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LA MALINCHE

Introducción

Su nombre es sinónimo de traición y de toda una manera de pensar en México.

Ser un "malinchista" suele encender los ánimos en una discusión entre los
mexicanos que a lo largo de cinco siglos han aprendido que eso es ser traidor a la
patria.

La Real Academia Española lo define como tener "apego a lo extranjero con


menosprecio a lo propio".

Pero el Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua va


más allá y lo define como un "complejo": "Que tiene complejo de apego a lo
extranjero".

Y es que el malinchismo es algo que ha estado fijado en la mente de los mexicanos


desde la llegada de los conquistadores españoles en 1519, hace ya500 años.

La idea del malinchismo tiene como figura originaria a una mujer conocida como "la
Malinche", quien pasó de ser heredera de un padre poderoso a esclava y al final
traductora, consejera y amante del conquistador Hernán Cortés. Sin embargo,
durante generaciones ha sido reducida a una traidora no solo en el imaginario
colectivo, sino también en la narración de la historia predominante.

"La Malinche es considerada como la que tiene la culpa de todas las desgracias
nacionales y de todas las batallas perdidas en la historia de México"

Y es que la reducción de la vida de la Malinche a un papel traidor para los pueblos


originarios de México resulta cada vez más insostenible a la luz de las
investigaciones históricas modernas.

La historia de la conquista de México no habría sido la misma sin la traductora


de Hernán Cortés, la única mujer con un papel central en la misma. Tan importante
que Francisco Cervantes de Salazar, cronista del siglo XVI, aseguraba que merecía
una “notable mención”. Lo que tenemos, por desgracia, son datos escasos,
confusos y a menudo contradictorios. El misterio la envuelve desde el principio.

Desarrollo

La Malinche era la hija de una familia poderosa. Así lo daría a entender el sufijo “-
zin” utilizado tras el nombre que se le atribuye, Malintzin. Esta terminación,
en lengua náhuatl, representaba un tratamiento de respeto equivalente al “don”
castellano. Pero las versiones sobre su origen se multiplican con detalles
contradictorios. ¿Era hija de “ricos padres”? Una versión habla de caciques que
gobernaban sobre vasallos. Pero, si fue así, no está claro en qué lugar. Bernal Díaz
del Castillo sitúa a la familia en Painala. Francisco López de Gómara, en cambio,
en Viluta.

Malinalli había nacido hacia el año 1500, posiblemente cerca de Coatzacoalcos,


antigua capital olmeca situada entonces al sureste del Imperio azteca, en la región
de la actual Veracruz. Pertenecía a una familia noble –su padre era el gobernante
de la ciudad de Painala– y en su infancia parecía tener por delante un futuro
prometedor. Pero todo se truncó cuando murió su padre y su madre se volvió a
casar con un señor local. La pareja tuvo un vástago, al que hicieron heredero de
todas sus posesiones, al tiempo que decidían deshacerse de la pequeña Malinalli.

Aprovechando que una niña de la misma edad había muerto en el pueblo, la hicieron
pasar por su hija y, amparados en la oscuridad de la noche, entregaron a Malinalli
a unos mercaderes. Éstos la vendieron como esclava en el mercado de Xicalanco
a otros comerciantes mayas, quienes, a su vez, terminaron por venderla al señor de
Potonchán. Fue éste quien finalmente la entregaría a Hernán Cortés, en marzo de
1519, con otras diecinueve doncellas.

Hernán Cortés había emprendido su campaña por la conquista de México cuando


se enfrenó al pueblo maya de Tabasco en la batalla de Cintla en la que resultaron
victoriosos los europeos.

El cacique del lugar, para "apaciguar" al español, le hizo varios regalos como una
veintena de esclavas entre las que estaba Malintzin.
La entrega de estas jóvenes hay que entenderla dentro de las costumbres de los
aztecas. Éstos solían viajar acompañados por mujeres que les cocinaran, y al ver
que los españoles carecían de ellas decidieron ofrecerles algunas jóvenes
destinadas también al servicio doméstico, aunque era fácil que se convirtieran
asimismo en concubinas.

Antes de aceptarlas, Cortés ordenó que fueran bautizadas, menos por razones
religiosas que para cumplir la ley castellana que permitía mantener relaciones de
concubinato únicamente entre personas cristianas y solteras.

Al día siguiente, frente a un improvisado altar, presidido por una imagen de la Virgen
y una cruz, un fraile "puso por nombre doña Marina a aquella india y señora que allí
nos dieron".

Oficiado el sacramento, Cortés repartió a las "primeras cristianas" entre sus


capitanes. A doña Marina la entregó a un pariente lejano suyo, Alonso Hernández
Portocarrero primo del conde de Medellín. Sin embargo, su nuevo dueño no tardó
en partir hacia España. ¿Se deshizo de él Cortés porque deseaba a la hermosa
indígena? Uno de los biógrafos del conquistador, Richard Lee Marks, señala que ni
siquiera sus enemigos afirmaron tal cosa.

El asunto se explica de una manera sencilla: Cortés debía enviar un emisario a la


corte de Carlos V, y escogió al que por linaje mejor podía representarle.Y más allá
de eso, pronto Cortés la hizo su propia amante cuando ella tenía 15 años. De
una condición noble a la de esclava, abandonada y negada por su padres, pasa a
muy temprana edad a manos de desconocidos, violada por los invasores
castellanos en la pubertad.

Desde Potonchán, Cortés se embarcó hacia San Juan de Ulúa, adonde llegó tras
cinco días de navegación. Era un Viernes Santo, y mientras organizaban el
campamento llegaron los embajadores de Moctezuma para averiguar qué querían
aquellos viajeros. En la conquista de México, la habilidad idiomática de la Malinche
se revelará decisiva. Para los españoles, confrontados a gentes desconocidas que
hablaban lenguas que ellos ignoraban, el problema de la comunicación se convirtió
en uno de los más arduos. No existía certeza de que la población indígena
comprendiera un mensaje con exactitud. Las cosas se complicaban, porque los
indios no hablaban uno, sino múltiples idiomas. El México prehispánico, no
obstante, contaba con una lengua franca que equivalía al latín de la vieja Europa, el
náhuatl.

Ante una situación sin precedentes, marcada por el desconocimiento mutuo, unos
y otros tuvieron que improvisar. Al principio, el lenguaje gestual sustituía a las
palabras. Pero esta situación no podía prolongarse indefinidamente: había que
encontrar un intérprete. Se dio entonces con una solución precaria, pero que
resolvió muchos problemas.

Cortés llamó a Jerónimo de Aguilar, un español que sabía maya por haber pasado
varios años en el Yucatán, tras salvarse de un naufragio. Pero Aguilar no entendía
el idioma de los mexicanos, el náhuatl. Fue en ese momento cuando se descubrió
que Marina hablaba esa lengua, que era la de sus padres, además del maya, idioma
de sus amos en Potonchán.

Jerónimo de Aguilar, un antiguo prisionero de los indios que conocía esta lengua,
se encargaba de pasar sus palabras al castellano para que Cortés pudiera entender
el mensaje. Existía, sin embargo, un obstáculo: la Malinche conocía el maya chontal,
mientras Aguilar se defendía en el maya de Yucatán.

Entre ambos dialectos existían diferencias apreciables. Por tanto, lo más probable
es que las conversaciones tuvieran que girar alrededor de cuestiones muy básicas.
En ocasiones, la situación se complicaba con la presencia de un tercer intérprete,
como sucedió en Cempoala, donde hubo que traducir del totonaco al náhuatl.

Como resumía un cronista, Marina "sirvió de lengua [intérprete] de esta manera:


Cortés hablaba a Aguilar y Aguilar a la india y la india a los indios". Este sistema de
traducción fue decisivo para el avance conquistador de Cortés, no sólo porque le
permitió comunicarse con los indígenas, sino también porque así conoció la
situación interna de cada grupo y pudo ganarse su lealtad frente al enemigo común,
Moctezuma.
A partir de entonces la situación de Marina cambió radicalmente. En San Juan de
Ulúa, al enterarse de los conocimientos de la cautiva, Cortés "le dijo que fuese
fiel intérprete, que él le haría grandes mercedes y la casaría y le daría libertad".
El conquistador no se quedó ahí. No sabemos si Marina, a sus 19 años, era tan
"hermosa como una diosa", como afirmó más tarde un cronista, ya que los retratos
de la época son simples esbozos.

En todo caso, Cortés no tardó en hacerla su amante ("se echó carnalmente con
Marina", dice una crónica). Quizá para facilitar las cosas, Cortés dispuso que
Portocarrero, a quien había entregado a Marina, volviera a España para llevar una
carta al rey.

¿Se limitó la Malinche a ser una simple traductora y amante? Aunque no hubiera
hecho otra cosa, esa función la colocaba en un lugar privilegiado. De ella dependía
el éxito de una operación, es decir, a menudo la diferencia entre la vida y la muerte.

En la crónica de Cervantes de Salazar aparece un episodio que revela su


importancia decisiva: en un momento en el que Cortés no sabe qué camino tomar,
echa mano de la “lengua”, es decir, de la intérprete, para interrogar a unos indios a
los que toma como guías. Sin una persona que tradujera lo que decían esos indios,
el español no habría tenido más remedio que continuar la marcha a ciegas.

La condición de intérprete hizo posible que Marina disfrutara de un ascenso


social vertiginoso. Pasó de ser esclava a colaboradora esencial de los españoles.
Ahora se la trataba con respeto y disfrutaba de obsequios valiosos, desde hermosos
collares hasta el espejo que le permitió contemplar por primera vez su rostro. Cortés
la mimaba no solo porque necesitara sus insustituibles conocimientos idiomáticos;
también porque tenía en ella una consejera que conocía bien la realidad local. En
un principio, el conquistador extremeño no distinguía entre unos indios y otros, pero
enseguida le llamaron la atención ciertos detalles. Observó, por ejemplo, que los
totonacas no hablaban con los mexicas. Sorprendido, pidió enseguida a la Malinche
que le explicase con detalle las diferencias en lengua y costumbres.
En otras ocasiones, ella le proporciona datos preciosos como el número de
hombres del enemigo o el funcionamiento de su estructura política. En Tlaxcala, le
cuenta que la región se divide en cuatro señoríos diferentes, que no se ponen de
acuerdo sobre si hacer la guerra a los españoles o buscar un acuerdo.

La colaboración entre Hernán Cortés y doña Marina fue muy estrecha, hasta el
punto de que los indígenas llamaron Malinche al propio Cortés: "como doña Marina
estaba siempre en su compañía –dice Díaz del Castillo–, por esta causa llamaban
a Cortés el capitán de Marina, y por más breve lo llamaron Malinche".

El papel de la amante de Cortés como intérprete fue a menudo decisivo. En


Cholula salvó a los españoles de una muerte segura al revelarles un complot de los
indios, que una mujer del lugar le había confesado. En Tenochtitlán hizo posibles
las conversaciones entre Moctezuma y Cortés, en las que Marina debía traducir los
complicados discursos del español sobre los fundamentos del cristianismo y el
vasallaje que los indios debían a Carlos V.

Disponer de la Malinche equivale a contar con una asesora intercultural dotada de


un formidable talento diplomático. El que utilizó, por ejemplo, con los tlaxcaltecas
al exponerles que los españoles llegaban a sus tierras con intenciones amistosas.
Cuando ambas partes acordaron una alianza, los indios, en un gesto de buena
voluntad, ofrecieron a los españoles como regalo trescientas esclavas. Los hombres
de Cortés estuvieron a punto de rechazarlas, pero la intérprete les convenció de que
algo así habría constituido una seria ofensa a sus anfitriones.

Más tarde, entre los aztecas, Marina volverá a ser primordial. Y no solo por ayudar
a reunir informaciones sobre las defensas de la capital del Imperio, Tenochtitlán.
Cuando Cortés hizo prender a Moctezuma, la indígena intervino para convencer al
emperador de que se marchara sin oponer resistencia a los españoles. Le dijo que
aquellos extranjeros iban a prodigarle grandes honores, pero que, si no seguía la
advertencia, su propia vida peligraría

Al encontrarse entre dos mundos, su aportación también resultó vital para las tareas
de evangelización, por lo que se ha hablado de ella como la primera catequista de
México. Antes, sin embargo, alguien tuvo que catequizarla a ella. De eso se
ocupó fray Bartolomé Olmedo, quien puso especial empeño en la tarea. Marina
debía conocer perfectamente las verdades religiosas para transmitirlas sin errores,
es decir, sin herejías. No se trataba de una cuestión menor: la salvación de las
almas dependía de ello. No obstante, la Malinche debió de ser una catequista
muy sui géneris, ante la inexistencia de palabras que explicasen a los indígenas los
conceptos de la religión católica, no siempre de fácil comprensión. ¿Un dios
crucificado? La sola idea debía de resultarles extravagante.

Traidora de su sangre

El pueblo al que pertenecía la Malinche también era súbdito de los aztecas, cuyos
gobernantes imponían duros tributos por los cuales no generaban simpatías, sino lo
contrario.

Cortés supo de la enemistad de los pueblos indígenas y le sacó ventaja al buscar


aliados locales para enfrentar a los aztecas, entre ellos los totonacas y los
tlaxcaltecas.

A la Malinche se le atribuye haber usado su conocimiento de la lengua, cultura e


idiosincrasia indígena para poner el tablero cargado a favor de los conquistadores.

En particular se le culpa de una de las más grandes masacres de la conquista en


Cholula, de la que las crónicas españolas le atribuyeron el descubrimiento de una
conspiración para matar a Cortés.

Unos 6.000 cholutecas murieron a consecuencias de la venganza de los


conquistadores. Y muchas muertes más hasta la caída del Imperio azteca son
vinculadas a la Malinche, quien "traicionó" a su propia sangre.

Que fuera traidora es un lugar común. Se le transfieren responsabilidades que le


corresponden a otros, y en particular a los mercenarios que masacraron a la
población originaria.
Personaje líder

En otros momentos, el factor determinante no será el don de lenguas de la Malinche,


ni su talento en las relaciones humanas, sino su fuerte personalidad. La que le
impulsa a infundir valor a los suyos en los momentos de mayor peligro. Tanto a los
españoles como a los indios que luchan con ellos contra los aztecas. Así, en
Tlaxcala, cuando parece que van a ser derrotados, un noble de Cempoala, Teuch,
está a punto de derrumbarse. Cree que todos van a morir. Es entonces cuando
Marina, según Cervantes de Salazar, le alienta “con ánimo varonil”. Le pide en ese
momento crítico que tenga fe en la victoria, “que el Dios destos cristianos es muy
poderoso”.

Su coraje, su sangre fría, su astucia... No le faltan cualidades para salir airosa de


las situaciones más comprometidas. En Cholula, una anciana la alerta de una
conspiración para matar a los españoles, supuestamente por orden de Moctezuma.
La mujer, ingenuamente, le ofrece su casa para que se refugie en ella y salve así la
vida. La debió de encontrar atractiva, y pensó que ya tenía esposa para un hijo suyo,
con quien ofreció casarla enseguida. Marina fingió hacerle caso y le puso una
excusa para ganar tiempo: iría a por sus joyas y a por oro, y esa misma noche la
acompañaría. Hizo ver, incluso, que le complacía la propuesta de boda, por tratarse
de una “persona principal”, es decir, de un buen partido. Ya en un clima de
confianza, ambas mujeres se ponen a hablar. Es el momento en que la traductora
de Cortés aprovecha para sonsacar toda la información. ¿En qué consistirá la
trampa? ¿Dónde se ha preparado? Se entera entonces de que la anciana lo sabe
todo de primerísima fuente: su esposo, uno de los implicados, la ha puesto sobre
aviso. Según el relato mil veces repetido, le faltó tiempo para ir a contar a los
españoles lo que había averiguado. De ese modo hizo posible su
contundente respuesta en forma de masacre indiscriminada. La historiografía
nacionalista mexicana utilizaría este episodio para condenarla sin paliativos: ella era
la culpable de tantas muertes. Sin embargo, algunos autores, como Alfredo
Chavero, han puesto en duda la veracidad de la escena con la anciana: resulta
improbable que esta descubriera secretos de semejante importancia a una india que
no conocía, y acompañada además de los enemigos de su pueblo. Por otra parte,
también cabría dudar de que, en aquella época, una mujer estuviese al corriente de
una operación confidencial.

De haber vivido en otro lugar y en otro tiempo, la Malinche tal vez habría sido
una agente de contraespionaje excepcionalmente eficaz. En más de una
ocasión, sus preguntas inquisitivas obligaron a los enviados del enemigo a
delatarse, tras caer en contradicciones. Cuando se exige a Cuauhtémoc, el último
emperador azteca, que revele dónde está el oro que los españoles perdieron
durante su desastrosa retirada en la Noche Triste, ella interviene y saca a relucir
su lado más implacable. En palabras de uno de sus biógrafos, se muestra “dura,
mandona”.

En esos momentos, la Malinche ya ha dado un hijo a Cortés, Martín, nacido en


1522 y bautizado como su abuelo paterno. Se le considera el primer mestizo de
México, pero en un sentido estrictamente biológico, de ninguna manera cultural.
Como nos recuerda la biógrafa Cristina González Hernández, “a muy corta edad el
niño fue separado de la madre y pasó a educarse en el ámbito español”.

Una bula papal lo legitimará siete años después. Su sangre india no impidió que el
conquistador le prodigara todas las atenciones. En cierta ocasión afirmó que no le
quería menos que al hijo del mismo nombre que le dio su segunda esposa,
destinado a heredar su título de marqués y su amplio patrimonio. Se ha especulado
sobre si fue su descendiente preferido... Tal vez. Lo único seguro es que el niño,
paje del futuro Felipe II, creció en un entorno ciertamente privilegiado.

La actitud de Cortés hacia el pequeño Martín se explica porque era su primer varón,
no porque fuera hijo de la intérprete. Si la hubiera amado tanto como quiere la
leyenda, la habría hecho su esposa tras enviudar de Catalina Juárez, pero ni tan
solo se planteó esa posibilidad. Al priorizar su lucha por el poder, elegirá para volver
a casarse a una aristócrata, Juana Ramírez, hija del conde de Aguilar.
Un final que deja mucho que pensar

Después de la conquista, la Malinche se desvanece en la bruma. En 1526, la


encontramos en la expedición de las Hibueras (Honduras), a la que se unió
obligada por su antiguo amante, necesitado, como siempre, de una traductora. En
mitad del viaje, de manera repentina, Cortés la casó con uno de sus lugartenientes,
Juan Jaramillo. Aunque no la amaba, el conquistador sí se había preocupado de
asegurar su bienestar económico. De ahí que le concediera tierras y sirvientes.
Seguramente por esta razón Jaramillo no puso objeciones para abandonar la
soltería. Marina sobrevivió a la desastrosa expedición, pero su salud, después de
tantas penalidades por la selva, debió de quedar resentida. Se explica así su muerte
al cabo de un par de años, de la que ignoramos prácticamente todo. Una teoría, sin
datos que la avalen, pretende que fue Hernán Cortés su asesino. Supuestamente
para evitar su testimonio comprometedor en el juicio en que se cuestionaba su
gestión como gobernante de México.

Conclusiones

En México, tras la independencia, se ha tendido a denigrarla hasta convertirla en


el arquetipo de la traidora. Todo lo contrario que el último emperador, Cuauhtémoc,
elevado a encarnación de la mexicanidad por su resistencia frente a los españoles.
Excepción hecha de Cortés, nos encontramos ante el personaje más odiado de la
conquista. Por eso, el término “malinchismo” designa a todos los que traicionan
a su país. Marina no sería otra cosa que un monstruo, la encarnación de todos los
vicios. No obstante, el biógrafo Juan Miralles considera que esta visión de la
mayoría de sus compatriotas no es exacta. Primero, porque ella no era azteca.
Segundo, porque México todavía no existía como entidad política.

Sea para enaltecerla o detestarla, nadie le ha negado un papel crucial. El


historiador Hugh Thomas escribió que su aportación a la conquista valía “diez
cañones de bronce”, una apreciación que se quedó muy corta, a juicio de Bartolomé
Bennassar, biógrafo de Cortés: “¡Valía mucho más!”, exclama. Y nos recuerda las
palabras entusiastas de un testigo español, Gonzalo Rodríguez de Ocaño:
“Después de Dios, ella había sido la causa de la conquista de la Nueva España”.
Bibliografía

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