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Introducción
Ser un "malinchista" suele encender los ánimos en una discusión entre los
mexicanos que a lo largo de cinco siglos han aprendido que eso es ser traidor a la
patria.
La idea del malinchismo tiene como figura originaria a una mujer conocida como "la
Malinche", quien pasó de ser heredera de un padre poderoso a esclava y al final
traductora, consejera y amante del conquistador Hernán Cortés. Sin embargo,
durante generaciones ha sido reducida a una traidora no solo en el imaginario
colectivo, sino también en la narración de la historia predominante.
"La Malinche es considerada como la que tiene la culpa de todas las desgracias
nacionales y de todas las batallas perdidas en la historia de México"
Desarrollo
La Malinche era la hija de una familia poderosa. Así lo daría a entender el sufijo “-
zin” utilizado tras el nombre que se le atribuye, Malintzin. Esta terminación,
en lengua náhuatl, representaba un tratamiento de respeto equivalente al “don”
castellano. Pero las versiones sobre su origen se multiplican con detalles
contradictorios. ¿Era hija de “ricos padres”? Una versión habla de caciques que
gobernaban sobre vasallos. Pero, si fue así, no está claro en qué lugar. Bernal Díaz
del Castillo sitúa a la familia en Painala. Francisco López de Gómara, en cambio,
en Viluta.
Aprovechando que una niña de la misma edad había muerto en el pueblo, la hicieron
pasar por su hija y, amparados en la oscuridad de la noche, entregaron a Malinalli
a unos mercaderes. Éstos la vendieron como esclava en el mercado de Xicalanco
a otros comerciantes mayas, quienes, a su vez, terminaron por venderla al señor de
Potonchán. Fue éste quien finalmente la entregaría a Hernán Cortés, en marzo de
1519, con otras diecinueve doncellas.
El cacique del lugar, para "apaciguar" al español, le hizo varios regalos como una
veintena de esclavas entre las que estaba Malintzin.
La entrega de estas jóvenes hay que entenderla dentro de las costumbres de los
aztecas. Éstos solían viajar acompañados por mujeres que les cocinaran, y al ver
que los españoles carecían de ellas decidieron ofrecerles algunas jóvenes
destinadas también al servicio doméstico, aunque era fácil que se convirtieran
asimismo en concubinas.
Antes de aceptarlas, Cortés ordenó que fueran bautizadas, menos por razones
religiosas que para cumplir la ley castellana que permitía mantener relaciones de
concubinato únicamente entre personas cristianas y solteras.
Al día siguiente, frente a un improvisado altar, presidido por una imagen de la Virgen
y una cruz, un fraile "puso por nombre doña Marina a aquella india y señora que allí
nos dieron".
Desde Potonchán, Cortés se embarcó hacia San Juan de Ulúa, adonde llegó tras
cinco días de navegación. Era un Viernes Santo, y mientras organizaban el
campamento llegaron los embajadores de Moctezuma para averiguar qué querían
aquellos viajeros. En la conquista de México, la habilidad idiomática de la Malinche
se revelará decisiva. Para los españoles, confrontados a gentes desconocidas que
hablaban lenguas que ellos ignoraban, el problema de la comunicación se convirtió
en uno de los más arduos. No existía certeza de que la población indígena
comprendiera un mensaje con exactitud. Las cosas se complicaban, porque los
indios no hablaban uno, sino múltiples idiomas. El México prehispánico, no
obstante, contaba con una lengua franca que equivalía al latín de la vieja Europa, el
náhuatl.
Ante una situación sin precedentes, marcada por el desconocimiento mutuo, unos
y otros tuvieron que improvisar. Al principio, el lenguaje gestual sustituía a las
palabras. Pero esta situación no podía prolongarse indefinidamente: había que
encontrar un intérprete. Se dio entonces con una solución precaria, pero que
resolvió muchos problemas.
Cortés llamó a Jerónimo de Aguilar, un español que sabía maya por haber pasado
varios años en el Yucatán, tras salvarse de un naufragio. Pero Aguilar no entendía
el idioma de los mexicanos, el náhuatl. Fue en ese momento cuando se descubrió
que Marina hablaba esa lengua, que era la de sus padres, además del maya, idioma
de sus amos en Potonchán.
Jerónimo de Aguilar, un antiguo prisionero de los indios que conocía esta lengua,
se encargaba de pasar sus palabras al castellano para que Cortés pudiera entender
el mensaje. Existía, sin embargo, un obstáculo: la Malinche conocía el maya chontal,
mientras Aguilar se defendía en el maya de Yucatán.
Entre ambos dialectos existían diferencias apreciables. Por tanto, lo más probable
es que las conversaciones tuvieran que girar alrededor de cuestiones muy básicas.
En ocasiones, la situación se complicaba con la presencia de un tercer intérprete,
como sucedió en Cempoala, donde hubo que traducir del totonaco al náhuatl.
En todo caso, Cortés no tardó en hacerla su amante ("se echó carnalmente con
Marina", dice una crónica). Quizá para facilitar las cosas, Cortés dispuso que
Portocarrero, a quien había entregado a Marina, volviera a España para llevar una
carta al rey.
¿Se limitó la Malinche a ser una simple traductora y amante? Aunque no hubiera
hecho otra cosa, esa función la colocaba en un lugar privilegiado. De ella dependía
el éxito de una operación, es decir, a menudo la diferencia entre la vida y la muerte.
La colaboración entre Hernán Cortés y doña Marina fue muy estrecha, hasta el
punto de que los indígenas llamaron Malinche al propio Cortés: "como doña Marina
estaba siempre en su compañía –dice Díaz del Castillo–, por esta causa llamaban
a Cortés el capitán de Marina, y por más breve lo llamaron Malinche".
Más tarde, entre los aztecas, Marina volverá a ser primordial. Y no solo por ayudar
a reunir informaciones sobre las defensas de la capital del Imperio, Tenochtitlán.
Cuando Cortés hizo prender a Moctezuma, la indígena intervino para convencer al
emperador de que se marchara sin oponer resistencia a los españoles. Le dijo que
aquellos extranjeros iban a prodigarle grandes honores, pero que, si no seguía la
advertencia, su propia vida peligraría
Al encontrarse entre dos mundos, su aportación también resultó vital para las tareas
de evangelización, por lo que se ha hablado de ella como la primera catequista de
México. Antes, sin embargo, alguien tuvo que catequizarla a ella. De eso se
ocupó fray Bartolomé Olmedo, quien puso especial empeño en la tarea. Marina
debía conocer perfectamente las verdades religiosas para transmitirlas sin errores,
es decir, sin herejías. No se trataba de una cuestión menor: la salvación de las
almas dependía de ello. No obstante, la Malinche debió de ser una catequista
muy sui géneris, ante la inexistencia de palabras que explicasen a los indígenas los
conceptos de la religión católica, no siempre de fácil comprensión. ¿Un dios
crucificado? La sola idea debía de resultarles extravagante.
Traidora de su sangre
El pueblo al que pertenecía la Malinche también era súbdito de los aztecas, cuyos
gobernantes imponían duros tributos por los cuales no generaban simpatías, sino lo
contrario.
De haber vivido en otro lugar y en otro tiempo, la Malinche tal vez habría sido
una agente de contraespionaje excepcionalmente eficaz. En más de una
ocasión, sus preguntas inquisitivas obligaron a los enviados del enemigo a
delatarse, tras caer en contradicciones. Cuando se exige a Cuauhtémoc, el último
emperador azteca, que revele dónde está el oro que los españoles perdieron
durante su desastrosa retirada en la Noche Triste, ella interviene y saca a relucir
su lado más implacable. En palabras de uno de sus biógrafos, se muestra “dura,
mandona”.
Una bula papal lo legitimará siete años después. Su sangre india no impidió que el
conquistador le prodigara todas las atenciones. En cierta ocasión afirmó que no le
quería menos que al hijo del mismo nombre que le dio su segunda esposa,
destinado a heredar su título de marqués y su amplio patrimonio. Se ha especulado
sobre si fue su descendiente preferido... Tal vez. Lo único seguro es que el niño,
paje del futuro Felipe II, creció en un entorno ciertamente privilegiado.
La actitud de Cortés hacia el pequeño Martín se explica porque era su primer varón,
no porque fuera hijo de la intérprete. Si la hubiera amado tanto como quiere la
leyenda, la habría hecho su esposa tras enviudar de Catalina Juárez, pero ni tan
solo se planteó esa posibilidad. Al priorizar su lucha por el poder, elegirá para volver
a casarse a una aristócrata, Juana Ramírez, hija del conde de Aguilar.
Un final que deja mucho que pensar
Conclusiones
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/malinche-la-
indigena-que-abrio-mexico-a-cortes_6229/4
https://www.lavanguardia.com/historiayvida/la-malinche-interprete-hernan-
cortes_11154_102.html