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¿Cómo sería confiar en un cirujano que no conoce bien las herramientas

que usa para las cirugías? ¿Cómo sería permitir que un mecánico que no
sabe nada acerca de la electrónica se meta a la computadora de tu carro
para arreglarla? En los dos casos, no sería buena idea. De igual forma, los
cristianos, especialmente los que enseñan y predican la Palabra de Dios,
deben querer entender la Biblia lo mejor posible. Una buena forma de
crecer en este conocimiento es estudiar los idiomas bíblicos.

Si el servidor de Dios aspira realmente a usar correctamente la Palabra de


Dios (2 Ti 2:15), debe tener un interés en los idiomas en los cuales se
escribió. Estos idiomas son el hebreo, el arameo y el griego. Por lo menos,
todo intérprete del siglo XXI puede tener criterio para evaluar lo que los
estudiosos dicen acerca de los idiomas. Debe también saber usar las
herramientas disponibles para acercarse más al texto bíblico. No todos
podrán estudiar los idiomas bíblicos formalmente, pero muchos pueden
aprovechar la disponibilidad de cursos en internet o buenos libros para
empezar el viaje hacia una mayor comprensión de estos idiomas.

Beneficios de estudiar los idiomas originales


Todavía recuerdo mi primer curso de griego bíblico. Yo tenía la idea de que
estudiar griego iba a aclarar todas mis dudas teológicas, pero el profesor
nos dijo (en tono de broma): “Les tengo una palabra de ánimo de Bernabé.
Estudiar griego les va a abrir más opciones de interpretación en vez de
limitarlas”. Ciertamente. Estudiar los idiomas bíblicos nos ayuda a entender
que en algunos casos no hemos entendido el lenguaje de nuestra
traducción correctamente o que existe una interpretación que no se ve
claramente en nuestra lengua materna.

Estudiar los idiomas originales nos acerca al mundo de los receptores


originales. Para mí, un beneficio hermoso de estudiar el hebreo ha sido
aprender a apreciar más la cultura del Antiguo Testamento. Antes de
estudiar el hebreo, sentía la tierra del AT como más lejana que la percibo
hoy día. Realmente me interesé más en la cultura judía y en las costumbres
de ellos.

Estudiar los idiomas bíblicos también nos enseña lecciones acerca de la


humildad. ¿Has pensado que sabes mucha Biblia? Quizás a todos nos pasa
en algún momento. Te cuento que estudiar el hebreo o el griego te quita
mucho orgullo. Tener que repasar las mismas palabras vez tras vez o
luchar con las conjugaciones de los verbos (¡hebreo!) o estar al punto de
tirar el libro de texto por la ventana … son experiencias únicas que Dios
puede usar en tu vida espiritual para hacerte más humilde.

Estudiar los idiomas bíblicos te ayuda a evitar algunos errores de


interpretación. Por ejemplo, ¿has escuchado que la forma verbal (el
aoristo) de la frase presentéis vuestros cuerpos en Romanos 12:1 significa
que es un acto que se hace una vez para siempre? Recuerdo estas palabras
en más de un campamento para jóvenes: “Tienes que dedicar tu vida al
Señor de una vez para siempre como dice Romanos 12. No puedes avanzar
espiritualmente hasta consagrarte al Señor”. Con razón los gramáticos le
dicen el aoristo abusado.

[Advertencia al lector: ¡gramática!] El aoristo utiliza el aspecto perfectivo


en griego, es decir que el autor lo usa para plasmar su percepción de una
acción como un proceso completo sin especificar los detalles interiores de
dicho proceso. El aoristo es como una foto, no un video. Capta lo que pasa,
pero no nos explica cómo es el proceso. En el caso de Romanos 12:1, el
mismo contexto (v. 2) nos dice que la responsabilidad de presentar nuestro
cuerpo requiere trabajo constante en nuestros pensamientos y que es una
tarea de por vida, no de una vez para siempre.

Tal vez el beneficio de estudiar los idiomas bíblicos más grande es el de


acercarnos más al texto de la Palabra de Dios. Después de estudiarlos, uno
puede tener contacto directo con las mismísimas palabras inspiradas de
Dios. Podemos captar algunos juegos de palabras o estructuras poéticas
que nunca veríamos en una traducción. Apreciamos más el arte literario de
los autores de la Biblia y la unidad teológica de la Palabra inspirada de
Dios. Es hermoso abrir un texto griego, oler las hojas y empezar a leer
directamente lo que el autor escribió sin la barrera de una traducción.

Estos beneficios son simplemente una lista corta de muchos que podría
mencionar, pero necesitamos ver algunos peligros también.

Peligros de usar los idiomas bíblicos en vez de


aprenderlos
Desde mi punto de vista, existe una gran diferencia entre usar los idiomas
bíblicos y aprenderlos. Como se suele decir en inglés con respecto a este
punto, “un poco de griego es muy peligroso” (y lo mismo con el hebreo y el
arameo).

¿Qué queremos decir con tal afirmación? Nos recuerda que saber un poco
puede ser peor que no saber nada. Te doy un ejemplo. Un pastor se
aprende el alfabeto griego y empieza a meter palabras de griego en su
predicación. No tiene un conocimiento amplio acerca de lo que dice, pero
ahora suena erudito. Este mismo pastor predica acerca del amor y enfatiza
con autoridad, «La palabra ἀγάπη [agape] y el verbo de la misma raíz se
refieren al amor de Dios. El amor agape es un amor puro y santo.» Suena
bien, y seguramente todos lo hemos escuchado si llevamos tiempo en el
evangelio, pero el problema es que esta afirmación no reconoce la
distinción entre una palabra y un concepto. “El amor de Dios” es un
concepto, pero agape es una palabra. Si entendemos esta distinción, no
nos debe sorprender lo que dice 2 Ti 4:10: “porque Demas me ha
desamparado, amando este mundo”. El participio “amando” viene del verbo
relacionado con agape y obviamente no era un amor puro y santo. Saber
un poco puede llevarnos a afirmar cosas que no son ciertas.
Otro peligro es usar un lexicón (diccionario) de los idiomas originales sin
saberlo manejar. Cuando empezamos a realmente estudiar un idioma
bíblico, aprendemos a usar las herramientas de una forma natural. De lo
contrario, podemos fácilmente tergiversar su contenido. [Resisto el deseo
de nombrar algunas sectas que maltratan a los pobres lexicones.]

Si no sé una palabra que escucho en español, ¿qué hago? Voy a un buen


diccionario y leo los significados posibles de la palabra. Pienso en el
contexto y busco el significado que aplique correctamente. Hacemos esto
en español de una forma muy natural, pero cuando abrimos un lexicón de
griego o hebreo, podemos equivocarnos si no usamos la misma técnica.

Por ejemplo, un pastor estudia Juan 10:16: “También tengo otras ovejas
que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y
habrá un rebaño, y un pastor”. Como no entiende bien cómo usar el
lexicón, decide buscar el «significado real» de la palabra “traer” en el
Diccionario Griego-Español [un buen lexicón que lamentablemente no se ha
terminado todavía: http://dge.cchs.csic.es/xdge/). El predicador encuentra
un montón de significados y exclama para sí, “¡Esto va a predicar bien!” De
todas las acepciones en el artículo, saca las más interesantes para
compartir en su prédica. Tal vez el resultado sea algo así: “Hermanos,
cuando vemos la palabra «traer» debemos entender que esta misma
palabra significa traer a casa o desposar. Imagínense, Cristo aquí hace una
referencia a la Iglesia como su novia. No solamente habla de ovejas, ¡sino
de una tremenda boda!”. El problema con esta intervención es que el
pastor no escogió el significado que encaja en el contexto, cuya traducción
correcta es “traer”. Encontró algo en el texto que no estaba.

¿Cuál sería el peligro más grande? Desde mi perspectiva es el peligro que


comenta Pablo: “El conocimiento envanece” (1 Co 8:1). Aprender los
idiomas bíblicos es maravilloso, pero también puede llevar a la vanagloria.
Si el Señor nos permite estudiar los idiomas originales, que también nos
mantenga humildes. Que los estudios nuestros sean como la parte vasta
del iceberg que está debajo del agua, para que el enfoque público nuestro
sea Jesucristo y éste crucificado. Si el estudio de los idiomas no nos lleva a
glorificar más a Dios y a menguar nosotros, hay un problema serio que
debemos rectificar.

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