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‹‹El envite es, efectivamente, saber si, en la base del vivir-juntos, existe un motivo
originariamente moral que Hegel identificará con el deseo de ser reconocido›› (Ricoeur,
2005, p. 174).
«Pero la experiencia que este individuo atraviesa, desde Hegel por lo menos, y que
atraviesa, hay que confesarlo, con una tozudez apabullante, es tan sólo la experiencia de
esto: a saber, que es el origen y la certeza solo de su propia muerte. Y su inmortalidad
traspasada a sus obras, su inmortalidad operatoria es para él incluso su propia alienación,
y hace que su muerte le sea aún más extraña que la extrañeza sin vuelta que es de todas
formas». (Nancy, 2000, p. 15)
«A su “altura” como decía Hegel, pero sin llevar el propio razonamiento a sus extremas
consecuencias autodisipativas: “(...) no habiendo visto que el sacrificio por sí mismo era
testimonio de todo el movimiento de la muerte, la experiencia final (. . .) él no supo hasta
qué punto terna razón (…)". No supo ---quiere decir Bataille-- que sólo la muerte, y la
muerte sola, constituye la verdad del hombre en un sentido distinto y opuesto a la lógica
sacrificial hobbesiana, porque se funda no sobre lo que divide a los hombres, sino sobre
lo que tienen en común: “lo que liga a la existencia a todo el resto es la muerte:
quienquiera mire a la muerte deja de pertenecer a una habitación, a seres queridos, se
entrega a los libres juegos del cielo”». (Esposito, 2003, p. 205).