El Ojo Breve/ Latinoamérica: Del eclipse al 'protoplasma
Por
Cuauhtémoc Medina
(05-Feb-2003).-
El final del eclipse. El arte de América Latina en la transición al
Siglo 21. Museo de Arte Moderno, Reforma y Gandhi, Chapultepec. Hasta el 2 de marzo del 2003.
En 1997, José Jiménez y Fernando Castro organizaron un ciclo de
conferencias sobre el arte latinoamericano para la Feria de ARCO en Madrid. El debate, apasionado y múltiple, derivó en un libro: Horizontes del arte latinoamericano (1999). Ello animó a Jiménez, un filósofo, a llevar a cabo su primer proyecto como curador. Debut que no tiene nada de modesto.
El final del eclipse, financiado por Telefónica (la compañía
española con mayores intereses en Latinoamérica) es una muestra monumental con 41 artistas y un catálogo tan inflado de textos literarios superfluos que cuesta 850 pesos.
Nada tengo en contra de los espontaneísmos curatoriales. La
curaduría es una fiebre que debe juzgarse por los resultados, y no por los principios. Pero sucede que el salto de Jiménez de profesor a curador no fue afortunado.
En lugar de ejercer una crítica determinada (explícita y puntual) de
una o varias de las "visiones del sur" que le anteceden, la exposición de Jiménez es un conjunto caprichoso y desordenado que daría la impresión de ser sólo un "salón", de no ser porque lo guía una cierta sensiblería que es incapaz de transmitir el radicalismo político, estético o conceptual del arte continental.
A pesar de las instalaciones de Luis Camnitzer, Alfredo Jaar y Cildo
Meireles, El final del eclipse carece de obras de mayor envergadura. Quizá, desde un punto de vista local, resulta curioso ver la instalación Príncipe de las flores (2001) de Nadín Ospina: un Xochipilli/Mickey Mouse sentado entre cuadros de flores pintadas. Pero, salvo un par de proyectos ex profeso -el más rescatable, Dúplex de Gustavo Artigas, que explora la noción de una identidad múltiple y construida por medio de una docena de dobles del artista-, la exposición no pasa de ser una colección de objetos de galería corrientes.
Más allá de la depresión que suele garantizar el espacio
irredimible del MAM, la exposición de Jiménez es característicamente tediosa. Mi única verdadera sorpresa fue el video Buenos consejos (1999) del argentino Rubén Guzmán, un antídoto de ironía en medio de una gravedad innecesaria.
Cuesta trabajo imaginar que una pirámide con fetos inflables de
hule de César Martínez, los ejercicios pseudo-naturalistas cada vez más cursis de Yolanda Gutiérrez y de María Fernanda Cardoso o las pinturas trasnsvanguardistas tardías del uruguayo Ignacio Iturria, pudieran indicar el futuro del arte continental. Pero el motivo de la flaqueza de la muestra no es sólo estético. Más grave es que no contribuye en nada al debate crítico y curatorial sobre el arte latinoamericano.
Como bien señaló en una reseña Enrique Jezik, el ensayo de
Jiménez en el catálogo es "insufrible": está "plagado de buenas intenciones, lugares comunes y verdades de perogrullo". Más que ignorancia o neocolonialismo, lo que lo hunde es no atisbar la inversión intelectual y emocional del campo que pretendió abordar.
Esa pobreza argumental no es la norma. El último tranco del Siglo
20 nos (mal)acostumbró a concebir las exhibiciones sobre arte latinoamericano como un territorio de experimentación intelectual y apuesta política. Exhibiciones "tesis" venían seguidas de "antítesis" que, a su vez, eran cuestionadas sin arribar a ninguna "síntesis".
Si AnteAmérica (curada por Mosquera, Weiss y Ponce de León en
1992) marcó el momento más militante de la crítica a la hegemonía occidental y el despliegue de la política de identidades; su contestación, Cartografías (1993) de Ivo Mesquita, definió una geografía culturalista del subcontinente radicalmente distinta de la polaridad de "zonas abiertas y cerradas" de Marta Traba. Más tarde, con la Bienal de Sao Paulo de 1998, Paulo Herkenkoff quiso generalizar la noción de "Antropofagia" de la vanguardia brasileña, para subvertir la historia del arte mundial. Ambición crítica que Mari Carmen Ramírez llevó a un punto culminante con Heterotopías (2000), que rompió toda noción de taxonomía geográfica o cronológica de nuestro Siglo 20, en favor de la reconstrucción de las "constelaciones" de artistas e ideas detrás de las diversas fórmulas artísticas de la región.
Aun dejando de lado las intervenciones teóricas y críticas más
puntuales (cifradas en conceptos como "centro/periferia", "Mesótica", "conceptualismo global", "ejercicio experimental de la libertad" o, incluso, "ultrabarroco"), esos antecedentes bastarían para mostrar que el arte latinoamericano no es una "tierra de nadie" lista para una fácil anexión.
Lejos de ser un artificio de "la fuerza homogeneizadora del
mercado y de los medios de comunicación", como piensa José Jiménez, el "arte latinoamericano" es un espacio convulsionado por una serie de desplazamientos críticos, artísticos y curatoriales (y, por qué no, mercantiles e ideológicos) que tendría que interpelar, refutar, desmantelar o implicar si acaso pretendiera arriesgar una nueva formulación. Pero, evidentemente, Jiménez no tiene verdadera pasión por el tema.
Ese desdén se hace notar en un título de una banalidad por demás
elocuente. Según Jiménez, estamos "ante el final del eclipse que hasta ahora nos impedía ver sin filtros distorsionadores la verdadera situación de América Latina". Para Jiménez, el "realismo mágico" ha ocultado la verdad de lo innato de nuestro mestizaje: nuestro "particularismo cultural" es capaz de "la más intensa pretensión de universalidad". Latinoamérica es, dice Jiménez, la cultura del "protoplasma incorporativo del americano" (sic).
Algo ha de andar mal en mi protoplasma, pues mis mitocondrias
no incorporaron ese terminajo. Sólo espero que este "eclipse" sea un signo de la fatuidad con que se toman la idea de curaduría en España, y que no un signo de decadencia definitiva de una subtradición de curaduría que ha sido tan estimulante.