En la literatura medieval y renacentista española, así como en otros movimientos artísticos
y literarios, es bastante obvio que, entre las obras, hay hitos repitiéndose con fuerza. Para la época medieval y el renacimiento está la imagen de la celestina, fungiendo en su papelcomo una clase de casamentera; está el héroe cristiano caballeresco al estilo del Mío Cid o Amadís de Gaula; está el amor pasional como perdición; y está, en el caso de lo que se analizará en el siguiente trabajo, el caso de la representación del honor, la honra y la fama. Esta representación no será investigada como un hito en varias obras, buscando las similitudes entre ellas sobre este aspecto, sino buscando su particularidad en una obra en concreto: “Cárcel de amor”. Este tema, manejado por el autor y puesto en diferentes personajes, es atrayente, puesto que cada personaje de los que serán analizados lo muestra de forma peculiar y muy propia, a pesar de lo maniqueo de su estructura. Para acercarnos a estos personajes, se usará el modelo de los roles actanciales de Greimas y para hablar de la historia, su estructura y añadir un poco a la caracterología de los personajes se usará formalismo ruso. Para contextualizar, “Cárcel de amor” es una novela sentimental escrita por Diego de San Pedro, autor del que poco se sabe y lo que se sabe no es realmente seguro. Lo que sí se sabe, es que anttes de esta novela, escribió un tratado del mismo carácter y con una trama similar, titulado “Tratado de amores de Arnalte y Lucenda”. Por temporalidad, se puede situar años antes de “Cárcel de amor” y, usualmente, se considera un boceto de dicha obra (Menéndez Pelayo, 1943: 33-34). En “Cárcel de amor”, la historia (anécdota) y la fábula (acontecimientos) pasan en el mismo orden, pues está estructurada casi como si, en cuanto hubiera terminado cada acción, nos fuera contada por un personaje interesantísimo: el autor. Dado que quien nos lo cuenta además de narrador es un personaje, la visión que se tiene de los acontecimientos está velada por él, quien se encuentra a favor del héroe. Este autor estructura la obra hablando él, luego pasando usualmente a discurso directo lo que conversa con los otros personajes, transcribiendo cartas y dando su punto de vista de lo sucedido. Así, nos cuenta la aventura que viven tanto él como el resto de los personajes al momento en que decide ayudar a un hombre que ve siendo llevado prisionero a la cárcel de amor. En esta primera parte, se nos presenta un mundo casi fantástico en el que se formula una alegoría del amor como cárcel y castigo, pero la cárcel y el castigo más gratos. El hombre que el autor vio se presenta, más tarde, como Leriano y le pide que interceda entre él y Laureola, princesa de Macedonia, para poder conseguir su aprecio. Laureola le deja en claro que no tiene intereses románticos por él , pero igualmente será amable, pues es parte de su naturaleza. Cuando Leriano, impulsado por la bondad de Laureola y por la esperanza inscrita en ella, logra salir de la cárcel con ayuda del autor, se dirige al palacio de Macedonia, donde entabla una relación cortés y sin tintes románticos más allá de su amor no correspondido. Persio, quien también está enamorado de Laureola, al verlos, nota las intenciones de Leriano y, conducido por sus celos, decide inventar una historia sobre ellos dos, decírsela al rey y causar la condena de ambos. A Laureola, le espera una muerte segura. A Leriano, un encuentro de armas con Persio. Por poco sale victorioso nuestro héroe, pero el rey detiene la pelea por súplicas de la familia de Persio, allegados cercanos suyos, y checa las purebas contra ambos. Decide, después, que las pruebas son reales y, a pesar de las súplicas de todos, se mantiene firme en castigar a Laureola con la muerte. Al final, Leriano logra rescatar a Laureola y probar su inocencia, aunque el rey lo destierra de todas formas y Laureola le dice que ya no la busque. Leriano, en su desesperación, se deja morir de hambre y bebe las cartas de Laureola en su lecho de muerte. Esta historia trágica, como muchas otras, sigue el canon del amor cortés y de la novela sentimental. Adentrándonos ahora al análisis de los personajes, Leo Spitzer en su estudio “Sobre el carácter histórico del cantar de Mío Cid” (Spitzer, 2003: 23-24), dice que, en la Edad Media, el honor no era exactamente este bien inconmensurable, sino que al menos debía verse reflejado externamente para ser medido. En esas páginas escribe que “no hay honor solo como consecuencia de la virtud” (Spitzer, 2003: 24), aseveración bastante cierta pensándola sincrónicamente, pues eran tan –o, incluso, ligeramente más importantes– las condiciones que mostraran por fuera la virtud que había por dentro. Por esta razón vemos en el Mío Cid cómo, si bien él intenta recuperar su honor (virtud interna) lo hace a través de recuperar su honra (virtud material). Esto se repite en varias obras de la época, manteniendo cierta fuerza en el renacimiento, por ejemplo con “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique (Manrique, 2017), donde, en varios versos, narra las hazañas de su padre y cómo estas le dieron más tierras y riquezas, y en la misma Cárcel de Amor con Laureola –cosa que será tratada más adelante–, aunque ya en ambos se dé gran importancia a la fama que dejan atrás. De cualquier manera, esta virtud resulta, pues, bastante importante tanto para el renacimiento como para la Edad Media. A pesar de lo anterior, se puede ver que con Leriano encontramos una excepción. Cuando se habla del personaje de Leriano, se suele pensar primero en la imagen que evoca más ampliamente a lo largo de la historia: alguien en extremo sensible, locamente enamorado, con la razón perdiéndose en el nombre de Laureola y el corazón y el alma sufriendo por ella. Obviamente, esto es parte central del personaje, más, dejándolo a consideración, la parte fundamental es otra. Enrique Moreno Báez, en su introducción a una traducción de “Cárcel de amor” (Moreno Báez, 2003: 20), explica que, si bien a Leriano lo mueve la pasión y su voluntad (la cual se podría perfectamente traducir como “su amor por Laureola”), no se trata de una pasión desmedida. De ser así, el fin que busca conseguir, o sea los favores y el reconocimiento de su amada, principalmente, y después recuperar la honra de ambos, no podría realizarse de grata manera. Digamos, pues, que si Leriano estuviera completamente enceguecido por su pasión, no hubiera podido escribir dándole motivos a Laureola para que le hiciera caso, ni hubiera podido planear su estrategia para pelear por salvarla. Estas características juntas –la de hombre enamorado hasta la muerte y hombre fuerte y estratega– lo califican como caballero ejemplar. El amor, entonces, no es aquí de completa connotación negativa, sino que, retomando el término de Lot-Borodine (Lot-Borodine, 1928: 223), se convierte en amor-virtud, donde se presencia una moralidad y da más fuerza a quien ama. Leriano es, en suma, un caballero con una fuerte moral basada en el amor, movido por la pasión y encaminado, la mayor parte de las veces, por la lógica. Como ya se mencionó, el móvil de Leriano es su pasión, no obstante, también vemos el lugar privilegiado que tienen en él el honor y la honra, siendo principal el primero, lo cual argumentaremos a continuación. Efectivamente, en algunas de sus líneas textualmente está su interés de mantener su honra, pero pareciera que para él no es tan importante la virtud material como lo es la virtud interior. Esto se aprecia cuando, ya después de haber salido de la cárcel de amor por la alegría de haber obtenido respuesta de Laureola, llega al palacio y es gratamente recibido por todos, pero, como bien observa el autor, “más ufana le dava la gloria secreta que la onrra pública” (de San Pedro, 1995: 30). Además, cuando se menciona su honra o de él buscarla, gran parte de las veces tiene que ser recordado por alguien más de hacerlo, como cuando el autor le aconseja que vaya con el rey a pedirle que restituya su honra (de San Pedro, 1995: 35) o cuando el autor, nuevamente, lo detiene de ir directamente a salvar a Laureola de su encierro pues eso bien podría afectar en la honra de Leriano y su amada misma (de San Pedro, 1995: 38-39). Más tarde, cuando Laureola en su cárcel contesta su carta, es ella quien debe recordarle de no actuar impulsivamente pues dañaría la honra de ambos (de San Pedro, 1995: 43) y quien, en su última carta donde le pide que no la busque más, le dice que al suicidarse él, pasaría lo mismo, y que, si sigue viviendo, ella le restituiría con todos los bienes que él deseara (de San Pedro, 1995: 62-63). En la primera situación, Leriano va en busca del rey y sí le pide que haga justicia, aunque parece más preocupado precisamente por la justicia hacia él y Laureola que por otra cosa. En la segunda y tercera, él sigue más preocupado por Laureola y hacerle bien a ella que por lo que podría pasarle a él, y en la última, casi da la impresión de que ni siquiera la honra y fama de la princesa le interesan, sin embargo, cuando da sus razones por las que no se debe hablar mal de la mujer y por las que los hombres están obligados a ellas (de San Pedro, 1995: 65-76), no solo hace una apología a la mujer sino a Laureola misma e, inclusive, busca la mejor manera de mantener ocultas las cartas que ella le envió para que no volvieran a haber malos entendidos. De esta forma es como decide trozarlas y beberlas (de San Pedro, 1995: 79). Él, al final, muere sin el perdón completo del rey, o sea, sin su honra completamente restituida, pero igual mantiene su honor como caballero medieval al seguir con su amor y adoración por Laureola hasta la muerte. Sobre Laureola, las opiniones han sido bastante encontradas, a pesar de que de ella no se suele decir más que su papel como objeto de deseo de Leriano. En su tiempo, se vio a la actitud de Laureola hacia Leriano como un tanto injustificada, hasta cierto punto ingrata. Si él la salvó de las calumnias de las que fue acusada, ¿por qué no responderle de igual manera? Por esta razón fue que otro autor (Nicolás Núñez) creó una segunda parte donde intenta dar una esperanza de que el corazón de Laureola pudiera suavizarse en algún punto. Menéndez y Pelayo en su estudio “Orígenes de la novela” llega a decir que la historia tan patética y los méritos conseguidos por el caballero daban la impresión de ser un camino directo al matrimonio entre estos personajes (Menéndez Pelayo, 1943: 41). Gili Gaya está de acuerdo con esto y agrega que, después de haber cruelmente despedido a Leriano de su presencia y que él se regresara a la cárcel de amor donde termina su vida “la despiadada princesa se parapeta en la defensa de su honra” (Gili Gaya, 1976: XIX-XX). Con cursivas y todo. Muy al pesar de Gili Gaya, quien parece verdaderamente consternado por cómo la princesa prefiere su honra a aceptar el amor de Leriano, es una opción no solo viable, sino repetida, quizá no tanto en personajes femeninos, pero sí en personajes masculinos quienes ponen su honra y honor por encima de todas las cosas. Quizá esto se pueda explicar al tener en mente que, en el renacimiento y con la idea del amor cortés, la mujer se volvió lejana, siempre con alguna dificultad para que el personaje enamorado de ella pudiera conseguir sus favores (Calvera, 1988: 14). Usualmente, se trataba de una dama casada, siendo su estado sentimental el conflicto que impide el cumplimiento de la relación de deseo (Gili Gaya, 1976: XVII). En el caso de Cárcel de amor, no es así. El impedimento es tanto la posición de Laureola como hija del Rey, como su fuerte convicción de mantener su honra y su fama. Si se hubiera arreglado todo con una boda, se confirmarían los rumores y aquello que cuidaba con tanto afán hubiera sido mancillado. En palabras de Laureola: “la virtud y piedad y conpasión que pensaste que te ayudarían para comigo, aunque son aceptas a mi condición, para en tu caso son enemigos de mi fama, y por esto las hallaste contrarias. Quando estava presa salvaste mi vida, y agora que esto libre quieres condenalla; pues tanto me quieres, antes devrías querer tu pena con mi onrra que tu remedio con mi culpa.” (de San Pedro, 1995: 62) Al discutir este personaje como un sujeto y no como un objeto, se encuentran características de bastante valor. Por un lado, en las virtudes de este personaje claramente están la bondad y la piedad, pero, para ella, tienen un lugar más alto la honra y la fama. El destinador, el móvil de Laureola es, precisamente, su honra, la cual va construyendo y manteniendo con lo que ha aprendido por ser princesa. Su objeto de deseo es una fama positiva. Si guiamos la lectura de esta obra con estos puntos en cuenta, las acciones de Laureola ya no resultan crueles, como dice Gili Gaya, sino coherentes y decisivas para conseguir lo que busca. De todos los personajes, es ella uno de los dos que mantienen más el enfoque para lograr su objetivo y de los que tienen mayor firmeza en su ideología. Leriano desiste de obtener el amor de Laureola por ayudarla a ser feliz, el autor desiste de terminar su viaje por ayudar a Leriano, Persio desiste de querer estar con Laureola al momento de acusarla falsamente y, con ello, condenarla a muerte. Esto no quiere decir que sea una negación de los personajes, sino solo de su deseo. Si pensamos, por ejemplo, en el caso de Leriano, tiene completo sentido pues, en el amor cortés, la fama dura más allá de la vida, por lo que se debe cuidar más que ella. Es más así para Leriano el cuidar la fama de Laureola (Mundi, 1985: 50), si recordamos que su virtud es, en gran parte, ese amor-virtud del que ya se habló más arriba. Sea como sea, Laureola, a pesar de saber el mal que le puede hacer a Leriano, a pesar de estar consciente de su muerte futura, se inmuta en emociones, pero no en acciones, ya que su virtud misma va acorde con lo que quiere tener. Desde el inicio, ella le dijo a Leriano: “La muerte que esperavas tú de penado, merecía yo por culpada si en esto que hago pecase mi voluntad, lo que cierto no es assí, que más te scrivo por redemir tu vida que por satisfazer tu deseo […]. Ruégote mucho, quando con mi respuesta en medio de tus plazeres estés más ufano, que te acuerdes de la fama de quien los causó; y avisóte desto porque semejantes favores desean publicarse, teniendo más acatamiento a la vitoria dellos que a la fama de quien los da. Quánto mejor me estoviera ser afeada por cruel que amanzillada por piadosa.” (de San Pedro, 1995: 28). En las primeras líneas, denota que obra con su virtud de bondad al responderle, pero mantiene su virtud de honra al decirle que, una vez se encuentre mejor emocionalmente, recuerde su fama para que entienda por qué no puede responderle nada más, y es la última línea lo que más aporta a este análisis: prefiere que la crean cruel, pero mantener su fama, a que la encuentren piadosa y culpable. Más adelante, cuando ella está ya condenada y encerrada, le ruega a Leriano que trabaje para salvar su fama y no su vida, pues la primera durará más que la segunda (de San Pedro, 1995: 43). Otro punto interesante es qué representa Leriano para Laureola. Por una parte, es él quien le ayuda a recuperar y continuar su fama. Por otra, es por él también, aunque de forma indirecta, por quien estuvo a punto de perderla. De un lado, es un ayudante, del otro, es un oponente. La prueba decisiva de Lureola es con Persio, por mentir, con la mentira, por mancillarla, y con Leriano, por ponerla ahí. La glorificación la obtiene al ser absuelta y volver a tener su fama. Como se presenta, pues, Laureola mantiene su objetivo todavía en su posición más difícil, de principio a fin, con ayudantes y oponentes al margen. Por último, es necesario hacer mención, aunque mínima, de un personaje que, si bien no es tan tratado en la trama, es imperativo para ella. Este personaje es el rey. La motivación del rey es ser un rey justo y ser recordado por ello. Tiene su reino donde es querido y respetado, y quiere que eso se mantenga, aunque él ya no esté, por medio de su fama. Su destinador, al igual como su hija, es la honra. Sus virtudes, por otro lado, son la justicia y el orgullo. Él es alguien de carácter fuerte, decidido y justo. Es el otro personaje de que se había mencionado que mantiene su enfoque para lograr su objetivo y tiene mayor firmeza en su ideología. Prueba de esto es el cómo, a pesar de la insistencia del cardenal (de San Pedro, 1995: 44-46), la súplica de la reina y la súplica del autor (de San Pedro, 1995: 48) y la carta de Laureola (de San Pedro, 1995: 51-52), él se niega a quitar el castigo a su hija ya que, de hacerlo, sería él igual de culpable que Leriano en deshonra y estaría incumpliendo las leyes y la justicia. Ahí entra en discusión: ¿qué clase de padre haría eso a su hija y no se tocaría el corazón para levantarle el castigo? Bueno, eso es un padre que tiene en mayor estima su fama y la justicia como honra que a su familia misma. Al evitar hacer juicios morales, es otra prueba más de la importancia de estas virtudes en la obra. En retrospectiva, en cada uno de los personajes analizados en este trabajo, está la honra, el honor y la fama arraigados, de una u otra manera, en mayor o menor importancia. Curioso es que sea en el personaje principal donde esté menos presente y en el personaje femenino donde impere tanto. Por supuesto, estos no son todos los personajes de Cárcel de amor donde se encuentra esta característica ni es esta característica la única que es digna de ser investigada dentro de la novela. Incluso la categorización de la misma como novela tiene interrogantes muy fuertes y adecuadas para su análisis o, siguiendo la línea de los personajes mismos, el rol del autor y su personaje entero es algo digno de detenimiento, empero, por delimitar este trabajo, se ha optado por no incluirlo. Por lo anterior, podemos concluir que las líneas posibles de análisis en esta obra son vastas y quedan abiertas para ser seguidas. Calvera, L. (1988). Amor y muerte en la literatura. Confluencia, Vol. 4, No. 1, 11-19. de San Pedro, D. (1995). Cárcel de Amor. Barcelona: Crítica. Gili Gaya, S. (1976). Prólogo. En D. de San Pedro, Cárcel de amor (págs. VII-XXXVII). Madrid: Espasa-Calpe. Lot-Borodine, M. (1928). Sur les origines et les fines du service d'amour. En Mélanges de linguistique et de littérature offerts à M. Alfred Jeanroy (págs. 223-242). Paris. Manrique, J. (2017). Poesía. Madrid: Cátedra. Menéndez Pelayo, M. (1943). Novelas sentimental, bizantina, histórica y pastoril. En M. Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela (Cap. 6). Santander: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Moreno Báez, E. (2003). Introducción. En D. de San Pedro, Cárcel de Amor. Madrid: Cátedra. Mundi, F. &. (1985). Notas sobre «Cárcel de amor». Revista de Filología, no. 8, 47-53. Spitzer, L. (2003). Sobre el carácter histórico del cantar de Mío Cid. En R. A. (Eds.), Antología conmemorativa: Nueva revista de filología hispánica: cincuenta tomos: volumen I (págs. 17-34). CDMX: Colegio de México.