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Durante la época colonial, en la Real Audiencia de Quito regían las Leyes de Indias
impuestas por la Corona Española. En el año de 1822, los territorios que hoy
conforman el Ecuador se independizaron de España y constituyeron en el Distrito Sur
de la Gran Colombia que tuvo ocho años de vigencia, durante los cuales se vivió una
época de agitación política que impidió toda tarea legislativa específica sobre el tema.
En el año de 1861 se expide el primer Código Civil del Ecuador que regula el
arrendamiento de trabajadores, y confirmando el pensamiento de la época respeta el
principio de la autonomía de la voluntad, es decir que se considera que tanto el
empleador como el trabajador están en igualdad de condiciones fácticas, por lo que
libremente pueden negociar las condiciones de una relación de trabajo, sin que se
considere ninguna norma protectora a favor de la parte débil de la relación jurídica.
En los años posteriores se dictaron otras leyes laborales con el afán de regular el
contrato de trabajo, las obligaciones de las partes, los salarios, las jornadas y el
desahucio como forma de terminación tempestiva de la relación obrero patronal.
El Código del Trabajo de 1938 siguió reformándose, siempre con el afán de consolidar
la protección al trabajador frente a la situación de desequilibrio que se encuentra
dentro de la relación laboral. Específicamente, en el año de 1964 durante una
dictadura militar, se hicieron varios cambios que en la línea de acción antes
mencionada, solucionaba problemas prácticos que se habían detectado en el tiempo.
Sin embargo, en la década de 1980, el Ecuador como muchos otros países debió
afrontar una grave crisis económica originada en múltiples factores externos e
internos, y por primera vez se evidenció el gravísimo problema del desempleo y el
subempleo. Mientras en otras latitudes, esta fue la época de la flexibilización del
Derecho del Trabajo a partir del principio de que la parte más débil de la sociedad ya
no era el asalariado sino el desempleado, y que por lo mismo, el deber del Estado era
fomentar la creación de empleo para incorporar al sector informal y desempleado, en
el Ecuador, lo que se propuso es un congelamiento de los derechos ya reconocidos a
los trabajadores y cambios en las formas contractuales para propender a la creación
de empleo, sin que finalmente se alcancen los objetivos buscados.
Debe mencionarse que en esta época, durante el gobierno social demócrata del
Doctor Rodrigo Borja, en el año 1991 se dictó la Ley 133 reformatoria del Código del
Trabajo, que de una manera equilibrada reformó sus normas, en algunos casos
profundizando los beneficios de los trabajadores, y en otros, atendiendo los
requerimientos patronales de una flexibilización. En lo relevante, esta ley estableció
que la formación de organizaciones sindicales requiere de la presencia mínima de
treinta trabajadores en la asamblea constitutiva, cuando la norma originaria del Código
del Trabajo sólo exigía la presencia de quince trabajadores. Esta reforma afectó al
derecho colectivo en general, pues disminuyeron el número de organizaciones
sindicales así como los conflictos e incluso las pretensiones formuladas en los
contratos colectivos; situación que también se originaba en el hecho de que los
dirigentes sindicales estaban conscientes de que en una época de crisis no se podía
seguir con una línea de grandes demandas que en cambio existieron cuando se inició
la bonanza económica del Ecuador por la explotación petrolera, esto es en la década
de 1970.
El problema central sigue siendo la falta de estímulo para generar nuevas fuentes de
trabajo. La migración de ecuatorianos a Europa y Norteamérica hizo que se note
menos la situación de desempleo, pero la crisis de otras economías está determinando
el regreso de nuestros migrantes, lo que significa por un lado, que se pierden los
ingresos que ellos generaban en el exterior y que remitían al país; y por otro, que sea
mayor el número de desempleados, causándose entonces complicaciones de la más
variada índole, tanto más que en el país no existe seguro de desempleo.
Es evidente que hoy se vive en una sociedad dinámica, que sufre grandes
transformaciones y cambios y que exige que la legislación se vaya acoplando a las
necesidades de los tiempos. Cuando surgieron las leyes sociales se consideró que la
empresa que nació de la revolución industrial, sería siempre una fuente infinita y
suficiente para ofrecer trabajo a todos quienes lo requerían, y bajo este concepto, la
legislación laboral simplemente se limitó a establecer los derechos esenciales de los
trabajadores como parte débil de esa relación social, y la evolución legislativa,
consistió entonces en la ampliación y mejora permanente de esos derechos
protectores.
La verdad es que desde la década de los ochenta y por factores de la más variada
índole, se constató que ni la actividad privada ni la pública son capaces de ofrecer un
trabajo remunerado a todas las personas que lo requieren. Esta situación, que alteró
la figura de la sociedad clásica en la que surgieron las leyes sociales, requiere de
soluciones innovadoras que sin enfrentar a los trabajadores que tienen empleo con
aquellos que pugnan por alcanzarlo, haga posible que el Estado cumpla con la
obligación impuesta por el artículo 326 numeral 1 de la Constitución que para sustentar
el derecho al trabajo le obliga a impulsar el pleno empleo y la eliminación del
subempleo y del desempleo, que son los propósitos de una ley reformatoria en la
materia.