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Amy Winehouse, otro ídolo caído.

05.08.11 | 16:10. Archivado en Magdalena del Amo

Cuando al gran compositor y ferviente católico Karl Brunner, le preguntaron sobre el más allá, dijo:
“Cuando llegue ante Dios, le tocaré mi novena y seguro que me abre sus brazos”. Seguro que no le
fue necesario presentar ese credencial para ser admitido en el Paraíso, como tampoco necesitó
Amy Winehouse cantarle a Dios, hace sólo unas horas.

Los éxitos de sus álbumes Frank o Back to Black; sus nominaciones a los Mercury, sus cinco
Grammys, el Brit Award como mejor artista británica, amén de otros galardones, son el premio a
una carrera profesional, mimada por los críticos musicales de los medios especializados.

Su voz de contralto bajo con diversos registros le permitió interpretar géneros tan dispares como
soul, jazz, rock o ska. Pero sus éxitos profesionales se vieron enturbiados en muchas ocasiones por
su trayectoria vital autodestructiva. Quizá la más sonada fue cuando Estados Unidos le denegó el
visado por sus antecedentes en el uso y consumo de drogas y no pudo asistir a los Grammy.

Este icono de la juventud, inmersa en un bucle sin fin, padecía trastornos alimentarios, depresión y
era adicta al consumo de sustancias varias: cocaína, éxtasis, ketamina o crack. Los centros de
desintoxicación fueron lugar de parada y fonda para este ídolo del pop. Son conocidas sus
comparecencias en público completamente ebria, y sus apariciones nocturnas desordenadas y
medio desnuda.

La muerte de Amy Winehouse y su vida de excesos no son una excepción en el mundo de la


música pop, y más en concreto en el rock. Rock y drogas parece ser un binomio inseparable. Las
vidas de los ídolos musicales no son precisamente un ejemplo. Casi sin excepción están inmersos
en un mundo sórdido, de excesos en todos los sentidos que propicia que muchos tengan muertes
prematuras por sobredosis, suicidio o asesinados por alguien del entorno. No son un ejemplo para
nadie, y sin embargo, el marketing manipulador diseñado por las casas discográficas y el propio
sistema, capta las mentes de los jóvenes y los convierte en adoradores de ídolos de barro. Esto no
es casual. Es una estrategia de control de masas creada por expertos en control de la conducta
humana.
LA MÚSICA COMO CONTROL DE MASAS

Si echamos la vista atrás, antes de los años cincuenta en muy pocos hogares había un aparato para
oír música, y muy pocas personas tenían cultura musical. Existía la música clásica, las bandas y la
música de las orquestas populares. A partir de los sesenta la música se masificó, se empezó a
comercializar el tocadiscos y los discos de vinilo, y comenzaron los programas musicales en TV.

En los sesenta, por designio de los controladores del mundo, empezaron a proliferar los grupos de
rock, no de una manera natural, consecuencia de los años de bonanza una vez superada la
posguerra de la Segunda Guerra Mundial, sino como arma de control de masas. La manipulación a
través de la música y la televisión empezó prácticamente al mismo tiempo.

Theodor Adorno fue el encargado de elaborar una teoría social del rock and roll. En su obra
Introducción a la sociología de la música habla de “programar una cultura musical de masas como
una forma de control social masivo mediante la progresiva degradación de sus consumidores”.
Como experto en la conducta humana, teoriza sobre el lavado de cerebro o atontamiento
obligatorio; explica las reacciones y emociones inconscientes que se producen cuando se oye una
canción o varias de manera repetida y la identificación con lo que representa. Y también cómo, de
alguna manera, queda aislada la individualidad al integrarse en el alma grupal que conforma el
conjunto, léase fans.

Lo que ocurre hoy en los conciertos es la concreción de los descubrimientos de Adorno. ¡Cuántas
veces nos hemos sobrecogido cuando en un concierto, entre la neblina, hemos visto cómo
centenares o millares de manos en alto se balancean a un lado y a otro, tarareando la canción a
petición del cantante que está en el escenario! La escena es como un ritual de socialización, en un
sentido, comparable a la adicción. Existe un paralelo con los alcohólicos de fin de semana, que
beben cuando están en grupo, para integrarse y para conseguir ser, al menos durante unas horas,
lo que anhelan y no son en su vida cotidiana.

Este tipo de música tiene un efecto casi hipnótico. Los “40 principales”, aunque nos suene extraño,
tampoco es algo inocente. Según apunta Paul Hirsch en un informe de la Universidad de Michigan,
después de la Segunda Guerra Mundial las emisoras de radio se lanzaron a repetir 24 horas al día
las cuarenta canciones de mayor éxito con el fin de crear una subcultura, sobre todo entre los
jóvenes.
En España, hace algo más de veinte años irrumpió el fenómeno del Walkman. Yo aún no sabía de
la existencia del Tavistock y todo el proyecto de manipulación. Pero la simple observación me
decía que algo estaba ocurriendo. De repente empezamos a ver a los jóvenes con auriculares
conectados permanentemente a los oídos. Iban caminando por la calle, ensimismados, mirando
hacia el suelo, sin enterarse de lo que ocurría a su alrededor. Al llegar a sus casas seguían con la
música a todo volumen en sus habitaciones. Siempre pensé que estos chicos piensan poco, y
reflexionan poco. No tienen tiempo. Viven en el estado cuasi hipnótico o de atontamiento
obligatorio que preconiza Adorno.

Es frecuente oír decir a la gente mayor que no le gusta ni entiende la música moderna. Es una
cuestión generacional, pero hay alguna razón más sutil. Buena parte de esta música está
compuesta siguiendo la escala de doce tonos que, según los expertos, produce sensaciones
especiales en ciertos humanos, especialmente en los de una franja de edad determinada. La
música atonal fue creada en 1910 por Arnold Schönberg, compositor austriaco y agente del M16.
Esta escala consiste en sonidos graves y repetitivos que, según las fuentes, fue tomada de la
música del culto a Dionisios, dios de la locura y la transgresión. ¿Qué hace un miembro de la
Inteligencia Británica componiendo música para crear sensaciones? Resulta, cuando menos,
sospechoso. A propósito de esta música dice Richard Warren Lipack: “Esta nueva forma de música
contribuiría a infligir en la psique y en el subconsciente una ruptura subliminal mucho más radical.
[…] Esto ocurrió de forma natural gracias al cada vez mayor tono desinhibido al que se sometía el
cuerpo, el cerebro y el espíritu humano que la rápida progresión de la escala atonal aportaba
fácilmente”.

Algunos expertos afirman que Theodor Adorno eligió esta música para aplicarla a las
composiciones de los Beatles. Extraemos esta cita de Daniel Estulin, que a su vez bebe en otras
fuentes que por los años sesenta escribían sobre la materia: “Los cultos dionisiacos se celebraban
en Grecia y luego en Roma en honor a Baco, al que siempre se le representa con una copa de vino
en la mano. Se le considera dios del vino, de la locura, de la desinhibición y la transgresión. Griegos
y romanos no disponían de los modernos instrumentos musicales pero, según Tito Livio, durante
las dionisiacas, que duraban varios días, las mujeres fungían de ménades o bacantes y danzaban
frenéticamente. La masa cometía actos violentos, comía, bebía y se entregaba a una actividad
sexual desordenada, incluso con personas del mismo sexo mientras sonaba incesante la música de
flautas, pífanos, tambores y panderetas. Un ambiente así, modernizado, debió ser Woodstock. El
efecto de la música rock en el cerebro de los jóvenes también se ha comparado con los rituales en
honor de la diosa Isis y con algunos ritmos tribales”.
Otro de los peligros es que muchos jóvenes han llegado al mundo de la droga a través del rock.
Estos dos elementos suelen ir asociados. De hecho los líderes rockeros suelen confesar
públicamente su adicción a las drogas.

LA MUERTE DE ALGUNOS ROCKEROS

Los líderes del rock son seguidos por millones de jóvenes en todo el mundo, cada vez a edades
más tempranas. Basta ver la algarabía que se forma en los aeropuertos cuando llegan de gira a
cualquier país. Veamos cómo encontraron la muerte algunos de estos iconos de la juventud: Elvis
Presley: sobredosis; John Ace: se pegó un tiro; Tomy Bolin: sobredosis;

John “Bonzo” Bonhan: asfixiado con su propio vómito después de haber tomado mucho vodka. Era
consumidor de heroína y cocaína; Tim Buckley: sobredosis; Sam Cooke: de un disparo después de
haber violado a una chica. Ian Curtis: se suicidó; King Curtis: apuñalado; Darby Crash: sobredosis;
Nick Drake: sobredosis; Pite Ham: se suicidó; Jimi Hendrix: sobredosis; Monika Danneman (última
compañera de Jimi Hendrix): se suicidó; Al Wilson: sobredosis; Donny Hataway: se suicidó; Fram
Parsons: sobredosis ; Gary Thain: sobredosis; Frankie Lymon: sobredosis; Vinnie Taylor:
sobredosis; Jimmi McCullough: mezcla de drogas; Phil Ochs: se suicidó; Michael Hutchence: se
suicidó; Kurt Cobain: se suicidó; Brian Jones: sobredosis; Janis Joplin: sobredosis; Jim Morrison:
sobredosis; Pamela Morrison (esposa del anterior): sobredosis; Sid Vicius, de Sex Pistols:
sobredosis; Freddy Mercury: sida; Ian Curtis, de Joy Divison: se suicidó; Antonio Flores: muerte
relacionada con la droga.

La muestra es bastante explícita y prueba la relación entre la música rock y las drogas. Por eso, en
algunos centros de rehabilitación de drogadictos de Estados Unidos está prohibida la música rock y
la televisión durante el periodo de tratamiento. Si bien no todos los líderes del rock mueren de
sobredosis, el desorden y el comportamiento autodestructivo suele ser el patrón imperante.
Descansa en paz, Amy Winehouse.

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Por Magdalena del Amo

Periodista y escritora

Directora de Ourense siglo XXI

Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV

www.magdalenadelamo.com

periodista@magdalenadelamo.com

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