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La clínica en los límites de la Ley.

La Medicalización de las Infancias en el marco de la actual Legislación


vigente en nuestro país en materia de Salud Mental y Derechos de las
Infancias*.

Por: Gabriela Dueñas, Leonardo Gorbacz y Mercedes Rattagan.

Dedicamos este trabajo a Marilú Pelento, una grande del psicoanálisis de


niños, niñas y adolescentes, quien hizo del cuidado de la niñez y
adolescencia, su causa, trabajando incesantemente por la promoción de sus
derechos, particularmente vulnerados por el avance que observaba en los
últimos años sobre ellas del fenómeno de la patologización y medicalización
de la vida.
“Sin duda estamos pasando en nuestra cultura y en nuestras sociedades
por un momento de mutación especialmente difícil. En nuestra propia
disciplina parecería que acompañar al niño y a su familia en sus dificultades
emocionales ya no es prioritario. En cambio sí se volvió prioritario ubicar al
niño o a la niña en una grilla solo por la denominación de una dificultad. O
encontrar el fármaco adecuado a la teoría monocausalística capaz de
corregir la supuesta base biológica –cerebral o genética- de los
comportamientos.Consideramos que es necesario resistir este huracán que
parece arrasarlo todo. Porque ese arrasamiento llevado a cabo por ciertas
prácticas –aunque parezcan inocentes, como la evaluación[i] - es
fundamentalmente desubjetivante.” Marilú Pelento, 2011

Acerca de las concepciones de infancias y adolescencias en los


tiempos actuales. Nuevos y viejos paradigmas.
En este momento histórico, transitamos una etapa en la que coexisten, tanto
en todas las instituciones que albergan niños y jóvenes, como en la
sociedad en su conjunto, dos paradigmas[ii] de infancia[iii]. El “paradigma
tutelar”, lamentablemente aun hegemónico, y el “paradigma de desarrollo
integral del niño niña y adolescente”, observable en practicas marginales,
que transitan en los bordes de lo establecido, en leyes enmarcadas en un
enfoque de derechos, convenciones, denuncias y decires, pero también, y
por suerte, cada vez mas, en la mesa de discusión en todos los sectores de
la sociedad.
El paradigma Tutelar considera a los niños/as como “objeto de protección”,
poniendo el acento en todo lo que le falta para ser aun adulto, en su “no
posibilidad” de discernir entre el bien y el mal, de pensar, de tener opiniones,
sentires, etc. Y posicionados como objetos se decide todo por ellos. El niño
es referido como “menor” por su condición de minoría de edad en proceso
de desarrollo pleno que le daría la adultez. Es decir, un ser incompleto,
inmaduro y sin discernimiento, que debe ser protegido por el Estado hasta
alcanzar su desarrollo pleno. Desde este enfoque, los niños distan mucho
de ser concebidos como sujetos plenos de derecho. Por otro lado, el
paradigma de Protección Integral, que protege y promueve derechos,
rescata la condición de sujetos, sujetos de derecho, a todos los niños, niñas
y adolescentes, quienes, justamente por estar en proceso de crecimiento,
lejos de verse privados de derechos, los tienen aún más. En esta nueva
concepción su opinión pasa a un primer plano. La privación de su libertad es
una excepción, estableciéndose un sistema de justicia juvenil que le
reconoce todas las garantías especificas por considerarlos sujetos en
desarrollo. Se separa lo asistencial de lo penal, estableciéndose un principio
rector que es el interés superior del niño y el carácter indivisible de sus
derechos.

Haciendo un poco de historia…


Hacer un breve recorrido por la historia resulta oportuno para describir los
discursos asociados a la infancia y adolescencia y su impacto en la manera
de concebir las políticas públicas, de modo de poder problematizar las
prácticas en salud mental [iv]que se desprenden de ellas, como así también
los cambios que se produjeron en los últimos años, no sólo en nuestro país,
sino en el mundo entero.
En la década de los cincuenta (1959) las Naciones Unidas aprueban la
Declaración Universal de los Derechos del Niño con el lema “Primero los
niños”.
“Menor” será en aquel entonces la persona que tenga menos de 18 años y
se encuentre en situación irregular y el Estado seria el tutor, vía jueces de
menores, cumpliendo el rol de un “buen padre de familia”. Mediante la
Doctrina de la “Situación Irregular”, se respondía ante situaciones que
determinan la intervención judicial, policial y técnico administrativa,
aplicándola a todos los que no alcanzaron los 18 años y que vivían en
situación de abandono o de infracción con la ley.
Esta doctrina fuertemente apoyada y sostenida de manera predominante en
América Latina hasta fines de los años 80, se basa en la idea de que es
necesario proteger a los niños, a través de una “tutela” organizada por las
instituciones del Estado (los institutos de minoridad son el ejemplo más
claro), que “reeduca”, “resocializa” al niño, separándolo de manera
inmediata del ámbito que contribuye a su “desviada formación”, con el
pretexto de evitar que se convierta en un delincuente cuando llegue a ser
adulto. Cobra fuerza aquí, la categoría de “menor”.
Este modelo, en lugar de fortalecer a la familia cuando ésta no está en
condiciones de garantizar a sus hijos una adecuada calidad de vida, la ha
reemplazado, generando una poderosa maquinaria de instituciones que
sustituyeron a las familias y a la comunidad en el cuidado de los niños,
niñas y adolescentes que viven en condiciones de gran vulnerabilidad.
Los institutos asistenciales y penales, las instituciones psiquiátricas, las
escuelas albergue, las comunidades terapéuticas, se reparten así a estos
niños y adolescentes considerados en “situación irregular”, circunstancia
que comienza a ponerse en cuestión recién hacia fines de esa década, de la
mano de la emergencia de nuevas concepciones.
Es a partir de la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989 y su
entrada en vigencia en 1990, que se da un marco político ideológico y
jurídico para acompañar un nuevo proceso. Se comienza a concebir de
manera diferente a niños, niñas y adolescentes, a la relación de ellos con
los adultos y la responsabilidad del Estado en relación a las necesidades de
este sector de la población.
Esta nueva perspectiva conocida como “Doctrina de Protección Integral de
la Infancia”, fortalece la visión de niños, niñas y adolescentes como sujetos
de derechos, obligando al mundo adulto a protegerlos e intervenir en caso
de que estos sean vulnerados[v].
Desde este enfoque de derechos, se suma a partir de su sanción en 2010 y
reglamentación en 2013, la Ley Nacional de Salud Mental Nº 26657. Ley
profundamente democrática, inclusiva, nacida del seno de los Derechos
Humanos[vi] que tiene, entre otras cosas, el valor de recuperar la memoria
sobre prácticas que habían sido desaparecidas, que funcionaron
clandestinamente, o experiencias que transitaban los márgenes de lo
establecido[vii].

Dos modelos en tensión que interpelan nuestras prácticas


En estas circunstancias, y como se anticipó, esta nueva Ley Nacional de
Salud Mental aplicada ahora al campo de las infancias y adolescencias
visibiliza y pone en tensión la mencionada co existencia actual de los
diferentes paradigmas de infancia que se describió en párrafos anteriores,
tanto en relación a la comprensión de la realidad, como a las prácticas que
intentan dar respuesta a la misma.
- Por un lado, interpela aquellos modelos que toman al niño y al joven
como objeto de diagnósticos e intervenciones, centrados en la enfermedad,
juntando síntomas para clasificarlos y luego etiquetar, al modo de lo llamado
por Benedeto Sarraceno “identidades ficticias”, donde el ser de uno es
definido por un diagnóstico, aplastando la subjetividad.
Un modelo de encierro, al mejor estilo esclavista - pensando al esclavo
como lo describía Aristóteles, como aquel que no tiene vínculos, que esta
fuera de lugar y por lo tanto puede ser utilizado.
Modelo que separa al sujeto de su comunidad de origen y en este caso, aun
más grave, de su familia, de su identidad, de su entorno. Verdaderos
invernaderos de desculturación y desubjetivación que levantan la barrera
entre el “adentro” y el “afuera”, aislando a las personas, con borramiento de
su historia de vida, de su contexto, deshitorizando su padecer. Una mirada
centrada en lo dado a llamar por Eduardo Menéndez, “el modelo médico
hegemónico”, descontextualizado, biologizado, ahistórico, asocial y
acultural.
Modelo que no hace más que anular la subjetividad, ajustándose a las leyes
de mercado, abriendo las puertas a la medicalizacion y patologización de la
vida cotidiana.
Una oferta desde las especializaciones, desde los diagnósticos que lo único
que consiguen es cosificar, simplificar una realidad compleja, rica, diversa y
reducir al ser humano a una patología, acrecentando aún mas el sufrimiento
de nuestros niños y jóvenes, profundizando la discriminación,
estigmatización y por ende la exclusión.
- Por otro lado, la nueva legislación vigente nos propone centrar la mirada
en las personas con padecimiento mental como “sujetos de derecho”,
orientando las prácticas hacia los cuidados integrales de las infancias en
situación de vulnerabilidad psico-social, planteando la salud como un
proceso multicausado, cuestionando la inamovilidad de los diagnósticos, la
fuerte mercantilización de la salud -que se observa atrapada en la lógicas
del mercado-, sumando a los actores claves, siempre silenciados, en este
caso los niños, niñas y adolescentes a partir de la promoción de
construcciones colectivas.
Normativa que marca claramente desde su comienzo, la necesidad de
implementar practicas integradoras, que incorporen todas las miradas, que
den cuenta del sufrimiento como un constructo complejo e inserto en un
contexto diverso. Una normativa que nos exige liberarnos de discursos
hegemónicos, mediante un proceso de deconstrucción de concepciones,
teorías y miradas que hoy se encuentran atrapadas en un viejo paradigma,
respondiendo a otros intereses y otro modelo de sociedad.

Paradojas epocales
Al respecto, resulta oportuno advertir que en estos tiempos actuales y en el
marco de una sociedad globalizada como la que nos toca vivir, nuestro país
transita un escenario plagado de contradicciones que complejizan la
discusión por una salud mental más justa, menos atada al mercado, y con el
eje puesto en la salud como derecho.
En efecto, se observa por ejemplo cómo mientras no pocos profesionales de
la salud mental y otros sectores abocados a las infancias y adolescencias
denuncian como la industria farmaceútica incita el consumo de drogas
psicoactivas en niños y adolescentes, una importante asociación
psiquiátrica se convoca para criticar una vez más la Ley Nacional de Salud
Mental, con el auspicio de importantes laboratorios multinacionales de
psicofármacos.
La otra foto que también resulta interesante observar, es que en este
momento en que en Argentina se instala la cuestión del narcotráfico como
un tema de primerísimo interés en la agenda mediática, y al mismo tiempo
(¿o como consecuencia?) en la agenda social, se conoce el dato del
Observatorio de Drogas de SEDRONAR que señala que existen 3 millones
de argentinos que consumen psicofármacos[viii]. Es decir, nos
aterrorizamos del supuesto aumento del consumo de sustancias ilegales,
mientras invisibilizamos el enorme consumo de sustancias psicoactivas
legales. La pregunta es: ¿por qué esa disparidad abismal para medir la
dimensión de uno y otro problema?[ix]
Sin dudas que la respuesta a este contrasentido no la debemos buscar en el
plano sanitario[x].

De las Leyes a su implementación


A pesar de este panorama, afortunadamente en los últimos años hemos
construido en Argentina una serie de instrumentos legales de avanzada, e
incluso algunos proyectos que aún no han sido sancionados pero que de
convertirse en ley fortalecerían aún más este proceso virtuoso.
Mencionaremos algunas, que nos son útiles para pensar el tema que nos
convoca:
1.- La Ley de Protección Integral de los derechos de las Niñas, Niños y
Adolescentes Nº 26061, sancionada en 2005
2.- La Ley que aprueba la Convención Internacional sobre los Derechos de
las Personas con Discapacidad Nº 26378, sancionada en 2008
3.- La Ley de Derechos del Paciente Nº 26529, sancionada en 2009
4.- La Ley de Salud Mental y Adicciones Nº 26657, sancionada en 2010
5.- La Ley Nacional que crea el Plan Integral para el Abordaje de los
Consumos Problemáticos, sancionada por el Senado el 30 de Abril de 2014.
6.- El proyecto de Código Civil, que tiene un fuerte impacto en salud mental
y que a la fecha tiene media sanción del Senado de la Nación
7.- El proyecto de Código Penal, recientemente presentado, que también
nos concierne en cuanto se ocupa de la cuestión de las drogas
(despenalizando la tenencia para consumo personal) y del tema de la
inimputabilidad.

Todas estas normas, incluso las que están aún en proceso de discusión,
tienen una coherencia entre sí en materia de políticas sociales y sanitarias:
apuntan en su conjunto al abandono del enfoque tutelar y a la asunción de
un enfoque de derechos. Esto implica que la forma que el Estado se vincula
con las personas, en particular aquellas en situación de vulnerabilidad, se
modifica sustancialmente. Ya no se trata de hacer “por el otro”, sino de
hacer “con el otro”.
Esto se traduce centralmente, en materia sanitaria, en el concepto de
“consentimiento informado”, que no es un formulario, sino mucho más que
eso. Es una nueva forma de relacionamiento entre el profesional de la salud
y el usuario, que implica dejar atrás la idea de que el profesional es el dueño
del cuerpo del paciente[xi].
Ahora bien, este cambio de concepción abarca incluso a las personas
menores de 18 años, que ya no se consideran “objeto de protección” sino
“sujetos de derecho”.
Es importante señalar este eje porque no es sólo la ley de salud mental, ni
sólo la ley de protección de derechos, sino el conjunto de leyes que se han
sancionado, que van en el mismo sentido.
Las leyes son, en última instancia, consensos mayoritarios de una sociedad
[xii]
Ahora, resulta necesario tener en cuenta que una cosa son las leyes, y otras
son las situaciones reales: las políticas y las prácticas. Y no es que no
tengan relación la una con la otra, sino que entre una ley y su aplicación
plena en la realidad hay una distancia, que es preciso analizar.
Las instituciones y las prácticas en la realidad están constituidas por una
multiplicidad de actores e intereses que no por existir una ley se avienen
automáticamente a cumplirla. Las corporaciones profesionales, los
laboratorios de medicamentos, la industria de los juicios contra los
profesionales, los dueños de clínicas privadas con sus entidades
representativas, los gremios, la llamada “familia judicial”, el statu quo de las
universidades, son, por mencionar algunos actores relevantes, factores que
inciden decisivamente en la posibilidad de modificar, o no, la política de
salud mental en nuestro país.
Es decir, y esta es la gran contradicción que hemos vivido en los últimos
años en la Argentina, las reformas que legítimamente un poder democrático
–en este caso representado por las leyes, y que se constituye a partir una
mayoría- puede querer llevar adelante, se enfrentan habitualmente con la
resistencia de sectores minoritarios pero con poder real de veto, que
perciben que pueden verse perjudicados[xiii].

La Medicalización de la vida y de las Infancias: las dos contradicciones


centrales
En relación específica a este tema de la patologización y medicalización,
resulta importante advertir que existen dos contradicciones fundamentales
que debemos pensar, una a nivel político-social y la otra que impacta a nivel
de la constitución de la subjetividad

a) Política vs. Corporaciones, como hemos descrito en párrafos


anteriores, tenemos un conjunto de leyes que delinean una política de salud
entendida como un derecho de todos los ciudadanos, pero aún tenemos
que deconstruir un sistema que más que de salud es de atención tecno-
farmacológica de la enfermedad, más allá de las mejoras que se han
producido en los últimos años. Efectivamente, si lo que tenemos es un
sistema que no se ocupa de la salud sino de la enfermedad, la única forma
de acceder a él es estar enfermo.
Así, el diagnóstico se constituye en el carné de socio del sistema
sanitario.

b) Sujeto del deseo vs. Ideales sociales e institucionales


Al respecto, resulta oportuno considerar aquí que aquellas prácticas en
salud mental que a partir de Manuales descriptivo-estadísticos como el DSM
pretenden “diagnosticar” con un “trastorno”, ya sea los llamados del
“espectro autista” o “de déficit de atención con hiperactividad”, etc., recaen
en niños o niñas cuya conducta aparece desajustada respecto de lo
esperable, en general en la institución escolar. Lo esperable siempre tiene
que ver con los ideales. Lo que tenemos aquí, en la construcción lógica de
este dispositivo de “patologización”, es la idea de que la salud es sinónimo
de adaptación absoluta a un ideal determinado. En su lugar, desde el
enfoque que nos ofrece el nuevo paradigma centrado en los chicos como
“sujetos de derecho”, pensamos que hay en ellas una alienación necesaria
a esos ideales del Otro en la constitución subjetiva, pero a eso le sigue una
“separación”, una distancia, una ruptura, por donde surge la subjetividad, lo
singular, y por lo tanto la idea de salud incluye la de diferenciación con el
Otro. Eso no es sin “ruidos” en la relación con los ideales.

Hay que poder abrir el debate sobre estas dos cuestiones para enfrentar el
fenómeno creciente de la patologización y medicalización de las infancias y
adolescencias actuales[xiv].
Ahora bien, antes de avanzar en el análisis de estas cuestiones a la luz de
la nueva legislación vigente en nuestro país y sus efectos en la clínica con
niños, niñas y adolescentes que padecen situaciones de sufrimiento
psíquico, resulta oportuno detenerse a considerar ¿a qué estamos refiriendo
cuando hablamos de este fenómeno, considerando además sus alcances e
impacto en el ámbito escolar?

Acerca de la patologización y medicalización de las infancias y


adolescencias contemporáneas
Al respecto, resulta conveniente comenzar por advertir que con el término
“medicalización” estamos refiriendo a un problema que si bien en su devenir
histórico no ha variado conceptualmente, como si lo ha hecho su expansión,
de la mano de su incidencia y los alcances del mismo, promovidos por
determinados intereses y sectores que lo impulsan[xv], hoy nos convoca a
preguntarnos, desde el nuevo paradigma al que referíamos en los primeros
párrafos, si el mismo no debiera ser considerado también como una suerte
de violencia simbólica, pero también real, que sociedades como la nuestra
ejercen en estos tiempos sobre los niños, niñas y adolescentes, teniendo en
cuenta que el tipo de prácticas médicas que por esta vía se promueven
sobre ellos -y “Por su propio Bien”- suponen un “abuso de poder” que los
toma como “objeto de tratamientos”, mientras se silencia su sufrimiento
apelando a dispositivos químicos y de disciplinamiento que vulneran, entre
otros, su derecho a “ser escuchados”.
Resulta conveniente sin embargo, antes de avanzar sobre esta hipótesis,
aclarar que con este término de ninguna manera se esta cuestionando a la
medicina, ni al avance de los conocimientos y la tecnología médica y
farmacológica que en los últimos años vienen generando más y mejores
herramientas para el abordaje de distintos tipos de padecimientos. Tampoco
se pretende, y desde una perspectiva ligada al campo de la salud mental,
cuestionar de manera generalizada a la psiquiatría, ni la administración de
psicofármacos cuando éstos se precisan, dado que -sin dudas- los mismos
han contribuido a mejorar la calidad de vida de muchas personas que
atraviesan por situaciones de gran sufrimiento psíquico.
Sería una actitud necia negar estos progresos.
Lo que en su lugar aquí se considera necesario poner en cuestión con el
concepto de“medicalización” es una tendencia que, apoyada en
concepciones de fuerte sesgo biologicista e innatista, en los últimos tiempos
parece avanzar con intenciones hegemonizantes, no sólo ya sobre la
población en general, sino ahora también sobre la niñez y adolescencia,
reduciendo para esto de manera científicamente injustificada, complejas
problemáticas socio-familiares y escolares a la idea de que todas ellas se
tratan en realidad de “supuestas” deficiencias o trastornos neurocognitivos
de etiología genética portados por los niños. Y que por esta razón, la única
solución posible que se les propone entonces, parece limitarse a
tratamientos médicos, centrados en la administración de drogas
psicoactivas, que se acompañan a la vez de toda una serie de
procedimientos complementarios de “adiestramiento conductual”, que
alcanzan incluso el campo de lo escolar, sin que se consideren en relación a
este tipo de intervenciones -y entre otras cuestiones- sus marcados efectos
“estigmatizantes”, teniendo particularmente en cuenta que, en estos tiempos
tempranos de la vida, los sujetos están en pleno proceso de constitución de
su subjetividad
Lo que queremos “visibilizar” entonces, al apelar al uso de términos como
“patologización” y “medicalización”, es un fenómeno éticamente reprochable,
referido al "uso inadecuado" que se viene haciendo de ciertos recursos
propios de la medicina para intentar resolver rápidamente problemáticas de
otro orden, apoyándose para esto en discursos provenientes desde “cierto
lugar de las ciencias” que operan “disociando” lo “socio afectivo” de lo
“cognitivo”, mientras no dudan en “recortar” en una misma operación,
variables altamente significativas intervinientes en su producción, como son
aquellas que aparecen ligadas a las historias y contextos en las que las
mismas emergen, de modo que, como consecuencia, se promueven
prácticas que terminan vulnerando, desde una perspectiva integral, no sólo
la salud de las personas, sino también y desde distintos puntos de vista sus
Derechos en general.
Para ahondar en esta cuestión, resulta oportuno también tener presente la
definición de medicalización, oportunamente acuñada por Eduardo
Menéndez (1987,2004) quien describe a la misma señalando que ésta alude
a “las prácticas, ideologías y saberes manejados no sólo por los médicos,
sino también por los conjuntos que actúan dichas prácticas, las cuales
refieren a una extensión cada vez mas acentuada de sus funciones
curativas y preventivas, ligadas a funciones de control y normatización”
Advertimos al respecto que esto se torna aún mas grave, cuando nos
detenemos a pensar que este tipo de políticas medicalizadoras impulsadas
por los intereses de ciertos sectores del Mercado, principalmente los de la
Industria Farmacéutica, parecen estar en los últimos tiempos focalizando su
atención en un sector de la población particularmente vulnerable, al tomar
como “objeto” de las mismas nada menos que a los niños, niñas y
adolescentes, cuyo psiquismo, como dijimos, esta en pleno proceso de
construcción, y de cuyos vaivenes, “con” y “en” relación con los “otros”,
dependerán, justamente, el desarrollo de sus funciones cognitivas y la
definición de su identidad. En este sentido, una de las cuestiones que
resultan particularmente preocupantes, deriva de considerar que, con este
tipo de intervenciones, se imprimen marcas en sus trayectorias de vida
social, familiar y escolar, cuyos efectos los compromete, incluso, a futuro.
Articulando esto con lo que decíamos antes, resulta oportuno entonces,
tener presente también que participan de este fenómeno distintos “actores
sociales”, cuyo poder, en general, es de carácter relacional, en el sentido
que lo define Foucault (1974) como “una acción sobre una acción o sobre el
campo posible de una acción”, cuyas estrategias son dispositivos histórico
culturales, así como estrategias globales que hacen posible tanto el ejercicio
como la resistencia frente al poder.
Desde esta óptica, para comprender este modelo que aparece impregnando
la realidad social, al reforzarse y potenciarse dialécticamente, resulta
necesario estudiar la complejidad de las relaciones entre quienes “quieren
curar” y “quienes necesitan curarse”, así como las variadas percepciones y
recursos que circulan en torno a la enfermedad, y que exceden en mucho al
discurso médico oficial. En este sentido, es importante analizar y
problematizar la supuesta “pasividad” de los enfermos y sus familiares, así
como la participación de otros actores que, tal como sucede particularmente
con los docentes en el caso de las infancias y adolescencias “en problemas”
con la escuela, por acción u omisión, operan como determinantes
estratégicos de la medicalización de la salud, en forma conjunta claro está,
con el Estado, el sistema legal, los medios de difusión, las modalidades de
distribución de las sustancias, la población en general, y por supuesto, los
laboratorios medicinales.
En otras palabras, es importante advertir entonces en relación a esta
problemática que, en la sociedad actual no sólo los médicos concentran el
poder e imponen sus saberes y prácticas en los procesos de medicalización,
sino que existe un conjunto de actores en un contexto socio-histórico
particular, que facilitan y legitiman la expansión de la medicalización de la
vida cotidiana, de manera especialmente acentuada en determinadas áreas
que se muestran particularmente proclives para que esto ocurra, tal como
sucede en el campo de salud mental.
Ahondando en la cuestión, observamos en relación a este tema que desde
que el Manual de estadística descriptiva de Trastornos Mentales conocido
como DSM se convirtió en la principal referencia considerada “científica”
para clasificar las problemáticas y los padecimientos psíquicos de las
personas, no pocos profesionales del campo de la salud mental parecen
haber quedado sometidos a un doble imperativo biológico y de seguridad,
de modo que -regidos por estas lógicas- su principal objetivo parece
orientado en los últimos años sólo a detectar y perseguir la anomalía
psíquica de la misma manera en que se detecta una enfermedad orgánica.
De esta manera, y a modo de ejemplo paradigmático del fenómeno de la
patologización y medicalización de las infancias actuales, vemos como se
suelen tratar como “enfermos”, rotulados de “ADD-H”, a no pocos niños,
niñas y adolescentes que se rebelan contra el sistema escolar, y a los que
se les suministraRitalina para lograr disciplinarlos, mientras se cierran los
ojos ante toda una serie compleja de determinaciones de su malestar,
desconociéndose para esto la incidencia de factores socio afectivos,
culturales, económicos, familiares y pedagógicos puestos “en juego” en los
modos de expresión que éstos ponen de manifiesto a través de su
desatención e hiperactividad en las aulas.
Resulta oportuno también, considerar en relación a este aspecto de la
cuestión que, si bien en un primer momento la patologización y
medicalización de las infancias y adolescencias en nuestro país[1]comenzó,
allá por mediados de los 90, impactando fuertemente en determinados
sectores de la población de altos recursos económicos, afectando
fundamentalmente a niños de clase media y alta,[2] hoy esta tendencia,
lamentablemente, se ha difundido hasta alcanzar de manera generalizada a
todos, sin distinción de clases sociales, a través de los distintos recursos
legales. Al respecto, observamos con preocupación el significativo
incremento de niños y jóvenes portando “certificados de discapacidad” por
“trastornos mentales” de distinto tipo que, con llamativa ligereza,
actualmente se tramitan en distintos hospitales públicos.
Todo hace pensar que éstos han pasado a ser un dispositivo clave en estos
procedimientos a los que parecen apelar ahora no pocos profesionales
capturados por estos discursos medicalizadores, y a los que se les vienen
sumando en los últimos años, e impulsados por los mismos, algunas
asociaciones de padres y familiares organizados en torno a los respectivos
trastornos mentales con los que han sido “etiquetados” sus hijos como ADD-
H y TGD, TEA, etc. Cuestión ésta que nos remite por su parte a considerar
el uso de un nuevo término, el de la “biomedicalización”, al que se esta
apelando últimamente para explicar un nuevo giro dado en los últimos años
en estos procesos de medicalización de la sociedad, y que siguiendo con
los desarrollos foucaultianos acerca del “biopoder”, refiere a lo que Celia
Iriart define como la “internalización de la necesidad de autocontrol y
vigilancia por parte de los mismos individuos”. Se advierte así que quienes
se han apropiado de estos discursos, parecen desarrollar como efecto de la
internalización de los mismos, una especie de “estado de alerta”
permanente ante potenciales riesgos e indicios que puedan derivar en una
patología, de modo que, con frecuencia, y apelando para esto a toda la
información disponible en Internet y otros medios que se encuentran al
servicio de padres y maestros, ya no requieren necesariamente de la
intervención médica para proceder a “auto diagnosticarse”, e incluso a
“diagnosticar” a sus hijos o alumnos.
De acuerdo a diferentes estudios que se vienen realizando sobre este tema
y entre los que se destacan los recientes desarrollos de Clarke y colegas
(2010) este proceso detransformación de la “medicalización” en
“biomedicalización” fue posible por la confluencia de diferentes aspectos. En
el caso de enfermedades y trastornos mentales ya conocidos como los
mencionados ADD-H, TGD, TEA, etc., lo que las farmaceúticas hicieron fue
expandir el mercado desarrollando nuevos mecanismos comunicacionales
para que se internalice el “problema” como un “trastorno
subdiagnosticado” y que puede ser controlado por fármacos. Para esto, la
industria pasó de un modelo centrado en la “educación de los profesionales
de la salud”, en especial los médicos para que prescriban sus productos, a
otro dirigido directamente a los consumidores.
Tratándose de niños, las campañas de comercialización se focalizaron en
los padres y maestros. En países latinoamericanos, advierten las autoras
mencionadas, se observa la utilización de campañas de concientización de
enfermedades usando los medios masivos de difusión pero sin nombrar la
medicación, y presentaciones en ámbitos educativos o en programas de
radio o TV donde “expertos” en el tema “educan” a la audiencia para que
sean capaces de identificar los síntomas.
Estos espacios de información son mantenidos inclusive por organizaciones
gubernamentales que ofrecen a los usuarios a suscribirse para recibir
noticias y actualizaciones sobre distinto tipo de “trastornos”, “síndromes” o
“deficiencias cognitivas” como el ADD-H, el TGD , el TEA y ahora también la
re-editada “Dislexia” a la que ahora se la explica a partir de una supuesta
deficiencia cromosomática.
La industria farmaceútica brinda también apoyo financiero a asociaciones de
padres y de pacientes para que difundan sus trastornos a través de distintos
sitios en la red.
De esta manera, la disponibilidad y masiva accesibilidad a tecnologías,
incluyendo medicamentos, instrumentos diagnósticos, así como el acceso a
enormes cantidades de información sobre nuevos, viejos y redefinidos
trastornos mentales, crean nuevas subjetividades, identidades y
biosociabilidades.
A propósito, resulta más que oportuno en relación a este tema recordar una
advertencia realizada por Silvia Bleichmar en 1999, que decía que “Una vez
que un enunciado cobra carácter público y se asienta, en un momento
histórico, como ideología compartida, es raro que alguien se pregunte por
su cientificidad e intente poner a prueba sus formulaciones de origen”.
Inmersos en estas circunstancias, aquellos niños, niñas y jóvenes que
presentan modos de ser y estar en el mundo, de jugar, comunicarse y
aprender “diferentes” a las expectativas normativas de una sociedad que
parece tener estandarizados los patrones de lo que se considera
“normal”[xvi], aparecen signados por el fantasma del “fracaso escolar”, y
estrechamente ligado a éste, a modo de profecía, el de su exclusión “a
futuro” en lo social y en lo económico. Se inicia entonces un proceso que, a
partir de la estigmatización, potencia las dificultades para tomar conciencia
de las posibilidades que supone la niñez, en tanto sujetos en pleno devenir,
y por consiguiente de las estrategias a las que se pudiera apelar para
promover un desarrollo más completo de las mismas, simplificándose a la
vez las complejidades de la vida psíquica infantil.
Asimismo, determinados sentidos y modos de comprensión de un “problema”
quedan relegados así a un plano secundario que habilita el pasaje de
la descripción de “síntomas” a la determinación de supuestas “patologías”.
De este modo, el predominio del modelo biológico-genético-médico, en el
cual la medicación aparece como la solución a un déficit orgánico portado
desde el nacimiento, opera, como se anticipaba, a modo de “obturador” de
toda relación e interrogación que habilite la posibilidad de poder “escuchar”
al niño, niña u adolescente, invisibilizándose incluso, de esta manera, y en
no pocas ocasiones, diferentes situaciones que le ocasionan sufrimiento
psíquico.
Es por todas estas razones que consideramos que este tipo de
intervenciones constituyen operaciones fuertemente desubjetivantes. Y esto
no sólo para el niño, la niña o el adolescente que queda así “anulado como
alguien que pueda decir algo acerca de lo que le pasa” (Cannellotto y
Luchtenberg, 2010). En efecto, resulta necesario advertir además que este
tipo de modelo también afecta a los mismos profesionales que, capturados
por estos discursos medicalizadores, ejercen este tipo de prácticas que bien
pueden calificarse de “tecnocráticas”, en la medida que les restan
posibilidades de escuchar, pensar, preguntarse e intentar entender los
problemas ante los cuales se ven interpelados cotidianamente tanto desde
la clínica como desde las aulas, y frente a los cuales, sólo parecen saber
responder de manera “protocolizada”, de acuerdo a las indicaciones
provistas por el famoso Manual DSM[xvii].
Al respecto, resulta necesario advertir cómo el mencionado Manual -cuyo
paradigma parece apoyarse en una concepción del ser humano como un
mero soporte biológico de diversas funciones cognitivas desvinculadas en
su constitución del resto del psiquismo y de toda referencia al otro, su
historia y al medio- establece los criterios de “diagnóstico” al estipular la
cantidad de indicadores conductuales que deben estar presentes para
poder evaluar diverso tipo de “trastornos mentales”, de modo tal que éstos,
al aplicarse sobre niños, niñas y adolescentes, terminan basándose en una
especie de anamnesis focalizadaen aquellas funciones cognitivas “bajo
sospecha”, obtenida a partir de los datos provistos por los padres, maestros
y cuidadores del niño, en base a escalas y sondeos, como el Cuestionario
de Conners, el CHAT, etc. considerados como los principales instrumentos
de “evaluación” para su detección e identificación, omitiéndose además, y
en todo momento, considerar la fiabilidad científica de estos procedimientos
y, por lo tanto, el sesgo que puede tener la información otorgada por los
informantes.
Ahondando en estos temas, otro presupuesto erróneo del que parte el
DSM en este tipo de procedimientos, consiste en considerar lo
biológico como invariable punto de partida pues se lo entiende como centro
emisor causal, sin estimar la posibilidad de la dirección inversa o recíproca.
En relación a esta cuestión no menor, es importante considerar al respecto
que el psicoanálisis, desde el conocido modelo de las series
complementarias propuesto por Freud en 1917, tiene la ventaja de proponer
una descentralización, además de una sobredeterminación en cuanto a la
producción de patología, en la medida que la primera de las series se refiere
a lo biológico, que se va suplementando con lo proveniente del medio, en
articulación con las propias y singulares experiencias subjetivas.
Al respecto y como señala Mariía Alicia Terzaghi, numerosas
investigaciones de los últimos años indican que el factor ambiental puede
tener un fuerte efecto en el metabolismo cerebral, motivo por el cual resulta
fundamental tener en cuenta el concepto deneuroplasticidad o plasticidad
neuronal, además de considerar también los recientes hallazgos en
Genética que dieron lugar a la noción de epigenética, y como éstos resultan
convergentes con las experiencias y con muchas elaboraciones
conceptuales del psicoanálisis en relación al papel etiológico del medio y
sus diversas disfunciones, acentuando su intervenir durante la infancia.
Atentos a estos aportes, ningún profesional de la salud mental debiera
entonces quedarse tranquilo cuando se diagnostica algo supuestamente
orgánico sin que ni siquiera existan test de laboratorios o estudios por
imágenes, establecidos y confiables que los corroboren, y en su lugar, se
proceda a reducir diversas problemáticas a observaciones impregnadas de
posibles prejuicios, escalas de conducta muy poco objetivas, demasiado
dependientes de preconceptos de los padres y de los profesionales
intervinientes, tareas de ejecución y tests psicológicos de validez incierta,
etcétera.
Asimismo, resulta oportuno considerar también que este tema de la
patologización y medicalización de la que están siendo objeto tantos niños,
niñas y adolescentes, debiera advertirnos, además, acerca de los “efectos
seductores” que tienen determinadas drogas psicoactivas complementadas
con frecuencia de “programas multidisciplinarios de adiestramiento
conductual” para el medio escolar y familiar. Porque como
sabemos, resultan muy eficaces en eliminar o reducir al máximo las
molestias y trabajos que causaun niño en desorden más o menos
permanente. Solo que no debemos perder de vista que este tipo de
intervenciones constituyen acciones de efecto meramente sintomático; que
no modifican nada de fondo, y que además, tienen serios efectos
secundarios. Entre ellos, un asunto no menor que no podemos dejar de
considerar es que induce a las “adicciones” en la medida que la “solución”
rápida que se les propone para todos tipo de dificultades y o malestares
escolares, familiares o sociales parecen venir de la mano de alguna
“pastillita mágica”.
En función de lo expuesto, parece necesario que los profesionales que nos
abocamos a la niñez y adolescencias tengamos presente que, por sobre
todas las cosas, nuestra prioridad siempre y en todo momento, desde la
clínica como desde las aulas, debiera ser “escuchar” al niño u adolescente,
cómo éste pueda expresarse, de modo de poder “entender” lo que le puede
estar pasando y así “atenderlo” como se merece, respaldándonos para esto
en toda la nueva legislación vigente a nivel nacional. De ahí la necesidad de
conocerla y remitir a ella al revisar nuestra praxis. Por esta razón, a
continuación, proponemos repasar algunos puntos de las leyes 26.061 y
26.657, que permiten visibilizar que la patologización y medicalización de
las infancias son fenómenos que no se ajustan a la normativa vigente en
nuestro país, contradiciendo incluso el espíritu en el que se apoya toda la
Legislación, aunque -como se anticipó- persistan porque están sostenidos
por poderes reales.

Algunos puntos claves de la legislación vigente a nivel nacional que


nos interpelan en la clínica y nos convoca a adecuar nuestras
prácticas.
Para comenzar resulta conveniente llamar la atención sobre un concepto
general que es el eje de la Convención Internacional sobre los Derechos
de las Personas con Discapacidad, y es que una discapacidad no se
define en términos individuales, por lo que una persona tiene como
enfermedad o como dificultad, sino por la relación entre esa persona y un
entorno social determinado. Es lo que se llama el modelo social de la
discapacidad. A partir de esta definición, resulta claro que el abordaje de la
discapacidadno puede apuntar centralmente o exclusivamente a resolver las
dificultades de una persona, sino fundamentalmente a resolver las barreras
sociales que construyen o agravan esa discapacidad.
Dicho esto, y si bien estamos hablando de niños en desarrollo y no
específicamente de personas con discapacidad, consideramos que este
concepto debe ser aplicado también al terreno del abordaje de los
problemas de la infancia en general. Esto significa que no podemos
continuar pensando que una manifestación de un niño en el ámbito escolar
involucra sólo al niño. Si hay una dificultad, hay que trabajar sobre la
relación entre ese sujeto y la institución. La institución escolar tiene que
poder interrogarse sobre su propia constitución (en términos de la
Convención, sobre sus barreras) que forma parte del problema que se está
manifestando a través de la conducta de un escolar. Decimos “escuela”
pero esto también es extensible a la familia y, en última instancia, al
conjunto de la sociedad.

- Ley Nacional N° 26061 de Protección Integral de los Derechos de las


Niñas, Niños y Adolescentes
En relación a la cuestión que nos convoca en este trabajo, resulta oportuno
detenernos a reflexionar sobre algunos artículos puntuales de esta Ley.
Artículo 3º
Inc. b) El derecho de las niñas, niños y adolescentes a ser oídos y que
su opinión sea tenida en cuenta.
Hay que tomar en serio las leyes. Uno puede estar de acuerdo en la
importancia de oír a los chicos, escucharlos, tener en cuenta sus puntos de
vista. En eso podemos coincidir todos. Los textos pueden decir eso, explicar
por qué, considerar las consecuencias que produce que eso no sea así. El
punto es que esto está dicho en una Ley, y eso implica que es un derecho.
No es una consideración más, no es un consejo. Hay una Ley de la Nación
que dice que los niños y niñas tienen derecho a ser oídos y a que su opinión
sea tenida en cuenta. La pregunta es si cuando a un chico, ante
determinada manifestación de su conducta, o ante determinadas
características de su personalidad en desarrollo, se lo diagnostica y
prescribe un medicamento, en lugar de ofrecer un dispositivo de escucha,
no estamos incumpliendo con la Ley. La respuesta es contundente. Negar
un dispositivo de escucha a un niño o niña, y en su lugar someterlo a un
dispositivo de diagnóstico precoz y medicalización, es incumplir con el
artículo 3º inciso b) de la Ley Nacional Nº 26061. Así de claro.

- Artículo 9° — DERECHO A LA DIGNIDAD Y A LA INTEGRIDAD


PERSONAL. Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a la
dignidad como sujetos de derechos y de personas en desarrollo (…)
Este es otro punto que nos interesa en este contexto. La ley señala que
tenemos que considerar a los niños como personas en desarrollo. Por lo
tanto, saltearse ese punto fundamental al abordar una problemática en la
infancia, establecer un diagnóstico definitivo, e incluso promover una
certificación de discapacidad a largo plazo, implica desconocer que estamos
frente a personas “en pleno proceso de maduración orgánica y constitución
subjetiva”, donde nada esta dado de forma definitiva.

- Artículo 14. — DERECHO A LA SALUD. Los Organismos del Estado


deben garantizar: (…)
b) Programas de asistencia integral, rehabilitación e integración;
Es decir que en materia de salud el principio es la integralidad, contrario al
reduccionismo biomédico presente en los procesos de medicalización.

- Artículo 15. — DERECHO A LA EDUCACION. Las niñas, niños y


adolescentes tienen derecho a la educación pública y gratuita,
atendiendo a su desarrollo integral, su preparación para el ejercicio de
la ciudadanía, su formación para la convivencia democrática y el
trabajo, respetando su identidad cultural y lengua de origen, su
libertad de creación y el desarrollo máximo de sus competencias
individuales; fortaleciendo los valores de solidaridad, respeto por los
derechos humanos, tolerancia, identidad cultural y conservación del
ambiente.
En este artículo, resulta importante resaltar el derecho a la libertad de
creación y desarrollo máximo de sus potencialidades individuales. Ese
párrafo es maravilloso, porque nos habla de las diferencias, no de la
adaptación a un ideal uniforme al que todos deben responder, sino
precisamente que los niños y niñas tienen derecho a ser diferentes y
desarrollar al máximo esas diferencias, llámense posibilidades en
construcción o potencialidades.

- Ley Nacional N° 26657 de Salud Mental


Ahora vamos a considerar la Ley 26657, donde también hay varios puntos
que tenemos que destacar para analizar la entidad legal de las prácticas de
patologización y medicalización de las infancias y adolescencias actuales.

- Artículo 3° — En el marco de la presente ley se reconoce a la salud


mental como un proceso determinado por componentes históricos,
socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya
preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción
social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales
de toda persona.
Esta definición también, como se anticipó, podría ser un párrafo de un texto
sobre salud mental, o sobre salud en general. O parte de una clase sobre
salud pública. Y podríamos debatir sobre ella, acordar o no, enriquecerla,
etc. Sin embargo el hecho signifitcativo es que esta definición forma parte
del cuerpo de una Ley Nacional. Analicemos entonces esta definición bajo
dos ejes:

 Plurideterminación de la salud mental


 Dinamismo del proceso salud-enfermedad

¿Qué consecuencias tiene que una Ley Nacional que establece derechos,
dé una definición de salud mental con estas dos premisas?
Significa que un abordaje de la salud mental reduccionista y que
desconozca el dinamismo permanente del proceso salud-enfermedad es
violatoria de los derechos de las personas.
Hay otro punto de este mismo artículo que también resulta necesario
visibilizar:
- Artículo 3º- En ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo
de la salud mental sobre la base exclusiva de:
b) Demandas familiares, laborales, falta de conformidad o
adecuación con valores morales, sociales, culturales, políticos o
creencias religiosas prevalecientes en la comunidad donde vive la
persona;
Este quizás sea el punto más claro para oponer al fenómeno de la
patologización. La ley lo dice con todas las letras. No se puede diagnosticar
en salud mental basándose en falta de adecuación con valores morales o
sociales, o demandas familiares, escolares, etc. Más claro imposible.

- Artículo 7º — El Estado reconoce a las personas con padecimiento


mental los -siguientes derechos:
c) Derecho a recibir una atención basada en fundamentos
científicos ajustados a principios éticos;
Esto es fundamental:¿hay demostración científica, al menos, acerca de la
causalidad orgánica de estos supuestos trastornos? ¿Y de la efectividad de
los medicamentos y de sus “efectos secundarios”?. Ni que hablar de los
principios éticos, sobre los que venimos de alguna manera abordando en el
conjunto de este trabajo.
k) Derecho a poder tomar decisiones relacionadas con su atención y
su tratamiento dentro de sus posibilidades
Este punto, que se relaciona con el consentimiento informado (recordemos
que tenemos la Ley 26529) no excluye de ninguna manera a las niñas,
niños y adolescentes. Más bien, y en consonancia con el principio de
“autonomía progresiva”, los incluye. De modo que vale plantearse ¿cuál es
el nivel de participación de los propios niños, niñas y adolescentes que son
diagnosticados y medicados en esa decisión tan importante que los
involucra.¿Se les pregunta? ¿Se les explica? ¿Se les da opciones?
Seguramente algunos no están acuerdo con que hay que escuchar a los
chicos, que los niños pueden opinar sobre sus tratamientos en salud, pero
tenemos que tomarnos las leyes y los compromisos internacionales en serio.
No son simples expresiones de deseos. Son obligaciones que debemos
cumplir.

Artículo 12º. — La prescripción de medicación sólo debe responder a


las necesidades fundamentales de la persona con padecimiento
mental y se administrará exclusivamente con fines terapéuticos y
nunca como castigo, por conveniencia de terceros, o para suplir la
necesidad de acompañamiento terapéutico o cuidados especiales. La
indicación y renovación de prescripción de medicamentos sólo puede
realizarse a partir de las evaluaciones profesionales pertinentes y
nunca de forma automática. Debe promoverse que los tratamientos
psicofarmacológicos se realicen en el marco de abordajes
interdisciplinarios.
Aquí hay tres cuestiones importantes a resaltar:

 La medicación no puede ser indicada para conveniencia de terceros (padres,


escuela, etc.)
 La medicación no puede ser indicada para suplir otras herramientas
necesarias, como cuidados especiales (apoyo escolar, acompañamiento,
etc.)
 La medicación debe ser indicada en el marco de abordajes
interdisciplinarios

Sobre este último punto, es preciso decir que la interdisciplina no refiere


simplemente la intervención de un psiquiatra y un psicólogo, o un psicólogo
y un trabajador social, etc. La interdisciplina implica la construcción de un
diagnóstico y un tratamiento donde las distintas disciplinas se involucran en
la evaluación y en la determinación de la estrategia de tratamiento. Es decir,
que un neurólogo indique medicación y le pida a un psicólogo “apoyo
familiar” o consejería para que la familia y el niño asuman que tiene un
trastorno orgánico, no es interdisciplina.[xviii]

Veamos por último un párrafo del artículo del Decreto 603/13, que
reglamenta la Ley de Salud Mental:
Artículo 16º. –
a) El diagnóstico interdisciplinario e integral consiste en la
descripción de las características relevantes de la situación particular
de la persona y las probables causas de su padecimiento o
sintomatología, a partir de una evaluación que articule las perspectivas
de las diferentes disciplinas que intervienen. En aquellos casos en que
corresponda incluir la referencia a criterios clasificatorios de
trastornos o enfermedades, la Autoridad de Aplicación establecerá las
recomendaciones necesarias para el empleo de estándares avalados
por organismos especializados del Estado Nacional, o bien por
organismos regionales o internacionales que la República Argentina
integre como miembro
Esto deja fuera el DSM en todas sus versiones, que es un Manual que no
está establecido por un organismo nacional, ni por uno internacional, sino
por la Asociación de Psiquiatras de los EEUU, y que el propio Gobierno de
ese país ya ha desechado hace poco, por razones más complejas que no
vamos a analizar aquí. Esto no nos salva del problema de la patologización,
pero al menos sí nos salva del DSM, que es el monstruo más grande que se
ha construido con ese fin.
No es la primera vez que la salud es usada como “Caballo de Troya” del
poder económico y del poder represivo[xix]. Parafraseando a Foucault, hoy
deberíamos hablar de “Vigilar y Facturar”.
Tenemos suficientes leyes, y muy buenas. Tenemos que cumplirlas. Pero
para cumplirlas, tenemos que tener en claro que el cambio que buscamos
implica tocar intereses poderosos que no quieren que cambie nada.
Entonces no alcanza con una o cien leyes, aunque son necesarias.
Tenemos que comprometernos, tenemos que denunciar lo que pasa,
tenemos que aprovechar la oportunidad que nos dan estos aires de cambio
porque lo importante es que seamos socios en el deseo de una salud
mental más justa y en la confianza de que la realidad siempre se puede
cambiar.

A modo de cierre:
Desde este paradigma en el que se apoya la nueva legislación, necesitamos
entonces, romper con el discurso dominante que estructura una realidad
naturalizada y ahistórica. Lograr un profundo replanteo de nuestras miradas
y discursos desde una praxis vinculada a las necesidades y sufrimientos de
la población. Desde esta perspectiva se nos impone entonces una reflexión
crítica que historice nuestro que-hacer, revirtiendo la cultura mercantilista
que encierra, silencia y excluye a nuestros niños niñas y adolescentes, de
modo de poder construir colectivamente dispositivos inclusivos,
subjetivantes, que garanticen el derecho a vivir una infancia, una juventud,
amparada por un mundo adulto que logre alojarla, contenerla, propiciarla, y
que logre instarla en lo que Sartre llamaba “vivir un horizonte de posibles,
donde la creación produzca diferencias”. Derechos todos esenciales para la
construcción de una ciudadanía plena.

Bibliografía
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Enfermedades”. Ed Noveduc. Bs As.
- Dueñas, G. (2013) “Niños en peligro. La escuela no es un hospital”.
Ed Noveduc. Bs As.
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- Foucault, Michel (2002) “Vigilar y Castigar”. Ed. Buenos Aires.
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Comunitaria. UNLa. Virtual / Universidad Nacional de Lanús
- Iriart, C, e Iglesias Ríos (2012) “Biomedicalización e infancia:
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salud y Educación. Vol 16. Numero 43. Brasil, Oct/Diciembre
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- Menéndez E. (1985) “Modelo médico hegemónico, crisis socio-
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subjetividad de los niños”, en Dueñas, G, Comp (2011) “La patologización
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ISSN 1315-5216. CESA - FCES - Universidad del Zulia. Maracaibo-
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NOTAS:
[1] En el marco de un fenómeno mundial extendido por efecto de la
globalización.
[2] En este aspecto, nuestro país se diferencia de EE.UU., donde se
observa una mayor propensión de casos diagnosticados y tratados por
ADD-H entre niños de estratos sociales más desfavorecidos, como los
afrodescendientes y latinos (Sedronar, 2010).
[i] Se refiere a las evaluaciones neurocognitivas que se realizan a través de
protocolos sugeridos por manuales estadístico-descriptivos como el DSM,
como por ejemplo el Cuestionario de Conners para detectar ADD/H o el
CHAT para diagnosticar TEA..
[ii] Paradigma es un término de origen griego “paradeigma”, que significa
modelo, patrón, o sea, algo que servirá como guía, como directriz a seguir
en determinadas situaciones. Condiciona la manera de mirar, de actuar e
interpretar la realidad y están sostenidos por:
a) Una ideología que selecciona valores representativos de intereses de
determinados grupos. Son estos justamente los que fijaran lo que esta bien
o mal, lo que es justo o injusto, correcto o incorrecto, ejerciendo en este
momento un “control social” mediante la imposición de su mirada, o
b) Una ideología que selecciona valores representativos de un interés
colectivo surgido de procesos democráticos de participación y discusión.
[iii] Las nociones de infancia y adolescencia, como todo lo asociado a ellas,
no son naturales, muy por el contrario son construcciones político socio
culturales que se fueron modificando en la arena de las luchas sociales y
fundamentalmente con la doctrina de los derechos humanos aplicada a la
niñez y adolescencia.
Hay diferentes maneras de poder ver a la infancia, sustentadas en
conjuntos de creencias y conceptos que se denominan paradigmas y que
son compartidos por la sociedad en un determinado momento histórico, y
traducidos en políticas publicas.
[iv] Como en otros sectores de la vida social, ligados por ejemplo al campo
educativo.
[v] Esto significa, que reconoce sus necesidades como derechos exigibles,
obligando al mundo adulto no sólo a satisfacer estas necesidades sino a
intervenir siempre que sus derechos sean vulnerados.
Otra diferencia a destacar con las concepciones anteriores, es el énfasis
puesto en reconocer como derechos, el de desarrollarse en el seno de su
familia, en un ambiente sano y libre de violencia, siendo el Estado el garante
de que la familia pueda ejercer su rol de cuidado, educación y transmisión
de valores.
Asimismo, cabe señalar que la Convención tiene carácter vinculante para
todos los Estados Partes, es decir que los compromete a adecuar
legislaciones y desarrollar políticas publicas que condigan con esta visión,
previendo sanciones en caso de incumplimiento.
[vi] Esta ley incorpora toda la normativa nacional e internacional, aquella
legislación donde los Estados partes se habían comprometido en su
cumplimiento y la histórica lucha en materia de Derechos Humanos,
que arranca principalmente después de la segunda guerra mundial ante
situaciones de violaciones sistemáticas de los derechos de las personas.
[vii] Entre estas experiencias, y de manera particular porque tuve la
valiosísima posibilidad de participar de la misma en sus últimos tiempos,
quisiera destacar el trabajo coordinado por Marilú Pelento del
Grupo Palabra, que se realizó durante varios años con un grupo de
adolescentes pertenecientes a un sector marginal de la población que
concurrían a una fundación del sur de GBA “a charlar”, y cuyo dispositivo de
atención grupal, oportunamente tomado de un diseño de Marcelo Viñar (el
grupo Referencia, en Uruguay), tal como se menciona en otro artículo de
esta revista, partía de la idea que sostener la palabra y permitir que
ésta circule, crea entre los participantes de grupo una matriz socializante, un
´nosotros´ que posibilita dar pasos en el proceso de subjetivación, al mismo
tiempo que atempera la tendencia a la acción.” Gabriela Dueñas.
[viii] “En Argentina unas 3.303.629 personas (el 18% del total de población
nacional), de entre 12 a 65 años hicieron uso de tranquilizantes o
ansiolíticos. Los más utilizados para calmar nervios o para poder dormir son
valium, lexotanil, alplax u otros. El consumo es mayor entre las mujeres y
aumenta a partir de los 35 años” SEDRONAR- “UNA MIRADA
ESPECÍFICA SOBRE LA PROBLEMÁTICA DEL CONSUMO DE
PSICOFÁRMACOS EN ARGENTINA 2012”
[ix] Es decir que en un extremo de esta historia, que termina en la
patologización y medicalización de las infancias y adolescencias, y en
general de la vida cotidiana de todos nosotros, tenemos el fenómeno de la
formación de profesionales fuertemente atada al financiamiento de
laboratorios, y por tanto, a sus intereses comerciales, y una política de
drogas –que de a poco, afortunadamente vamos cuestionando y
abandonando- que criminaliza el consumo de determinadas sustancias,
promueve guerras sangrientas contra su comercialización, e ignora el uso
indiscriminado –recetado y no recetado- de psicofármacos de curso legal.
[x] Sino en el político: el país más poderoso del mundo se beneficia con las
patentes de los medicamentos, con la venta de armas para la guerra contra
las drogas y, de paso, construye un argumento con consenso internacional
que le permite intervenir en asuntos internos de otros países. Al respecto,
unas semanas después de la Jornada el Secretario de Seguridad de la
Nación Dr. Sergio Berni dijo que EEUU es un país que “"importa las drogas
y exporta las muertes" TELAM 6 de mayo de 2014
[xi] Al respecto, obsérvese hasta que punto es difícil abandonar esa vieja
concepción, que todavía hoy seguimos hablando de que “el médico no
autorizó” o “sí autorizó” al paciente a hacer tal o cual cosa, como si fuera el
tutor legal de la persona que le consulta, amo y señor de su cuerpo y su
vida.
[xii] Dejamos afuera los Decretos-Ley de los gobiernos de facto porque
siquiera debemos darle el estatuto de “leyes”.
[xiii] Con la Ley de Medios fue muy claro, pero con la Ley de Salud Mental
también pasó otro tanto.
[xiv] ¿Qué idea de salud tenemos? ¿Es una idea adaptativa? ¿Es otra
cosa? ¿Qué pensamos acerca de los conflictos en un sistema democrático?
¿Son una grieta innecesaria en la sociedad o son los conflictos que
necesariamente tenemos que atravesar si queremos cambiar algo?.
[xv] Y que de acuerdo a lo que puede observarse se van modificando en
función de la época y los modelos sociales en que ésta se va desarrollando,
[xvi] “Normal” como sinónimo de “saludable” en la infancia.
[xvii] A quienes muchos refieren que hoy parece haberse transformado en
una especie de “Biblia” en el campo de la Salud Mental.
[xviii] En todo caso, eso es “multidisciplina”, que no es lo mismo.
[xix] Muchos laboratorios como también clínicas y manicomios públicos y
privados están allí para dar testimonio de ello.

*Artículo publicado en la Revista Generaciones: Pensar con el


psicoanálisis niñ@s, adolescentes. Año III. N° 3 “Exploraciones en los
límites”. Primera revista con referato de Psicoanálisis de niñ@s,
adolescentes y familias de la Facultad de Psicología de UBA. Editada
por EUDEBA. Bs As. Noviembre de 2014.

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