente de
ellos. Una de las cosas que desarrolla la (buena) literatura es la
empatía, pero no puedes hacerlo si lo único que lees son historias de
gente igual que tú a las que les pasan las mimas cosas que a ti. Historias
con gente de otros lugares (pero bien hecho, por favor, cuidado con los
estereotipos), de otras edades, con otros problemas. ¿Cómo si no vamos a
conseguir sacarlos de su burbuja? Bastante nos cuesta ya.
 En lugar de utilizar fuentes clásicas para enriquecer un texto (la mitología
antigua en Harry Potter, por ejemplo), modifican los clásicos a su
antojo para que los vampiros puedan salir a dar una vuelta por el centro
comercial (porque qué gracia tendría dejarlos metidos en un espacio
cerrado toda la saga, ¿no?). O simplifican tanto las tramas que se quedan en
meros esbozos de la historia en la que se inspiran, tomando solo uno de los
temas (volvemos a lo de creer que escriben para idiotas que no van a ser
capaces de seguir tramas complejas).
 Pero sobre todo, sobre todo, algunos de los valores que transmiten me
parecen venenosos. No es que sean muy distintos a los que nos tragamos
los adultos, pero nosotros y nosotras ya tenemos una mente (de formada y
el daño ya está hecho; se supone que tenemos que hacer un esfuerzo porque
las nuevas generaciones no comentan los mismo errores y no caigan en las
mismas trampas. Libros que parecen decirles que no se fíen de los adultos y
escondan sus problemas ante ellos porque no les pueden ayudar (estoy
pensando en ti, Por 13 razones), o les meten en la cabeza nociones de amor
romántico que incluyen jugarte la vida para dar a luz al hijo del hombre que
quieres, que él te mate para salvarte la vida (what?) y que encima ese
momento de muerte sea lo más romántico que nadie ha hecho por ti.

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