Sei sulla pagina 1di 10

Leer todo el capítulo 16 de Juan

Convicción de pecado, de justicia y de juicio


Juan 16:13, 7-8
Año: 1993 – Número: 4 – Página: 102
Autor: O. G. Couleru
“El Espíritu de verdad... el Consolador... cuando él venga,
convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.”
(Juan 16:13, 7-8)
El propósito de Dios es el de convencer, para mostrar el error en el que han caído todos los
hombres: sus equivocaciones, sus locuras; y, para ello, Dios ofrece una irrefutable demostración
de la verdad. Así, cuando una persona es puesta ante la Palabra de Dios, la que lo pone todo
en claro, el Espíritu Santo puede llevar a esta alma a certidumbres, a convicciones. Si el
testimonio de las Escrituras es recibido, entonces todo toma proporciones significativas. Los
valores eternos se imponen al alma.
Dios llega a ser una profunda e íntima realidad. Uno se ve tal como es: una criatura hecha en
su origen a imagen de Dios, pero caída, desfigurada, perdida, culpable; en una
palabra: pecadora.
Jesús aparece entonces como el Salvador, el único que puede librarnos y que nos libró por su
obra expiatoria. Esto nos conduce a tomar una decisión inteligente, irrevocable, con pleno
conocimiento de causa: decir «sí» a Dios frente a la verdad.
El Consolador, al que Jesús anuncia como Aquel que será enviado por el Padre, es presentado
en el capítulo 14 del evangelio de Juan. Es el Espíritu de Dios, descrito como el Espíritu de
verdad. Es el primer carácter bajo el cual es presentado, con la seguridad de que no solamente
estará con nosotros sino también en nosotros.
Esta divina obra de convicción que precede a la conversión va mucho más allá de la sola
convicción de pecado. En efecto, en el texto que nos ocupa vemos que el Espíritu Santo
convence al hombre de tres grandes verdades sin las cuales no puede ser salvo. Estas verdades
conciernen a Jesús mismo.
Esto es importante, porque tales verdades son inaccesibles para el hombre natural, quien de
ningún modo puede captar el alcance de ellas. En efecto, sólo el Espíritu de Dios puede abrir
los ojos acerca de estas verdades esenciales que conciernen a nuestro destino eterno. Esto es
explícitamente dicho en Juan 16:13: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la
verdad”. La misión del Espíritu de Dios es hacer que los hombres conozcan a Jesús, quien dijo:
“Yo soy... la verdad” (14:6) y “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”
(16:14).
La Palabra de Dios está para eso: para convencer. El Espíritu de Dios aplica esta palabra al
alma y nos da así una ajustada visión de Dios, nuestro Creador; y para ello nos da una clara
idea acerca de Jesús, el único que nos puede dar una clara idea de Dios. “El que me ha visto a
mí, ha visto al Padre” (14:9).
1) La convicción de pecado

“Convencerá al mundo... de pecado, por cuanto no creen en mí.”


(Juan 16:8-9)
La noción de pecado es discutida en la actualidad. Por cierto que se reconoce que los
homicidios, las mentiras, las injusticias, las violencias de toda clase son manifestaciones del
mal, e incluso si se les da otros nombres el mundo los condena, al menos cuando se los ve en
los demás. Pero el Espíritu de Dios llama la atención aquí sobre un pecado más terrible que
todas las abominaciones cometidas por los hombres, el pecado que casi nadie quiere reconocer:
el de no creer en Cristo.
Jesucristo es el don de Dios para expiación de los pecados, literalmente, la «borradura» de los
pecados. El único pecado que Cristo no pudo expiar es el de rehusar el don de Dios. Este
pecado mortal es la incredulidad. Es el rechazo del amor de su Creador. A todos los que
pretendan justificarse ante su Creador diciendo: «Pero yo no he pedido ser creado. He nacido
pecador. ¿Por qué me has hecho así?». A éstos les responderá solamente: «¿Qué has hecho
de mi Hijo?». Ésta será la única réplica que cerrará la boca de todos los que no hayan querido
creer.

2) La convicción de justicia

“Convencerá al mundo... de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más.”


(Juan 16:8, 10)
La resurrección de Jesús es la firma de Dios acerca del valor expiatorio de su muerte, la prueba
irrefutable de que tanto el que esto escribe como el que lo lee pueden decir: «Mi pecado fue
pagado, borrado». Romanos 4:24-25 dice: “Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por
nuestras transgresiones, y resucitado por nuestra justificación”.
Ésta es la demostración que quiere darme el Espíritu de Dios, el milagro por el cual Dios no
tiene más en cuenta la iniquidad de aquel que cree en Jesús y su obra. Y, antes de su muerte,
Jesús pudo proclamar: “Consumado es” (Juan 19:30).
Es un Cristo viviente el que encuentro por el testimonio de las Escrituras. Es la demostración
del capítulo 15 de la primera epístola a los Corintios. Es también la palabra de Aquel que se
aparece a Juan en Patmos y que puede decirle: “Yo soy... el que vivo, y estuve muerto; mas he
aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:17-18).
Para ello esta convicción se imprime en el alma de aquel que, convencido por el Espíritu de
Dios, sabe que Jesús resucitó y está sentado a la diestra de Dios, el Padre, en el cielo. Un
hombre en la presencia de Dios, como testigo y garante de que soy perdonado, justificado,
vivificado y que puedo volverme hacia Dios con esperanza, confianza y paz.

3) La convicción de juicio

“Convencerá al mundo... de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.”
(Juan 16:8, 11)
El día en que Satanás puso al Hijo del hombre en la cruz, selló inexorable y eternamente su
propia condenación. Y todos los que le sigan en ese camino de rebelión e incredulidad
compartirán su destino.
La crucifixión del príncipe de la vida ha acarreado el juicio, no solamente del diablo, sino también
del mundo.
Sólo el Espíritu de Dios puede revelar a una alma el horror de este crimen y su culpabilidad a
los ojos de Dios, como miembro de la raza humana. Solamente Él puede mostrarle lo urgente
que es apartarse de ese sistema satánico. Mientras permanezca identificado con el mundo,
permanecerá bajo el imperio de aquel que crucificó a Jesús. Asociarse con él, pues, es compartir
inevitablemente la suerte que le está reservada. Esta última convicción urge la decisión.
Llega el momento en que estas tres convicciones se imponen al alma. Es necesario cambiar de
dirección, dar media vuelta, puesto que el Espíritu de Dios nos ha iluminado. Se impone una
elección inmediata.

 Convicción de pecado: Conozco lo que soy, un pecador, ya que moralmente formo parte de
esta humanidad que crucificó a Jesús, corroborando así mi pecado y, por tanto, mi condición de
pecador. Veo levantada la cruz en la que Jesús fue crucificado. Esta revelación conmueve mi
conciencia.
 Convicción de justicia: Conozco lo que Dios es y lo que él ha hecho. Conozco el don de su
Hijo, la muerte de Jesús y su resurrección, la que es la prueba de su justicia y, por lo tanto, de
la mía, puesto que Dios es justo al justificar a aquel que cree en Jesucristo.
 Convicción de juicio: Tomo conciencia de mi destino, ligado a Satanás, quien es juzgado y a
quien estoy unido, compartiendo su terrible porvenir.

Esta triple obra de convicción me lleva a tomar y recibir por la fe la mano que me tiende Dios,
quien quiere sacarme del pozo de destrucción en el que me encuentro, para lo cual el Espíritu
dirige mi mirada hacia Jesús. Le veo, le discierno, elijo tomar la mano que me tiende mi Creador
y voy hacia mi Padre celestial. “Y ésta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo
lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:39).
La conversión es la consecuencia de esta convicción interior producida por el Espíritu. Esta
conversión es dar marcha atrás en el camino del pecado, es dar la media vuelta hacia Jesús,
media vuelta para no seguir a aquel que conduce las almas al infierno, y así escapar del juicio.
La convicción desemboca en la fe. Es la salvación del alma la que sigue a la convicción
producida por el Espíritu de Dios.
Usted que lee estas líneas, hoy mismo puede dejarse convencer acerca de la necesidad de
venir a Jesús para ser salvo.

El propósito de este sitio de Internet es proporcionar manuscritos de sermones gratuitos y videos


de sermones a pastores y misioneros en todo el mundo, especialmente en el Tercer Mundo, donde
hay pocos, si es que hay, seminarios teológicos o escuelas Bíblicas.

Estos manuscritos de sermones y videos ahora van a casi 1,500,000 computadoras en más de 221
países todos los meses en www.sermonsfortheworld.com. Otros cientos miran los videos en
YouTube, pero rápidamente dejan YouTube y vienen a nuestro sitio de Internet. Los manuscritos de
sermones se dan en 42 idiomas a casi 120,000 computadoras cada mes. Los manuscritos de
sermones no tienen derecho de autor, así que los predicadores pueden usarlos sin nuestro
permiso. Por favor, oprime aquí para aprender cómo puedes hacer una donación mensual para
ayudarnos en esta gran obra de predicar el Evangelio a todo el mundo.

Cuando le escribas a Dr. Hymers, siempre dile en qué país vives o él no te podrá contestar. El correo
electrónico de Dr. Hymers es rlhymersjr@sbcglobal.net.
LA CONVICCIÓN Y LA CONVERSIÓN AHORA -
O LA CONCIENCIA ATORMENTADA PARA SIEMPRE

por Dr. Robert Hymers


Un sermón predicado en la noche del Día del Señor, 15 de Enero de 2006
en el Tabernáculo Bautista de Los Angeles

“Mi pecado está siempre delante de mi” (Salmo 51:3).

Cuando David estuvo en un estado convicto, su pecado estaba siempre


delante de él. Aun había una manera de que sus pecados fuesen perdonados
porque todavía estaba vivo en este mundo. Todavía le era posible ser
perdonado. Nota que en este Salmo David confesó dos aspectos de su pecado.

1. Primero, él estaba convicto del pecado que había cometido. Él dijo en el


verso 4: “Contra tí, contra tí solo he pecado, Y he hecho lo malo delante
de tus ojos” (Salmo 51:4). Él demostró que sentía culpa por los pecados
que había cometido.
2. Segundo, en el verso 5 él llegó hasta la raíz del asunto: “He aquí, en
maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmo
51:5). En la segunda parte de su confesión demuestra que sentía la
culpa de su pecado heredado, el cual le había pasado Adán, su primer
padre. Él se sintió impío e inmundo por el pecado inherente con el que
había nacido.

Los predicadores del Primer Gran Despertamiento, George Whitefield


en particular, apuntaba a los pecadores en su predicación hasta que ellos se
hacían responsables y admitían su pecados. Pero Whitefield, el evangelista
más grande de aquel tiempo, fue más allá. Él punzaba sus conciencias respecto
a la naturaleza pecaminosa heredada, el estado natural de pecado en el que
nacieron, y en el cual habían vivido toda su vida. Whitefield dijo a menudo que
el hombre que no siente terror por su naturaleza pecaminosa heredada no
puede tener una verdadera conversión en Cristo. Él puso tanto énfasis en ese
punto de tal modo que mucha de la gente en sus servicios venía bajo la
convicción profunda de que era culpable en Adán, que eran corruptos y
desafiantes hacia Dios. Eran tan corruptos y desafiantes por naturaleza, por
nacimiento, que si no cometían un solo pecado físico, aun eran condenados al
Infierno, porque sus naturalezas mismas eran pecaminosas.
¿Has sentido tú alguna vez algo de eso? ¿Has sentido alguna vez que tu
mismo ser interno está arruinado, rebelde y pecaminoso ante los ojos que Dios
que lo ven todo? ¿Hassentido alguna vez que fuiste formado en iniquidad, y
que naciste en pecado?
El resultado de la convicción del Espíritu Santo debe avergonzarte
profundamente y hacerte culpable de los pecados que has cometido. Además,
la obra de convencer del Espíritu Santo debe hacerte consiente de que por
naturaleza eres pecador, de nacimiento, que tienes una reacción pecaminosa
inherente a través de la vida hacia Dios, haciendo imposible complacerlo en la
carne, porque eres un pecador por la naturaleza heredada:
“Por cuanto la mente carnal [inconversa] es enemistad contra Dios;
porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (Romanos 8:7).

Cuando una persona se ve a sí misma de este modo, esclavizada por el


pecado innato, privada de bondad natural por su propio ser maldecido por el
pecado, él clamará a Dios:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).

Los pecados personales que ha cometido también lo cargarán con una terrible
carga de culpa por sus pecados, y será cargado y aplastado por su innata
naturaleza pecaminosa inherente, que lo han doblegado y arruinado de modo
que no se puede escapar del pecado dentro de su propio corazón y mente.
Entonces él dirá:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).

La primera obra del Espíritu Santo es reprobar y convencerte así.


Respecto a la obra del Espíritu Santo, Jesús dijo:
“Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado” (Juan 16:8).
Es absolutamente cierto que esta obra del Espíritu tiene que ocurrir dentro de
ti para que seas convertido. Tienes que ser reprobado interiormente,
convencido por Dios de que eres un pecador por naturaleza así como también
por tus acciones. Bajo esta obra del Espíritu Santo empezarás a sentir lo que
David sintió cuando dijo:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).

Si tú deseas ser verdaderamente convertido, tienes que permanecer en ese


pensamiento, más o menos, hasta que halles alivio en Cristo Jesús. Tienes que
cuidarte de no apagar al Espíritu (I Tesalonicenses 5:19). “Apaguéis” en este
verso se refiere a apagar una llama. Si el Espíritu Santo enciende la llama de
convicción en tu corazón, debes tener mucho cuidado de no apagarla.
“No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías”
(I Tesalonicenses 5:19-20).

No apagues el fuego de la convicción. No desprecies las profecías, las cosas que


escuchas desde el púlpito.
Tú sí puedes apagar al Espíritu al excusarte por tu pecado. Tú puedes
culpar a alguien más. Te puedes comparar a alguien más, y pensar “yo no soy
peor que él”. Eso apaga la llama, y apaga el fuego de la convicción en tu
corazón. Tú puedes descuidarte de aplicar los sermones a ti mismo, y pensar:
“Está bien que ellos escuchen, pero yo no necesito prestar atención”. Esto
también apaga el fuego de la convicción y te lleva más lejos de la verdadera
salvación en Cristo. Tú puedes tener el sentimiento de convicción, pero lo sacas
de tu mente a propósito al pensar sobre algo más placentero cuando acaba el
servicio. Así, cuando llega el siguiente sermón no has ganado nada. Los
sentimientos de culpa que tuviste en el último sermón han sido apagados, y se
ha apagado el fuego en tu corazón.
“Y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no
crean y se salven” (Lucas 8:12).

Tú debes tener mucho cuidado o esto te sucederá. El Diablo está siempre listo
para quitar de tu corazón las palabras de convicción del ultimo sermón. Si cada
sermón se toma como unidad separada, será más fácil para Satanás “quitar la
palabra” de tu corazón. Cada sermón debe convencerte más y más de que eres
depravado, un hijo Adán, de que estás “bajo pecado” (Romanos 3:9), y de que
en verdad has cometido muchos pecados ante los ojos y el conocimiento de
Dios. Cada sermón debe llevarte más y más profundamente a estar consiente
de tu pecado, hasta que puedas decir con David:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).

Cada conversión es diferente porque cada ser humano tiene una distinta
personalidad. No todos somos exactamente iguales. Algunos, como mi esposa,
pueden ser convertidos rápidamente después de un corto período de
convicción, quizá solo unos cuantos minutos. Otros, como el Dr. Cagan, nuestro
diácono, siguen en un estado convicto por mucho tiempo. John Bunyan,
nuestro gran padre Bautista, pasó 18 meses bajo un estado pesado de
convicción, casi enloquecedor, hasta que halló alivio en Jesús.
También el grado de convicción puede variar. Algunos, como una
persona que yo conozco, pasan un largo período de lo que hoy llaman
“depresión”. Por supuesto que no era realmente “depresión”. En realidad era
la convicción del Espíritu Santo de Dios. Esta persona no podía salir de ese
estado convicto hasta que se volvió a Cristo para justificación y limpieza.
¿Quién puede poner en duda que Nicodemo atravesó por esa batalla
interna por varios meses? Él vino de noche a hablar con Cristo, probablemente
por miedo de que otros lo vieran ir. Él admitió que Cristo era un gran “maestro
que viene de Dios” (Juan 3:2). Pero Jesús señaló:
“Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7).

No hay ninguna evidencia de que fue convertido esa noche. Pero es obvio que
las palabras que Cristo le habló le mordían el corazón. Según las cuentas de
Ussher, en el margen central de arriba de cada página en la Biblia de Estudio
de Scofield, Nicodemo todavía batallaba con la cuestión de su salvación
aproximadamente dos años después. En 30 D.C. Cristo le dijo: “Os es necesario
nacer de nuevo”. Pero él se fue pensando sobre ello. Dos años después en 32
D.C. él defendió abiertamente a Cristo por primera vez. Él le habló a los fariseos
esa vez.
“Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos:
¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que
ha hecho?” (Juan 7:50-51).

Los fariseos lo criticaron insinuando que era seguidor de Jesús. Pero Nicodemo
guardaba silencio cuando le dijeron eso. Él todavía no había tomado una
posición abierta por Cristo. Todavía estaba perdido, batallando con la
convicción y los pensamientos sobre Cristo. Esto se hace obvio al leer Juan 3 y
Juan 7:40-53. Luego vemos a Nicodemo un año después (33 D.C.) llevando
mirra y ungüentos para la sepultura del cuerpo muerto de Jesús (Juan 19:39).
Es obvio que todavía no estaba salvo porque esta acción demuestra que no
tenía fe en la promesa de Cristo, que Él resucitaría de los muertos. Pero
muestra que le tenía un gran cariño a Cristo, y que había estado pensando en
Cristo y en su necesidad de salvación por como tres años. Esta acción también
implica que él finalmente fue convertido corto tiempo después. La primera
tradición Cristiana pone a Nicodemo con los primeros Cristianos, y creo que es
correcto, y que se implica en la Escritura, si no el Apóstol Juan no hubiera
registrado sus acciones en buena luz en la tumba de Cristo.
¿Hay alguien aquí esta noche que ha batallado de un lado al otro
respecto a la salvación por largo tiempo? ¿Has sido convencido de tu necesidad
de la conversión? ¿Has resistido la obra completa del Espíritu de Dios para
despertarte a tu pecado? ¿Dejarás que el Espíritu de Dios te arrastre esta
noche y te lleve cara a cara con la terrible verdad de que no estás salvo, de que
has resistido a Jesús, de que eres un pecador con una profunda necesidad del
Salvador? ¿Se puede decir:
“Mi pecado está siempre delante de mí” de ti esta noche?
(Salmo 51:3).

O, quizá hay alguien aquí esta noche que será convertido en un período
mucho más corto de lo que fue Nicodemo. El carcelero Filipense solamente
oyó unos cuantos himnos y oraciones de Pablo y Silas, encadenados en la
prisión. Pero esos poco himnos y oraciones le dieron tal convicción por dentro
que cuando llegó el terremoto, él corrió a dentro de la prisión,
“Él entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró
a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo
hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29-30).

Aunque en el caso del carcelero la convicción duró solo unos cuantos minutos,
fue profunda e intensa. En esos pocos minutos sin duda él pudo haber dicho
palabras como las de David:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).

Ya sea que la convicción que tienes dure corto o largo tiempo, ya sea
profunda o una breve punzada al corazón, como la sintieron los hombres en
Pentecostés (Hechos 2:37), es vitalmente necesario que seas profundamente
convencido de pecado o no verás el valor de la muerte de Jesús para pagar por
tus pecados en la Cruz, y no verás el valor de Su Sangre para limpiarte del
pecado. El Evangelio de Cristo te parecerá como palabras vacías hasta que
sientas como David sintió:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).

Y ahora, un pensamiento final. Si no eres traído bajo un sentido de


convicción en esta vida, seguramente lo serás en la próxima. Te aseguro que
en el Infierno dirás:
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).

En el Infierno serás sobre vencido por un sentido de culpa a través de la


eternidad. Por los siglos tus pensamientos serán:
“Mi pecado está siempre delante de mí,”
“Mi pecado está siempre delante de mí.”
“Mi pecado está siempre delante de mi.”

Pero esta convicción será puramente legal y no te llevará a la salvación.


Porque el perdón a través del sacrificio y la Sangre de Cristo ya no estará
disponible para ti en el Infierno
“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después
de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Seguirás para siempre bajo la culpa infinita, convencido de tu pecado - pero


eternamente incapaz de tener esos pecados perdonados y limpiados por Cristo
Jesús. Porque entonces ya estarás tan reprobado como Satanás y sus ángeles.
El hombre rico en Lucas 16 no pidió perdón ni ser limpiado ni siquiera
una vez. Lo más que pidió fue una gota de agua para
“refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama” (Lucas
16:24).

Él no pidió perdón en Cristo, porque él sabía que había esperado demasiado y


que la salvación ya no estaba disponible para él.
Si esta noche sientes,
“Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3).
has de venir a Cristo ahora el asunto más importante de tu vida, y ser lavado,
limpio de tus pecados por Su Sangre preciosa. No esperes. Esfuerzate a entrar
al reino. La Biblia dice:
“He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”
(II Corintios 6:2).

Ahora es el tiempo aceptable para que los pecadores de conciencia herida


vengan a Jesucristo para el perdón y la limpieza del pecado. Tú tienes que
experimentar la convicción y la conversión ahora, o tendrás una conciencia
atormentada para siempre.

Potrebbero piacerti anche