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VIDA
por ella misma
A ROSA DESHOJAD
—■ ■ - BARCELONA ===
HEREDEROS DE JUAN GILI
Editores — ~........... ...........; Cortes, 581
1914
primeras páginas fué tal, que tuve que leerlas todas con
gran satisfacción espiritual.- ¡Oh caray santa criatura!
Concedida por Dios a un hombre que, en el momento de
entregar el corazón a su querida compañera, exclama con
fervor: «¡Señor, tú lo sabes: si tomo una esposa en la tierra,
sólo es con el deseo de tener posteridad que bendiga tu san
to nombre,» es verdaderamente una flor del cielo, de cuya
belleza, de cuya suavidad, de cuya sonrisa, es ella fiel expre
sión en la tierra; es el ángel del amor, que, de pasada, hace
feliz al que se le acerca o al que mira.
¡Oh, si las jóvenes de nuestro tiempo supieran imitar este
dulce y espiritual modelo! ¡Cuán felices serían los padres,
cuán benditas las familias, cuán alegres y contentas vivi
rían!
¡Ojalá se realice este mi deseo en cuantas lean su hermo
sa y elegante versión, pues tendrán la suspirada recompensa,
gracias a la útil fatiga soportada con tan afectuosa so
licitud.
Entre tanto la bendigo, lo mismo que a todas sus Herma
nas.
Rueguen por mí,
t Alfonso María, Arzobispo.
31 de Agosto de 1899.
Muy Reverenda Madre: ¡Cuánto agradezco la atención
que me ha dispensado V. R. al enviarme la embelesadora
Historia de un alma1 No es posible leer estas páginas sin
sentirse uno hondamente conmovido a la vista de una vir
tud tan sencilla y delicada, y al propio tiempo, tan elevada
y heroica.
Muy grande ha de ser la predilección del Señor por el Car
men de V. R. cuando le ha dotado de semejante tesoro. Ver
dad es que este ángel de la tierra no ha hecho sino cruzarla
de un vuelo; tanta era su prisa para ir a reunirse con sus
hermanos del cielo y descansar en el Corazón de su único
amor. Mas el claustro que tuvo la dicha de cobijarla, ha
quedado embalsamado del aroma de sus virtudes e ilumi
nado por la brillante claridad que dejó en pos de sí.
Creyó V. R. que no era sólo su Carmen el que convenía
que respirase ese aroma, ya que luz tan brillante y pura no
podía permanecer oculta en el estrecho recinto de un monas
terio, sino que debía difundir a lo lejos sus rayos bienhe
chores: seis mil ejemplares de esa preciosa vida, agotados en
el corto espacio de algunos meses, demuestran suficientemen
te que no se ha equivocado V. R. Mucho me complace el sa
ber que se prepara una nueva edición; sin duda tendrá el
mismo feliz éxito que la precedente. Si me fuera dado expre
sar aquí un deseo, sería, Reverenda Madre, el de que esta
Historia de un alma se tradujera a muchas lenguas por plu
mas entendidas, aptas para reproducir fielmente la gracia
casi inimitable de la autora; de este modo, la Orden entera
del Carmen estaría en posesión de lo que considero preciosa
joya de familia.
Reiterándole mis más expresivas gracias, ruégole que acep
21 de Enero de 1899.
Mi Reverenda Madre: Con gusto me convertiría en pro
pagador y apologista de los escritos y admirables virtudes
de su santa hija, pero, forzoso es confesarlo, esta alma pre
dilecta de Nuestro Señor no necesita el elogio de nadie; le
basta su mérito ante Dios y ante los hombres.
Seguramente que otros ascetas—esté seguro de ello V. R.,
— al leer estas hermosas páginas, no dejarán de enviarle el
tributo de sus felicitaciones y su aprobación: en cuanto a mí,
Reverenda Madre, quedo subyugado por el embeleso de este
eco del cielo, de este ángel terrestre, que cruzó el mundo con
rápido vuelo sin ajar sus alas, y que nos ha enseñado, por
medio de sus palabras y de sus actos, el camino que hay que
seguir para llegar a Dios.
No me sorprende la rapidez con que se ha agotado la pri
mera edición. Quien ha leído el precioso libro titulado His
toria de un alma, anhela darlo a conocer a todo el mundo;
tan grande es el atractivo de piedad y de doctrina, de natu
ral y sobrenatural, de humano y divino que encierra. Nues
tro Señor humanado, hecho palpable, sensible, es el que cul
tiva con incesante amor esta florecita del Carmen, haciéndo
la germinar y crecer, embalsamándola con sus • más suaves
aromas, para deleite de su Corazón y hechizo del nuestro.
Hay en esta vida una espiritualidad dulce, viva, práctica,
atractiva, envidiable, que hace amar y entender las palabras
de Jesús: <Mi yugo es suave y mi carga ligera.) Nadie pue
de dejar de deleitarse en esta lectura y de encontrar en ella
luz y estímulo.
Le doy las gracias en nombre de mis religiosos y en el mío
propio, pues a todos nos ha hecho gran bien.
Reciba, mi Rda. Madre, la expresión de mi religioso res
peto.
F. M. Esteban, Abad de la Gran Trapa.
Hospital de Alengón
3
Biblioteca Nacional de España
2 Una rosa deshojada
veces demasiado lisonjeras para mí, pues hay que tener pre
sente que fueron dictadas por el amor maternal.
He aquí algunas líneas de mi madre, en confirmación de
lo que yo decía respecto al modo de demostrar mi cariño a
mis padres:
...El otro día me preguntaba Teresita si iría al cielo. Si eres muy bue-
na, sí que irás—le contesté.—¡Ay mamá!—me replicó entonces;—no
fuera buena, ¡fue iría al infiemot... Pei'o yo haría una cosa; me ii'ía vo
lando al cielo, y tú allí me apretarías muy fuerte en tus brazos, y Dios no
podría separarme de ti! Leí claramente en sus ojos que estaba persuadi
da de que Dios nada podría si se escondía on los brazos de su madre.
María ama mucho a su hermanita, porque es una niña que no nos da
más que alegrías. Es su franqueza extraordinaria; graciosísimo es verla
correr tras de mí para hacerme su confesión: Mamá, he empujado a Ce
lina, le he pegado una vez, pero no volveré a hacerlo más.
En cuanto comete la menor trastada, ha de enterarse todo el mundo.
Ayer, porque rasgó sin quererlo una esquinita del papel de la pared,
daba lástima ver como se puso, pidiendo en medio de sus lágrimas que
se lo dijeran al punto a su padre. Cuando entró éste en casa, cuatro
horas después de lo sucedido, nadie se acordaba ya de nada, pero ella
corrió a decirle a María: Cuéntale pronto a 'papá que he rasgado el papel.
Y como un criminal que espera su sentencia, aguarda ella su condena;
se le ha metido en la cabecita que si se acusa de su falta, la perdona
rán más fácilmente,
Una mañana quise darle loa buenos días a Teresita antes de bajar.
Como me parecía profundamente dormida en su camita, no me atreví
a despertarla; pero me dijo María: ¡Estoy segura de que hace la dormida,
mamá! Entonces me incliné para besarla en la frente; mas se escondió
precipitadamente debajo de las sábanas, dicióndome con tono de niña
mimada: No quiero que me vean. Esto me desagradó y se lo di a enten
der. No habían transcurrido dos minutos, cuando rompió a llorar amar
gamente, y de pronto, con gran sorpresa mía, la vi a mi lado. Había
saltado sólita de la cama, había bajado la escalera con los pies descal
zos, enredándose en su camisa de dormir, más larga que ella, y con la
carita inundada de lágrimas, me dijo, echándose a mis pies: ¡Mamá,
mamá, he sido mala, perdóname! ¡Bien pronto quedó perdonada! Levan
té a mi querubín, y estrechándola contra mi corazón, la cubrí de be-
eos.
PENAS INTERIORES.
Convento de Benedictinas
en donde fue educada Teresita e hizo su primera comunión
ban para corregirme de tan feo defecto, eran del todo inú
tiles
¿Cómo iba, pues, a solicitar que me admitieran pronto en
el Carmen? Era menester casi un milagro para dejar de ser
niña en un momento; y este milagro deseado lo hizo Dios
el 25 de Diciembre de 1886, día inolvidable para mí.
En aquella noche bendita, Jesús, el tierno Niño recién na
cido, trocó la noche de mi alma en torrentes de luz. Al ha
cerse débil y pequeño por mi amor, me hizo a mí fuerte y
valiente; me revistió de sus armas, y desde entonces marché
de victoria en victoria, empezando, por decirlo así, una ca
rrera de gigante. Cegóse la fuente de mis lágrimas, que no
volvió a abrirse más que en determinadas circunstancias y
con mucha dificultad.
Ahora le diré, Madre mía, de qué modo recibí la inestima
ble gracia de mi completa conversión.
Todos los años, al volver a los Buissonnets, después de oir
lá Misa del gallo, encontraba en la chimenea, como en los
días de mi tierna infancia, los zapatos llenos de chucherías—
lo que prueba que hasta entonces me trataban mis hermanas
como a una niñita. Mi mismo padre gozaba viendo mi ale
gría y oyendo mis gritos de júbilo cada vez que sacaba una
nueva sorpresa de los zapatos encantados, y su gozo aumen
taba mi placer. Mas había llegado la hora en que Jesús que
ría corregirme de los defectos de la infancia y privarme de los
goces inocentes que ésta lleva consigo. Permitió que mi pa
dre, que en todas ocasiones me mimaba, demostrase esta vez,
contra su costumbre, cierta contrariedad. Al subir a mi apo
sento le oí pronunciar estas palabras, que me traspasaron el
corazón: <És una sorpresa demasiado infantil ya para una
jovencita como Teresa; espero que será este el último año.»
Conociendo Celina mi extremada sensibilidad, me dijo en
secreto: <No bajes inmediatamente, aguarda un poquito,
porque no podrías contener las lágrimas al ver las sorpresas
delante de papá » Pero Teresa no era la misma... ¡Jesús ha
bía cambiarlo su corazón!
Ahogando mis lágrimas; bajé rápidamente al comedor, y
reprimiendo los latidos de mi corazón, tomé los zapatos, los
puse delante de mi padre y saqué alegremente todos los ob
jetos, con el aire satisfecho de una reina. Reíase m¡jipadre,
sin que se retratase ya en su rostro la menor señal de dis-
(1) Luc., V, 5.
A zaga de tu huella
Las jóvenes discurren al camino
Al toque de centella,
Al adobado vino,
Emisiones de bálsamo divino (1).
Íiadecer. Durante cinco años caminé por esta senda; pero só-
o yo lo sabía. Esta es cabalmente la flor ignorada que desea
ba ofrecer a Jesús, flor cuyo aroma no se exhala sino en di
rección del cielo.
A los dos meses de mi entrada en el claustro, el R P. Pi
chón, S. J., quedó verdaderamente sorprendido de la acción
de Dios en mi alma, pero creía que mi fervor era entera
mente infantil, y muy suave el camino que seguía. Mi en
trevista con aquel buen Padre me hubiera servido de gran
consuelo, a no ser tan excesiva la dificultad que tenía en
franquearme a nadie. A pesar de ello, hice con él mi confe
sión general, después de la cual me dijo estas palabras: «En
presencia de Dios, de la Virgen Santísima, de los ángeles y
de todos los santos, declaro que jamás ha cometido V. un
pecado mortal; agradezca al Señor el que le haya concedido
gratuitamente esta gracia, sin mérito alguno de su parte.»
¡Sin mérito alguno por mi parte! ¡Ah, estaba plenamente
convencida de ello! Sabía yo lo muy débil e imperfecta que
era, y rebosaba de gratitud mi corazón. Hasta aquel día ha
bía vivido atormentada con el temor de haber manchado la
blanca vestidura de mi inocencia bautismal; por esto la se
gura declaración salida de los labios de un director tal como
lo deseaba nuestra Madre Santa Teresa, es decir, «que jun
tase la ciencia a la virtud,» me parecía venir del mismo
Dios. Me dijo también aquel buen Padre: «Hija mía, sea
siempre nuestro Señor su propio Superior y Maestro de no
vicios.» Lo fue, en efecto, y también mi Director. No quiero
decir con esto que cerrara mi alma a mis superiores; por lo
contrario, lejos de ocultarles mis disposiciones, he procurado
ser siempre para ellos un libro abierto.
Nuestra Maestra era de veras una santa, el tipo acabado de
las primeras carmelitas; siempre estaba a su lado, pues ella
me enseñaba a trabajar. No tengo palabras para expresar la
gran bondad que usó siempre conmigo; la amaba, la apre
ciaba, y sin embargo de esto, no se desahogaba con ella por
entero mi alma. No sabía cómo explicar lo que sentía en mi
interior, faltábanme palabras para expresarme; por esto la
dirección espiritual constituía para mí un suplicio, un ver
dadero martirio.
Una de nuestras antiguas religiosas pareció comprender
lo que me sucedía, por lo que me dijo en la recreación:
¡Oh Jesús, divino Esposo mío, haced que mi vestidura bautismal no pier
da jamás su blancuraI Llamadme junto a Vos, antes que permitir que man
che mi alma en la tierra la más ligera falta voluntaria. A Vos solo os bus
que siempre y a Vos solo os encuentre. &ean nada para mí las adaturas, y1
(1) Filip., IV, 7.
10
nada sea yo para ellas. Que ninguna cosa de la tierra turbe jamás la paz
de mi alma.
IOh Jesús, sólo os pido la paz!... La paz, y sobre todo el amor, un amor
sin límites, sin medida. Haced que muera mártir poi' Vos, dadme el marti
rio del corazón o del cuerpo. ¡Ah, dadme mejor entrambos!
Haced que cumpla fielmente mis votos, que nadie se cuide de mí, que sea
pisoteada y olvidada como un granito de arena. Me ofrezco a Vos, amadísi
mo Bien mío, para que se cumpla perfectamente en mí vuestra voluntad sin
que jamás las criaturas sean un obstáculo para ello.
"ntftMfMÑiw
En la interior bodega
De mi Amado bebí, y cuando salía
Por toda aquesta vega,
Ya cosa no sabía,
Y el ganado perdí, que antes seguía.
Mi alma se ha empleado,
Y todo mi caudal en su servicio:
Ya no guardo ganado,
Ni ya tengo oficio,
Que ya sólo en amar es mi ejercicio.
(1) Juan, 1, 5.
(2) Luc., XVIII, 13.
andar mil pasos, andad dos mil más en su compañía (1). No,
no me basta dar a todo el que me pida; he de aplicarme a
adivinar sus deseos, he de mostrarme agradecida y conside
rarme muy honrada de poder hacerle algún servicio; y si se
me llevan algún objeto de mi uso, me alegraré de que me
hayan desembarazado de él.
Con todo, no siempre puedo practicar al pie de la letra las
palabras del Evangelio; hay ocasiones en que me veo obliga
da a rehusar alguna cosa a mis Hermanas. Pero la caridad
se muestra siempre en todas las cosas, cuando está profun
damente arraigada en el corazón; hay un modo tan amable
de rehusar lo que nos es imposible dar, que la negativa cau
sa tanto placer como el mismo don. Verdad es que se tiene
menos reparo en pedir constantemente favores a las perso
nas que se muestran siempre dispuestas a servir; sin embar
go de ello, a pretexto de no poder complacerlas siempre, no
debo huir de las Hermanas que piden favores fácilmente,
puesto que el divino Maestro ha dicho: No tuerzas el rostro
al que quiere que le prestes (2).
Tampoco he de mostrarme complaciente con el fin de pa-
recerlo o con la esperanza de que la Hermana a quien sirvo
me devuelva el favor cuando se presente la ocasión, pues di
ce Nuestro Señor; Si prestáis a sólo aquellos de quienes es
peráis recibir, ¿qué mérito tendréis? Porque también los pe
cadores prestan a otros pecadores para recibir otro tanto.
Amad, pues, a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin
esperar nada por ello; así será grande vuestra recom
pensa (3).
¡ Y es tan grande la recompensa, aun la que se recibe en la
tierra!... En este camino, sólo el primer paso cuesta. Pres
tar sin esperanza de reintegro, parece duro; preferible sería
dar, pues una cosa dada ya no nos pertenece. Si con aire de
convicción vienen a decirnos: (Hermana, necesito su ayuda
durante algunas horas, pero no pase cuidado alguno; me ha
dado permiso nuestra Madre, y devolveré a Vuestra Caridad
el tiempo que me preste,» entonces, si una está convencida
de que no nos devolverán ese tiempo que prestamos, quisié-1
Jesús mío, desde que esta dulce llama le consume, corro con
delicia por el camino de vuestro nuevo mandamiento; por él
quiero correr hasta el venturoso día en que, uniéndome al
cortejo virginal, os siga por los espacios infinitos cantando
vuestro Cántico nuevo, que debe ser el del Amor.
El Triunfo
¡Oh Jesús!
Acuérdate de la sin par ternura
de que colmas al niño pequeñuelo.
Recibir también quiero tus caricias,
quiero embriagarme en tus divinos besos,
practicar las virtudes de la infancia,
y gozar de tu presencia en el cielo.
Con frecuencia nos has dicho:
El Cielo es 'para el niño*
Acuérdate.
Sor Teresa del Niño Jesús.
(1) San Juan de la Cruz, Llama de Amor viva Canción 1.*, v. VI.
Biblioteca Nacional de España
188 Una rosa deshojada
g) Salmo XVI], 5.
Salmo XXII, 4.
sa (1);> porque allí van a entrar loa ríos del amor del alma
en el mar del amor; y están allí tan anchos y reposados, que
parecen ya mares (2).»
Tan luego como nuestra blanca paloma alzó su vuelo, que
dó grabada en su frente la alegría del último instante, e ine
fable sonrisa animó su rostro. Le pusimos una palma entre
las manos,y rosas y azucenas rodearon completamente los
despojos virginales de la que se llevó al cielo el blanco ata
vío del bautismo enrojecido con la sangre de su martirio de
amor. Todo el día del sábado y del domingo no cesó de afluir
a la reja del coro numerosa y devota muchedumbre que con
templó piadosamente en la majestad de la muerte a la Rei-
nerita siempre graciosa, haciendo tocar en su cadáver cente
nares de rosarios, medallas y aun joyas.
En el Cementerio de Lisieux
y sobre las soldaduras se pusieron los sellos del limo. Sr. Le-
monnier y de Mona, de Teil. No faltaba sino fijar la cubierta
de madera de encina.
A algunos pasos de la primera sepultura se había abierto
otra nueva de dos metros de profundidad, donde se había
construido un sepulcro de ladrillo, de las dimensiones del
ataúd. El limo. Sr. Lemonnier la había bendecido al llegar;
allí se bajaron los preciosos despojos.
Por la tarde fueron llevadas al Carmen las tablas quita
das del ataúd, algunos fragmentos de vestidos y la palma,
que la devoción indiscreta de los obreros había destrozado;
la Hermana encargada de recogerlos sintió por dos veces aro
ma de rosas, además, algunos pedacitos de vestidos y de ataúd
despedían perfume de incienso.
Otra tabla desclavada de la parte de la cabeza del ataúd,
la cual no se encontró el mismo día, fue llevada igualmente
al convento ocho días después. La Hermana tornera, quefué
la que la encontró, dudando algo de su autenticidad, rogó a
Sor Teresa del Niño Jesús que se la manifestase mediante
un signo sensible. Fué escuchada, pues varias Hermanas, que
no estaban advertidas, se sintieron embalsamadas del mara
villoso aroma de incienso que se exhalaba de aquella tabla,
y una de ellas lo sintió a gran distancia.
Pero el corazón ternísimo de Sor Teresa quería además
consolar a los que la aman, dándoles una imagen sorprenden
te de la plenitud de vida de que goza en el Cielo. Una de
las almas a la que favoreció en esta circunstancia con celes
tiales comunicaciones, y que es muy apreciada de sacerdotes
sabios y piadosos, declaró bajo juramento la verdad de la re
lación que va a leerse.
Esta persona deseaba vivamente asistir a la exhumación,
por lo cual había procurado informarse del día que se haría,
que creía todavía muy lejos. El hecho siguiente ocurrió en
la noche misma que siguió a la exhumación, del 6 al 7 de
Septiembre.
En su visión, notó de pronto dicha persona una gran mu
chedumbre, que tomó a la vez por cortejo nupcial y por en
tierro muy solemne. «Después -dice—vi a una joven Virgen
resplandeciente de luz. Su vestido de nieve y de oro brilla
ba por todas partes. No distinguía sus facciones, tan impreg
nadas estaban de luz. Hallábase medio acostada; se levantó,
NIHIL OBSTAT
El Censor,
Juan B.a Codina, Pbro.
Barcelona, 22 de Diciembre de 1913.
Imprímase:
El Vicai'io Capitular,
José Palmaróla
píos.
PAOS.
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escrita por ella misma
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18
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