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2) La convicción de justicia
3) La convicción de juicio
“Convencerá al mundo... de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.”
(Juan 16:8, 11)
El día en que Satanás puso al Hijo del hombre en la cruz, selló inexorable y eternamente su
propia condenación. Y todos los que le sigan en ese camino de rebelión e incredulidad
compartirán su destino.
La crucifixión del príncipe de la vida ha acarreado el juicio, no solamente del diablo, sino también
del mundo.
Sólo el Espíritu de Dios puede revelar a una alma el horror de este crimen y su culpabilidad a
los ojos de Dios, como miembro de la raza humana. Solamente Él puede mostrarle lo urgente
que es apartarse de ese sistema satánico. Mientras permanezca identificado con el mundo,
permanecerá bajo el imperio de aquel que crucificó a Jesús. Asociarse con él, pues, es compartir
inevitablemente la suerte que le está reservada. Esta última convicción urge la decisión.
Llega el momento en que estas tres convicciones se imponen al alma. Es necesario cambiar de
dirección, dar media vuelta, puesto que el Espíritu de Dios nos ha iluminado. Se impone una
elección inmediata.
Convicción de pecado: Conozco lo que soy, un pecador, ya que moralmente formo parte de
esta humanidad que crucificó a Jesús, corroborando así mi pecado y, por tanto, mi condición de
pecador. Veo levantada la cruz en la que Jesús fue crucificado. Esta revelación conmueve mi
conciencia.
Convicción de justicia: Conozco lo que Dios es y lo que él ha hecho. Conozco el don de su
Hijo, la muerte de Jesús y su resurrección, la que es la prueba de su justicia y, por lo tanto, de
la mía, puesto que Dios es justo al justificar a aquel que cree en Jesucristo.
Convicción de juicio: Tomo conciencia de mi destino, ligado a Satanás, quien es juzgado y a
quien estoy unido, compartiendo su terrible porvenir.
Esta triple obra de convicción me lleva a tomar y recibir por la fe la mano que me tiende Dios,
quien quiere sacarme del pozo de destrucción en el que me encuentro, para lo cual el Espíritu
dirige mi mirada hacia Jesús. Le veo, le discierno, elijo tomar la mano que me tiende mi Creador
y voy hacia mi Padre celestial. “Y ésta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo
lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:39).
La conversión es la consecuencia de esta convicción interior producida por el Espíritu. Esta
conversión es dar marcha atrás en el camino del pecado, es dar la media vuelta hacia Jesús,
media vuelta para no seguir a aquel que conduce las almas al infierno, y así escapar del juicio.
La convicción desemboca en la fe. Es la salvación del alma la que sigue a la convicción
producida por el Espíritu de Dios.
Usted que lee estas líneas, hoy mismo puede dejarse convencer acerca de la necesidad de
venir a Jesús para ser salvo.
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LA CONVICCIÓN Y LA CONVERSIÓN AHORA -
O LA CONCIENCIA ATORMENTADA PARA SIEMPRE
Los pecados personales que ha cometido también lo cargarán con una terrible
carga de culpa por sus pecados, y será cargado y aplastado por su innata
naturaleza pecaminosa inherente, que lo han doblegado y arruinado de modo
que no se puede escapar del pecado dentro de su propio corazón y mente.
Entonces él dirá:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).
Tú debes tener mucho cuidado o esto te sucederá. El Diablo está siempre listo
para quitar de tu corazón las palabras de convicción del ultimo sermón. Si cada
sermón se toma como unidad separada, será más fácil para Satanás “quitar la
palabra” de tu corazón. Cada sermón debe convencerte más y más de que eres
depravado, un hijo Adán, de que estás “bajo pecado” (Romanos 3:9), y de que
en verdad has cometido muchos pecados ante los ojos y el conocimiento de
Dios. Cada sermón debe llevarte más y más profundamente a estar consiente
de tu pecado, hasta que puedas decir con David:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).
Cada conversión es diferente porque cada ser humano tiene una distinta
personalidad. No todos somos exactamente iguales. Algunos, como mi esposa,
pueden ser convertidos rápidamente después de un corto período de
convicción, quizá solo unos cuantos minutos. Otros, como el Dr. Cagan, nuestro
diácono, siguen en un estado convicto por mucho tiempo. John Bunyan,
nuestro gran padre Bautista, pasó 18 meses bajo un estado pesado de
convicción, casi enloquecedor, hasta que halló alivio en Jesús.
También el grado de convicción puede variar. Algunos, como una
persona que yo conozco, pasan un largo período de lo que hoy llaman
“depresión”. Por supuesto que no era realmente “depresión”. En realidad era
la convicción del Espíritu Santo de Dios. Esta persona no podía salir de ese
estado convicto hasta que se volvió a Cristo para justificación y limpieza.
¿Quién puede poner en duda que Nicodemo atravesó por esa batalla
interna por varios meses? Él vino de noche a hablar con Cristo, probablemente
por miedo de que otros lo vieran ir. Él admitió que Cristo era un gran “maestro
que viene de Dios” (Juan 3:2). Pero Jesús señaló:
“Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7).
No hay ninguna evidencia de que fue convertido esa noche. Pero es obvio que
las palabras que Cristo le habló le mordían el corazón. Según las cuentas de
Ussher, en el margen central de arriba de cada página en la Biblia de Estudio
de Scofield, Nicodemo todavía batallaba con la cuestión de su salvación
aproximadamente dos años después. En 30 D.C. Cristo le dijo: “Os es necesario
nacer de nuevo”. Pero él se fue pensando sobre ello. Dos años después en 32
D.C. él defendió abiertamente a Cristo por primera vez. Él le habló a los fariseos
esa vez.
“Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos:
¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que
ha hecho?” (Juan 7:50-51).
Los fariseos lo criticaron insinuando que era seguidor de Jesús. Pero Nicodemo
guardaba silencio cuando le dijeron eso. Él todavía no había tomado una
posición abierta por Cristo. Todavía estaba perdido, batallando con la
convicción y los pensamientos sobre Cristo. Esto se hace obvio al leer Juan 3 y
Juan 7:40-53. Luego vemos a Nicodemo un año después (33 D.C.) llevando
mirra y ungüentos para la sepultura del cuerpo muerto de Jesús (Juan 19:39).
Es obvio que todavía no estaba salvo porque esta acción demuestra que no
tenía fe en la promesa de Cristo, que Él resucitaría de los muertos. Pero
muestra que le tenía un gran cariño a Cristo, y que había estado pensando en
Cristo y en su necesidad de salvación por como tres años. Esta acción también
implica que él finalmente fue convertido corto tiempo después. La primera
tradición Cristiana pone a Nicodemo con los primeros Cristianos, y creo que es
correcto, y que se implica en la Escritura, si no el Apóstol Juan no hubiera
registrado sus acciones en buena luz en la tumba de Cristo.
¿Hay alguien aquí esta noche que ha batallado de un lado al otro
respecto a la salvación por largo tiempo? ¿Has sido convencido de tu necesidad
de la conversión? ¿Has resistido la obra completa del Espíritu de Dios para
despertarte a tu pecado? ¿Dejarás que el Espíritu de Dios te arrastre esta
noche y te lleve cara a cara con la terrible verdad de que no estás salvo, de que
has resistido a Jesús, de que eres un pecador con una profunda necesidad del
Salvador? ¿Se puede decir:
“Mi pecado está siempre delante de mí” de ti esta noche?
(Salmo 51:3).
O, quizá hay alguien aquí esta noche que será convertido en un período
mucho más corto de lo que fue Nicodemo. El carcelero Filipense solamente
oyó unos cuantos himnos y oraciones de Pablo y Silas, encadenados en la
prisión. Pero esos poco himnos y oraciones le dieron tal convicción por dentro
que cuando llegó el terremoto, él corrió a dentro de la prisión,
“Él entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró
a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo
hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29-30).
Aunque en el caso del carcelero la convicción duró solo unos cuantos minutos,
fue profunda e intensa. En esos pocos minutos sin duda él pudo haber dicho
palabras como las de David:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).
Ya sea que la convicción que tienes dure corto o largo tiempo, ya sea
profunda o una breve punzada al corazón, como la sintieron los hombres en
Pentecostés (Hechos 2:37), es vitalmente necesario que seas profundamente
convencido de pecado o no verás el valor de la muerte de Jesús para pagar por
tus pecados en la Cruz, y no verás el valor de Su Sangre para limpiarte del
pecado. El Evangelio de Cristo te parecerá como palabras vacías hasta que
sientas como David sintió:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).